Ser o ser otro

Ignacio Huang es un actor taiwanés, radicado en Argentina y formado en el IUNA. Aunque para muchos, es el chino de «Un Cuento Chino». Ignorado en su comunidad por bohemio y ajeno en Argentina por oriental, plantea: «Ese es mi gran desafío: defender y asumir mi identidad y luchar contra los estereotipos».
Ignacio Huang nació en Taipei, capital de Taiwán, a 19 mil kilómetros de Buenos Aires. Doce años después recorrería esa distancia arriba de un avión durante casi tres días. Su identidad quedaría perdida en el medio de esa larga ruta: en el mismo lugar donde la encontraría muchos años después.
Ya pasaron 24 años de ese viaje y ahora Nacho llega al Cementerio de la Recoleta, totalmente pálido, como si estuviese preparado para una de terror. “No se asusten, vengo de la prueba de maquillaje de la nueva obra”. Tiene la risa fácil y la expresión tierna. Su acento oriental envuelve su lenguaje de coloquio y lunfardo y le da a toda la escena un encanto que él siente propio, justo en ese lugar impreciso para las estructuras y los estereotipos: en lo complejo y lo particular de su vida, atravesada por dos culturas que no se reconocen entre sí y que construyen representaciones a groso modo de lo ajeno.
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Esta es la historia de Huang Sheng Huang, mal conocido como «el chino» de «Un Cuento Chino» o, actualmente, como el el chino gritón que tiene un supermercado en «Guapas». Bien conocido como Nacho, una persona que decidió hacerse cargo de sus deseos, ser actor y trabajar desde ese lugar para desterrar los estereotipos que lo separaron tanto tiempo de su identidad multicultural y -lo separan- del reconocimiento justo y desprejuiciado.
– ¿Alguna vez quisiste ser otro?
– Y, sí, claro. Un día soñé con despertarme negro y cantar como ellos, tener esa voz. ¡Quise ser estadounidense! ¡Ser rubio! ¡Tener ojos claros! Porque hay todo un estándar de belleza occidental del que justamente uno queda afuera. Y mi conclusión fue: aceptás lo que sos o seguís sufriendo. Pasé muchos subes y bajas hasta llegar a la conclusión de que tengo que aceptar lo que soy, mi historia, mi devenir, no puedo negar mi raíz. A partir de ahí nace toda mi búsqueda de cruzar culturas, de mestizaje. Viví doce años en Taiwán, nací ahí, tengo una cultura fuerte, de 5 mil años, un montón de conceptos, estéticas, reglamentos e impedimentos metidos en la cabeza. Consciente o inconsciente, está en mi sistema de pensamiento. Pero, te juro que hay un deseo tan grande en el fondo de pasar desapercibido que llegás a decir… yo quisiera ser…normal.
Sentado en un banco verde de Plaza Francia, alejado del ruido de los camiones de basura y los colectivos que pasan a lo lejos, se ríe aliviado de poder decirlo, después de una pausa larga, algo dramática, que representa tantos años. Ahora él lo puede poner en palabras, pero antes fue silencio y angustia. Cuando los Huang llegaron a Buenos Aires no sabían hablar ni una coma en español. En Taiwán sólo quedaban deudas así que todo era mejor. “Venir acá era la posibilidad de sobrevivir”, recuerda. Pero Nacho tenía más barreras que esas: tampoco podía expresarse con los que hablaban su mismo idioma.
-Ser actor no era bien visto por mi papá. Para él los actores eran gente vulgar, promiscua, de mala reputación. Pero hay cosas que uno siempre tiende a buscar. Así fue como empecé teatro. Sin ninguna esperanza de ser actor. Lo hice para hacer alguna changuita en fotografía. Todos necesitan alguna vez un modelo oriental para unas fotos, pensé. Pero no tenía ni la más mínima esperanza de hacer algo artístico. Me fui metiendo y fui encontrando que en el mercado hay cierto huequito donde puede existir y trabajar alguien diferente. Después me di cuenta que siempre tuve clara mi vocación, pero no me atrevía a realizarlo, a vivirlo, por mi cultura, por la represión propia cultural y familiar.
Sus decisiones lo transformaron en más de un sentido. Se convirtió de a poco y para muchos en una oveja negra: se metió en la actuación, no se casó y dejó su empleo de diseñador gráfico. “Para mi familia fue una cosa tremenda, llegó un punto en que mi mamá y mi papá no querían ni mencionarme cuando llamaban a los parientes en Taiwán, me salteaban, no querían dar ninguna información mía”. Nacho para algunos ojos era el hippie que no tenía trabajo ni había formado una familia. “Prácticamente una vergüenza.”
– ¿Sigue siendo así?
– No. Todo cambió cuando -hace otro silencio largo- me volví famoso -y se ríe expulsando mucho aire-. Antes de hacer “Un Cuento Chino” yo era la lacra social, era la oveja negra. Después, mi viejo empezó a verme desde otro ángulo – su mamá ya había fallecido -. Y lo gracioso es que toda la sociedad taiwanesa, mi colectividad, me empezó a mirar distinto. De pronto, me convertí en un modelo para la comunidad: el joven ascendente, emprendedor, artista. Toda una planfetería tremenda alrededor mío, por la película, que repercutió mucho en la sociedad oriental.
– ¿Vos cómo sentís que ahora te miren de esa manera?
– Si hubiera sido referente desde mis inicios lo sentiría como algo bueno. Pero como yo viví el otro lado de la moneda y sé lo que es ser tratado como la vergüenza social, no me siento así. Sé que es algo que no entienden en esencia, porque yo no hice esa película de casualidad. Cuando fui a la audición con Sebastián Borenstein, el director de la película, quedé para el personaje no porque tuviera cara de chino. Fue por mi experiencia. Ya había actuado en teatro, en películas de cine independiente, en publicidad, en tele, me había recibido en el IUNA, cosas que los otros 250 aspirantes orientales no tenían. Así gané el papel, con diez años de trabajo atrás. Por eso no me interesa ni me engancha todo lo que ahora empezaron a decir sobre mí en mi comunidad.
– ¿Qué te pidieron en la audición?
– El momento clave de la audición fue cuando me pidió que contara un relato a la cámara que conmoviera. Pero en mi idioma, en taiwanés. No se iba a entender nada, pero tenía que conmover. Fui con todo el relato de mi abuela, de alguien que perdió mucha gente. Hablé de cómo es perder a alguien, que es básicamente la historia de Jun, el personaje. O sea, la experiencia de vida también sumó.
– ¿Te molesta que solo te reconozcan por esa película?
– Y… “Un Cuento Chino” fue hace 3 años. La memoria emotiva de la gente es así. Pero qué suerte, en todo caso, que eso es positivo. La gente se acuerda de mí con cariño.
– ¿Tu personaje respondía a un estereotipo occidental?
– No, porque estuvo muy trabajado y me involucré mucho en la construcción del personaje. Cuando Sebastián vino con el primer borrador, escribió desde su punto de vista, como un autor occidental ve a un chino. Decía: “El chino le dice gracias”, “el chino cabecea mostrando agradecimiento”. Entonces, le empecé a dar mi punto de vista. Armé toda una historia para Jun. Sugerí que era dibujante, trabajaba en una fábrica y era huérfano. Y a Sebastián le encantó. Quizás ni aparece en la película, pero por lo menos yo lo sabía. Es importante desarrollar todo el aspecto oculto y particular de un personaje para no caer en estereotipos.

Imagen: NosDigital

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– ¿Dónde está la frontera entre la identidad y el estereotipo?
– Ese es mi gran desafío: defender y asumir mi identidad y luchar contra los estereotipos. Uno no puede pelear contra su origen, contra su ser. Pero hay una ola muy grande que te pasa por arriba. Siempre trabajé para otra persona, hacía lo que otro proponía. En gran mayoría son directores argentinos. Claro, porque autor y productor chino no hay –se ríe-. Y me cansa hacer siempre lo que otro imagina que un chino debe hacer. Piensan en chinos cuando son personajes mafiosos, matones o torturadores. O piensan que tiene un supermercado o una tintorería. Es cierto que los chinos acá tienen supermercados, qué quieren, es un trabajo, pero no son solo supermercadistas. Además es como si todo lo oriental fuera igual. Hice de chino, koreano, japonés, todo lo que tenga ojos rasgados. Pero yo soy taiwanés. Existen diferencias finas pero complejas, distintas culturas. Por eso prefiero hacer cosas por mi propia cuenta.
– ¿Cuáles son las diferencias?
– Hay finas clasificaciones, es difícil establecerlas. Yo no puedo decir que un argentino es lo mismo que un uruguayo, pero creeme que para un chino están bastante cerca, aunque un uruguayo es un uruguayo y en los partidos de fútbol va a hinchar por Uruguay. Es lo mismo, pero allá. Japón tiene muchos problemas con China. En realidad, Japón tiene problemas con todos. Taiwán estuvo dominado por Japón toda una generación, la de mis abuelos. Mis abuelos hablan japonés. Dejó mucha influencia. Taiwán tiene toda una cuestión de la limpieza muy japonesa. Pero mis papás ya nacieron en la época de influencia china. A mí no me molesta que me confundan con koreano, japonés o chino. No tuve una historia penosa en donde me mataron mis parientes, no tuve esos conflictos. Actué como japonés, de hecho, sin problemas. Con China hay más afinidad todavía. Además, de raíz, un taiwanés es un chino. Hace 60 años Taiwán se separó políticamente de China y eso hizo que hoy por hoy los chinos y los taiwaneses piensen diferente. Los chinos son personas muy sufridas, salidas de catástrofes, más tensos. Los taiwaneses son más parecidos a la argentinos, más relajados.
Mientras las gárgolas del Cementerio contemplan las coquetas plazoletas, Nacho habla de su ópera prima, “China Pampa”: un crimen y entierro al estereotipo. Huang quería decir algo desde su extranjería, desde su experiencia como inmigrante: “La obra expresa cierta pena por habitar un mundo en el que la mayoría no es como uno, es diferente a uno. Como mi caso, que vivo en Argentina, donde casi todos occidentales”.
Al orientalismo, como se conoce a la representación que construye el mundo occidental del oriental, Ignacio lo choca en carne propia. Algo no encaja. Sin embargo, entiende que la clave está en quien ocupe el centro de la escena: “Ojo que si vas a China todos tienen una idea establecida de los occidentales: tienen nariz y ojos muy grandes. Así los identifican”.
– ¿Te sentís muy determinado por tu cuerpo en la actuación?
– Ahora se va estrenar La Salada, de Juan Martín Hsu, que es de origen oriental, pero nació en Argentina. Tiene toda una historia de inmigrante. En la película yo interpreto su alter ego casi, lo que él no puede expresar como actor, porque es director, lo hago yo. Hay un montón de situaciones rayadísimas que tienen que ver con esto. El personaje mira películas argentinas para ser más argentino, quiere tener una novia argentina, se cambia el color de pelo para ver si se ve más occidental. Una cosa que se torna ridícula. Esto mismo que le pasa a este muchacho le pasa a mucha personas, como yo, como otros orientales o por qué no simplemente gente de otras nacionalidades. El deseo de poder ser uno más y no estar marcado por la diferencia.
– ¿No es injusto que los papeles que te ofrezcan nunca excedan tu apariencia, independientemente de tu talento como actor?

– Sí, me duele pensar en eso. Cuando se estrenó “Un Cuento Chino”, aparecieron todas las nominaciones de premios. A mí no me gustan mucho, porque los premios son una demostración de poder. Digo, no es nada divertido ni interesante para mí como artista. Pero yo estaba nominado como revelación y como actor secundario de Darín. Y no gané ni uno, y la persona que ganó quizás hizo una película y un personaje menor. Y se llevaron el premio y ahora están en Polka o yo qué sé. Si hubiera sido argentino quizás me hubieran elegido. No es que quiera el premio, ¡quiero chances de trabajar!  Quiero que me den personajes que valgan la pena, no estereotipos. Y un premio te abre esas puertas. Y no se abrieron. Pero, la verdad, quiero dejar de perseguir toda la cuestión de que esto te lleva a lo otro, la escalera del éxito. Me quiero relajar, quiero estar tranquilo, porque hay un deseo muy fuerte de ser hijo legítimo, pero no me pasó, no es mi vida. Y tengo que convivir bien con eso porque se trata de mi sufrimiento, no del de los demás.
– ¿Qué cambiaste en tu forma de trabajar para evitar este sufrimiento?
– He dejado muchas cosas. Publicidad no hago más, que es lo más estereotipado de todo. Y es muy injusto porque es donde mejor te pagan. Es perverso: más te pagan cuando más te quieren someter, cuando más te exigen que seas lo que no sos. Todas publicidades horribles: un argentino es así y un chino de esta otra manera ¡No! ¡Un argentino no es de una manera! Un argentino varón no es el coche, la mujer y el partido. Me indigna que la sociedad esté diciéndote todo el tiempo cómo tenés que ser ¿A mí me querés decir quién tengo que ser? Me resisto a eso. Hago el personaje de Lucero en China Pampa, que es un chino gauchesco. Algo que uno no espera de un chino. Por eso es más fácil hacer tus propias cosas, autoproducirte, darte la chance a vos mismo de ser libre y de hacer otras cosas. En las producciones independientes y en la autogestión yo veo una salida a esta perversión.  No hay que dejar que el mundo te dicte como tenés que ser, porque  dentro de ese mundo se pierde. Te perdés.
– ¿Cambia esa representación según los ámbitos artísticos?
– El ámbito menos estereotipado es el teatral, es el más abierto. Tele y cine en Argentina son tiranía. La televisión en Argentina son tres productoras de tiras: Polka, Underground y Telefé. Casi que no podés elegir. Ahora estoy haciendo una participación especial en “Guapas”. Es un cliché hasta el extremo. Pero tampoco se puede pedir algo demasiado original en ese ámbito. Lo hago por los chances de poder conseguir más trabajos en el futuro, porque  si vos rechazás ya no te llaman. Elegís no hacer tele o tenés que someterte a esa lógica. Por ejemplo, el año pasado en Graduados estaba el actor Chang Kim Sung, que es koreano, y lo llamaron para hacer de chino. Hacía de un secretario chino homosexual. Funcionó ese personaje y se convirtió en un nuevo estereotipo. Este año me llamaron de una productora para hacer de un secretario chino homosexual. Siempre lo que tiene éxito se convierte en estereotipo.Y en cine tampoco tenés mucho para elegir: trabajás con Darín o hacés algo que van a ver 200 personas. Por eso el teatro es lo más libre: necesitás menos plata y podés decir algo.
– ¿Qué te interesa decir con esa libertad?
– Trato de empezar a ubicarme en un lugar intermedio entre mi comunidad y la sociedad argentina. Porque acá se sigue teniendo un misterio hacia mi comunidad, hacia lo chino, lo oriental. Está bien, no somos muy abiertos, pero hay una cuestión del misterio que genera distancia. Y yo me considero uno de los elementos menos misteriosos, más conocidos, porque hice una película con uno de sus actores más queridos. Entonces, trato de ponerme en el medio y de unir la dos cosas, una cultura con otra, de poder reconocernos entre sí. De eso se trata mi próximo espectáculo, “La Maquila”, que es de títeres tradicionales chinos ejecutados por titiriteros argentinos.
Ignacio, mientras se tapa hasta la nariz con todo el abrigo que trajo, admite que de vez en cuando considera la posibilidad de volver a Taiwán, donde quizás sea más reconocido o tenga más diversidad en las ofertas de trabajo. Pero, rápidamente dice que no, que no quiere volver a empezar de cero. Acá ya es alguien: es Nacho y es Huang, una química particular de culturas distintas que él buscó y encontró en un lugar que no es ni aquí ni allá. Es un lugar nuevo, inesperado y provocador. Entonces, descarta la ruta a Taipei y elige tomar el 110, de Recoleta a Villa Crespo, para llegar a tiempo al ensayo de “La Maquila”, su segunda obra de autogestión.
-Yo creo que se trata de búsquedas, cada uno desde su particularidad. Está buenísimo encontrarse y romper ese molde. Asumir lo incierto del futuro. Preguntarte cómo vas a seguir con esa tradición de tus raíces y cómo podés integrar esa tradición al mundo que te toca vivir. En el teatro inevitablemente vas a hablar de muchas cosas, vas a hablar de perversión, de todo. Y quizás mucha gente se va escandalizar, pero es parte del arte. Además uno no puede sumir sus deseos a las limitaciones de entendimiento y comprensión de los demás.