Carlos Belloso es un nombre fundamental del teatro argentino e inseparable de los memorables personajes que ha encarnado. Del mítico Parakultural a sus funciones en la «patafísica», continúa sorprendiendo con una mirada penetrante y atípica de la realidad.
Carlos Belloso es el Director del Subgabinete de Histrionicidad Científica, dependiente del Gabinete de Indisciplinas Exhaustivas del Colegio de Patafísica. Es, también y al mismo tiempo, el artista que pasó a la popularidad por sus “personajes pegadizos” de la tele, como el Vasquito de Campeones, Willy Marmotta de Tumberos, Lito de Sol Negro o Quique Ferretti de Sos mi Vida. Es, además y entre otras tantas cosas más, un tipo que se dedica pensar la realidad y sus accidentes a diario y a elaborar teorías sobre el tiempo y los circuitos repetitivos de la existencia. Es, además de demases, el protagonista no ficcional de este encuentro improbable y diverso, que plantea que los artistas lo son a pesar de su locura y no gracias a ella.
En el Teatro Gargantúa, como ayer en el mítico Parakultural, Carlos Belloso hace su arte, el que más le gusta, el que le permite “decir las cosas de la realidad que lo sensibilizan”. Llega a ese lugar de zona confusa, entre Palermo y Colegiales, y se dispone sin peros a realizar las fotos, antes de decir una sola palabra. Interpreta cada imagen y le importa cómo sale, como toda expresión artística. Pero del Parakultural de los 80, cuando había terminado por fin la colimba y su participación en la Guerra de Malvinas y cuando decidió dedicarse al arte exclusivamente, a este 2014 en el teatro Gargantúa, el arte y las cosas cambiaron mucho.
– Está redistribuido lo paracultural, con menos fronteras. Con menos imposibilidades de decir cosas. El Parakultural más allá de que era un lugar mítico, donde sucedían cosas extrañas, era un varieté, si te ponés a pensar, un número al lado del otro a ver qué pasaba. Y yo en este lugar creo conservar ese espíritu, porque sigo dirigiendo varieté. Porque es una forma de posibilitar trabajos y de subirse al escenario sin tener todo acabado, como un work in progress con la gente. En aquella época, en cambio, existió un marcado circuito under. Eran lugares donde se probaban cosas: fue un destape artístico del lenguaje. Se abrió el arte a nuevas formas, no tan institucionalizadas. Un lenguaje alternativo a los años de solemnidad y acartonamiento. Nos expresábamos de formas nuevas o frescas, repentinas, cosa que antes tenían que pasar por una serie de vallas que fiscalizaba el gobierno. Podíamos decir cualquier cosa.
Sin embargo, los tiempos en donde Belloso hacía “Los Melli” en el Parakultural y luego tocaban Luca Prodan o los Redondos devinieron, justamente, en el mercado del arte, en mayor o menor medida; abandonaron cierta religiosidad que regalan los galpones y desembarcaron en los grandes públicos y escenarios. Belloso, desde entonces, tiene larga y diversa experiencia en televisión y, sobre todo, en teatro.
– ¿Se puede mantener lo paracultural en los circuitos comerciales clásicos?
– Sí, porque en realidad los lenguajes nuevos tenían que ver con decir algo que no se podía. Pero después se fue haciendo más natural ese mercado y los medios, la televisión, el teatro y el cine oficial fueron tomando ciertas cosas. En la TV, yo nunca me lo hubiera imaginado a Urdapilleta o Tortonese.. Como todo, el establishment empieza a absorber lo que es emergente, y esos nuevos lenguajes que son más frescos y más genuinos, no tan pasado por procesadores y acartonamientos, se absorben porque hacen falta lenguajes más verdaderos, espontáneos, nuevos. Todo absorbe. Lo establecido no funciona si vas con lo viejo hasta la eternidad.
– ¿Y esa absorción la vivís como una buena noticia o como una cooptación?
– Es un proceso. A veces me pasa que yo no voy hacia lo que necesita la tele o lo establecido y voy a lo que me conmueve, pero sí seguramente lo establecido va a bajar a brevar de ahí, pero no como una cooptación, sino porque no tiene otros lenguajes que no sean esos. Fue así. Le debo a esa apropiación del lenguaje que yo haya terminado trabajando en tv, en cine o en teatro oficial, como lo hice. El tema es que el mercado lo va a cooptar en la medida de que es necesario para regresar a un discurso que se va cayendo y necesita cosas nuevas.
– ¿Qué cosas te conmueven?
– Por ejemplo, ahora estoy muy fijado en una realidad que tiene que ver con las casualidades. Como que hay una línea de cadenas causales, en donde después de esto viene lo otro. Lo que estoy viendo es una cadena de casualidades que tiene que ver con las excepciones y no la regla, con lo accidental más que con lo programado. El accidente en términos de aleatorio, de acontecimiento inesperado. Mi soporte artístico es lo accidental, lo que no está regulado ni estructurado. A mí me agarra algo con las estructuras… Cuando me empiezo a estructurar me siento muy incómodo. No es una rebeldía tampoco, pero como que quiero torcer el punto de vista y ver las situaciones que están en otros lugares.
– ¿Y en algún momento te sentiste estructurado?
– Sí, claro. Pero, al mismo tiempo estudié plástica y dibujo, y es cierto que aprender las estructuras te sirven para salir de ellas. Suele pasar con el modelo vivo o la copia en el dibujo: tenés que copiar muchas cosas para vos saber que existen otras posibilidades y llevarlas a cabo.
– ¿Pensás que el arte tiene que ser violento?
– No necesariamente. Hay arte violento y arte no violento. Tiene distintas formas, como el peronismo.
Carlos Belloso hace enormes personajes. Pero, Carlos Belloso no es, ni por un segundo, un personaje, aunque a veces se nombre en tercera persona. Sus palabras son verdades. No se copia de sí. Sin embargo, por alguna extraña razón que escapa o constituye su gran talento , todos sus personajes dejaron una huella en la memoria emotiva y afectiva de los públicos más diversos. Es, evidentemente, un experto en la caracterización: sus personajes se comen las escenas y los escenarios.
– Yo nunca me sentí Carlos Belloso actuando, porque siempre la actuación tiene que ver con yo verme haciendo algo, con un laburo interno de observación. La actuación es un desdoblamiento. Si vos no te podés desdoblar de la actuación sos un esquizofrénico. Eso es patológico. Y no hay artistas patológicos: hay artistas a pesar de su patología.
– ¿Y por qué tus personajes son tan memorables?
– Hay algo raro en eso. Me pasa lo mismo con la música. Yo tengo algunos temas míos, que pueden ser buenos o malos. Pero vos sabés que son muy pegadizos. Y tiene que ver con eso, con la construcción de personajes. Mis personajes son pegadizos como un tema de Palito Ortega. Es como que el Vasquito tenía sus latiguillos, sus formas, los pibes de esa época lo imitaban mucho. Y tampoco era tan difícil componer al Vasquito, hacías así con la mandíbula y listo. Te ponías unos anteojos, una boina y chau. Era como un disfraz de carnaval, si querés. Me pasa lo mismo con las canciones: yo no soy un virtuoso musical, pero tengo 3 o 4 temas con ciertos tonos en guitarra y los combino para que se peguen. Yo creo que es para que se me pegue a mí y pueda decirlo sin una hoja. Lo trato de memorizar. Es una cosa rara.
– ¿Lo vivís como karma o como virtud?
– Es como una virtud de alguien que quiere dejar algo. De la definición de artista lo que más me gusta es que es una persona sensible que quiere dejar algo con la gente, no solamente temas musicales o personajes, quiere que se lo recuerde por las cosas que tenía para decir.
– Se puede trazar una línea de personajes más disruptivos como Willy de Tumberos o Lito de Sol negro, o el mismo Vasquito en Campeones, representando minorías, y después otro personajes como el que hiciste en Los Únicos que pueden resultar más triviales. ¿Cómo te bancas la trivialidad de ciertos trabajos?
– No lo veo trivial, lo que veo son géneros, soportes donde yo me monto. En el personaje de Livio Muzak de Los Únicos, como también en el Duende Verde del Hombre Araña, el género es el cómic, la historieta. Si bien era un formato medio de serie, tira novelesca, tenía un poco lo de villano de 007 o del Hombre Araña. Y en teatro me di el lujo de hacer el Duende Verde, para mi era genial: venir volando, tirar bombas, calabazas. Pelearme con el Hombre Araña en una pelea final y todos los pibes mirando, eso para mí era tremendo. Me meto en la historieta, soy el Duende Verde y voy a fondo. Lo trabajo y trato de ver qué me pasa con el género, estudiarlo, investigarlo y tratar de ser lo más fiel posible, no solo al personaje, sino a los que consumen ese personaje, que son más fanáticos que yo a la hora de trabajar. Fanáticos del Hombre Araña veían la obra y muchos me felicitaban y a otros les parecía una porquería. Obviamente, porque los fanáticos son así.
De sus personajes pegadizos, quizás el que menos pegue con una canción de Palito Ortega sea Willy Marmotta, esa bestia bruta de Tumberos que vivía en la cárcel voluntariamente, que denigraba a cualquiera en el pabellón que lo tenía como el poronga y se encargaba de repartir sus miserias cada dos palabras.
“Willy era el peor hijo de puta, pero me encariñé”, admite.
– ¿Se hizo un culto de esa serie?
– Sí, puede ser. Pero también fue un género, eh. Era un género que Caetano quiso armar y que también había que investigar ese lugar. Fue un género raro, porque en realidad lo que hizo Caetano, impulsado por la idea de Sebastián Ortega de retratar una cárcel desde adentro, con un tema tan profundo como son las cárceles, el encierro, fue hacer reír a la gente. Tocaba la comedia desde un lugar negrísimo. Superaba el humor negro. Realmente era escalofriante. Porque algunos capítulos eran tremendos y no dejabas de reírte, porque no podías dejar de vincularlo con la risa ese drama. Fue una cosa rara. Y la cabeza fue Caetano, que me iba marcando por donde iba. El género carcelario se respiraba en Tumberos, pero lo que más me impresionaba era esa visión de Caetano.
– ¿Y te sentías cómodo con la violencia de ese personaje?
– Muy cómodo. Con todos los personajes te encariñas desde la complejidad, desde la comprensión. El tipo era evidentemente un tipo ignorante que buscaba poder y se iba para el lado de lo más desopilante. No salía de la cárcel porque lo respetaban más ahíy tenía su negocio adentro y no afuera. Suele pasar en la cárcel, que hacen sus negocios. Pero un tipo que no se quiera ir…. Y lo comprendés desde ese lugar y comprendés los mecanismos de la ignorancia, la cobardía. Yo en Tumberos lo que me imaginé era un Ricardo III dentro de una cárcel con jerga gauchesca. Es la mezcla que hice.
– Hace poco Max Berliner dio una entrevista…
– Ah, qué genial – parece oler algo -…
– Dijo que la escena en la que Willy lo viola y después lo mata fue una de las mejores experiencias de su carrera artística…
– Qué bárbaro… Y, sí. Porque se entregó al personaje y al mismo tiempo eso era la cabeza de Caetano. Que profundizaba dentro de una temática muy fuerte, pero que no dejaba que todo eso se te grabara por el impacto o por el desagrado, por lo chocante. Max era un anciano violador, que violó a su nieta, y este Willy que era el peor hijo de puta que podía estar en ese pabellón lo ajusticiaba, y no solamente lo mataba, sino que antes lo violaba. Esa conjugación es de la cabeza de todos, pero con Caetano como director la ecuación era explosiva.
Carlos habla cortito, pero no breve. Muy amable. Las eses, las zetas y las erres le salen con un encanto especial, por ahí pegadizo también. Hila el relato desde lo más alto de esas letras sonando. Todo está expectante Es extenso explicando y pensando, pero a sus palabras parecen faltarle a veces las últimas letras. Y va reformulando lo que dice a cada rato, como el que escribe, borra dos letras y retoma el cursor para encarar el blanco que quedó adelante. Atiende el teléfono mínimo 4 veces y los llamados no duran más que un minuto.
“Hol, sí. Sí. Buen, llamame en un rato. Besit -todavía se escucha la voz del otro lado-. Besi… -se sigue escuchando -. Besito -hace sonido de besito tres veces-. Chau, mi amor”. Logra cortar.
A veces se lo nota como esperando algo más.
– ¿Te gusta hablar de esto?
– Sí, sí, sí, sí, sí –metralleta de sís –… Me gusta pensar el arte porque es mi oficio. Me encanta mi oficio, mi trabajo, mi medio. La música, la escritura, todo eso me apasiona, porque veo también que es una zona casi te diría inexplorada. Si bien hay arte desde las Cuevas de Altamira hasta esta parte, yo creo que el arte es como el cerebro: todavía hay zonas de gran desconocimiento.
– Alguna vez dijiste que en el teatro, en el arte de la repetición, se podía detener el tiempo…
– ¿Eso dije?
– ¿Vos decís que no?
– Hay algo que, y más me pasa con Le Prenóm, que la hago desde hace un año y medio de martes a domingo, es que vos entrás dentro de la repetición de acciones en una secuencia y no pensás que eso ya lo hiciste, lo que pensás es que lo vas a hacer, entonces ahí queda suspendido el tiempo. Hay diferencias entre pensar que una acción la hiciste o que la vas a hacer como si la supieras. Creo que eso es lo que te instala en la actuación: intuir que algo que vas a hacer ya lo hiciste, pero no como repetición, sino porque lo vas a hacer como nuevo. Es sutil, pero es eso lo que me pasa con el tiempo.
– ¿La cuestión de los accidentes tiene que ver con cómo entender el tiempo?
– Sí, sí, exactamente. Pasa que el patafísico – ya venía pronunciando esta palabra de modo natural para responder las preguntas más diversas – siempre está trabajando sobre los lineamientos de Alfred Jerry. Entonces siempre trabaja e investiga sobre esos lineamientos: sobre el tiempo, la duración, el arte, sobre la misma patafísica, sobre la ciencia de las ciencias. Y después está la colegiatura interna de la patafísica, que eso es otra cosa, que estoy lejos pero lo respeto. Respeto a los estatutos, los regentes, a los optimantes y a los sátrapas. Es todo un vocabulario patafísico. En lo que tiene que ver con eso siempre estoy experimentando algo nuevo que contribuya a ciertos lineamientos y que al mismo tiempo lo haga al Gabinete que yo integro, que es el… Yo soy director del Subgabinete de Histrionicidad Científica que depende del Gabinete de Indiscplinas Exhaustivas. Todo eso es una funcionalidad dentro de mi lineamiento a la patafísica.
Carlos, disculpá, pero, ¿qué es la patafísica?
Es un movimiento que surge en los 40 a través de los escritos que fueron dejados por Alfred Jarry. Establece una ciencia que es un epítome, es un epifenómeno que rodea a un fenómeno. El epifenómeno es algo que se añade a un fenómeno. Al añadirse una cosa a otra es un accidente ya, como que es agregado. Se estudia la ciencia que tiene que ver con esa añadidura. La patafísica sería lo que rodea y envuelve a la metafísica, tanto más alejado de la metafísica como la metafísica de la física. Entonces, por ejemplo, estudia la excepción a la regla, los accidentes. Estudia un mundo que merecería ser visto y por lo tanto suplementario a este. A partir de ahí, 50 años después se crea el Colegio de Patafísica. Se reúne gente, organizada en gabinetes, a estudiar estos lineamientos. Un regente en este caso me indicó mi función y mi título nobiliario. Yo tengo un título nobiliario virreinal: soy Incrito Archipampa, que aparece en el Don Quijote.
– Son títulos un tanto ampulosos, Carlos…
– El patafísico engalana las nuevas soluciones a este mundo feo.
Y ahí todo queda más patafísicamente claro: Carlos Belloso engalana la escena artística. Es una solución siempre nueva al arte de lenguajes feos.