Por el Dr. César Francis fundador junto al Dr. Claudio Giardino de la Asociación Todos Por el Deporte.
Los clubes en la Argentina representan y constituyen un fenómeno singular como espacios comunitarios. Si bien son entidades privadas su accionar es de naturaleza esencialmente semipública ya que constituyen pilares ineludibles de toda política de Estado en áreas tan aparentemente disímiles como concomitantes tal como lo son educación, salud, obviamente deporte, cultura, acción social, derechos humanos, inclusión e integración, y seguramente muchas más.
Los clubes, además, representan y ejercen una maestría digna de culto respecto a lo que representa el voluntariado como acto de compromiso social en pos de acercarnos al tan declamado bien común.
Y ese voluntariado se representa en el aporte diario, silencioso de miles de argentinas/os que con su accionar contienen a otros tantos miles por no decir millones de habitantes de nuestro país en especial a chicos/as, jóvenes que tuvieron y tienen, gracias a los clubes como asociaciones civiles sin fines de lucro, una alternativa a la calle y por ende una gambeta al desamparo.
Puede que muchos crean que soy un romántico nostálgico, empedernido al leer mi inalterable reconocimiento a los clubes, empero mi defensa de los clubes obedece a la convicción de que la Argentina estaría unos cuantos escalones más abajo de no tener un club o varios clubes en cada pueblo, rincón de nuestro extenso territorio.
Soy consciente y realista de los problemas que atraviesan las entidades deportivas, lo deficiente de algunas administraciones, la falta de rigor técnico, las desprolijidades y la corrupción. Hay una frase de mi psicólogo que se aplica a la perfección a esta situación como atenuante a los déficits que muchas veces afloran en estos espacios comunitarios: “La culpa nunca es guacha, tiene padre y madre”. Y muchos de nosotros debemos asumir nuestra cuota de responsabilidad ante los déficits que generan los clubes en su funcionamiento, que los lleva a estar a algunos al borde del abismo ante el siempre riesgoso estado de orfandad al cual los supimos someter.
Pero mas allá de errores, omisiones, los clubes demuestran una fortaleza moral, de valores, de solidarismo, digno de nuestro mayor respeto y consideración, como lo demuestran con muchos ejemplos a lo largo de su existencia. Como cuando en los tiempos más oscuros de dictaduras, muerte e ilegalidad era en los clubes donde se preservaba la vida democrática, el sobre cerrado y la boleta de candidatos continuando con la elección de sus autoridades. O en la nefasta década del 90, esa que se caracterizó por ser un tsunami que arrasaba ante cuanto ámbito comunitario se le cruzara por su camino a fuerza de billetes y pseudos negocios con empresarios disfrazados de yuppies; pero con los clubes no pudieron.
En aquellos años vivimos el intento de Granillo Ocampo y Macri, con algún guiño cómplice desde el rancho de Grondona en la calle Viamonte y que alguna vez fue conocida como la AFA (y quien quiera que me lo venga a discutir y daré el debate, quiero que esta parte de la historia se escriba con rigor sobre cómo fueron los hechos y las conductas humanas ) todavía deben sentir el amargo sabor de no haber podido apoderarse de la presa más codiciada por lo esquiva: Los clubes, para transformarlos en sociedades anónimas deportivas.
Fueron tiempos difíciles para los clubes y para quienes sostuvimos la necesidad de preservarlos como asociaciones civiles. Pero es esfuerzo valió la pena y merecen ser reconocidos quienes pusieron el cuerpo. Entre ellos debemos mencionar al ex Canciller Rafael Bielsa, a Carlos Heller, al actual Secretario de Deportes de la Prov. de Bs As. Alejandro Rodríguez , al subsecretario Juan Manuel López, también a periodistas como Ariel Scher, quien tuvo el enorme valor periodístico de escribir nota que tituló “Los clubes no son anónimos” -la cual debería difundirse nuevamente, habiéndola escrito en el mismísimo diario Clarín y publicándola en el momento preciso y justo en el cual aquella nota debía escribirse y publicarse para así sacudir de la pachorra a muchos y lograr que salieran de la anestesia hipnótica de “un peso un dólar-one peso one dólar”- . También hay que recordar al periodista Gustavo Veiga, con sus informes de investigación en el Diario Pagina 12 denunciando lo que el monopolio de discurso único y de tres letras ocultaba, al mejor periodista deportivo de los últimos 20 años, Ezequiel Fernández Moores, diciendo lo que sucedía desde cada conferencia, charla debate a las que no dejaba de concurrir para difundir lo que el discurso único imperante silenciaba y a Raúl Gámez un hombre que deberá quedar en la historia de la dirigencia deportiva por su coraje y compromiso.
Pero aquellos gestos individuales tuvieron su correlato en lo colectivo y como mero ejemplo no podemos olvidarnos de dos hinchadas que protagonizaron dos gestas conmovedoras : Una es la de Racing para no resignarse a la desaparición logrando el milagro de seguir vivo y para luego sobrevivir al respirador artificial del (des)gerenciamiento de Blanquiceleste S.A. Y el otro ejemplo es el de la hinchada de San Lorenzo que sufrió y enfrentó la represión policial para impedir que la asamblea de su club vote un contrato de entrega a la tristemente célebre empresa de la FIFA, ISL.
Sin temor a equivocarme en esta profecía considero que los clubes proseguirán haciendo magia en la Argentina. Es como si estuvieran condenados a hacerla hasta el día final y si alguien sobreviviera a ese día final llamado el Apocalipsis estoy seguro que una de las primeras decisiones que adoptarían por estos pagos sería la de fundar un club, porque está tan inmerso en nuestros genes que ni el final del mundo podría extirparlo, esta en nuestro ADN cultural, en nuestra esencia del ser humano, en nuestro DNI del alma o sea en nuestra identidad individual y colectiva y fundamentalmente porque son una herramienta inequívoca e irrefutable de permitirnos transformarnos día tras día en mejores mujeres y hombres, atreviéndome a decir que ejercen ese Don de hacernos mejores “tipos/as” por osmosis por el solo y mero hecho de decidirnos a cruzar el umbral de las puertas de un club cualquier en un lugar cualquiera de nuestra tierra .
Los clubes son escuelas de solidarismo, de compañerismo, de pensar en el colectivo y no en lo individual, docentes en el arte de ejercer el pensamiento desde la primera persona del plural y no desde la primera persona del singular apostando a ser mas todos y menos uno. Por todas estas razones no podemos ni debemos claudicar en la búsqueda de un mayor y mejor cuidado de los clubes, una mejor asistencia y ayuda, en darle un mayor protagonismo en la agenda de políticas públicas nacionales provinciales y municipales para que finalmente sean los escenarios que eleven al deporte a la consagración de un derecho esencial en la próxima reforma de la constitución nacional y a que sea considerado un ministerio al igual que educación o salud o justicia.
Para ello debemos continuar ganando con mayor ímpetu y convicción la batalla cultural de la necesidad de preservar a los clubes como asociaciones civiles sin fines de lucro, debemos fomentar la participación y un compromiso mayor de los socios como dueños de los clubes, pregonar la necesidad de que quienes puedan se asocien a uno, dos o tres clubes.
Si salvamos a los clubes estamos protegiendo piezas únicas de nuestra historia , de nuestra raíz nacional. Los clubes vendrían a ser nuestros osos pandas en versión ecologista, y así defendiéndolos estaremos y estamos honrando a nuestros antepasados y dejando una posta con ribetes de legado a nuestros descendientes, en definitiva estamos protegiendo espacios únicos e irrepetibles , un espíritu amigablemente fantasmal que solo habita en ellos, y lo encontramos en su aire, en sus ladrillos.
Por algo las entidades deportivas son centenarias en un país donde casi nada lo es y una de las razones obedece esencialmente a que no tienen como finalidad el lucro ni la ganancia, ya que esos parámetros desvirtuarían muchas o casi todas las acciones que se emprenden desde los clubes porque muy pocas son redituables en términos económicos pero si lo son en algo intangible para la bolsa de mercado o de acciones como lo es hacer una sociedad mejor.
El sueño y el desafío es que los clubes sean ya no centenarios sino milenarios y estoy convencido que, si el recalentamiento del planeta lo permite y afloja con los deshielos, inundaciones, terremotos y volcanes al borde de la crispación, lo lograrán. Debemos , eso sí, cuidarlos un poco mas. Desde el Estado en cualquiera de sus niveles debemos hacerles fácil el día a día no acosándolos con impuestos como si fueran empresas comerciales, ayudándolos a reacondicionar sus instalaciones que pudieron quedar vetustas por el paso de las décadas, incorporarlos a campañas de salud, educación, cultura, capacitación, acción social. Así, tal vez, entre todos logramos cambiarle el final a la película “Luna de Avellaneda” y que sea Daniel Fanego quien deba pensar cómo hacer un nuevo negocio en otro lugar y no Ricardo Darin en cómo hacer un nuevo club, por no haber sabido ni podido defender el suyo.
¿Por qué los clubes?
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