Pensaron que estaba muerto

«Estuve ahí al límite un par de veces, pero a pesar de lo que piensan no soy tan mala fama». Hernán fue y es el líder de la mítica banda de cumbia. Escucha a Elton John, le gustan Calamaro y Iorio como compositores, y disfruta de la música árabe y de la judía. La dura vida del tropical.

– ¿Ustedes van a ver a Hernán?
– Sí
– Síganme

Es el último trayecto que nos queda antes de llegar a lo de Hernán. Hasta acá llevamos un poco más de dos horas de viaje. Tres colectivos. La SUBE en negativo. Un paquete de galletitas encima y varios puchos. Cuando bajamos del 60 en la esquina acordada de Beccar, lo único que nos recibe es una estación de servicio. Desde ahí, lo llamamos. Atiende diciendo “Amigueeeeeros” y pide que esperemos en la panadería que tenemos en la vereda opuesta. La luna llena nos distrae. Un pibe que pasa, nos mira y nos reconoce por estar sacando fotos al cielo. Sigue caminando, frena en un quiosco a un par de metros, compra un paquete de papas fritas y vuelve a buscarnos.

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“Mi barrio es nuevo, la calle no tiene ni nombre, ni número”, explica Hernán por handy a alguien que tiene que pasar a buscarlo para ir a un show dentro de unos días. “Esperá ahí que mando a alguien a buscarte”. Dentro de unos días, alguien va a esperar en la misma panadería. Un pibe que camina mirando el celular lo va a guiar. Doblando a la izquierda son dos cuadras para adentro. El barro testifica que el día anterior llovió demasiado. Una perra nos recibe en la esquina grafitteada con el nombre de la banda que anticipa que llegamos. Pasamos la reja, un patio, una puerta y subimos la escalera con pared mitad crema, mitad blanca. Desembocamos en la habitación donde Hernán nos espera. Está sentado en la computadora. Al lado: un teclado, una conga, una mesa, algunas sillas. En el otro extremo: la cocina, una olla con agua esperando hervir, la letra de una tema de Mala Fama colgada en la pared, una estantería con libros, fotos y un poco de todo.

*

Otro día.

Es viernes de madrugada en el boliche de Palermo que se hace eco de pura cumbia. En el escenario, un rato atrás, sonaba en vivo Mala Fama. Una cinta y un señor corpulento delimitan los espacios del público y los artistas. Desde mi lado, le ofrezco un trago de la birra que tiende a calentarse. Me mira y sale. Un brindis y un abrazo demuestran que a Hernán le interesa un carajo esa cinta, va y viene corriendo los márgenes todo el tiempo.

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Hernán Coronel, desde siempre, en algún lugar de San Fernando, imaginó una banda. Tenía un par de canciones y el pelo largo, igual que ahora. En el 98, sus ganas tomaban forma bajo el nombre de Mala Fama y él le ponía la voz y las composiciones, también igual que ahora. Enmarcados en lo que por entonces surgía como cumbia villera, llegaban en el 2000 a su primer disco de estudio “Ritmo y Sustancia”, después de que grabando en una sala del palo llegue el material a oídos de varios productores. La necesidad musical que había experimentado desde siempre empezaba a materializarse en los escenarios.
Cuenta que los primeros recuerdos que tiene de él mismo cantando son a los 2 o 3 años, en el patio de su primer casa, donde inventaba temas para su hermano. Casi como un presagio, un amigo que se mudaba del barrio, a los 7 años, le dejó de regalo una guitarra. Todo empezó desafinado mientras le cantaba serenatas a una piba que vivía a la vuelta. El amor y la música se improvisaban. Hoy las cosas son diferentes. Aprendió cómo usar el instrumento con el que debuto y sumó el teclado, el bajo y la percusión. Puede armar una banda solo si consigue un par de manos más. Ya recorrió Argentina de punta a punta más de una vez y varios lugares de Latinoamérica. Soñaba una banda y hoy vive de ese sueño.

*

– ¿Quieren un chupetín?

Tiene campera y pantalones deportivos, una gorra y por debajo el pelo atado con una colita a la altura de los hombros. Nos convida de su vaso para ver si logramos adivinar qué está tomando. No lo hacemos, se ríe y nos prepara dos tragos de aperitivo y naranja. Lava unos ceniceros y los apoya en un parlante que queda en el centro como mesa. El pibe con el que llegamos se para en la ventana. Hernán gira la silla de la computadora, un banderín decora la pared a su espalda.

– ¿Vas a la cancha?
– Ahora no tanto, porque los fin de semana canto y de día descanso y si vas a la cancha te vuelven loco. Se viene toda la vagancia encima: dale que es tarde, mandale mecha, si tenés vamos a llenar el tanque y de acá para allá. Volvés a tu casa destrozado y por ahí tenés que cantar a la noche. Es un desgaste mental muy grande porque yo la escucho mucho a la gente cuando me habla, la entiendo, las comprendo, trato de alegrarlos, de alentarlos o de cantarles o lo que sea. Que la foto, que esto, que el otro y llego con mucho dolor de cabeza. Quedás con todo, muy cargado.

– ¿Te pasa mucho que te pare la gente en la calle?
– Por día. Hay días que mucho, hay días que nada.

– ¿Y acá en el barrio?
– Acá en el barrio somos todos amigueros. Nos saludamos, nos alentamos. ¿Pero qué te pasó en la cara? Todo eso. Hola basuuuu y así, pingui, pingui, japishh, japishh, nos vemos en la terminal boludo.

– ¿Y cuando salió el rumor que estabas muerto qué pasó en el barrio?
– No vivía en este barrio en ese tiempo, pero en la casa de mi vieja llamaba todo el día la gente. Algunos llorando, algunos alegrándose, algunos diciendo por fin bolu. Por lo menos hice la canción: «Pensaban que estaba muerto, pero yo sigo cantando y bailando…»

Toma lo que dicen y lo que siente para transformarlo en canción. Así funciona, casi naturalmente se nutre de lo que lo rodea: la gente, el barrio, él mismo. Después el proceso se hace a la inversa, todo lo que canta no para de colarlo en la conversación, lo devuelve al entorno. Los amigos que entran y salen de la casa se ríen, así es siempre Hernán, no hay una pose montada en entrevista. Prende un pucho, llena todos los vasos nuevamente y se vuelve a sentar.

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– ¿Vos te considerás una persona pública?
– Sí, siendo realista sí. Nunca estoy consciente de eso yo, pero sé que si lo tengo que decir es así. Pero nunca estoy pensando en eso ni pendiente de eso.

– ¿Para vos ser una persona pública significa ser famoso o exitoso?
– Las dos cosas por ahí porque lo mío se mantiene con la buena música que hago. Para muchos soy famoso porque soy buen músico, para otros porque salgo en la tele o sueno en la radio, es muy variado el sentimiento de la gente.

– ¿Y el éxito con qué tiene que ver?
– Para mí, primero en principal con las canciones que hago, después con mi personalidad en segundo término. Pero la música es lo más sagrado, lo que nos acerca a la gente, nos abre puertas y nos da tantas cosas lindas que podemos vivir.

– ¿Y es también lo que te mantiene vigente?
– Las canciones y también ser una persona un poco inteligente que se mantiene viva en todo sentido, o en casi todos.

– ¿En qué casi todos?
– Por lo menos, seguir grabando y cuidándome porque tranquilamente me podría haber muerto ya con todo lo que viví en estos años.

– ¿Es dura la vida de un cantante de cumbia?
– En algunas partes, sí. Es muy duro viajar, aguantar el ritmo, cantar muchas noches seguidas, descansar poco. El otro día llegué al sur, a Ushuaia, y ya estaba gente esperándome en la puerta del hotel. Un montón de gente con vinos escondidos en la campera, con champagne, con regalos, con esto, con lo otro y yo todavía no había ni dormido porque la noche anterior había cantado.

– ¿Y por qué otra cosa es dura más allá de descansar muy poco?
– Y lo que es muy difícil es sobrellevar la euforia de la gente más lo que te ofrecen. Los vicios, la noche, la música, las mujeres, el quilombo: tenés que tener un control mental muy claro para no caer en la ola de los vicios, de los quilombos que te llevan a la muerte o a decaer en cualquier sentido, a perder todo. Estuve ahí al límite un par de veces, pero a pesar de lo que piensan no soy tan mala fama. Tranqui, hay que usar y no abusar.

– ¿Siempre entendiste que era mejor actuar así?
– Siempre, yo hasta los 18 años ni siquiera puteaba. Siempre fui una vida bastante tranquila. Después de los 20 años, desde que canto en Mala Fama, recorrí otros caminos.

– ¿En qué cambiaste?
– En que empecé a tomar vuelvo. Antes estaba bajo el ala de mis padres como casi cualquier hijo. Después empecé a tomar vuelo, a recorrer los barrios, hacerme amigos en todos lados, hacer música, conocer a un montón de gente, a moverme y ahí aprendí a ser libre y a conocer todo, desde la gente humilde a las peores sanguijuelas. La diversidad de la vida me fue haciendo lo que soy hoy, pero moviéndome, estando, yendo, viniendo, probando.

– ¿Hay una clave en mantenerse en movimiento y no dormirse en una pegada?
– Yo no catalogo los éxitos, los discos. Yo hago canciones cada vez que me nacen y las grabo. Nunca pienso en vender un disco o si la gente va a levantar las manos, van a aplaudir, o si voy a tener muchos shows. Solo uso mi sentido musical cuando me nace, me surge una idea o una situación que me inspira y pingui, la plasmo, la grabo. Y las que se me han perdido en mi mente, millones.

– Entonces, ¿no cambió nada en tu forma de ser?
– Mi naturalidad sigue siendo la misma, más vale que con el tiempo cambié porque cambiás en base a los demás y a las circunstancias. Vas adaptándote: depende con quien estas y yo qué sé. Por ahí del prójimo aprendí más, de lo que es la vida en general, de lo que son las mañas de la vida, pero mi esencia es siempre sentir y expresarme nada más, no especulo en nada.

El handy no para de sonar. Hernán atiende a todos con las mismas ganas. Esta vez es de la oficina de producción donde ultiman detalles para una gira de fin de semana. El agua en la olla ya está hirviendo, mete algunos trozos de pollo. “¿Se quedan a cenar?”, nos pregunta. Aprovecha la llamada para pararse y para caminar un poco por la habitación. Las manos y los pies difícilmente se queden quietas. Vuelve a llenar los vasos, esta vez algunos más: llegaron otros amigos. Se vuelve a sentar.

– ¿Pensás que el camino de un cantante de cumbia es diferente al de un cantante de rock?
– Sí. No te digo «obvio», porque no sé, pero sí. Más que nada en la ejecución del trabajo, la ejecución musical, de grabación, pero en términos musicales a la hora de hacer una canción todos nos tenemos que conectar con los sonidos, los ruidos y adentro, si sentís algo, hacerlo. En eso, no se escapa nadie, todo esto está por la música. En todo segundo, todo momento está la musiquera y eso es lo único sagrado, después todos le damos cosas distintas.

Hernán tiene varios cuadernos llenos de letras que van a servir para armar pronto dos bandas nuevas. “Las voy a producir yo, nombre, música, canciones, letras. Con gente que creo que también ama la música y creo que vale la pena armar algo que nos de vida a todos y alegría”. Hasta ahora, no había experimentado laburar con otra gente pero siente que las cosas están dadas para hacerlo: “Lo podría haber hecho mucho tiempo, pero como nunca pensé así comercialmente o en hacer plata como hacen otros. Es jodido, para mí cada canción es como un hijo y armar un grupo tenía que ser con gente muy especial y es por eso que no lo hice antes, porque no conocí la gente tan especial”.

– ¿Es un negocio jodido el de la música?
– Hoy por hoy es una inmundicia el negocio de la música con los tipos que manejan la movida. El sistema vendría a ser la gente que maneja la televisión, la radio, los bailes. Es bastante jodido. Pero también saben con quién. Si vos te manejás bien, ponés tus pautas y hacés algo que valga la pena, la gente también se va a adecuar a vos.

– Y más allá de esto, ¿cómo ves la movida musicalmente?
– Ahora es el mundo cover. El mundo de usar el sacrificio de los demás. Hacer la más fácil: bajar una canción por internet, copiarla y listo. Hace mucho que estoy esperando que salga una banda buena. Que diga: qué bueno esto para escucharlo, mirá qué bueno que está. De cumbia. Es lamentable pero se está empezando a limpiar un poquito, ya la gente se está avivando, está volviendo a ser más valorada la cumbia de autor.

– ¿Esto es porque la gente lo elige o porque el mercado lo impone?
– Por los empresarios, por los que manejan las cosas. Los tipos que no hicieron ningún sacrificio para tener un grupo no les importa ganar dos mangos, quieren fama y a la mierda.

– ¿Dónde es que fallan estas bandas?
– No es que fallan. Es que se metió en el sistema musical gente que no tiene naturaleza musical, que tiene naturaleza empresarial y hay mucha gente que tiene naturaleza de hacer lo más fácil. Les gusta la música, pero quieren hacer lo más fácil en vez de cultivar su talento, porque el talento se cultiva. A muchos, por ahí, les nace, pero si no lo cultivás de tu mente no va a surgir lo que hace una escala musical o lo que hacen un montón de cosas que tiene que ver con la música. Quieren lo más fácil, pingui, bajar un par de covers, de otro país o viejos de acá y a la mierda y dale que es tarde y encima no pagan derechos de autor, ni piden permiso. Están haciendo un descuartice con la música de autor.

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Hernán no se imagina haciendo otra cosa que música. «Le quedan un par de años más», dice, aunque tenga 35 mil, ya. Durante toda la charla no deja de remarcarla como lo verdaderamente importante. Podemos hablar del mercado, del negocio, de instrumentos, hasta mismo de los músicos, pero siempre todo termina en la música. En la pantalla de la computadora se asoma un reproductor.

– ¿Qué escuchás?
– Cumbia hoy por hoy no escucho nada. Cuando quiero ponerme alegre a veces me pongo a escuchar Los Palmeras o alguna de esas viejas. Ahí me regalaron un compac, mirá. Bah, se lo vi a uno en el auto y me lo regaló, Grupo Mantekilla, Dulzura, Granizo Rojo y Los Dinos. Ahí hay cumbias cumbias. Los Chicos Malos tienen un par de canciones re buenas también, un grupo viejo. Este compac me lo compré ayer, mira lo que escucho.

Agarra un disco, estira el brazo y nos lo alcanza. Elton John aparece en la tapa del album Biggests Hits. Antes de que lleguemos a decir algo su espíritu inquieto sigue hablando.

«Como compositor, al que más admiro es a Calamaro, después Ricardo Iorio me gusta mucho también. Hermética, arriba la vagancia, más vale que Los Redondos, como a todo el mundo. Después todo, lo que sea. El piano bien puesto, un bajo bien tocado, en cualquier estilo te va a gustar. Una música bien armada, un rompecabezas musical lindo no tiene límite de estilo. Yo escucho todo, escucho unos tangos de la puta madre que te re estremecen. Hay unas músicas árabes, judías que están buenísimas. Ni hablar de la música colombiana, de las cumbias. Yo escucho toda la música en general, como todo el mundo, te llega algo a tus oídos y lo adoptás si te gusta pero yo le presto mucho sentido a la composición, a los arreglos musicales, son esenciales. A los que no abusan de la rima, ya cuando una frase te lleva a la otra y a la otra, es como que al chabón se le ocurrió una frase y en base a esa frase fue rimando y va forzando una letra que en realidad no tiene alma, termina siendo una canción insulsa y pingui, pingui, pingui.
*

– A mí no me gusta mucho posar para las fotos.

Dos minutos después se relaja con el lente. Sugiere hacer algunas con una flecha que está colgada en la pared y se sube a una silla para llegar hasta allá arriba. Alguien pide que ponga música. El parlante, que fue mesa durante la charla, no funciona. Parte de los conectores quedaron adentro porque se desenchufaron de un tirón. Preparamos algunos vasos más. El pibe que nos llevó hasta la casa charla de la luz que hay en la calle para hacer fotos. Otro de los amigos nos sugiere formas de viajar hasta Capital. Hernán enumera posibilidades para hacer funcionar el parlante y todos opinamos. Apagarlo y volver a prenderlo, no. Desenchufarlo, no. Conectar el USB a ver si lo lee, no. Ponerle pegamento a un palito y juntarlo con el conector para ver si se pega y se puede sacar, no. Destornillar la tapa de atrás, sí, vamos por ahí. Destornillador, no. Cuchilla, no. Cuchillito, sí. Saca la tapa, todavía los conectores están adentro. Pinzita, no. Aguja, sí. No para hasta lograrlo. Cuando termina, vuelve a atornillar todo, se festeja como un logro, el parlante es nuevo.
Pide perdón por todo el tiempo que le dedico a los conectores atorados. Se preocupa por cómo vamos a viajar. Todos se ofrecen para acompañarnos hasta la parada del colectivo y empezar el viaje a la inversa, tres bondis, la SUBE en negativo, los puchos. Es demasiado tiempo perdido nos dice. Lo mejor es un remis hasta la parada de un bondi que nos trae derecho a casa, pero no tenemos plata y la idea se diluye. Bajamos por la escalera, pasamos el patio en la entrada, la reja y hacemos las últimas fotos en la esquina grafitteada. Un auto toca bocina. “Les pedí un auto”, dice Hernán. No importa la insistencia: no deja que nos vayamos en colectivo. Nos da un billete de $50 “¿Qué importa la plata?”, argumenta. El pibe guía se sube con nosotros.
– No los vuelvas loco, no les hables mucho que son amigos míos.

Le dice al remisero. Nos saludamos un par de veces más y el auto arranca. Para Hernán no existen los límites que diferencien banda, público y amigos, ya lo había demostrado un tiempo atrás con un brindis y un abrazo en un boliche de Palermo que se hacía eco de su cumbia.