Javier Van de Couter, director de la película Mía, pone en la pantalla el centro más profundo de sus convicciones y hace una película con y sobre travestis. Allí, denuncia la brutal discriminación de género que existe. Aquí, relata los pormenores de una filmación que reúne actrices que nunca antes lo habían sido y que no solo debutaron en la pantalla sino en el laburo digno. «Si tengo que ser un militante trans antes que un director de cine, no me molesta», asegura, mientras reflexiona sobre su ópera prima.
Ese lunes marcaba un comienzo de semana agitado; yo aceleraba el paso en el ocaso del centro porteño para llegar a la avant- première de “Mía”. Seguía de forma mecánica la danza del transeúnte, cuando doblé la esquina y estampé de lleno mi máscara de urbanidad contra la multitud estridente que esperaba en la puerta del Gaumont. De la fusión de cuerpos que parecían conformar un único abrazo, se desprendía la protagonista, Camila Sosa Villada, actriz-escritora-cantante, Ale (en la película), que respondía a los saludos con una suavidad abrumadora. En otro de los nodos de esa festiva intimidad, Javier era todo sonrisas, empapado de “felicitaciones” y saludos amistosos. Con sólo mirar alrededor y caminar entre la gente, se sentía que esa noche quienes irradiaban luz eran las sometidas al silencio, condenadas a cargar con el estigma y con una historia que nadie parece escuchar. Ellas esperaban para ver(se) en una película que elige mostrar otra sensibilidad del universo trans en palabras de su director “que no es todo sordidez y oscuridad”.
En “Mía” no hay una historia, sino varias que se encuentran, se miran, se enfrentan y se abrazan. Ale, una de las chicas trans que vive en la Aldea Rosa, subsiste del cirujeo y la prostitución, pero sueña con la moda y un hogar. Julia (hija de Mía), una nena asfixiada por los escombros de su familia que se rompe, que lanza cachetadas de franqueza al hablar. Manuel, el padre, ahogado en el alcohol, destila tristeza. El puente: el diario que Mía le dejó a su hija antes de morir, atravesado, entre márgenes y renglones, por el derecho a la felicidad y el deseo de ser quien uno quiere ser.
-Empecemos por el principio, ¿cómo nace “Mía”?
-Cuando trabajaba como guionista para Tumberos, empecé a pensar temas para una miniserie y el tema del desalojo de la Aldea Rosa (una villa donde se juntaron homosexuales y travestis) en 1998 por el gobierno porteño de aquel entonces, me resultaba magnética. Comencé a investigar sobre la construcción física y emocional travesti, y escribí lo que sería un primer capítulo. El proyecto no prosperó, pero fue el embrión de esta película. Algún tiempo después, conocí a una chica de 16 años que recién iniciaba su transformación física y decía haberse venido a Buenos Aires desde el Norte porque quería ser mujer. Ese encuentro me impulsó a escribir y en 2008 me puse a trabajar en la primera versión del guión.
-Y poco después vino el premio al Mejor Guión Inédito del Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana…

-¿Cómo fue la composición del personaje de Ale?
-Yo la pensé como una heroína, con desafíos y con obstáculos para cumplir sus objetivos. Es un ser sensible, que se está construyendo y completando como persona, pero con una mirada positiva de la vida. Yo quería que ella mostrara otro camino, y cuando la vi a Camila actuar en “Carnes Tolendas” en Córdoba, supe que era la actriz para ese papel. Ale, por ser más joven y hasta más ingenua, se diferencia de los personajes de Antigua (Naty Menstrual) y Pedro (Rodolfo Prante), que están en la Aldea refugiándose de una sociedad en la que ya no confían, de la que sólo esperan traición. En ellos opera una autoexclusión pero que es también una decisión política: ahí, en esa compañía entre ellos, encontraron un sistema de solidaridad y de risas. También quisimos reflejar eso: acá se muestra una casa de Nuñez, donde viven Julia y Manuel, atravesada por el dolor, con mucha sordidez y oscuridad, y una villa que se presupone tremenda, con mucha luz.
-¿Cómo entra el tema de la maternidad en la película?
-Es algo que estaba desde un principio, pero que aflora cuando decido incluir la voz en off de Mía. La necesidad de que este personaje se haga presente fue surgiendo durante algunas historias que me traían las chicas trans y travestis que venían a los castings. Muchas me contaban que se habían hecho cargo de la crianza hijos de su hermana o su vecina, y que sus sobrinos les decían “mamá”. Entre esos relatos empiezo a sentir que había algo ahí, un cuestionamiento al instinto maternal, pero que es un debate que incomoda a muchas personas que se van a rebelar contra eso. Pero incluso, más allá de los deseos de ser madre y tener un hogar que pueda tener Ale, la relación que establece con Julia es de amistad, es de dos personas que se conectan y que dejan todo lo demás atrás. Es como el amor que, más allá de lo que pueda haber preestablecido en uno, se juega en la conexión con otra persona y no es del todo racional.
-La película se posiciona en el centro de algunos de los debates más polémicos del momento, ¿qué crees que puede aportar a la discusión?
-La película se estrena en una semana muy particular, con la XX Marcha del Orgullo LGTB, el lanzamiento del primer bachillerato popular para personas travestis y transexuales, el dictamen positivo en el Congreso para el proyecto de Ley de Identidad de Género…La verdad es que cuando yo inicié el proyecto, no pensé que íbamos a estar en este escenario. Creo que es un buen momento porque la gente quizás no se lee toda una ley, pero sí puede ir al cine a ver una expresión artística que plantea un punto de vista, una visión más descontracturada. Ahora el esfuerzo está en comunicar la película y acercarla a la gente para generar una reflexión. Si tengo que ser un militante trans antes que un director de cine, no me molesta. Yo sé el valor cinematográfico que tiene la película pero también sé el valor social que tiene el tema en este momento.
-¿Cómo fueron estos primeros días después del estreno?

-¿En qué estás trabajando ahora?
– Yo nací y me críe en Carmen de Patagones, y estoy escribiendo una ficción sobre el sistema escolar y la lógica de los pueblos de amor y violencia. Patagones es mi pueblo, voy todos los años, conozco a la gente, camino sus calles. Me fui a los 17 años corriendo, y ahora cuando vuelvo, lo hago con mucha paz. El trabajo que estoy haciendo es el de recuperar esos sentimientos, esa furia y esa bronca que sentí de adolescente, y que no tienen una explicación tan lógica, porque a veces la humillación está velada en un rumor, en la mirada de otro que nunca es anónimo en un pueblo.