Desde el lunes 18 de octubre comienza a reglamentarse en la provincia de Buenos Aires la ley que inaugura el Registro de Controladores de Admisión y Permanencia – RENCAP-, fruto de la lucha de casi 5 años de la familia Castellucci, luego del asesinato de Martín, de 18 años, por un patovica en la entrada del boliche La Casona, en Lanús. «La mano dura, la pena de muerte, la baja de edad de la imputabilidad son cosas que no sirven para construir… Queríamos construir algo, modificar esa realidad que se llevó a Martín», argumenta Oscar, su papá, con una enseñanza: la de digerir el dolor en pos de un cambio profundo de la realidad que lo cambió.
Si eras feo, o morocho, e incluso si estabas gordito, La casona tenía otra fila para vos. No la de los rubiecitos, la de los blanquitos, que ya habían entrado por 5 o 10 pesos… Vos estás en la segunda selección. Ahora un patovica te va a alcanzar amablemente una tarjeta de colores, y entrás.
¿Pero por qué el que está adelante mío tiene una de otro color?
¿Por qué si estoy vestido igual, encima?
Martín Castellucci se hizo alguna de estas preguntas cuando uno de sus amigos quedó en esa otra fila. Los habitués conocían el filtro: el patova te asignaba un color que distinguía un precio determinado. Martín intentó acompañar a su amigo y cruzarse de fila, pero el controlador de turno, boxeador, le propinó el golpe que días más tarde le costaría la vida.
Oscar Castellucci vivía en Recoleta, era egresado en Letras de la UBA, profesor, padre.
Desde aquel 3 de diciembre de 2006, excepto el domicilio, el resto de su curriculum se ha alterado. Ahora es un experto en nocturnidad, tiene las habilidades de un abogado, y conoce perfectamente cómo elaborar leyes…
Desde el lunes 18 de octubre de este año comienza a reglamentarse en la provincia de Buenos Aires la ley que inaugura el Registro de Controladores de Admisión y Permanencia – RENCAP-, como uno de los productos de su lucha en estos casi 5 años.
La lección que deja es la de digerir el dolor en pos de un cambio profundo de la realidad que lo cambió.
La primera pregunta es ésa: el cómo hizo.
Oscar piensa, dice, “empezaste por lo más difícil”.
Pero responde:
Pase lo que te pase, vos sos lo que pensás y lo vas a seguir siendo. Quizá tenés una mirada distinta, pero lo que era blanco no se vuelve nunca negro. Tuvimos la suerte de irnos vinculando con otras familias e ir aprendiendo de eso; lo más importante es no quedarte solo, porque cuando te aislás empieza un proceso muy auto destructivo. Esos vínculos nos ayudaron a tomar las primeras decisiones, de a poco nos fuimos poniendo delante del tema y tejiendo una estrategia. Pero nunca podría haber un manual de cómo reaccionar a este tipo de situaciones.
¿Pero qué aconsejarías según tu experiencia?
Lo importante es no quedarse aislado. Yo creo que los familiares de víctimas tendrían que tender a reunirse más y no responder tanto a esa agenda marcada y manijeada por los medios, que termina siendo una estrategia política desinteresada del caso particular.
¿Fueron a esta marcha última frente a Tribunales, por el caso Berardi y en reclamo de mayor seguridad?
No, no fuimos, y nos lo planteamos. Hubiéramos ido a acompañar a la familia, pero la bandera que llevaba la movilización no la compartíamos. La mano dura, la pena de muerte, la baja de edad de la imputabilidad creo que son cosas que no sirven para construir… te quedás haciéndole el escenario a los medios. Las marchas parecen exhibiciones del dolor, y sobre eso se manipula políticamente: después se apagan las luces de las cámaras y nadie hizo nada por vos.
¿Por qué camino optaron, entonces?
Queríamos construir algo, modificar esa realidad que se llevó a Martín. Tuvimos la posibilidad de percibir y ver qué intereses había detrás de su muerte; no hubo nada de eventual e imprevisto, sino que era algo que iba a pasar inexorablemente, y que nos tocó tristemente a nosotros.
¿Se cruzó el límite, decís?
El límite se cruzaba permanentemente. Era como la ruleta rusa: alguna vez iba a salir el tiro… Cuando falleció Martín, a los dos o tres días, hubo una movilización en Lanús. Ahí me fui enterando de cómo funcionaba el boliche, quién era el dueño, y empezamos a desentrañar la cuestión… Puta, dije, si todo esto lo sabía todo el mundo, ¿por qué nadie hizo nada antes?
¿Por qué?
No puedo dar una explicación por otros, pero si en ese momento nosotros también nos callábamos, éramos cómplices. Y lo que es peor: éramos cómplices de la muerte de nuestro hijo. Entonces empezamos a darnos cuenta que toda la movida mediática iba a pasar, como todo, y que teníamos que actuar ya. Era diciembre y se venía la “feria judicial”, e hicimos rápido un acto en Congreso.
¿Cómo te trataron los medios?
Para mi sorpresa, bien. Todos se portaron muy respetuosos. La verdad es que si no hubiésemos aparecido en los medios en la manera que estuvimos, no lográbamos nada. Porque nos dio visibilidad y enseguida nos empezó a llamar gente para aportar datos, políticos para prestar ayuda… No sé por qué me dieron tanta bola si yo tenía un discurso que les era disfuncional a lo que ellos planteaban. Fui bastante al programa de Feinmann, en C5N, que debía darse la cabeza contra la pared después de cada charla conmigo…
¿Y esos contactos cómo los aprovecharon en pos de la causa?
Se dio la circunstancia de que nos llamó una persona que trabajaba en el boliche, que nos pasó información anónimamente. Me acuerdo que en esa época teníamos un cuadernito al lado del teléfono, para anotar lo que nos iban contando… Nos tiraron datos que nos permitieron hacer una reconstrucción, y ver que el caso de Martín no era una excepción sino que se acercaba más bien a la norma.
¿Y políticamente?
Nos empezamos a vincular con el tema de la ley. La misma semana que falleció Martín, nos llama Aníbal Fernández – en ese momento Ministro del Interior- y me cuenta que se estaba charlando una ley que regulase la actividad de los controladores de boliches.
¿A raíz de lo de Martín o por casualidad?
Ni una ni otra. Unos meses atrás había muerto un joven boliviano en el boliche Fantástico, de Once… Su caso no tuvo tanta repercusión por las características sociales del pibe, pero había alcanzado para empezar una ley.
Hasta ese entonces, ¿no había ninguna norma sobre la actividad?
No había nada, el vacío era absoluto. Esta ley, que se votó por unanimidad en Diputados, lo que hace fundamentalmente es crear el Registro Nacional de Controladores de Admisión y Permanencia – RENCAP-, que obliga a los tipos que laburan en esto a estar inscriptos. Y para estar inscriptos y registrados, el Estado establece una serie de exigencias: tenés que estar en blanco, presentar un certificado de antecedentes, un acta psico-física, y cumplir un curso de capacitación.
¿En qué se los capacita?
El programa educativo es oficial, aprobado por Provincia y por el Ministerio de Educación de La Nación. Básicamente se les instruye en conocimientos básicos de legislación, laboral y penal, porque nos parece importante que el tipo tenga consciencia de la discriminación como delito. También trabajamos con instructores del INADI y la Secretaría de Derechos Humanos en temas específicos. Eso sería el marco conceptual que les redefine el contexto en el que laburan. Después hay otros módulos que son más instrumentales: se los capacita en mediación, en cómo resolver conflictos, y también se les enseña lo que se llama una técnica de neutralización no violenta de agresiones físicas; lo último son talleres de primeros auxilios y prevención de catástrofes e incendios.
Recién mencionaste otra pata de la violencia, que es la discriminación.
La discriminación es un hecho violento, pero que está socialmente naturalizado. En gran parte de estas agresiones, en particular en la situación de los boliches, la discriminación es la antesala de una reacción física. Lo terrible es que la discriminación es parte estructural del negocio de la noche.
¿Dónde y cómo lo notás?
Uno de los empleados de La casona nos contó cómo el dueño del boliche los “entrenaba” para realizar esa tarea de discriminación de los clientes: les pasaba el video de seguridad y les sugería qué tarjetita le tocaba a cada uno. Después cada patovica debía aprendérselo por sí mismo. Por eso, el patovica no es más que quien debe neutralizar violentamente las reacciones de esa discriminación. Esto es lo nuevo que queremos agregar a la ley.
¿Qué específicamente?
En toda la cadena del manejo de la noche, el último eslabón es el patovica. La ley está hecha para regular esa figura, que no es la del verdadero responsable. Yo digo que es la ley de Obediencia debida al revés: los patovas quedan escrachados y los dueños y empresarios de la noche, que los mandan a cumplir tareas, no. Queremos ir sobre esa figura del dueño, y que sea responsablemente solidario con el patova.
Las leyes de nocturnidad – que restringen las ventas de alcohol fuera y dentro de los boliches, y que establecen una hora de cierre- también fueron criticadas por eso
Es que el problema es más complejo. Son una avance necesario e importante, sobre todo lo que tiene que ver con el tema del alcohol. Pero es como el caso del patovica: atrás de él hay todo un mundo que lo excede ampliamente y en donde el patovica es casi una anécdota.
¿Cuál es ese problema de fondo?
Hay dos o tres rubros fundamentalmente ligados a la noche y la violencia: el negocio del alcohol, la droga y la prostitución. El de la prostitución es grave pero quizá es más lateral. Creo que uno de los temas para avanzar es sobre el alcohol, porque si te metés con la droga terminás en un zanjón rápidamente. El alcohol es la principal adicción en la Argentina, y es el efecto más vinculado a la violencia. Hoy el Estado actúa sobre el pibe que consume y el tipo que le vende, pero si en Provincia tenés 200 mil bocas de venta, cualquier ley que propongas no tiene posibilidad de controlar. ¿No resulta mucho más fácil actuar sobre dos o tres empresas que producen y distribuyen?
¿Y cómo se da la pelea?
De la misma forma que visibilizamos la figura del patovica. Creo que mucho del laburo que hicimos tiene que ver con la condena social que ahora hay sobre esa figura, y un poco menos sobre la del dueño del boliche, que es más anónimo. El tema del alcohol es complejo porque está aceptado socialmente. Nosotros hacemos una serie de jornadas con alumnos del sur de la provincia y exponemos cómo las estrategias de marketing de estas empresas llevaron a que en los últimos 20 años se haya quintuplicado el consumo de alcohol en jóvenes. Mostramos cómo evolucionaron los avisos y cómo fue bajando el nivel de edad de consumo.
¿Qué les toca a los jóvenes como responsabilidad en todo esto?
Los pibes no tienen la culpa… los pibes reproducen el mundo que los adultos dejamos. En el caso de la baja de edad de imputabilidad, por ejemplo, yo puedo entender que es una cuestión compleja, que cambió el delito, que sería interesante charlarlo en fuero de responsabilidad juvenil… pero en algún punto los pibes son consumidores de un mundo que generan los adultos, en todo: los pibes no hacen leyes, ni fiscalizan, ni controlan, ni son dueños de boliches, ni tienen empresas. No hay un mundo más cruelmente organizando por adultos que el de la noche. Desde ese lugar creo que los adultos nos tenemos que plantear ese modelo social. No sé de que nos horrorizamos cuando los pibes reproducen nuestra violencia.
¿Qué frutos ves que tu lucha desde el 2006 fue dando en el tema de la noche y su reglamentación, en la consciencia de los jóvenes?
Creo que los cambios son tan pequeños que parecen imperceptibles. Todavía la ley ni se reglamentó, imaginate… Pero creo que sí hay frutos. Hemos armado dos jornadas con más de 200 alumnos de provincia, con quienes intercambiamos información e intentamos generar cierta consciencia. Creo también que pusimos el tema en el tapete, está en la agenda política. Yo a veces cuando voy a hablar con funcionarios los intento involucrar, les hago la cabeza: ésa es la única posibilidad de cambio real. Si vos no generás una convicción, avanzás solo. El día en que el Registro tenga éxito va a ser cuando un pibe que va a un boliche llame denunciando que un patovica no tiene la credencial. Es una construcción cuerpo a cuerpo. A veces mi mujer se enoja porque estoy hablando a las 12 de la noche con una radio de Monte Chingolo… Pero al tipo ese que está escuchando la radio, que nunca lo voy a ver en mi vida, yo le quiero contar y decir.
Oscar frunce el ceño, piensa. Sabe que es la última pregunta y también su chance de redondear una charla oscilante. Remata:
“Después de que la gente nos escucha, tiene que cambiar el modo de pensar sobre esto”.
Yo agrego: al menos despertarlo.
Lecciones de vida
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