Luego del paso del gobierno de Álvaro Uribe, ese que llenó de sangre las calles colombianas, nace un movimiento patriótico que busca desde los derechos humanos recuperar esa paz perdida. Aseguran no ser voceros de la FARC y hacen latir algo que pese mucho en algunas partes de esta Latinoamerica del siglo XXI: cambiar las estructuras, armar un mundo más justo.
Para los que nunca escucharon las bombas es difícil entender la guerra. Lo mismo para los que nunca vieron un cuerpo, o el sobrevolar de los aviones. En Colombia, en un río en el que se baña una nena, en la década del 90 flotaban los muertos. Si querés descifrar este país, arrancá por su bandera: amarilla por los recursos naturales, azul por el cielo y rojo, claro, por la sangre.
En 1986, en la nación del vallenato y de la cumbia, se fundó la Unión Patriótica. Era un partido político, que integraban el ELN (Ejército de Liberación Nacional) y las tan demonizadas FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Eran guerrilleros, comunistas, curas revolucionarios, obreros y obreras, y todos compartían un mismo frente, cuyo objetivo final era llegar por las urnas a gobernar. Duraron sólo hasta 1990. ¿Por un fracaso electoral? En parte. También porque en 4 años les mataron dos candidatos presidenciales, 8 congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y miles y miles de militantes. Fueron los grupos paramilitares, los narcotraficantes y las mismas fuerzas de seguridad del Estado. Se lo llamó “El genocidio de la UP”, pero nadie habla de él.
En realidad, alguien sí habla, aunque no son los medios. Porque, muy de a poco, en esta tierra de música y conflictos, las cosas fueron cambiando. Durante el Gobierno de Uribe, un gobierno con lazos paramilitares que, entre otras cosas, popularizó los “falsos positivos” (asesinatos de campesinos e indocumentados, presentados como guerrilleros para dar prestigio a la fuerza militar), un triste antagonismo dominó el país. “Si no sos de derecha, sos guerrillero”. Ahora, en cambio, y no porque el gobierno de Santos sea mejor, algo en la percepción pública se modificó. El alcalde de Bogotá, por ejemplo, fue combatiente del ex movimiento armado 19 de abril. Y, entre todas las saludables apariciones, la más novedosa de todas fue la de un nuevo movimiento político, que repite palabra con el anterior.
La Marcha Patriótica nació con el objetivo de demostrar que, en Colombia, también se puede luchar de veras por la paz. Con ellos, y con tantos líderes sindicales, de derechos humanos, ambientalistas, indígenas y patriotas, no sólo se vale ser “uribista o guerrillero”. También vale ahora, por citar un mínimo ejemplo, estar en contra del movimiento paramilitar. Indignarse con los cobardes que mataron campesinos con motosierras. Aunque, claro, por hablar de cosas como esa, los integrantes del nuevo sueño, que también condenan los secuestros, tengan que salir a aclarar: “No, compañeros periodistas, no somos los voceros de las FARC”.
¿Quiénes son entonces? Dice la definición que se dan ellos mismos: “La Marcha es un proceso convocado y alimentado por organizaciones sociales, populares, estudiantiles, sindicales, campesinas, indígenas, afrocolombianas, de mujeres, de trabajadores, desempleados, jornaleros y vendedores ambulantes. ¿Y qué piensan? Que “una nueva y plena independencia sólo es concebible mediante la transformación estructural de las desigualdades sociales que se mantienen inalteradas desde la misma colonia”, que la lucha debe ser para que todos los colombianos gocen de “tierra, trabajo y vida digna” y que el plan de gobierno debe “estar basado en la recuperación de la soberanía nacional”. Por eso, les dicen guerrilleros, por eso los insultan.
Que en gran parte de Colombia, claro, guerrillero es un insulto. “Pero los paramilitares, que también mataron, tan malos no son”. Y mientras en la tele, María la del Barrio insulta a Juan Fernando, algunos todavía piensan en la paz. Piedad Córdoba, por ejemplo, colaboró en muchísimas liberaciones de secuestrados. Pero el Senado la destituyó por presuntos “vínculos con las FARC”. En uno de los países del mundo más castigados por la violencia, el que más refugiados internos tiene, y con el antecedente del genocidio de la UP, la aparición de un movimiento político que, al menos, mencione la palabra “soberanía” ya es una novedad. Y no porque no haya habido siempre un montón de luchadores (¡A ellos los mataban!), sino porque la organización en un territorio tan hostil es sumamente compleja y requiere de un largo camino. ¿Cómo terminará la aventura de la Marcha? En principio, que empiece. Incluso los mismos colombianos a su país le dicen “Locombia”. Allí, en la cuna del realismo mágico, nunca se sabe muy bien qué puede pasar.