Italia desde adentro

Por Gerardo Giannotti, Licenciado en economía, desde Florencia, Italia.

La búsqueda del punto de partida es el desafío logístico más complejo para quien se proponga construir algo que se extienda en el espacio y el tiempo, ya sea un surco con un arado o un sistema para generar energía renovable, porque sobre esa decisión recaerá el peso de todo el proyecto. Aunque se trate de un apunte hecho sobre una hoja ya usada o de un núcleo sencillo pero compacto de ideas, nos referiremos a éste como al generador de la realidad que vendrá y que no nos está consentido ver, sino simplemente imaginar.

Probablemente, sólo los historiadores, los analistas o quienes tienen den su tiempo para reflexiones sobre el por qué, el si y el pero, se dedicarán a profundizar sobre las causas que han llevado a la determinación de ese comienzo; todo el resto de las artes y los oficios harán convergir su atención en los efectos y casi nadie se acordará de marcar con rojo el “t0” para indicar el momento en el que verticalmente recaen las responsabilidades.   

El tema nacional italiano no es el campeonato de calcio de Serie A, también gracias al parate forzado a causa de los compromisos amistosos de los “Azzurri”, sino, finalmente, nuestra situación civil. Todos hablan o hablaron de este tema, de un modo o de otro, no por un sentido de pertenencia recobrado, sino por las expresiones inaceptables de los índices internacionales que han proporcionado los mercados. Las variables financieras indicaban que habíamos llegado al final: si no lo hubiesen hecho éstas, con sus valores aclaratorios, tan tangibles incluso a la mirada más simple, no hubiese sido posible afirmar que el curso político del gobierno italiano había también llegado al final.

Fiestas, bailes, cantitos en la plaza, júbilo y alegría, porque, si bien es cierto que la situación en Italia es todavía gravísima (el rigor absoluto no es un exceso, sino una obligación), ya saber que no va a ser Berlusconi y su gobierno quien decida por los italianos trae alivio, renueva el aire viciado y rancio que hasta hoy era el único a nuestra disposición.

Pero los problemas no han sido de ningún modo resueltos. Al final de un verano exageradamente largo, seco y caluroso, parece que empieza un invierno que va a azotar rígidamente la columna vertebral y social del país. ¿Por qué? Simple: el dictatus al que debemos responder se funda sobre la palabra sacrificio y, puesto que debe tener una precisa connotación financiera y una elevada cotización en euros, se discute sobre las maniobras a adoptar, ya conscientes de que sus efectos no van a herir el ánimo que el pueblo es capaz de sacar a relucir en momentos de necesidad.

Pero, ¿y el punto de partida? Un nombramiento ad hoc, la de senador “de por vida” dela República “por altísimos méritos en el campo científico y social” con la que se benefició Mario Monti el apenas pasado 9 de noviembre.

La República Italiananecesita reconquistar el respeto que le incumbe, dentro y fuera de sus fronteras. Tendrá que afrontar el problema de la deuda pública y llevar a cabo las reformas estructurales que hagan posible la consolidación económica y social del país.

Por lo tanto, se habla de un nuevo gobierno: técnico, institucional, de concertación, de responsabilidad. El nuevo senador “de por vida”, al presentar su gobierno al Senado, lo definió como “gobierno de compromiso nacional”: los ministros nombrados son personalidades extra-parlamentarias, en cambio, el Parlamento sigue siendo el mismo.

Pero, en un sistema democrático en el cual el soberano es el pueblo, ¿no debería ser precisamente éste el que indique con su propia voluntad cuál es el camino a tomar? Claro, a la luz de los hechos quién podría pensar que el pueblo italiano no se haya jugado ya mucha de su capacidad de elegir, participar, buscar soluciones, alternativas, posibles resurrecciones, si ya son veinte los años de mala gestión política del país. Además, la ley electoral actual[1] no garantiza que futuras elecciones tengan el peso democrático que la clase política quisiera que tuvieran. Un lindo embrollo.

Si es demasiado fácil preguntarse por qué hasta hoy esa ley no haya sido derogada y, en su lugar, no haya sido diseñada una mejor, está aún más fuera de lugar reflexionar sobre el hecho de que, si la cifra de representantes del pueblo destinados a ocupar las bancas de las dos cámaras no es modificada ni revista antes de las próximas elecciones, el próximo parlamento será en números y en peso idéntico al actual. Entonces, me pregunto simplemente cómo se puedan vivir con un ánimo distinto, ni siquiera optimista, positivo, las potencialidades de este nuevo punto de partida.

Parece que nuestros dinosaurios aprendieron los trucos para evitar la extinción: ni el cambio climático, ni la caída de un meteorito, ni los desastres naturales lograron hacer menguar su hegemonía. Logran incluso elevarse ahora ornados con la aureola, explicando que los hay de tantos tipos: carnívoros, herbívoros y omnívoros, que no son todos iguales, que algunos de ellos son inocentes y que entre ellos hay alguno que cree en lo que hace, incluso y especialmente cuando cambia de bandera, luego de haber jurado que representaría otra. La política, que hace rato dejó de ser un deber y el fruto de un compromiso social y cultural, en este momento lucha por demostrar su propia utilidad, su cualidad eficiente, no obstante todavía se divida por comodidad o necesidad en rojos y negros, agnósticos, laicos y creyentes, buenos y malos. Pero en proyectos alternativos posibles en que confiar, aún no ha pensado.

Al pueblo le atan las manos las mismas formas de garantía sobre las cuales se funda nuestra República. De depurar no se puede ni hablar a causa de una imposibilidad de la lógica de la función democrática que prevé el derecho de indignarse, pero no el de rebelarse: como máximo se puede hacerlo en casa de amigos, sólo en broma, o en algunos casos, si tenés una familia que mantener y un valor ISEE[2] por debajo de los límites de la pobreza más absoluta. Exigir un precio por las responsabilidades y trasparencia en las decisiones y en las cuentas que tendremos que aceptar a la fuerza parece no entrar en la lista de nuestros derechos.

Nos queda una certeza: somos Italia, no Islandia, ni Irlanda; no podemos compararnos con la PenínsulaIbérica, porque ésta contiene a Andorra, Portugal y España, mientras que la Itálica, a nosotros, San Marino y el Estado Vaticano. No somos ni siquiera Grecia, mucho más al sur y al este. No somos tampoco Argentina, aunque tantos italianos hayan contribuido a construirla, para bien o para mal, donde el voto, además de ser un derecho, es sobre todo una obligación (“Ley Sáenz Peña” de 1912). Y visto que nuestro país es el país de Don Camillo y Peppone[3], todos sabemos que en la intimidad del cuarto oscuro Dios te ve, Stalin no[4].

 



[1] La ley Electoral italiana del 2005 fue impulsada por el gobierno de Silvio Berlusconi y reemplaza el antiguo sistema por uno proporcional mixto, de coaliciones, con listas de candidatos predeterminadas, con un premio para quien obtiene la mayoría (a una mayoría relativa en votos corresponde una mayoría absoluta en bancas).
[2] El valor ISEE es un indicador de la situación económico-patrimonial de una familia. Para su cálculo se tienen en cuenta el total de los ingresos del grupo familiar y las propiedades a nombre de cada uno de los integrantes tanto dentro como fuera del territorio italiano. Funciona como una declaración jurada y es obligatorio, ya que no sólo los impuestos, sino también los costos de inscripción en las universidades son determinados proporcionalmente al valor ISEE del núcleo familiar. 
[3] Personajes creados por Giovanni Guareschi que se volvieron famosos al llegar a la pantalla grande. Don Camillo, el cura del pueblo, y Peppone, el gobernador comunista, se ven envueltos en una contienda constante por quién logra captar más adeptos a la propia causa.
[4] Escena memorable en la que Don Camillo remata la frase dirigida a los electores “Dios los ve” con “y Stalin no”.

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