Por Guido Pacífico
Se jugaba la última fecha del torneo local. Para acaparar al lector, podríamos decir que el equipo del Flaco Roldán se jugaba el campeonato en los últimos 90 minutos, pero la realidad era que su equipo no peleaba nada, ni descenso ni los primeros lugares. Lo único que resultaba digno de resaltar, era el retiro del Flaco.
El Flaco era un recio zaguero central que, con sus 39 años, seguía intimidando a los atacantes de paso. Era la temporada número 18 en su equipo, todo un récord en estos tiempos donde los pibes prefieren ir a jugar con 14 grados bajo cero en Ucrania, antes que tirar un córner en La Bombonera. Toda su carrera la había pasado en el club de sus amores, a excepción de una temporada en México –sólo una, que según el mismo Roldán, en su momento había aceptado la oferta para poner con esos dólares un almacén una vez terminada su carrera. De regreso al club, reconoció que su paso por el país del Chavo no fue lo que esperaba, ya que luego comentó, en forma de anécdota, que los jugadores eran tan blandos que ni siquiera hacía falta pegarles para intimidarlos.
Porque si hablamos del Flaco, tenemos que hablar del juego duro que hacía temblar hasta los delanteros más pesados. De 18 temporadas en el fútbol local, lideró la tabla de tarjetas en 16. Vale aclarar que en una de las excepciones, jugó la mitad de los partidos y estuvo a tiro del primero. Pero fue este juego brusco el que le hizo ganarse un nombre en el fútbol argentino. Fueron sus patadas, empujones, codazos, y por demás artimañas las que impulsaron a más de un técnico de la Selección Argentina a llamarlo para disputar las Eliminatorias Mundiales. Aunque el Flaco reconoció que le hubiese gustado llegar a jugar algún mundial, para dejar su marca en jugadores de reconocimiento global. Algunos periodistas pensaban que si hubiese jugado en alguno de los equipos denominados grandes, hubiese tenido dicha oportunidad.
La razón por la cual mantuvo su nivel en tantos años a nivel profesional, fue que el mundo del fútbol lo tildaba del jugador más sucio. Y a él le encantaba. Eran pocos los osados que se animaban a tirarle un caño o algún firulete, porque sabían que la venganza podría llegar a tener daños irreparables. Y algunos ingeniosos – e ingenuos- esperaban los momentos finales del partido para poder hacerlo. Pero con el tiempo fueron aprendiendo que Roldán no olvidaba, y que la devolución de gentilezas iba a llegar en algún momento, así haya que esperar durante largos años.
Entre semana, se divertía mirando sus patadas, y advertía cuándo se le había ido la mano. Y una vez que se daba cuenta, buscaba por todos los medios comunicarse con el agredido. Con el tiempo aprendió que a los primeros lugares que debía llamar eran clínicas y hospitales. Porque cuando al Flaco se le iba la mano (mejor dicho, la pierna), se le iba en serio. Pero esto muestra que bajo el semblante de tipo duro, se escondía una persona sensible que se preocupaba por el bienestar de sus colegas. Tampoco podemos ser necios, y pensar que todos aceptaban sus disculpas. Se me viene a la mente el famoso caso del wing derecho de Argentinos, que aceptó sus disculpas las primeras 3 veces, pero cuando le partió la nariz en 2 partes, dijo basta. Y el Flaco veló por su salud, a tal punto que cuando se volvieron a enfrentar, solamente le cometió 2 faltas, pero sólo porque la jugada lo requería.
Pese a su juego, era un jugador muy querido en el ambiente. Tenía buen trato con sus compañeros, dirigentes, periodistas, e hinchas que le pedían que le firme las canilleras. Aunque algunos, quizás por envidia, se preguntaban si se llevaba bien con todos sólo por el miedo que inspiraba en los demás. Esta era la razón por la cual nunca contrató un representante. Quién mejor que él para pelear los contratos con los dirigentes. Quién mejor que el Flaco para llevar la cinta de capitán con tanta hombría y coraje. Quién mejor que Roldán para hacerle frente a las dificultades. Porque desde chiquito le dijeron que se tenía que dedicar a otra cosa; al vóley por su altura, al básquet por su espalda, o directamente a las artes marciales. Pero el tipo siguió, pese a ser, por lejos, el que más suscitaba risas entre las aficiones rivales. Recuerdo un partido contra Newell’s del año 97, en donde un plateísta le gritó: “Roldán, a vos te ponen dos medias de distinto color y te cagás a patadas solo”. Y la respuesta no tardó en llegar, de sus escasos 15 goles en toda su carrera, 2 los hizo en ese partido.
En fin, siguiendo con el relato, se jugaba esta última fecha. El club ya tenía preparada una gran fiesta para despedirlo, pero el Flaco, de bajo perfil, no quería nada de esto. Pensaba que las despedidas, partidos homenajes y otras yerbas eran para los futbolistas dotados que hacían, al menos, más de un gol por año. ¿Qué iba a hacer él en su partido homenaje? No le interesaba arreglar con el arquero rival para meter un gol de penal. Al final, terminó arreglando con los dirigentes la entrega de una plaqueta antes del inicio del encuentro.
Lanús, el rival de aquella tarde, peleaba un lugar para entrar a las copas, y salió a comerse crudo a su equipo. Y no se sabe si por la nostalgia de las últimas patadas, por estar pensando en el nombre que le iba a poner al almacén, o porque tenía que empezar a pasar más tiempo con su mujer, Roldán tuvo, acaso, su peor partido en su carrera profesional. El enganche rival, un pibe de las inferiores granates, lo bailó como ningún otro jugador en toda su carrera. Era una lástima que su último partido haya sido una derrota en su propio estadio.
Pero este resultado trajo una consecuencia inesperada; en la conferencia de prensa, Roldan declaró que al final tendría su partido homenaje el fin de semana siguiente. Lo decidió porque no quería que su último partido jugado fuese una derrota, y también por el bajísimo nivel individual mostrado.
Para el partido de despedida en homenaje al Flaco Roldán, muchas figuras de renombre se autopostularon para jugar. Y el mismo Flaco se encargó de invitar a su “rivales” de aquella tarde. En una muestra de sobrada hidalguía, entre todos los elegidos aparecían 5 jugadores de Lanús: un delantero, el enganche, dos defensores y el arquero. Al partido asistieron casi 30.000 espectadores, entusiasmados para darle la despedida a quien fuera el mejor zaguero que tuvo la institución.
El partido se jugaba amistosamente, inclusive había compañeros del protagonista que ni siquiera eran futbolistas. Por citar a alguno, el arquero que jugaba para su equipo trabajaba como periodista de radio. Transcurridos 25 minutos del partido, el encuentro amistoso ya iba igualado en dos tantos. Obviamente, uno de penal por parte de Roldán. En una jugada aislada, el enganche rival (aquel muchachito de Lanús) se escapaba sin marca por la punta, cuando de repente apareció Roldán y, tomando carrera, le propinó un planchazo criminal a la altura de la canilla que hizo volar al joven hasta fuera de la línea de cal. El Flaco se paró, fue hasta donde estaba el pibe, y le dijo: ¿Qué te pensás pendejo, que te ibas a salvar? Acto seguido, sin siquiera esperar una respuesta, encaró trotando para los vestuarios, mientras se escuchaba a la gente, que exaltada gritaba “Olé, olé, olé, olé, Flaaaco, Flaaaco”.