Dícese del obrero argentino

Breve repaso histórico por la conformación del obrero argentino desde 1880. La organización, la resistencia, las huelgas y los derechos atropellados en ese camino largo que se transitó como clase.

A la Generación del 80 -nos contaban en el colegio- pertenecieron personajes como Julio Argentino Roca, Carlos Pellegrini, Roque Saenz Peña y demás nombres que tanto nos abombaban los oídos en las aulas.  Durante este período de casi 40 años se viviría la consolidación del Estado nacional, un gran crecimiento económico basado en el modelo agroexportador  y  la inmersión en las relaciones capitalista. Pero algo más se gestó, y eso fue ni más ni menos que el origen de la clase obrera, no solo entendida como clase asalariada industrial, sino también como proceso ideológico en el cual sus actores pasaron a tomar como propias ciertas experiencias, reclamos y liderazgos. En estas líneas intentaremos hacer un pantallazo general de este proceso, para poder ver el nacimiento tanto de la conciencia proletaria como de sus condiciones de vida y resistencias.

Las industrias modernas vieron la luz en la década de 1880, pero solo 10 años más tarde empezarían a expandirse y a cobrar real magnitud para la economía nacional. Las nuevas oportunidades que ofrecieron la expansión del ferrocarril, la llegada de capitales externos en forma de inversiones y empréstitos, y la creciente demanda de productos debido al aumento poblacional, fueron aprovechadas de diferentes maneras por las economías regionales. Se especializaron en manufacturas basadas en los tradicionales cultivos agrícolas –por ejemplo: azúcar refinada y aguardientes en Tucumán o vinos en Mendoza.

Este esplendor se puede constatar en los censos nacionales de 1895 y 1914: se puede observar una duplicación tanto del número de trabajadores –de 174mil a 410 mil- como del número de empresas que se registran en la actividad industrial -22mil a 44mil-, a la vez de la quintuplicación de las inversiones[i].

Aun así, el carácter de estas industrias era esencialmente heterogéneo, hasta 1930 convivieron industrias de tipo taller como empresas de mayor tamaño. Como el historiador y economista Díaz Alejandro explica, “en las ramas que suelen instalar plantas técnicamente más complejas (como las industrias metalúrgicas), la mayor parte de la producción se llevo a cabo en pequeños establecimientos trabajo-intensivos (por ejemplo, los talleres de reparaciones de los ferrocarriles). Las actividades más modernas se ocupaban de la elaboración de alimentos: los grandes establecimientos frigoríficos, las fábricas de cerveza y los molinos harineros y azucareros”[ii].

Si la visión tradicional, como marcamos al principio, nos mostraba una Argentina basada en la exportación de materias primas, ahora el paisaje se nos hace diferente. A partir de 1899, la contribución del sector industrial al PBI nacional era del 14%, un punto más que la agricultura. Y tan solo tres años más tarde, superó en importancia tanto a la agricultura como a la ganadería, participando en el 20% de la riqueza.

Pero, ¿cuál sería el costo de precipitado crecimiento? Este recayó sobre las espaldas de los que menos tenían, de aquellos que iban a estar de sol a sol hacinados, produciendo, por un salario reducido. O sea, los obreros.

La historiadora Mirtha Lobato explica que “en 1897 un estudioso de los trabajadores de la Argentinaescribía sobre las condiciones de labor y remarcaba las pésimas condiciones existentes tanto en Buenos Aires como en el resto de las provincias, en particular en el Norte (…) Esa explotación de los trabajadores se realizaba tanto con el fin de tener peones baratos, disciplinados y dispuestos a soportar todas las ignominias de los industriales y sin derecho a protestar”[iii]. Los industriales tenían el poder y abusaban de esto para lograr aumentar sus ganancias. Mientras tanto, las ciudades se poblaban de trabajadores, tanto del campo como del extranjero, viviendo en las situaciones más extremas. La imagen del conventillo recorre hasta hoy la visión de una Buenos Aires pasada, donde hasta el último centavo valía para alimentarse, y bajo un techo convivían tantos como entraban.

Si mencionamos las bajas condiciones laborales y la explotación, es necesario remarcar sus resistencias, las formas que se desarrollaron el enfrentamiento entre capital y trabajo; ya que poco realista sería creer que el proletariado se mantuvo inerme frente a las desigualdades.

Hasta 1880, al ser la producción predominantemente artesanal, los trabajadores calificados tuvieron gran poder de negociación gracias al control del conocimiento del proceso productivo. Sin embargo, al empezar esta nueva época se empezaron manifestar diversas modificaciones en las relaciones de poder fruto, por un lado, de las transformaciones en la organización del trabajo, como también por la llegada masiva de inmigrantes, engrosando la oferta de mano de obra.

El aumento del trabajo no calificado, el aumento de la cantidad de obreros en una misma fábrica y demás, originaron el surgimiento de dos elementos claves para la resistencia ante el capital: la huelga, como herramienta principal de manifestación, y las Sociedades de Resistencia, como núcleo de representación de las demandas, que podían asumir la forma de gremios, sindicatos, sociedades de ayuda mutua, centros culturales; etc.

Será a partir del nuevo siglo cuando harán su aparición las Federaciones, que aglutinaban diferentes gremios, entre los que se destacaronla Unión Gremial de Trabajadores, la Confederación Regional Obrera Argentina y la Federación Obrera Argentina entre otras.

En cuanto a los reclamos, “la mayoría estaban dirigidas a pedir aumento de sueldos, aunque también se observan reclamos para que los pagos se hicieran con mayor regularidad y para eliminar el trabajo a destajo. También vemos pedidos para anular multas y evitar la reducción de salarios. El segundo grupo más importante de demandas tienen que ver con [disminuir] los horarios de trabajo”[iv]. A esto se deberán sumar aquellos relacionados con la mejora de la situación de las mujeres trabajadoras como a su vez, aquellas manifestaciones de solidaridad con ciertos gremios, en rechazo a la represión de determinada huelga, el encarcelamiento de algún militante obrero; es decir, aquellas ligadas a la solidaridad obrera, que tuvieron su auge a partir del 1900.

Huelgas por mejoras salariales o materiales, por solidaridad; hacinamiento, malas condiciones laborales, explotación, abuso, desvalorización del trabajo femenino. Este cuadro de fines del siglo XIX y principios del XX, parece transpolarse a la realidad actual. Solo nos queda preguntarnos, cuánto faltará para que esto sea en exclusivo parte de un pasado superado.



[i] Korol, Juan Carlos; “Industria (1859-1914)”. En Nueva Historia de la Nación Argentina. Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Planeta, 2000. Pp. 13
[ii] Díaz Alejandro; “Etapas de industrialización en Argentina”. En: Ensayos sobre la historia económica argentina. Buenos Aires, Amorrortu, 1975.
[iii] Mirta Zaida Lobato: “Los trabajadores en la era del “progreso” en Mirta Zaida Lobato (directora): El Progreso, la modernización y sus límites. Colección Nueva Historia Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2000. Pp. 469
[iv]Roberto Korzeniewicz: “Agitación obrera en la Argentina” en Latin American Research Review, Vol. XXIV, Nº 3, 1989. Traducción de la cátedra (edición OPFyL, 2005). Pp. 10.

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