Conservando el mismo estatuto que mantiene desde su fundación, el club CUBA no permite que las mujeres sean asociadas ni que entren a la sede central de la institución. «Al que no le gusta, se va o se transforma», dicen las autoridades y sus socios al respecto de esta increíble decisión.
En la puerta del club, luego de negarse la entrada a dos periodistas que sólo querían un argumento valedero, los socios entran y salen. Es un viernes, está nublado y la vida en la institución es movidita. Dos muchachitos de unos quince años se cruzan con unas preguntas y responden: “Ni idea por qué no dejan entrar a las mujeres. Es así desde hace mucho tiempo. Pero la verdad, si me preguntas por qué, no sé qué decirte. Igual, hay otras sedes en donde pueden entrar”. Es un club de misterios. Difícil es encontrar información certera, objetiva y global. Una página web que cuenta una historia de colores y que promociona con la vieja técnica del autobombo todas sus increíbles actividades. La historia de humo de CUBA no es la del presente, la que transcurre hoy por la no acción, por el no cambio, palabra tan temida por el Club, palabra que, insólitamente, desemboca en una regla inentendible: a su sede central no pueden entrar a mujeres y, tampoco, pueden ser socias.
Desde su fundación en 1918, no se ha cambiado ni una coma del estatuto. En sus páginas siguen dejando de lado e ignorando procesos como el profesionalismo en el deporte, o bancando el amateurismo, que limita al deportista a no dedicar su vida al deporte. Pero eso, no es poco. Todavía, la falta de cambio es más terrible. Ni el rugido de unas Leonas que retumba en cada rincón, ni los avances a pasos agigantados de la mujer en el deporte hace más de 20 años, han cambiado el ritmo de CUBA, que no parece vivir en esta realidad, ya que no permite a las mujeres ser socias y, mucho menos, ingresar a la coqueta sede principal de Viamonte. La mujer sólo puede ser socia adherente por vinculo familiar, y aquella que lo es por vinculo familiar no goza de todos los privilegios.
Desde el mundo CUBA nada parece argumentarse, más allá del entendimiento de una postura tradicionalista, aristocrática y vacía. Nadie responde cuando se pregunta por la exclusión de la mujer. Una y otra vez, por arriba o por abajo, por derecha o por izquierda, se niegan todos los tipos de comunicación. En CUBA nadie responde. Surge entonces como protagonista principal el socio. Elemento desnudo que pone la comisión directiva para protegerse. “Los socios quieren esto”, dice la frase impune.
Un hombre, supuestamente, maduro, con más experiencias vividas, sale del club. Con una gaseosa en la mano, con el suéter colgado al hombro, de paso canchero y rogando una juventud que ya pasó cuenta: “Si, es así, no pueden entrar. Es más, la arquitectura del edificio no las incluye, aunque pudieran entrar el edificio no está construido para que entren. Es así desde hace mucho tiempo, es una tradición. A mí me da igual realmente. Si eso se cambia a futuro o no, me da lo mismo. Que la mujer entre o no, que pueda ser socia o no, a mi no me cambia en nada”. En CUBA reina una intrascendencia total. Característica Premium del club: ser intrascendente a procesos de inclusión históricos.
Dos hombres, uno más joven que el otro. De unos 45 y 65 años cada uno. Charlaban con cierto gesto amistoso. La pregunta fue dirigida al más joven: “¿Qué piensa acerca del tradicionalismo del club?”. Intentó construir un argumento esbozando unas pocas palabras que se vieron interrumpidas por el hombre mayor: “Está perfecto”. Ruido. Un poco más allá fue la pregunta: “¿Piensa que está perfecto el papel que le da el club a la mujer?”. La respuesta: “Esta aún más perfecto”. Mucho ruido. La tercera pregunta salió sola, escupiendo bronca:
-¿Porque dice eso?
-Porque sí pibe, las minas acá lo único que harían es romper las pelotas. Las minas hacen eso, hinchan las bolas”.
Basta para mi, basta para todos y todas. Si debiéramos juzgar por lo hecho a lo largo de los 92 años de vida del club, este personaje tiene razón. Este señor de 65 años de tradiciones representa al Club de universitarios. La pregunta es: ¿de qué universitarios hablan?
Si se busca algo diferente, y hubo que buscar un rato largo, se encuentra. Incluso, en CUBA. También están esos socios que no se sienten representados por una comisión, integralmente conformada por hombres. Alzan su voz y dicen: “No tengo mucha idea del club realmente. Será porque nunca me sentí parte. Nunca jugué al rugby ni participe de las actividades que el club promueve. Soy socio por mi viejo y nada más Yo no me siento parte, me gustaría que haya un cambio radical en algunas cuestiones, pero lo veo imposible. Además, al venir de familia judía las cosas son más difíciles, el club tiene una postura muy católica”.
En un último intento de encontrar una razón alguien del otro lado levantó el tubo, un empleado de la secretaria. Sin hacerse cargo, con voz de: “Yo sólo soy un empleado”, se solidarizó y contó: “Es un tema estatutario. No hay ninguna explicación. Porque se le cantó a los fundadores. Porque si”. Está claro, no hay razón alguna.
Los testimonios de los socios son elocuentes y concluyentes. La comisión directiva, los poronga del club, se esconden atrás de ese socio que con un estúpido sentido de pertenencia defiende un costumbrismo por costumbre. Cuando la costumbre se defiende por el sólo hecho de ser costumbre es cuando se pierde el valor de la misma, no hay discusión, hay arbitrariedad. Es así como la mujer todavía no encuentra su lugar en CUBA, club histórico del país, de excepcional e innegable calidad de instalaciones para la realización del deporte. Decimos todavía, porque el cambio se puede negar pero no se puede evitar. CUBA, club de aristocráticos, no representa a ningún universitario. Representa, entre otros, a aquellos que no quieren admitir que la mujer está más viva que nunca. Qué el deporte las abraza cada vez más, y ellas, victoriosas, sonríen.
Club cerrado por tradiciones
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