El Lobo Ledesma tiene 18 años de carrera, nueve clubes en cuatro ligas distintas y algo que lo único: su estilo. A los 36 años, mientras disfruta sus últimas semanas de fútbol, aún respeta ese hábito del toque. «Yo me puedo preparar de la cabeza, pero cuando llegue el momento no hay fórmula», dice sobre el retiro, ese mal que asusta a todo jugador.
El frío se siente en los huesos en esta mañana en Moreno. Es lunes, el cielo plomizo parece más cerca del piso que de costumbre y el plantel de Argentinos, que viene de perder el sábado en la última jugada tras una falta mal cobrada, corre en grupo por dentro del predio de la Unión de Trabajadores Argentinos, en algo que los periodistas deportivos suelen llamar trabajo regenerativo. Primero en la fila de ese puñado de jugadores, con un gorrito de lana para que la pelada no sufra el fresco, va el Lobo Ledesma, sus 36 años y sus infinitos pases cortos bien dados. Si nosotros, que no tenemos auto, que ni pasamos los 300 partidos en Primera, que no estamos cerca del retiro porque nunca estuvimos activos, tenemos más ganas de estar en casa que acá, la pregunta surge sola: ¿De dónde salen las ganas para venir desde Pilar a Moreno a entrenar? “Es difícil a esta altura. Son los días que más cuestan. Ahora trato de disfrutar el vestuario, de tomar mate con mis compañeros, de intentar dejarle algo a los más chicos. Y también de esperar el partido del domingo. Pero la verdad es que hoy en día lo que más disfruto es la semana: eso es lo que me mantiene en pie y me da ganas de seguir. Mis compañeros, los chicos, los utileros. El vestuario. Eso es lo que me impulsa”, contesta el Lobo, un jugador de fútbol de los que ya no quedan.
Ledesma tiene 18 años de carrera, nueve clubes en cuatro ligas distintas y algo que lo hace único: su estilo. Campeón con River, San Lorenzo y Olympiakos de Grecia, siempre que entró a una cancha entendió que esto del fútbol es un juego al que se juega. Es algo que lleva como hábito. “Cuando era chico mis recuerdos son que estaba todo el día con la pelota. A los diez años ya estaba jugando a la pelota en Atlético Boulogne. Era el club de mi barrio, donde se jugaba al baby. Nos quedaba cerca, era lo más fácil. Después sí arranqué en cancha de 11. Soñaba con jugar en un equipo grande, tenía esa ilusión. Hacía el sacrificio de ir a entrenar, de hacer el bolsito, tomarme el tren y el colectivo y que mis padres me acompañen. A veces no podían venir porque no alcanzaba para pagar más boletos. Son un montón de recuerdos que trato de resumirlos y que al haber llegado y vivir de esto tiene mucho más valor”, explica recién salido de la ducha, con la correa del morral atravesándole el pecho. Es un día especial para él, como lo serán todos desde ahora hasta diciembre: son los últimos meses en los que hará lo que hizo desde que tiene memoria: compartir un vestuario, pensar en el partido que se viene el próximo fin de semana, ponerse la ropa que le da un utilero. A fin de año -“seguramente”- el mediocampista dejará las canchas. “El fútbol me dio todo. Me hizo crecer como persona, me hizo conocer lugares que sino no hubiera conocido nunca, hizo que mi familia también conozca sitios en los que nunca hubiera estado si no fuera por el fútbol. Me dio la posibilidad de crecer en todo sentido. Esto es recíproco: el fútbol me dio mucho a mí pero yo le dí mucho al fútbol. Cuando uno va e insiste en algo seguramente las cosas llegan”, asegura mirando a los ojos.
-¿Vos qué sentís que le diste al fútbol?
-Tiempo. Mucho tiempo. Como cualquier jugador. A los 15, 16 años uno quiere empezar a salir y tiene que reprimir todas esas ganas porque tiene un objetivo claro, una ilusión por la que pelear. Las dos cosas no se pueden hacer. Me perdí cumpleaños, muchas cosas familiares por tener que estar concentrado, por tener que viajar. Es mucho sacrifico, pero también recibí mucho.
-¿Pensás cómo será el día que no te levantes a la mañana para venir a entrenar?
-Todos los que estamos grandes vamos pensando que se acerca el final y que ya hay sensaciones que no las vas a sentir más. Obviamente yo me puedo preparar de la cabeza pero cuando llegue el momento no hay fórmula. Uno tiene que saber asumirlo, terminar una etapa y saber que la vida sigue con un nuevo desafío. Es difícil. Muy difícil. Te pueden decir lo que vas a sentir: que el lunes a la mañana te vas a sentir raro, que el martes a la mañana vas a seguir en tu casa, que el miércoles ya estás mirando qué vas a hacer. Son sensaciones que uno va tratando de asimilar pero hasta que no lleguen no las puedo sentir. Estoy tranquilo porque sé que vengo pensando mucho en eso. Quiero terminar de la mejor manera posible y cerrar un ciclo sabiendo que hay otras cosas también.
-¿Qué hay?
-Mi familia, mis amigos. Sin ellos no hubiera podido hacer la carrera que hice. Mi esposa, mis hijos, mis padres, mis suegros. Todos me apoyaron en los momentos buenos y malos.
-¿Y después del retiro?
-Yo sé que voy a ser técnico. Es algo que quiero, que me gusta. Por eso estoy haciendo el curso. Tengo amigos como el Chino Saja o el Pela Aguirre que podemos ser un cuerpo técnico a futuro, aun no lo tengo definido. Me estoy preparando porque sé que es un lugar muy difícil y hay que estar muy bien formado.
-¿Después de todo lo que viviste, por qué querés ser técnico?
-Porque es lo único que se hacer. Me gusta el fútbol, me gusta el día a día que se vive acá. Me gusta estar con los chicos y enseñarles, transmitirles lo que a mí me paso. Obviamente que ser la cabeza de un grupo no es fácil, pero creo que puedo hacerlo. Trataré de sacar lo bueno y lo malo de cada uno de los que tuve. Ramón a mí me ha dejado muchísimo: fue el técnico más importante en mi carrera porque viví los mejor momentos. Pero el Bichi Borghi o Sabella, que lo tuve con Passarella, son técnicos que te dejan muchas cosas.
El Lobo, como se ve, es fútbol. Si hasta el apodo que lo marcó toda su vida –y que como suele pasar en el mundillo de la pelota, también heredaron sus hijos- se lo puso un técnico de baby, en Boulogne, que a todos los pibes les ponía un apodo de animales y a Ledesma le toco lobo por sus ojos grandes y negros y profundos. “Increíblemente el otro día fui a jugar un partido a beneficio y mientras me estaba cambiando vino un hombre y me dice: ‘afuera está Miguel, un señor que dice que fue el que te puso Lobo’. Y era él, que fue mi técnico en el baby fútbol. Estuvimos hablando. Fue algo muy lindo. El baby potenció mi forma de jugar. Yo creo que ya tenía este estilo, pero el baby es algo importante para los chicos. Te da cosas que no te las da el césped: la cancha rápida, la pelota chiquita te dan otras cosas”. No hace falta ser un estratega para saber cuánto cambió el fútbol desde 1997, años del debut de Ledesma con la camiseta de Argentinos, hasta hoy. Él, sin embargo, no modificó nada: ni su aspecto físico, ni su peinado, ni sus principios ni su manera. “Siempre lo hice así. Juego así. Hay técnicos que me han querido cambiar, que me pidieron que le agregue el juego largo, algún pelotazo. Sinceramente, es algo que podría haber incorporado. Pero nunca lo pude hacer. No lo hago porque así es mi manera, puede ser que sea una contra. Pero en otros momentos me benefició mucho porque me ha dado lugares importantes. Me gusta tener mi propio estilo, la verdad. A esta altura, ya no lo puedo cambiar. Juego corto y juego corto. No me gusta tirar un pelotazo, ya no lo voy a hacer. La etapa en la que lo podría haber cambiado ya pasó. Por ahí a esta edad, sabiendo que los chicos son más veloces, trato de resolver más rápido. Eso sí”.
-¿En Europa te hiciste lugar con este estilo también?
-Yo llegué hace diez años a un fútbol alemán que no era como el de ahora. En Alemania han cambiado mucho: era un fútbol fuerte, donde no se jugaba por abajo, donde los centrales no se le pasaban a los volantes sino que salteaban las líneas y se la tiraban directamente a los 9 grandotes. No era mi juego. Traté de adaptarme pero me costó muchísimo. Había que jugar más fuerte, más brusco, el mano a mano había que ganarlo sí o sí. Hoy el fútbol alemán es más vistoso. Tanto Alemania como Grecia son culturas muy diferentes pero como persona me han hecho crecer muchísimo. Cuando llegás te parece que hablan en un idioma que va a ser imposible entenderse, pero te vas acostumbrando. En un momento hasta entendés el idioma. Creo que pasa por las ganas de abrir tu mente, de captar las vivencias y de vivir en ese lugar.
-¿Hay alguien que juegue como vos en el fútbol de ahora?
-A mí me gusta mucho Cirigliano. Hoy no está jugando, pero me parece un gran jugador. Me veía reflejado en él, cuando estaba en River hablaba mucho con él. Es mucho más fuerte que yo y tiene mucho más despliegue, pero tiene características mías. Está pasando un momento difícil, pero cuando juegue lo va a demostrar.
Ledesma es categoría 78, algo que en La Paternal es un sello: Juan Román Riquelme, Nicolás Cambiasso, Sucha Ruiz y Mariano Herrón son algunos los apellidos más famosos de esa edad que surgieron del Semillero del Mundo. Hasta eso pudo elegir el Lobo: después de marcar su primer gol con la camiseta de River, en un Monumental repleto que festejaba el primer título millonario tras el regreso a la A, el volante optó por volver al club que lo formó para dar ahí sus últimos pases. “Termino donde arranqué, que eso es lo que yo elegí. No todos tienen la posibilidad de elegir donde terminar la carrera. Yo quería que sea en Argentinos, el lugar donde empecé. Vine, jugué, ascendimos, el equipo se queda en Primera. Más que eso no puedo pedir”, confiesa.
Le salió redondo el último capítulo, porque tuvo al mejor socio: Riquelme. “Este final de carrera que tuvimos con Román fue increíble. Mi papá es muy amigo de Cacho, el padre de Román. Venían a vernos ahora y era algo raro, porque cuando éramos nenes nos venían a ver en inferiores. Son amigos desde esa época, hace veinte años. Ahora –repasa en su cabeza y cuenta- nos veían desde la platea, retirándonos, ya con una carrera hecha. Era una sensación muy rara pero linda. Mi viejo me acompañó a todos lados. Las generaciones van pasando y ahora me tocará acompañar a mi hijo como lo hizo mi papá conmigo. Obviamente que lo de mi viejo fue mucho más valorable porque teníamos menos posibilidades, había que subirse al bondi y viajar dos horas. Ahora yo puedo agarrar un auto y llevarlo a donde quiera”.
-¿Tus pibes juegan también?
-Tengo dos varones. El más chiquito, que tiene 10, dice que va a atajar. Que es arquero. El otro, de 13, juega. Increíblemente juega de 5 y lindo. Está jugando en el barrio. Está todo el día con la pelota. Es muy parecido a mí, pero todavía es muy chiquito. Le digo que se divierta, nada más. Cuando puedo voy a verlo. Se que cuando deje de jugar es algo que voy a poder hacer siempre y eso es algo que quiero hacer, porque de ellos me perdí muchas cosas.