Por Los de Arriba las manos.
La agenda marca los temas, ¿pero quién marca la agenda? Tendemos a medir todo. Ponerle un número basta para pensar que eso nos permite dimensionar algo hasta agotarlo. Lo que sea que nos permita pensar que comprendemos algo sobre algo, sentirnos tocados por ello, nos desafía cada día desde que en alguna parte del mundo pasa algo. Y necesariamente dar cuenta de la noticia, de lo que nos llegó por intermediarios, de que sabemos, de que oímos, de que opinamos, de que somos, a veces nos pone a destajo.
La deuda externa, las reservas de un Central, la transgénesis, los commodities, las pateras, bolsas de valores y los climas: todo va de la mano. Si como dicen somos piezas mecánicas de un engranaje cuyo resorte en general ignoramos, todas las semanas eso se engrana en el Mediterráneo. El numero de la que pasó fue 900, el número oficial. Vaya a saberse cual fue el real, cuál fue el de la anterior o el de la que está por llegar. Cada tanto, esta noticia reaparece, cobra tapa y contratapa, cita voces de expertos en toda trama, y vaya catarsis social -aunque la repitencia sea indicador de que nada cambió y difícilmente vaya a cambiar.
Listados innumerables de responsables y cómplices quedan a la vista, pero pocas veces se profundiza sobre los verdaderos causantes. ¿Cómo pensar qué es lo que motiva y maltrata procesos migratorios que terminan tan mal? Difícil intentar reunir aquí los infinitos procesos sociales, políticos, humanos, que terminan impactando sobre la decisión personal de migrar bajo estas condiciones, poniendo en juego la vida y todos los elementos que lo impulsan. Escribir sabiendo como terminó esta historia ya nos hace responsables, al menos, de pensarlo.
Una cosa va atada a la otra y hay dinámicas que los que mencionan al sistema financiero, a la falta de regulaciones, a las fronteras selectivas, a los demonios de esta era –los internos, a los de la propia felicidad surgida del poder de compra frente a la desinversión en educación y salud en general y mucho de lo que hace a la falta de oportunidad, hace tiempo ya empezaron a cuestionar. Fueron ellos quienes nos pasaron el siguiente consejo: que no volvamos a leer sobre las desgracias ajenas sin derecho a exigir algo.
Exigir información con algún trasfondo para no convencernos que con un aumento de presupuesto en los organismos que ya provocan todo va a haber genoma de cambio. Porque si se habla de migrantes africanos y de costas europeas, casi seguro conversamos de naufragios. Ya que cuando encima llegan enteros, a unos los contratan rápido para el trabajo sucio, y a los que sobran, a los chanchos.
Porque son dinámicas de migración fomentadas por países envejecidos que ya ni procrean y por tanto claman infancia ajena, que combinadas con realidades expulsantes sólo se explican si le prestamos atención a determinantes que alarman. Uno de ellos es el control de los recursos naturales, no tanto por parte de los Estados extranjeros sino por empresas multinacionales que con base en aquellos no dejan ni una miga en los países expoliados. Entonces no hablemos de tragedia sin nombrar la letra chica del rol de la Organización Mundial de Comercio, de las lógicas de patentamiento y de los tribunales internacionales donde luego se juzgan los reclamos. Es allí donde aprieta el nudo para entender estas lógicas causales.
Expectativas de futuro también falsas se postulan desde medios que omnipresentes, nos vienen colonizando con valores extranjerizantes. Cable a tierra/tierra a tele y publicidades hasta en el plato, instalan modelos y seducen permanentemente a cruzar el Mediterráneo. Eso porque no están reguladas, ni los medios ni las proclamas, que apelando a una falsa libertad de expresión y de mercado, cuando se intenta equilibrar la balanza, como se dice, golpe blando.
Y la falta de trabajo, las guerras tan mentadas, los conflictos civiles que desde lejos dos o tres fotos ya consagran, en realidad, excepto la primera, suelen ser exageradas. Que existen, existen, pero no para agasajarlas tanto. Es que si a un medio continente se le define la política económica desde un banco central en je sui Francia, y se le devalúa la moneda cada vez que algún despierto por la deuda externa reclama, si se la ata a un tipo de cambio redituable solo para los acreedores de la banca y no prestamos atención a los índices de los países atados al franco CFA y su eterna colocación entre los Países que Menos Avanzan (ONU) en realidad… ¿qué esperábamos que pasara?
Que si de los acuerdos y las bases militares, del posicionamiento estratégico armado norteamericano, de los 12 millones anuales para el ACRI, el AACOT y otras transas nunca escuchamos nada; de que financiados bajo el lema del terrorismo y la trata, metales, óleos y agua se negociaron, no es que justo se olvidaron de contarlo, es que son intereses locales y extranjeros los que se la están jugando. Y no es caerle sólo a la prensa, es que se arrogan el sentido de informarnos, cuando si analizamos sus componentes accionarios vemos que son los mensajeros de todo ese conglomerado.
La prensa hegemónica matiza y las instituciones fronterizas ejecutan lo que otros cargan en contenedores. Es que, si como dicen, hay que poner un límite, que eso quede lejos de todo lo que genere conciencia de masas. Pero como el mar no calla ni traga, si los que televisaron a los muertos nada de esto nos mencionaron, entonces será tarea nuestra ver qué verdaderamente pasa y por qué de las orillas no pasaron. Porque si tras esas 900 no se habla de los Acuerdos de Tampere, de la Cumbre de Sevilla, del espacio Schengen, de FRONTEX y de sus trampas, entonces nos perdimos entender cuál es la verdadera trama.
Pretendíamos saber de todo, y eso nos llevo a saber de nada. Pero quedó algo que aún recordamos, y vaya carga. Que si los cuerpos sobre el agua normalmente flotan, que 900 se hundan es que de algo van cargadas. Que si los muertos traficaban, simplemente era sus almas. Almas que se hundieron por el peso del antinomio, del flúor y el germanio que cargaban, por el uranio francés que hay en Níger, por el manganeso, el oro y el cobalto del Sahara.
Que si el fósforo del Occidente tras el muro o el vanadio alemán de Burkina Faso hablaran, lo mismo el gas hoy de Bolivia o el petróleo yankee de la Guayra, nos contarían que a las aleaciones industriales y a la aeronáutica le viene faltando lo que los gringos tanto arañan. Y que si se les caen los negociados, se les viene abajo la industria pesada. Porque se les acaban los recursos sobre los que consolidaron una industria sumamente calva, y que para esto se armaron durante tantos años: para cuando les escaseara.
No queda otra que sacudir el polvo de las tapas para buscar quiénes son los dueños de las minas de donde todo aquello se extrae; no es más que indagar cómo consiguieron esos papeles o cómo se negociaron leyes hasta parirlas constitucionales, para entender que a los trabajadores no los amparen derechos o que desde lo impositivo no se recupere nada de lo que sale.
¿Qué vamos a decir que usted no sepa, excepto un dato ineludible? Sobre cómo se vulnera el derecho al refugio, sobre como se deslocalizan los controles, de eso mucho no se esgrime. De cómo en medio del desierto pagás o no sos nada. De cómo en algunos países, hasta intentar emigrar es considerado falta. Y no olvidemos que en Ezeiza, sin sellito o pasaje de vuelta no subís ni aunque lo valgas.
–¿Y el artículo 13 de la declaración universal? ¿Y el derecho a salir de cualquier país, incluso del propio?
–«Yo solo cumplo mi trabajo» – dijeron los de la seguridad privada.
Y todo para decir nomás que si nos la vuelven a contar sin citar los PEAS de ajuste estructural o que al 73% de las fronteras las dibujaron los mismos europeos repartiéndose la riqueza por la que ahora no los dejan entrar, lo que están buscando, en el perpetuo ninguneo de los propios protagonistas -a los que no se los escucha, sino que se los indaga-, quizás sea distraernos de lo que pasa en realidad.
Es que si esperamos que nos la cuenten sin matices, es el autoengaño el que nos habla. Y si solo culpamos al otro por no enterarnos de nada, a los medios o a los canales de la pavada, también somos funcionales a todo lo que nos empaña. Por eso no vamos a decir que todo esto en realidad no sirve de nada, porque lo que está pasando lejos, nos deja ver qué tal por casa. Porque acá también flotaron cuerpos, y de acuerdo a algunos, no pasaba nada.
Cerramos con lo que nos dijo un amigo no hace tanto, antes de emprender su viaje por el Sahara. Que si nunca mas de él se supiera, que no sea en vano, que se hablara. Por suerte en el sur del sur del mundo todos nos pusimos de acuerdo en algo, y es en lo que la Ley de Migraciones dice: que migrar, como debe ser, es derecho humano. Y que si al dar vuelta la página, las injusticias no se arreglaron, que del otro lado no se silencie lo que le pasó en el taller clandestino de Flores a los hermanitos bolivianos.
Archivo por meses: abril 2015
Vende o Alquila
Por Los economistas con los cordones desatados
En la Ciudad de Buenos Aires la ecuación no cierra: somos una población que ha mantenido un número estable de habitantes en los últimos 50 años, se construyen 12.000 potenciales viviendas por año y cada vez es más difícil acceder a una vivienda digna. ¿Qué pasa en el mercado inmobiliario? ¿Por qué hay gente sin casas y casas sin gente casi en la misma proporción? ¿Qué hace el Gobierno de la Ciudad al respecto?
Las PASO del pasado fin de semana, muestran una alta aprobación a la gestión del PRO en la Ciudad de Buenos Aires. De confirmarse este resultado en las elecciones generales, implicará la continuidad de un modelo de ciudad que deja afuera cada vez a más personas en lo que hace a vivienda.
GENTE SIN CASA
En 2013, 56,8% de los hogares era propietario de la vivienda y el terreno, la población inquilina superaba el millón de personas, 32%, y el 8,5% ocupaba su vivienda de manera irregular (2013, Dirección Nacional de Estadísticas y Censos, GCBA).
De acuerdo al último diagnóstico socio-habitacional elaborado en 2013 por el equipo dirigido por Carla Rodriguez, del Área de Estudios Urbanos del Instituto de Investigaciones Gino Germani, 1 de cada 10 hogares porteños sufre hacinamiento (más de 2 personas por cuarto), que es un indicador de NBI (Necesidades básicas insatisfechas). Debido a sus condiciones de pobreza estructural, cada vez más familias deben recurrir al mercado informal de alquiler de piezas en inquilinatos y hoteles en villas, asentamientos, o barrios del centro y sur de la Ciudad, que aunque informal no representan menores precios.
En el 2013, 140.000 personas (4,6%) vivían en hoteles en condiciones de precariedad, y actualmente las Comunas 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Montserrat y Constitución), 3 (Balvanera, San Cristóbal) y 4 (Barracas, La Boca, Nueva Pompeya, Parque Patricios) amontonan los mayores porcentajes de alquiler de piezas en inquilinato, hoteles, pensiones, o en villas y asentamientos.
Entre 2001 y 2010, la población residente en villas creció un 58% según el censo nacional, registrando una población de 170.054 habitantes, para 2013 fuentes oficiales de la Ciudad estimaban más de 275.000 habitantes. El crecimiento de la cohabitación complejiza el cuadro de vulnerabilidad, es decir más de una familia habitando una misma vivienda, que según el citado informe incluye a 1 de cada 10 hogares.
A esta lista hay añadir el siguiente escalón que es la situación de calle. Hacia fines de 2011, el último relevamiento oficial realizado arrojó un conteo de 876 personas viviendo en la calle, concentrada en las Comunas 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Montserrat y Constitución) y 3 (Balvanera, San Cristóbal) y 4 (Barracas, La Boca, Nueva Pompeya, Parque Patricios).
El total de personas con vulnerabilidad habitacional, si sumamos la población en villas y asentamientos, las formas precarias de alquiler y en situación de calle, supera las 400.000 personas.
CASAS SIN GENTE
La Ciudad cuenta con más de un millón de viviendas, un elevado número que se corresponde con la fuerte concentración de la población que se da en ella, un 7% de los argentinos (2.891.082, según el Censo 2010) habitan una porción ínfima del territorio. Escapa a toda lógica matemática la existencia de más de 170 mil familias porteñas con necesidad de acceder a una vivienda, mientras que 1 de cada 4 viviendas de la Ciudad está vacía. Algo no encaja.
Las comunas con mayor cantidad de viviendas vacías son la 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Montserrat y Constitución), 14 (Palermo) y 2 (Recoleta), zonas de alta valorización inmobiliaria y que presentan los costos de alquiler más elevados de la Ciudad. Esta situación da cuenta de la existencia de un alto porcentaje de inmuebles que no son adquiridos por sus propietarios para habitarlos o ponerlos en alquiler, sino tan sólo para mantenerlos deshabitados como un instrumento de conservación de sus ahorros. La utilización de la propiedad como un instrumento de ahorro provoca un comportamiento disfuncional del mercado de viviendas en cuanto a solución del problema habitacional de los porteños. Incorpora una demanda adicional de viviendas por parte de sectores de elevados ingresos, que la adquieren como un instrumento de ahorro, pero que las retira del mercado en cuanto oferta de vivienda para habitar y solo las mantienen ociosas.
Como resultado de esta especulación mediante la cual sectores de alto poder adquisitivo en todo el país “ahorran en ladrillos” ha habido un boom de construcción en la Ciudad, tantas construcciones que sirven sólo como reserva de valor. Entre 2001 y 2013, en la Ciudad se construyeron 167.870 viviendas nuevas (más de 12.000 por año) por más de 17 millones de metros cuadrados, que incorporando las ampliaciones y construcciones para otros destinos se registran más de 24,5 millones de metros cuadrados nuevos totales.
Este auge de construcción produjo un aumento del valor del suelo en la Ciudad. Según la Secretaría de Planeamiento, del GCBA, entre diciembre de 2001 hasta diciembre de 2013, el alza promedio de los terrenos de la CABA, alcanzó al 218% en dólares (de US$555 el metro cuadrado pasó a los US$1.780 en promedio de la Ciudad). Luego de la exclusiva zona de Puerto Madero, el barrio más caro por metro cuadrado es Palermo (Comuna 14), alcanzando los US$3.962.
Si tomamos un sueldo de $11953, que es el salario medio imponible de los trabajadores en blanco de la Ciudad para diciembre del año pasado, obtenemos que un alquiler se lleva como mínimo un 27% de ese sueldo. Eso sí, si queremos alquilar en barrios más top, o sea en la Comuna 14 (Palermo), el alquiler promedio se lleva el 43% de ese sueldo. Este problema parece agravarse por la disminución de la oferta de alquileres en la Ciudad. En ZonaProp y ArgenProp, los dos portales de servicios inmobiliarios más difundidos, la cantidad actual de viviendas disponibles para alquilar disminuyó 11% y 9% respectivamente, en relación a abril del 2014. Y la disminución de la oferta es de más de 20% con respecto a abril 2013.
Al dificultarse el alquiler o la compra de vivienda en el mercado formal, la especulación se traslada al mercado informal elevando los precios: un alquiler de una casa con una pieza y una sala en la Villa 31 o en Rodrigo Bueno (ambos barrios en la Comuna 1), ronda entre los 2 y 3 mil pesos, mientras que la compra de una casa de iguales condiciones ubica su valor por encima de los 100 mil pesos, cuyo pago por tratarse de una tenencia irregular se debe hacer en efectivo y sin crédito alguno que financie la compra. El alquiler de una pieza puede costar desde 500 pesos, con baño compartido y sin cocina, pero dada la informalidad, la variación de precios se vuelve muy grande.
¿Y el Gobierno qué hace?
En este contexto, nos encontramos que la voluntad del Gobierno de la Ciudad por resolver el problema de vivienda es nula. El lugar donde se ven las prioridades de una gestión es el presupuesto. En materia de vivienda parece que el problema no necesita mayor atención, ya que el presupuesto asignado a urbanización y vivienda social en la Ciudad decrece año a año: para el año 2015 es de 780 millones, mientras que para el año pasado fue de 958 millones de pesos. La Secretaría de Hábitat e Inclusión (SECHI) -se encarga de las obras en villas y asentamientos- tiene para este año un presupuesto de 262 millones, es decir, sólo un 14% más que en 2014, cuando el PRO estima una inflación del doble. La desinversión de los programas del IVC (Instituto de Vivienda de la Ciudad) apunta a los más vulnerables: el programa “Hotelados” por medio del cual el la Ciudad les pagaba a hoteles y pensiones para hospedar alrededor de 100 familias hasta el momento en que el gobierno les diera una solución habitacional definitiva, presenta una excesiva rebaja del 78%, mientras que el «Programa de Radicación, Integración y Transformación de Villas y Núcleos Habitacionales Transitorios (PRIT)», también del IVC, sufrió un recorte fulminante del 98% respecto al año pasado, recibiendo menos de un millón de pesos, lo cual implica prácticamente el retiro del IVC de las villas y asentamientos.
Las iniciativas del Gobierno de la Ciudad, por la magnitud de su impacto están muy lejos de representar una solución al problema de vivienda. El plan «Primera Casa», la principal apuesta en materia de vivienda y único programa que aumenta considerablemente su presupuesto, en 34 meses otorgó 2500 créditos, una cifra ridícula en relación al tercio de la población porteña que es inquilina. Resignando ya la posibilidad de generar un acceso permanente a la vivienda ahora el gobierno del PRO quiere ayudar a alquilar con el «Alquilar se puede». El programa consiste en que el Banco Ciudad te presta el dinero del depósito a 24 meses y de ser necesario te subsidia parte del alquiler. Es decir que en lugar de intervenir en el mercado para controlar los valores de los alquileres y reducir las condiciones de entrada (depósito, comisiones, etc.), el Gobierno de la Ciudad subsidia el negocio abusivo de las inmobiliarias y propietarios.
El presupuesto de vivienda es una muestra de la idea de Ciudad que presenta el PRO: así como en el resto los ámbitos de la Ciudad, en el presupuesto de vivienda los vulnerables quedan relegados y los recursos se destinan a consolidar la posición de los sectores pudientes.
Por fuera de lo presupuestario, el PRO, y con gran impronta de su reluciente candidato a jefe de gobierno, tiene la decisión de reformular las normas urbanísticas (es decir, el código de planeamiento urbano cual establece las principales disposiciones del tejido urbano, como lo son los 8 metros de frente, uso del suelo, etc.) en pos de poder entregar títulos de propiedad a los vecinos de las villas; revirtiendo los hechos, empezando por el final, que son los títulos de propiedad. De esta manera, no sólo que se libera de toda obligación de urbanizar los barrios de la manera correcta, incorporando cloacas, calles, el no hacinamiento; si no que además genera posibles pujas entre vecinos y libera las tierras a las fuerzas del mercado. Final asegurado: una ciudad sin villas y sin soluciones. Esta novela ya comenzó el año pasado, y se plasmó en la aprobación del «Plan Maestro» de la Comuna 8.
Como parte de los rasgos neoliberales explícitos que muestra el PRO, trabajan en una descentralización de la gestión pública sobre los barrios. Si bien el órgano encargado de adecuar la Constitución de la Ciudad es el IVC, actualmente realizar un reclamo, es un buen paseo por toda la ciudad, ya que las tareas son subdivididas entre el mismo IVC y la Secretaría de Hábitat e Inclusión (SECHI), la Unidad de Gestión de Intervención Social (UGIS), y la Corporación Buenos Aires Sur S.E. (CBAS). Para explicar sus funciones, es necesario una nota de por lo menos la misma extensión que la actual, o más, para cada una.
¿Qué hacer?
Para solucionar el problema habitacional hay que atacar las causas, crear incentivos para que no haya casas sin gente (como un impuesto a la vivienda ociosa o aumento de ABL, por ejemplo), y por otro lado, intervenir regulando los precios de los inmuebles y las barreras de entrada. Además, debe haber una iniciativa estatal en la construcción de vivienda social y en la urbanización de villas y asentamientos, algo que no se logra reduciendo el presupuesto y desfinanciando al IVC. También se debe invertir en mejorar la calidad de las soluciones transitorias como son hoteles y paradores. Y que sean eso: transitorias.
En la Buenos Aires de hoy, vivienda no es un derecho sino que se ha vuelto sinónimo de negocio. Mientras que los inmuebles sean considerados como plazos fijos y no destinados a que la gente los habite, la emergencia habitacional va a continuar y seguiremos teniendo una ciudad para pocos, cada vez menos.
Un muro en el desierto
El pueblo saharaui resiste al colonialista Marruecos, mientras el mundo calla el genocidio que continúa desde 1975. Lo cuentan a las palabras de los sometidos y torturados, y de un argentino que atravesó los territorios ocupados.
Nunca antes se había producido una transmisión en vivo desde la zona ocupada, donde los saharauis son sistemáticamente silenciados por los colonizadores marroquíes. Tanto el argentino Patricio Peñalba, organizador de esta comunicación, como los saharauis que participaron, se jugaron el pellejo al hacerlo pero valió la pena en nombre de la libertad y de generar conciencia en todos lados por este pueblo oprimido en pleno siglo XXI.
Militante argentino por los derechos del pueblo saharaui, Patricio cuenta cómo logró entrar en territorio saharaui controlado por Marruecos, ahora en un bar cerca al Obelisco porteño: “Íbamos en un Mercedes Benz con asientos de cuero y vidrios tonalizados. Un comerciante que conducía, tres marroquíes más y yo. Iba a funcionarle bien a este comerciante, al que más justo sería llamar narcotraficante. Como aún eso yo no lo sabía, entrar en territorio ocupado en un auto particular se me ocurría como la mejor opción. Sería más evidente en las furgonetas que atraviesan cada dos días la ruta. Tres kilómetros antes del muro paramos, cambiamos un neumático y continuamos, ahora con lenta marcha. A cada oficial de frontera el saludo iba acompañado de un cartón de cigarrillos, de los grandes. Como toda frontera, es zona de comercio. Aunque en esta ocasión esto significara otra cosa. El auto fue escaneado, y a tres kilómetros volvimos a cambiar el mismo neumático”.
Pegado al Atlántico, entre Mauritania y lo que pocos reconocen como territorio ocupado de Sahara Occidental y no lo atribuyen a la colonialista Marruecos, hay una franja de cinco kilómetros en donde los caminos bombardeados hace ya más de dos décadas ceden frente al desierto de piedra. Hay que continuar hacia el norte. Solo quienes son habituales en estas latitudes reconocen la senda que esquiva las minas antipersonales.
Pasada la frontera mauritana el muro no se ve hasta tenerlo bien cerca. Se confunde con el color del desierto, aunque no puede disimularse en sus 2700 kilómetros de largo. Es el más extenso del planeta, más del doble del que separa a América Latina del resto de América. Construido con ayuda de técnicos israelíes y financiación de Arabia Saudita y de Estados Unidos, cumple una doble función: proteger el territorio ocupado por Marruecos de las irrupciones, cuando aún no habían depuesto las armas, del Frente Polisario -movimiento rebelde de liberación nacional del Sahara Occidental-, y además evitar la vuelta de los refugiados saharauis a su territorio. Búnkeres, siete millones de minas antipersonales, nidos de ametralladoras, radares, armamentos pesados.
“El único objetivo de tu viaje, para lograr ingresar en territorio ocupado, debe ser parecer un viajero de paso -confía Patricio-, que buscás destinos turísticos marroquíes. No se le permitirá el paso a nadie que esté involucrado en la causa saharaui. Al llegar tu pasaporte es sellado con un número identificatorio de la policía de inteligencia marroquí. Pasa a ser tu identificación en cada control y en cada alojamiento que consigas. Los responsables de alojamiento están obligados a comunicar cada movimiento o visita que realices”.
En El Aaiun, la capital de Sahara Occidental, los encuentros políticos deben llevarse a cabo en casas particulares, resguardados del ejército de ocupación marroquí solo por oscuras madrugadas. Es que en cualquier momento, unos diez saharauis cualquiera se juntan en cualquier esquina céntrica de la ciudad para hacerse notar, para sentirse vivos en la opresión, para resistir. Eso no puede durar. La policía marroquí y la policía secreta dispersan a los golpes al pequeño grupo, registran a cada militante, los atacan con piedras, detenciones, prisión, condenas efectivas, más golpes. Cada vez que los saharauis organizan una manifestación para reivindicar sus derechos políticos, económicos o sociales, las autoridades de la ocupación marroquí intervienen con fuerza para oprimir cualquier expresión libre de la independencia saharaui.
– ¡Documentos!
¿Y a éste que le pasa? En todo caso yo debería estar pidiéndoselos a él. Acabo de verlo estremecerle la cabeza a una mujer tirada en el piso. Como testigo debería servir para balancear el exceso de ese poder autoritario, pero ¿frente a quién? ¿Quién sería capaz de poner mantel para esa banca? Aquí no hay justicia, o peor, es la Justicia quien lo ordena. Y ser testigos es la pura impotencia. Pero aquí te pasan de testigo a protagonista en un instante para el otro, en cuanto el violento cambia de dirección. ¿La foto terminará sirviendo de algo? ¿Hasta dónde mostrar la imagen morbosa del daño causará el impacto necesario sobre el testigo ausente? La realidad mostrada cruda suele alejarnos del medio por sentirla congruente con lo que nos vemos capaces de hacer en nuestras peores facetas.
–Mostrame tus documentos.[i]
En los bares, imprescindibles tres vasos de té, y quien vigila. Aparecen filmando, acercándose a las conversaciones, o en actitudes algo más desapercibidas. Percibirlos es su impunidad y su poder. Las cárceles se llenan de presos políticos torturados, en un continuado de las matanzas marroquíes sobre el pueblo saharaui que comenzaron en 1975 hasta que en 1991 el Polisario depuso las armas en pos de un referéndum de autodeterminación pacífico supervisado por la ONU. Se trató de un genocidio de 10 mil saharauis, en solo cinco días de febrero de 1976 la aviación marroquí bombardeó con fósforo blanco y napalm dejando 2.000 muertos en el campamento de Um Draiga.
El panóptico diseñado por el filósofo Jeremy Bentham en el siglo XIII es un centro penitenciario diseñado para controlar a un gran número de presos con tan solo unos pocos vigilantes. Hay una torre central con acceso visual a cada celda y los prisioneros pueden ser observados veinticuatros horas al día. Es imposible ver qué hay dentro de la torre central: los prisioneros nunca saben si hay alguien en el interior o no. Si crees que te están vigilando, te comportás igual que si de verdad te estuvieran vigilando. Basta con que la población crea que dichos informadores están en todas partes. A partir de ahí, nosotros mismos les hacemos el trabajo.[ii]
Omar Hiba Meyara, saharaui, lo describía ya hace décadas aún más allá del miedo: “¿El miedo? Imagina que dentro de una familia no hay confianza. Yo recuerdo que alguna persona estuvo encarcelada sólo por escuchar la radio del Polisario y la gente de la familia no podíamos hacer nada. No podíamos ver la televisión, ni podíamos escuchar la radio. Decimos que la pared tiene orejas. No hablábamos ni en la familia. Ese es el problema, nosotros no hablamos porque el miedo está en todas partes”[iii].
Sordo mundo
El Sahara Occidental es uno de los 17 territorios no autónomos a ser descolonizados -al igual que las Islas Malvinas- por el Comité de Descolonización de la ONU. Estados Unidos ni Europa reconocen la soberanía saharaui. Son pocos los que lo hacen, en su mayoría africanos. Argentina por su lado, desconoce su gobierno y mantiene una relación amena con el colonizador:
Llegamos a Marruecos a las 10.30 hora local. Como siempre, la hospitalidad y la cordialidad, el signo distintivo.[iv]
Cristina Fernández de Kirchner. 2015.
La Cancillería argentina teme que su declaración del reconocimiento del Estado saharaui pueda interpretarse internacionalmente como una violación al principio de integridad territorial y una sumisión al derecho de autodeterminación, perjudicando así el reclamo argentino sobre Malvinas. Es clave entender que el reclamo saharaui es el mismo que el argentino. Ambos pueblos fueron despojados de sus tierras por potencias colonizadoras y hoy sufren los saqueos de sus recursos: en Malvinas, pescado, krill y posibilidades de petróleo; mientras que en Sahara Occidental, pesca y fosfatos. Las razones de la fluida relación diplomática argentina con el Estado marroquí son bastante menos claras.
Esta semana el Consejo de Seguridad de la ONU acaba de prolongar nuevamente la Misión de Naciones Unidas en el Sahara Occidental (Minurso) establecida en 1991 con el fin de facilitar un referéndum para definir el estatus de la excolonia española. La misión que pasados los 24 años no cumple su objetivo, seguirá sin supervisar la situación de los derechos humanos en el territorio.
Por otro lado, en un hecho con leves precedentes, a principios de abril el juez español Pablo Ruz propuso juzgar a once altos funcionarios, militares y gendarmes marroquíes por delitos de genocidio, torturas, asesinato y desaparición forzada en el Sáhara Occidental entre los años 1975 y 1992[v]. Civiles y militares son imputados por 50 asesinatos y 202 secuestros, contra todos ellos el juez ordenó la “busca, detención e ingreso en prisión”. Según el mismo juez el hecho fundamental fue “el hallazgo de una fosa común en febrero de 2013 en Amgala, Sahara Occidental, con ocho cadáveres que han sido plenamente identificados por el ADN, así como por la documentación que tenían entre sus prendas».
[i] Blog de Patricio Peñalba: amanoarmada.wordpress.com/2014/02/15/clandestino-vos/
[ii] Emma Larkin, Historias Secretas de Birmania: a la sombra de George Orwell, Altair, 2008.
[iii] Beristain e Higaldo, El Oasis de la Memoria, Bilbao, Hegoa, 2012.
[iv] Cristina Fernandéz de Kirchner via Twitter 19 de marzo 2015.
[v] Los imputados son el coronel mayor de la Gendarmería Real en Agadir, Driss Sbai; el interventor del director de Policía Judicial, Brahim Ben Sami; el comisario Hariz El Arbi; el coronel Lamartiel; el exgobernador de la Administración Territorial del Sahara Abdelhafid Ben Hachem; el excoronel Abdelhak Lemdaour; y los exgobernadores del campo de refugiados de Smara Driss Sbai: Said Oussaou, Hassan Uychen, Muley Ahmed Albourkadi, Bel Laarabi y Abdelghani Loudghiri.
Imágenes cedidas por Patricio Peñalba.
Urbanización masacre
Gastón Arispe Huamán cayó en un pozo ciego. Antes que llegue la ambulancia, lo mató la precarización de su barrio. Los vecinos de Rodrigo Bueno siguen luchando por la aplicación de la ley que garantice cloacas, agua potable, servicio del SAME y menores niveles de plomo en sangre.
Gastón Arispe Huamán, de 13 años, intentó salvar la vida de su gato. Había caído en un pozo ciego que su madre había tenido que construir porque en el barrio Rodrigo Bueno, Costanera Sur, no hay cloacas. “Amaba a los animales como a nada”, cuenta su mamá, Flora Huamán. Gastón cayó en ese mismo pozo ciego y murió ahogado el 9 de marzo de 2015. Pero no en ese mismo momento.
Los vecinos avisaron a Policía Federal y Prefectura, que están a unos metros de la casilla de los Huamán. “Estaban tomando mate”, retrata Flora, mostrando con pocas palabras la tranquilidad que las dos fuerzas tenían antes de ser advertidos y que mantuvieron después.
Otros vecinos llamaron a una ambulancia, lo que no es fácil porque la señal telefónica también escasea en barrios pobres. Dieron las coordenadas, aunque sabían que el vehículo en sí no iba a poder llegar hasta el pozo, porque Rodrigo Bueno fue construido sin más planificación que la necesidad.
La ambulancia no llegaba, pero vecinos ya habían sacado a Gastón del pozo lleno de la mierda que el camión atmosférico de la Unidad de Gestión de Intervención Social (UGIS) nunca sacó, porque el Gobierno de la Ciudad manda una sola unidad a todo el barrio, y no da a basto. Hasta tal punto que en la casilla no había un pozo, sino dos. Por si acaso, Flora aclara por qué construyó el segundo: “Me vi forzada a hacerlo porque el viejo se rebalsaba y no quería que me pasara como a mis vecinos, que les había cedido el piso: tenía terror de que un día me estuviera bañando y todo se venga abajo”. Como el barrio está construido sobre relleno, el peligro se agiganta. Los pozos, además, son precarios por obligación. La policía no deja entrar materiales de construcción por un decreto del exjefe de Gobierno Jorge Telerman, que desde que la corporación IRSA empezó a interesarse por esta zona, puso en marcha toda la maquinaria para el desalojo, topadoras incluidas, que fallos judiciales interrumpieron.
Flora llegó en un taxi que se tomó desde su trabajo cuando su hija le avisó lo que había pasado. Recibió a los bomberos, que le dijeron a Flora que corriera a la casa. Ellos la seguirían.
Ya había llegado la ambulancia, 40 minutos después del pedido.
Gastón murió.
Legal
El mismo Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que, según la Constitución Nacional y la de la Ciudad, debería garantizar la vivienda digna, apeló un fallo de la jueza Elena Liberatori que ordenaba la urbanización de Rodrigo Bueno. El fallo fue revocado por la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo y Tributario porteña con el argumento de la propiedad por sobre la dignidad humana: no hay título que avale la ocupación y la permanencia en bienes públicos no otorga derecho a reclamar la propiedad. Hoy, como la Defensoría General de la Nación volvió a apelar, la posibilidad de que no haya más muertes por la precariedad del barrio depende el Tribunal Superior de Justicia porteño.
Por otro lado, la Defensoría General de la Nación junto a la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires presentó un proyecto de ley para urbanizar Rodrigo Bueno. No es la primera iniciativa de este tipo. Cada dos años, un proyecto similar pierde estado parlamentario por el cajoneo de la comisión de vivienda.
Quiénes son
En la comisión de vivienda de la Legislatura de la Ciudad, encargada de todo lo relacionado con el artículo 31 de la constitución porteña, y que nunca llevó el proyecto de urbanización al recinto, hoy se encuentran Paula Villalba, Lía Rueda, Cristian Ritondo, Alejandra Caballero, Christian Bauab, José Luis Acevedo y Cecilia María de la Torre (PRO), Javier Gentilini (Frente Renovador), Paula Penacca, Jorge Aragón y Jorge Taiana (Frente para la Victoria), Gustavo Vera (Bien Común), y Marcelo Ramal (Frente e Izquierda y de los Trabajadores).
Lo único programado según la página de la Legislatura, respecto de la Rodrigo Bueno, es que Aragón propuso investigar la responsabilidad de UGIS en la muerte de Gastón.
De que se forme una mayoría entre los 7 miembros del PRO, el del FR, los 3 del FpV, el de Bien Común y el del FIT, depende, hoy, que se obligue al Estado a garantizar cloacas, agua potable, servicio de ambulancias del SAME y menores niveles de plomo en la sangre de entre 2 mil y 3 mil personas (cerca de la mitad son menores de edad) que viven en el barrio.
“Desde la Comisión de Vivienda venimos trabajando en un proyecto de urbanización con los delegados del barrio Rodrigo Bueno abierto a la participación de todos los vecinos para que opinen sobre cómo quieren que se urbanice su barrio”, le dijo Gentilini, presidente de la Comisión, a Flora, la mamá de Gastón. Prometió “ir a fondo y sin ninguna dilación” en la urbanización de la villa. Según él reconoció, “están dadas todas las condiciones para que se pueda urbanizar el barrio: hay terreno suficiente y, lamentablemente, la desidia de los gobiernos de la Ciudad y de la Nación hizo también que ocurriera una tragedia como la muerte de Gastón. Por eso, hoy la prioridad la tiene la urbanización de las villas y, dentro de ella, la de Rodrigo Bueno en especial”, finalizó Gentilini.
La respuesta de Flora es obvia: “Es lamentable que tenga que pasar la muerte de un chico para que nos escuchen. Da mucha tristeza”.
Mientras tanto, el presupuesto dedicado a la vivienda es cada año menor en la Ciudad. Menor es también lo que efectivamente ejecuta el Gobierno encabezado por Mauricio Macri.
Gastón no es la única víctima fatal de la vivienda indigna
El 16 de agosto de 2013, la casa 53, a 30 metros de la de Gastón, se incendió, probablemente, por la precariedad del tendido eléctrico. María, de 5 años, murió en esa casilla con techo de madera y cartón. Los materiales para mejorar la construcción los frena la policía en la entrada del barrio.
“Como Amsterdam”
Antes de las elecciones primarias damos el presente en los encuentros con la ciudadanía de uno de los candidatos del Pro. Los problemas clave: palomas, trapitos, conteiners, bicisendas, inseguridad, perros, paseadores de perros, cartoneros.
Estos hechos parecerán a muchos naturales y a otros, por el contrario, inverosímiles. Pero, después de todo, un cronista no puede tener en cuenta esas contradicciones. Su misión es únicamente decir: «Esto pasó», cuando sabe que pasó en efecto, que interesó la vida de todo un pueblo y que por lo tanto hay miles de testigos que en el fondo de su corazón sabrán estimar la verdad de lo que dice.
Albert Camus, “La peste”.
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“Si no podemos respetar el orden para hablar, ¿cómo nos vamos a poner de acuerdo en resolver temas como separar la basura?”
Si, como dice Horacio Rodríguez Larreta en medio del griterío, esta sala es una mini ciudad de Buenos Aires, los temas que más preocupan a los porteños son: los trapitos, los conteiners, las bicisendas, la inseguridad, los perros, los paseadores de perros, los cartoneros, las palomas.
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Las palomas surge como “tema” a las 18:48 de un viernes en el barrio de Recoleta, justo en diagonal al shopping. El que lo introduce es el propio HRL, en tono de confesión y sinceridad: “No le encontramos una solución al tema”.
El contexto es un mini teatro donde se cuentan casi 100 personas, una barbaridad para tratarse de una cita en un lugar cerrado, avisada por escasos medios, un día lindo y caluroso.
“Cualquier solución que implique veneno es potencialmente peligrosa”, sigue el precandidato a jefe de gobierno, verdadero mote que explica toda esta logística: el encuentro es parte del sprint final de su campaña.
Las palomas se colaron en la agenda.
Una señora grita y propone que, para combatir a esta plaga de aves, hay que poner más gatos.
Bienvenidos a Springfield.
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En el barrio de Retiro, el encuentro sucede en el edificio que la “comunidad científica” tiene en plena Santa Fe, en una dirección que solo es especificada por teléfono: no cualquiera se entera, no cualquiera va. Eso sí: cualquiera puede ir.
La entrada es así nomás, uno llega y se manda, y encima la recepción culinaria es notable: las medialunas son de primera calidad, hay café, té o jugo según el apetito, y todo atendido por dos señoras muy amables pertenecientes a un catering contratado.
Allí aprovecha una pareja que habla de sus nietos, antes de subir al primer piso donde estará HRL y su gente.
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Arriba hay un salón para 100 personas al 70% de su capacidad, con Horacio al frente junto a un equipo que no presenta pero que se entiende “está en todo”: uno toma nota sobre vivienda, otro sobre residuos, otro sobre espacio público, sobre las palomas, y así.
A los costados de las butacas, desparramados por todo el salón, hay unos cinco asesores de chomba preferentemente clara, jean, zapatos y reloj. (Este estilo es inegociable). Ellos tienen planillas que ofrecen a los asistentes que no llegan a hablar vía micrófono.
La planilla pide llenar un nombre, dejar una propuesta/denuncia y un número de teléfono.
Comprobadamente, quien entrega una planilla y deja una propuesta es llamado en el transcurso de una semana por alguien que se presenta como “asesora de Horacio”, quien pregunta en tono amable “si se desea agregar algo más a lo escrito”.
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Promediando tres encuentros vecinales, el target de quienes asisten a estas charlas responde al perfil de mujer mayor de 45 años, que nació morocha pero morirá rubia, se presume es jubilada, tiene olor a perfume, lleva aros, collar y cartera. Se ha producido – o eso parece- especialmente para la ocasión; no tanto como para un cumpleaños, pero como para un té con amigas.
La actitud, o mejor dicho, el tono, no es sin embargo de cholulaje, sino fundamentalmente de queja – al igual que un llamado arrebatado a una radio. Eso, parece, va más allá del gusto o disgusto por el candidato: gente que tiene realmente ganas de hablar y de expresarse y encuentra ese momento oportuno.
Y vaya si lo aprovecha.
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Lo que se dice, entonces, tiene el límite que la gente impone y es el propio HRL el que pone cara de “ah, bueno” ante una brutalidad. Todo es recibido, sin embargo, con buena onda, desde las críticas hasta los elogios, en un tono que regodea responsabilidades.
Las críticas se responden con fórmulas discursivas como “estamos mejor que antes”, las opiniones distintas con comprensiones como “respeto que tengas otra opinión” y los elogios con confirmaciones como “es un cambio histórico”. No faltan, como en el caso de las bicisendas, las comparaciones espejo con ciudades europeas: “como Amsterdam”, “como Copenaghue”.
El resumen y corazón de este entramado discursivo es una frase que repite en los barrios de Retiro, Almagro y Recoleta al menos: “Estamos en la mitad del cambio. Lo que no podemos es volver para atrás”.
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Top five de las propuestas más ingeniosas de la gente:
-Impuesto a los ciudadanos con perro.
-Prohibir jugar al fútbol en las plazas.
-Patente para las bicicletas.
-“Mandarles” la AFIP a los trapitos.
-Matar a las palomas con glifosato.
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Un hombre de 40 y pico pide la palabra y avisa que va a dedicarse a los hospitales. Por fin. Larreta lo mira atento. El hombre – palabras más, palabras menos- dice que hay gente que “no tributa” en la Capital pero que “sí se atiende” en los hospitales de la Capital. Y que “no es por discriminar” pero “¡que paguen lo que tienen que pagar!”.
Y cosecha la primera y única ovación de la tarde-noche.
¿Se atenderá él en los hospitales públicos?
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Intervenciones aisladas:
-Hace 9 años que volví a la Argentina y ya me caí 7 veces por cómo están las veredas.
-Muy bueno el tema de la Metropolitana en el Metrobús.
-Falta enrejar un tramo de la Plaza X, porque ahí lavan las ropas los indígentes, y no tan indigentes.
-Un hombre explica cómo mezclar arena y cal para hacer un buen cemento, no como el que hacen en la vereda de su casa, Arroyo y Suipacha.
-Venden frutas y verduras en la puerta de mi casa. Y están proliferando.
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En el ambiente sobrevuela, intervención tras intervención, el fantasma de un “ellos”, que son “otros”. Es decir una categoría social no precisada pero construida desde cargas peyorativas, asociadas a las preocupaciones de la gente.
Los trapitos, los indigentes, los cartoneros, los paseadores de perros y la gente de la provincia de Buenos Aires son agentes que aparecieron en todas las reuniones y que forman parte de ese señalamiento sutil.
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Sobre cada uno de ellos Larreta tiene estudiada una propuesta:
Para los indigentes, “los paradores para gente en situación de calle son re-contra dignos”.
Los cartoneros, “vamos a hacerlos ir a bucar el cartón a centros de reciclaje”.
A los paseadores de perros “les vamos a hacer un corredor de paseo y lugares especiales en las plazas”.
La gente de la provincia debería pagar un “abono” para atenderse en un hospital capitalino.
De la seguridad, dice que “es responsabilidad de la Federal” y reclama el traspaso.
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Otros temas que se tocaron fueron: wi-fi, Metropolitana, bicisendas, contenedores, estacionamiento, travestis, Papa Francisco, vendedores callejeros, grúas.
En tres encuentros de 3 horas cada uno, es decir en 9 horas, donde participaron más de 250 porteños, más de 20 funcionarios no se nombraron los siguientes temas: urbanización de las villas, construcción de viviendas, educación pública, descentralización por comunas, aborto, pistolas taser, boom inmobiliario, centros culturales y un largo etcétera que no forma parte de la agenda, o que no interesa a la gente, o causa y efecto al mismo tiempo.
En tus manos
Por El pibe de los pasegol.
Quiero que queden claras las cosas de entrada. Por ahí sea muy dura la forma pero prefiero no faltar a la verdad: el hijo de puta no tenía manos. O, si las tenía, se ocupaba de esconderlas bien escondidas debajo de los tres palos. Le pateaban al cuerpo y la pelota se le escabullía como si tuviera jabón en los guantes; le tiraban un centro y era incapaz de poner los puños para mandarla a la concha de su madre; los rivales ponían un pelotazo profundo y él se quedaba petrificado en la línea como implorando que apareciera alguna divinidad a sacarlo del apuro. Y eso no es todo. La historia es peor de lo que pinta. Habíamos decidido tratar de salir jugando siempre, con los centrales bien abiertos, con el cinco retrasado y con los laterales casi en la mitad de la cancha. La indicación para todos era que, cuando los presionaran, tenían que tocar con el arquero. Pero dársela al arquero era exactamente lo mismo que tirarse desde un precipicio. Sí, no exagero: en el primer partido del torneo, el dos nuestro se la dio redondita y el muy hijo de puta demostró que, además de faltarle las manos, le habían desaparecido los pies: quiso controlar para pasar, la pelota se le fue larga y sacamos del medio. Traté de tomármelo con calma pero, en ese momento, si hubiera tenido un espantapájaros, lo habría puesto en su lugar. Y como ese hay decenas de ejemplos que justifican la descripción. Cualquiera podría decirme “sacalo y punto” pero las cosas no siempre son tan fáciles como puede parecer en la teoría.
Hay un tema fundamental que no aclaré: esto era un equipo de amigos y, como buen equipo de amigos, el criterio principal de evaluación no era el rendimiento deportivo sino la perseverancia para soportar derrotas sin claudicar. Y en este aspecto –para nada menor en nuestra realidad- el hijo de puta era irreprochable. Cuando había entrenamiento, era el primero que llegaba y el último que se iba. No faltaba nunca. O casi nunca. Una vuelta, tenía a la abuela internada con un problema cardíaco y nos pidió perdón una decena de veces por no haber podido ir a practicar. A mí me daba vergüenza aclararle que por más que se esforzara iba a seguir siendo un desastre pero, al mismo tiempo, me conmovía su compromiso hacia la causa sin arreglo de unos cuantos muchachos entusiastas. La situación era complicada porque echarlo era una inmoralidad que jamás me perdonaría pero dejarlo como titular era una usina de pesadillas que me arruinaban el sueño no menos de un par de días por semana. El dilema andaba entonces sin solución y el correr de las fechas empujaba la coyuntura al límite porque la chance del descenso se volvía cada vez más real. Ahora entenderán un poco mejor por qué no era tan sencillo eso de “sacalo y punto”.
Ese sábado nos enfrentábamos al partido clave, al que iba a señalar un antes y un después. Un adversario digno de respeto, sobre todo porque contaba con dos delanteros rapiditos para el contragolpe. Nos juntamos como siempre en la semana. Por supuesto, ahí estuvo él para entregarnos hasta la última gota de sudor. A esa altura, yo ya no sabía ni qué pensar ni qué hacer. Por un lado, hubiera pagado para que le agarrara angina y no pudiera ir el sábado; y, por el otro, creía injusto que no estuviera en la cita más esperada después de haber dado el máximo de su capacidad. Se apareció en la canchita con el pantaloncito naranja que solía usar. Elongó como si fuera una bailarina clásica, se vendó los dedos como si después fuera a tapar alguna pelota y escupió la parte interna de los guantes al mejor estilo Mono Burgos. Antes de arrancar, tomé el coraje que no había tenido a lo largo del torneo y le pedí que habláramos a solas.
Mirá –le dije-, estamos en confianza así que te voy a decir todo lo que se me cruza por la cabeza. Jamás en mi puta vida vi a una persona atajar tan mal. Saqué la cuenta y perdimos por tu culpa el 74 por ciento de los puntos. Además, no nos salvaste ni una sola vez. Si yo me guiara por tu rendimiento, te tendría que echar a la mierda. Pero la verdad es que, también jamás en mi puta vida, vi a un tipo que le pusiera tanto empeño a este juego. Y eso, en una sociedad egoísta y repleta de oportunistas, es algo que merece todos mis respetos. Así que el sábado vas a ser titular. Pero, por favor, por lo que más quieras, usá las manos. Aunque sea esta vez. Terminé de hablar y estaba al borde de un ataque de nervios. Levanté los ojos. Me miró serio, como sin acabar de comprender por qué le había dicho todo lo que le había dicho. Está bien, señor –respondió-. Le agradezco la sinceridad. Sé que no vengo bien pero desde chiquito me enseñaron a no abandonar cuando las cosas no me salen. Me tengo fe para este fin de semana. No les voy a fallar ni a usted ni a los pibes.
Ni bien se interrumpió la charla, volvió lleno de confianza a deslomarse en un ejercicio que le exigía una reacción con la que no contaba. Voy a ser franco con ustedes porque ya les avisé que no quiero faltar a la verdad: no me sobraban esperanzas y su confianza en sí mismo solamente hacía crecer todavía más mis pesadillas. Por un instante, me sentí Pancho Villegas en su diálogo con un flojísimo arquero colombiano. “Pibe, las que van cerca del palo está bien, las que entran arriba en el ángulo también, las de rebote puede ser, pero las pelotas que van afuera no me las meta en el arco», fue lo que le dijo aquel técnico argentino a ese muchacho que le sacaba canas verdes. Aunque me ganaba la resignación, en el fondo aguardaba que sucediera un milagro que lo volviera figura por un rato. Él era, sin lugar a dudas, el que más se merecía terminar el campeonato como ídolo. Pero no era nada sencillo: estábamos en manos de un tipo sin manos. Y eso nunca es la mejor opción.
Y finalmente llegó el sábado. Y definitivamente llegó la hora de la verdad. No venía mal la cosa. El hijo de puta atajó dos o tres tiros seguidos y eso nos mejoró la autoestima. Más de uno creímos que capaz era nuestro día. De hecho, hasta la media hora del segundo tiempo, era empate clavado. Ninguno de los dos equipos había hecho nada para justificar un destino de sonrisas. Pero el árbitro inventó una falta a 32 metros de nuestro arco y el panorama se nubló de repente. El capitán de ellos se paró como si fuera Cristiano Ronaldo pero no estuvo ni cerca de parecerse al portugués. Le dio bombeado y sin mucha fuerza. Apenas un cachito contra el palo izquierdo. Cuando la pelota salió disparada desde su botín derecho, temí lo peor. Y lo peor es que lo peor ocurrió. El hijo de puta voló con todas las ganas y con toda la convicción. Voló tanto y tan bien que se pasó de largo. Sí, insólito: se pasó y su intento de rechazar con el talón fue inútil. Tan inútil como los bochazos que tiramos después tratando de evitar la tristeza. Me agarré la cabeza y me mordí los labios y le pegué a la tierra e insulté en mil idiomas. Me pregunté también por qué la realidad no se parecía a Hollywood. Y supliqué mirando al cielo que alguien me respondiera por qué la suerte no me recompensaba por el gesto noble que había tenido en el último entrenamiento. No llegué a ninguna conclusión. Eso sí, de algo estoy seguro: la próxima vez voy a pensar mejor a la hora de elegir entre combatir el egoísmo y poner a un tipo que la agarre cuando le patean.
Mexicaneada
Lalo Chico es desde hace más de dos décadas el guitarrista de El Tri, la banda más grande de rock mexicano. Desde un bar del D.F. recuerda sus encuentros con B.B. King y Pappo y rinde honor a su verdadero amor: «Nothing but the fucking blues».
– Hace unos meses casi muero aquí, en el escenario. Estaba tocando y me llevaron de urgencia por una peritonitis. Me salvé y ahora me cuido mucho. Ejercicio, nada de alcohol, hasta me corté el pelo. Aunque la verdad es que no hay mejor lugar para morir que este, en el medio de un blues.
Eduardo “Lalo” Chico es el guitarrista de El Tri, la banda oriunda de Puebla que llevó el rock mexicano fuera de las fronteras nacionales para conquistar Latinoamérica. En Argentina, son hermanos musicales de La Renga, que versionó la popular “Triste canción de amor” para el público argento. Lalo viste jeans y campera de cuero en un negro uniforme, doble anteojo – de vista y de sol –, que le da un toque excéntrico, y el sombrero que impone el género. Un sábado a la noche, camina por Colonia (barrio) Condesa y llega a Ruta 61, un barcito de blues del D.F. Ahí arriba, plegado sobre su guitarra, se lo ve más vivo que nunca.
– Tocar ante 200 mil personas, como nos pasó en Perú el año pasado, es padrísimo. Pero no hay nada como estos bares, hay otra emoción, el trato es más directo. Me gusta más la intimidad. Que sean poquitos, pero que hagan ruido. Lo mágico es sentirlo. Acá es donde te fogueas, no con un tutorial de youtube. Antes que quedarme en mi casa mirando la tele me vengo al bar a recordar a Muddy Waters y Willie Dixon, a zapar. Este es el único bar de blues, por acá han pasado todos los grandes del género de México y también los que hoy tocan en la escena de Chicago. Es parte de mí. Y de eso se trata, ¿no? No aflojar en lo que crees… Nothing but the fucking blues.
El Tri nació en 1968 y, aunque el nombre actual recién llegaría en la década del 80’, ya cargaba con la búsqueda sonora que los guiaría las siguientes cinco décadas. Por esos tiempos, cuando Alex Lora, cantante y líder de la banda, tenía apenas 16 años, México se sacudía en la brutal represión del amplio movimiento social que reclamaba por mayor autonomía universitaria, libertad a los presos políticos, fin de la represión estatal y mejores condiciones laborales. Ese hecho, luego conocido como “la matanza de Tlatelolco”, fue retratado por la periodista y escritora mexicana Elena Poniatowska: “Todavía fresca la herida, todavía bajo la impresión del mazazo en la cabeza, los mexicanos se interrogan atónitos. La sangre pisoteada de cientos de estudiantes, hombres, mujeres, niños, soldados y ancianos se ha secado en la tierra de Tlatelolco. Por ahora la sangre ha vuelto al lugar de su quietud. Más tarde brotarán las flores entre las ruinas y entre los sepulcros”. Las melodías aún jóvenes de El Tri ya resonaban con el clima de época y parieron una identidad musical anclada en el rock rebelde y la crítica social.
En ese tono se refiere Lalo a la desaparición forzada de 43 estudiantes en Iguala en el 2014: “Es una guerra de partidos políticos, con Enrique Puñetero – así le dicen a Peña Nieto – a la cabeza. ‘La mafia entra donde no entra el sol’, como escuché en una película. Esos chavos ya no van a aparecer, es una gran lástima. Pueden haber estado involucrados los narcos. Hay mucha violencia, inseguridad, pero los gobiernos son los culpables. El amarillismo de los medios de alguna forma incita a esa violencia. Y mucha policía”.
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Lalo Chico, a pesar de su apellido, ya llegó a los 60 y lleva 24 con El Tri. Con su trayectoria y la pasión intacta es una presencia indiscutida en los escenarios de blues, invitado de honor en los shows de las bandas que arrancan y un habitué de Ruta 61, donde juega de local. Por whatsapp usa notas de voz y secuencias largas de emoticones en combinaciones misteriosas como queelbluesestéconvos seguido de pianito-semicorchea-corchea-pentagrama-saxo-trompeta-guitarra-extraterrestre-calavera-ojitos-explosión. Y así van las conversaciones. Esa misma espontaneidad con la que se sumerge en cada nota como si la descubriera por primera vez. Con la exacta fascinación con la que comparte sus recuerdos más entrañables: “Nunca pensé que iba a ser nominado a los Grammy o que iba a conocer a BB King. Gracias a la música, a El Tri, pude hacerlo. A BB King lo conocí por Pappo, cuando estaban haciendo una gira juntos. Me acuerdo cuando lo vi a Pappo por primera vez, iba con su Gibson SG. No le fue muy bien con nuestros hinchas, porque se resbaló justo antes de entrar a cantar y salió al escenario puteando, lo oyó la gente y se sacó, le empezaron a tirar con cosas. A las cinco rolas se chingó y se bajó. Hablar de Pappo es hablar de un monstruo de la música argentina, dio a conocer el blues allá abajo, en Argentina, Chile, Uruguay. Fue una pérdida muy grande. Ahora toco con el hijo, Luciano, cuando voy para allá”.
Allá es Argentina, claro. Entre los logros que se acopian – basta nombrar que El Tri lleva vendidos más de 30 millones de discos y cuenta con 5 nominaciones a los Grammy –, el vecino sureño para Lalo guarda especial importancia: “La gente es muy prendida, muy caliente. La mejor tocada de mi vida ha sido en Cemento, un domingo de Pascua, como en el 97’. No creíamos que se fuera a llenar, pero explotó, nos hicieron salir tres veces. Fue el momento de la identificación de nosotros con el público realmente argentino. Nos dimos cuenta de que hay mucho rock and roll y blues”. Es que, aunque siempre con un pie en su México lindo y querido El Tri se hizo y se vive viajando:
– El Tri nunca para, está siempre girando, en movimiento. Este año estuvimos en Perú, Argentina y en distintos lugares de Estados Unidos. Allá tocamos para público latino, mexicanos, argentinos, portorriqueños… Lo que pasa es que la gente que se va para allá se siente agredida por los gringos, hay mucha represión. Entonces cuando vamos a tocar para allá, explota, hay como una liberación, y a veces se vuelve un poquito agresivo. No quiero decir que siempre es así, también van a divertirse, llevan niños, se juntan varias generaciones.
***
A Lalo lo llaman del escenario. Terminó la prueba de sonido y es hora de cargarse la viola y tocar. Deja su vaso de agua mineral sin hielo y recorre los pasos que lo separan de su verdadero yo. Aunque parece no haber transición, ni se suena los dedos, ni rota los hombros. Nada. Se sube y toca. Como quien respira. Antes de entregarse a ese ritual de pura vida, se da vuelta y agrega como despedida:
– Si los ven a los chicos de La Renga, salúdenlos de mi parte.
La negra y azul
Déborah Dixon fue una de las voces de la emblemática banda femenina Las Blacanblues, que compartió escenario con Pappo, La Mississippi y Los Redondos en los 90′. De Costa Rica a París y de ahí a Buenos Aires, pasando por Madrid, viajamos por las raíces de su canto.
Como dice el bolero: tenía que ser así.
Déborah Dixon larga esa sentencia sentada en un bar de Las Cañitas, mientras se toma una limonada con jengibre para cuidar su garganta, su herramienta de laburo. La frase casi profética es para graficar una carrera que apareció por sorpresa, gracias a un volante de clases de canto negro que encontró tirado en el suelo porteño, y que luego fluyó como los grandes amores. Porque 40 años atrás, antes de dejar Costa Rica, nadie podía predecir que la mayor de siete hermanos haría pie en Buenos Aires para ser pionera y referente de la movida del blues local. “Cantar no es algo que yo tenía pensado hacer de chica. Para nada. Yo me orientaba a lo humanístico. Estudié francés, me dediqué a las letras. Y artísticamente hablando me gustaba más lo que tuviera que ver con las decoraciones. De muy chiquita me gustaba bailar, ese era mi sueño de chiquitita tal vez”, explica.
-¿Y la voz no estaba ya ahí?
– Estaba, pero no era lo que más me atraía. Cantaba en las guitarreadas, en cuanta fiesta había, cantaba los mismos cuatro temas. Eso en Europa sobre todo, pero en Costa Rica ya algo cantaba. ¿Qué temas? En francés la mayoría. Y después cuando fue el golpe de estado de Pinochet cantaba los Quilapayún, Violeta Parra.
– ¿A qué edad te fuiste de Costa Rica?
– A los 18. Me fui a estudiar francés. Yo quería hacer la carrera de Letras. Había hecho el bachillerato en un colegio francés. Como se ve que era medio nerd de chiquita pedimos una beca entera y me la dieron. Me gustaba mucho leer, tenía facilidad con el idioma. Estaba habilitada para entrar a una universidad en Francia. Después no seguí, nunca terminé.
-¿Cómo era estar a los 18 en París?
– Fue descubrir el mundo. Imaginate que Costa Rica es un país muy pequeño. Me encontré con una ciudad. Yo ya era fanática de la cultura francesa. Me encantaba la literatura y creía conocer a los franceses. Pero en París estaba todo. Era un lugar donde uno podía hacer lo que le daba la gana, no un pueblo chico donde todos saben lo que hace el otro. Fue una experiencia increíble. Vivía primero con unos negros de Estados Unidos que venían a estudiar. Eso fue intenso. No es fácil entrar, como turista o como estudiante extranjero. Era más fácil relacionarse con gente de todo el mundo que con los franceses.
De aquellas guitarreadas en las que su voz sólo se oía entre los latinoamericanos exiliados en París, Dixon pasó a un escenario en Gualeguaychú, Entre Ríos, para cantar ante más de 150 mil personas. Fue en abril del año pasado, en el concierto más multitudinario del Indio Solari, en el que cantó el Blues de la Libertad. “Fue tremendo. Muy fuerte. Desde ahí arriba ves un mar de gente, que es mejor no mirarlo porque si no es intimidante. Toda la previa estuve re nerviosa. Pero después fue todo bien. Cuando me sentí sostenida por los músicos y lo ví al Indio arengando desde las bambalinas, ya está. Me daba cosa porque nunca pasó que el Indio dejara el escenario para alguien. Ahora no sólo eso: era una mina encima. Y hay gente que por ahí dice ‘yo vine a ver al Indio, loco’. Y al contrario. Eso se sintió enseguida. Para mí fue una prueba de confianza. Un reconocimiento. Un honor, total”. Blues de la Libertad, el tema que compusieron Solari y Skay Belinson en el disco Luzbelito y al que Deborah le puso el alma en Gualeguaychú, bien podría ser un oxímoron. Es que el blues es el género que representa a los esclavos africanos que llegaron a América del Norte y al Caribe entre el siglo XVII y XIX. Quizás así se entienda porque la voz de Deborah Dixon conmueva: de su garganta salen 400 años de historia.
Aunque no suene lógico, a 11 mil kilómetros de su familia, en París, conectó con sus ancestros. “Tenía amigos estudiantes que eran de África. Ahí conocí el racismo más descarado. Hay en todos lados, en Costa Rica también. Pero esa cosa de que te maltraten porque sos de otro país o de otro color ahí lo viví en carne propia. Fue muy fuerte para mí. Yo estaba ávida, averiguaba”, recuerda. A mediados de los 70, hubo un libro que después fue serie y que luego fue furor. Una moda que nació en Estados Unidos y después se globalizó. La novela se llamó Raíces. Narraba la historia de un personaje africano que nació en Gambia, África, en 1750 y que fue llevado como esclavo hasta Estados Unidos. “El libro contaba toda la historia de cómo un negro estadounidense volvió sobre su identidad hasta saber cuál era su origen. Fue una revolución. Todos empezaron hacer el camino de regreso para llegar a África y saber de dónde venían. Mi familia también se dedicó eso, pero llegó hasta un punto, hasta las islas del Caribe. De ahí en más tenés que tener mucha suerte para saber desde dónde llegaban. En Brasil se sabe que los negros llegaban de tal lado. Pero en Centroamérica era más complicado, llegaban de todos lados. Yo sé que tengo una tatarabuela que venía de Bahía, de Brasil, que después apareció en Cuba y se casó con un jamaiquino y vinieron a Costa Rica después”.
-¿A vos qué te cambió conocer tus raíces?
-Me apasiona. Mi mamá es muy cultora de eso. Nos intercambiábamos cartas larguísimas hablando de eso: lo que escribía, la música, libros, lecturas, lenguas, todo. Es como que nos dábamos cuenta de algunas cosas. Ah, esto debe venir de tal lado. También descubrís las desgraciadas diferencias entre los mismos negros. Si tenés la piel más clara, más oscura. Eso es histórico, más en Francia: si viniste de la Martinica o la Guadalupe sos más claro entonces no se llevan bien con los africanos más puros.
-¿Y el blues también tiene que ver con eso entonces?
-De antes. El jazz, el blues, toda esa música tiene que ver con lo que se escuchaba en mi casa. Era mucha música en inglés porque en Costa Rica los negros, que somos minoría en la población, llegamos de Jamaica. En Costa Rica no hubo esclavitud, los norteamericanos trajeron a fines del Siglo XIX a los negros para construir el ferrocarril. Eran asalariados, una especie de semiesclavitud. Llegaron a la costa del Caribe por las plantaciones de las bananeras y a construir el ferrocarril. En todo América Central pasó algo parecido. Por eso toda la costa tiene poblaciones negras instaladas. En nuestro caso, como llegábamos de Jamaica se hablaba ese inglés jaimaiquino que, mezclado con el español, arma un patois, como un dialecto. Inglés como lo habla alguien cuya lengua materna es yoruba, vas aprendiendo lo mezclás con el idioma del lugar, en español o portugués o francés. Eso lo metés en la coctelera y sale el patois. Mi papá, que era panadero, solo hablaba en eso. “Un vigilante ese wachiman”, como que te diga eso, imposible de entender para alguien que no es de acá.
Deborah Dixon llegó a Buenos Aires en 1984, en plena primavera de la democracia. No vino hasta acá buscando la ruta de sus ancestros. Lo hizo persiguiendo un amor, el mismo que ya la había llevado ya por Madrid y por Bogotá. “Fue muy fácil convencerme de venir a Buenos Aires porque todos los argentinos que conocí hablaban con mucho amor de Buenos Aires. Los argentinos en cualquier lado del mundo que estén no dejan sus costumbres: toman mate, hacen empanadas, cantan sus canciones, todo. Yo nada que ver. Ustedes no se desarraigan. Yo no tenía que estar comiendo arroz y frijoles para sentirme bien. En esa época que yo vine era muy fácil llegar para un extranjero. No era como ahora que está el quilombo con los países limítrofes, si sos bolita y todo eso. Yo estaba feliz, todos me preguntaban de dónde era, qué hacía acá”.
-¿Y qué hacías acá?
-Venía a seguir a mi marido, sin ninguna vocación a desarrollar. Trabajaba como secretaria, en oficinas. ¡Un tiempito fui secretaria de Moyano! Me anotaba en las agencias de empleos y encontraba rápido trabajo porque hablaba tres idiomas y tenía buenos antecedentes. Y uno de los trabajos temporarios fue ahí en el Sindicato de Camioneros. Habré estado dos meses. Hasta que me salió otro trabajo mejor, creo. No me acuerdo. Pero después cuando lo vi por televisión a este señor que devino en un tipo súper importante de la política argentina me di cuenta de que trabajaba para él. ¡Me hubiera llenado de plata! En un momento me cansé de ser secretaria: los tipos te gritan, mandonean, es feo. Me pelée con un tipo en una empresa, me fui y decidí terminar el profesorado de francés en la Alianza Francesa. Di clases, hice traducciones.
Del francés no tuvo tiempo de cansarse. Los tiempos se aceleraron al máximo hasta que la empezaron a llamar la Dama del Blues. Es que desde que dejó salir su voz, Deborah no sólo compartió escenario con el Indio (con quien además grabó la Piba del Blockbuster, en el primer disco solista del ex redondo): también con los Ratones, Dancing Mood, Fito Paez, Pappo, La Mississipi, Joaquín Sabina y más. “Ese apodo me lo puso una vez un periodista. A mí me tienen encasillada con el blues, pero yo canto de todo. Menos folclore y tango, que me encanta pero no sé cantar. Te tiene que pasar algo. Como los japoneses que vienen acá y son más tangueros que los tangueros. Y eso que muchos de los tangos los conozco desde chica como boleros. Cuando vine acá me enteré de que son tangos”. El camino para llegar hasta allí parece haber estado trazado por el destino –“si uno cree en los destinos”, aclara-. Una tarde de fines de los 80, al salir de su trabajo, encontró un volante que anunciaba clases de canto negro. Ahí conoció a Cristina Guayo que le presentó a su propia voz y también las de Cristina Dall, Mona Fraiman y Viviana Scaliza. Juntas formaron Las Blacanblus, una banda pionera, con sello femenino, que deslumbró en la época en que el blues estuvo de moda en Argentina, junto a Memphis, la Mississippi y otras bandas.
-Yo creo que nos favoreció. No era común. Pero yo pienso que el tema del machismo existe en todos los aspectos de la vida, en la sociedad. Lo que yo sé es que se valoraba lo que hacíamos artísticamente y porque de alguna manera nos ayudaron a mostrarnos gente como la de La Mississipi, que nos hacían tocar delante de ellos. Ellos tocaron todos en nuestro primer disco. Pappo siempre nos contaba que la que lo hizo descubrir a Las Blacanblus fue una novia que tuvo. Y él decía que fue la primera vez que lo hicieron llorar. Cuando nos presentó dijo “ahora cállense y escuchen a estas chicas”. Y todo eso fue respeto. La Negra Poly también nos ayudó. Tocamos con los Redondos en Huracán. Después las cosas normales de la vida de cualquier mujer: yo además de todo eso, tenía que criar a mis niños. Los llevaba al colegio a la mañana temprano y todos me decían “qué vida que tenés”. Como con mala onda. Sobre todo los padres, los tipos me lo decían. Mi marido viajaba y yo llevaba a los niños. Entonces como me acostaba tarde se me notaba. Y me miraban como “vos vivís de noche”. Hasta que una vez en el colegio me defendió otro padre: “a ver si entienden que ella trabaja de esto, que al público le gusta lo que ella hace y aparte está ahora trayendo a los hijos al colegio. A ver si ustedes se bancan eso”. Hay mucho prejuicio. Mucho: “Ah, sos músico. Qué bueno. ¿Y de qué laburás?”.
-¿Cómo fue que te animaste a cantar? De tu primera clase hasta que te subiste al escenario fueron un par de años.
– Blues, Gospel, todo eso empecé a cantar. Yo era la única que no me dedicaba a la música de las blacanblus. Ellas la tenían clarísima y querían eso. Surgió la posibilidad de empezar a tocar aquí y allá. Y aparecieron unos padrinos grosos que nos ayudaron. Cristina es la culpable de todo, es quien hizo que yo me diera cuenta de la voz que tenía. Yo no lo sabía, para nada. Yo pensaba que no, pero de a poco te vas liberando en las clases de canto. Yo estaba feliz. Le empecé a hacer caso, ella me recomendaba tomar clases de técnica con una mina del Colón que hizo que si yo tenía una voz así (hace un gesto corto con los dedos) pasara a tener una así (ahora el espacio entre los dedos es mayor). Cristina de entrada me decía “vos tenés que dedicarte a cantar”. Y fue así
Bolaíer
Por El tipo que escribe almanaques.
Toda la vida, sus padres, sus hermanos, las cinco psicopedagogas que lo trataron, sus tres psicólogos, sus doce maestras y su profesor de fútbol de la escuelita del barrio habían esperado que Bolaíer tuviera un segundo de lucidez terrestre. Hasta él mismo, resignado, había querido entender y responder a las formas clásicas del mundo occidental judeocristiano adaptado a Lationamérica para que no le hincharan más las pelotas. Dicen que las cosas pasan por el destino, pero a destino nunca lo vieron bancando la parada después de que pasaran las cosas y nadie va a poder explicar por qué razón justo en ese momento de la existencia le apareció, por primera vez, esa vocecita que, de repente, corea «aaaah».
Bolaíer naufragaba por la vida en el punto exacto donde se cruzan dos personalidades: el genio y el colgado. Bolaíer había sido Juan Manuel pero era Bolaíer porque una tarde de las vacaciones de invierno, cuando estaba en quinto grado, fue al cine con su papá a ver Toy Story y salió convencido de que, en el mundo, todos eran o debían ser juguetes. Cuando retomaron las clases, un maestro le pidió a cada nene que anotara, en una hoja, cómo quería que le dijeran sus amigos. Él, que todavía no manejaba el inglés ni sabía las reglas del hiato, anotó, en cursiva y con un lápiz naranja, Bolaier.
– ¿Bolaier? – le preguntó el profesor.
– No, Bolaíer, fuerte la i.
– Ah, Bolaíer.
– Claro, Bolaíer, como el del comando intergaláctico que va al infinito y más allá.
– Ah, Buzz Lightyear.
– Eso. Lo que yo decía.
– Bueno, ¿y por qué él?
– Porque todos piensan que es el que viene en la cajita, pero es otro.
En esa línea imaginaria y extraterrestre por la que Bolaíer deambulaba, se le cumplió una de las leyes más de asfalto jamás conocida: la mina más linda del colegio se enamoró de él. Cuando estaban en cuarto año del secundario, ella lo encaró y le dijo que se tenía que tomar el mismo colectivo y lo convenció de que se tenía que bajar en la misma parada y le aseguró que todo era una casualidad y que iba a la casa de al lado de su casa y él le dijo que al lado había un descampado y ella le dijo que no, que ahora había una casa, y él pensó que qué colgado que no se había dado cuenta de la construcción y cuando llegaron, abrió los ojos, vio el descampado y cuando giró a pedir explicaciones ella lo besó y le dijo que desde siempre estuvo enamorada de él y él no supo qué decir y ella se dio cuenta y le dijo ahora invitame a merendar y esa misma tarde los dos perdieron la virginidad y desde ese momento estuvieron juntos.
A lo largo de los 51 meses que fueron novios, Bolaíer solamente se acordó del día en que cumplieron dos años y 21 veces llegó con flores diciendo feliz mes cuando realmente no era la fecha, pero un amor solamente es un amor verdadero cuando lo justifica más de una ternura y la ternura se siente cuando dos personas se abrazan y sus cuerpos encajan perfectamente y ella y él, a la distancia o bien cerca, parecían uno solo con cuatro brazos.
Ese miércoles al mediodía, cuando ella lo llamó y le dijo que se encontraran en el parque y él le preguntó si lo podían posponer porque andaba estudiando y ella le dijo que no, que quería verlo, él tardó dos segundos, tiró todo el aire que tenía dentro, puteó y se dio cuenta de todo: ella lo iba a dejar.
Por una simple razón: lo invitó a un parque al mediodía en otoño y hacía frío y lloviznaba. Lo del otoño y el frío y la lluvia podía ser secundario porque en esas condiciones también pueden pasar cosas lindas. Lo del parque era decisivo.
Si ella pasaba por su casa, todo sería difícil, porque él sería local y ella, indefectiblemente, tendría que irse de ahí llevándose camisones y cepillo de dientes y regalos y fotos y la escena sería demasiado dura.
Si él pasaba por su casa, todo sería más cruel porque ella, en definitiva, en un momento, le tendría que pedir que se retirara.
Si ella lo hubiera invitado a un bar, sería demasiado arriesgado porque estaba la chance de que él reaccionara mal y todo se volviera un escándalo o, peor, podría él lanzarse en llantos y no hay nada más feo que ver a alguien mezclando lágrimas y mocos y el café que quedó en el labio.
Si iban al cine, no hubieran podido hablar o, si hablaban, iban a terminar en el papelón de pelearse con un boletero que los echara y el tipo no merecía tener que ver ese desamor.
Si se encontraban por la calle, no iban a tener dónde sentarse.
Si se lo mandaba por mensaje, ella se hubiera ganado muy rápido la condición de forra descorazonada.
Era el parque: era obvio.
El parque tiene cuatro características claves para dejar a alguien: una persona puede gritarle a otra sin que nadie se dé cuenta; se puede llorar y, de lejos, nadie va a saber las razones; se puede huir para cuatro lugares diferentes; y al salir, uno puede agarrársela con el ser más despreciable de este mundo y eliminar bronca y tensiones diciendo: «Qué mierda que son las palomas».
Aún así, el tema no estaba ahí. El problema, ahora que sabía cuál era el problema, era pensar cómo responder frente a esa situación. Ya estaba, ya se sabía soltero, pero el quilombo seguía ahí. Muchos, a lo largo de los siglos, incluso en la época de Atila el Huno, habían deseado estar en su lugar: antes de que lo cagaran, tenía la posibilidad de cagar al otro. Entonces comenzó a pensar variantes.
1- Antes de que ella comenzara a hablar, decirle que tenía que confesarle que la noche anterior se había cogido a su mejor amiga. Qué importa si era verdad: en el instante, rendiría.
2- Llegar, darle un beso en la mejilla y decirle: «Hagámosla corta, yo tampoco te quiero».
3- Escuchar todo el discurso de ella como si nada y, en el momento en que ella comenzara a llorar, -porque sí, la gente que deja a otra gente, de repente, llora, como si esperara que el dejado le dijera: «Quedate tranquila, estás tomando la decisión correcta, no llores»- llorar mucho más fuerte, haciendo un escándalo que contagie a las multitudes que pasan y todos empiecen a llorar y a ella le duela la responsabilidad de hacer un mundo más triste.
4- Llegar borracho y empezar a mirarle el culo a todas las minas que pasan para que piense que le chupas un huevo.
5- Faltar, simulando un cólico que no permitiera moverse del inodoro y ella tuviera que pasar algunos días más padeciendo la angustia de tener que cargarlo todo.
Todas gansadas. Fue igual. En el trayecto, en ningún momento se preguntó si, capaz, se estaba equivocando. Apareció en el parque diez minutos antes que ella y la saludó como si todo fuera casual y cuando ella le pidió que se sentaran en el pasto se sentó. No pronunció ni una sola palabra: ni siquiera cuando ella le dijo que necesitaba que hablaran. Hasta puso cara de asombro. Escuchó atentamente casi diez minutos de descargos, tres razones fraudulentas, veintidós frases hechas, una sospecha de infidelidad, tres toses y una frase terrible.
Cuando ella terminó, se dio cuenta que, de las cinco variantes que había pensado, ya ninguna le servía. No tenía tiempo, algo había que decir. Empezó a dudar y en la duda empezó a sentirse un pelotudo porque no podía creer que no había planeado una respuesta que no tuviera que ver con hacerle daño. O más, o lo peor. No había pensado que ella, entre las razones que le daría, podía decirle ese comentario tan duro que tanto tenía que ver con él:
«Juan Manuel, no siento que haya futuro con vos, no sé, no me veo siendo grande con vos, con un proyecto en serio, viviendo juntos, es difícil, es como si me cansó que estés en el aire», le dijo y le robó cualquier reacción. Era más fácil un no me gustás o un no te quiero o ya no me excitás, pero no: proyecto, serio y futuro. Cuando a lo lejos se escucharon el grito de una madre a una nena y las ofertas de un vendedor de panchos, el silencio lo obligó a tomar una decisión y fue sentencioso: «Por favor, andate». Ella no lo entendía, pero él se lo repitió: «Por favor, andate».
Y ella se fue.
Dos horas se pasó mirando al horizonte tratando de entender qué le había pasado. Lloró y se gastó dos paquetes de pañuelitos que había llevado para la ocasión. Pensaba en esa frase constantemente. No entendía qué le dolía. Hasta que, una vez más, la segunda en su vida, cayó y se dio cuenta. Le dijo Juan Manuel. No Bolaier. No Bolaíer, con tilde. Ni siquiera Buzz Lightyear. Le dijo Juan Manuel porque, claro, Juan Manuel era ser grande, era dejar de ser lo que él era y era ser lo que ella quería: Juan Manuel, un supuesto futuro.
Y lo recordó. Lo recordó porque esa era su filosofía, aunque no la tuviera tan en claro y aunque nunca se la había podido explicar a ninguno de esos psicoespecialistas. Lo recordó bien adentro y recordó que parte de su historia era la de El Principito. Lo recordó y en el recuerdo no se dejó marear y, porque así era su forma de pensar, pensó en dos opciones para el futuro.
1- Pararse ahí mismo en la plaza y gritar bien fuerte: «Bolaíer, al infinito y más allá».
2- Sacar su celular y, uno por uno, llamar a sus padres, a sus hermanos, a las cinco psicopedagogas que lo trataron, a sus tres psicólogos, a sus doce maestras y a su profesor de fútbol de la escuelita del barrio, para decirles: «Vení al parque, tengo que hablar con vos».
3- La tercera no existe, por eso aclaró que las opciones para el futuro eran dos, así que no se ilusionen: ser Juan Manuel no está en sus planes.
El corso de Chiapas
Fotorreportaje en el centro de la selva mexicana del ritual que saca todo un pueblo a la calle, entre arengas, cantos y un baile que se siente perpetuo y fatal. Los Parachicos sacuden la vida cotidiana y abren una brecha: cada enero Chiapa de Corzo se levanta y resurge.
El rojo, no sin luchar, llegó a la costa del río. Asumieron la posibilidad certera de ser derrotados para elegir el suicidio. La conquista española tenía un enquistamiento de resistencia en territorio mexica que decidió saltar los 1300 metros de la pared más alta del cañón para ser agua y sangre en el río Grijalva. Antes que esclavos. Desapareció el pueblo chiapaneca al calor del invierno de 1528 y al frío de la dominación europea.
Frente al mismo río, el pueblo de Chiapa de Corzo se ofrece todos los años del 8 al 23 de Enero, en una de las fiestas más añejas del Estado mexicano de Chiapas.
Arengan dos hombres y un agitar de maracas incesante. Las luces apagadas para que solo el sol ilumine apenas la imagen de metro y medio de San Sebastian en el fondo del cuarto. Se vuelven gritos de aliento, a los saltos, ya con las máscaras puestas. Las maracas de hojalata o madera hechas zumbidos permanentes. Dos Parachicos se alistan para salir a la calle, donde se va a mover. Son los que copan el pueblo con una montera de ixtle a manera de peluca rubia, un gran poncho negro con uno pequeño bien colorido al que llaman sarape por encima, pantalones sueltos de lentejuelas que dibujan Cristos con flores silvestres y la cabeza por total cubierta con una máscara de madera a rasgos de blanco europeo.
Es la Fiesta Grande. Van en un estado de pleno transe de danza y cantos, por banderas e imágenes de los santos patronos para recorrer las iglesias del pueblo. El sol pega en el negro de los atuendos y obliga a Parachicos de todas las edades a abandonar la masa fulgurante para descansar.
La tarde entra entre vendedores de cruces floridas, tasajo y ropaje de cama. La cerveza hecha michelada por el grosero picante hace populosos a los baños por dos pesos mexicanos.
La plaza central, devenida en parque de diversiones y feria de kermés, se vuelve el centro de los festejos de un ritual que funde las religiones mesoamericanas con la evangelizadora.