Archivo por meses: diciembre 2014

Espacio para la memoria

Por La chica que corre el bondi.

-Bienvenidos al espacio para la memoria, ex ESMA. La idea de la visita es que se pueda construir entre todos. Cuando quieran me paran, preguntan, comentan. Esta bueno que sea dinámico. Vamos a visitar el Casino de Oficiales que funcionó como centro clandestino durante la última dictadura cívico-militar.

Se estima que pasaron 5000 personas, hay 200 sobrevivientes.
 

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200de5000.5000detodos

 

Los números tomaron el ambiente. Se hicieron protagonistas. La historia se figuró al ritmo de los pasos que transitaban el recorrido. Imágenes se sucedieron como evidencia de una memoria colectiva que construye identidad de a pares. La chica con la remera que decía “Para todos nada, para todos todo”, apretó los dientes cuando el único nene del grupo preguntó: Pa, ¿dónde están los cuerpos?

Imágenes: NosDigital

Imágenes: NosDigital

Estaban ahí, poniendo voz a bloques de cemento silenciados. Estaban con nosotros recreando el momento. La visita se convirtió en disparador de imágenes, que quizás, así sucedieron.

Todo el resto ENMUDECIÓ, se escribe desde los pies.

 

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Algún día, de algún mes, de algún año entre 1976 y 1983.

Av. Libertador 8100, Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Escuela de Mecánica de la Armada.

Medianoche.

Garage ESMA

Garage ESMA


 
Un Ford frena frente a la garita verde de seguridad. La cadena que cruza la calle interna impide el paso. El hombre en el asiento de acompañante baja la ventanilla, lleva casco sostenido a su cara por debajo de la pera, bigote prolijamente recortado, uniforme que termina dentro de las botas de caña más alta que los tobillos y un arma en el cinturón. Con tono marcial repite de memoria una jugada de ajedrez y queda en silencio. La cadena choca contra el asfalto marcado de tantas veces recibirla, el auto se pone en marcha, pasa sobre ella, la ventanilla se cierra.

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 –Los autos hacían este recorrido. Todos estos datos los tenemos por los sobrevivientes. Después de pasar por la garita los entraban al Casino de Oficiales. Aclaremos que casino significa casa. Acá dormían oficiales. 

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En la puerta trasera del casino frena el auto. El hombre sentado en el asiento de acompañante baja, no sólo tiene un arma en su cinturón, del otro costado le cuelga un palo de goma. Abre el baúl y a empujones y dalehijadeputasalídeahí saca a una chica. No se le ve la cara, está encapuchada, se le ven las esposas en las manos, apretadas contra la espalda, y en los tobillos, descubiertos por una pollera que le llega a las rodillas. Está descalza y cuando la entran al hall del edificio el frio que sube desde los pies le encoje los hombros.

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-Es este hall también funcionaba la central de inteligencia donde confeccionaban los legajos de cada detenido, con foto, datos personales, de las organizaciones a las que pertenecían. Eran tratados como casos. ¿Notaron el frío que hace acá adentro?

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La piba camina obligada cruzando el hall. De ahí escaleras la llevan directo a un sótano. Un cartel en la puerta anuncia que se trata del sector 4. Sigue sin ver, no sabe que está caminando por el “pasillo de la felicidad” que la lleva directo y sin escalas a la tortura. A sus costados otros compañeros encapuchados, esposados, amontonados, una imprenta, taller audiovisual, un baño, algunas camas con oficiales, otras varias salas de tortura, no se puede ver nada más, conectaron algo que hizo saltar la luz. El espacio, impresionantemente chico para entrar tanto dolor, queda a oscuras.

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-Acá les decían que les iban a inyectar vitaminas, para que estén fuertes y mandarlos a la cárcel a afrontar un juicio. En realidad, lo que sabemos por sobrevivientes, es que se les inyectaba pentotal que los adormecía, los llevaban a aeroparque y aún vivos los arrojaban al mar. Si no, después de la tortura eran llevados al tercer piso. Ahí funcionaba Capucha y Capuchita.    

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La radio está prendida. Suena a todo volumen, ininterrumpidamente, del Plata. La luz está prendida, también ininterrumpidamente. Esto debe ser lo más cercano al infierno, susurra alguien. Pero nadie lo llega a escuchar. Están todos encapuchados dentro de sus cajas de maderas que no superan los 75cm de ancho x 2mts de largo. Las cabezas apuntan al pasillo dónde los oficiales caminan y los pies, inamovibles, pesan con una bola de cañón enganchada a los tobillos.

Desaparecidos de la última dictadura cívico militar

Desaparecidos de la última dictadura cívico militar


Desde la punta de la L, la forma que tiene Capucha, se escuchan botas avanzar. Sacaron a un pibe de su cajón. Lo empujan a la puerta en el extremo opuesto del lugar. Lo suben por una escalera que lleva al altillo. Lo vuelven a acostar, esta vez, en Capuchita.
No hay una lógica que diga quién sube y quién baja, no parece haberla, pero Capucha está colmado de cuerpos acostados. Capuchita es más chico y en el centro del cuadrado tiene el tanque de agua del edificio. No suena la radio, suena el agua que se mueve, todo el tiempo. El frio se siente más, no hay ventanas, la luz también está prendida pero nadie ve. Siempre, las capuchas ennegreciendo todo.

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-En Capucha y en Capuchita también estaban las embarazadas, creemos que hasta el octavo mes recibían el mismo trato. Si aun así lograban continuar con el embarazo las llevaban a maternidad, esta acá también en el tercer piso. El que se llevaba los bebas le decían Pedro Bolita.

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Sol y sombra

Sol y sombra


Se escucha un llanto, un llanto gritando que hay vida ahí dentro. Un bebe acaba de nacer en el tercer piso. Dos compañeras ayudan a la madre. Terminó de dar a luz hace minutos, pero está obligada a limpiar el lugar. Termina y no parece sentir todo ese dolor, le dicen que el bebe va a ser entregado a su familia. Un oficial trae una lapicera, arranca una hoja de un cuaderno y la madre escribe. Quiere que su hijo se llame Marco, le pide a su familia que lo cuiden.

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-Después de dar a luz, en general, la madre era enviada en el próximo traslado. En este piso había dos espacios más funcionando: El Pañol, un depósito con todas las cosas robadas de las casas de los detenidos, y La Pecera donde se hacía trabajo esclavo.

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Pedro Bolita baja más de 60 escalones hasta llegar al hall de entrada. Un oficial también baja los más de 60 escalones, junto a una mujer esposada y encapuchada siguen bajando, llegan al sótano, entran a la enfermería, la inyectan, ella se queda dormida. Pedro Bolita lleva un bebe en brazos, está envuelto en una manta celeste. Sale del Casino y sube a un auto. Marco, que aun no se sabe Marco, se aleja. Es pleno invierno, pero el sol le gana al frío. La vida, siempre ganando.
 

Si diez años después te vuelvo a encontrar

Palabras que sobreviven pasada una década. De 194 muertos. De los que siguen y recuerdan.
Por Antonio de la Fuente
Hoy lo vi. Me lo crucé en la calle. Mis piernas parecían dos edificios en un terremoto. Sólo lo ví un momento, cuando pasaba por mi flanco izquierdo, en dirección opuesta; pero supe que era él. Yo deambulaba por Avenida Corrientes, mis ojos recorrían caras y vidrieras sin hacer foco. Hasta que la vereda se convirtió en nieve y yo, en hielo. Ahora, que repaso el encuentro en la penumbra de mi hogar, ablandado por dos vasos de whiskey, empiezo a desconfiar de mí mismo y a dudar sobre la identidad del peatón. Debería haber sido más impulsivo. Darme vuelta, frenarlo. Existía la posibilidad de que no fuera quien yo creía. Me contuvo el temor de hacer un papelón en pleno centro. Tenía menos pelo, vestía más elegante, pero no puedo haber olvidado su rostro. Apenas lo traté una vez, pero se presenta en mi mente casi a diario, como una diapositiva trabada en el proyector. Dos vasos más y me aseguro que fue una ilusión.
Lo vi caer al asfalto, en medio de una multitud que corría en todas las direcciones, con gritos y alaridos que todavía hoy escucho. La gente pasaba a su lado, sumergida en la vorágine del caos, sin observarlo. La estampida humana salía de un boliche en llamas. Era casi medianoche, pero el calor se aferraba al pavimento. Intenté que se incorporara, pero fue inútil. Su cuerpo parecía una marioneta olvidada en un cajón, sin los hilos para pararlo. Tomé su cabeza y algo comenzó a apretarme el estómago. Distinto al hambre. Temí que estuviera muerto en mis brazos. Nunca tuve tanto miedo como en ese momento. Sus ojos eran dos bolas blancas, como si las pupilas miraran con fiereza la tapa de su cerebro. Su pulso, un espeso cuentagotas. Su cara, boca y fosas nasales recubiertas por un líquido negro, como su remera, que había tomado un color grisáceo. Un short y la piel de sus pies era toda su ropa.
Puse agua en su boca y tampoco reaccionó. Mi angustia había avanzado hasta el esternón. Levanté la vista y pedí ayuda a un bombero que bajaba de un camión. “Sentalo y tirale agua en la nuca”, dijo, mientras corría hacia la puerta del local. Ni siquiera me miró. No había tiempo. Cumplí la orden como un mandamiento, pero el joven no respondía. Sus ojos blancos tiritaban sin bajar. Me asusté más. Una ambulancia frenó a unos pocos metros de donde estábamos. Caminé junto al enfermero; intenté ser breve en el diagnóstico y pedí que lo subieran al vehículo. “Hay muchos para atender”, contestó. “Los bomberos no saben nada, ponelo de costado y apretale el pecho, como en las películas.”

Imágenes: NosDigital

Imágenes: NosDigital


Creí que el miedo no iba a dejarme actuar, que los nervios me paralizarían. La desesperación frenó mis emociones. El entorno desapareció. También mi registro de lo que sucedía. La presión de mis manos y dedos cruzados sobre su pecho me devolvieron a la realidad. Allí estaba yo, con diecisiete años, luchando por la vida de un desconocido, como unos minutos antes lo había hecho por la mía. Eso no era una película. No hubo una reacción milagrosa ni escupió agua en el momento que abría los ojos. Entendí que no iba a despertar.
Un auto blanco, destartalado, avanzaba en medio de los cuerpos derrumbados sobre la calle. Grité con fuerza, mientras mis brazos imitaban un pájaro que inicia su vuelo. Se detuvo. Algo dije, pero mis palabras no salieron ordenadas. Vi la cara del conductor deformada por la incomprensión, un espejo que reflejaba mi terror. Me abrió la puerta trasera y cargué, como pude, a ese pibe sin reacción. Lo vi irse desparramado en el asiento de su improvisada ambulancia.
Me sentí aliviado por haberlo enviado a manos que supieran cómo salvarlo. Mi angustia comenzaba a bajar, pero levanté la cabeza y me percaté de dónde estaba y qué ocurría a mi alrededor. Decenas de cuerpos se apilaban en una esquina, a metros mío. El número de muertos crecía de manera increíble de un minuto a otro. Ya no pude abstraerme del contexto. Era una tragedia. Fui testigo de un hecho siniestro. Las imágenes eran espantosas por donde mirara. Había quienes corrían cargando cuerpos como bolsas de papas. Otros lloraban desgarrados a los pies, negros por el humo, de los cadáveres de la vereda. Los vecinos del lugar miraban estupefactos. Vi llegar como cien ambulancias. Se crearon dos categorías de afectados. Los graves, asistidos con tubos de oxígeno, y los muy graves, trasladados al hospital.
Me detuve para corroborar mi situación. Estaba vivo, respiraba, no tenía quemaduras. Pensé en mis padres. ¿Sabrían de la magnitud del asunto? Caminé tres cuadras. Era otro país. El de los vivos, sin rastros del horror. Paré un taxi y dudé hasta de la dirección de mi casa. El conductor indagó si había estado “ahí”. Quise explicarle qué había pasado, pero no pude. Por primera vez, apareció la imagen de la cara del tipo al que intenté salvar, para dejar en claro que ya nunca podría olvidarlo. No salieron palabras de mi boca, apenas un llanto torpe.
No supe qué ocurrió con él. Si logró sobrevivir. La imagen de su cuerpo desarmado me visita todos los días, desde hace diez años, para recordarme que jamás saldré de República Cromañón.

Una noche de Totoras

Nos subimos a la combi de la banda de cumbia que rompe prejuicios y no deja a nadie sin bailar. De La Bombonera al Four Seasons, los músicos platenses suben y bajan de escenarios con un profesionalismo vertiginoso y cronometrado. 
Hoy hay cuatro. Mañana hay cuatro. El domingo libre. Alguien festeja, dice ser la noche para coger. El lunes se ensaya. El martes otra vez al escenario. Y así. ¿Se aburren? Todos, de a uno, en un camarín, en medio del show, en la combi, en la calle, responden: ¡No!
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¿Cómo fue la charla? Un día, en algún lugar se dijo: el 12/12/12 se festeja el día del hincha de Boca, papá. Y seguro escabiaron en honor a eso. Y seguro hubo asado. Y ese humo de olor a chori y porro se repite, dos años después, en la fiesta que por primera vez se hace en el Alberto J. Armando.

12/12/14

12/12/14



Para llegar hay que caminar cuadras con veredas que suben y bajan entre fanáticos, carbones callejeros, gargantas extasiadas, botellas cortadas, cariocas que giran y agites de brazos que quiebran muñeca como solo en la cancha pasa. En el medio de ese mundo excitado, dos calles que llevan Valle en su nombre se tocan la esquina: ahí hay un portón designado para el encuentro que resulta ser mágico: nuestros pies y la combi blanca llegan en el mismo momento. “Arriiiiibaaaa”, se escucha del otro lado de las ventanas. Son las 19.30 horas del viernes, Los Totora llegan a la Bombonera.
Juan Ignacio Giorgetti, tecladista y uno de los fundadores de la banda tiene puesto jogging que parece jean y dice que cuando se aviven, va a ser el gol de la moda. También dice: “Llevamos una vida bailando”. Una vida de 12 años parida en La Plata y vivida en el barrio entre pelotas de futbol y bancos del secundario. Hace cuatro años, a sus ocho, explotó masivamente y eso se llevó todas las burbujas de todas las copas de todos los brindis. ¿Entonces? Tuvieron que profesionalizarse. Juani recuerda empezar a trabajar en la puntualidad, la estética, la prolijidad arriba y abajo del escenario. Un egreso prematuro del ascenso a la A.
Media cuadra después del portón, estamos bajando de la combi. Una chica reparte cintas naranjas para las muñecas que habilitan bajar escaleras de cemento y entrar por una puerta que tiene pegada una hoja A4 y anuncia con marcador: Camarín.
En una mesa: galletitas, varios sabores de té, café y leche. Contra la pared, una heladera llena de bebidas frías: ninguna con alcohol. Algunos se cambian de ropa. La grilla del día está encastrada con pre-ci-sión. Hay que subir: todos están listos. Diez minutos antes de las ocho de la noche, Los Totora entran a un pasillo de paredes blancas y escaleras. Bajan, caminan, vuelven a subir. ¿Algo va a sonar más fuerte que la tribuna? Lo que no es amarillo y azul es piel desnuda. Cuando las zapatillas pisan el césped, se avalanchan los gritos por inercia. Salen a la cancha y juegan como viven. Pasaron cinco minutos de las ocho de la noche. El cielo se oscurece. Los Totora suben al escenario en manada, toman por asalto los instrumentos y agitan: “Vamos a bailar cumbia”.
En la Bombonera.

En la Bombonera.


La cancha: estallada. Los periodistas: filmando con sus celulares. La hinchada: enfiestada. Ari Paluch: agitando abajo del escenario. Chechu Bonelli: también. Cacho Laudonio, el ex boxeador que con su traje murguero en los partidos recibe a los jugadores, palpitando bandera en mano. Las boquitas: moviendo las caderas entre los músicos. La letra canta que alguien se vuelve loco y parece ser horóscopo del momento. Los doce músicos bajan y vuelven a subir para tres temas más.  Son las 20.40 horas cuando Los Totora dejan definitivamente el escenario igual que subieron: sus cuerpos están intactos, todo alrededor está encendido. Juani aclara: “No es por fríos, es intentar ser lo más profesionales”. Caminan otra vez el césped. Desde el otro lado del alambrado le piden fotos y pasto. Cinco minutos después otra vez la mesa con té y galletitas.
Nicolás Giorgetti sube a la combi con un té recién hecho. Se sienta entre los últimos asientos. Hasta allá llegan todos los chistes que se pueden inventar con el trío: té – 30° grados – viernes a la noche. Él dice: “Soy como Mirta”, entre risas. Es rubio, como la señora de los almuerzos, está encargado del bajo y dice tener hambre. Son las nueve de la noche. Fantasea con un pastel de papa en el catering del próximo show. Claro: no sucederá. Nico es hermano de Juani y de otro de los Giorgetti: Santiago, al mando de los timbales. En el garaje de su casa fueron los primeros ensayos. Luego vinieron los discos; los primeros tres editados de manera independiente: “Nunca vas a dejar de bailar» (2009), «Encontrándonos» (2011), «Y ahora Vivo» (2012); y el último bajo el sello de Warner Music: «Sin Mirar Atras» (2013).
El tráfico hace lenta la llegada a una fiesta empresarial en la otra punta de la ciudad. En el camino, los músicos, el manager y el conductor hablan de futbol, de redes sociales, del Chavo, de los Simpson y se pasan de asiento a asiento videos bizarros de esos que se viralizan por internet. Nada los hace más grupo de amigos como cuando llegan las anécdotas que relatan cómo se enteraron que Papa Noel no existe. Uno vio al tío cambiarse y se lleva los: “Naaaaaa” de la noche.
Juan Quieto dice: “Esto sigue siendo un juego, pero terminamos económicamente redituados”, y recuerda que desde sus 7 años, también jugando, se sentía cantante.
Imágenes: NosDigital

Imágenes: NosDigital


El viaje duró 45 minutos. En los camarines no hay pastel de papa pero sí comida y bebidas: acá tampoco hay alcohol, todavía queda mucha noche que bailar. A las 22.30 horas, vuelven a subir al escenario. El público es totalmente diferente. Las mujeres están de vestiditos y tacos sacándose selfies. Los pibes de camisa piden tragos en la barra. Los Totora ponen en práctica toda su profesionalidad, salen a escena sin que nada ni nadie los perturbe y aceitan uno tras otro los temas con precisión mecánica. “Son años de ensayos y conocernos”, dirán más tarde. Luego el ritual que se va a repetir en la noche: suben chicas a cantar y al tema siguiente suben los muchachos. No hay un público que les guste más que otro, aclaran y eso hace, para Juan, que no se aburran: “Todos los shows son diferentes y todos los públicos también”.
Otra vez en la combi, el tema de charla es la comida y fantasean: “Cuando seamos famosos vamos a pedir en los camarines hamburguesas con queso y un microondas”. Estamos camino a un lujoso hotel. ¿Les cabe la etiqueta de cumbia cheta? Nico cree que el rótulo llegó en los últimos años, antes ya habían recorrido muchos escenarios. “No entramos en el circuito de la bailanta”, dice e intuye que quizás por ahí viene la mano. No entraron porque en el propio circuito que armaron, ese donde diciembre estalla de noches con shows uno tras otro, se sienten más cómodos.
De combi.

De combi.


Diez minutos antes de la media noche entramos al Hotel Four Seasons. Lo cheto desaparece cuando tienen que discutir con el encargado de la entrada, en la piel solo les queda el barrio. “Somos esto, pibes re normales”, va a decir Juani en el ascensor mordiendo puteadas, y a eso le atribuye generar empatía en todos los escenarios. Directo al segundo piso salimos a la cocina, Los Totora saludan a cada uno que se cruzan, desde el dueño de la empresa que los contrata y más tarde viene a pedirles una foto, hasta el señor de limpieza que dice que piensa llamarlos para el festejo de los 15 años de su hija. “Obvio, papá” responden.
El camarín sí es cheto. El catering abundante y variado incluye jamón crudo, panes ricos, empanadas, quesos, y por primera vez en las heladeras hay alcohol, pero las gaseosas ganan otra vez, nadie abre más que una birra chica.
Media hora más tarde caminan la cocina entre los postres que llevan pistacho y llegan al salón de sillas recubiertas de blanco y mesas llenas de copas de diferentes tamaños. El promedio de los que esperan es de 50 años. Los hombres bailan sin dejar sus sacos y corbatas. Las mujeres mantienen la pose con vestidos hasta el piso, tetas paradas y dolorosos taco aguja. El ritual de compartir el micrófono se repite y como por arte de magia la fiesta se enciende. Contra el pronóstico prejuicioso, es el lugar que más se enfiesta de la noche. Cuando quieren despedirse desde abajo le piden a los gritos “Márchate Ahora”, el tema propio corte de su último disco. Se lo piden varias veces, a la banda que también supieron etiquetar como la de los covers. Los prejuicios –no siliconados- se vuelven a caer.
Faltan minutos para la una de la mañana, otra vez están en los camarines. Se abre un champagne por primera vez y se comparte. Tienen que hacer tiempo. El grupo de amigos les sale por todo el cuerpo: se tiran chistes y papelitos molestos de silla a silla, hablan de la fiesta que se acaba de armar del otro lado de la cocina, y uno de los músicos se arma una cama sobre la alfombra.
“A todos en algún momento de nuestras vidas nos gusta la cumbia pero algunos no quieren admitirlo. Es nuestra música popular como antes era el tango. En todo el país se escucha cumbia”, asegura Juani. Eso hace que bailen en la bombonera, en el evento empresarial y en el Four Season. ¿Por qué con ellos lo menean? “Porque somos pares”, contesta.
Mientras en la puerta del hotel algunos fuman un pucho, otros se sacan fotos para las redes sociales, Juan le pregunta a un chofer por el modelo de auto que maneja y la madrugada sigue bailando. Hace más de ocho horas que empezó su noche. Vuelven a subir a la combi. Nos vamos, nos vamos acostumbrando a hacer el show más largo…

Yoani, vos también sos nuestra guía

Ey, Yoani, hacé la de Camilo en el viejo Campamento Columbia y tiranos alguna señal para que sepamos cómo carajo están las cosas. Ey, Yoani, ponete el sombrero que usó Cienfuegos el 8 de enero de 1959 para guiar a Fidel y escribite algo como para que interpretemos qué pasó con esta nueva medida que la humanidad asume como histórica. Nosotros esperamos por tu prosa que, aunque financiada por los cuatro costados, no es tan boluda como para no advertir quién sacó tajada con esto. Tratá de comprender que sos una referente de descollante categoría intelectual que se ganó por eso la chapa mediática de la que goza. ¿Si no, cómo se explica que tus columnas deambulen en todos los medios de los grandes monopolios comunicacionales? Entendé que, si hablamos nosotros, dicen que miramos la realidad a través de los ojos de aquel viejo barbudo del Siglo XIX. En cambio, si la que muestra bronca sos vos, nos abrís toda una gama de argumentos como para convencer a cualquiera de que ciertas figuritas autoadhesivas del imperio no están del todo conformes con lo que está ocurriendo. Por eso es que queremos leerte. Dale, no seas mala, Yoani, tirate algún textito iluminador que para eso te mantienen.
No festejen. Eso dijo Yoani. “Mientras no se den pasos de esa envergadura, muchos seguiremos pensando que la fecha esperada no está cerca. Así que a guardar las banderitas, no se pueden descorchar las botellas todavía y lo mejor es seguir presionando para que finalmente llegue el día D”, anunció la amiga bloguera el 17 de diciembre. ¿Presiones? ¿Más presiones todavía? Barack Obama, protagonista junto a Raúl Castro del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, no está tan de acuerdo con Yoani: ya van 53 años ininterrumpidos de presiones explícitas e implícitas y el dispositivo no funcionó para tumbar a una Revolución que, con sus problemas a cuestas, todavía goza de buena salud. De fracaso catalogó Obama la política imperial hacia la isla que inauguró Dwight Eisenhower en 1961. Yoani no me atendió el teléfono pero la conozco e intuyo que no le gustaron nada estas definiciones. Es lógico: debe ser duro admitir que, aunque más no sea muy cada tanto, la dignidad puede ganarle a la sociedad de consumo alguna peleíta.
El ánimo de Yoani se derrumbó con la noticia y eso dejó al borde del ridículo a los que intentaron vender que este nuevo capítulo de la historia era un paso más de Cuba hacia el capitalismo. No hay novedad en esto del relato de la transición: lo mismo hicieron cuando cayó el Muro de Berlín, lo mismo hicieron con el Período Especial, lo mismo hicieron ante cada inconveniente de salud de Fidel, lo mismo hicieron cuando asumió Raúl. El tema es que, al menos hasta ahora, no hubo Papá Noel capaz de cumplirles el deseo. Parece que la Navidad de 2014 tampoco les regalará el milagro. “El anuncio por parte de los gobiernos de Cuba y Estados Unidos de un restablecimiento de las relaciones diplomáticas nos sorprende en medio de señales que apuntaban hacia la dirección contraria y también de un desgaste de las esperanzas”, escribió Yoani en el segundo párrafo del texto que puede leerse en el blog mejor pago del planeta. Su pesar simboliza de manera elocuente la decepción del sector más reaccionario de la mafia que duerme en Miami –con la que no está de acuerdo la mayoría de la sociedad estadounidense-. También muestra con tremenda contundencia que la batalla de las ideas está lejos de pasar de moda.
Hay más gente enojada con Obama. Todos colaboran para que el camino quede claro. Por ejemplo, Ernesto Hernández Busto, un –supuesto- ensayista que –supuestamente- analiza con objetividad científica la realidad cubana, utilizó el lugar que le dio el diario español El País en la página 8 de la edición del 18 de diciembre para sostener que “Obama deja la causa de la oposición cubana en una especie de limbo”. Ernesto, que no es El Che, de pobre no tiene nada. “Pero los votantes de la Florida no olvidarán la afrenta (…)”, amenazó al mandatario de Estados Unidos cerca del cierre del artículo. Los sucesores ideológicos de Luis Posadas Carriles no están ni groguis ni muertos pero sí molestos. Muy molestos. Tan molestos que no encuentran el mecanismo para justificar públicamente que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas es una derrota de la Revolución. Ah, un detalle que es algo más que un detalle: un par de hojas después del brillante texto de Hernández Busto, hay una nota titulada “Los niños invisibles” en la que se explica cómo opera la trata de personas sobre las madres y los hijos de esas madres que emigran a España desde el norte de África en busca de alguna oportunidad de no morir de hambre. Una barbaridad que en la Cuba socialista no ocurre.
Gracias, Yoani, gracias. Gracias por escribir lo que escribiste. Gracias por ayudarnos a que descubramos en qué anda la mierda. Extendeles el saludo también a tus amigos. No siempre es fácil encontrar faros en este mundo en el que las versiones cruzadas contribuyen muchas veces con la confusión. Le diremos a Fidel que, a partir de ahora, empiece a tomarte en cuenta: no nos parece que tu nombre rime como Camilo pero seguramente le será útil preguntarte “¿Voy bien, Yoani?”.

«Un testigo vio correr a un pibe desesperado»

A continuación, se reproduce el testimonio completo de Vanesa Orieta, hermana de Luciano Arruga, desaparecido durante cuatro años. Es una conferencia de prensa realizada el 18 de diciembre de 2014, en el CELS, a dos meses de la aparición del cuerpo. Se cita dos nuevos testimonios en la causa: uno que vio a un chico correr desesperado y otro que vio a un patrullero a la hora, y en el lugar, del asesinato. Exigimos reproducción fidedigna de las declaraciones, la mayor cantidad posible, en la mayor cantidad de lados posibles, porque creemos que la verdad es la de los familiares.
Buenas tardes a todos, gracias por estar, por acompañar, esta conferencia de prensa, como bien dice Horacio, va a tratar sobre los últimos avances de la investigación. Nosotros creeíamos justo tener esta conferencia antes de fin de año. Sabemos y reconocemos la repercusión que tuvo la aparición de Luciano el 17 de octubre. Tuvo la repercusión que no tuvo nunca este caso.
La idea es un poco avanzar en estos dos meses de la familia y que ustedes entiendan que la necesidad de tomarnos este tiempo, reflexionar sobre los avances, de leer y releer las pruebas, tiene que ver con dar la información de una forma certera y entendible para todos ustedes. La familia sigue denunciando el accionar de la Policía Bonaerense. No ha cambiado nuestra denuncia. Nosotros no hablamos de que Luciano murió en un accidente automovilístico. Nosotros decimos que Luciano llegó a ese lugar de una forma que la Justicia tiene que investigar. Y también decimos que Luciano no cruzó por motus propio la General Paz esa madrugada.
Es la Justicia, por supuesto, la que tiene que determinar qué ocurrió durante esas tres horas previas a que Luciano apareciera, a las 3 y veinte de la madrugada del 31 de enero. Qué pasó en esas tres horas en que nosotros denunciamos la desaparición de Luciano. Cuando Luciano aparece y nosotros empezamos a tomar declaraciones de esas pruebas, las anteriores, las que surgieron de esos cuatro años de investigación, vuelven a cobrar fuerza. Lo que hacen es endurecer aún más nuestra hipótesis. La Policía, al menos, actuó como cómplice. Para nosotros siguen siendo los responsables principales de todo lo que Luciano vivió esa noche.
Un testigo que estuvo en el accidente lo que habló es que ese día vio correr a un pibe desesperado, como escapando de algo. El abogado, Juan Manuel Combi intentó hacer entender esta situación a través de otro caso: el caso de Ezequiel Demonty. Ezequiel Demonty no se tiró al Riachuelo porque se quiso tirar: a él lo obligó la policía a tirarse al Riachuelo. Nosotros queremos saber, con nombre y apellido, quién obligó a Luciano a cruzar la General Paz, esa madrugada. Este dato es sumamente importante. El testigo dice que vio correr a un pibe desesperado. Pero lo que pone más en duda el rol de la Policía bonaersense es que otro testigo sitúa a un patrullero de la bonaerense en el lugar del hecho, a la hora del hecho. Este es otro dato importante. Anótenlo. Se indica que un patrullero de la bonaerense, esa madrugada, a la hora del hecho, estuvo en la colectora al costado de la General Paz. La pregunta es, la que se haría cualquiera de nosotros, la más lógica: habiendo estado ese patrullero en ese lugar, habiendo tenido conocimiento de que fue un accidente, por qué si fue un supuesto accidente a la familia no se le dio conocimiento de ese hecho. De ese hecho que había ocurrido tan sólo a veinte cuadras de mi casa.
Y si uno relaciona este hecho con los anteriores, realmente empieza a entender, la gran situación que estamos denunciando. Esa noche, los patrulleros especialmente del destacamento de Lomas del Mirador, no pudieron dar cuenta del recorrido de sus móviles en horarios cruciales. Tampoco pudieron dar cuenta de qué hicieron durante una cantidad de horas determinada en un predio llamado Monte Dorrego, en un descampado. Más datos que se unen a lo que teníamos, con estos hechos finales, es la prueba que se ha hecho sobre el libro de guardia del destacamento. tachaduras, borraduras. Tenía enmiendas, hojas arrancadas. Es un libro importante que registra los nombres y apellidos de las personas que son detenidas. Esa noche Luciano fue secuestrado: eso lo denuncia la familia. Pero esto lo denuncia la familia porque tiene pruebas importantes.
Es ahí donde yo les pido que salgan a preguntar a aquellos que tienen que dar las respuestas en democracia. Por qué los libros fueron adulterados. Por qué los patrulleros no registran sus movimientos. Por qué los patrulleros se mantuvieron en un lugar descampado donde no tenían que estar y donde no pudieron explicar por qué estuvieron. Todo esto hay que ir a buscarlo. A todos ellos les tienen que ir a preguntar por qué en esta causa existen tantas irregularidades.
Para nosotros no se informó esto porque ellos son los mismos que llevaron a Luciano a ese lugar. Hay datos de ese momento que no están, que se extraviaron, que se perdieron, que son pruebas muy importantes para la causa. Por ejemplo, las zapatillas de Luciano, que podrían determinar cosas importantes. Cómo Luciano llegó a ese lugar tan inaccesible. Tuvo que tener un recorrido dificultoso hasta llegar a este lugar. Esas pruebas no están. Esto sigue hablando de que Luciano fue desaparecido por el conjunto. Es difícil para nosotros, y en este tiempo, se ha hecho mucho esta pregunta: ¿qué hipótesis maneja la familia sobre lo que pasó en esas tres horas?
Nosotros no vamos a entrar ahí porque es un dolor insoportable entrar a imaginar qué fue lo que sufrió Luciano. De algo estamos seguros y lo vuelvo a afirmar en esta mesa, la Justicia tiene que investigar a la Policía bonaerense, a los funcionarios judiciales que no escucharon a la familia, tienen que ser condenados porque les hemos presentado lluvia de enjuiciamiento y ellos entorpecieron esta causa. Y recordarles que en esta causa esta familia denunció desde primer momento a la Policía bonaerense, y que fue la fiscal Roxana Castelli, a la que pedimos lluvia de enjuiciamiento, la que entregó esa misma investigación a la Policía Bonaerense.
Pedimos a la hora de informar sobre esta causa, recordarles nuevamente que nosotros no avalamos la teoría del accidente. Por eso le pido a aquellos periodistas que escribieron en algunos medios de comunicación, por respeto a la familia y a la causa, no entrecomillen titulares como «murió en un accidente». O se hacen car o no se hacen cargo. Encomillar un título de una nota es mezquino. Hace un daño terrible y, por sobre todas las cosas, lo que genera es que la sociedad no pueda saber cuál es la verdad de esta causa.
Del mismo modo les pido que si vuelven a escuchar la teoría del accidente de boca de algún funcionario, como fue del funcionario Telerman, o el mismo Ministrio de Justicia Casal, si vuelven a escuchar que esta causa se trató de un accidente, le recuerden que hay un pibe testigo que vio correr a Luciano corriendo desesperado y otro que ve a un patrullero. Y recuérdenle, de paso, la serie de irregularidades que se llevaron a cabo en el destacamento de Lomas del Mirador. Y recuerdenlo por sobre todas las cosas por sus hijos porque si realmente quieren vivir en un país democrático donde el derecho de las personas se respete empiecen a exigir respuestas. En aquellos que se encargan de generar estas políticas asesinas. El castigo materiales, políticos y juficiales. Muchas gracias nuevamente.
Duele mucho que la presidente no hable de esta problemática.
Porque son los mismos que hablan de los compañeros que desaparecieron en la dictadura.
Cómo no va a doler cómo matan a los pobres, nuestros hermanos, nuestros parientes.
Está claro que son responsables también.
Está claro que de ella también estamos esperando una respuesta. Queremos que la presidenta hable de lo que está pasando con los jóvenes en nuestros barrios humildes. Pero queremos por sobre todas las cosas que ella y todos los funcionarios políticos
empiecen a hablar de quienes son los que generan la inseguridad en nuestro país.
Que empiecen a hablar de la Bonaerense y de la Federal como los personajes que controlan, la venta de drogas, de armas y compran pibes para robar.
Queremos que hablen de esa inseguridad.
Sí, queremos la respuesta de todos.
Y si no empiezan a hablar todos, la historia los pondrá en su lugar
Y va a ser muy doloroso para ellos que ese lugar que estuvieron era un lugar de cómplices o de cobardes.

«Es complicado encontrar la humanidad de cada historia»

Marina Glezer es actriz, de treintipico, nacida en Brasil en tiempos de exilio. Comprometida en la lucha por el aborto legal, encontró en la actuación su espacio de militancia. Pero hay algo aún más primario: «No hay nada que me importe más que los vínculos reales, el amor. Ese es mi compromiso, en el trabajo como en la vida».
Marina Glezer está de entre casa, relajada, con cara de sueño, porque está filmando a la noche y durmiendo poco. El hijo – no más de nueve años – está con una amiguita, que Marina dice que es la novia, pero enseguida se sonríe y aclara que, en realidad, el hijo quiere que sea la novia, y se vuelve a sonreír mirándolos mientras los chiquilines se ríen y se tiran a la pileta una y otra vez. Así avanza el tiempo y la conversación, entre chapuzones, pedidos de antiparras y un cálido mediodía que da a entender que todo está bien. Habla bajito, se ríe en detalle, su cara es recontramil expresiva sin siquiera mover una línea. Es que ahí hay algo especial, una sensibilidad: cada palabra tiene su emoción, su gesto. Así, el género de la entrevista parece un tanto ridículo y todo aquello no es más que un genuino interés por saber quién está enfrente, porque da la sensación que es valioso, incluso un placer, para miles de otros.
Ella, para los que no la conocen, es actriz. Pero no es de las que salen seguido en la tele ni en los prime time, aunque si buscan un poco también le van a encontrar trabajos ahí. Pero, en esencia, ella es de otros lugares, más oscuros, más necesarios. Es, por ejemplo, La Pelu, de la peli “El Polaquito”, que pueden ver en youtube si quieren y lo van a agradecer: una de esas historias necesarias, que habla del regenteo de pibes que piden guita en la calle y en las estaciones, de la trata, de la cana, del aborto y, en definitiva, de la vida que tienen que pasar los pibes que son pobres y están solos con su alma contra el mundo.

Marina Glezer.

Marina Glezer.


Nació en Brasil y eso puede resultar extraño. “Yo soy argentina, igual”, dice como aclarando algo obvio. “Brasil fue una circunstancia”. Fue en San Pablo, en 1980. A los tres años, sus padres, argentinos, decidieron volver. Cierran las cuentas. Falta preguntar y conocer para empezar a desandar a Marina Glezer.
– Volviste al país en 1983, con la democracia, ¿se puede deducir de ahí por qué naciste en Brasil?
– Exacto. Nací en Brasil por una causalidad: mis viejos estaban exiliados. Vivieron 8 años en San Pablo. Se fueron porque mi papá era parte del brazo político de Montoneros, mi mamá estudiaba cine y le cerraron la facultad, desapareció un amigo muy cercano a ellos, que era el Bebe Dalessio. Y bueno, por esa desaparición fueron buscados, le dieron vuelta la casa y mi vieja estaba embarazada de ocho meses de mi hermana mayor, Luciana. Primero se fueron a Uruguay, donde nació ella, estuvieron un mes en Montevideo y se fueron a San Pablo. En Montevideo no estaban seguros tampoco, y en San Pablo se armó como una comunidad de exiliados. Fueron años, paradójicamente, de mucha felicidad, de mucho bienestar y buen pasar económico,  compartiendo hogar con cierta alcurnia intelectual exiliada de Argentina – el hermano del Bebe, Alfredo Dalessio, María Brown, León Ferrari y Alicia, su mujer -. Pero al volver, en el 83, fue muy fuerte, porque llegaron a la realidad, y acá mis viejos se separaron y la vida no les fue tan fácil. Lo único que recuerdo de toda la familia junta son esos primeros años en San Pablo.
– ¿Qué te acordás?
– Me acuerdo de estar con mucha gente, viviendo de a muchos, en el departamento de la placita, me acuerdo de un puente, de los sabores de la comida, los gustos. Fui volviendo varias veces, necesitaba mucho ver la casa donde había nacido, necesitaba recuperar algo de lo vivido allí. Tampoco tenía recuerdo material, porque se nos perdió todo, necesitaba recomponer algo de esa identidad primaria. Fue una ruptura muy fuerte volver al país, devastado después de años de dictadura. Un contraste inmenso: de lo que fue un exilio maravilloso a volver a un país donde faltaban 30 mil.
– Qué contradicción lo del “exilio maravilloso”, ¿no?
– Claro, es una paradoja muy loca, pero en definitiva supongo que es la única manera de sobrevivir a tanta desgracia. No puedo dejar de pensar ni un minuto lo que hubiera sido vivir acá en esos momentos. Para empezar hubiera estado desaparecida, no tengas dudas. Por cuestionadora, por petardista, por metebomba, a nivel verbal, no necesariamente de facto. Mis viejos tampoco tenían una militancia política a ese nivel, no eran guerrilleros. Eran intelectuales de izquierda que militaban en el contexto, como yo ahora: No estoy afiliada a ninguna agrupación, pero desde mi lugar, desde mi trabajo, milito y apoyo a los que sí las tienen y con los que me siento identificada.
– Decís que militás desde tu trabajo, sin embargo alguna vez dijiste que buscarle un fin ideológico a todos tus papeles es uno de tus mayores defectos.
– Es un problema. Trabajo siempre al servicio de directores que quieren contar sus historias. En cine sobre todo, actúo para que el trabajo de todo un equipo se note bien. Pongo el cuerpo al servicio. Pero no todas las historias tienen detrás un fin ideológico. Es mi mayor defecto, porque no siempre las historias comulgan con la igualdad de derechos, la posición más equitativa, más justa, de ser mejores personas. Es muy complicado encontrar la parte más humana a las historias, su humanidad.
– Eso más que un defecto parece una conciencia crítica…
– Es defecto porque me encuentro cuestionando constantemente. Realmente siento que las historias tienen una cuota de machismo, ideología política de verdad absoluta. Estar en un lugar tan crítico no me permite jugar el juego. Eso no les gusta a las personas, les gusta que las cosas sean más piramidales. Me cuesta encontrar algo con lo que me sienta cómoda en ese sentido.
– ¿Esto te hacer decir mucho que no?
– No, muy por el contrario. En estos momentos no soy una actriz selectiva, siempre peleé mucho por los trabajos que hice, fui en busca. No es que me salen miles de ofertas y elijo. La tele se me resiste y yo me resisto a la tele. Después en el cine y en el teatro, a veces me tensa defender todo el tiempo la posición de tener una responsabilidad como actriz. Me parece que hay que relajar, ponerse al servicio de lo que se quiera contar: no soy más que un conducto, como letras, que salen despedidas de una historia. Hay veces que las historias se tratan solo de algo personal del director, autorreferencial, que no transforma y que queda ahí. Buscarle una idea a algo que no la tiene, que solo tiene fin comercial, no tiene sentido. No todo tiene un mensaje ni un criterio estético que tenga que ver con la transformación colectiva y social, y uno tiene que trabajar como cualquier mortal.
Imágenes: NosDigital

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– ¿Es como ser un bicho raro ser una de las denominadas “actriz comprometida”?
– Yo no soy una actriz comprometida, soy una persona comprometida: cuido a mis amigos, hijos, marido y la gente que quiero con un nivel de apasionamiento y afectuosidad y crudeza muy honesta, y a mi trabajo también. Ese es mi compromiso en la vida, no hay nada que me importe más que los vínculos reales, el amor, en el trabajo como en la vida. En términos absolutos lo único que me importa es vincularme con las personas, y me cuesta mucho desvincularme cuando elegí quererlas. Soy un peón de obra en construcción: todo aporta a que eso se transforme. Es lo que siento cada vez que me pregunto cómo llegué hasta acá: 34 años,16 años de casada, dos hijos, 16 películas. Cómo sostengo esto… Tomo decisiones y por eso soy feliz, pero también pesa, porque el trabajo es constante, no descansás nunca.
– ¿Te planteas mucho el “que hubiera pasado si”…?
– Me re pasaba. Pero ahora se me fue un poco, conviviendo con hijos varones. Los hombres son personas muy divinas y muy lineales, y las mujeres somos muy hermosas y muy vacilantes, y el péndulo se me instaló en un registro mucho más cortito, sigo siendo oscilante, pendular, pero veo la vida de una manera más lineal también, si no, no hubiera sido posible convivir con ellos.
Justo cuando dice esto, se acerca a saludar su marido, Germán Palacios, actor también, protagonista, entre otros laburos, de la mítica serie “Tumberos”, a la que trilladamente hace referencia quien le hace las preguntas a Marina al momento de presentarse. Él devuelve con buena onda y Marina le exige en complicidad: “Trae plata, Parodi”. El más chiquito tiene cuatro, cuenta Marina, y ahora está en un taller de cocina. Vuelve a mirar para el lado de la pileta y con felicidad en la cara dice: “Le re gusta”, mientras el hijo sigue chapoteando con su amiga del cole.
– Entonces, que vos seas denominada como una actriz comprometida es más un defecto ajeno que una virtud propia…
– Claro, no creo que sea una cualidad ni una virtud. Soy una persona informada, nada más, con valores y comprometida con los vínculos de la vida. Leo el diario, camino la calle, hablo con los vecinos. Por ejemplo, que yo sepa qué le pasó a Luciano Arruga no es porque sea una actriz comprometida. Es porque escucho al periodista Julio Leiva, que está en el tema desde el minuto cero.
– ¿Y qué opinión te formaste sobre su muerte?
– El problema sigue siendo la policía y su lógica persecutoria hacia los pobres. Es terrible. Hay que denunciarlo y acercarse para ver cómo se puede cambiar.Y la verdad, qué hermana se echó Arruga. Esa es una mina que te corre el eje: qué importo yo si hay personas como Vanesa Orieta.  Jamás perdería ese registro, por más fama que pueda llegar a tener. Ese es el compromiso: el actor que no deja de ser persona, que no se vende.
– ¿De dónde baja el mensaje de la frivolidad?
– Y, mirá, los responsables de mi fuente de trabajo suelen decir que los actores no deberían hablar de política, expresar sus ideas, y yo digo, que a mí, que comunico, me interesa mucho la opinión pública, me interesa saber lo que piensa el artista que me gusta seguir. Yo no me voy a callar la boca porque la fuente de trabajo lo diga. Nos quieren más quietitos, pero yo apuesto y creo que eso algún día va a cambiar. La idea también es no bardear al pedo, eso lo aprendí con los años. Yo tenía como un estigma de “quilombo al pedo”, y lo vas aprendiendo a cambiar y apaciguar. Si estoy trabajando para determinado medio no voy a salir a matarlo porque sí, pero no voy a dejar de opinar de las cosas que siento y pienso. Si hay algo que me pone contenta en la vida es que lo que digo, lo que hago, lo que pienso y lo que siento, vayan de la mano.
– A todo esto, Marina, ¿para qué sirve el arte?
– El arte es una parte fundamental de la vida. Es muy canalizador: hacerlo, verlo, consumirlo. Estar cerca de gente que puede expresarse es maravilloso, me pasa con la música, con un buen libro. Lo que pasa es que el arte tiene la fuerza de correrte el eje. Sin eso sería todo muy aburrido.
– ¿Algo te puede correr el eje para mal?
– Hay gente que no le gusta que la cambien de lugar, que nunca se descubren los hombros, ni en invierno ni en verano. En algún punto me da ternura la persona que niega y evita ese tipo de arte. Es porque sabe que si lo ve, se la cree. El teatro es transformador, es lo más lindo. La incomodidad también es hermosa, replantearse por qué te ponés tan incómodo puede llegar a destapar traumas muy primarios. Yo creo que nunca se te puede correr el eje para mal, de todos modos no soy de moralizar: las cosas son.
– ¿Dirías que el mundo es un drama o una comedia?
– Siento que se trata del lugar desde el que lo mires: el mundo es las dos cosas. Es una comedia dramática, si querés, depende del lugar. Lo cierto es que a mí me cuesta verle el lado cómico. No es que coma pensando en los famélicos ni en los pibes de la calle, pero no me olvido nunca de eso. Y me cuesta vivir sin pensar ellos y sabiendo que podría haber un mundo más justo, que no está en mí, que soy una ínfima partícula de vacío en una atmósfera infinita, pero si pasara por todos, sería distinto. No hablo de caridad, hablo de política.
Marina, una mujer que respira paz, estuvo últimamente en las portadas de los medios empresariales y masivos porque decidió el 4 de noviembre de 2014 contar que a los 18 años había abortado. Escribió una carta pública titulada “Yo aborté” y la publicó en sus cuentas de Facebook y Twitter. Ya lo había contado anteriormente en diferentes entrevistas, y no generó la repercusión que ahora sí. Siempre valiente, lo hizo con detalles, abriendo el corazón y, claro, exponiéndose a la crueldad psicomediática.
En el 2003, cinco años después de haber abortado, casi diez años antes de esta carta, se estrenó “El Polaquito” y Marina hizo, como ya se dijo, de La Pelu: una piba de la calle, raptada por una red de trata, que se prostituye en la estación de Constitución para El Rengo, el tipo que la explota. La Pelu queda embarazada de algún cliente y El Rengo la hace abortar en la villa para que pueda seguir prostituyéndose.
– ¿Qué te significó La Pelu?
– La Pelu es todo en mi vida. Fue poder sacarme el mote de “la mujer de”, y pasar a ser “la mujer del Polaquito”. Nunca creí que me iba a pasar lo que me pasó después de hacerla, realmente fue una experiencia muy heavy. A nivel personal, es un antes y un después.
– La Pelu, en condiciones de muchísima más marginalidad, también atraviesa por la experiencia de un aborto ¿Fue catártico el personaje?
– Totalmente. Hago catarsis todo el tiempo de mis propios dramas, traumas y angustias. Yo tenía que salir a declarar que no era una chica de la calle. Se lo creyeron. Como que había algo de mí que sí era de la calle, y es verdad, en algún punto tengo eso. Fue aprender a vivir esa crudeza, entender desde el lado de la marginalidad. Todavía hoy paso y los pibes, los trapitos, los limpiavidrios, me dicen “¡qué hacés Pelu!”. Esa película le da un marco más heroico a esas historias.
– Cuando te llegó el guión, ¿no dudaste?
– No, para nada. Porque el aborto no es algo solamente que haya vivido yo. Le pasó fácilmente a seis mujeres con las que tengo trato, que se embarazaron, no lo desearon y abortaron.
– ¿Qué te llevó a contarlo de esa manera?
– A mí me encanta escribir y es una de mis maneras de expresarme. Lo hice por algo que recontra repetí ya: tendría que ser un derecho igualitario, es una deuda de la democracia, que todas las mujeres tengan el mismo derecho. Hoy, las pudientes lo hacemos bárbaro y las que no tienen guita se mueren. Es muy concreto y muy real.  Después podemos discutir lo más filosófico, debatir mil horas acerca de la vida y la muerte, pero mientras, que promulguen la ley de interrupción voluntaria del embarazo y que el Estado rija para todas igual. Es clarito.
– Los medios calificaron a tu testimonio de polémico.
– Yo no soy una polémica actriz, yo me rompo el alma para ser actriz. ¿Soy polémica porque aborté? No es polémico, es debatible. Son diferencias muy grandes. Es muy peyorativo el mote de polémico. Fui bastante maltratada, ellos la publicaron, la expusieron y no se hicieron cargo del rebote, de lo que me vino después. En algún punto los like y los unlike les vinieron bárbaro a costa de mi pellejito. Pero no me importa, hay algo de eso que resbala, me rebota. Aprendí a caminar livianito.
– ¿Qué comentarios recibiste?
– Tremendos. Muy crueles. Llegaron a decirme: “Ya que vos mataste a ese bebé los defensores de ese bebé vamos a matar a tus hijos”. Se me estrujan los ovarios de nuevo. De esos, cientos de miles, insultos, agresiones. Ojo, no más que los positivos. Yo creo que si se hace un plebiscito este país promulga la ley. Eso saco de esta última experiencia. De todas maneras, me sorprendió lo que pasó, fue fuerte. La gente que me quiere me banca y eso es lo que me alcanza. No hice nada en contra de nadie.
– ¿Nunca te pesó en tu dolor de aquella situación tener que llevar adelante esta causa?
– No, al contrario. No lo siento como un deber por lo que viví yo. Es un deseo de querer comprometerme con eso y mil cosas más también.Yo promuevo el derecho de igualdad por la interrupción voluntaria del embarazo. Y no me genera dolor, siento que el día que se promulgue, que sé que no está lejos, en el próximo mandato presidencial espero, saldré a festejar. Está cerca. Es una cuestión de tiempo, como el matrimonio igualitario. Todo esto yo lo dije en 2002, en la primera nota que me hizo Clarín. Dije: hay que despenalizar el aborto y la marihuana. Nunca más me hicieron una nota – se ríe-. Y dije lo de la ley de medios también, pero no lo pusieron. Está en Internet.
– ¿Cuáles son las principales barreras hoy?
– No está en la agenda política de los principales mandatarios, ni en la de Cristina ni en la de Mauricio. La Iglesia también es una barrera, tenemos un Papa argentino, es todo muy complicado. La verdad que la Iglesia… qué historia, muy pesada: sigue cargando con muchas muertes a cuestas. Pero es cuestión de tiempo, yo lo voy a ver, voy a ver cómo este país promulga la ley.
Marina bosteza, y se le van cerrando los ojos de a poco, sin nunca perder el ángel, hable de lo que se hable. Ya son como las dos de la tarde, filmó hasta las 5 de la mañana y durmió hasta las 8. Necesita una siesta para volver a filmar a la noche la nueva película de Alejandro Agresti, que protagonizará junto a Alejandro Awada. Además, se va haciendo la hora de almorzar, los chicos tienen hambre, salen de la pileta, tiene que ir a buscar al más chiquito al taller de cocina y ya está bien de preguntas por hoy.

Enmudecido estoy

Por El pibe de los pasegol.
El tipo sabe. Yo eso no lo discuto. Pero, en el momento, lo que dijo me pareció una barbaridad. Una barbaridad tan insoportable que pensé en no volver a escucharlo en mi vida. ¡Diez partidos! No uno, no dos, no tres. No: diez partidos llevábamos sin ganar. Cualquiera se puede imaginar lo que fue la fiesta posterior al triunfo y cualquiera también se puede imaginar lo que fue el desahogo del gol, que llegó a poco del final, como para que el grito de todos nosotros retumbara hasta el infinito y más allá. Hasta ahí, lo lógico. Lo que no cualquiera se puede imaginar es lo que ocurrió a la salida de la cancha, en esas cuadras que venían siendo en los últimos tiempos el escenario de la tortura de saberse derrotado. Aunque cueste creerlo, reinaba el silencio. El absoluto silencio. Ni los demás ni yo hablábamos. Sencillamente, no podíamos. Parados en esa popular desvencijada y sudorosa, era tanto lo que habíamos exigido las gargantas que a ninguno le quedaba un hilo de voz para continuar con la algarabía. Pero a él sí. Él sí que hablaba. Y cómo. La voz del hincha de la tribuna se escuchaba clarita, potente e indignada. Y cada vez más cerca de mi oído derecho. Me alcanzó, me agarró del hombro y me frenó. Vos no, decime que vos no estás contento, no me podés fallar en ésta, soltó casi suplicando.
Fallar en qué, viejo loco. No lo dije así pero se lo merecía. Se lo recontra merecía. Una vez, por fin, habíamos ganado. Una vez solamente. Porque yo no soy de los que pide ganar siempre. Pero cada tanto no viene mal una alegría. Sin embargo, al tipo no le importó nada mi sonrisa y me la destruyó. Apenas en un par de minutos. La trampa, sentenció. Hacer trampa es una mierda y ser cómplice de la trampa es, todavía, peor. No es que a las reglas haya que respetarlas por el hecho de que sean reglas. Lo que hay que defender es a las reglas justas. Eso, defender lo que es justo, es lo que nos vuelve personas. Y acá hubo una mano que vimos todos. ¿O vos te creés que la pelota le pegó en la cabeza? Le respondí con un gesto desganado, con alguna tibia esperanza de que todo terminara ahí. Claro que había visto –lo habíamos visto todos, por cierto- que el héroe nuestro la metió con la mano cuando el centro con rosca desde la izquierda le pasó por delante de la nariz. Pero el árbitro no se dio cuenta y ya está. Palo y a la bolsa. Y milagro. Nos ayudaron una vez, solté con las cuerdas vocales al borde de estallar. No es tan serio, amigo. Todos queríamos ganar y nos salió después de mucho tiempo.
Me miró como se mira a alguien que no quiere afrontar un problema. Pero no me dejó escapar. ¿Vos te pensás que a mí me da lo mismo el resultado de los partidos?, indagó sin tiempo a que yo intuyera la respuesta. No, para nada. Yo me levanto y me acuesto soñando con el siguiente triunfo. Cada vez que perdemos, sufro por mis nietos, por mis hijos y por mí –en ese orden-. Y eso me duele horrores. Pero no tengo ningún derecho a creer así nomás en lo que sale en los diarios o en lo que repiten algunos de mis amigos del barrio. Si la moda hoy es evaluar por los resultados, no hay porqué evaluar por los resultados. Yo, y a mucha honra, todavía estoy convencido de que los modos valen. Y la trampa está afuera de los modos que me hacen feliz y por eso no grité el gol. Terminó el speech justo en el momento en el que algunos monos de alrededor lo empezaban a putear con una disfonía indisimulable. Amargo, le decían. Sos de la contra, le enrostraban. No le importó al viejo. Nada le importó. Me atrevería a sostener, incluso, que le chupó un huevo cada uno de los insultos.
Me pegué a su espalda para evitar una tragedia. No estaba seguro de estar de acuerdo ni con él ni conmigo ni con nadie. Pero la reacción masiva de esos con los que me había estado abrazando hasta hacía unos minutos arrancaba a fastidiarme. El hincha de la tribuna desafiaba lo establecido, pensaba con su cabeza, y la intolerancia se le venía encima para ahogarlo en una paliza. Empezó a acelerar y apuré el paso para no perderlo. ¿Está bien?, le pregunté algo agitado y con culpa. Sí, pibe, aseguró. Cómo no voy a estar bien si ganamos después de diez partidos. Y, de yapa, tengo la garganta impecable y la sensación de que la próxima vamos a festejar con un golazo del 10. Te lo aseguro.
Sin volver a dirigirnos la palabra, seguimos caminando. La calle, a esta altura, estaba otra vez enmudecida.

Los otros

El modelo impuesto del agronegocio que se expande sobre el campo y las ciudades de la provincia de Buenos Aires no es la única forma de producir ni pensar. Desde Pergamino vienen las propuestas llenas de arte y cultura.
La otra ciudad
En el barrio Kennedy de Pergamino, la única calle que no es de tierra es la que asfaltó y usa la empresa semillera Palaversich. Queda del otro lado de la ruta 8, al límite con una serie de silos y depósitos que conforman otra de las periferias de la ciudad. Allí, sobre un estrecho arroyo que cruza las calles, ocurrió la historia del perro azul.
_8881639El bachillerato popular La Grieta es una de las experiencias autogestivas que propone otro modelo al de agrociudad. Asisten allí más de 50 vecinos del barrio, chicos y grandes, a estudiar materias como Cooperativismo, Salud y ambiente, Educación popular, y recibirse y recibir otro tipo de pedagogía, impartida por jóvenes que trabajan a partir de los intereses del alumnado. Dicho de paso, en una ciudad donde la educación no es precisamente inocente: la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional del Noroeste es una usina para crear ingenieros adeptos al agronegocio.
El año pasado, una consigna en la clase del bachillerato puso a los alumnos a dibujar “historias del barrio”. En eso, uno de los chicos dibujó un enorme perro coloreado de azul.
Los profesores elogiaron el dibujo, y la imaginación del chico. Le preguntaron de dónde había sacado semejante idea.
El niño respondió, serio, que él no había inventado nada. Que el perro azul existía. Que él lo había visto correteando cerca de su casa, cerca del arroyo.
A dos cuadras del bachillerato, un arroyo marca el fin de un barrio humilde y el comienzo de un perímetro enrejado que pertenece a empresas del agro. No se alcanzan a ver nombres, pero sí silos y depósitos que son marca registrada en Pergamino, acaso todas variantes de lo mismo. Estas empresas contaminan con sus desechos químicos el mencionado arroyo, que a veces está verde, a veces marrón, otras amarillo, y también puede ser azul.
Azulado quedó el perro.
La madre del chico que había dibujado al perro azul, testigo, completó la historia: uno de los perros callejeros del barrio se había caído en el arroyo, en ese momento contaminado de azul. Era verdad: el niño había visto un perro color azul.
En Pergamino es común que la realidad supere a la ficción.
A solo metros del arroyo: hace tanto calor que a nadie se le ocurriría estar parado arriba de una estructura precaria de chapas, clavando clavos y haciendo fuerza para colocar unos palets de madera, como estos cuatro pibes. ¿Qué hacen? Fabrican el techo para una nueva aula de bachillerato La Grieta.

Construyendo el bachi popular.

Imágenes: NosDigital.


Resguardadas en una sombra, dos chicas les acercan regularmente agua para que no les agarre un bobazo, y cuentan que son ellas las que tienen la fórmula de la bioconstrucción que los pibes están aplicando. Ellas son parte de una agrupación llamada Hormigas, otra de las que funciona en el predio donde está el bachillerato, de donde resalta un galpón.
El galpón es un logro barrial: los vecinos del Kennedy, uno de los barrios más postergados de Pergamino, formaron una agrupación de fomento que solicitó a la Municipalidad un lugar para empezar a funcionar. Lograron así esta estructura – nada comparable a los tremendos galpones que gozan las empresas- donde empezaron a dar, ellos mismos, talleres de arte y oficio: macramé, pintura, cerámica.
El bachillerato La Grieta, que abrió en 2011, es la continuación de esa iniciativa popular, a la que se sumaron jóvenes estudiantes como Diana, antropóloga de 25 años, una de las profesoras de la materia Salud y ambiente. “Este año estuvimos trabajando la alimentación: soberanía alimentaria, cómo se producen los alimentos”, cuenta sobre cómo se discute la realidad pergaminense. Hoy La Grieta es parte integrante de la Coordinadora de Bachilleratos Populares en Lucha, donde se exige en conjunto el reconocimiento (que se puedan emitir títulos oficiales) y la financiación integral de esta práctica educativa.
Las paredes del galpón donde funciona están decoradas con los trabajos que los alumnos fueron y van haciendo según estas perspectivas. Se ve, por ejemplo, un croquis de un mapa que cartografía el propio barrio Kennedy, bajo la consigna “lugares de referencia”. Aparecen así las paradas del colectivo, el supermercado, una escuela, casas de comida, la iglesia, y otros puntos más imprecisos como “lo de Molo”, “el 13”, “la Silvia”. Estas referencias, cuenta Diana, son los puteríos del barrio.
La cultura en la otredad
No es casual que estos espacios y estas experiencias, nuevas, planteen discusiones al modelo de agronegocio que predomina en Pergamino, que configura un tipo (y deja fuera otro) modelo de ciudad.
En Pergamino abundan los restoranes y los boliches, que son los lugares indicados para gastar los dólares sojeros convertidos en pesos un fin de semana por la noche, mientras no hay centros culturales ni lugares alternativos donde los jóvenes desarrollen su propia voz. Se instalaron novedosas concesionarias de autos, hay siete countries (para una población de 90 mil habitantes) y cada vez más edificios.
Otra experiencia de jóvenes pergaminenses inquietos es un colectivo de artistas llamado “Patas arriba”, que logró este año otro galpón cultural. Todavía no está en funcionamiento, pero se trata de la misma lógica: “Somos todos pibes y pibas que nos juntábamos en una plaza de Pergamino, a tocar, hacer malabares, teatro, telas”, cuenta Pablo, uno de los integrantes. “Hasta que dijimos: tenemos que tener un lugar propio”.
La idea que proyectan es que el galpón sea sede de espectáculos, fiestas, recitales y movidas culturales donde los jóvenes puedan mostrar lo suyo. “Nuestro principal objetivo es despertar la conciencia de la comunidad sobre la importancia de dar lugar a nuevas voces en el ámbito artístico y cultural, especialmente a los jóvenes que por décadas han tenido que irse de la ciudad para formarse y expresarse artísticamente por no contar con el estímulo necesario para avanzar aquí en su carrera”, dicen en el manifiesto que redactaron.
También, además de lo cultural, se proponen desarrollar “temáticas que nos movilizan como son las problemáticas ambientales que afectan a nuestra comunidad”, dice Pablo, relacionando lo inseparable: el modelo de ciudad con el modelo de campo. “Se abrirá el espacio para el debate y la creatividad en todos los temas que sean de nuestro interés, tales como cuestiones alimentarias, salud, medio ambiente, violencia institucional, violencia de género, discriminación, etc.”, sigue el manifiesto, que culmina con una sentencia que mira de reojo a quienes se han enriquecido con el boom sojero: “Es necesario resistir a la cultura del egoísmo, del éxito personal y la felicidad material y proponer en cambio un modelo creativo”.
En eso están.
El otro campo
Ciudades como Pergamino están encarnadas en medio de las zonas más fértiles de la pampa húmeda, por lo que sus dinámicas dependen directamente de los avatares del campo.
Luego de la fumigación.

Luego de la fumigación.


La red educativa, cultural y militante autogestiva se vincula a productores que impulsan otras lógicas para llevar adelante la producción en un campo. En muchos casos, los jóvenes del bachillerato La Grieta o los artistas de Patas Arriba son compañeros en la Asamblea por la vida, la salud y el ambiente con propietarios que trabajan con otras lógicas a las del agronegocio.
Es el caso de Leo, miembro de la Asamblea, que es apicultor y tiene una hectárea en un pueblo a 20 kilómetros de Pergamino, donde ostenta 900 panales donde las abejas se reproducen y producen. Gracias a una buena temporada, Leo pudo comprarse una máquina procesadora de última generación y un camioncito para repartir la miel que produce íntegramente en su campo, aunque está rodeado de soja. “Cuando fumigan en el campo de acá al lado, si no me avisan para que yo corra los panales, al otro día las colmenas están despobladas”, relata. “Sin fumigaciones las colmenas producirían un 30% más”.
Leo, el otro de las abejitas.

Leo, el otro de las abejitas.


La hectárea de Leo es una islita en medio de un sector de campos en los que todo es cultivo transgénico. Él resiste con las abejas y también con un pequeño sector ganadero: una chancha enorme (“para hacer chorizos”, dirá), hijos chanchitos (“vendo el kilo a 40 pesos”), gallinas, patos y hasta un pavo real. Todo eso se desparrama por la hectárea de Leo, donde vive junto a su esposa embarazada, en un claro ejemplo de cómo se puede hacer mucho en poco espacio. “Yo puedo, también, porque me la paso trabajando. Antes tenía un chico que me ayudaba, pero hoy nadie quiere venir a trabajar al campo porque el jornal del peón es muy bajo. Y me ven a mí y piensan que yo soy un productor lleno de plata, cuando nada que ver. Yo me la paso laburando”, repite.
Leo, además de todas estas cosas que le permiten vivir con lo justo pero bien (comida no le va a faltar), trabaja para productores agropecuarios grandes llevando sus abejas para polinizar la flora de sus campos. “Eso les permite polinizar los cereales y producir semillas y frutos”, explica. En todo el mundo y en particular en Argentina, la diversidad agrícola va perdiendo sus poblaciones polinizadoras naturales, producto del efecto de, entre otras cosas, los agroquímicos. Hoy por hoy, la polinización ya no es un servicio ecológico gratuito y necesita de estas prácticas de gestión como la que hacen Leo y sus abejas. “Sin embargo, no me pagan. Lo ven como que me están haciendo un favor al prestarme una hectárea donde yo puedo además sacar miel. Pero no entienden la lógica de que, en verdad, yo les estoy haciendo un favor a ellos, mejorándoles su producción”.
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Vicky y su familia son otros de los productores que siguen haciendo ganadería a pesar de los años y las commodities. Su campo está en la ruta 178, a 35 kilómetros de Pergamino: “Una zona que fue siempre ganadera. Con el boom del precio de la soja, todos se fueron para ahí”, cuenta ella, rubia de casi 40 años.
Sus padres tienen en esa zona 250 hectáreas, de las cuales ellos trabajan sólo 3. “Por cuestiones económicas mi papa decidió alquilar el resto hace ya 10 años”, cuenta, un cantidad de tiempo que coincide con el boom sojero. “La primera persona que lo alquiló hizo todo soja, de una”.
Vicky recuerda un suceso típico que afectó las escasas 3 hectáreas que mantiene la familia. “El medio por el cual él fumigaba o ponía cualquier tipo de productos para incentivar el rinde de la soja era por medio de avión, y no el camión mosquito. El avión es más difícil de controlar porque el chorro si no lo cortan a metros de la casa, pasa, el viento lo lleva. Tanto es así que pasó directamente por arriba de la casa. Nosotros no estábamos, pero me quemó absolutamente todo. No quedó nada. Quedó la casa pelada y tierra solamente. Todos los árboles frutales, todos arboles de años… No fue fácil después volver a hacer la renovación de lo que teníamos. Poner bien el pasto, que retomaran los árboles, porque mi papá plantaba y a los días se le secaban, y era porque las napas superiores todavía seguían teniendo agroquímicos. Tuvimos que hacer más profundo el pozo de agua porque tenía residuos”.
La experiencia, traumática, resultó una enseñanza de cómo debían administrar el campo, y a quién alquilárselo. Ante la renovación del contrato, Vicky cuenta que “a nivel contractual pusimos una cláusula que pedía que no se puede realizar fumigación por avión”. El productor sojero se fue, y consiguieron un arrendatario que volvió a la pastura de animales: “O sea que ya es diferente la fertilización y la fumigación. Y si aplica un fertilizante, tiene que avisarnos previamente”.
Vicky y los suyos crían pollos, ovejas y conejos. Cuenta que los únicos químicos que les aplican son por obligación del SENASA: “A nivel sanitario se desparasita, se les da mineralización”. Pablo, su compañero, cuenta que esta baja aplicación de pichicatas produce huevos exquisitos con la yema naranja y pollos más que sabrosos. “Quizás no es tan bello a la vista como lo que se compra, pero sí más rico y más sano”.
La foto de Pergamino no muestra este tipo de experiencias, que se configuran como el otro frente al modelo sojero impuesto tanto para el campo como para la ciudad . Sin embargo, cada vez más otros se animan a crear experiencias propias y colectivas, y con el tiempo y la acción van dejando de ser marginales. Un día las generaciones del bachillerato crecerán, los artistas de Patas Arriba habrán socavado la sensibilidad de un pueblo, y quizá haya más productores como Leo, como Vicky, que demuestren que es posible vivir y producir sin agroquímicos. Habrán pasado años, muchos para la vida de cualquiera mortal, pero muy pocos para un movimiento que está emergiendo con propuestas nuevas y creativas. Entonces el campo y la ciudad serán otros. Entonces los otros no serán más otros: serán el futuro.

Escándalo travesti

Mientras en el Poder Legislativo se presentan proyectos por el resarcimiento a la población trans por décadas de persecución, desde los medios masivos se propone su estigmatización como prostitutas. La transfobia replicada desde y hacia la sociedad.
Ella no quería estar ahí cuando se hiciera de día. El cielo estaba cubierto de nubes, el rosa lo iría cubriendo todo en la salida del sol, para morir en un gris pálido, triste, como el de la ruta. Apretó el paso. Los autos apurados al costado de su cuerpo le recordaban que, para otros, empezaba la jornada. Pasó por donde había dejado a sus compañeras, pero había tardado mucho en volver, ya no estaban. Siguió. Hizo uno o dos kilómetros cantando bajo por miedo al silencio, hasta que dobló en su calle. Y ni hizo falta. Preguntar, sospechar, dudar. Nada. Se los leyó en las caras, en la piel de los pómulos secos, deshidratados de llanto.
Esa mañana, como otras antes, patearon el barrio y tocaron puertas para juntar la plata para el cajón y el entierro. Secretarias de la parca, parecían. Era verlas llegar y ya saber que les habían dado otra paliza, otra más, otra menos. Esa mañana, de nubes mentirosas y dientes apretados, se besaron las manos, los cuellos y las lágrimas, sin querer convencerse de que no hay nada más solitario que el dolor. Esa mañana de furia, se llenaron la boca de puchos, de picos de botella y de puteadas. Esa mañana, la vida era tanta muerte.

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La mató un cliente. La mató la policía. La mató el hambre. La mató la tristeza, el dolor. La mató la droga o el alcohol. La mató la calle. La mató la marginalidad.
La mató el Estado.

Recortes extraídos de http://blogs.tn.com.ar/todxs/ de Bruno Bimbi.

Recortes extraídos de http://blogs.tn.com.ar/todxs/ de Bruno Bimbi.

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La expectativa de vida promedio de una travesti es menor a 40 años. Más del 80% ejerce la prostitución. Y la mayoría la dejaría si consiguiera un trabajo. El mismo porcentaje corresponde a la cantidad que alguna vez vivió hechos de discriminación por parte de la policía, tales como detenciones arbitrarias, extorsión, maltrato, humillación y distintas formas de violencia, incluida la sexual.
Estos flashes de la vida cotidiana de las travestis en nuestro país están inscritos en un entramado de exclusión y discriminación, que nos habla de una violencia estructural y, en gran medida, estatal. La realidad histórica de este colectivo está atravesada por un contexto de persecución, estigmatización, criminalización y patologización de sus identidades y sus cuerpos. Los relatos que giran en torno de estas trayectorias están plagados de escenas de enfrentamientos con la policía, de golpizas y torturas en comisarías, relacionadas directamente con su identidad impugnada como también con el ejercicio de la prostitución. Y en este sentido, no marcan a la última dictadura como un hiato en sus vidas. Por el contrario, señalan que esa cultura del terror las azotó en todo tiempo político. Han sido víctimas del terrorismo de Estado; en dictadura y en democracia. De esta forma, desarrollaron una serie de estrategias que se aprendían y reproducían dentro de un “código de la calle”. Involucran todo un abanico de prácticas de resistencia y de sobrevivencia que implicaban un estado de alerta permanente – para huir, esconderse debajo de autos o “camuflarse” en locales – y el desarrollo de una capacidad de improvisación a la orden para inventar nombres e historias y “cubrirse” entre sí. Simplificando las trayectorias singulares de las personas trans, la expulsión/abandono de la casa familiar es un lugar presente en la mayoría de las historias de vida; con la consiguiente exclusión de los sistemas institucionales de escolaridad y salud, el espacio de socialización y educación (en el sentido amplio, no escolar, del término) es principalmente la calle.

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¿De qué privilegio hablan?
En las últimas semanas entraron en la agenda de los medios masivos de comunicación dos proyectos de ley relacionados al colectivo trans. Uno presentado por María Rachid en la Legislatura porteña a fines de 2012 y otro por Diana Conti (elaborado por Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual, Futuro Transgenérico, Abogad*s por los derechos sexuales y Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación) en el Congreso de la Nación el mes pasado. Ambos son proyectos de pensiones no graciables o contributivas. En el primer caso, para todas las personas trans mayores de 40 años (limitado a la jurisdicción de CABA) y en el segundo, más específicamente para aquellas personas que hayan sido privadas de su libertad por causa de su identidad de género y como consecuencia del accionar de las fuerzas de seguridad federales o por disposición de autoridad judicial o del Ministerio Público nacional o federal. Este último toma como modelo el régimen reparatorio para ex presas y presos políticos, establecido por la Ley Nacional Nº 26.913 y su Decreto reglamentario Nº 1058/2014. Ambos proyectos hacen énfasis justamente en este aspecto reparatorio por considerar que se trata de una población víctima de la violencia sistemática del Estado.
Las repercusiones no tardaron en llegar. Desde las decisiones editoriales de diarios y portales en publicar títulos y fotos que refuerzan el binomio travesti-prostitución – sin ninguna referencia a las causas estructurales de la problemática, como si se correspondiera a una esencia o naturaleza inevitable –, el extendido uso del término “subsidio” en lugar de “pensión”, un sinfín de chistes sobre estrategias paródicas para poder cobrar, comparaciones descolocadas con otros planes o asignaciones, reclamos del tipo “mejor un trabajo que un subsidio”, hasta comentarios escandalizados por el destino de “nuestros” impuestos. Justamente eludiendo por completo el eje central: la reparación.
Captura de pantalla 2014-11-26 a la(s) 09.37.34Se trata de una población que ha sido expulsada de los sistemas públicos de salud y educación, a la que se le ha negado el derecho al trabajo, que ha sido víctima de un Estado represor, que ha estado condenada a una vida precaria. Sobrevivientes de un Estado represor y persecutor. Se trata también de una población que ha comenzado a existir jurídicamente hace apenas algo más de dos años, con la sanción de la Ley de Identidad de Género. Antes de eso, el Estado negaba su existencia y aparecía únicamente en el accionar de la policía, con la aplicación de los edictos y las contravenciones, ejemplares de las políticas de persecución social; o en la cara de algún juez que las hacía pasar por innumerables pruebas y demostraciones cuando iniciaban un proceso para cambiar su nombre en el DNI.
Captura de pantalla 2014-11-26 a la(s) 09.39.53No está únicamente en juego el derecho a un trabajo digno, a la educación, a la vivienda y a la salud de personas cuya vida está reducida a la supervivencia. Se trata del derecho a la justicia. Y estas repercusiones estigmatizantes, ridiculizantes y simplistas solo consiguen legitimar la violencia. Perpetuar la injusticia.
Lo que escandaliza, ¿es el «subsidio» o son las travestis? Esos cuerpos e identidades que amenazan el orden binario de género y nos recuerdan que nuestras propias clasificaciones no tienen nada de naturales, universales ni eternas. ¿De qué privilegio nos hablan? El privilegio es ancho y ajeno.

Datos:
Berkins, Lohana (comp.). Cumbia, copeteo y lágrimas. Informe Nacional sobre la situación de las travestis, transexuales y transgéneros. ALITT, Buenos Aires, 2011.
INDEC, INADI. Primera Encuesta sobre Población Trans 2012: Travestis,Transexuales, Transgéneros y Hombres Trans. Informe Técnico de la Prueba Piloto. Municipio de la Matanza, 2012.

TODAS LAS VIOLENCIAS

El 30 de noviembre, en la cancha de Rosario Central, periodistas que cubrían el partido entre los locales y Racing fueron agredidos. El caso es uno más de tantos. Cada vez que sucede uno, se pregunta quién es el responsable. Este análisis propone abordar las distintas violencias del mismo acontecimiento.
Pará en esa foto de ahí. Dejala ahí, no pases más. Dejala ahí que la idea no es contar una historia ni ahondar en perfiles criminales de barrabravas apodados con nombres de superhéroes del tercer mundo. Dejala ahí que esto no es una novela ni tampoco un caso que nadie contó.
Dejala ahí porque la idea es hacer una radiografía de todas las violencias que aparecieron en el entretiempo del partido entre Rosario Central y Racing, en el Gigante de Arroyito, el 30 de noviembre de 2014, cuando desde tres sectores distintos de la cancha se agredió el palco de prensa.
Dejala ahí que esto es para ampliar la discusión. Porque, cuando aparece alguno de estos casos de violencia en el fútbol, el mundo se pone el traje de Sherlock Holmes y quiere culpables.
“El problema son los violentos de siempre”, se dijo alguna vez para culpar a las mafias organizadas a las que se denomina “barra brava”.
“El problema son los que los bancan”, se dijo para referenciar a los dirigentes que apañaban a esas barras.
“El problema es el negocio de la Policía”, se dijo para responsabilizar a los encargados de dar seguridad al espectáculo.
“El problema lo tiene que solucionar el Estado”, dijeron Daniel Angelici y Rodolfo D’onofrio, presidentes de Boca y de River, en el programa Línea de Tiempo de la TV Pública.
“El problema es la intolerancia”, se dijo para culpabilizar a la rivalidad.
“Tenemos que lograr que un referí cobre bien”, llegó a decir Cristina Kirchner en un acto donde trató el tema de la violencia en el fútbol.
¿Entonces quién?
¿Nadie? ¿Algunos? ¿Todos?
Dejala ahí la foto, entonces, que vamos a buscar quién fue.
Incidentes 2
Violencia de la barra
Una hora y media antes de que arrancara el partido. El palco de prensa se separaba del resto de la platea por medio de un acrílico. “Acá se va a pudrir todo”, les dijo un muchacho vestido enteramente con ropa de Central –pantalón largo y camperita del club, todo oficial- a un periodista rosarino y a uno porteño, que había viajado para ver el partido. El muchacho andaba con otro muchacho vestido igual.
Dejá ahí la foto: ¿cuál era el sentido de anunciar lo que iba a ocurrir?
Media hora antes de que arrancara el partido, se pararon de espaldas al césped, mirando hacia el palco de prensa y, cada uno con un celular en la mano, clavándole los ojos a los periodistas, actuaba de Gestapo, tratando de divisar “hinchas de Racing”, con toda una pose que iba de la mano del primer aviso que uno de ellos hizo.
Dejá ahí la foto: ¿Cuál era el sentido de demostrar públicamente, con esa pose, que había una cacería de hinchas de Racing y que, además, eso se le estaba avisando a alguien? ¿A quién se le avisaba? ¿A los tipos que encabezan la popular, que se hacen llamar Los Guerreros, que dentro del estadio se les permite tener pintadas que los reivindican, aunque alguno de ellos hayan tenido acusaciones penales?
Hora del partido. Sale Rosario Central a la cancha y empiezan a sonar bombas de estruendo, prohibidas, con historial de sanciones, por ejemplo, a Vélez, al que le suspendieron la cancha por esto. Arriba del palco de prensa, en un pasillo separado por rejas, aparece el mismo muchacho. Un minuto después, explota una bomba de estruendo arriba del palco.
Entretiempo del partido. El mismo muchacho aparece tirando botellas llenas y piedras hacia el palco de periodistas. Otras 200 personas hacen lo mismo. No todos parecen identificados como barras. Muchos sí. Les pegan a los periodistas, se roban mochilas, micrófonos y tablets, elementos de trabajo.
Dejá la foto ahí, ¿los plateístas de Central decidieron robar, de repente?
Dejá la foto ahí, ¿fueron los plateístas?
Dejá ahí, ¿fue la barra? ¿quién sabe cómo sus miembros llegaron a la platea baja en el entretiempo?
Algo se sabe: estaba anunciado, organizado.
Violencia de la Policía
En el mismo momento en que el muchacho anunció que se iba a pudrir todo, se puso en aviso a los periodistas de esta situación y los periodistas hablaron con miembros del Departamento de Prensa de Rosario Central. Se informó que esto podía pasar y, desde el club, aseguraron tomar cartas en el asunto. De hecho, algunos miembros de ese Departamento –no todos- se acercaron a hablar con los periodistas para solucionar la situación para que todos pudieran trabajar tranquilos. Se desconoce cómo decidieron construir el operativo, pero se acercaron cinco policías a “cuidar” la zona.
En el entretiempo, los pupitres de prensa fueron rodeados: por delante del acrílico, se agredía; desde la platea alta, donde se tiró la bomba de estruendo, se agredía; desde la popular ubicada a la derecha del palco, se agredía.
Cinco policías. Uno, incluso, luego de que, desde la platea alta, se tirara pis hacia los periodistas, se rió. Nunca se pararon delante del acrílico, ni arriba.  Apenas al costado. 400 policías tenía en total el operativo. Uno de ellos declaró frente al reclamo de un periodista que pedía seguridad: “Estamos desbordados”.
Los periodistas decidieron abandonar el sector, dejar sus trabajos, abandonar sus transmisiones. No tenían hacia dónde ir. Un oficial preguntó:
– ¿Quieren quedarse o quieren irse?
– Queremos tener seguridad.
La Policía no supo – o no quiso- resolverlo y la decisión la tomó un miembro de seguridad de Racing: “Lleven a la gente al vestuario visitante”. La gente, unas 30 personas: integrantes del Departamento de Prensa de Racing, dirigentes menores de Racing, periodistas de medios nacionales, periodistas partidarios, periodistas que hasta querían que Racing perdiera, hinchas de Racing que habían conseguido su entrada.
En la puerta del vestuario visitante, recibió al grupo alguien que se autoidentificó como uno de los responsables de seguridad del espectáculo. “No pueden estar acá”, afirmó.
– Queremos ver al presidente de Central, ¿dónde está?
– Está con el presidente de ustedes.
¿De ustedes? ¿Qué ustedes? ¿Con Cristina Kirchner? ¿Los periodistas por qué debieran tener presidente? Si Víctor Blanco es el presidente de Racing, ¿por qué sería el presidente de los periodistas?
A los periodistas se los mandó a la calle sin que nadie los custodiara. No pudieron terminar con su trabajo. La Policía no los cuidó de lesiones y no mostró soluciones. Pese a haber estado notificada, nunca actuó. “Estamos desbordados”, argumentaban.
En otro sector, minutos después. Uno de los policías, en la huida, apuntó a otro periodista. A ese periodista los hinchas de Central lo corrieron hasta el estacionamiento.
En la jerga se diría, “parece que los entregó”.
Los entregó una fuerza que no depende de la barra, ni de Central: depende del Estado. Es decir: violencia institucional.
Violencia cultural
Aunque los propios periodistas fueron los agredidos, las crónicas del acontecimiento se narraron diciendo que los agredidos fueron “periodistas partidarios”. Partidarios se le dice a los que toman partido: periodistas que cubren la información de un club. Pertenencen, de alguna forma. En este caso, serían Racing.
Serían de Racing era el argumento para agredir a esos periodistas. Que, además, vale aclararlo, no todos eran partidarios, si es posible hacer esa diferenciación.
La violencia, anunciada, entregada, en la cancha de Rosario Central hacia el palco de prensa se fundamentó en la misma razón por la que no van hinchas visitantes a las canchas: hay un problema con el distinto. En el medio de las agresiones verbales y físicas, también se deducía por los gritos que la intolerancia no era por ser de otro equipo sino también de otra ciudad. En este caso, por ser porteño. En otra geografía, podría ser por no serlo.
Porque a lo organizado por la barra, a lo entregado por la Policía, a la falta de asunción de responsabilidad política por parte de los  dirigentes que fueron avisados de algo que no quisieron resolver, se le suma la agresión natural de hinchas que consideraban una ofensa tener allí hinchas de Racing.
Algunos plateístas, de la alta y de la baja, reaccionaron agrediendo, también. “¿Por qué no dicen que fue offside el gol?”, gritaban, en referencia al 1-0 de Racing que marcó Gastón Díaz, en posición inhabilitada. Eso se volvió proyectiles. De la platea de enfrente tampoco toleraron que el equipo visitante hiciera un gol y sus jugadores lo festejen: Luciano Aued fue a abrazar a Diego Milito después de que el capitán convirtiera su primer gol en Arroyito. Aued terminó de festejar mientras el médico de Racing le vendaba la cabeza, que se le había abierto por un piedrazo que le tiraron desde la platea baja de Central. Tres días después, a Aued todavía le dura la herida y la bronca. De la popular alta tampoco se bancaron ir abajo en el resultado y que el equipo visitante tuviera arquero: a Sebastián Saja, el 1 de Racing, le tiraron una botella de Fernet Branca vacía, que el arquero agarró desde el césped con incredulidad. Todo parece cotidiano. Pero es una botella de vidrio, de una bebida alcohólica que está prohibida en los estadios y  que vuela desde una tribuna.
Ser de otro club supone ser objeto de agresiones. Es, claro, una forma de discriminación: una no-aceptación de las características del otro.
Dejá la foto ahí, ese tipo que tira el proyectil, además de accionar porque la policía lo deja, además de que organizadamente la barra armó la agresión, tiene un problema con el otro: es hinchífobo.