Archivo por meses: septiembre 2014

La basura no va a El Pato

El Municipio de Berazategui quiere instalar en tierras fértiles, a 200 metros de viviendas, un basural encubierto en una planta procesadora. Los vecinos de El Pato encabezan la resistencia que logró la detención de las obras.
En el sur del conurbano bonaerense hay un Edén. Pero, al contrario de la historia bíblica, son sus habitantes los que deben defenderlo del de arriba. Adán y Eva son los vecinos que defienden su Edén, su barrio, El Pato, Municipio de Berazategui. Las autoridades del Municipio se ocupan de encarnar a la serpiente que con su astucia quiere engañarlos para instalar un basural en el patio de sus casas. También está la manzana, roja, brillante y tentadora, que interpreta la idea de progreso, si Adán y Eva muerden, transformarán su Edén en contaminación sanitaria y descuidado lucro económico.
2014 – 2009. Cinco años desde que los vecinos de El Pato se pusieron en lucha y empezaron a pedir explicaciones. Recién en el último agosto el Municipio que preside Juan Patricio Mussi llamó a una audiencia pública para explicarle a la comunidad berazateguense en qué consiste el proyecto de una Planta Procesadora de Basura en El Pato.
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A esa audiencia, que se realizó por orden del juez Federico Arias, llega arrastrándose la serpiente. Se sienta tranquila a un costado, no necesita hablar: por ella lo hace el Ingeniero Leonardo D. Fernández, Director de Ambiente de Berazategui, pero que vive en Ciudad de Buenos Aires. Si al ingeniero le falla la persuasión, la serpiente siempre cuenta con su manzana para tentar a los vecinos desnudos ante su poder.
Ayudado por un extenso powerpoint con letras muy pequeñas que ningún presente llega a leer, Fernández explica que en realidad no es una planta procesadora de basura lo que planean instalar a dos cuadras de casas de familia, si no un parque ecológico: un parque de 16 hectáreas que recibirá 250 toneladas de residuos sólidos urbanos por día.
Toda esa basura que entrará  por día equivale al peso de 33 elefantes. Esos 33 elefantes de basura circularán diariamente por las calles de tierra de El Pato y de todo el resto de Berazategui.
Y que usará última tecnología, cuenta el ingeniero. Y que es una obra de gran envergadura. Que va a ser una planta como las de países desarrollados. Que Berazategui por fin va a poder tratar la basura que genera, propio de municipios avanzados. La serpiente se mata de risa y la manzana brilla más que nunca.
Lo que, entre tantas cosas, se le olvida mencionar al ingeniero es que el Estudio de Suelos para el planeamiento ambiental y ordenamiento territorial realizado por el Instituto de geomorfología y suelos de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNLP plantea que en “la zona Rural El Pato se desarrollan actividades agropecuarias, hortícola, criaderos de pollos y ganadería extensiva, sobre suelos de excelente calidad” (…) y que por eso: “Los suelos de esta zona son de óptima calidad para la producción, situación que debiera tenerse en cuenta a la hora de aprobar nuevas urbanizaciones”.
Cuando el ingeniero trata de explicar el estudio de impacto ambiental (que hace dos años está listo pero se hizo público sólo hace un mes) realizado por la Universidad Tecnológica Nacional, las grietas aparecen en su discurso y las preguntas y los gritos de los vecinos lo interrumpen para que no se le escapen los errores.
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Para que esta planta sea efectiva (el mismo proyecto lo admite), la separación de residuos tiene que empezar desde los hogares, porque de nada sirve que la basura llegue toda mezclada, “todo dependerá de la cultura sobre separar en origen” explica. Para eso el Municipio impulsa el Proyecto Ambientalistas Urbanos, que realiza campañas en colegios para concientizar a la población sobre cómo tener una ciudad linda.
– ¡Por las escuelas de El Pato, ni por la mayoría de las de Berazategui, no pasó nunca esta campaña! ¡La concientización lleva tiempo y hay que hacerla ANTES de comenzar un proyecto así!
Además de separar los residuos, esta planta también prevé la generación de compost, abono orgánico. Este compost será “regado” por los líquidos lixiviados que la basura desprenda (los químicos altamente contaminantes que segrega toda basura en descomposición). Según el proyecto los líquidos serán previamente procesados para no contaminar el compost, pero la planta que se necesita para tratarlos y asegurar su inocuidad no está prevista en ninguna parte del proyecto.
– ¡Esta planta va a generar 2000 litros de líquidos lixiviados por día! No se les puede pasar la planta para tratar estos líquidos muchachos.
La serpiente ya no sonríe tanto, los vecinos le piden cada vez más información al ingeniero. Ya no le sirve leer textuales las filminas de powerpoint, porque le piden que explique los cómos más que los qués. Mientras piensa qué argumentos sacar de la galera, los gritos de una vecina lo distraen:
– ¡Volvé, volvé atrás! A la filmina que pasaste rápido.
El ingeniero se ve obligado a leer en voz alta: “En la etapa de operación los impactos más grandes se encuentran en contingencias, en particular respecto al medio físico, se presenta la ocurrencia por un lado de derrames de hidrocarburos y de material recuperado capaces de alterar la capacidad de los recursos, aguas superficiales y aguas subterráneas. Por otro lado la afectación de la calidad del aire ante la posibilidad de incendio (…) El alto flujo de tránsito pesado por la zona generará impactos de carácter moderado al aire y a la población en cuanto a la emisión de gases de combustión y al material articulado, a la infraestructura vial ira produciendo su deterioro”.
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Se hace silencio en la sala, los vecinos sacan cuentas. ¿Se va generar un impacto moderado al aire y a la población?
El impacto ambiental que va a generar no sólo la planta -una industria de 16 hectáreas en medio de una zona rural-, si no también los 150 camiones diarios llenos de basura que van a circular por las calles de tierra de El Pato, se calculan mediante una fórmula matemática. El resultado de esa cuenta indica si el impacto es bajo, medio o alto.
El estudio de impacto ambiental admite que se van a ver afectados el aire, el agua, la tierra y la vida humana. Pero, se aclara para tranquilizar, ningún impacto sobre estos medios es alto. La mayoría son moderados, señalados con un valor matemático de 9 puntos. Sólo un punto por abajo del impacto alto, que se indica con 10.
Una catarata de preguntas, silbidos, abucheos y gritos inunda el salón. De nada les sirve a las autoridades de Berazategui llamar al orden y recordar que es una audiencia pública, es que los vecinos hace cinco años que están esperando para hablar.
– ¿Cómo van a hacer para que circulen 150 camiones diarios por los caminos de tierra de El Pato? ¿cómo van a concientizar a la gente de que separe todo en origen? ¿cómo nos van a proteger de los gases que emane la basura? ¿Por qué los valores del impacto ambiental están tan al límite?
Los vecinos preguntan porque desconfían. La serpiente está cada vez más enrollada en su silla y la manzana se le empieza a pudrir. Sabe lo que se viene: los vecinos van a argumentar.
– A ustedes se les fue de la mano una lombricera de 3 hectáreas ¿Y ahora quieren poner una planta de basura de 16 hectáreas?
Hasta hace tres años una lombricera, propiedad de la empresa Lombrisur SH, se dedicaba supuestamente a la cría y venta de fertilizante derivado de la lombricultura. Los olores nauseabundos alertaron a los vecinos: entraban ilegalmente cantidad de camiones con deshechos, provenientes de otras industrias. La lombricera se convirtió en un basural no declarado. Los vecinos lo denunciaron durante doce años, en todos los organismos posibles y lograron cerrarlo.
En los terrenos ubicados en la calle 525 entre 637 y 639, El Pato, se entierra basura oficial, traída por camiones del Municipio. Los terrenos suman unas 13 hectáreas y son propiedad de Jorge Kanashiro. La basura que va ahí antes la tiraban en Plátanos Norte (ver nota anterior) en un basural enorme que enfermó a decenas de niños y hace sólo dos meses se logró cerrar, gracias a la militancia de un barrio entero. En Gutiérrez, también dentro del municipio de Berazategui, se empezó a arrojar basura en el predio ubicado en la calle 422 entre Camino Gral. Belgrano y 462.
– Estuve haciendo cuentas con los mismos números que ustedes informan, no soy idiota, y nunca se va a llegar a recuperar el 50 por ciento de la basura como ustedes prometen.
En los primeros cinco años de funcionamiento, se recuperarán por día sólo 11,2 toneladas de compost e inorgánicos, lo que representa un 4,5 % del total que recibirá diariamente la planta. En la plenitud de su funcionamiento (dentro de 20 años) la planta recuperará 25,1 toneladas por día, lo que representa un 10 % de la basura recibida
– Yo no tengo agua potable en mi casa y quieren construir un basural arriba del acuífero de donde toma agua todo Berazategui.
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El predio está ubicado en las nacientes o cercanías del Arroyo Conchita, Pereyra y Giménez. La totalidad del municipio saca el agua de la línea de perforaciones al acuífero Puelche. Estas perforaciones se encuentran a lo largo de todo el predio. El estudio realizado por la UTN indica que “no se encontraban en funcionamiento cuando se hizo el estudio lo que no permitió averiguar la incidencia en las misma”.
El 75,8% de los hogares de El Pato (el 71% de su población) tienen las necesidades básicas insatisfechas, no tienen agua potable. Además, el estudio de impacto ambiental contiene datos desactualizados: se utilizaron datos del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas de 2001. En 2001 la población de El Pato ascendía a casi 7 mil habitantes y en 2010 superaba los 17 mil habitantes.
– Proponemos otro lugar para instalar esta planta, alejada de la gente: al lado de la ya instalada procesadora de desechos cloacales, más cerca del centro de Berazategui. Digo yo, para qué van a pasear la basura por todo Berazategui ¿no es mejor poner esta planta en otro lado?
La Organización Mundial de la Salud insta a no trasladar, más de lo estrictamente necesario, sustancias contaminantes, como lo son los residuos sólidos urbanos. Bajo este proyecto la basura se va a transitar de una punta a otra de Berazategui, más de veinte kilómetros diarios.
40 contra 3, los oradores que se oponen a la planta. A esta altura la serpiente es más bien una culebrita. Se va arrastrando rezagada, porque después de la audiencia decenas de vecinos, al ver la incapacidad del Municipio para explicar qué quieren instalar, se sumaron a la lucha contra el basural. Se va rezagada porque el juez Luis Arias dio lugar a la orden cautelar presentada por los vecinos y frenó las obras. Está rezagada porque Adán y Eva ya expusieron ante el tribunal de La Plata que trata el caso las preguntas que las autoridades todavía siguen sin contestar.
Qué frustración siente la serpiente mientras se pierde entre los campos del Edén.Toda la presentación bonita adornada con hojas verdes que hizo el ingeniero porteño no engañó a nadie. Eva y Adán se vienen vistiendo con esas hojas verdes desde hace mucho, para ellos lo verde y lo natural no es una simple decoración, es la forma de vida que defienden.
– Si nunca van a llegar a recuperar ni el 50 por ciento de la basura, la llamada planta modelo se convierte en una estación de transferencia de residuos. Nos oponemos al basural en El Pato.
 

«3 a 0»

En Bariloche, la pertenencia a una clase social delimita la relación con la policía. En la ciudad más desigual de Río Negro, a los que viven en las zonas pobres la policía los reprime y hasta mataron a tres pibes. Los que viven en las zonas ricas aplauden a la policía que reprime ¿Lo más patético? En una manifestación de los adinerados, se festejó como el resultado de un clásico la cantidad de asesinados.
Todos los escritores de policiales negros se van a dar la cabeza contra la pared. Cuando Carolina Alak, militante de la Multisectorial contra la represión, me contó la anécdota, no podía creer que no se me hubiera ocurrido antes de que realmente sucediera. Es una historia dentro de todo lo que pasa en esta ciudad con una vista hermosa, con un aire limpio, silenciosa sin contar las bocinas de algunos turistas, sin más fábricas que de chocolate –a la vista-, con casas de piedra y de madera, con un gigante lago, con montañas enfrente –porque la mirada no se escapa del Lago Nahuel Huapi y la nieve en los picos de esa cordillera-, con pastos verdes, con nieve en invierno…
 
Es la Suiza argentina.
 
Es Bariloche, la ciudad de Río Negro con mayor brecha social. En una misma localidad, con los mismos servicios, viven los más ricos y los más pobres. Marina Schifrin, abogada en casos de derechos humanos, da su explicación a lo que parece inexplicable: “Bariloche es una ciudad muy especial. Si no conocés las 34 hectáreas, el Alto, y la parte rica de los Kilómetros, no entendés cómo es y por qué pasa lo que pasa”.
 
El Alto: la periferia a donde se va la gente a la que el campo no le da de comer.
34 hectáreas: un barrio al fondo de El Alto, de lo más pobre y más marginal.
Los Kilómetros: una zona rica, muy rica, que va desde el centro de Bariloche hasta el famoso y costoso hotel Llao Llao.
 
Esa polarización social genera más que esa anécdota que me contó Carolina y que me sigue picando en la cabeza: generó a los pibes.
 
Los pibes no sólo no tienen una plaza donde jugar, tampoco tienen un lugar en la ciudad adonde ir. No se los tiene en cuenta para nada. Es así: son “los negros de El Alto”. Durante el menemismo, fueron los pibes cuyos papás no tenían laburo, los pibes que comían en comedores. “No tienen la cultura de que pertenecen a la sociedad, de que tienen derechos. Son pibes difíciles”, dice Margarita, compañera de Alak en la Multisectorial. No bajan a laburar, no bajan a estudiar. Cuando bajan, saben que les van a hacer quilombo. Especialmente, la policía.
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Bariloche genera sus ingresos del turismo, pero no todos sus habitantes viven de eso. “Aunque ande bien la temporada, no alcanza para todos. Si no anda bien, ni te cuento. Por eso hace falta esta policía”, adelanta Carolina. “La sociedad de Bariloche es tan particular. Es tan difícil esta sociedad, tan nazi, tan fascista en muchos aspectos”, sigue. «Esta policía» hace cosas como la que relata Susana, otra militante de la Multisectorial: “El hijo de una amiga mía, que estudia filosofía y letras, en la parada del colectivo, vino un cana, lo agarró de atrás, `negro, a dónde vas´ y lo desfiguró. El chico no entendía nada”.
Todo esto no sucede porque sí: hay un reclamo del sector social que vive en el centro y en los Kilómetros para que los tengan disciplinados. La policía y los organismos –supuestamente- de seguridad están respondiendo a ese reclamo social.
“Después hay otra cosa. Los policías de acá salen de los mismos lugares de donde salen estos pibes. Son sus vecinos. A los 9 meses de una instrucción paupérrima, salen a laburar con el arma. De haber tenido una infancia, adolescencia y familia en común, hace que tengan una bronca con alguno y se desquitan con el arma”, hipotetiza Carolina.
La exDefensora del Pueblo de Río Negro, Ana Piccinini, denunció 120 casos de asesinatos por la policía de Río Negro. Durante su gestión, encontró “no menos de una decena de casos de ahorcados” en cárceles o en comisarías. En Bariloche, en particular, el 17 de junio de 2010, la policía mató por la espalda a Diego Bonefoi, un pibe de El Alto que se había metido con la persona equivocada. Los barrios respondieron con una pueblada ( Ver: El día en que Bariloche fue toda sangre). La policía, con una larga y durísima represión. Mató a dos jóvenes más, Sergio y Nicolás, que ni estaban participando, sino que vivían ahí. Desde ese momento, algunas organizaciones de derechos humanos se fortalecieron. Se formó la Multisectorial contra la Represión. Recibieron 20 casos, similares al de Diego, que quedaron en la nada.
 
Carolina sigue detallando: “En la calle o adentro de los calabozos. La ‘maldita policía’ actúa en todos lados. Uno de los casos más conocidos es el del Titi Albarracid. Estaba con una bandita de amigos tomando una cerveza en una esquina, cayó la cana y lo mató. No hay condenados. Otro es el de Jorge Pilquiman: lo sacó la cana de un boliche del centro y lo encontraron tres días después ahogado en los Piletones del Puerto San Carlos, frente al Centro Cívico”.
 
Carina, la pareja de Sergio, uno de los asesinados en la represión de 2010, también lo ve como algo de todos los días: “Siempre se ve a los policías correr a los pibes”.
 
Mario Cayún vive en El Alto. El día de esa represión, dentro del shopping del centro, iba a pagar la boleta de luz, pasó por el baño, se encontró con un agente del BORA –Brigada de Operaciones de Rescate y Antitumulto- que, antes de cualquier diálogo, lo agarró, le pegó, sacó un arma, le gritó “Tirate o te quemo” y le quebró un brazo, mientras se sumaban más policías. Cayún empezó a entender qué pasaba y se asustó porque ya había habido tres asesinados. Le intentaron fracturar las manos, los pies, las costillas. Vio a otro pibe que salía detenido. Pedía, entre gemido y gemido, asistencia médica. “Callate nena, ¿querés que te escuchen todos?”. Lo esposaron mientras él pedía que tuvieran en cuenta su fractura. A la gente que pedía los nombres de los policías, la empujaban y la echaban. Lo subieron al patrullero, lo llevaron a la Comisaría Segunda de Bariloche, lo pusieron contra la pared, le levantaron el brazo fracturado, le siguieron pegando y le sacaron el celular y la plata, que nunca le devolvieron.  “No podía entender tanta violencia sobre los jóvenes. Yo no era el único golpeado”, declaró Mario. El médico que lo revisó hizo que lo llevaran al hospital, pero la ambulancia tardó muchísimo en llegar. En el hospital lo amenazaron con seguir dándole por malandra, por negro, por bocón, por maricón.
 
Los médicos le dijeron que lo tenían que operar. No importó. Lo llevaron a la Comisaría 27. “Vos ya tenés una bala en la cabeza”, le advirtieron ahí. “Si a vos te gusta tirar piedras, bancátela”, le seguían imputando, sin que él tuviera nada que ver con la manifestación. Bajando del patrullero, le golpearon la cabeza contra el auto y siguieron jugando con su brazo. Le sacaron las zapatillas y la campera y lo tiraron en el calabozo. Desde el calabozo, Cayún vio cómo se buscaban en la televisión, se sentían famosos, se mandan mensajes de texto, se llamaban: “Lo veían como un juego”.
 
“Con un tiro en la nuca, no vas a poner más resistencia”, le seguían diciendo mientras le seguían pegando. Su cuerpo ya respondía solo, del dolor que tenía. Temblando de frío, con el brazo fracturado, cuando lo sacaron de la celda, pensó que lo iban a matar. Lo querían sacar sin campera ni zapatillas. Lo llevaron en un móvil, sin decirle a dónde iba. Volvió a la Comisaría Segunda. Un agente de ahí, le dijo a otro de la 27: “Lo hubieran dejado por ahí, ¿qué hacemos con él? Asamblea Permanente por los Derechos Humanos está reclamando. Si lo ven así, ¿qué hacemos?”. Según cuenta, en todo momento se divertían con lo que hacían, tenían una sonrisa en la cara. “Dale boludo, firmá”, le decían, cuando Mario quería leer el papel que le daba la libertad. Finalmente lo dejaron en el hospital.
 
Carolina Alak sabe que el negocio más frecuente en El Alto es el de las armas y las drogas. Son ellos, los policías, los que lo manejan. No tienen pruebas porque ese circuito está cerrado. “Deberían investigarlo, porque las denuncias están hechas desde las escuelas, los organismos de derechos humanos, la iglesia de Pan de Esperanza. Hay denuncias anónimas en una línea telefónica gratuita”, argumenta. Los pibes hacen el relato y después pagan diezmo. En la cagada que se manden, tienen que dar parte. Se roba y tenés que dejar porcentaje. Se vende droga, se deja una parte. Si se retoban, el destino es el de Diego Bonefoi o Titi Almonacid.
 
La anécdota que concluye esta nota, la que después de saber esto, sigue resultando increíble, muestra que la represión ya es una institución más, política de Estado, pero también está arraigada en la sociedad. Después de los reclamos por justicia por las tres muertes, los vecinos del Centro y de los Kilómetros, los ricos, organizaron una contramarcha. “No sabés las barbaridades que nos decían a nosotros. Nos insultaban de una manera… Si a nosotros nos generaba calentura, imaginate  a los pibes de los barrios. ‘3 a 0’ les decían los policías”, dice Carolina. Los manifestantes que defendían los asesinatos de la policía también la vanagloriaban. Mandaban a los chicos a sacarse fotos con los uniformados, los subían a los coches como en desfile militar. “¡Les tiraban rosas!”, se indigna Margarita, de la Multisectorial.
 
Los barrios periféricos y el propio centro estuvieron militarizados. Los policías pedían documentos en la calle, sin motivos, andaban con armas largas. Ya había pasado eso después del asesinato de un remisero.
 
La abogada Marina Schifrin piensa que el Estado tiene una policía que no puede trabajar, que no hay democracia posible con esa institución, por sus métodos, por sus criterios, por su educación. “Si lo llaman democracia, tienen que empezar de cero”, reflexiona, y describe los métodos judiciales para que todo quede en nada: “Entre ellos se encubren. Ellos son los que hacen los expedientes preventivos. Al menos, cuando los delitos los cometen los policías, debería haber otra institución que investigue”. El objetivo de los policías son los pobres. “Los que no son pobres, sí son jóvenes. Es una forma de disciplinamiento. Los que piden más policía, están más inseguros cuando se cumple su pedido. Crece la violencia. Por los expedientes que yo conozco, hay cada vez más casos de violencia después de averiguación de antecedentes. Carlos Báez, por ejemplo, murió quemado el 4 de enero en el Penal 3”, analiza. Báez pasó 10 días, desde aquella navidad de 2012 en que los guardias reprimieron, internado por quemaduras. El oficial principal, Hugo Almendra, fue desplazado. Su reemplazante, Manuel Poblete tuvo que admitir que la cárcel estaba en pésimas condiciones.
 
Entre todo eso, en Los Kilómetros de Bariloche, el camino al cerro Llao Llao, está el súper hotel donde se hizo la cumbre de la Unasur en 2009, con todos los presidentes. Ahí, donde el acceso al lago Nahuel Huapi está bloqueado por súper casas, ahí, funcionan cervecerías caras, muy caras, súper cervecerías. En esas cervecerías pitucas, hay trabajadores y hay patrones. Carolina me contó eso que me resulta sumamente literario, de otro planeta, inentendible. Los trabajadores cierran los locales y, claro, vuelven a sus casas. No se suben a sus autos, corren la tranquera, saludan al ovejero alemán que ladra y muerde a quien se acerque, salvo a ellos, entran el  auto, cierran la tranquera, le dan un pico a una mujer inalcanzable y se acaloran un rato cerca del hogar, whisky en mano. No. Se toman el remís que les paga la cervecería, se bajan frente al lago, difícilmente usan su tiempo en buscar a Nahuelito, giran para la derecha y empiezan a subir. Cansados, cabizbajos, pensando por dónde pasar para que no les pase otra vez. Cruzan la avenida principal. En invierno esquivan algún grupo de egresados. Se tapan y se abrigan para combatir a la nieve. Se guardan las manos en los bolsillos, buscando un poco menos de frío. Siguen subiendo. Llegan a la Avenida Brown, que no se ve desde el centro. Empiezan a ver la cordillera de atrás de Bariloche. Más gris, marrón y blanco, si hay nieve. Y ven azul. No es el lago. Son uniformes.
 
-Documentos- les dirán, y les darán una buena paliza todos los días.
 
Increíble ya no resulta esto. No es eso lo que Dashiel Hammet, Raymond Chandler, ni más acá, Ricardo Piglia, jamás pensarían. La dueña de una de las cervecerías no podía aguantar ver que sus empleados llegaran golpeados. Habrá dudado ella -a diferencia de nuestros escritores- un tiempo de la versión sobre los azules. Hasta que la repetición se transformó en verdad para ella. Levantó el teléfono.
-Tengo hechos unos carnets de mis empleados. Si voy a la comisaría, ¿podría firmarlos, jefe, para que, por la madrugada, cuando vuelven de trabajar, no sean golpeados por los oficiales?
 
El comisario de Playa Serena firmó.
 

Santos latinos del norte

La Santa Cecilia es una banda de hijos de inmigrantes latinos de Los Ángeles. Con un Grammy bajo el brazo, salieron de gira a cantar su realidad: «Este es nuestro mensaje para los que no piensan que somos humanos, que nada más somos trabajadores».
“Somos una banda bicultural de Los Ángeles que estamos expresando lo que pasa con los jóvenes latinos allá”.
Allá: Los Ángeles, California, Estados Unidos. La Santa Cecilia, banda de hijos de inmigrantes latinos, cantando esa realidad. Su disco “Treinta días”, gana el Grammy mejor álbum de música latina. Salen de viaje.

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La Santa Cecilia – 30 de agosto

Pintando zapatos last minute pa’ que llevar un par nuevecito a Argentina!!#DIY #marisoles #puffypaints #uffqueemocion]

Fotos: NosDigital

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Acá: Samsung Studio, Buenos Aires, Argentina. Miércoles por la noche. Show de prensa. La Marisoul –así le dicen– está parada junto al micrófono. Las luces se encienden. Suenan los aplausos. “Nunca volamos tan lejos en nuestras vidas”.
Allá: “Es nuestra experiencia viviendo como latinos en Estados Unidos. Es la historia de millones de personas. Ahorita hay más de once millones de indocumentados en el país, yo creo que era necesario contar esa historia desde nuestro punto de vista , no desde los medios que somos cifras”.
Acá: “En la adolescencia nos sentíamos partidos en dos”. El blues y el rock los encontraba en la escuela. En sus casas el folclore tradicional los hacía sentirse identificados. Esas realidades paralelas los nutrieron musical y discursivamente. Estamos bailando. Suena: Ice, el hielo.

“Eva pasando el trapo sobre la mesa, ahí está cuidando que todo brille como una perla.
Cuando llegue la patrona que no se vuelva a quejar no sea cosa que la acuse de ilegal…”.

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Allá: “Coincidimos en ser inmigrantes en Estados Unidos, hay cosas muy feas pasando allá. Estamos hablando de gente: familias, estudiantes, hijos, padres, trabajadores. Este es nuestro mensaje para los que no piensan que somos humanos, que nada más somos trabajadores”.

“El hielo anda suelto por esas calles, nunca se sabe cuando nos va a tocar
Lloran, los niños lloran a la salida, lloran al ver que no llegará mamá”.

 Acá: El diccionario español-inglés explica que Ice significa: hielo. Las mismas tres letras son las que allá la policía lleva en su espalda para identificarse. Las mismas espaldas que, como en el video, se encargan de identificar a quienes no tienen papeles. La misma situación que Pepe –integrante de La Santa Cecilia- imaginó que podía ocurrirle en cualquier momento hasta que dejó de ser ilegal. Allá esas espaldas también congelan.
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Allá: “La canción Ice o El hielo, habla sobre la inmigración, sobre las deportaciones y es basada en gente real, nosotros venimos de padres inmigrantes, o nos trajeron acá de muy pequeños, entonces la inmigración es algo muy importante para nosotros y muy familiar, especialmente en estos momentos en que tanta gente se está uniendo para pedir una reforma migratoria”.

 Acá y Allá: #Not1More.

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@lasantacecilia – 2 de septiembre

Anoche después de tocar con los amazing #bombadetiempo en súper cool #konex! Nos está encantando buenos aire]

 Acá: Ciudad Cultural Konex, Buenos Aires, Argentina. Lunes por la noche. La Bomba de Tiempo estalla las manos. Como cada fecha, a mitad del show anuncian los invitados: sube La Santa Cecilia para hacer tres temas enganchados. Las caderas que bailaban al ritmo de los tambores vibran con la cumbia, algo hermana los ritmos y las intenciones. De eso habla su disco, de fusiones que apuntan al cuerpo contando realidades.
Allá: “Muchas de las canciones del disco las trabajamos en un parque de Los Ángeles. Teníamos un estudio y lo dejamos porque la renta estaba muy cara, nos íbamos al parque unas dos veces por semana. O en la furgoneta, nos juntábamos en el camino y cantábamos las canciones tratando de arreglarlas. El tiempo de componer es bien distinto siempre, cada uno trae una idea o cada quien aporta algo. Lo bueno es que todos pueden tocar varios estilos porque siempre trabajamos como músicos antes de La Santa Cecilia, tocábamos en orquestas de salsa, tríos de boleros, bandas de rock, nos tocó aprender de todo”.
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Acá: La Marisoul lleva puestas medias rayadas blancas y negras, zapatos oscuros pintados de rosa, verde, rojo y celeste. Su cuerpo y la potencia de su garganta conquistan el espacio. Arriba de su pollera blanca o amarilla -las luces engañan- lleva puesto un cinturón grueso rosa, remera negra, pulseras de colores brillantes, uñas pintadas de rojo, pañuelo y moño en la cabeza que sostiene el pelo enrulado atado, lentes de marco grueso negro y boca rosa. Su voz explota:

“Floreando la yerba buena mi madre a mí me parió. Mi madre es una morena y morenita nací yo…”

 Allá: “Acabamos de cumplir siete años como banda pero nos conocemos desde hace muchos. Pepe y Marisol tocaban de adolescentes en una plaza en Ciudad de México, música tradicional: boleros, rancheras. Marisol y yo -Miguel- tocábamos en un grupo de rock cuando teníamos 18 años. No me gustaba y mi fui, años después conecté con ella otra vez y hablamos mucho de hacer una banda. Acá estamos”.

Fotos: NosDigital

Fotos: NosDigital


 
Acá: Están. Santa Cecilia, patrona de los músicos, igual que las paredes de grafitis poéticos, como en la calle o escenarios, bailando y cantando te invocamos: más música por favor.

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La Santa Cecilia – 5 de septiembre

(…) Estamos inmensamente agradecidos por tener la oportunidad de venir a compartir nuestra música en Argentina(…)

 #lasantacecilia#lscdelcamino #música #amistad #buenosaires #argentina]

«No tuve otra vida que para las canciones»

Desde un grito desesperado hasta consagrarse en el oficio de la música, Manuel Moretti, cantante de Estelares, nunca dejó de experimentar entre la palabra y la melodía. En una heladería en City Bell repasa su vida en el rock y confiesa que aflojó con el alcohol por el placer de jugar al fútbol los sábados.
Manuel Moretti pisa los 49 años. La primera vez que subió a un escenario fue hace un cuarto de siglo para cantar tres canciones: “Blanco y Negro”, “¿De qué estás hablando Willys?” y “En la esquina venden pan”. En una heladería céntrica en City Bell, frente a la plaza que hace de imán, también él atrae, de chupines rojos y de lentes negros, a las chicas que le piden fotos. Accede. Tres décadas atrás nada era tan polite: en el escenario que lo desvirgó valía todo. Y todo es TODO. Y todo incluye cantar: “Hoy mis piernas no están bien mamá, se me quebraron en dos y no puedo caminar mamá…”.  Y todo fue saber sólo tres acordes y con eso salir a tocar en un corto de Guillermo Beilinson. Y todo es tener, ese día, de público al Indio Solari y Skay. Porque en esa La Plata es que valía todo. Así lo recibieron.
–          ¿Estabas nervioso?
–          Era una época en que tomaba tres mogra de merca por día, me levantaba a las diez de la mañana a tomar, después me iba a laburar, a la escuela de teatro y salía… Estaba muy contento, no me acuerdo de estar nervioso. Estaba feliz y muy drogado, era joven, 21 años, las chicas más lindas me daban bola, era Gardel y Lepera. Mientras estaba colocado era la felicidad, después… Fue hace mucho tiempo, pero le tengo cariño a todo lo que pasó. Una cosa es cuando tomás merca el fin de semana y otra cuando sos un adicto diario. Es otra vida. Te vas, tenés categorías que la mayoría de la gente no las conoce. Todo esto es medio raro de decir, suena muy heavy para algunos, pero estás en otro planeta. Te inyectás – no es broma – falopa. Por mucho tiempo no tuve sentimientos normales, todos sentimientos lunáticos, chiflados. Esta relación intensa y medio pesada terminó a los 24 años. Pasaron un montón de años, el primer cambio fue por el alcohol. Dejé las drogas y me metí en el alcohol como para empezar a bajar.
–          ¿Ahora tenés sentimientos normales?
–          Podría decirte que sí. Me da miedo decir esto. Con mi terapeuta y con otra gente lo puedo charlar largo y tendido, pero es tan psicoanalítico que es medio choto. Yo fui un tipo que pudo sostener mi deseo, me ordené, laburé, tuve siempre banda sonando, hice canciones. Antes, me acuerdo cuando tenía novia y la chica me decía el domingo de salir a pasear… para mí era lunático lo que me decía. Hay sentimientos que son muy raros, siempre estaba loco o angustiado, una porquería todo. Yo laburé mucho tiempo para volver a tener una vida satisfactoria. Me terminó yendo bien, podría haber sido mucho peor. Por suerte quedaron las canciones.
Manuel compró una casa en Villa Elisa – La Plata –en el año 2009, mientras vivía en un departamento que alquilaba en Capital Federal. Hasta el 2012, la casa fue sólo un lugar para escapar. Hace dos años vive ahí. Cerca – todo es relativamente cerca entre City Bell y Villa Elisa – Manuel pide un café.
IMG_5337–          ¿Cambió tu ritmo de vida viviendo acá?
–          Yo vivía en Buenos Aires, pero no salía del departamento. Lo que tiene este lugar es que yo me despierto y tengo mi patio, un terreno atrás que está libre y como 18 hectáreas en una de las calles al lado de mi casa que están en sucesión. Tengo caballos salvajes corriendo por ahí. Eso me cambió: los amaneceres y los atardeceres, estar en calles chicas, arboladas, con muchos pájaros, animales. Te da otra dinámica.
–          ¿Te gusta más este ritmo?
–          A mí me gusta la ciudad, pero yo me las arreglé para que cuando todos están yendo, yo vuelvo. Si todos van a la costa en enero, yo voy en mayo, si todos van el sábado, yo voy el lunes. Siempre tuve esa dinámica y en función de eso me acomodé para no ir con la gran masa. No tengo problema ni con ciudad ni con pueblo. Lo que no me gusta es estar en situaciones con mucha gente, por eso es un milagro el trabajo que me conseguí porque si yo fuese espectador del trabajo que hago me muero de hambre, no voy a ver ningún show. Soy por naturaleza un tipo medio reservado, solitario. Me crie en Junín, que es un pueblo grande, una ciudad de 90 mil habitantes. Me eduqué hasta los 9 años en la casa de mis abuelos, en un pueblo de 300 habitantes. Una de las cosas que me gustaba de La Plata era eso: las diagonales, una ciudad planeada por racionales, súper orgánica y súper airosa. Pero no sé por qué, la primera vez que vine a City Bell quedé flasheado. Después te das cuenta la conexión que tiene con la música, con los Virus, con un montón de amigos, con Los Redondos, con gente que después tocaste y seguís tocando. Lo que me pasa acá es que hay un cariño, quiero a ésta segunda ciudad que me abrigó que fue La Plata, dónde creció Estelares y mi profesión, dónde me desarrollé ni bien vine, de verdad estaba completamente drogado, loco…
–          ¿A qué edad llegaste a La Plata?
–          Mi relación con las drogas fue entre los 18 y los 24 años. Yo llegué acá a limpiarme, supuestamente, a los 20 años. Fueron etapas en las que me volví adicto a la cocaína, a la morfina, a cualquier cosa. También, La Plata me dio la posibilidad de a poco de ponerme a laburar, de empezar la escuela de teatro, cuatro años de bellas artes. Toda la instrumentación de lo que es nuestro lenguaje, nuestra formación, yo la hice acá, por eso le agradezco y la quiero mucho. Dentro de eso había un cariño viejísimo que tenía que ver con City Bell. Mirá qué increíble, pasan un montón de años, como 25 años, y termino viviendo en este lugar que tanto me gusta.
–          ¿Cuándo te fuiste de La Plata a Capital Federal?
–          Estuve desde el primer semestre del ‘87 hasta el ’99: 12 años que fueron para el desarrollo. Cuando me fui ya habíamos grabado los dos primeros discos de Estelares: Extraño Lugar (1996) y Amantes Suicidas (1998). Empezaba a laburar con Juanchi Baleiron, no tenía un mango y tenía 35 años. Comenzaban a volverme todo tipo de fantasmas. Ahí me fui a Buenos Aires, estuve del 2000 al 2012: 12 años más. Después volví acá
–          De La Plata de ese momento a lo que es hoy, ¿qué cambió?
–          No sé, no me acuerdo. Te puedo decir qué cambió de cuando llegué a cuando me fui. En el ‘99 sentía que la ciudad ya me había dado todo, no me daban ganas de salir de noche, los bares no me emocionaban, no me contenían, la facultad no me importaba mucho. Se había dado un proceso en mí: estaba cansado. La Plata me había ayudado un montón pero me quería ir porque para mí tiene, como todo mecanismo que te contiene, eso que si te quedás mucho tiempo te adormece. Yo sentí que me tenía que ir.
–          Como espacio de gestación de cultura, ¿sigue igual?
–          Es un lugar muy especial, muy inspirado. Tenés Facultad de Bellas Artes, que no hay muchas en todo el país. Cuando yo estudiaba no estaba la Facultad de Cine, ahora está. También está la Escuela de Teatro, Humanidades y un montón de gente que viene del interior y se congrega en una ciudad que por raíz tiene esta voluntad masónica, racional, de consulta, duda, sospecha, construcción, investigación. Todo eso hace un caldo de cultivo. Fijate que las bandas platenses siempre, cuando comienzan y algunos siguen, cruzan un lugar de rebeldía, de rareza. En La Plata no ibas a encontrar muchas bandas que hiciesen rhythm and blues que en Buenos Aires había mucho más. Yo llegué a fines de los 80, era la primavera alfonsinista. Era tremendo, una época única. Todo lo que andaba dando vuelta por ahí lo probábamos. Era como pasó en España después del Franquismo: de destape. Cuando llegué me tocó conocer a gente cercana a Virus y a Los Redondos, toda esa vorágine nos empezó a formar y dar un matiz. Esa fue La Plata que a mí me dio un montón.
–          ¿El rock qué rol tomó en la primavera alfonsinista? ¿El neoliberalismo qué le hizo a ese rock?
–          Tengo impresiones, no estoy muy seguro. Para mí la primavera alfonsinista tenía esa especie de florecimiento. Es una mirada un poco vieja, romántica, después de la dictadura vino eso y estábamos todos muy contentos. El neoliberalismo en mi opinión lo que hace es amecetar esta voluntad culturosa de final de los ’80. Se caracteriza por vaciar de sentido todo, por igualar. Hubo un montón de manifestaciones y bandas que estuvieron muy bien en los ‘90, pero para mí están signados por vaciamiento de sentido. No te olvides que voy a cumplir 49, han pasado muchos años y muchas situaciones, no quiero meterme con nadie, pero ¿qué siento de los noventa? A mí no me dijeron nada, los detesté profundamente. No sé si escuchaba mucho rock, no me importaba mucho, con Estelares éramos bichos de otro pozo, hacíamos canciones. Después le estaba yendo muy bien a lo que te decía que acá no se hace mucho: el rhythm and blues, lo que después se mal denominó rock chabón.
–          ¿Por qué mal denominado?
–          Porque es una denominación muy caprichosa. Yo detesto ser viejo y hablar como viejo, no lo siento como tal pero parece ser que a nosotros nos tocó educarnos con Miguel Abuelo, Almendra, Color Humano, Sui Generis y después con los solistas: García y Luis, cada uno en su lugar. Nos tocó educarnos con eso. También con The Velvet Undeground, Bowie, New York Dolls, (the) Who, (the) Kings. Vos escuchás las bandas derivadas de final de los ‘90 y les tocó juntarse en una esquina, agarrar una guitarra y tomar birra. Es el mecanismo habitual, si vos prestás atención, de lo que hacen las bandas. A lo único que le creen es a la canción de esquina. Yo tengo amigos escritores que me gastan, en la canción Rimbaud, yo me pongo a jugar con lo que me pasó a mí, pero sabía que me iban a decir: ‘que canción pretenciosa’ porque habla de Juan Cocteau, de Paul Klee, las cosas que a mí me formaron. En una canción de esquina no se labura con eso y a algunos de esos se los llamó rock chabón. Me parece que no es así, es otra información.
–          ¿Ahí tuvo responsabilidad el neoliberalismo?
–          Me cuesta mucho hacer juicio de valor al respecto. Pero lo que digo es, por ejemplo, bandas como Callejeros, La Renga, o lo que pasó con Los Redondos, lo que contiene es el ritual. El ritual de ir a misa. Vas a misa. Eso para mí trae el segundo espaldarazo de los ’90: es la gente que se quedó afuera. Se quedó afuera la juventud y armó estos rituales.
A Manuel le suena su celular, pide disculpas y atiende. Tiene que ultimar detalles de su gira por España. La rutina se repite – kilómetros más, kilómetros menos – casi todos sus fines de semanas. Estelares viaja en micro, avión, auto, hasta donde Manuel, un tipo que confiesa no gustar de las multitudes, sube a un escenario muchas veces frente a masas gigantes de ojos que lo observan. ¿Por qué decidir ser cantante?
–          La canción aparece como defensa de la realidad. Esa etapa del principio era muy desesperada. El mecanismo que empecé a hacer era laburar sobre la neurosis. Acción y reacción casi desesperado. Guitarra, melodías, versos, sin aprender mucho, a fuerza de que me pasaban cosas. Después hay algo en mí que me pulsa y emociona que es la palabra. Hay dos cosas con las que tengo, “entre comillas”, cierta facilidad: la melodía y la palabra. Eso empezó a armar una pequeña casita que todo el mundo que veía me decía: está buenísimo. Entonces empecé a tomar eso y armé una banda y salí a cantar. Pero salí a cantar para defenderme, a salvarme, a gritar, a hacer cualquier cosa. Pasó el tiempo y se convirtió en oficio y en algo que me da mucha felicidad. Cuando compongo es muy alucinante, por mucho tiempo fue lo que más me gustó hacer de toda la vida. Hasta que nació mi primera hija estaba casado con las canciones. Es muy psicoanalítico en mi caso, por ahí puede sonar hasta pretencioso, pero es absolutamente así, la gente que ha vivido conmigo lo sabe: no he tenido otra vida que para las canciones. Me pasó muchas veces que componiendo estoy contento, pero salir a tocar y decir ¿qué hago acá? Después pasa como en cualquier oficio, lo naturalizás. Cuando me fui a vivir a Buenos Aires tenía 35 años y no tenía laburo. Comía de la amabilidad de amigos, ahí el oficio flaqueaba y yo sabes cómo flaqueaba, no daba más. Las convicciones, esto que me encanta, que es lo que más me gusta hacer y que de alguna manera es mi manera de relacionarme con el mundo, me sostuvo y sostuvo todo lo que ocurrió después. Si me preguntás cómo arrancó… Arrancó como una necesidad desesperada, siguió siempre siendo una necesidad desesperada pero en un momento se convirtió en un oficio.
–          En esa primera etapa hablás de mucha intensidad, ¿seguís siendo un tipo intenso?
–          Uno no lo puede evitar, pero hay que ver de qué manera. Es la vida de un hombre de familia la que tengo últimamente. Yo volví a tener un placer: jugar al fútbol en cancha de 11. Más allá de haber jugado en inferiores en Junín, es un juego donde disfruto mucho, sigo siendo creativo. Estuve años sin jugar. Hace 3 o 4 años de a poco empecé, primero en fútbol 5 para recuperar el cuerpo, hasta que un día me dijeron de volver a la cancha de 11. Eso hace que por ejemplo, a mí que me encanta salir con amigos y beber, si el sábado voy a jugar, el viernes no tomo, cosa que antes no lo hacía por nada. Obviamente juego con gente de mi edad, pero me encanta. La intensidad la pongo en las ganas que tengo de ir a jugar al fútbol. En términos psicoanalíticos: ya no pulso más, no doy más vueltas por el goce. El goce es la repetición incesante, ahora disfruto en líneas generales. Yo era un tipo que tomaba ¾ de botella de whisky por show. Dejé eso, ahora me tomo un vaso de Fernet. Me duró beber mucho hasta hace 5 años atrás, desde los 24 hasta los 42 años de siete noches seis estaba bebido. Dos birras, medio tubo, dos Fernet por noche, el cuerpo lo naturaliza. Todo eso cambió. Me preguntaste por la intensidad, yo prefiero esta intensidad, no la otra.
–          ¿Qué tiene más creatividad: una canción o una jugada?
–           Yo tengo tal devoción por el juego. Te voy a contar una: el otro día me sacan un lateral, la paro de aire y sin que pique la pongo entre medio de dos y dejo a un hombre libre. Esa jugada me parece extraordinaria. Lo que pasa es que una canción es algo muy emocionante, pero si vos me decís ahora ¿qué es lo que quiero? Quiero jugar al futbol todos los sábados. Pero ¿qué hago de domingo a viernes?

El día en que Bariloche fue toda sangre

El 17 de junio de 2010, el cabo Sergio Colombil mató de madrugada a Diego Bonefoi. La ciudad se movilizó y la policía, con órdenes de más arriba, decidió reprimir con balas de plomo. Mataron a Nino Carrasco, que iba a lo de su novia, y a Sergio Cárdenas que miraba esa locura desde un paredón. Ahora, a esas familias, les arman causas.
 
Diego Bonefoi
Diego Bonefoi se había metido con un pez gordo. Tenía 15 años. A las 4.30 de la madrugada del 17 de junio de 2010, parece que estaba jugando a la pelota con amigos en el barrio Boris Furman, del Alto barilochense, allá arriba donde ya no se ve el Lago Nahuel Huapi, ni turistas, sino carencias. El cabo Sergio Colombil hizo lo que los transas esperaban: ejecutó a Diego por la nuca con su arma reglamentaria.
 
A las 5, en la primera pericia que se hizo sobre la plaza, no había un arma.
 
A las 9.15, delante del juez apareció. Desde hacía media hora estaba el grupo de represión de la policía, el BORA, en la comisaría 28, a metros de la casa de Diego. Su familia todavía no sabía que había muerto.
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A las 10.30, la policía acribilló el frente de la casa de Diego. 15 minutos después, empezaba a arder el barrio. El comisario general Jorge Villanova se reunió con el mayor Argentino Hermosa en la 28. Desde ahí, al Centro Cívico a juntarse con el ministro Larreguy y con el secretario de Seguridad, Cufré.
 
A las 12.55, quedó detenido el tío de Diego. 5 minutos después empezaron los disparos de ithacas del BORA y los gases lacrimógenos.
 
A las 14, las concentraciones se multiplicaron. La policía también. Había oficiales de toda la provincia de Río Negro, hasta de Viedma, que queda en la otra punta. Había del Servicio Penitenciario. En horas, Bariloche estaba militarizada. Había policías en todas partes. Las autoridades, en cambio, se fueron a El Bolsón. “Con una llamada por teléfono, paraban todo. Nunca tuvieron esa voluntad”, razona Carolina Alak, de la Multisectorial contra la Represión en Bariloche.
 
Durante la represión, hubo dos muertos más: Nicolás “Nino” Carrasco y Sergio Cárdenas. Una chica todavía tiene una bala alojada en el brazo.
 
Por el fusilamiento de Diego, Colombil está preso, pero nunca se investigó quién hizo aparecer el arma que Diego no llevaba cuando lo mataron.
 
Los asesinos de Nino y de Sergio siguen impunes. Ni siquiera se sabe quiénes son. Ni verdad, ni justicia. Los primeros días no se pidieron las escuchas para saber quién ordenó reprimir con balas de plomo. “El fiscal tiene que investigar y no lo hizo. El juez debe intervenir para que se investigue y no pidió las escuchas. Esas escuchas eran vitales para poder procesar a los realmente responsables, a los jefes de la policía, al Ministro de Seguridad, que era Larrieguy y al Gobernador, que era Miguel Saiz. Todos estaban. Todos sabían lo que estaba pasando. La cana no se maneja sola, recibe órdenes”, explica Marina Schifrin, abogada de la familia de Nino. También apunta a los jueces: “Cuando hay interrogatorios, no interpelan. Queda solo la versión de lo que quieren decir los policías. ‘No me acuerdo dónde estaba’, ‘Yo no fui’. Como disparaban con itakas, no quedan rastros del arma homicida. Todo lo que se identificó fue por peritos que trabajaron bien. Nada salió de testimoniales. Por lo menos habría que llevarlos al falso testimonio. Pero ni eso hacen. Los jueces se asocian a las hipótesis de armas tumberas. Un solo testigo lo dijo. Lo consiguieron, lo dijo y el juez solo investiga eso”.
 
Nicolás “Nino” Carrasco
 
-¿Serás vos el que mató a Nino? –piensa Carmen Curaqueo, la madre de Nino, y saluda al policía que la acompaña en su trabajo. Es inspectora de tránsito. Los conoce. La conocen. Vaya adonde vaya, llega llamando a alguien para avisar dónde está. Si tuviera los medios, se iría de Bariloche.
 
Vecinos del Alto se juntaron de todos lados a apedrear a la comisaría 28, querían prenderla fuego. A medida que la gente se enteraba de los muertos y heridos, subía y la represión recrudecía. El día siguiente, todavía no terminaba.
Carmen ese día trabajó hasta las 2. Abel, el marido, la pasó a buscar y le dijo lo que había pasado.
 
-Mataron a uno de los Bonefoi.
-¿Cuál será?
-Uno de los que iban a buscar al Negro –decía Abel, por Nino.
-No hay que dejarlo salir.
 
Carmen lo agarró a Nino.
-Vos no andes metiéndote ahí, por algo lo habrán matado.
-Vos siempre hablando de más.
-Por más que haya hecho lo que sea, no tendrían que haberlo matado.
-Lo único que te digo es que vos no te metas ahí.
 
Como Carmen tiene hermanos adolescentes, se fue a lo de su hermana, a cuatro cuadras. Le dijo que tuviera cuidado. Cuando salía, se encontró con Nino, que se iba a lo de la novia, en el barrio 28 de abril, más arriba, más lejos del centro.
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-No pasa nada, petisa- le dijo. Nino medía como dos metros.
 
Carmen nunca pensó que la policía iba a encerrar a los chicos, ni que la situación fuera tan grave. Pero sí. Les hizo una emboscada, y tiró al montón con balas de plomo.
“Hirieron al Nino”, gritaba un chico. Carmen salió corriendo.
 
-Me falta el aire.
-Te dije que no vinieras por acá-  y le dio una cachetada.
 
Tenía solo un huequito. Carmen le dijo que no tenía nada, que debía ser el miedo. Lo entraron a una casa. Llamaron a una ambulancia. La policía no la dejaba pasar.
 
Fueron al hospital de Elfrein. Nino estaba herido de gravedad. Había perdido mucha sangre. Lo iban a operar. Tenía cuatro impactos de bala en la espalda, uno en la pierna, otro en el estómago, otro en el riñón  y el letal en la aorta. Murió.
 
El cuerpo quedó en la morgue del hospital. Para poder retirar el cuerpo, le decían los médicos a Carmen, tenía que hacer la denuncia en la comisaría 18va. Lo iban a velar con Diego. Ella no quería saber nada. Echaba la culpa de la muerte de Nino a la “mala crianza” que daban los Bonefoi. “Yo lo sentía así”, dice Carmen, que después tuvo que aguantar que hubiera una marcha a favor de la policía porque “mataron a tres negros de la villa”. Lo primero que dijeron los medios fue que a Nino lo mataron porque andaba robando, no que fue durante la represión.
 
La mano dura fue la que puso la mordaza. Desde la muerte de Nino, los intentaron ensuciar: que son una familia conflictiva, que Gaby, el mayor de los hermanos, anda robando, con el menor lo mismo. “Al no tener uno los recursos ni los medios nos cuesta mucho acceder a la Justicia. Ya pasaron cuatro años y todavía no tenemos nada. Está peor que la primera vez, que primero sí pasaban cosas. Pasó por los tres jueces que hay en Bariloche. Los abogados lo dejaron de lado porque están trabajando para el Estado”.
 
El ensucie se intentó hacer con allanamientos.
 
De los cuatro allanamientos que les hicieron, el primero llegó el 18 de octubre, un día antes del día de la madre y del cumpleaños de Nino. Había habido un robo en los Kilómetros. Carmen vio un auto abandonado a la vuelta de su casa y le avisó a la abogada para que estuviera atenta. Ya sabía cómo funciona la policía. Planta un auto como supuesta prueba para hacer lo que quiera hacer. Efectivamente, se hizo el allanamiento. Revolvieron todo. Buscaban plata, una cámara fotográfica, celulares. Miraban papel por papel, como para molestar. Como no tenían nada, no encontraron más que el altar que Gaby había hecho para Nino.
 
-Ah, este es el que mataron.
-Sí, este es el que mataste- y Gaby le dio una piña. El policía respondió con otra piña y el juez Lozada paró la pelea.
 
Por la calle, a Ricardo, el menos de los hijos de Carmen, le dicen: “Vos vas a terminar como tu hermano”. Una de esas veces terminó apedreando solo a una comisaría. Rompió un vidrio y le hicieron una causa. La de Nino, mientras tanto, no avanzó.
 
En la octava marcha, alguien tiró una bomba a la comisaría, que se prendió fuego. Involucraron a Ricardo y a Gabriel. Ricardo estaba tocando el bombo. Gabriel estaba con Carmen, así que ella sabe él tampoco que fue.
 
“La muerte no se investiga, esto sí”, reclama otra vez. “Aparte, ¿cómo sabemos que no fueron ellos mismos? Yo no sé si Nicolás un día va a tener justicia. He ido a un montón de lugares. Todos dicen que van a ayudar: Derechos Humanos de Nación, la Presidenta, los que se acercan. Queda en palabras”, explica Carmen.
 
Otro día, en junio de este año, por dar otro ejemplo, cuando el hermano de Carmen entraba a la casa, lo agarró la policía y lo golpeó. Tomaban carrera para patearlo. Le reventaron un riñón.  “Yo, como tengo experiencia con la policía, sé que te maltratan”, explica. Fue sola a la comisaría. Afuera había policías con escudos, desafiando. Una policía le repitió la amenaza que había recibido Gaby: “Vos seguí jodiendo y vas a terminar como tu hijo”.
 
-Soy la hermana de Luis Curaqueo. Lo detuvieron. Quiero saber por qué y quiero ver cómo está- se presentó Carmen en la comisaría. Recién en ese momento dejaron de pegarle a Luis.
La callaron, mientras ella acusaba de haber matado a Nino a quien fuera que la encarara. “Yo no maté a nadie”, le respondía uno por uno.
 
“¿Qué iba a pasar si yo no llegaba? ¿Iba a pasar como con Titi Almonacid –la policía lo mató por estar tomando cerveza en una esquina en febrero del 2000-?”, se pregunta Carmen.  Cuando llegó la abogada Marina Schifrin, pidió que lo mandaran al hospital. Como estaba detenido por averiguación de antecedentes, hasta que no los averiguaron, no lo largaron.
 
En Río Negro hay más de 120 casos de gatillo fácil, según denunció la exDefensora del pueblo, Ana Piccinino. Carmen se empezó a interiorizar cuando a Nino le dio una de las balas de la represión del Alto post asesinato de Diego Bonefoi. “Desaparecen y se sabe que fueron policías. Salen de boliches y los detienen. Son varones de los barrios a los que agarran. Será la forma de vestirse”, resume.
 
A Nino eso ya no le pasaba. Era grande, tenía 27 años. Dice que nunca había tenido su familia problemas con la policía, excepto “correteadas cuando salían”. Ya naturaliza muchas cosas: “Por ahí los chicos andan a deshoras de la noche y los mandan a sus casas o los golpean un poco. Por el trabajo que yo tengo, también vi cómo golpean a los pibes. Nunca pensé que me iba a tocar a mí. Uno le decía no te metas con tal, no hagas aquello. Tal vez si te juntás con aquel van a decir que sos igual. Cuando pueden aprovechar y golpear a alguien, lo hacen. Las familias no denuncian. Por miedo”.
 
Sergio Cárdenas
 
Sergio se había pedido vacaciones para poder ver el Mundial. Trabajaba todo el día en el Hotel Llao Llao. La mañana del 17 de junio jugaba la Selección. Carina, su mujer, la madre de sus dos hijos, estaba laburando. La llamó después de ir a festejar, diciéndole que la  esperaban para almorzar. El barrio ya era un caos, pero Sergio y Carina recién se enteraron cuando llegaron a su casa. Vieron un partido más y cerca de las 17, la llamó su hermana y le contó: “Hubo quilombo, mataron a uno de los Bonefoi. Están a los tiros, acá entraron los gases, no se puede respirar, pasame a buscar”. Salieron a buscarla. Cuando llegó tomó dimensión de la represión en las calles Onelli y Sobral, en el Alto. Estacionaron el auto y él se quedó mirando al lado del auto. Ella fue a lo de su hermana, dejó a su hija e inmediatamente se acercaron por la ventana a avisarle que le habían dado a Sergio y que se lo habían llevado al hospital. “Fue así, al toque. Después me enteré que un amigo pasó y le dijo de ver lo que pasaba más cerca, ahí en un paredón al lado de un portón negro que tiene marcas de balas. Él giró, le dijo a un chico que se fuera y cuando se dio vuelta, cayó. Murió en el acto”, cuenta Carina.
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Desde entonces, también le allanaron la casa intentando involucrarla a ella y a su familia en otras causas que, como con los Carrasco, avanzaron más que las de la muerte.
 
-¿Le pasó a Sergio que al ir al Centro con sus amigos, que lo parase la policía…?
-Pasa que Sergio era más grande, tenía 29 años, teníamos una familia, no boludeábamos en la calle. Pero nunca tuvo problemas.
-¿Y en el barrio se veía ese accionar la policía?
-Sí, siempre se ven a los policías correr a los pibes.

Willy sabía que iban a matarlo

En Neuquén, Gustavo Gutiérrez fue a declarar por el asesinato de Braian Hernández y acusó a un policía. Al día siguiente, lo remataron, con una bala policial. El mensaje que se ve en la pantalla se lo mandaron a Natalia, hermana del hombre que se volvió la pista que quisieron borrar.  

Willy ya no dudaba. Sabía que lo iban a matar si seguía contestando las preguntas del juez. Conocía los códigos del barrio, que son los de la policía, los narcos y sus “gatitos” o “soldaditos”. Tenía miedo. “Andaba desesperado”, dice su familia. Le habían dicho que lo iban a matar.
Él estaba seguro de que era cierto.
– Siempre que me veían a mí, me llevaban. Ahí, en la comisaría, me pegaban nomás. No me dejaban ver…- declaró Gustavo Willy Gutiérrez, el 29 de noviembre, en el barrio Cuenca XV, en el oeste neuquino, durante el juicio por el asesinato de Braian Hernández, en manos de Claudio Salas. Willy era el testigo clave. Viajaba en el mismo auto que Braian. Era el único mayor.
– Concretamente -preguntó Héctor Dedominichi de la Cámara en lo Criminal Número 2-, ¿alguna vez que te llevó Salas y estuviste durante la comisaría te pegaron? (Sic)
– Sí.
Willy contó qué, cómo, cuándo y dónde fue todo: le dispararon desde un patrullero, por atrás, sin que hubiera un arma en el auto donde viajaba. Después, los cagaron a palos afuera y les plantaron una pistola. Salas, el que disparó, es uno más de los tantos policía que en Argentina hacen tratos con chicos para que roben para él. Esto pasa continuamente en el oeste neuquino, hacia donde suben el Río Limay y el Negro. Las casas con patiecitos y con rejas se van haciendo más irregulares, más marrones. Las calles, ahí arriba, son de tierra, o de barro. Nieva poco, por suerte para los que viven ahí. Las plazas no duran diez cuadras. Tampoco duran una cuadra. En el mapa del celular, son una mancha ocre.
Lo que aparece cuando se va el ocre es el azul y blanco de los patrulleros.
 

***

 
– Mirá si algún día le pasara algo así a mi sobrino y el tipo no se presentara a declarar -explicaba una y otra vez Willy a todo el que le hiciera dudar sobre su presentación en el juicio-. Aparte, la Policía cuando te agarra… A mí las veces que me han agarrado me cagaron a palos.
Su hermana era una de esas personas que le preguntaba a Willy si era conveniente atestiguar. Ya lo habían parado yendo en la moto:
-Vos ojito, eh. Ojito con lo que hables.
De cualquier forma, la tomó por sorpresa.
 

***

 
Hace como 21 años los Gutiérrez viven en el oeste de la Ciudad de Neuquén, donde la policía se permite maltratar a los jóvenes. “No siempre fue así”, recuerda Beatriz Currihuinca, madre de Willy –para ella, Gustavo-. “Con Gustavo fue algo diferente porque era el varón más chico. Dos veces estuvo preso en la Unidad 11. Cada vez perdió un año”, sigue Beatriz. Estuvo procesado. Las dos veces fue declarado inocente. Dos años de su vida perdió preso en penales, aunque la ley 26.660 reglamenta que no puede haber presos sin sentencia.
Diego, uno de los hermanos de Willy, también estuvo preso en la U11. Su madre recuerda que los policías le preguntaban si quería drogas. Si quería, le tenía que decir a su hermano que la llevara a la casa de un policía y esa misma institución se encargaría de entrarla al penal. “Los chicos se enganchan en esa porque encuentran el mejor camino. Si los golpean drogados, ni lo sienten”, dice Beatriz.
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Cuando Beatriz fue a visitar a Willy, los oficiales se le reían en la cara: “¿A qué venís?”. Cuando ella entra a la U11, como a todos los visitantes, la desvisten y la revisan entera. A los visitados los sacan a un patio grande, los desnudan y los revisan. “Yo, como mamá, voy a ver a mi hijo, no le voy a llevar drogas. Sería hundirlo. Eso mismo lo metió ahí adentro”, explica Beatriz.
Natalia y Beatriz conocen bien también a “Los Santana”.
“Los Santana son civiles, pero están con la policía”, aseguran.
Un hermano de Willy iba a la escuela con uno de ellos, que le contaba que el padre vendía drogas, que la trasladaban en patrulleros. Dicen que tienen un arsenal de drogas y de armas. “Y la cantidad de soldaditos que tienen. Muchachitos nomás. El Gordo Seba, por ejemplo, más allá de lo que haya hecho, era narco. Trabajaba mitad para la policía”, dice la madre de Willy.
El Gordo Seba: el único detenido por el asesinato de Willy.
Pero eso no es todo. En toda la charla de Beatriz y de Natalia, aparece una figura bestial que usa la Policía, como en muchos otros barrios, para sembrar miedo. Saben que se llama Monje y que se emplea en la Comisaría 18.
Beatriz: -Es una basura ese tipo. Le pegaba a Willy y le decía: “Vos me entregás armas o gente que roba y yo te dejo andar tranquilo en la calle”. Si lo llevaban, llegaba con la boca sangrada. “Me pegan porque quiere que dé información que no tengo”, decía, cuando llegaba a la casa. Es uno de los peores. De ahí para abajo. Llega a una cierta edad en que le dan la jubilación, pero quedan otros. Mi hermano es policía. Me contó que cuando entran en la Policía, aunque quieras ser bueno, vos tenés que ser malo. Enseñan a pegar el cachetazo antes de preguntar. Dice: “Por más que yo tenga sobrinos, tenga hijos, yo no tengo que pensar en eso sino en ser duro”. Saben andar drogados y borrachos haciendo los recorridos.
Natalia: -Cuando fue la final de Argentina en el Mundial, se armó pelea entre unos vecinos. Vino la policía, se puso en una zona que estaba oscura y tiraba piedras con gomeras.
“Sí, usan gomeras acá los policías”, insiste Natalia, que sigue: “¿Cómo los pibes los van a respetar si los policías no les hablan bien?”.
Beatriz: -Cuando hay enfrentamientos en los barrios, mi hermano mismo me cuenta: “Primero, vamos a dejar que se maten los chorros. Después entramos”. Un día, a las 4 de la mañana, vinieron a tirotearme la casa. Me rompieron un vidrio. Nosotros teníamos a los chicos. Los peritos recién vinieron a las 9.
 

***

 
Al hermano de Willy, Diego (30) lo confundieron con Emilio (29), el tercer hermano varón. Le dijeron los de la Brigada de Investigaciones:
-Así que vos andabas con Ely (la mamá de Braian, el primer asesinado de esta historia) en las marchas. Dejá de joder porque vamos a ir a hablar al río.
Después de eso, lo llevaron al calabozo, le dieron una paliza con cinturón, patadas, piñas, mientras estaba desvestido y con los brazos estirados. Lo largaron ensangrentado a la madrugada, cuando lo vieron todo lastimado. “Ese es nuestro trabajo”, argumentaban después a la familia.
En la requisa de la Unidad 11, le volvieron a recordar dos cosas.
Primero: que a él lo iban a “empapelar” (llenar de causas).
Segundo: que a Willy lo iban a matar.
 

***

 
El sábado 30 de noviembre, Willy iba llegando en moto a la casa de la suegra, en el barrio Almafuerte, para dejarle los 800 pesos del plan que le dan por tener una hija. Lo venían siguiendo. Le dispararon hasta matarlo. Eran tres. Dos mayores y un menor. El Gordo Seba, único imputado, único sentenciado culpable –doblemente, por premeditación y alevosía- después rogó: “Yo maté a la rata esa, pero no me lleven a Neuquén porque me van a matar”.
Nunca se vinculó a la Policía con el caso, aunque sucedió 24 horas después de que Willy declarara. Tampoco se la vinculó aunque el menor de los sicarios que persiguió a Willy declaró, una primera vez, que el arma se la había dado un policía -después cambió su testimonio-. Tampoco cuando un cana declaró que le habían pedido colaboración. Pero para la Justicia prima que el arma no apareció. No importa ni siquiera que la bala sí era policial.
Alguien le dio la pistola al Gordo Seba.
“Ahí no podemos llegar”, dice María Elena Cauquoz, militante de Convocatoria, organización política social que sigue la causa. Quisieron encontrar peleas entre Willy y el Gordo Seba, para alejar la pista policial. El mismo imputado lo negó.
Cuando Beatriz fue a retirar las pertenencias de Willy, le dieron 60 pesos. No le dieron ni el celular. “Encima con cara burlona…”, recuerda.
 

***

 
A la familia de Willy le dijeron que van a matar al Gordo Seba si algún día sale de la cárcel. Suponen que también lo debieron haber amenazado a él con su familia.
Después de postergar dos veces la lectura de la condena, al Gordo Seba le dieron perpetua. No hay policías imputados. La familia quiere justicia, no una perpetua para el perejil.
Natalia guarda dos mensajes en su celular:
“Mira gorda trola . ya sabes que no se la ban a yevar d arriba con todo lo q andan aciendo por la justicia del puto de tu ermano. nos chupa el pico q ayan agarrado al gordo es nada mas q uno d los gatitos nuestro. cuando esto se calme un poco seguimo con ustedes gorda conchuda”
“Viste gorda de mierda lo que le paso al ijo d puta de ermano. bueno asi van a ir pagando voz y tus otras cagadas d ermanos q tene todas las cagada que se mandaron. y agradse q t estamo avisando gorda puta. asi que seria bueno que se bayan dpidiendo entre ustedes. no t gaste en contetarno a este numero xq terminamo con voz y lo vamo qemar. Asi que asta la vista beibi. ja ja”.
 
Leé más: El cielo del desengaño

¿Coger o jugar a la pelota?

Por El tipo que escribe almanaques.
 
Primera entrega. 
Nos mintieron.
No sólo el expresidente Carlos Saúl Menem cuando dijo que tenía en su biblioteca todos los libros que Sócrates nunca escribió. Nos mintieron todos esos gorditos de lentes con olor a pata que además –caso aparte- te dicen que sos un ignorante porque no sabés apreciar en el cine esos cuarenta y cinco minutos de un corto no tan corto de un tipo que tiene el dedo metido adentro de la nariz y que mira, atentamente, a una paloma –o palomo- que fecunda a otra.
Mentir no significa la inexactitud o la falsedad de un dato. Eso es un facilismo de maestra de jardín de cuarenta años que piensa que sabe todo en la vida y que ya no disfruta de la imaginación de los nenes. Mentir, mentir en serio, significa la organización matemática y social de la mentira.
Mentir es la mentira como abrupta manera de construir poder y hacer daño sin tener que pasar, en el medio, por la disputa de ideas.
De eso, estamos hablando.
En el año 370 antes de Cristo y antes de Maradona, en la Antigua Grecia, es que se cocinó esta gran derrota de la humanidad. Sócrates y Platón, esa dupla de ataque que parece haber caminado siempre por la primavera, tienen mucho más que ver con Juan Román Riquelme y con Martín Palermo de lo que uno cree. Está todo en el libro el Fedro, penúltima fase de la obra de Platón, y un poco aparece en la Séptima Carta.
No sólo por las repercusiones de los dichos de Menem sino por grandes discusiones a lo largo de la historia es que nos hemos convencido de la versión de que Sócrates jamás escribió un libro y que sus pensamientos se encuentran en los textos de Platón. Aunque las versiones de por qué no escribió son muchas, en el Fedro aparece lo que algunos teóricos han querido instalar como “la posta”: “La escritura es inhumana al pretender establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro de él”.
Supuestamente, esa es la razón por la cual Sócrates nunca escribió: consideraba que la oralidad era, en definitiva, el único medio válido para expresar ideas. Algunos fanáticos, en esa misma línea, ahora piensan qué pensaría Sócrates del twitter. Zaraza: pura zaraza.
Pero ha llegado la hora. Amparándome en el gran acierto político y teórico que estableció Rafael Bielsa, abuelo de Rafael, primer canciller del kirchnerismo, y de Marcelo, gran entrenador de la vida, cuando presentó, en 1929, el proyecto para que la Constitución Nacional incorporara en sus artículos el Derecho a Rectificación o Respuesta, diré sin filtros lo que tengo que decir.
Es mentira que Sócrates nunca escribió por la razón que plantea Platón en el Fedro. Sócrates, quien supuestamente murió en el 399 A.C. y A.M., no escribió porque en el 407 A.C. y A.M. fue asesinado de un cuchillazo al terminar un asado por una discusión violenta que mantuvo con el señor Platón.
Platón dijo: “Yo declaro que la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte”. Es ahí donde la humanidad empezó a irse bien a la mierda cuando, en el medio del debate sobre qué era mejor en la vida si coger o jugar a la pelota, ganó Platón, asesinando vilmente a su rival, imponiendo el paradigma de que la penetración es más importante que un gol.
Sócrates fue silenciado vilmente, y hasta se le armó toda una opereta para escribir su destino, pero la injusticia no dura, claro, para siempre. Un informe publicado este último 3 de octubre por la Universidad Tecnológica de Albina, del distrito Marowijne, en Surinam, descubrió una cantidad de huellas que Platón dejó, en sus textos, denostando a jugar a la pelota, favoreciendo el acto de coger. Aunque antes de presentarlos, reproduciremos un mensaje que pidió el rector de la UTA, quien abrió la chance de publicar esta información a cambio de esta aclaración:
“Estos documentos son un punto bisagra en nuestra historia: la historia de las almas sensibles. Es un acto de justicia, claro. Es un acto de reconciliación moral, claro. Es un acto de paz, claro. Pero no es definitivo. Porque Platón no es el único traidor de la historia. De esta historia. Porque esta discusión entre coger y jugar a la pelota la han derivado ciertos grupos machistas en una conversación que quiere instalarse como la decisión de preferir al hombre por sobre la mujer. A esos culpables, los encontraremos para hacerles decir lo que creemos firmemente desde el Observatorio de Toque y de Gambeta sobre Coitos de Surinam (OTGCS): si este mundo fuera realmente justo, el fútbol tendría que haber sido socializado de otra manera y las mujeres no dudarían, ni un segundo, en que la discusión entre coger y jugar a la pelota no es de género. Ellas, en un futuro, definitivamente, romperán las cadenas y también van a preferir jugar a la pelota”.
A continuación, en unos archivos que, me atrevo a decir, superan en importancia a Wikileaks, daremos un pequeño adelanto de una temática que desarrollaremos en el marco del próximo.
~ “Los amigos se convierten con frecuencia en ladrones de nuestro tiempo”.
Análisis: Sin dudas, en este caso, Platón realiza una afirmación compleja a la hora de decidir ir a jugar a la pelota, por ejemplo, un martes a las 11 de la noche. La pareja del jugador, sea hombre o sea mujer, lanza la compleja frase de: “¿Te parece ir a jugar a esta hora?” Y es ahí donde entra este nefasto paradigma que se ha instalado en la moral judeocristiana de este tiempo, con eje en la cultura occidental, que terminar haciendo que el jugador o jugadora deje con uno menos a sus compañeros o a sus compañeras pensando en que está perdiendo el tiempo.
~ “No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad”.
Análisis: La Revolución Industrial y los movimientos migratorios del campo a la ciudad y, por lo tanto, de la creación de canchitas con pasto sintético o con cemento, no estaban en los planes de Platón. Para su época, los botines no tenían colores, eran negros de punta a punta y olían a cuero. Siempre se jugaba con tapones altos por una razón clara: el fútbol era sobre pasto. Claro está en esta frase lo que quiere transmitir, a través de una metáfora, Platón: no le metas fútbol a la amistad.
~ “La conquista propia es la más grande de las victorias”.
Análisis: El fútbol se juega, necesariamente, con otros y en equipo. La construcción del hombre y de la mujer individualista no generó más que el pensamiento propio y la pérdida de disfrute de compartir el tiempo con otros u otras de nueve a veintún personas –en caso de futsal, papifútbol, fútbol 7, fútbol 9 o fútbol 11-. El orgasmo, una actividad por demás egoísta, empezó a primar por encima del juego, generando este sistema omnipotente que reina hoy en día.
Estos serán los tres análisis que adelantaremos a la publicación general del informe. Esperamos en los próximos días poder seguir brindando este tipo verdades y de construcciones de la justicia. Aún así, como desde Surinam se entiende que resulta poco como para terminar de descifrar esta historia, se ha cedido una última frase, una que Platón le adjudica a Sócrates y que, según estudios, se habría elaborado antes de la pelea final. Tómese como un regalo y una gran enseñanza.
~ “Para decir la verdad, poca elocuencia basta”.
Análisis: Pelota al piso, fútbol a lo Barcelona y juego a un toque.
 
 

El fotógrafo de lo que no se ve

El oficio del fotoperiodismo desde la lente de Alejandro Kirchuk. Con el foco en lo cotidiano, enfatiza el compromiso del «estar ahí». Adelanto de su último proyecto Viviendo en el Riachuelo.

Alejandro Kirchuk, de Colegiales, de 27, de Boca, es fotoperiodista. De esa tradición de los que no sacan fotos, las hacen. En 2012 recibió el Primer Premio en la categoría Vida cotidiana del World Press Photo, la mayor distinción internacional al fotoperiodismo. Lo consiguió con su trabajo La noche que me quieras, sobre la historia de amor de sus abuelos atravesada por el Alzheimer. Hoy está dedicado a proyectos documentales de largo plazo en Latinoamérica. Adelanta en NosDigital parte de su último trabajo, aún en progreso, dedicado a la vida a la vera del Riachuelo, al que llama en forma tentativa Viviendo en el Riachuelo.

-¿Cómo elegís una historia?

-No hay un momento en que te decidís. Cada una te llega de una forma diferente. En general te cae. No es que uno se pone a buscar información de cosas. Van apareciendo según tus áreas de interés. Ahí surge la idea de que puede haber una historia fotográficamente interesante para contar. No hay una fórmula. Está bueno cuando por un motivo realmente te interesa mucho. Después hay que pensar si es fotogénica, si tenés ganas de involucrarte. Es intuitivo. Si es entre comillas vendible, que no significa que pueda venderse a un medio, sino que tenga un interés en lo documental y periodístico que exceda tu propio interés, que le pueda interesar a otros conectar con la historia.

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-¿Cómo llegaste a la historia en que estás trabajando: Viviendo en el Riachuelo?

-A fin del 2013 compré una Fuji medio formato analógica, es mi primera cámara no digital desde que me dedico a la fotografía en forma profesional. Estaba en un momento en que quería cambiar el formato y probar algo que no fuese 35mm. Que implicara una dinámica distinta de trabajo. Es muy diferente el modo de fotografiar. Estoy trabajando en 120mm con proporciones de 6×6. Tenés doce fotos por rollo, eso lo hace muy diferente con respecto a lo digital. Busqué una historia nueva para laburar con ese formato. Iba tras algo que incluyera levemente una cuestión paisajística, sin hacer algo de paisajes. Venía de laburar en Salta con el pueblo originario de los tapietes, entonces ahora quería algo en Buenos Aires, extrañaba un proceso más cotidiano. Leí un artículo de una universidad de Suiza donde decía que el Riachuelo era uno de los diez lugares más contaminados del mundo. Éste fue el gancho periodístico: uno de los lugares más contaminados del mundo está acá. Luego tiene sus particularidades, está en el mismo ranking que ríos de Bangladesh donde viven trescientos millones de personas, así que no es lo mismo.

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-¿Cómo te preparás psicológicamente en el momento de hacer fotos? Comparando realizar un trabajo sobre fútbol con Viviendo en el Riachuelo.

-Es muy distinto. El cuerpo lo siente distinto. Hay veces que voy a la villa 21 y me quedo cuatro o cinco horas, concentrado y pendiente de lo que voy a buscar fotográficamente e intentando acceder a determinadas situaciones que creo son interesantes. Vuelvo agotado corporalmente. Alrededor del Riachuelo vive gente muy excluida por el Estado, en condiciones jodidas.

Es fundamental estar seguro de lo que uno está haciendo y por qué uno lo quiere hacer. Y hablar con la gente para que sepa exactamente qué haces ahí. Sin eso la podés pasar muy mal y pensar: ¿qué hago haciéndole fotos a esta gente que tiene barro del Riachuelo en su casa cuando yo estoy en una posición más cómoda?

-¿Y por qué lo estás haciendo?

-Tengo varias motivaciones. Hace unos días un colega me preguntaba si era un trabajo de denuncia y no es ese el único motivo. Pero el contenido social tiene que ser importante para este proyecto. Fotografiar condiciones tremendas de vida por definición es denunciar o intentar hacerlo. Estás diciendo que es una mierda. No hago fotos para que las cosas cambien, pero de alguna forma estoy buscando visibilizarlo.

Por otro lado, en los últimos años tuve la suerte de viajar y conocer muchas ciudades que tienen un río. En general se trata de una zona turística y muy valorada, los departamentos con vista al río son los lujosos. Hay una belleza asociada al río que en Buenos Aires está aplacada. Para alguien vivir frente al Riachuelo de ninguna forma puede ser buscado. Ahí encontrás lo jodido y lo mal que la está pasando la gente, la lucha de todos los días para sobrellevarlo y el paralelismo con la belleza natural propia del lugar. Hay atardeceres naranjas que reflejan sobre el río que son hermosos. Es una controversia que se genera y permite tratar la marginalidad desde un lugar no tan obvio. Creo que ya es poco efectivo tratar la pobreza haciendo hincapié en la pobreza. Es muy difícil entrarle a la gente desde ese lado. Mi motivación principal es buscar la contradicción que genere la incomodidad en quien lo ve.

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-¿Cómo entendés la relación de la antropología con tu idea sobre el fotoperiodismo?

-Antes del trabajo con los tapietes donde el interés era mostrar su integración al sistema urbano, me reuní con la antropóloga Silvia Hirsch, con quien iba a trabajar. Me contó mucho de su método. Mientras, yo no la interrumpía, no le decía nada, pero iba pensando que era muy parecida la forma de plantearse frente al trabajo de campo a cómo yo creo que un fotógrafo debe hacerlo frente a una historia.

Mi idea es la del fotógrafo que elige una historia, se mete lo más adentro posible, por un tiempo llega a ser parte, huele y come lo mismo, está en su ambiente y comienza a identificarse. Todo eso que sucede es fundamental para lograr un buen trabajo fotográfico, y eso es muy de antropología. No es casualidad que esa era la carrera que iba a arrancar cuando terminé la secundaria, después tuve un desliz psicomental por el cual arranqué medicina. Insólito para lo que es mi vida. Finalmente en el 2013 cursé en la UNSAM historia de Antropología y lo disfrute muchísimo. Me dieron ganas de volver a estudiar para sumar cuestiones más teóricas desde las ciencias sociales. Antropología, Sociología e Historia tienen mucho que ver con hacer fotos.

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-Para el proyecto En las montañas que arrancaste en 2012, donde trabajaste con la Nación Chopcca en los Andes Peruanos, hiciste fotos durante un funeral, ¿qué es allí el respeto?

-La escena del funeral es una consecuencia de todos los días que ya había pasado con ellos. Eso no ocurrió apenas llegué, sino dos días antes de irme. Entonces para la gente ya había dejado, al menos un poquito, de ser el extraño gringo con una cámara que era en un principio. Si desde el inicio está planteado y luego demostrás con hechos que a uno le interesa ir fotografiando lo que allí ocurre, si uno lo puede comunicar y la gente lo entiende, -siempre desde el respeto- se puede fotografiar lo que sea. Sobre todo si uno considera que es importante para contar la historia de ellos, y para contarla el funeral también era muy importante. Si estuviste fotografiando todo y eso decidís no hacerlo, es más de cagón que de respetuoso. Respeto es considerar su historia y su forma de hacer un funeral.

-¿Cuándo se termina una historia?

-Es casi lo mismo que cómo se la elige. Es bastante intuitivo y estomacal. Hay un momento en el cual por algún motivo sentís que ya no tenés la misma intensidad para ir a buscar las fotos como en un primer momento, sentís que ya no podés hacer más de lo que hiciste, y la historia puede estar terminada en lo fotográfico y el vínculo a nivel humano puede continuar, aunque diferente y menos asiduo. Siempre es difícil desligarse de una historia, más allá de las distancias. Salvo que tengas una beca que por un lado te ayude y por otro te obligue a continuar, es cierto que cuando es lejos es más fácil darle un cierre por la cuestión logística. Pero en general con las personas con las que trabajé haciendo fotos, más allá de que muchas fueron personas cercanas, ya me une una relación más allá de hacer fotos. Hay un momento en que uno se da cuenta que ya está, es muy probable que sea más tarde de lo que en realidad para tu historia es.

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-Entre chistes y no tanto, muchos te califican con la especialidad de fotógrafo de departamentos, ¿lo seguís siendo?

-Más que la escena conocida desde la autopista Illia de todas las casitas de la 31 desde afuera, me sigue interesando mucho más lo que sucede puertas adentro. Cuando me acerco a cualquier barrio a la vera del Riachuelo, siempre tengo la avidez de ver qué pasa dentro. Aprovechar que el medio fotográfico te da la posibilidad de contar lo que no se ve. Está claro que sigo siendo fotógrafo de interiores.

Las fotos que acompañan la nota fueron hechas con un teléfono celular – instagram.com/akirchuk . Por más sobre Alejandro: alejandrokirchuk.com 

«No podía cagarme en la historia de mis viejos»

En 2008, Pablo Gaona Miranda sintió que podía ser hijo de desaparecidos. Su apropiadora le confirmó que era cierto, pero que por favor no lo dijera porque podían ir presos. En 2012, se animó a ir a Abuelas y supo que era el nieto 106. Aunque no se lleva mal con sus apropiadores, fue a juicio. Su testimonio fue determinante para que fueran declarados culpables. «¿Qué harías vos si te roban a tu hija?», plantea cuando le preguntan si no le da pena. 
A fines de 2008, fue, se sentó y preguntó: ¿soy o no soy?
Ella, su apropiadora, se largó a llorar.
-Yo creo que podés ser hijo de desaparecidos, pero por favor no digas nada porque vamos a ir presos.
Desde ese día, Pablo pensó.
“Vamos a ir presos”.
“Vamos a ir presos”.
“Vamos a ir presos” “Vamos a ir presos” “Vamos a ir presos”.
Desde ese día, Pablo pensó y pensó.
Recién en agosto de 2012, tres años y medio después de saberlo, se acercó a Abuelas para dejar de ser Leandro, para saberse hijo de los desaparecidos Ricardo Gaona Paiva y María Rosa Miranda, para asumirse como parte de la historia argentina más horrenda, para enterarse de que su cumpleaños ahora sería el 13 de abril: para ser el 106.
Desde ese día, Pablo pensó y pensó y pensó: “Vamos a ir presos”.
Desde ese día, hasta este día, sentado en una habitación de la Casa de Abuelas, mientras Estela de Carlotto pasa por la puerta y él ya no la mira sorprendido porque ella es parte de la escenografía de su nueva vida, mientras sonríe con lo bien que juega el River del Muñeco Gallardo porque esa es una herencia que no va a sacarse de su anterior vida, Pablo pensó, piensa y pensará: “Es lo justo”.
Por eso, el 11 de agosto, aunque el pensamiento digerido no pudiera ganarle del todo a los nervios, se volvió el testigo clave del juicio por su apropiación que terminó con la sentencia de 8 años a Salvador Norberto Girbone –su padrino, el militar que lo entregó-, de 8 años a Héctor Girbone –su apropiador- y de 6 años a Haydée Raquel Ali Ahmed –su apropiadora-.
 

***

Pablo piensa todo el tiempo y no es que por eso sienta menos. De hecho, todo su ejercicio de ajedrez lo define de una manera hasta divertida: “Tenía la cabeza hecha un despelote”. Tres años y medio estuvo pensando: ¿qué es lo correcto?, ¿qué está bien?, ¿qué está mal?, ¿está bien que desaparezcan a unos papás y les roben su bebé?, ¿está mal que a ese bebé, durante 30 años, no le digan realmente quién es?
 
– ¿Cómo fue el juicio?
– Yo fui el primero al que le tocó declarar. Fue el 11 de agosto. Después del juicio, los abogados y el fiscal de la causa me decían que había sido muy importante la declaración. Si yo no hubiera declarado, ellos estarían en libertad. Impunes. Porque no hay testigos del momento del secuestro. Y el militar que me entregó a mí no tenía ninguna denuncia. Es más, estuvo trabajando hasta el 2012 como militar. Si yo no hubiera ido a declarar y a contar el momento en que me pidieron que no fuera a Abuelas porque podían ir presos, ellos no iban presos.
– Pero declaraste igual.
– Yo lo hice por una cuestión de responsabilidad y por no cagarme en la historia de mis viejos. Por ahí, para mí era más cómodo no declarar, evitarme el sentimiento de culpa y que mis apropiadores estuvieran libres. Pero no hubiera sido lo correcto. Lo que yo sentía como correcto.
– Para el momento del juicio, vos ya habías contado tu historia muchas veces, ¿cambió contarla ahí?
– Estaba muchísimo más nervioso porque estaba en un tribunal. Estar en un tribunal es una cosa espantosa. No es cómodo. En muchos juicios los abogados piden que los acusados no estén y hacen lugar a eso y los acusados no están: estás en el tribunal, hablás con los jueces, respondés a los fiscales, a los abogados de la querella y a los abogados de la defensa. Pero en este caso, no: ellos estaban en frente mío. Eso me tenía un poco tenso.
– ¿Vos sabías que iban a estar?
– Me dijeron: “Posiblemente estén”. Es más: me hicieron un dibujo, una especie de croquis, explicándome el lugar donde ellos iban a estar. Pero, bueno, me dijeron que me hiciera a la idea de que posiblemente iban a estar. Y estaban.
– ¿A ellos los seguís viendo?
– Los seguí viendo hasta una semana antes de que arrancara el juicio y después ya no los vi más porque todo se ponía más incómodo. Después del juicio, bueno, ya veríamos. Pero ellos sabían perfectamente lo que yo iba a hacer. Yo a ellos los veía cada quince días y tengo una buena relación, a pesar de todo. Pero el acuerdo para seguir viéndonos era que ellos sabían que yo iba a hacer esto. Yo no iba a mentir para hacerlos zafar.
– ¿Y ahora?
– Ahora sí los iré a ver. Cuando se acomode todo, iré.
– Dentro de todo tu relato, queda muy claro que vos tenés una visión de qué es para vos lo justo.
– Nosotros buscamos justicia. Ni venganza, ni odio. Dentro de esos parámetros, yo me puedo parar en un lugar de lo que considero justo. Después el tema de las penas ya me excede. Pero yo me fui conforme del juicio porque los abogados me dijeron que no estaba mal la sentencia. Me decían que lo importante era que me creyeron. Que mi relato lo creyeron los jueces. Pero lo bueno es que ellos ya están condenados. Que hubo un juicio y que hubo una sentencia. Nosotros decimos que el robo de bebés es un delito de lesa humanidad y nos creen los jueces y eso es importante.
– Esto de lo justo que te digo exhibe una manera de pensar el “deber ciudadano”.
– Entiendo este punto que planteás y lo entiendo, sobre todo, porque, cuando estoy con mis amigos, a veces ellos me preguntan: “¿Y vos cómo te sentís con estar haciéndoles un juicio?”. Muchos de mis amigos conocen a mis apropiadores hace muchos años porque son vecinos. Y a veces se ponen más en el lugar de ellos que en el mío. Me pasa también en las charlas que lo primero que me preguntan es qué relación tenés con la gente que te crió. Esa es una manera de ponerse en el lugar de los apropiadores en vez del mío. Al principio no sabía cómo responder. Pero después fui pensando la manera. Es más sencillo con los que tienen hijos o con los que tienen nietos. Porque vos les decís: “¿Qué pasaría si viene alguien ahora y te saca a la nena? ¿Qué pensarías de la gente que te la robó, así la críen bien o mal? ¿Qué querrías para esa gente? Y me responden: “Y que vayan presos”. Entonces ahí se terminan las dudas. O me preguntan qué pienso de los años que les dieron y yo lo único que puedo decir es que ellos eran adultos, que sabían bien lo que hicieron y que tienen que hacerse cargo.
– Tu respuesta suena con toda la lógica.
– Sí, ojo que igual es chocante. Siempre la primera pregunta que hacen es si me da lástima que ellos vayan presos. Es duro. Yo siempre digo que pregunten lo que sea. Y es muy loco porque a ellos les dan lástima mis apropiadores. Les dan más lástima los apropiadores que yo. No piensan en mi historia porque ellos piensan que mis apropiadores son mis viejos, pero porque ellos no conocieron a mis papás. Creo que eso se da por desconocimiento. Por no leer casos como estos y pensarlos.
– ¿Cómo fue escuchar la sentencia?
– Estábamos citados a las 9.30, que era cuando la querella y la defensa decían las últimas palabras. La sentencia era a las 14. Entonces yo decidí ir directo a la sentencia porque tantas horas era demasiado. Ahí volví a ver al tribunal porque, después de declarar, yo decidí no ir a escuchar otros testimonios por una cuestión de salud mental.
– ¿Cómo fue esa mañana?
– Di vueltas, fui al gimnasio porque ese día no fui a trabajar y después fui a Tribunales. Había intentado dormir, pero no pude. Me acosté a las dos de la mañana y a las tres y media ya estaba despierto.

***

– Antes de este juicio, ¿alguna vez habías ido a un juzgado?
– Antes de que me devolvieran mi verdadera identidad, no. Después, sí. Yo recuperé la identidad en agosto de 2012 y en septiembre quise ir a presenciar un juicio. Fui el día en que declaró Catalina de Sanctis Ovando en los tribunales de San Martín. Quise ir por esta cuestión de decir: “Esto me va a pasar a mí”. Cuando yo la veía declarar, que lo hizo con mucha valentía, yo pensaba: “Ojalá yo pueda declarar así”. La veía muy tranquila, aunque ella no estaba nada tranquila, pero a partir de ahí fui a un par de juicios para acostumbrarme.
– Debe ser muy loco ese ejercicio de ir a ver algo tan fuerte que ya sabés que te va a pasar a vos.
– Yo me enteré que era hijo de desaparecidos a fines de 2008. Mi apropiadora me pidió que no dijera nada porque si no ellos iban a ir presos. Yo ahí dije: “Bueno, me voy a tomar mi tiempo para pensar”. Porque tenía un montón de dudas de lo que iba a ser mi vida después de ir a Abuelas. Entonces, yo lo que hacía era mirar todas las cosas que aparecían de los nietos para ver cómo ellos hacían llevar su vida adelante. Me compraba los diarios cada vez que había algo nuevo. Y ahora eso me atraviesa a mí.
– Una vez, en una entrevista, dijiste: “Yo quería saber cómo era la vida de la gente que iba recuperando su identidad”. ¿Cuánto de todo lo que imaginaste que podía pasar, pasó?
– No sé si imaginé bien las cosas, pero se dio todo lo esperado. Yo, cuando veía de las restituciones, por ejemplo, sabía que te daban una carpeta con todas las cosas de tu familia y de quién eras vos y, después, venían algunos otros nietos, los que querían, a hacer un brindis ese mismo día. Y eso pasó y yo pensé: “Bueno, me tocó a mí”.
– ¿Y vos ya te imaginabas buscando más nietos?
– Mi vida, más allá de otros aspectos que no cambiaron, apunta a seguir buscando a los que faltan. Antes de venir a Abuelas, mientras tenía la cabeza hecha un despelote, atrapado entre la culpa y la manipulación afectiva, sobre todo de mí apropiadora que me había dicho que no viniera, yo ya admiraba a la gente que se había podido animar. Yo pensaba: qué bueno que recuperan su identidad y al poco tiempo se ponen al hombro la búsqueda de Abuelas. Yo pensaba: quiero hacer eso, colaborar de esa manera.
– Hablás de la cabeza hecha un despelote, ¿cómo fue, después, encontrar la calma?
– Calculo que es un trabajo personal que lleva años. Desde ese momento en que me sentía manipulado afectivamente hasta el momento en que me asumí como una víctima. Es difícil asumirse como víctima. Yo no tengo la culpa si yo voy, me hago un análisis y ellos tienen que ir presos. Es una consecuencia judicial y yo no tengo la culpa de eso. Yo soy la víctima y es difícil, aunque parezca una obviedad, entender eso. Con el tiempo, sabiendo que yo no soy el culpable de esto, se atraviesa el tiempo de un juicio, de una sentencia, de ir a hablar nuevamente ante la Justicia, que obviamente no es lo mismo que ir a contar tu historia a un colegio. Pero había que cerrar una etapa. Yo celebro que a partir del 2003, gracias a Néstor Kirchner, se juzguen a los culpables y que no puedan andar caminando libres por la calle. Es una situación difícil, pero necesaria. Ahora, después del juicio, pienso que la justicia al fin un día llegó y que mis viejos deben estar contentos.

***

Pablo piensa. Pensó tres años y medio en el medio de un despelote. Después pensó más rápido porque los últimos dos años le fueron a ese ritmo: recuperó su identidad, se volvió un militante, empezó a llamarle hermanos a los otros nietos y aprendió a dar charlas contando su historia. Todo eso forma parte de su pensamiento.
Así como forman parte de su mente Teófilo Gutiérrez y Rodrigo Mora, sobre quienes siente el mismo misterio que el resto de la argentinidad: ¿cómo hizo Gallardo para volverlos a hacer jugar bien?
River, sin dudas, es parte de su identidad.
Por eso, cuando hace unas semanas entró al Monumental, antes de que arrancara el partido, a dar una vuelta con una bandera de Abuelas, se emocionó mucho.
– ¿Cómo fue eso?
– Fue hermoso. Muy lindo. Además, otra de las cosas que yo pensaba, mientras estaba ahí, es que el mismo año que desaparezco yo Argentina levantaba la Copa del Mundo y en la platea festejaban esos tres genocidas. Es impresionante que, de ese a este momento, 36 años después, tenés un presidente como D’onofrio que quiera cambiar esa etapa de la historia, salir de ser un club que tenía esas prácticas en ese momento y comprometerse con la lucha de Abuelas.
– ¿Y qué decía la gente cuando ustedes pasaban?
– Dar la vuelta en el Monumental con la bandera tiene una llegada tremenda. Yo me quedé muy sorprendido porque caminábamos a paso normal y, cada vez que pasábamos, la gente se paraba y aplaudía. No era una o dos personas. Eran casi todos. El tema de la identidad y el tema de los nietos es cada vez más conocido y la gente se sorprende. Y eso es muy importante porque en la cancha puede haber alguien que tenga dudas sobre su identidad. Mismo leyendo esta entrevista, capaz, haya alguien con dudas como las que tenía yo.

El cielo del desengaño

En Neuquén, asesinaron a Teresa Rodríguez, fusilaron a Carlos Fuentealba, a Rodrigo Barreiro le perforaron un pulmón en una manifestación, a los mapuche los persigue la policía, a Matías Casas lo mató un oficial, denuncian que a Rubén Soazo lo liquidaron en una comisaría. Braian Hernández y Willy Gutiérrez también fueron víctimas. Aquí la radiografía de la represión.
Neuquén está muy dividida. Está resistiendo a la hidrofractura (fracking). En agosto de 2013 se firmó el acuerdo entre Chevron e YPF para explotar los yacimientos de Vaca Muerta, que ocupan casi dos tercios de la provincia. Desde entonces, los mapuche tienen que ver cómo la policía avanza más que antes sobre su territorio para dejarlo a terratenientes y petroleras. No importa la Ley de relevamiento indígena, no importa quién esté ahí, no importa el agua que queda contaminada. La hidrofractura acentúa la fractura social. Hay promesas de plata. Unos se entusiasman. Otros prevén el crecimiento de la droga, el juego y la prostitución.
Algunos datos de 2013:
550 mil habitantes en la provincia. 231 mil en la Ciudad.
Promedio de edad, 35 años. El más joven de la Argentina.
Provincia más rica de la argentina: por año, dispone de 16 mil millones de pesos; produce 22 mil millones.
El 10 por ciento más rico se lleva 30 veces más que el 10 por ciento más pobre.
Segunda ciudad, detrás de Bahía Blanca, con más indigencia porcentual: 2,5.
Sueldo inicial docente 5 mil. Refrigerio por alumno 30 centavos.
Gerente de petrolera llega a 150 mil pesos por mes.
57 por ciento de los habitantes no tienen techo propio.
Cuando en la legislatura neuquina se firmó el pacto Chevron-YPF, hubo afuera una represión a quienes se manifestaban en contra. Rodrigo Barreiro estaba ahí. Fue herido con una bala policial y de plomo, que le quedó en el pulmón . Otro perdió un ojo por una bala de goma.
En esa misma ciudad donde Barreiro podría haber muerto durante una manifestación, siete años atrás, el maestro Carlos Fuentealba fue fusilado por el policía Darío Poblete mientras se desconcentraba por segunda vez el corte de ruta para pedir aumento salarial.
En esta provincia, donde Fuentealba fue asesinado durante una movilización y Barreiro por poco no corrió la misma suerte, en 1997, Teresa Rodríguez murió por un balazo policial en una movilización de docentes en Cutral-Co, también por aumento salarial. No era docente. Pasaba por ahí.
Los responsables políticos, como el gobernador de turno, Felipe Sapag (muerto en 2010), Jorge Sobisch y Jorge Sapag (hijo de Felipe), están impunes. “Ya no puede caminar tranquilo”, aseguran, sobre Sobisch, militantes de derechos humanos. Pero sigue libre y en la gobernación siguen las mismas políticas. Poblete sí fue condenado, pero también se lo vio caminando por la calle tranquilamente. El asesino de Teresa Rodríguez nunca se conoció. Los policías que “abusaron” de sus armas tienen condena en suspenso y volvieron a sus puestos.
Lexaru Nawel, de la comunidad mapuche de la ciudad de Neuquén, recuerda que desde la infancia vio a la policía actuar así. En manifestaciones, y en los barrios. Genera odio, dice, y se acuerda de cómo los amigos de los chicos atacados y perseguidos se sacan la bronca respondiendo a los balazos con piedras.
A Matías Casas lo mató el policía Héctor Méndez por la espalda en 2012. Según la versión de Méndez, su hijo y Matías habían discutido. En el juicio se reconstruyó el asesinato: el policía lo fue a buscar a Casas, que se estaba despidiendo de su novia, ya subido a su moto. Le disparó por atrás, Matías arrancó y cayó cuatro cuadras más adelante. Méndez se aseguró de que la ambulancia no lo atendiera a tiempo. Lo pateó en el piso. Otros policías lo encubrieron. “Accidente de tránsito”, argumentaron. Después de constantes movilizaciones de los familiares de Matías, y después de que la Justicia postergara las audiencias de lectura de la condena, le tocó cadena perpetua.
Rubén Soazo entró a robar a una casa del barrio Barreneche el sábado 12 de julio. Ahora está muerto. La policía dice que fue un enfrentamiento. No se encontraron vainas del arma que supuestamente llevaba Soazo. No hay policías heridos. La familia de Soazo vio el cuerpo. Le faltaban dientes, estaba todo golpeado, quemado y tenía los dedos reventados. Yoina, la pareja, y la madre están seguras de que lo atraparon en la casa y lo mataron en la comisaría después de torturarlo. Consiguieron que un vecino les contara que a Soazo lo vieron salir esposado. “Altamente profesional”, considera Raúl Laserna, el jefe de la policía, al accionar de sus muchachos.
“La policía es una basura”, repite y repite Beatriz Currihuinca, la madre de Willy Gutiérrez, que fue asesinado el día después de declarar contra el policía Claudio Salas en el juicio por la muerte de Braian Hernández. “Para describir a la policía no tengo palabras. Son terribles”, vuelve a decir. No cuenta que a los chicos que detiene la policía sin motivos, de forma ilegal, después los hacen robar, “trabajar para ellos”, a cambio de dejarlos salir y hacer entrar visitas a la cárcel. No lo cuenta, pero le consta. Sí dice que la policía agarra a los chicos así estén en la esquina, vengan del colegio, de su trabajo… “Yo he visto. Lo he visto yo. Lo primero: ‘Manos arriba del móvil’. Los abren de piernas con patadas en los tobillos. Los hacen gritar. Los agarran de sus partes. Saben andar borrachos en la calle, de uniforme. Los agarran de palmetazos en las orejas”. Sigue repitiendo que la policía es terrible: “Hasta con picana les dan”.
Willy estuvo detenido dos veces, durante un año en cada oportunidad. Las dos veces fue absuelto. No tenía nada que ver. Le contó a su madre que, con lo que las familias alcanzan a los presos, los guardias se divierten: mezclan sal y yerba, azúcar y sal.
La organización por los derechos humanos Zainuco denunció en agosto que la policía neuquina realizó una “operación rastrillo”: aumentar la policía en los barrios pobres de la ciudad, pero también los allanamientos y detenciones ilegales, así como las torturas. En una casa del barrio Cuenca XV, efectivos de la comisaría 18va entraron a buscar a un chico de 18 años que supuestamente había robado una billetera. No tenían orden judicial ni pruebas, pero violentamente lo detuvieron igual. A los padres amenazaron con matarlos si seguían “molestando”. En esa comisaría trabajaba Salas, el policía que mató a Braian Hernández y fue condenado después de que Willy Gutiérrez declarara en su contra y también contara que en esa misma dependencia agarran pibes todos los días, los golpea y tortura. Ni el chico detenido esa noche ni todos los demás fueron excepción. Los golpearon, los desnudaron, los hicieron salir desnudos y les hicieron submarino seco: los ahogaron con una bolsa de nylon en la cabeza.
Vanesa Anahí Pérez, militante de Convocatoria, también es víctima de la policía. La detuvieron en la esquina de su casa. “A ver qué va a hacer Zainuco –organización por los derechos humanos en la que militaba su madre, María Elena Cauquoz, relacionando a la organización con la madre- por vos”. No hubo registro de entrada ese sábado 8 de junio de 2013, cerca de las 6 AM, sino recién cuando se desmayó por los golpes. La trasladaron a la comisaría 1ra, donde el ex jefe de la Unidad 11 le recordaba lo parecida que es a su madre y los más íntimos detalles de su familia, que ni siquiera muchos compañeros suyos conocen. “Vos sabés por qué te trajimos”. La obligaron a firmar una denuncia por escándalo en la vía pública a las 4 AM del domingo. La mandaron al hospital Castro Rendón, donde le detectaron hematomas en ambas muñecas, lesión y hematoma en maxilar izquierdo, como en la cadera izquierda, pierna y rodilla izquierda, además de escoriaciones en la espalda y pechos. “Es típico. Hace poco descubrimos que a ella la ingresaron en la puerta donde funciona el aparato de espionaje a militantes. Ella apareció, pero si no hubiera sido registrada, podría haber desaparecido. Eso pasa con mucha más frecuencia con los chicos de los barrios”, denuncia su madre, Cauquoz.