Archivo por meses: julio 2014

Una mujer que late

Señorita Carolina acaba de presentar «El latido en la boca», un disco oscuro y de maduración, a la vez que esperanzador sobre la potencia de la creación colectiva.

La rama de un laurel arqueada y punzante señala en dirección al río iluminado por la luna. En el ángulo que forma con el tronco del árbol, un ave; imperceptible a la vista entre el follaje alborotado, pero de canto grave y penetrante. Se escuchan llamados de respuesta, quizás desde otro árbol o de una bandada en vuelo. El agua, que baja urgente por la pendiente esquivando camalotes, no logra acallarlos. La copa del árbol se balancea por empujones del viento, dejando ver, entre las hojas, claveles del aire intrusos. Más abajo, a algunos metros de las raíces, inmersa en ese bosque ensombrecido, una mujer. Una mujer tendida entre los arbustos, con el pulso vibrante. Una mujer que late.

– El imaginario de “El latido en la boca” es un bosque. Yo tengo un re flash con la naturaleza y esto es lo que me pasa con este disco, esto que no puedo explicar del contacto con lo natural, que integra también al ser humano. Transita como si fuera al interior de un bosque de noche y la última canción ya es como más diurna, como el amanecer. Porque todo el disco tiene que ver con la noche oscura del alma, un momento existencial. Desde el principio reconocí que iba a haber densidad. Y al final, fluyó, quedó hermoso y salí realmente de ese bosque. La música salva y da esperanza estando en la oscuridad más oscura. También porque fue un trabajo colectivo con personas que aportaron mucho a mi camino. Es increíble cómo la inteligencia creativa de uno se engancha con la de los demás, tal vez sin saberlo, y creás colectivamente. Es magia, para mí hay algo esotérico en todo proceso creativo, hay una alquimia, hay algo que no esperabas que saliera en el “producto final”.

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Señorita Carolina es el proyecto solista de Carolina Pacheco. En paralelo, forma parte del dúo Nikola y el quinteto femenino El Asunto. Hasta hace poco era también corista de Miss Bolivia. Y entre todo eso, encuentra tiempo para dar clases de canto y cocinar. Acaba de lanzar “El latido en la boca”, más rítmico que los anteriores y de bases más potentes. Es su cuarto disco de estudio, a los que se suman otros dos en vivo. Tras la presentación en Casa Brandon, es momento de reflexión y balance:

– Este disco superó un techo que pensé que ya había alcanzado. No solo por mí, sino por mis músicos, mis amigos, los técnicos, la forma que usamos de grabar… Tiene un sonido más profesional. El producto se fue superando a sí mismo en cada instancia. Antes tenía el capricho de que es lo mismo mi voz pelada con la guitarra que hacer otro tipo de producción. Y me fui dando cuenta de que puede ser algo distinto. En septiembre, grabamos baterías y bajos. Ahí ya me la re creí. Dije “tengo que hacer valer esto”. De acá para arriba, porque suena bárbaro. No puedo ser menos. Estudié, toqué mucho la guitarra en casa, que soy medio pésima con la acústica. Y con las voces llegué súper cebada, re segura de lo que iba a hacer. Empecé a usar un pedal de efectos para la voz. Lo re disfruté. Es más mío porque participé más en cada paso.

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– ¿Y cómo te toca esa distinción entre el estudio y el vivo?

– Es que yo siempre defendí la canción a muerte, por sobre todo. Sola, desnuda, vale. Pero aprendí que la cristalización de la música, un disco, es otra cosa. Es muy loco porque toda la vida escuché discos y amo los discos, la forma en que están construidos. Yo soy muy fan de The Cure y me encantan las capas de cosas que hay… ¿cómo no me di cuenta que era tan importante si es justamente el viaje que yo me comía? Siempre tuve la dicotomía de la pasión del vivo con el estudio. Hasta este disco, estaba segura de que prefería que me conocieran tocando, antes que poniendo un disco. Ahora ya no sé. Me gusta que me descubran por ambos caminos, que los dos llevan a quien soy yo.

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Un dedal de sal sobre la harina. Aparte, batir un huevo con una cucharada de leche, una de agua y una de aceite. Hacer un hueco en el centro de la corona de harina e incorporar la mezcla. Unir hasta lograr una masa. Dejar descansar. Mientras, cortar en juliana la acelga ya lavada y cocinar en agua hirviendo con sal. Retirar y escurrir bien. Picar cebollas y pimientos y saltearlos en una sartén. Luego unir los ingredientes y condimentar con pimienta y queso rallado. Estirar la masa y colocar en el molde. Rellenar con la preparación. Incorporar la salsa blanca y mezclar. Estirar la masa restante y tapar. Pincelar con huevo batido. Al horno.

Carolina tiene 8 o 9 años y es testiga de este ritual que ocupa a su madre cada mañana. Mira de reojo y con recelo esas verduras jugosas acuchilladas por el puño materno. Infla los cachetes a bocanadas de aire teñido del olor que exuda el horno. La mira a ella y ella también la mira. Pero sin detener la danza que sus manos ya se saben de memoria. Esas tartas no son para ella ni para esa casa. Es como ver los preparativos de una fiesta a la que no se está invitada. Y eso a Carolina, no le hace ninguna gracia.

Señorita Carolina hoy tiene 34 años y nos recibe en su mesa. Ojo que el mate tiene yuyos, cáscara de naranja y mandarina, la seco al horno y la corto en pedacitos. El budín no tiene huevo, guarda que los pedazos de nuez y chocolate son grandes. Y mientras espera en la cocina que se caliente el agua, nos cuenta:

– Hoy justo pensaba que no me había dado cuenta de que mi vieja era la influencia en la cocina, yo tenía la idea de que era mi abuela. Estaba cocinando como para pagarle a un chabón que me hizo un favor y me puse a pensar en esto de cocinar como un trabajo. Y ahí dije ¡mi vieja laburaba de esto!, tenía un buffet en un club, que en los 80 eran el lugar social por excelencia. No me había dado cuenta que era a ella a la que veía cocinando todo el tiempo, porque todo lo que hacía se iba, la odiaba por eso. En mi época no se usaba tanto que ambos padres laburaran. Mi vieja era la más loca e independiente de todas las mamás de mi grado. También pienso que ella fue como mi primera influencia feminista, sin darme cuenta, y ella tampoco lo supo eh. Ella siempre fue re power, siempre le chupó un huevo lo que dijeran. En ese momento, no me gustaba tanto. Pero si ella no hubiera sido así capaz yo no me animaba a tocar la guitarra, no me cortaría el pelo como quiero, tendría una pareja diferente al lado…

Señorita Carolina es también una “Señorita que cocina”. Así se llama su blog, donde comparte fotos y recetas de sus creaciones e inspiraciones culinarias. Empezó siendo un espacio de distracción, aunque con el tiempo la responsabilidad empezó a ganarle la pulseada y se fue convirtiendo en un segundo trabajo. Aunque ahora aflojó con los post por estar concentrada en el disco, nunca detiene la práctica. Desde la cocina, arriba de las hornallas, asoma una bandeja de pan casero.

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 A sus veintipocos, después de terminar el secundario en el Fernando Fader, Carolina empezó el Conservatorio de Música Manuel de Falla:

– No terminé. Todos estaban entrando a estudiar y yo prefería irme al parque a escuchar música. La decisión de entrar fue sencilla, había ido a un secundario artístico, mis viejos ya estaban curados de espanto y a todos en casa les encantaba la música. Pero para mí era muy difícil pensar en laburar de la música, tenía la cultura de terminar la secundaria y conseguir un laburo, salir a ganarse el pan era re digno… re peronista. A lo 15, 16 años empecé a tocar la guitarra, pero cero disciplina para aprender. Después me di cuenta que lo que quería era tocar el bajo, me lo compré con mi primer sueldo. En ese momento, repartía volantes acá en Villa del Parque y con eso también me pagaba los ensayos, estaba en una banda de punk-rock. Y ahí decidí que cuando terminara el secundario me anotaba en el conservatorio. Era de música clásica, así que el bajo no podía tocar, pero no sabía por cuál ir así que fui haciendo las materias de audiopercepción y teoría. Y empecé a aflojar. En un último examen de tercer año, la profe que me toma me dice “te voy a aprobar, pero Pacheco, ¿cuándo vas a estudiar? Si no querés estudiar, dejá, cortá con el conservatorio”. Y fue como… tenés razón, chau.

– ¿Y nunca te dio por volver?

– Ahora estoy con la inquietud, tengo que encontrar la forma y hacerme el tiempo . Los primeros tres discos los compuse de oído sin pensar en lo que estaba haciendo. Y ahora que desde el año pasado estuve tomando clases con Loli Molina, recuperé todo lo que había aprendido en el conservatorio y empecé a reencontrarme con la teoría y me di cuenta que me da muchas más herramientas. Yo soy re indisciplinada, necesito una estructura que me empuje a seguir, a no aflojar. Y en el conservatorio aprendí un montón, lo recomiendo porque es público y es muy buena la forma y el ritmo que propone.

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Un día Carolina dejó la música. Regaló el bajo y la abultada colección de discos que la acompañaba desde la adolescencia. Dijo basta. Se fue a vivir sola, adoptó a su gato “Coco”, se hizo vegetariana y empezó un camino de autoconocimiento. Era pasar de hoja, empezar otra etapa, crecer y cuanta frase hecha exista para metaforizar el cambio. Pero era también desmontar lo andado, volver al punto cero y enfrentarse al abismo delante de la pregunta ¿quién soy? Y desde ahí reconstruir. Pero la música nunca se fue del todo. Le quedó una guitarra, la primera, que vino en forma de regalo antes del canto y el bajo. Cada tanto, las tardes la encontraban en algún rincón de la casa rasgueando unos acordes, inventando ritmos y melodías. Por ese año – y hace ya diez de esto – Carolina empezaba su relación con su amigo de siempre, Alejandro Pugliese, hoy también guitarrista de su banda y productor del último disco. Fue él quien se lo dijo. “Vos sos música, hacé algo con todo esto”.

– Yo me daba cuenta de que hacer canciones me hacía feliz. Ahí volví a arrancar. Y me parecía que lo que grabábamos estaba bueno, pero me costaba cantar lo que quería cantar o me escuchaba desafinada. Y se dio que encontré a Nancy. Yo no creía mucho en las clases de canto tradicionales, había tenido una mala experiencia con una profesora del conservatorio que me había hecho mierda, entonces venía medio traumada. Y Nancy me enseñó el método con el que ahora doy clases, el Rabine o método funcional de la voz. Habla mucho de usar el cuerpo sanamente, de que todo el cuerpo es la voz y parte de un lugar de relajación.

– ¿Cómo te llevás con la docencia?

– En realidad, Nancy me dijo que empezara. Pero yo me hice la boluda unos años, hasta que en un momento se me presentó la necesidad económica. Me largué y medio que descubrí mi vocación. Me encanta, lo disfruto, aprendo todo el tiempo. Está al mismo nivel de mis discos, no me imagino no dando clases, lo extrañaría. Me pasó este verano de viajar un montón por la gira con Miss Bolivia y extrañar mucho las clases.

– ¿Cómo arrancaste en Miss Bolivia?

– Con Paz nos conocíamos del entorno, tocábamos medio en los mismos lugares. Nos veíamos seguido, la invité a hacer un featuring en un tema mío en vivo y me dijo que le encantaría probar que cante en vivo con ella. Hicimos como una primera experiencia en una fiesta y funcionó. El siguiente show fue Niceto. Yo venía de tocar para 30 personas y después un show en Niceto en una fiesta. Y durante un tiempo viví la giras así, no pudiéndola creer, tocar en lugares con buen sonido, con mucha gente. Es fantástico lo que le está pasando a Paz, por el laburo que ella hizo. Tuve suerte de estar ahí. Ahora corté, esta etapa llegaba hasta acá. Igual ya formamos parte de nuestras vidas, así que veremos cómo seguimos.

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Señorita Independiente

– El trabajo autogestivo y cooperativo es el único que no tiene esa cosa piramidal de que tenés una empresa o un auspiciante atrás que te dice lo que tenés que hacer. Yo no edité ningún disco con sello, pero el primero es directamente artesanal, ni siquiera lo fabriqué. Es muy caro hacer un disco. Lo que sí me costó entender es que la independencia no es necesariamente individual. En algún momento, estuve en el plan “yo sola contra el mundo”. Después me fui dando cuenta que sin la ayuda de un montón de gente no puedo hacer un carajo. Ahí empecé a ver que es colectiva la mano. Empecé a resonar con otras energías y a sonar con gente que está en este mambo, el de lo colectivo y cooperativo. Es un motor que está andando que para mí es ese latido, está ahí, el ritmo que nos va llevando a todos. Y al final con la banda somos una cooperativa que se armó en la marcha.

Y sus integrantes son: Señorita Carolina (voz, efectos, guitarras acústicas), César Cantero (bajo), Tomy Lucadamo (Batería y Percusión Electrónica) y Alejandro Pugliese (guitarras eléctricas, programaciones, teclados). Invitados en “El latido en la boca”: Leo Acevedo, Miss Bolivia, Lisandro Etala, María Pien, Bárbara Gilles, Loli Molina y Fernando Kabusacki.

http://srtacarolina.bandcamp.com/

https://www.facebook.com/carolinasenorita

http://senoritaquecocina.tumblr.com/

«Somos trabajadores que queremos producir”

El intento de la Cooperativa 28 de Mayo por recuperar su fuente de trabajo aún depende de eternas jornadas judiciales. Mientras los acusan de usurpadores, acampan hace más de dos años frente a la ex Lanci Impresiones, luego de su cierre.

Hay 15 trabajadores que se turnan día a día para estar presentes en la improvisada casa que se armó en la vereda de la calle Mom al 2800, en el barrio de Pompeya. El acampe está frente a la ex Lanci Impresiones que hace más de dos años -y luego de casi cuatro de inseguridad laboral- cerró sus puertas, vaciada, adeudada, paralizada. De 50 trabajadores, 16 decidieron tomar la fábrica el 28 de mayo del 2012 luego de soportar cuatro años de atrasos salariales; un año después fueron desalojados por la Policía Metropolitana en un despliegue de fuerzas enorme frente a los cinco obreros que dormían adentro: sin poder llamar a sus abogados, rodeados de decenas de uniformados y con el sonido de un helicóptero dando vueltas sobre sus cabeza, los 351 días de autogestión se hicieron pedazos. Pero no desistieron, y ahora, catorce meses después, siguen esperando un fallo judicial que los termine por dejar en la calle o, por el contrario, les de las llaves de la sede y vuelvan a producir: “adentro las máquinas se oxidan y está lleno de ratas” nos cuenta uno de los operarios que, interrumpido su almuerzo, nos relata la larga espera.

Medio

Entre juzgados, abogados, jueces y denuncias

El intento de la Cooperativa 28 de Mayo por recuperar la fuente de trabajo está mediada por lo que parecen ser eternas jornadas judiciales en la que operan tres diferentes juzgados con causas completamente distintas. La primera causa está en manos del Juzgado Penal debido a una denuncia hecha por el ex dueño de la empresa contra los trabajadores por usurpación de la propiedad privada, durante los momentos de la toma, y contra el Presidente de la Cooperativa Telésforo Gallardo por amenazas, lo que le impide estar a más de 600 metros del establecimiento. Estas denuncias tienen implicancia directa para la causa en el Juzgado Comercial, que trata sobre la quiebra ya que como nos explicó Gallardo, “el juez en lo comercial que decretó la quiebra no nos quiere dar el inmueble porque para él nosotros no somos trabajadores sino usurpadores”.

– ¿Y con la nueva Ley de Quiebras no estarían habilitados a hacerse de la fábrica a cambio de la deuda que tienen?

– No, porque cuando vino el tipo y puso la faja de quiebra, nosotros estábamos en la calle y no en la fábrica produciendo.

Este problema es crucial para los trabajadores ya que de reactivar la fábrica conseguirían mantener un sueldo. “Acá todos tenemos entre 40 y 50 años, ¿quién te va a dar trabajo con esta edad?” nos preguntan en el acampe. Sin embargo está el tema de la deuda, los cuatro años en los que recibieron la mitad del sueldo o incluso menos debido a los problemas económicos que decía tener la compañía. Nuevamente la Justicia se opuso a la historia de estos trabajadores, ya que el síndico enviado a administrar la empresa cuando entró en quiebra reconoció estas deudas muy por debajo de lo que fueron realmente: “Al primer síndico nosotros le tuvimos que presentar las deudas que tenían de manera individual. Pero el síndico en el concurso solo reconoció la mitad de la deuda de uno, un 2% de otro, un 10% y a otro nada. ¿Cómo no te lo va a reconocer?” nos cuenta Waldemar. Pero, la luz de esperanza se abrió con la intervención del Juzgado en lo Laboral, ya que el conflicto entre los trabajadores y el dueño que comenzó con las huelgas y la toma de fábrica tendría que haber sido tomada por este juzgado. En caso de reconocer las faltas que tuvo la compañía para con los obreros, el Juzgado Comercial se vería obligado a aplicar la Ley de Quiebras y darles el establecimiento junto con las máquinas a cambio de las deudas que tienen con ellos. Pero recién comenzó el litigio y la Justicia es tan lenta como perezosa…

La deuda como violencia de género

“La Justicia nos quiere tratar como delincuentes, hablando de usurpación, pero ¿qué delincuente se queda en el lugar del hecho? Nosotros nos quedamos frente a la fábrica porque somos trabajadores que queremos ponernos a producir” señala Waldemar en relación al acampe. Pero este acampe es mucho más que el esfuerzo de los propios operarios, es también el reflejo del aguante de la familia. Estas familias lo vienen haciendo hace añares, cuando empezaron a ver sus ingresos disminuidos por los recortes del patrón. Por eso la vida privada de cada uno se vio violentamente modificada, teniendo que empezar a recibir ayudas de los padres, debiendo la mujer salir a mantener el hogar. Y de esta violencia también nos relatan: “Desde el 2009 arranca nuestra bronca, cuando empezábamos a cobrar medio sueldo e ibas a tu casa y ya no podías ser más el jefe de familia. Ahí te empezabas a sentirte violado… La familia es quien evita que te caigas. Ellos te sostienen en esta lucha por intentar recuperar la fuente de trabajo. En ese momento éramos 50 personas y ahora somos 15 nomás”. Sentirse violado porque fueron sometidos al poder del patrón. Waldemar nos lo dice directamente: “en lo personal, para mí esto fue violencia de género”.

-¿Por qué violencia de género?

-Porque él hizo abuso de poder, abuso de poder económico, sobre nosotros, que estábamos económicamente destruidos. Con lo que nos debía de sueldos, estábamos económicamente destruidos. El tipo abusó de tener más poder que nosotros. El patrón se abusa al no darte tu salario; y él capacidad de pago tenía. Tenía bienes, tenía capacidad de producción; nosotros no dejamos nunca de trabajar. Eso es un abuso, no sexualmente, pero abusa porque él maneja otros tiempos que vos no podés manejar. Por eso es “relación de dependencia”, porque vos dependés de él. El patrón estornuda y el trabajador se engripa. Eso es así, históricamente fue así y será así para el obrero.

Mientras tanto, ya van terminando de almorzar los seis obreros que adentro de una casa improvisada de maderas y chapas. La espera, nos dicen, es tremenda. Los tiempos de la Justicia parecen no tener relación alguna con las necesidades reales de quienes necesitan respuestas. Y antes de irnos les preguntamos cómo se sienten estando a metros de la salida a sus problemas, a metros de ese anhelo de dos años: “Es triste, se hace muy pesado. Estar afuera, sentado, esperando a que los días pasen, a que la Justicia decida. Lo triste es la incertidumbre. Imaginate que vos tenés a tu mujer embarazada, con tres meses de gestación, pero sabés que tenés que esperar seis meses todavía. Entonces esos seis meses los esperás con esperanza, con alegría, con fe. Tal vez querés que nazca ahora, pero el profesional te dice: “no seas ansioso, tenés que esperar nueve meses y listo”. Nosotros en cambio no sabemos cuánto va a tardar, no sabemos siquiera si la Justicia que solo tiene que firmar un papel, va a firmar. Porque una cosa es la ley escrita y otra cosa es el que firma, aprobando esta ley, que es un Ser Humano. La Ley de Quiebras está aprobada, pero un juez tiene, una persona, es quien tiene que agarrar una lapicera y firmar que nosotros estemos adentro”.

Las primeras gotas caen, nosotros nos saludamos y nos vamos con la certeza que nos tiraron en la despedida: “vuelvan, total, vamos a seguir estando acá”.

Posible Final A

Mi testimonio

Relato simple y despojado de la brutal realidad que me tocó vivir en el atentado terrorista a la AMIA. En ese tiempo yo era la secretaria del Presidente y responsable de la  Secretaría General.

 

Por Tamara Scher

 

El 18 de julio de 1994 yo me encontraba en el primer piso de la AMIA, en el viejo edificio de la calle Pasteur. Había llegado alrededor de las 9.20, aproximadamente, apurada porque llegaba tarde y subí la escalera. En cuanto entré, recibí un llamado de Norma Lew,  desde el 4° piso, invitándome a tomar un café. La AMIA estaba en reconstrucción y el 4° piso estaba totalmente remodelado. Alguien les  había regalado una nueva máquina de hacer café. Cuando me dirigía  hacia el ascensor, aproximadamente a las 9.40, recibí un llamado del Presidente pidiéndome que escribiera una carta que él necesitaba con urgencia. Me volví para cumplir su indicación.  En la oficina de Presidencia se encontraba el entonces vicepresidente de la AMIA, Héctor Rosenblat.  Frente a mi oficina, en una especie de pasillo, estaba el escritorio de otra colaboradora, Silvina, que se encontraba en su sitio. Y al lado mío, en mi mesa de trabajo estaba la auditora Ana María Czyzewski -cuya hija murió en el atentado– tratando de mandar un fax. El fax de mi escritorio era el único que había en la Institución. Teníamos dificultades con su funcionamiento y de eso estábamos hablando.  De repente todo se hizo terriblemente negro, más negro que la noche, un negro espantoso. Un ruido atroz nos atronó los oídos, un estruendo terrible, demoledor, un estrépito que no voy a olvidar nunca.  Y Silvina gritaba: “es una bomba, es una bomba”…

El primer piso, al fondo, donde yo me encontraba, daba casi sobre la calle Uriburu y creo que esa fue la razón por la cual los que estábamos ahí, nos salvamos. El ruido era horrendo, como si el edificio se viniera abajo. Que era, en realidad, lo que estaba sucediendo. Y no paraba, cada vez se  hacía más intenso. Y recuerdo con espanto el terrible olor que se expandió de inmediato. El olor del explosivo. Un olor muy particular que hasta hoy en día, si percibo un olor similar, vuelvo a sentir esa sensación de asfixia y de muerte.  Yo permanecí petrificada y muda al lado del escritorio. De hecho estaba en una nebulosa, sin pensar, sin llorar, sin hablar, en un estado de tránsito, de confusión, sin entender, pero sintiendo dentro de mí y alrededor, la tenebrosa presencia de la muerte.  Ana María, que ese día había traído a su hija –que no trabajaba en AMIA- para que la ayudara, gritaba estentóreamente: “¡Mi hija, mi hija!”. Porque Paola, su hija, había pedido unos cafés en el bar de la esquina y el cadete del café se los traía.  Dado que él estaba muy apurado, ella bajó para recibirlos de sus manos. Ambos murieron en la escalera.

Enfrente de mí, mi compañera Silvina gritaba: “Es una bomba, es una bomba”. No sé cuanto duró todo, pero sé que de pronto cesó el ruido. La total oscuridad se llenó de puntos amarillos que surgían como reflejos, dentro de la más infernal tiniebla.  Ana María tomó el tubo del teléfono, pero, claro, estaba muerto. Silvina vino hacia mí, me levantó de mi asiento y empezamos a caminar hacia la escalera, pero la escalera ya no existía.  En su lugar había un enorme agujero negro a través del cual se veían los departamentos de enfrente, en la vereda opuesta de Pasteur, destruidos, rotos, abiertos como cráteres.

Del sótano de la Federación de Comunidades, que estaba más hacia la calle, en un entrepiso, donde funcionaba el Vaad Hakehilot, salió como pudo el anciano escritor Simja Sneh z”l, que tenía 83 años, que había pasado la Shoa, que estuvo confinado en Siberia y que ya conocía muy bien el sufrimiento, con la cabeza sangrante, acompañado de una joven que trabajaba allí, también herida,  acercándose a nosotros y gritando: “Necesito un médico, por favor llamen a un médico..”.  Yo seguía muda, Silvina seguía gritando: “Es una bomba, es una bomba”. De la oficina que había sido la presidencia, salió el vicepresidente y ahí estábamos: Ana María gritaba, casi con aullidos, Simja pidiendo un médico, era terrible.

No sé cuanto tardamos en salir  de ese lugar, rompimos un vidrio y salimos al patio de atrás, que daba hacia la calle Uriburu y vimos sobre el segundo piso, junto a los cantos alrededor de la terraza, a los empleados que trabajaban en el segundo piso y que no se contaban entre los muertos, parados y gritando. Ese sector también había sido remodelado, todo se destruyó,  ellos nos gritaban a nosotros y nosotros les gritábamos a ellos, como para reafirmar que estábamos vivos. Todos llorábamos.

En el canto de esa terraza, sobre el primer piso, donde nosotros nos encontrábamos, estaba parado un uniformado, no reparé si era bombero o policía. Yo empecé a gritar “sáquenos de aquí”.  Tiró hacia nosotros una escalera muy corta, que quedaba trunca a un metro de distancia de donde él se hallaba.  Nos abalanzamos para subir a ella, era la única salida hacia fuera, era la única forma de escapar.  Primero salió Ana María, que por su angustia y desesperación, no sé como hizo pero subió. Se fue disparando por los techos con un solo zapato. Siempre recuerdo su imagen con un solo zapato.  Luego sacaron a la chica ensangrentada que era joven y liviana, y no recuerdo cómo, sacaron también al anciano escritor herido.  Después me tocaba a mí.  Solo quedaban Silvina y el Vicepresidente, que trataron de ayudarme. Y claro, yo no tenía la suficiente agilidad como para agarrarme del bombero, que tampoco estaba muy firme en el lugar. Silvina me empujaba desde abajo y el bombero me tiraba hacia arriba. Alcancé a darle la mano y comenzaron a izarme. Me  raspé los brazos, me raspé las piernas, me rompí la ropa, y tampoco se cómo, pero subí y salí.  No quise irme sin Silvina, esperé a que la subieran a ella también. Yo estaba muy desorientada.  Encontramos un muchacho conocido, que hasta hoy no recuerdo quien era, pero me ayudó. Cuando salió Silvina me tomó del brazo.  A su vez, el bombero ya había ayudado a salir al Vicepresidente, quien se había quedado adentro hasta que nos sacaron a todos los que estábamos. Porque toda la gente que trabajaba adelante, con motivo de la refacción, eran los albañiles que quedaron bajo los escombros. Personal de la Institución no había, estaban trabajando en el segundo piso. El bombero quiso llevarme en andas hacia la calle, pero Silvina le dijo: “Quédese tranquilo que la llevo yo, siga usted con otra gente”. Ella me llevó de la mano sosteniendo los jirones de mi ropa sobre mis piernas. Hacía muchísimo frío: claro, era julio. Bajamos así por una escalera que había al lado de lo que fuera el edificio de la AMIA, se veían las casas cortadas al sesgo, hornallas prendidas con pavitas encima, se veía gente que había saltado de la cama, camas abiertas, había en el ambiente como un aullido general  y se escuchaba el ruido de las sirenas que perforaban el aire.  Cuando llegamos a lo que había sido la vereda de AMIA sobre la calle Pasteur, del lado derecho de lo que había sido el edificio, quise mirar hacia la izquierda, donde había estado el frente de la Institución y Silvina me gritó: “No mires, no mires”. Me llevó hasta la esquina, me puso el tapado que no me explico cómo había salido también, me quedé ahí y pregunté con horrorosa candidez: “¿Hay muertos?”

De pronto me di cuenta que la calle estaba llena de judíos que yo conocía, que habían venido de todas partes,  gente y más gente, por lo que deduzco que ya había pasado un buen rato desde la explosión, lo que no puedo recordar ni precisar.  Empecé a hablar, le pedí a los movileros que me dejaran hablar por sus teléfonos móviles, y hablé a través de las radios que estaban presentes,  diciendo que estaba viva, que estaba bien.  Mi nuera me escuchó, pero mi hijo ya había salido a buscarme. Yo estaba en la esquina de Pasteur y Viamonte y él me buscaba por la calle Tucumán. Por Viamonte estaba un poco más despejado, la multitud venía de Corrientes. La gente se buscaba unos a otros. Sé que mi hijo anduvo caminando entre la multitud preguntando por mí.  Los que lo conocían le dijeron: “Me parece que se salvó”. Alguien le dijo: “Buscá del otro lado”  Encontró a Silvina que había dado la vuelta y ella le informó: “Tu mamá se salvó, está del otro lado”. Otra gente se lo confirmó. Yo deambulaba como perdida. Un hombre a quien yo conocía muy bien y que tras escuchar la explosión vino especialmente a preguntar por mí, me tomó por el brazo y me preguntó: “Señora, ¿no la vio a Tamara?”.  No me reconoció.  Entonces le dije: “Soy yo, estoy aquí”, y ambos lloramos.  Me llevó de la mano caminando por las calles aledañas. Yo no quería irme, yo quería ver. El desastre era total, las ambulancias iban y venían, todo era confusión y espanto.

Veo a Ana María con una chica al lado y le dijo: “Ahh, ¿está ahí?” y ella me contesta: “No, es mi otra hija”. Y estaba ahí mirando, también estaba su esposo con la mirada fija en el movimiento de la gente que sacaba cuerpos. Mi amigo me arrancó de allí y tomamos un taxi hasta la casa de mi hija. Ella y su familia estaban en la puerta llorando, me hicieron entrar, me acostaron y yo empecé a mirar la televisión que daba cuenta del desastre, de los primeros muertos cuyos nombres se estaban escuchando. Hablé por teléfono con mi marido. Un rato después vino mi hijo a verme. Me llamaban familiares y amigos de todo el mundo. Me llevaron a mi casa.  Al día siguiente me levanté y me fui hasta el edificio de la calle Ayacucho, donde empezó a funcionar provisoriamente la AMIA. Con mucha dificultad pude ingresar al edificio, pero estaba dispuesta a seguir con las tareas que se me encomendaran, porque los presidentes de AMIA y DAIA, estaban allí reunidos tratando de ver qué hacer.

Estando allí, en Ayacucho el 19 de julio, observando todo el horror, vi que el lugar estaba lleno de gente: familiares ansiosos, dirigentes comunitarios, personalidades que venían a expresar su solidaridad, unidos por la misma desesperación. Recuerdo que me crucé con el Cardenal Quarracino, quien se tomaba la cabeza con las dos manos. Gente que miraba aterrada, psicólogos, médicos, miembros de la comunidad en general. Empecé a sentirme mal. Me fui de allí y estuve una semana en cama. Me quedó como una deuda en la conciencia el hecho que no pude ir a la cochería donde estaban alineados los ataúdes de los muertos que aparecían. No pude hacerlo. Sentí que no podía.  A la semana me presenté a trabajar. Nunca se me cruzó por la cabeza decir “no vengo más”. No escapaba a mi entendimiento que me encontraba en un lugar de alto riesgo, pero de todas maneras nunca se me ocurrió abandonar lo que yo consideraba mi casa, el lugar donde yo trabajaba desde hacía tantos años. El día que volví fui directamente a ver al Presidente, me agradeció haber venido y empezamos a trabajar, en condiciones muy difíciles.  Todavía se estaban revisando los escombros, todavía estaban los socorristas israelíes con sus perros, había mucha incertidumbre, pero ya se conocían muchos muertos. Ya se conocía la magnitud de la tragedia. Yo entiendo que toda la sociedad civilizada toma esto como propio, pero a pesar de ello y  aunque racionalmente comprendo que fue un ataque a la sociedad argentina toda, yo siento muy claramente que fue un brutal y salvaje atentado antisemita, que fue para nosotros.

Dentro de mí se hizo un profundo agujero negro, como el negro agujero de la calle Pasteur al 600. Esto no se puede olvidar, nadie queda igual…hay un proceso de dolorosa destrucción interior que horada las entrañas.

“Abuela, ¿cómo entendés que la bomba fue real?”

Tamara Scher estaba adentro del edificio de la AMIA que explotó, pero sobrevivió. Su nieto tenía tres años en ese momento y no recuerda nada de lo que pasó. A 20 años, Él necesita preguntarle. Ella, responderle.

Uno de mis nietos se llama Ezequiel y tenía sólo tres años cuando una bomba voló el edificio de la AMIA. Esa bomba mató a gente a la que yo conocía y a la que yo no conocía y me transformó, para siempre, en una sobreviviente. Y ser sobreviviente me impuso la responsabilidad de contar ese horror todas las veces en las que me sienta fuerte para hacerlo. No me resulta sencillo con nadie. Tampoco con un nieto, pero entiendo y siento que él necesita preguntar, quiere preguntar y debe preguntar. Me pregunta, por ejemplo, cómo se hace para vivir sabiendo de la muerte de repente. Necesito volver a decirle que él es parte de la contestación. Necesito responderle.

 Mi abuela se llama Tamara y es una sobreviviente. Yo era muy chico y no me acuerdo, pero el 18 de julio de 1994 estuvo adentro del edificio de la AMIA donde explotó una bomba. Lo digo porque me lo contó ella. Una y mil veces y mil veces más, todavía hoy, yo le sigo preguntando. Le pregunto porque estuvo adentro, pero porque mi abuela es una persona para preguntarle cosas. O porque en estos días intentó entender qué es una fatalidad y digo, me digo y le digo que no comprendo cómo se hace para vivir sabiendo de la muerte de repente. Mi abuela tiene 82 años, o sea tenía 62 cuando explotó la bomba. Veinte años pasaron de un atentado que no recuerdo, pero veinte años de mi vida no hubieran sido iguales si ella no hubiera estado. Necesito preguntarle.

***

–         ¿Qué es irreparable?

–         Irreparable es la muerte. Los que murieron, murieron. Viste que cuando se muere alguien todos te dicen que siempre los vamos a recordar. Todo eso es muy lindo, pero la muerte es la muerte y es absolutamente irreparable.

–         Bueno, pero en la vida, afortunadamente o tristemente, existe la noción del tiempo. Al otro día, uno se levanta. Vos te levantás. A veinte años, ¿cuánto de la vida es reparable?

–         No se piensa todo el tiempo en los muertos. Hay momentos, hay días, hay fechas. O un olor determinado. O un ruido que suena y, de repente, te hace recordar. Los sobrevivientes, que no todos eran amigos míos, nos juntamos cada ciertas fechas. Yo siempre digo, parafraseando a Borges, no nos une el amor sino el espanto. Con algunos, no nos unía nada más que ser compañeros de trabajo, pero la vida nos juntó en algo. Afortunadamente, existe el tiempo. La vida tiene sus compensaciones.

–         De las 85 víctimas, ¿ya te sabés las historias de todos?

–         Hay gente a la que conocí muy bien. Todo era un trato diario. Al principio, te parece terrible no saber más nada de alguien. Pero es tal el impacto que produce eso que el día en el que yo encontré mi agenda, que era una libretita nada electrónica, me puse a llorar. Era algo que me recordaba a lo de antes. O cuando encontré el libro de actas que yo usaba. Cuando lo volví a ver, sentí que era ver a alguien que recuperaba.

–         ¿Eso estaba en el edificio?

–         Sí, claro, son papeles que quedaron en el medio de la explosión y que después trajeron al edificio siguiente y los tiraron en una mesa y ahí los agarramos. Esas cosas me hacían sentir que me encontraba con un antes. Porque existe un antes y un después. Nada es igual. Es muy terrible cuando vos te das cuenta de que algo que estaba vivo ya no está. Sobre todo, si es de repente. Porque cuando las personas se enferman, lamentablemente, uno se hace a la idea de que puede pasar. Esto es muy cruel. Es difícil de aprehender, hablo de aprehender con h.

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–         ¿Cómo se hace para encontrarle la vuelta a la fatalidad? Porque una bomba es inimaginable, ¿cómo te das cuenta de que es real?

–         Vos sabés que yo tuve dos veces cáncer. Una vez, fue antes del atentado y otra vez, después. Es terrible porque uno piensa miles de cosas, pero en el fondo uno no quiere creer que está ahí al borde. En el momento en el que explotó la bomba y se veía todo oscuro y yo sentía ese olor a amoníaco, al explosivo, y cuando sentía la casa moviéndose, cayéndose todo, en un momento determinado, yo sentí la presencia de algo tenebroso como la muerte. Es más: yo en ese momento pensé que había muerto, que eso era el tránsito. A mí no me había entrado todavía en la cabeza, pese a que mi compañera Silvina, en ese momento, gritaba “es una bomba, es una bomba”. Cuando empezás a entender, empezás a pensar en los demás. Dónde está este y lo primero que atinás es decirle a tus seres queridos que estás viva. No se piensa mucho. Es muy difícil pensar y hacerse una idea de lo que pasa. Pero nadie queda igual. Las pesadillas, los miedos y, principalmente, los ruidos. A mí los fuegos artificiales, en Navidad y en año nuevo, me ponen mal porque los ruidos son parecidos, aunque en un nivel menor.

–         ¿Pero cuándo entendés que la bomba fue real?

–         Cuesta mucho. Uno espera que en cualquier momento sea un sueño o una pesadilla. Mirá, unos días después, tu papá quería que yo fuera con él a la cochería de AMIA donde estaban todos los ataúdes. Yo estaba enferma ese día porque había quedado sintiéndome mal y no lo pude acompañar y fue tu mamá. Me dijo que era insoportable ver todos los ataúdes juntos. Después, fuimos al cementerio, a Tablada, porque la tradición judía marca que treinta días después de la muerte se conmemora algo que se llama Treinta, y fui y miraba y veía debajo de esas piedras que todo era real. Era muy duro. Resulta difícil, por momentos te olvidás, por momentos tomás conciencia de la realidad. Lo que tiene de asombroso la vida es que vas ensamblando eso con lo otro y seguís viviendo. Pero nadie es igual.

–         A 20 años, ¿cuánto cambia la memoria?, ¿los recuerdos se siguen sintiendo igual?

–         Sigue igual. Además, lo conté tantas veces que no se me escapa nada. Yo tengo una sensación vívida de que fue ayer. Tengo el recuerdo de mi última conversación ahí. Yo iba a subir al cuarto piso, iba a ir a tomar un café y me llamó el Presidente para que le escribiera una carta. Esa carta me salvó porque yo no subí y, donde estuve yo, que era sobre Uriburu, porque la AMIA era un edificio angosto y largo que llegaba hasta Pasteur, se cayeron los vidrios y todo, pero justo ahí empezaba la parte que no se cayó. ¿Vos podés creer que yo me acuerdo a quién le tenía que escribir la carta y qué decir? Me acuerdo siempre.

–         ¿A quién le escribías?

–         A una emisora israelí que le había hecho un reportaje al Presidente. Era para agradecerle. Nada importante. Hay detalles de los que yo nunca me olvido. Cuando salí a la calle ese día, como era 1994, todavía no había celulares por todos lados, había apenas unos movicon. Yo no me podía comunicar con nadie para decir que estaba bien y salí y me crucé con un periodista y le agarré el micrófono y dije: “Soy Tamara Scher, contacten a mis familiares” y tu mamá me escuchó. Me quedó esa imagen.

–         De la vida, de acá para atrás, ¿cuántos días más te acordás así, con detalles?

–         No me acuerdo sólo de las cosas tristes. Me acuerdo de cosas felices. De cuando nacieron ustedes. De cuando tu papá llamó y dijo simplemente Ezequiel y yo ya sabía que habías nacido. Las cosas así también te quedan. La vida se compone de cosas duras y de cosas lindas y todo se siente.

–         ¿Cómo hace la cabeza para, a pesar de esto, seguir buscando felicidades?

–         Porque la vida es así. Hay que tener voluntad. Yo hice un esfuerzo y seguí. Me hace muy bien escribir. Arranqué con mis memorias, pero las dejé plantadas, aunque las voy a seguir.

–         ¿Ese edificio que explotó tenía cosas que extrañás?

–         Yo fui a la escuela secundaria hebrea en ese edificio. En un baño, una vez, había encontrado una cosa escrita por una compañera mía. Eran cargadas o chistes que decían “Viva yo” o “Sin exámenes”. Cosas de chicos de cualquier colegio. Pero sí, la AMIA era un edificio emblemático y claro que tenía cosas entrañables. Era mi segunda casa en ese momento. La AMIA es una institución que fue orgullo de generaciones de judíos por todo lo que significa. Ese año, el del atentado, se celebró el centenario. Era para mí muy emocionante. Se cumplieron cien años en mayo y en julio fue la bomba.

–         ¿Vos te pudiste acostumbrar al edificio nuevo?

–         Mucho no. El edificio es muy lindo, muy acogedor, muy moderno, pero le falta cierta sensación de familiareidad. Algo entrañable. Yo trabajé catorce años después del atentado, pero nunca lo sentí como mío.

–         Si se habría construido un edificio exactamente igual, ¿se hubiera soportado estar ahí, en los mismos pasillos, sin las víctimas?

–         No puedo saberlo porque no ocurrió. Supongo que sí, uno se acostumbra a todo. Uno se acostumbra a todo y, si no se acostumbra, se muere. Es la vida, no es que uno se lo propone. La vida te va llevando. Te vas acostumbrando a algo que ya no está o algo que cambió. Yo ahora pienso que los que nacieron después del 94 o ahí o un poco antes necesitan escuchar muchas veces lo que pasó acá. Es difícil de entender sin vivirlo. Hay que contar para que no se olvide. Aunque llegará el momento en el que, por todas las cosas de la historia, será una página de un libro que diga que el 18 de julio de 1994 explotó una bomba en el edificio de la AMIA.

–         No sólo en relación a la AMIA sino también a la dictadura o al Holocausto o a lo que sea, ¿por qué hace falta saber una tragedia?

–         Es como preguntarse por qué hace falta entender cualquier cosa. Es la historia. Yo creo que tenés que saber.

–         Pero un pibe de quince años puede venir y preguntarte por qué tengo que saber qué pasó en la AMIA, ¿qué le cambia saber?, ¿por qué hay una señora que lo cuenta en una revista?, ¿por qué hay un acto?

–         Si quiere, puede elegir no saber. Pero hay una cuestión que es el antisemitismo. El atentado a la AMIA fue un atentado contra la República Argentina que le hizo mucho daño a la sociedad y yo tengo un reconocimiento por todas las personas que lo sienten así, pero en el fondo de mi corazón yo estoy convencida de que fue un brutal acto antisemita. Fue a la comunidad judía a la que quisieron destruir. Uno piensa que ojalá sea algo que no tengan que ver ni mis nietos ni mis bisnietos. Lamentablemente, hoy, es algo que no puedo asegurarles.

–         Vos decís que nada es igual después del atentado, pero a 20 años, ¿qué cosas dejó el atentado como huella para la historia argentina?

–         Hay mucha gente que ha cambiado y se horroriza con lo que pasó. Otra no. Unos días después del atentado, cerca de la AMIA, tomé un taxi. La cuadra esa estaba vallada y entonces íbamos por Tucumán y el tipo que manejaba me dijo “vio cómo se la dieron a los rusos”. Y lo escuché y dos cuadras después me bajé porque no tuve el coraje de decirle todo lo que pensaba.

–         ¿Y por qué no se lo dijiste?

–         Porque tuve miedo. Porque no sabía si era un antisemita o no. Hay cosas son así y van a seguir siendo así porque esto no es lo primero que les pasa a los judíos.

–         ¿Cómo ves ahora la manera en que funcionó tu cabeza para volver a trabajar a la AMIA rápidamente?

–         En ningún momento pensé en dejar de trabajar ahí. Muchos se fueron, yo no. A la semana estaba ahí, el Presidente me vio, me abrazó, yo le pregunté cómo estaba y él me dijo “ahora mejor que está usted”.

–         ¿Pero por qué se te cruzó volver tan rápido?

–         Porque era mi casa. No se me cruzó la idea de que yo tuviera que irme por lo que hicieron. Tampoco pensé que pudieran hacer un atentado de nuevo, tan rápido.

–         ¿Qué te acordás de cuando volviste a entrar?

–         Me costó muchísimo. Un rabino muy gracioso decía: “Me están haciendo un análisis de sangre para entrar”. Te revisaban mucho. Yo volví a trabajar y todavía no se sabía la cantidad de muertos. Al día siguiente del atentado yo volví, pero me descompuse y pude volver recién la otra semana. Y ahí volver y ser revisada. Se cometían muchos errores porque los chicos de seguridad estaban obsesionados con revisar.

_DSC9246–         ¿Te sentías incómoda?

–         Sí.

–         ¿Pero lo sentías necesario?

–         Sí.

–         ¿Pensabas en el atentado cuando te revisaban?

–         No, pensaba en entrar. Nunca tuve miedo estando ahí. No, una vez sí. Hubo una amenaza de bomba en Ayacucho. Un miembro de la Comisión Directiva que después fue Presidente se estaba yendo y yo le pedí que se quedara porque tenía mucho miedo. Hasta que vinieron los perros. Fue dos o tres años después.

–         ¿Nunca pensabas en que pudiera volver a pasar?

–         Sabés que no…

–         ¿Y por qué pensabas que no?

–         En principio, porque confiaba en la seguridad de ahí. Y después pensaba que era una cosa que tan pronto no podía volver a suceder.

–         Si antes del atentado te hubieran dicho que podía explotar una bomba, ¿lo hubieras creído? 

–         Sí. No de esa magnitud. Siempre me acuerdo que en el café de enfrente había un tipo sentando tomando algo. A mí me daba miedo y se lo contaba a todos. Se reían de mí. Quizás no era nadie, quizás estaba mirando a una chica, pero a mí me daba miedo.

–         ¿La gente pensaba que podía suceder?

–         No, la gente no lo creía. Es más, yo creo que si ese día decían que tomaran recaudos la gente no lo hubiera creído. Yo, una bomba así, me pareció que tanto así no puede ser. Pensaba que no podía ser, pero siempre tenía miedo de que pasara algo.

–         ¿Hoy pensarías que puede suceder?

–         Es difícil de imaginar, pero hoy no me parece tan increíble que pueda pasar. Dos bombas: la de la Embajada de Israel y la de la AMIA. Yo trabajé seis años en la Embajada de Israel y cuarenta y cuatro en la de la AMIA. A mí me borraron todo. El edificio de Arroyo no está, el de Pasteur no está. La vida que pasé en esos lugares no está.

–         Lo que está es esta casa donde vivís.

–         Sí, vivo desde fines del 64, cumplimos 50 años acá. La única casa que no me borraron.

–         ¿Cada 18 de julio se te vuelven a pasar por la cabeza las imágenes del atentado?

–         Sí. No todo el día. Siempre hay algunas cosas que me lo recuerdan. Está incorporado en mi cabeza, donde yo tengo un agujero negro.

–         ¿En tu cabeza?

–         No, en el corazón. En la cabeza no. Hay dolores que quedan así. Yo puedo conmoverme con cualquier cosa que le pasa a alguien y acordarme y ponerme a llorar porque son sensibilerías mías. Pero el atentado es una cosa concreta, dura, terrible. Por supuesto que nunca me lo voy a olvidar.

–         ¿Por qué le pusiste agujero negro?

–         Cuando salí de mi oficina ese día y vi que no había nada, no había escaleras, y se veían los departamentos de enfrente directamente, lo que había era un agujero negro en el medio. No había luz, no había nada. Ese agujero negro me quedó en el corazón y es el que simbólicamente asocio a mi sentimiento.

–         Yo no puedo entenderlo. Todo puede ser explicable, todo puede tener su punto, pero la fatalidad no tiene explicación.

–         Claro, de repente ya no vas a ver a este, al otro. Todos los eufemismos, todo eso de acordarse está, pero ella o él ya no están.

–         ¿Cuánto tiempo tarda uno en darse cuenta de que todo fue real?

–         Te das cuenta pronto porque es la realidad.

–         ¿Y vos te acordás de cuándo volviste a sonreírte después del atentado?

–         Al día siguiente o al otro fui a tu casa porque tu mamá me pidió que fuera porque tu hermano estaba preocupado y quería verme. Ahí podía disociar las cosas y jugar con tu hermano.

–         ¿Esas cosas ayudan a seguir viviendo?

–         Cualquier alegría te ayuda a seguir viviendo. También la vida misma. Cuando yo tengo obligaciones prácticas para hacer, pienso en esas obligaciones y no en lo que pasó. Aun viendo el acto por la tele me acuerdo de cosas de la casa que tengo que hacer y dejo de pensar en el atentado. Es más, ahora ya no estoy pensando en esto y estoy pensando que tendría que hacerle la comida al abuelo. Así que vamos a comer.

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«Hay que volver al teatro cooperativo»

Para Alejandro Awada la actuación fue un escape de la soledad y una conexión con el deseo. Tras años de experiencia, apuesta al cooperativismo para un teatro de calidad por fuera de las lógicas comerciales.

Alejandro solo tiene media hora. Quizás algunos minutos más. Pero, solo eso: treinta minutos y alguna yapita. Después, el tipo se tiene que ir a laburar. Y, como cualquier telemarketer que marca tarjeta, no puede llegar tarde, ni un minuto. La gente, en sus butacas, lo va a esperar puntual, a las 20.30, para que se levante el telón del Maipo y junto a sus otros compañeros de trabajo haga de nuevo, una y otra vez, «El Placard». La obra fue suceso en Mar del Plata en el último verano y le valió a Alejandro el premio por mejor actuación de reparto. De todos modos, el tipo se deja ver como alguien premiado, pero por la vida misma. Sonríe mucho, cariñosamente. Se ríe también, de formas intempestivas. Su risa es casi editorial, expresa mucho de lo que estaba diciendo al momento de la carcajada. Y su amabilidad, francamente, conmueve. Con esas esencias, desde un olvidable café del microcentro, entre un sonido tan bullicioso como chato, surgen conversaciones claras y contundentes sobre el desorden de la vida de un artista que se despertó escapando de un destino que nunca fue tal.

– Siendo pública la distancia ideológica que te separa de tu familia, ¿pensás que el arte te funcionó como escape o como despertar?

– Las dos cosas. Primero fue un escape, yo no quería y no me hallaba donde estaba, te hablo de un joven de 18 años, en 1980. Sí había un mandato, que había que seguir determinadas pautas establecidas. Ni bien ni mal. Son modos de -hace una pausa importante y elige con bisturí una palabra – vivir. Entonces, cae a mis manos Rayuela, por una amiga -sonríe casi triste- que no la vi más. Y ahí fue contundente. Yo quería eso para mi vida. Quería descubrir de qué me hablaba ese señor. Entonces, al principio me escapé, y ese escape me llevó a distintos talleres y es muy probable que en los de narrativa y de actuación haya comenzado un despertar, que fue muy lento, muy de a poco. Es más, sigo despertándome -se ríe contento-, y me voy a ir de este mundo despertándome. Cuando llegó el despertar no me fui nunca más de este sitio, porque comprendí que era el lugar donde yo me sentía feliz, donde podía desarrollarme. Lo digo de modo exagerado, pero no tanto: a mí el teatro me salvó la vida. Es demasiado, pero algo de real hay. A partir de la vinculación con lo artístico empiezo a adquirir conocimiento. Es muy difícil leer a Unamuno y que no te toque, Neruda y que no pase nada. Cuando empezás a indagar ciertos mundos, te transformás.

– Cuando decís que hay algo real en que el teatro te salvó la vida, ¿hay algo más material que tiene que ver con los excesos?

– Sí, muchos. Podría hablar de eso, pero ya hablé tanto que no es el tema. Los excesos fueron un síntoma, la enfermedad es anterior. La enfermedad era la soledad, el vacío, la angustia, el no encuentro, el no saber qué quería para mí vida. La soledad en el peor de los sentidos, porque yo amo la soledad. Pero aquello era la soledad del encierro, del no poder preguntarme, de no poder desarrollar. Las generaciones de ahora tienen la dicha de nacer y crecer en democracia. Mi infancia fue con Onganía y Lenvingston, y mi adolescencia con Videla y la tragedia de la dictadura. Era absolutamente imposible para mí preguntarme qué quería. Como consecuencia de eso, acudí a la rebeldía. No estaba a favor de mi deseo, estaba en contra de lo establecido. Eso me llevó a los excesos. Pero, ahí está el síntoma, la enfermedad estaba antes.awada-3

– ¿El arte, entonces, es para desconectar o todo lo contrario, para canalizar?

– Es conectar. Es eso, sí o sí. Todos los grandes maestros te van a decir que es así. Uno de mis grandes maestros, Julio Ordano, le dijo una vez a un compañero que estaba nada más que barriendo: «No hagás que barrés, barré». Sí o sí, la búsqueda de esa naturalidad del escenario te enseña a tocar, a ver, a escuchar, a oler, a estar. Llegar a ese estar, sí o sí es conectando. No con el bocho en 15 cosas, sino estando presente, en ese aquí y ahora. El segundo maestro al que acudí, Raúl Serrano, con el que aprendí actuación y a observar la realidad, decía que todo parte de la contradicción interna, del vínculo con el otro, de cómo construís realidad con el otro, para eso tenés que estar en ese aquí y ahora. Estar significa estar, no hacer que estás, estar presente con todo tu aparato psicofísico disponible. Quizás por eso el teatro me salvó la vida, porque pude conectar con eso. Ahí comprendí que no había una cabeza, un corazón, una pierna, un brazo. Es un todo, una unidad. Puede haber gente que utilice la actuación como un juego, de hecho lo es, pero es un juego profundo y verdadero, que tiene que suceder. Si no sucede, no es.

– ¿Por qué proponés erradicar la palabra «under» del lenguaje para referirse a esas formas de hacer teatro?

– En lo que a mí respecta el teatro es el teatro. Sea en el circuito comercial o fuera. Lo cierto, y esto lo digo con un poco de pena, es que el teatro comercial está aburguesado y dirigido exclusivamente a la clase media burguesa, con un precio de $200, $250 la entrada. Pero el teatro es teatro. Esa diferenciación la hizo el propio circuito comercial. El teatro fuera del circuito comercial, por llamarlo de alguna manera, es tan teatro como cualquiera. En muchos casos mucho más, donde ves excelentes directores, actores, espectáculos. Con una entrada mucho más accesible. Entonces no está por debajo ni por fuera de nada. Ni under ni off. He visto grandes espectáculos en la calle. He visto a un payaso extraordinario, Chacovachi, que convocaba a 500 espectadores cada vez que se paraba en Plaza Francia a hacer su espectáculo, a la gorra, con entrada libre. Y no me parece mal que quiera llevarse un dinero de ahí, es su trabajo ¿Por qué gratuito? Que cada uno aporte lo que considere.

– ¿Cómo ves hoy a ese teatro?

– La única chance de supervivencia que tiene el teatro por fuera del circuito comercial es el cooperativismo. Esto lo aprendí trabajando muchos años en esos teatros, donde hay un dueño de sala, que no te la hace muy fácil, porque si no le metés una cantidad de espectadores que al tipo le cierren, fuiste Manolo. Todo el concepto comercial se basa en una idea que no comprendo: que el capital es más importante que el trabajo. Para el sistema es así y la cosa está así. Desde el punto de vista humano, espiritual, filosófico, sociológico, yo no lo comprendo. El gran teatro que hubo en la Argentina fue en la década del 50, del 60, parte del 70, que se llamó teatro independiente, eran esencialmente cooperativas de trabajo, que nada tiene que ver con la palabra under ni off. Grandes autores argentinos e internacionales, que fueron conocidos por los públicos de Buenos Aires gracias al teatro independiente. Alternativo tampoco, porque también indica que hay algo principal. Yo lo llamaría teatro, pero no se por qué el público tiene la necesidad de categorizar que hay un teatro principal y otro menos principal. En realidad, eso no se impone desde el público, es desde el mercado, quien fija las pautas.

– ¿Qué tan importante es la palabra?

– La palabra es. Es filosófico esto. Lenguaje puro. La que comunica es la palabra, la que dice quién soy es la palabra. Lo que pienso es la palabra. Me formé desde el punto de vista teatral muy de la mano de la palabra, aprendiéndola junto al mundo oculto detrás de ella, vos me das un texto, y en mi personaje, lo que empiezo a indagar es la palabra y el pensamiento que se oculta en ella. Un maestro mío decía que el autor lo que le da al actor es la palabra, ahora cuando yo descubro lo que el personaje piensa, y lo descubro a partir de la palabra que enuncia, ahí puedo transformarlo en el personaje, en esa comunión entre palabra y pensamiento. Infinito, por cierto, para nada cerrado ni establecido. Tengo un enorme respeto por la palabra, hago esfuerzo por encontrar las adecuadas. Y también escucho: la palabra me dice con quién estoy.

– ¿Cómo te sentís trabajando para el mercado del arte?

– Yo soy un hombre que trabaja como actor. Esto lo tengo clarísimo desde hace 20 años. Tomo mi trabajo como un trabajo. Lo que sí es cierto es que me está empezando a surgir de un tiempo a esta parte, pero ahora se está profundizando, es el deseo de volver a las fuentes, de agarrar un gran autor  que no funcionaría en el circuito comercial y volver a las fuentes que hicieron que yo me meta en esta profesión, que tiene que ver con el texto, con el descubrimiento de esos grandes mundos que plantean estos autores, y ofrecérselos al público de Buenos Aires. La única forma de que yo pueda llevar adelante un proyecto como estos es volver al cooperativismo, armar una cooperativa de trabajo y desarrollarme. Al mercado no le interesa: ni Ibsen, ni Strindberg, ni Moliere. Es más, no saben ni quiénes son.

– Sin embargo, muchos te conocemos por Sos mi Vida y otras tiras, ¿haciendo las novelas de Pol-ka se te jugaban contradicciones de algún tipo?

– Voy a decirte solamente esto. Arranqué cuando Pol-ka arrancó, en el capítulo 4 de Poliladrón, que funcionó, sucedió ese proyecto. Al otro año empecé un ciclo de a poquito y me terminé quedando tres años: Verdad Consecuencia. Pasaron esos tres años y no volví a trabajar en Pol-ka por diez. Trabajaba en otros proyectos televisivos, sin ningún conflicto. Yo quería trabajo, el dinero a cambio y la masividad. Ni medio conflicto. Estaba haciendo teatro comercial, la obra «Justo lo mejor de mi vida», que funcionó muy bien. Eso coincidió con dos o tres películas que habían funcionado muy bien también. Y, entonces, hago tres tiras seguidas para Pol-Ka: Hombres de Honor, Sos mi Vida y Mujeres de Nadie. Ahí comienza el conflicto, porque estar al servicio de una tira es estar al servicio de una tira y no poder hacer lo que realmente deseaba, que era hacer teatro y cine. Ese año tuve clarísimo que no iba a hacer más tira. Pero, vuelven a llamarme de Pol-ka al año siguiente para otra tira y, de cobarde, digo que sí. Ahí sí tuve una gran crisis personal. A los tres meses pedí que no me renovaran el contrato. No me acuerdo ni el nombre de la tira, no me sentía para nada bien, con un personaje que no tenía nada que ver. Desde ese momento, pasaron como cinco años, y no volví a hacer tira. Sí tengo ganas de hacer ciclos de televisión, unitarios, con contenido, con desarrollo desde la imagen, desde la actuación, de forma diferente. Ahí pongo todo lo que tengo, lo hago con mucho placer. Pero lo otro nunca más, me sentía un oficinista al que no le gusta su trabajo, infeliz, yendo ocho horas por día al empleo. Para nada bien.

– ¿Cómo te llevás con la masividad?

– Yo la deseaba. Trabajaba para acceder a eso. La masividad a mí me gusta, me gusta que la gente me salude con afecto. Me gusta – y mira a los ojos como asumiéndolo-. Igual hoy pienso que ese deseo que tenía se relaciona más con la vanidad, la parte más ingenua de mi profesión. La masividad me iba a dar lo que yo no tenía – se ríe de sí mismo, de una sola carcajada-. Cuanta más masividad, más lleno humanamente. Eso nunca sucedió.

– ¿Y qué te llenó, Alejandro?

– El amor de una mujer, mi hija, un buen viaje, una cena con amigos, estar teniendo esta charla, un buen amigo. Esencialmente los afectos y la comunicación, en el mejor de los sentidos – guiña el ojo-. Estar con el otro es lo que me llena. El otro es el que me salva.

La media hora que prometió Alejandro se fue en dos cafés y en estas preguntas, que él interpretó como invitaciones a la reflexión. Agradeció que hayan respetado su tiempo, sus obligaciones. Pagó todo, salió a la calle Corrientes, se prendió un pucho, contempló ese momentito de libertad un ratito en la esquina de su trabajo y, sin más, el tipo se fue al laburo, pidiéndole permiso a los espectadores que ya hacían fila para verlo.

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Nuestra escuela

La Municipalidad de Quilmes busca mudar la Escuela Municipal de Bellas Artes a un edificio insuficiente y sin el apoyo de los alumnos, que proponen mejoras desoídas. Historia del intendente que montó su candidatura sobre los estudiantes que hoy deja plantados.

Sebastián, Florencia, Jonathan y Pablo se sientan alrededor de una mesa cuadrada con restos de pintura de colores, dibujos y maquetas. Mates calientes tratan de apaciguar el aire frío que entra por una ventana rota. Hablan y su tono de voz es fuerte porque en la Escuela Municipal de Bellas Artes de Quilmes los tambores y los cantos rebotan por los pasillos, es fuerte y, además, firme: “Con este proyecto no vamos a dejar nuestro lugar”._MG_7471

A mediados del 2012, en una publicación oficial del municipio quilmeño llamada La Hojita se mostró un mapa con obras realizadas por la gestión de Francisco El barba Gutiérrez. Para sorpresa de los alumnos, entre ellas figuraba la “nueva sede” del EMBA. “En ese momento estábamos en un canal de comunicación con la municipalidad por otros reclamos y dentro de ese espacio no nos informaron nada. Nos enteramos por la revista y fuimos nosotros con la información para que nos la expliquen”, aclara Sebastián.

La escuela existe hace 70 años y nunca tuvo edificio propio. Fue creciendo y siendo trasladada a diferentes anexos a medida que pasaron los años, según las necesidades. Hace nueve años que la EMBA ocupa el edificio actual, a siete cuadras de la estación de tren y en pleno centro quilmeño, en lo que era una dependencia municipal que se dejó de usar por malas condiciones edilicias.

Al principio los alumnos compartieron la escuela con rentas y otros departamentos municipales. No había dispositivos de seguridad, había paredes electrificadas y los matafuegos se obtuvieron por el pedido y la lucha de estudiantes y docentes. “Las condiciones de hoy siguen siendo malas, y el proyecto hace que pasemos a unas aún peores”, asegura Florencia, y entre los cuatro se ayudan para armar la secuencia de los últimos hechos:

–      En 2012 alumnos y vecinos de Quilmes se enteraron por una revista que había un proyecto para una nueva escuela. Los estudiantes se reunieron con las autoridades del municipio para comunicarles su preocupación sobre la locación del proyecto, muy alejado del centro. Les dijeron que estaba todo “muy verde” y que era una propuesta de Nación, pero que no se había aprobado todavía y que estaban a tiempo de proponer otras ideas. El centro de estudiantes llevó otras posibilidades a la municipalidad; no les contestaron más.

–      En 2013 cambiaron las autoridades, pero no atendieron a los alumnos en todo el año.

–      A principios de 2014 llegaron novedades: empezó a circular por los medios locales que el intendente Gutierrez había mandado a aprobar a la Facultad de Arquitectura de La Plata los planos. El Secretario de Cultura de Quilmes les dijo que no estaba al tanto de nada, siendo él el responsable político de la escuela. Les prometió otra reunión con más información para el 29 de mayo.

–      29 de mayo: los dejó plantados.

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–      El 2 de junio el centro de estudiantes consiguió una reunión con Obras Públicas, la secretaría que impulsa el proyecto: les mostraron los planos y notaron entonces muchas cuestiones incompatibles con el edificio actual.

Ejemplo rápido: en el EMBA hay 6 departamentos – teatro, música, danza, cerámica, artes visuales y arte infantil-, cada uno tiene al menos una carrera y forma a 3500 personas. En el edificio actual los departamentos de teatro, cerámica y danza tienen dos pisos cada uno; en el proyecto nuevo tienen un sólo aula. Además, la nueva sede queda más lejos de los núcleos de transporte. “El proyecto está pensando por fuera de las necesidades de la escuela”, redondea Florencia.

–      22 de junio: otra reunión con Obras Públicas. En la escuela se votó una delegación de estudiantes y docentes para entablar una mesa de trabajo propuesta por la municipalidad. Ese día dejan a los representantes plantados afuera una hora y media debajo de la lluvia. Cuando por fin los dejaron entrar, les mostraron el mismo plano que ya habían visto. Les contaron que el nuevo edificio está enmarcado dentro del Proyecto de Igualdad Cultural del Plan Bicentenario y que por una cuestión de dónde vienen los fondos el edificio se iba a tener que llamar Centro Cultural y Escuela de Bellas Artes. No les responden qué implica eso pero sí les informaron que el lugar ya no estaba en discusión. La municipalidad recibió una lista de necesidades, un documento grande con las características de la escuela escrito por alumnos y profesores, ideado para que las autoridades elaboren el proyecto en base a eso.

–      10 días después de comprometerse a traer un plano en base al documento, se repitió el mismo plano, sólo con las aulas más grandes divididas en dos partes. En total 30 aulas, frente a 50 de uso actual. 3800 metros cuadrados frente a 5500. Les aclararon que se podía seguir discutiendo, pero que el proyecto no se iba a modificar sustancialmente, y en el caso que no entren todos, lo que los alumnos ya venían advirtiendo, iban a recurrir al uso de anexos.

–      El municipio convocó a estudiantes y profesores a otra reunión para fines de julio, donde de todas maneras ya no hay mucho para discutir: el plano y la cantidad de metros cuadrados no se van a modificar. Los planes del jefe de gobierno quilmeño es terminar la obra en un año. Para eso necesita licitar el proyecto antes, lo cual todavía no sucedió. Mientras tanto los alumnos de la EMBA están realizando volanteadas, juntadas de firmas, festivales, movilizaciones e intervenciones artísticas para sacar su lucha a la calle.

_MG_7467“Los anexos son un problema porque hay áreas que no se cruzan, nos fragmenta la unidad académica. Hoy en día las experiencias que ya existen de anexos se basan en usar escuelas primarias a la noche, en el mejor de los casos. Si pasa eso, una gran parte de los estudiantes va a estudiar en condiciones que no son óptimas, lo que va a condicionar su desarrollo”, resume Sebastián y agrega que la municipalidad plantea también una reorganización del orden de la escuela: distribuir la carrera a los largo de los tres turnos. “A la gente que trabaja se le va a complicar concurrir”, dice.

El barba Gutiérrez, actual intendente de Quilmes – que aún no formalizó su presentación para las elecciones municipales del año que viene, pero expresó su deseo de hacerlo – montó su candidatura en el 2006 sobre una protesta que encabezó la EMBA. En ese año el Concejo Deliberante del Quilmes avanzó contra el Estatuto Docente, bajándoles el sueldo a los profesores del EMBA. Sumado a que les habían dado el actual espacio en pésimas condiciones edilicias. Comenzaron las movilizaciones estudiantiles y se tomó la escuela durante 80 días. En un escrache en la casa de Sergio Villordo (el intendente en ese momento) reprimieron a los estudiantes con balas de goma, dejando heridos. En un acto municipal, a los pocos días, funcionarios del municipio se enfrentaron a golpes con los estudiantes. Eso motivó una movlizacioón de 5 mil personas en contra del municipio, donde El barba Gutierrez marchó con los estudiantes. Gracias a eso se volvió para atrás con el cambio del Estatuto: punto para los estudiantes. “Toda esa situación de represión fue muy sentida en la comunidad”, cuenta Sebastián y describe que los vecinos quilmeños les muestran su apoyo en cada actividad que hacen en la calle.

“Estamos empezando a tomar acciones legales, vamos a presentar un recurso de amparo, para postergar el proyecto y la licitación que es inminente”, afirma Florencia y los cuatro compañeros bien sentados en sus lugares afirman: “Seguimos como estudiantes exigiendo que nos atienda el intendente,  aclarando que nos interesa tener un nuevo edificio pero no este proyecto. Necesitamos uno nuevo en base a la necesidades reales actuales y futuras de la escuela. En eso estamos hoy”.

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Vaciados

Crónica en la carne de los trabajadores de EMFER, que reclaman que el servicio se estatice ante una típica maniobra de vaciamiento en manos de los Cirigliano. 

-Sí, supongo que ahora te van a dejar pasar. Son dos cuadras desde la Estación Miguelete- me dice Ezequiel Peralta, delegado de EMFER, fábrica de material ferroviario.

Hay un cana ahí en la estación, en San Miguel, del lado sur. Una camioneta de la Federal más atrás. 2, 3, 4, 5, en el lado norte. Es para allá. 6, 7, 8, 9… Antes de los primeros papeles impresos contando que no les pagaron la última quincena ni el aguinaldo, aparece un colectivo de la Federal. Está vacío. Los policías están todos abajo. Hay un gendarme con mucha cara de muy malo. Gigante. La boina lo empeora. Los federales que lo rodean ya hasta me parecen chiquitos. Más adelante, otro bondi, pero lleno. La escena sigue del otro lado de la entrada, pero prefiero mandarme con los trabajadores.2014-07-10 17.31.14

Están tranquilos, tomando mate, jodiendo mayormente sobre sexo. Van cuatro días de toma, nada más. Hay gente de EMFER y de TATSA, que produce colectivos y camiones. El predio alberga a las dos empresas. Hablo con Julián Radic, el único procesado entre los 11 imputados por diversas causas penales. Es de la comisión interna. La única forma de rajarlos que tienen es con causas penales. Una de las causas es por mostrarle al juez Bonadío papeles que incriminan a los hermanos Cirigliano, dueños de las fábricas hasta este año. Desde la masacre de Once, la producción no subió, sino que bajo, porque le sacaron las concesiones de las líneas y la misma empresa china que vendió los trenes, compró la fábrica. Desde entonces comenzaron los problemas en TATSA y EMFER.

Al no pago de salarios y cargas sociales se le suma el miedo de que los dejen sin trabajo. Como en todas las fábricas que quiebran, los Cirigliano se llevaron camiones llenos de la fábrica. Comenzó el vaciamiento.

Mientras me muestra la fábrica, entre galpón y galpón, Pajarito me cuenta que son 340 los trabajadores, que la producción no llega ni al 10 por ciento de la capacidad, que hay formaciones holandesas que así como llegaron, se quedaron ahí. Después, un compañero suyo con 33 años de antigüedad me explica que le faltan las tapas de cilindro, que los compraron así. Pueden, y me lo muestra, fabricar desde cero o reestructurar trenes.

Pero la voluntad fue para comprar desde China. Alfredo Luque, delegado EMFER, explica, como si estuviéramos de vuelta en los `90: -No sé qué espera el Estado para estatizar esto de una vez por todas. Nosotros trabajamos para el Estado, hacemos trenes. La patronal ya dijo que no tiene plata. Esperamos que el Estado intervenga.

Julián Radic, el delegado procesado, me explica que no quieren ser una cooperativa, como se les ofreció. Son muchos laburantes. Las tensiones van a existir. La desconfianza también. La organización sería extremadamente complicada. Las fábricas recuperadas en Argentina tienen un promedio de 43 trabajadores. Y me repite una razón más: “Prácticamente nuestro único cliente es el Estado”.

Pajarito, ya saliendo de la fábrica, me cuenta de la represión del martes 8 de julio, cuando salieron a cortar la General Paz para exigir aunque sea negociación, para no perder sus puestos de trabajo. Cuando la policía avanzó, los Cirigliano estaban negociando… Se lo dijeron al encargado de la represión. Nada cambió. Eran cerca de las 8 de la mañana. Había estado cortada la ruta de acceso a la ciudad desde el Noroeste. Los medios ya empezaban a hablar de la tensión en el corte, de los trabajadores que no podían llegar a sus puestos. Pajarito y todos los compañeros que nos cruzamos están orgullosos. Defendieron sus puestos de laburo. “Y ellos también tienen miedo, no te creas”, me dice otro obrero hablando de los policías. “Les dimos con lo que encontramos”.

Momentos después de la represión, tuvieron que salir a dar explicaciones ellos. Que no somos delincuentes, queremos trabajar. Que cortar la calle es un delito. Que si contravención, que si delito, que qué derecho está por encima del otro, que vagos, que… El periodista Gustavo Sylvestre, por ejemplo, hablando con el delegado de EMFER Barberán, se salió del molde. Se fue al pasto directo. Arrancó no preguntando por las causas del reclamo, sino por la metodología. Que ya habían hecho todo: escraches, marchas…

-¿Y por qué no sacan los vagones a un cantero de la General Paz, al costado, para mostrar lo que ustedes hacen y que los trenes se pueden hacer en la Argentina? – dijo…

Hasta tanto construyan las vías para poner las formaciones al costado de la Avenida, con letreros que expliquen por lo que pasan, van a seguir tomando la fábrica para que las reuniones pactadas se efectivicen. Después de la represión consiguieron una con el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el secretario de Transporte Ramos. No consiguieron nada de lo que pretendían, pero destacan que la empresa sí: “Logró su objetivo de destrabar fondos públicos para –según la patronal- poder hacer frente a los salarios”.

Llegando a la salida, uno me dice “éste me salvó la vida”, señalando a otro que pasaba por ahí. Lo había levantado por el terraplén cuando estaba hecho mierda. El salvado quiere ir a comprar puchos. Me ve con la cámara. “¿Che, me acompañás a comprar al Makro, que afuera me tienen re fichado?”.

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Los publicistas siguen laburando

Burson Marsteller ideó la famosa campaña “Somos derechos y humanos” y hoy vive ganando premios de revistas y concursos de relaciones públicas. “Nosotros usamos recursos que no pueden comprarse: contactos directos en esferas de influencia”.

Mediados de 1979. Walter Klein viaja a Nueva York para encontrarse con Victor Emmanuel. Motivo: diseñar una campaña publicitaria que mejorara la imagen de la dictadura argentina. Contexto: previo a la visita anunciada de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que recorrería campos clandestinos en Córdoba, Tucumán y Buenos Aires.

Walter Klein era por entonces titular de Coordinación y Planificación Económica del país; Victor Emmanuel, el responsable de la “cuenta” argentina en la empresa Burson Marsteller, la agencia de imagen y comunicación más grande y más polémica del mundo.

Resultado del encuentro: el Ministerio del Interior aprobó en agosto, según el decreto 1659/79, una campaña que ordenaba comprar 250.000 calcomanías autoadhesivas, en dos tamaños, con el lema “Los argentinos somos derechos y humanos”.

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¿Pueden unas calcomanías mejorar la imagen de una dictadura? ¿Puede una empresa de comunicación tapar las torturas, desapariciones y muertes?

Burson Marsteller no es sólo una empresa publicitaria:“La publicidad intenta hacer lo mismo, pero ellos dependen de la compra de espacio y tiempo en los medios de comunicación”, explica el titular de BM, Donald Baer, en una reciente entrevista. “Nosotros usamos recursos que no pueden comprarse, tales como ser contactos directos en determinadas esferas de influencia”.

La famosa frase “Somos derechos y humanos” intentaba contrarestar las denuncias por violaciones de derechos humanos en el marco de un plan elaborado por la empresa Burson Marsteller, tal cual reveló la embajada estadounidense en 2013. El informe fue titulado “Mejorando la imagen internacional de la Argentina” y trazaba un plan de trabajo sobre distintos públicos: los que influyen en el pensamiento, los que influyen en las inversiones, los que influyen en el turismo, y el público en general.

La empresa estadounidense proponía trabajar sobre el concepto de “estabilidad” como imagen hacia afuera de Argentina – preocupada más por el primer tipo de público- y diseñó para ello distintas líneas de acción. Una de ellas fue la campaña del lema “Somos derechos y humanos”, y la otra intentó vincular la antesala del Mundial de Fútbol de manera positiva. En el informe BM plantea armar una convocatoria de medios en noviembre del 77 para mostrar cómo el país se preparaba para el Mundial, convocando a deportistas como Fangio, Vilas y Monzón para acentuar la imagen deportiva. Fangio luego participaría además de una gira por Venezuela junto a Rafael Videla para “propagandizar las buenas acciones del gobierno”, otra de las coartadas ideadas por BM.

Crisis y medios

Sobre las influencias, la empresa señalaba una serie de medios extranjeros como garantes de la difusión de su imagen creada: se mencionan al New York Times, el Washington Post, y Wall Street Journal, de EEUU; The Economist y The Times, del Reino Unido; El Tiempo y El Espectador de Colombia; y el Excelsior de México.

La relación con los medios y el manejo de las redes sociales son el fuerte de Burson Marsteller. En su página web la ofrecen como uno de sus servicios: “Burson-Marsteller incluye la relación estratégica con medios en el núcleo de cada programa de comunicación integral”.

Fundamentalmente son especialistas en trabajar con gobiernos y empresas que buscan salir de una crisis de imagen.“Ninguna compañía, institución o industria es inmune a algún tipo de crisis – y cuando sus acciones están en lo mas alto, solo los socios de comunicación confiables y expertos son los mejores aliados”, plantea BM en su presentación. Con esa premisa se jactan de haber participado en las relaciones públicas de la empresa Babcock and Wilcox luego de un accidente atómico en 1979; para el gobierno de Nigeria en 1965 para refutar acusaciones de genocidio en Biafra; a la empresa Union Carbide Corporation para afrontar su responsabilidad tras una pérdida masiva de gas venenoso en India que causó la muerte de 2 mil empleados y pobladores vecinos a la planta; y, otro ejemplo, manejando las relaciones públicas de Blackwater USA luego que se acusara a la empresa de matar a 17 civiles iraquíes.

La más premiada

Burson Marsteller vive ganando premios de revistas y concursos de relaciones públicas vinculados al éxito de sus campañas. En 2004 logró el premio Eikon que otorga la revista  Imagen en la categoría “relaciones con la prensa” por una campaña realizada a la empresa Repsol. Se llamó “preparando el desembarco” y  fue realizada un mes antes de la licitación de acciones de YPF que luego, claro, obtuvo.

En 2005 retuvo la premiación con una campaña vinculada al producto conocido – en parte gracias a BM- como “botox”: “La campaña de relaciones con los medios estuvo enfocada a desterrar el concepto de toxina botulínica asociada al veneno”, dicen en la revista. Una de las herramientas a las que apeló la empresa para remitificar al “botox” fueron la realización de congresos con médicos y científicos, el reparto de información “diseñada de manera creativa” y hasta paquetes dirigidos en el día del padre con artículos redactados que incluían la mención del producto. La empresa saca su conclusión: “El plan comunicacional sirvió para sostener el éxito en la esfera estética porque contribuyó a generar opinión de Botox y, además, se posicionó como un aliado terapéutico para el tratamiento de muchas afecciones”.

Más acá, en 2013 fue nombrada la Latin American Agency of the Year según la revista The Holmes Report. El presidente global de la empresa, Donald Baer, se refirió al trabajo en la región de manera inquietante:  “Este es un gran honor y un reconocimiento al estupendo trabajo que nuestro equipo está realizando en América Latina, expandiendo nuestra presencia geográfica, fortaleciendo nuestra red y elevando el estándar de las relaciones públicas en esta dinámica región”. Sobre este desembarco pueden leerse los trabajos que BM ha hecho para petroleras como Shell, Repson y Chevron, y ya no tanto para gobiernos. Pasadas las dictaduras, sobre el estado mantienen una particular visión: “Todos los días, funcionarios electos y del ámbito  regulatorio toman decisiones que pueden poner en peligro la competitividad de una compañía o complicar la misión de una fundación sin  fines de lucro”.

¿Hay límites éticos a los clientes que su empresa puede aceptar? Pregunta el entrervistador a Bauer, titular de BM, en la entrevista. Bauer sienta el límite: “Hemos rechazados cuentas de gobiernos, o temas controvertidos, como el derecho al aborto”.

La otra Burson

¿Qué tiene que ver Bush con el “No a la mina” en Esquel?

En agosto de 1990, en el Congressional Human Right Caucus una niña de 15 años de identidad reservada, que decía trabajar en un hospital de Kuwait, relató que soldados iraquíes habían entrado al hospital y sacado de las incubadoras a 312 bebés. “Los dejaron morir sobre el piso de las baldosas”, apuntó.

Años después se supo que la anónima niña era, en realidad, la hija del embajador kuwaití en Washington, y la noticia de las incubadoras, una completa mentira. Entonces la invasión estadounidense a Irak ya estaba desparramada. El presidente George Bush había logrado con éxito convencer a la opinión pública de la necesidad de ir a una guerra con Irak, en parte gracias a la noticia que inventó la agencia Hill & Kwnolton.

En 2003 y en Argentina la asamblea auto convocada de vecinos de Esquel logró un plebiscito contundente: el 81% de los votos no quería a la minera Meridian Gold en la ciudad. Pero la empresa no se fue y organizó en cambio un congreso en el hotel Crowne Plaza de Buenos Aires que reunió a directivos, agencias de publicidad y periodistas para “dar vuelta a la comunidad”. Asistieron, entre otros, representantes de Braga Menéndez y Asociados, la agencia de publicidad preferida del kircknerismo.

Estos detalles que en general pasan desapercibidos pueden saberse gracias a la filtración de un audio de aquellas jornadas. Llegó a Esquel y hasta algunos programas de radio locales lo reprodujeron. En el se mencionaba que el plan para convencer a la comunidad – o, mejor, a quienes toman decisiones sobre- consistía en influir – mantener al tanto sobre todos los movimientos de la empresa- sobre el grupo de confianza del entonces presidente Néstor Kirchner: se nombraba a De Vido, Parrilli, Alberto Fernández. La empresa finalmente se fue, pero les dejó a cuatro pobladores y dos periodistas un proceso por violar el “secreto empresario” según es audio filtrado.

Hill & Knowlton es famosa también por diseñar las campañas de desinformación de las tabacaleras a mediados del 50. Su estrategia para contradecir la evidencia científica que relacionaba el tabaco a distintas enfermedades fue la creación de dos institutos denominados Council for Tobacco Research y Tobacco Research Institute. Desde allí emitían informes propios con científicos poco éticos que avalaban estudios que ocultaban más información de la que proveían.

Tal es la estrategia de estas empresas: no es mentira decir sólo una parte de la verdad.

La Universidad en la fábrica

La educación popular entra en la formación de futuros profesores. Desde la fábrica recuperada IMPA se gesta una nueva forma de enseñar y estudiar.

IMPA es una fábrica de metales y plásticos. Fue recuperada en 1998 por sus trabajadores, que pagaron hasta hoy 4 millones de pesos de deudas anteriores. El servicio de luz eléctrica está cortado desde entonces. Solo con su autogestión consiguen la energía para hacer funcionar la fábrica y el resto de la Ciudad IMPA. Los techos son altísimos. Hay agujeros en la chapa. Es enorme su estructura, como enorme su potencial. Por eso para resistir el desalojo, el ahogo financiero y hasta energético, la apuesta es llenarla de trabajo, de contenido y de gente.

A Vicente Zito Lema, “personalidad destacada de la cultura de la Ciudad”, poeta, militante, le plantearon allá por 2010 los trabajadores de la fábrica que querían continuar –ir más allá de- el centro cultural y el bachillerato que funcionan en la “Ciudad IMPA”.

-Queremos hacer una universidad.

-Que la primera sede sea IMPA.

-Que sea la Universidad de los Trabajadores.

-Que integre el Polo Educativo.

Algunos de los 44 trabajadores de la fábrica se graduaron del bachillerato que funciona ahí y piensan estudiar en la Universidad. “Hay espacios que están cerrados para los hijos de los trabajadores”, le explicaba el Vasco Murúa a Barricada TV, el canal que también funciona en ese edificio. “Desde la educación también se disputa el discurso hegemónico”, seguía. Por eso eligieron que los cuatro profesorados (biología, matemática, lengua y literatura e historia) que funcionan desde 2013 utilice la teoría de los grupos y la metodología de la educación popular y trabajen bajo la perspectiva histórica del movimiento obrero.

La materia Trabajo: Función, historia y organización, antes de que se crearan las carreras, era un seminario. Hoy atraviesa a todos los estudiantes de la UT, pero está también abierta a quien quiera ir. “Desde el punto de vista de la cátedra, el trabajo es algo constitutivo del ser humano, ya que es el proceso por el cual el hombre se constituye como tal. Mediante el trabajo, el ser humano es capaz de transformar la naturaleza, permitiendo desplegar su potencialidad natural. Es algo exclusivo del hombre que no posee ningún un otro ser vivo, y es a través suyo que le hombre subsiste”, expone Nicolás Espósito, desde un punto cualquiera del círculo que forman estudiantes, docentes y coordinadores de grupo. Abre el juego a preguntas, comentarios y se forman grupos  conformados por estudiantes y coordinadores para seguir relacionando la clase con la vida cotidiana. Alicia, estudiante del segundo año del profesorado de lengua y literatura, supo explicar para qué: “Así nos entendemos más”.

IMG_8625El comentario no surgió de un repollo. . “A mí me tuvieron toda la vida así”, y aprieta el puño contra la mesa y machaca. “Aplastada”, dice. “Me dan 30, 40 años y tengo 60”. Le diagnosticaron un retraso madurativo. La psicóloga le recomendó estudiar en el bachillerato de Córdoba y Gallo. “Ahora que estoy acá, me doy cuenta de que puedo”. Después de que le dieron el título, Alicia se inscribió al profesorado de Lengua y Literatura de la Universidad de los Trabajadores en IMPA. Raúl quería estudiar. Vio carteles en la calle y empezó. Llegó acá, pero podría haber sido a cualquier lugar. “Tuve varias experiencias educativas, pero esta es la más linda”, dice. Está por cumplir 59 años.

-El ambiente es distinto. Nunca había tenido una pareja pedagógica. Es muy interesante. Los profesores son muy competentes- empieza Raúl.

-Son muy inteligentes. Saben contener mucho a las personas- enfatiza Alicia.

-Somos pocos, entonces en las clases se participa mucho. Con los dos docentes, se arma una linda comunidad. Le da dinámica a la clase.

-¿Se imaginan enseñando?

-Alicia: Tanto como enseñando no sé. Pero me siento una persona completamente distinta a la que era antes.

-Raúl: En el sistema formal, no creo que tenga oportunidad, por mi edad. En el informal -ni escuelas públicas ni colegios privados-, tal vez sí.

La única estudiante de biología cuenta sus tropiezos para explicar cómo llegó a la UT. Trabajaba en Capital, vivía en Tigre y estudiaba en San Miguel. En el Joaquín V. Gonzalez, había una materia con horario único que se pisaba con su horario de trabajo y le trababa la cursada.

-¿Y acá?

-Acá respetan tus tiempos, tus formas de aprender. Todos los profesores siguen viniendo porque yo quiero cursar. Estamos sosteniendo entre nosotros la carrera. Me están mostrando que les intereso. Puedo preguntar sin sentirme una tarada.

Como en el bachillerato los docentes cobran salario, el aguinaldo es donado para recursos necesarios.

Uno de los objetivos de la Universidad es poner al acceso de los trabajadores la educación de nivel superior.

-Si bien la mayoría de nosotros –dice Voboril, como docente- estudiamos en la universidad pública, lo hicimos trabajando. La universidad no pone en consideración las dificultades de una persona que trabaja y estudia. Nosotros pensamos una formación de nivel superior de calidad pero accesible para una persona atravesada por el mundo del trabajo. Por eso funcionamos en el horario vespertino, por eso la flexibilidad a la hora de recibir un trabajo práctico”. Es una oferta de continuación, también, para los graduados de los profesorados. “En ese proyecto de querer terminar con los últimos años de secundaria, se ven invitados a seguir con la orientación de educación y popular. Cada docente que se gradúe es pensado como un multiplicador de la educación popular. En nuestros diez años de trabajo, tenemos qué decir sobre esta modalidad”.

-¿Y con esta fábrica, como recuperada, qué relación le cabe a la Universidad?

-Ideológicamente coincidimos con la crítica al sistema que plantean los trabajadores al tomar una fábrica cuando el patrón la abandona. Nosotros también construimos conocimiento con esos trabajadores. Estamos todos atados a un mismo destino que es el de los trabajadores.

Educación popular- Educación tradicional

Paula, profesora de antropología y vecina que había acompañado durante las pasadas situaciones de inminente desalojo: “Todas”, responde consistente cuando le pregunta qué diferencias ve entre la forma de enseñar que le permite a ella la Universidad de Buenos Aires y la de la UT. “El alcance de la UBA es cada vez menor por nuevas universidades. IMPA cada vez crece más. En la educación popular, la relación de construcción es constante, no de llegar, estudiar e irse. El espacio da contexto. Este espacio no permite que haya solo reproducción de ideas. Permite saberes que se relacionen con la realidad para poder transformarla. Saberes que se construyan con los estudiantes, por más que haya diferencias de trayectoria entre educandos y educadores.

Estado garante

El bachillerato tardó ocho años en entregar títulos. Después, incluso, de eso, consiguieron los salarios para los docentes. Con la UT, presentaron  todos los papeles que les piden. Usaron un plan de estudios conocido para que no pudiera ser un impedimento.  “A cada respuesta del Estado siempre hay respuesta nuestra. Nosotros, mientras tanto, trabajamos, hacemos funcionar el profesorado. Hay gente que está siendo evaluada, hay gente construyendo conocimiento, hay gente que garantiza esas clases. Así vamos torciendo las decisiones del Estado. Lo irónico es que el Estado conoce cómo trabajamos con los bachilleratos, entonces ya sus mismos funcionarios nos plantean que tenemos que hacer lo que nosotros, por iniciativa nuestra, habíamos hecho con el bachillerato: arrancar como privados porque es más rápido y después entrar como gestión estatal. La única manera que conoce el Estado para crear una de gestión estatal, es crearla él. La tensión que se genera es que no podemos garantizar, como nos dice la ley, un año de salario docente”.

-Para nosotros el Estado es un garante del derecho a la educación -arranca Laura Voboril, docente de la Universidad de los Trabajadores, en la fábrica recuperada IMPA-.

-Y al trabajo: esa también es una definición -completa Eugenia Kessler, colega en el profesorado de literatura y, como Laura, parte de la Cooperativa de Educadores e Investigadores Populares-.

-No lo hacemos de onda porque somos re copados.

-Somos trabajadores de la educación.

-¿Y el frío? ¿Cómo aguantan el frío de estudiar en semejante fábrica?

Raúl muestra dos pares de medias.

Alicia cuenta el secreto: “Eso del mate dicen que lo hacen a propósito. ¿Por el frío? No. Así las personas se van amigando unos con los otros. Yo pensaba que era de casualidad que nos hacían tomar mate. Pero no. Es a propósito para que nos vayamos conociendo”.

Hacia el Vaticano

Las peregrinaciones de la vida que llevaron a Silvio, guitarrista en el Gran Chaco boliviano, a ser sacerdote palotino, recorrer Latinoamérica y hoy estar viajando a Roma. “A pesar de estar en la fiesta, decidí este camino y no estoy arrepentido”.

A Silvio lo conocí en el quinto piso de la Facultad de Filosofía y Letras, en Puán. Era mi compañero de cursada del nivel I de Italiano. Ya a la primera ronda de nombres y de motivos por los que nos acercamos al Laboratorio de Idiomas de la UBA sorprendió por su tono pausado para hablar y por sus razones. Silvio -dijo- es boliviano, es cura y quería aprender italiano porque en la última semana de junio viajaba a Roma, al Vaticano, para profundizar sus conocimientos en la religión durante los próximos dos años. Tal vez la memoria falle, pero creo que en 25 años ateos de vida nunca había cruzado palabras con un cura.

A medida que las clases avanzaban, descubría más detalles: su rosario, su morral con la inscripción “Soy Misionero”, que no usaba cuaderno para anotar los ejercicios, sino una agenda de la Virgen María. Una de esas clases nos tocó sentarnos al lado. El profesor dio un ejercicio para hacer de a dos: uno entrevistaba y el otro respondía como si fuera un famoso a elección. En italiano, claro. Yo elegí ser Carlitos Tevez y él me interrogó. Después de esa charla desopilante, salimos juntos de la Facultad y a medida que caminábamos siempre hacia el mismo lado nos dimos cuenta que vivíamos a dos cuadras de distancia. Un mes después de ese reportaje lúdico, yo lo estaba entrevistando a él en un hogar en Parque Chacabuco, donde vivía junto a la comunidad de palotinos que dependen de la iglesia Santa Isabel de Hungría, en Estrada y San José de Calasanz. Detrás de Silvio hay una biblioteca con muchos libros. Sólo leo títulos que tienen que ver con lo religioso, aunque él cuente que también ha leído a Julio Cortázar y Ernesto Sábato.

IMG_8506-¿Cómo te acercaste a la religión?

-Bueno, no recuerdo aquel día ni cuándo fue exactamente. Tenía 20 años y pico cuando sentí este llamado de seguir a Cristo, allá en mi pueblo en Bolivia, en Monteagudo. A partir de un encuentro que se hizo en la ciudad, un encuentro juvenil, en el que se tocaba el tema de la realidad nacional y se hacía una relación con la vida espiritual. Cómo a partir de la realidad, la palabra de Dios era capaz de iluminar el presente. Me gustó y fui comprometiéndome como animador de otros jóvenes. Y ahí sentí más fuerte ese deseo de estar con la gente, de ayudar a los que más sufren. Me decidí a entrar a la parroquia, a hacer una experiencia. Entré a la comunidad de los palotinos, a la que pertenezco. Se me invitó a una experiencia de aspirantado. Después me tocó partir.

El poblado de Monteagudo se llama así por Bernardo de Monteagudo, el revolucionario argentino clave en los procesos independentistas de Sudamérica. Queda en el sudeste boliviano, en el Gran Chaco, y tiene unos 10 mil habitantes. “Es un clima subtropical. Gente muy buena, otro modo de vivir. Una ciudad del interior que es más tranquila, no mucho acelerada”. La capital departamental es Sucre, que está a 326 kilómetros, pero se tarda unas ocho horas en auto porque menos de un tercio de la ruta está pavimentada. De ahí al Vaticano se fue Silvio. “Es un camino inesperado. A veces yo me sorprendo. Lo atribuyo al Señor. Él quiere algo para que yo pueda servir mejor. Esperemos que así sea”, desea.

Antes de esa llamada, Silvio llevaba en su recuerdo los domingos de misa junto a sus padres y sus siete hermanos. Eso, claro, también jugó en su elección. “Aunque después en la adolescencia uno como cualquiera está rebelde y no quiere saber nada”, comenta. En un pueblo subtropical de 10 mil habitantes, para alimentar ocho bocas hay que dedicarse a la agricultura: mandioca, maíz, cereales, de todo. En eso trabajaban sus padres, que también eran artesanos del cuero. En Monteagudo, Silvio es más conocido por su carrera musical que por su formación religiosa. Con sus tres hermanos varones –René, Sabelio, Juan-, formaron un grupo folclórico que aún sigue siendo la sensación del pueblo: Los Coyuyos del Sauzal. Guitarra, bombo, violín y voz. Cueca y chacarera. “Fue un grupo importante a nivel nacional, en Bolivia. Ahí estaba metido con la música y toda esa experiencia, pero también estaba un poco metido con la Iglesia y la palabra de Dios. A pesar de estar en la fiesta y de estar en ese ambiente, decidí este camino y no estoy arrepentido”.  Los Coyuyos del Sauzal sacaron cuatro discos: Amor Chaqueño, Violín Criollo, A La Patria y Los Couyos del Sauzal Volumen I y II.

A tres días de viajar a Roma, Silvio se toma un termo entero de mate en la cocina del hogar palotino, mientras un extraño le pregunta y repregunta su historia de vida y detalles de la actividad religiosa. Es tímido, huidizo y de pocas expresiones. Pienso –generalizo- que tal vez son rasgos típicos que se repiten en la cultura boliviana, acaso por la opresión de siglos, en la que tanto tiene que ver esa misma cruz que cuelga del cuello de Silvio. Él descarta lo de la timidez: “En Bolivia hay diferentes modos de ser. En el altiplano son más introvertidos, o más callados, mismo por el cima. En Oriente, en Santa Cruz, es gente más entradora. Mi zona también es diferente, más de hablar, de sacar las cosas hacia afuera”. Tal vez no se le transparentan los nervios por conocer un nuevo idioma, una nueva ciudad, un nuevo país, un nuevo continente porque no los tenga. “Estoy jugado a lo que venga. Sé que va a ser exigente, pero también estoy abierto a lo nuevo. Me voy a conocer un poco más de la actividad palotina, de la misión. A compartir con otras culturas del mundo. Otra experiencia pastoral, de misión. Allá nació la comunidad palotina, creo que encontrarme con los orígenes va a ser muy bueno, va a alimentar mi espiritualidad”, explica.

O acaso lo que hace que Silvio no se ponga nervioso antes de partir a la ciudad a la que conducen todos los caminos es que está ante otro destierro más en su vida. Desde que terminó el aspirantado en la parroquia de Monetagudo, lleva 17 años cambiando de hábitat. En el 97 llegó a Argentina, a Lavallol, en la zona Sur del Gran Buenos Aires. Después de dos años de desarraigo se empezó a preguntar si esto era lo que realmente quería para su vida. Entre las dudas le apareció la posibilidad de hacer una experiencia con los monjes benedictinos, en Victoria, Entre Ríos, durante otros dos años. “Fue una experiencia de espiritualidad. Después de esos dos años volví a Lavallol con los palotinos, porque ya estaba más firme en lo que quería hacer”.

-¿Y cómo fue pasar de un pueblo de 10 mil habitantes del interior boliviano a Buenos Aires?

-Un cambio fuerte. Interesante. Primeramente la cultura, y todo era distinto. No me sentí bien. Me costó casi medio año que estuve con el desarraigo, no conseguía abrirme a los demás. Poco a poco me fui adaptando. Me iba de Lavallol a Almagro, todos los días. Colectivo, tren. Fui conociendo un poco más el modo de vivir y me gustó. También me hice muchas amistades, familias que me ayudaron en todo este proceso. En Lavallol iba por los barrios y tocaba un poco de música, de canto, para compartir un poco la vida.

Entre la experiencia en Victoria y el regreso a Buenos Aires, Silvio pasó unos meses en Bolivia. Volvió a Buenos Aires, cuando la ciudad ardía en el 2001. Si había un momento para entregarse al camino de Dios, era ese. Partió hacia Brasil, hizo la experiencia del Noviciado en el Brasil, en Cascavel, una ciudad del Estado de Paraná. A dos horas de las Cataratas del Iguazú. “Hice el noviciado espiritual allí, estudiando y ampliando –rememora- la visión de la vida religiosa. Fui sin saber portugués, y al mes ya hablaba algo. Me fui adaptando, como en Argentina la primera vez”. A los dos años, otra vez, armó las valijas: Santa María, Río Grande do Sul. Facultad de Teología y Filosofía de los Padres Palotinos. “Es un convenio para estudiar juntos y tener una amistad latinoamericana. Ahí concluí los estudios de teología, que son cuatro años. Me ayudó bastante”.

-¿Ustedes en la facultad, por ejemplo, además de la teología estudian la Historia Latinoamericana?

-No me acuerdo bien. Estudiamos también administración. No se estudia eso, tenemos la historia de la iglesia latinoamericana, pero como materia no tenemos Historia.

Después de los cuatro años de Facultad, le tocó volver a Buenos Aires. A Caballito, a hacer el pastorado en la Iglesia Santa Isabel de Hungría, en San José de Calasanz y Estrada. Dos años de misión para luego volver a Monteagudo para hacer la oración sacerdotal, que es la consagración perpetua. O sea: para toda la vida. Allí volvió en 2008. Once años después de partir como el guitarrista de los Coyuyos del Sauzal, volvía como el cura del pueblo.

-¿Cómo fue volver a tu pueblo donde eras el músico para ser el sacerdote?

-Sí, fue difícil. La gente se sorprendía porque todos me conocían de cantor. Ahora de sacerdote era otro peso para muchos, pero había respeto. Me apoyaban. Sentía eso yo. Estuve hasta 2011 ahí en mi parroquia. Me pidieron que vaya a colaborar a Montevideo. Estuve dos años allí. Y este año volví acá porque en Bolivia cerramos la parroquia para entregar la diócesis, porque éramos pocos los palotinos. Asumieron otros.

Por mi desconocimiento sobre el cristianismo, las preguntas surgen de a decenas. Pero la culpa no es sólo un concepto católico y hay varias que por timidez o cobardía elijo no hacer. Otras, se dejan soltar. Como cuando le pregunté por la prohibición del sexo para los sacerdotes: “Es una opción libre. Yo lo tengo claro. No es mejor ni peor, sino distinta: tiene sentido si yo pongo a Dios en primer lugar en mi vida. Sino no tendría sentido esto”. Y otra:. ¿de qué vive un sacerdote, quién le pagó todos esos viajes, toda su formación?

-O sea no tenemos salario pero para lo necesario hay. La gente colabora, pero salario no tenemos. Es una caja común que con las necesidades se va usando para los servicios, como cualquier otro. Ahora no me pago el pasaje, ni nada, me lo paga la comunidad. Y allá se hacen cargo también de las necesidades: tampoco necesito gran cosa.

En una de las primeras caminatas al salir de Puán, Silvio me explicó que él era palotino y en qué se diferenciaba eso de los jesuitas, los benedictinos y las demás congregaciones. Palotino es un término que me hacía acordar a la última dictadura, le dije. Me respondió con  la canción de León Gieco. La Memoria, que habla de los asesinatos de los padres palotinos y de Monseñor Angelelli. Qué pasó, pregunto. “Algo sé, no tan a ciencia cierta. Vivían allá en San Patricio, por Belgrano. Estaban comprometidos con la gente del barrio, quizás en alguna celebración hablaron en contra de los militares. Y ellos se tomaron revancha. Los mataron ahí mismo, los acribillaron una noche. Tres sacerdotes y dos seminaristas, si no recuerdo mal. Fue una revancha que hicieron, algunos dicen que estaban metidos en grupos subversivos, pero no creo que sea tanto. Quizá porque ellos estaban a favor de la verdad, de la paz, o porque no creían en las cosas que se hacían en ese tiempo. Y para callarlos los mataron. La causa sigue en investigación, pero como todo, aun no se descubre”. En la Iglesia de San Patricio, los milicos pintaron una frase: “Esto les pasa por envenenar la mente de la juventud”.

-¿Vos como sacerdote tenés conocimiento de que hay acusaciones a la Iglesia como institución o a gente que ha formado parte de la Iglesia y que tuvo complicidad directa con la Dictadura? ¿Cómo se entiende eso desde la fe?

-En realidad yo escuché comentarios, pero no conozco muy bien. No podría opinar. Lo que decimos de acuerdo a los documentos de la Iglesia es que cada cual responde por su conciencia. Nadie puede juzgarlo, solamente Dios. En ese sentido cada quien le tendrá que dar cuenta al señor de lo que está haciendo, como todos, si está haciendo algo mal.

-¿Hay alguna experiencia que te haya marcado mucho en el trato con el otro?

-En general se interpela mucho el sufrimiento de la gente. A veces uno siente la impotencia de no poder hacer nada. Desde la fe creo que ayudé a varias personas a que salgan de su situación. A veces las personas ven una parte de la vida y no logran ver todo, entonces he podido ampliar su visión, ayudarlos con eso. Hay muchos que se acercan por problemas con el matrimonio. Y charlando por qué muchas veces se soluciona. A veces hacer que ellos vuelvan, que se reconcilien es una experiencia de las más gratificantes. Me pasó muchas veces eso, sobre todo en Brasil. La fe te aparece en esos casos, porque la gente a veces se ahoga en un vaso de agua. No son problemas tan grandes, sino que no pueden ver un poquito más allá. Son empecinados en lo que piensan, están encerrados. Y uno lo ayuda.

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