Archivo por meses: mayo 2014

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Como una fábrica recuperada, pero un colegio. El Nuevo Guido Spano fue cerrado por sus dueños y tomado por docentes y padres que formaron una cooperativa. Ya llevan cuatro meses funcionando.

Cuando los docentes pisaron por última vez el colegio, pensando en cómo disfrutar próximo mes y medio de vacaciones, jamás imaginaron que aquél 31 de diciembre tendrían que cambiar los festejos de año nuevo por asambleas para defender sus puestos de trabajo.

Los padres ya habían pagado la matrícula para el año siguiente; los profesores ya tenían los horarios de los cursos a su vuelta; pero las autoridades comenzaron a desvalijar la institución sin notificar a alumnos, padres ni profesores: “Nos enteramos por la tele, donde vimos que se estaban llevando el colegio en camiones”, relata Javier Lamónica, docente de la secundaria y presidente de la flamante cooperativa. “Ahí hubo una primera intervención de los padres que agarraron y bajaron lo que se estaban llevando”.

Desde ese momento comenzaron las decisiones más importantes del cuerpo de trabajadores del Guido Spano: el primer domingo del 2014 se juntaron para analizar qué hacer, y surgió la posibilidad de conformar una cooperativa. “Yo les había mandado a los compañeros una tesis sobre cooperativas, y ahí arranca todo”, comenta Javier. Pero desde las autoridades porteñas las señales eran más que sombrías ya que la Dirección General de Escuelas de Gestión Privada (DGEGP) estaba organizándose para reubicar a los chicos en otros colegios –en plena crisis de vacantes-, a la vez que para atender la situación de los profesores se pensaba en crear una comisión centralizadora de currículums para también derivarlos a otros espacios. Es decir: la maquinaria estatal de vaciamiento ya estaba en marcha también.

IMG_4534-2Mientras tanto, el cierre de la escuela se hacía público en los grandes medios de comunicación, por las características del colegio, lo que forzó a la respuesta efectiva y rápida de funcionarios. Javier nos cuenta aquellas jornadas maratónicas: “Tuvimos un primer encuentro con el Ministro de Educación Esteban Bullrich, donde se empezó a ver que íbamos a tener algún apoyo; paralelamente, el 9 nos conformamos como cooperativa, haciendo el acta constitutiva”.

Los dilemas técnicos: “Primero, íbamos a mantener el edificio, primero. Nos costó mucho llegar con la entidad propietaria y cuando firmamos el contrato, el problema pasó a ser que no nos levantaban la clausura del edificio.

Los dilemas humanos: “Después veníamos corriendo con no perder la matrícula, así que tuvimos que mantener los ánimos bien arriba para que los padres no se cansaran de esperar y anotaran a los chicos en otro colegio”.

¿Cuál fue la reacción de los profesores y padres ante el posible cierre?

Desde un principio fue bastante colectivo, todos vieron en la cooperativa un proceso viable para mantener la fuente de empleo, que fue ayudado por la rapidez con que actuaron los organismos públicos. Además, nosotros caímos justo con la última resolución del INAES que permite aportar al régimen general en vez de ser monotributistas, e incluso dimos un pasito más trabajando con la DGEGP, ANSES, AFIP para poder seguir pagando al régimen docente, manteniendo la antigüedad docente y la jubilación docente, más que nada la primera, siendo muy importante para los profesores. Del total de la cooperativa, se fueron solamente 10 personas sobre 60. Pero fue todo sumamente difícil por lo acelerado del proceso. Uno no toma conciencia hasta que te das cuenta que ya pasaron 4 meses.

-¿Y los padres?

Su participación se notó mucho. El puntapié inicial lo dieron ellos con un grupo de docentes, al impedir que se llevaran los inmuebles. Siempre estuvieron muy atentos, dándonos asistencia profesional: los dos abogados que más nos acompañaron eran papás. También lo que tuvo que ver con la limpieza del edificio y con la decisión que conformábamos una  cooperativa de trabajo. De una matrícula de 280 alumnos, nos quedamos con 270 chicos.

-¿Estaban familiarizados los docentes con lo que era formar una cooperativa?

Poco. Una cosa es tener el marco teórico, pero otra es llevarlo a la práctica, la dinámica cotidiana. El compromiso con las actividades diarias, el ejercicio democrático es una situación tensa, difícil de aprender, que te enfrenta a una situación que uno no está preparado. El docente, encima, es un profesional muy autónomo; el aula es su lugar. Y ahora tener que hacer una asamblea extraordinaria un sábado, que dura cinco horas, aprender a argumentar, contra-argumentar, a bajar los ánimos. Es una tarea continua de aprendizaje.

Mauricio Carlos Gastón Sánchez era el presidente de Guido Spano S.A y Fernando Sokolowickz de Baldoma S.A –y además uno de los dueños de Página 12-. La primera sociedad anónima administraba la institución, la segunda S.A al edificio. Estos dos nombres habrían alargado la lista de empresarios que, defraudando a los trabajadores y clientes, habrían cerrado otra fuente de trabajo. Sin embargo, esta experiencia muestra cómo la recuperación está pasando a ser una opción más que viable entre los trabajadores, en este caso, docentes.

El colegio Guido Spano se mete en un movimiento que cuenta con más de 300 recuperadas, con más de 13 mil trabajadores que las componen, y erigiéndose como una alternativa de futuro frente a modelos agotados.

-Si mantienen el edificio, a la mayoría de docentes y alumnos, ¿es una experiencia exitosa?

El primer objetivo lo logramos, que fue el de mantener las fuentes de trabajo. Y a cuatro meses seguimos funcionando, organizados y aprendiendo.

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Despatriarcada

María Galindo, feminista boliviana y fundadora de Mujeres Creando, presenta su libro «¡A despatriarcar!». Critica el discurso de la inclusión e invita a la rebelión: «no queremos estar dentro del sistema, queremos cambiarlo».   

“Yo creo en el conflicto, no creo en la armonía. No soy capaz de generarla y a veces ni de entenderla. Propongo aprender a trabajar desde la bronca y la rebeldía”.

Estas palabras salen de la boca furiosa de María Galindo, autora de “Ninguna mujer nace para puta” y fundadora de Mujeres Creando, movimiento feminista boliviano que irrumpe en el espacio público para ejercer la libertad de manera creativa y para desafiar los lugares habilitados por divisiones de sexo y género. Con sus intervenciones, han convertido al graffiti en una estrategia de lucha para el cambio social.

María lanza su grito a media risa, en una expresión que se completa con ojos ardidos y penetrantes. Se sabe provocadora, no se guarda ningún reproche y aprovecha cada oportunidad para incomodar. Lo sabe y lo busca. Después de todo, ¿qué mejor lugar para la emergencia del pensamiento que la incomodidad? Su presencia siempre genera expectativas y unos cuantos tumultos. Por donde pasa, incita a la confrontación. Espera, desde ahí, construir. “Soy conocida por confrontacional. Me gusta discutir cuerpo a cuerpo y así hermanarnos”. Estuvo en Buenos Aires por la presentación de la edición argentina de su último libro: “¡A despatriarcar! Feminismo Urgente”  (lavaca editora) y la primera parada fue en Mu. Punto de Encuentro. El feminismo, desde esta perspectiva, no es luchar por los derechos de las mujeres, no pasa por el reconocimiento del Estado, sino que es la capacidad de subvertir la sociedad, de transformarla a partir de entender a las mujeres como un sujeto político. El feminismo, en la lengua de Galindo, es la rebeldía permanente.

Rebeldía en movimiento

– No pertenecemos a la generación latinoamericana de los que se resignaron con Evo Morales, Cristina Kirchner, Dilma Rousseff, Hugo Chavez. Somos una degeneración. Porque sabemos que resignarnos es conceder la prolongación del modelo neoliberal. Eso con lo que se conforman es una política disciplinadora, aplanadora y aniquiladora de nuestros sueños y utopías. Estamos en un momento duro para la lucha social, no podemos conciliar. Y ninguna lucha social tiene relevancia si no es en primera persona. Las mujeres, de forma invisibilizada, nos venimos rebelando contra las estructuras de dominación, de forma colectiva, social, cultural y política. Es una especie de latencia social, son formas de desobediencia profunda que están desafiando raíces del patriarcado.

María Galindo convierte cada toma de palabra en una oportunidad para una convocatoria a ponerse en movimiento: “Es muy importante potenciar esa rebeldía. Podemos ser peligrosas, rompiendo el silencio, tomando la palabra en primera persona. Desmontando uno a uno los lugares con los que nos edulcoran la vida. Las Mujeres Creando hemos construido lenguaje, hemos producido cultura y escenarios. Estamos llenas de contradicciones, pero no somos funcionales a nadie. Y eso nos vuelve una voz relevante”.

No se puede descolonizar sin despatriarcalizar

“La despatriarcalización la pienso como un corredor por donde escaparme de esta mierda. Funciona como horizonte, porque plantea una posibilidad de desestructuración del conjunto de las relaciones de dominación de la sociedad. Es una plataforma donde bailar, burlarnos y zafarnos de la política de cooptación del Estado, de las ONG’s y los organismos internacionales”. Habla de igualdad, pero desmiente el discurso de la «inclusión»: «no  buscamos estar dentro del sistema; lo que queremos es cambiarlo, poder pensar en otro sistema y en otras formas de organización de la sociedad».

La demanda no es por derechos, no es para pedir un pedacito dentro del sistema, sino trabajar para desmontarlo. En relación a esto, María ataca a lo que llama una “tecnocracia de género” que se viene apropiando de las luchas del feminismo en las agendas de los organismos internacionales y los gobiernos. Denuncia el carácter retórico de la mayoría de las leyes – como las leyes contra la trata, que “solo sirve para perseguir a las putas” – y el carácter vacío, singular, infértil de “la mujer”, como sujeto de esas políticas. En su libro se lee:

– Las oenegés fueron un instrumento útil de desmantelamiento del movimiento feminista latinoamericano y fueron parte del proyecto neocolonial de construir una relación entre género y mito del desarrollo, fueron el espacio de desfiguración del sujeto mujeres, manejando subterráneamente un discurso generalista en torno a “la mujer”, discurso que sirvió para camuflar privilegios de clase y sirvió para banalizar la idea de “la mujer” bajo un referente biológico simplificado y vacío.

María, en este campo de disputa conceptual, insiste en transformar y subvertir el uso del leguaje y en “inventar palabras para nombrar la lucha”. Desde su proyecto, entiende al patriarcado como la matriz de opresión más profunda de todas las sociedades y los sistemas políticos y económicos, como la estructura sobre la cual están construidas las jerarquías sociales. El feminismo, entonces, aparece no como una mera opción alternativa, sino como un cuestionamiento profundo de un sistema de relaciones de poder, del patriarcado en tanto institución, cargado de mecanismos de interpelación y normalización de las expresiones de género, sexualidad y afecto.

La propuesta surgió en un contexto social e histórico específico: el del auge del discurso de la descolonización en Bolivia, protagonizado por el Movimiento al Socialismo (MAS) y el Presidente Evo Morales. Galindo apunta sus cañones y denuncia el rasgo masculinizante de las estructuras coloniales, posibilitada por el ensamblaje con estructuras patriarcales pre-coloniales. A su vez, inscribe en esa misma lucha la demanda por la despenalización del aborto, entendido como forma de colonización del cuerpo de las mujeres por parte del estado patriarcal. El lema de Mujeres Creando fue: “Es impensable ningún cambio social profundo que no tenga un análisis de las estructuras patriarcales de una determinada sociedad. En el caso del proceso boliviano, nosotras decimos que: NO SE PUEDE DESCOLONIZAR SIN DESPATRIARCALIZAR”.recuadro-galindo

La relación con el gobierno ha sido tensa desde sus inicios: para la comitiva oficial de asunción de Evo, Mujeres Creando organizó la primera muestra de Ninguna mujer nace para puta e incluyeron “fotos de la autopsia de la última muerta que habíamos tenido” al grito de “no hay libertad política sin libertad sexual”.  Desde ese entonces, se han mostrado críticas a las políticas del MAS. A la presentación de su libro en la exposición ArteBa, Galindo fue con una banda presidencial boliviana con la inscripción “EVA”. Para ella, los sucesos ocurridos en el 2003, con la radicalización de los movimientos sociales y el cuestionamiento al monopolio de la representación política por parte de los partidos (fenómeno conocido como “Guerra del Gas”), abrieron un proceso profundo, histórico e irreversible, que “no tiene dueño”. Confía en que lo más “peligroso” para el sistema son las nuevas formas de construcción y de comprensión de la representación política que emergieron. “Los lugares donde se construyen ideas y pensamiento son los movimientos”.

Alianzas insólitas

Alguien dice de Galindo que es de esas personas a las que no se les escapa nada, siempre atenta a todo. Y eso, claro, se refleja en su agudeza para los análisis políticos, que no siempre caen en gracia y en general, acrecientan las filas de sus enemigos. Pero es en una de las batallas en la que encuentra menos eco: su crítica a la construcción política basada en las identidades:

– En América Latina, hay como una euforia de esos lugares identitarios, que son productos neoliberales. Generan discursos fragmentados, egocentrados, homogeneizantes e insuficientes para constituir acciones transformadoras. Como una pequeña jaula autoafirmativa, que no permite ver las complejidades de las relaciones sociales. No existe un ser humano social habitado por una sola identidad. Y ninguna identidad es rígida y única. Lo subversivo no es ser lesbiana. Las identidades no son subversivas. La capacidad de construir alianzas insólitas es lo subversivo. Yo soy enemiga del encierro en los discursos identitarios porque no interpelan el sistema en cuanto sistema y no se reconocen las articulaciones. Lo incómodo es estar juntas. Por eso decimos: “Somos indias, putas y lesbianas. Juntas, revueltas y hermanadas”. Las rebeldes somos las aliadas. Yo me voy al infierno con mucha gente.

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Primo de la calle

 ¿Qué hay detrás de una pintada? Para Sasha y Nicolás, las manos de Primo, se trata de que el arte “sea público y democrático”. Le escapan a clasificaciones de mercado: “mientras más violento, mejor”.

Sasha y Nicolás tienen un saludo de cuando eran chiquitos: ponen sus manos una sobre la otra y, sin tocar sus palmas, hacen danzar los dedos hasta que unos rocen a los del otro. No hay ritmos ni secuencias que respetar: cada saludo es uno nuevo, como salga. Es el no-tan-popular Ugiti Ugiti Ugiti y lo aprendieron de los Rocket Power, dibujito animado que se pasaba por Nickelodeon en 1999 y que pintaba la vida de cuatro muchachines amantes de los deportes callejeros y extremos. Nico y Sasha hacían el saludo, cuando de niños, jugaban juntos al básquet y alguno metía un doble, o para festejar alguna ocurrencia adolescente en un bar. También lo hacen ahora, cuando miran jóvenes y contentos los murales que pintan. Ellos son primos hermanos y dicen que su vínculo de ambigua amistad y familiaridad se basa, por fin, en las más concretas de sus pasiones: el arte y la calle. Ellos, juntos y pintando y en la calle, son Primo.

IMG_4227En momentos donde se discute qué significan unos graffitis en un par de vagones nuevos, ellos elaboran algunas reflexiones que, más bien, invitan a pensar qué pasa cuando el arte abandona la galería, rompe las puertas del museo de un violento aerosolazo y sale a la calle para ser inevitable a los ojos. Guste a quien le guste.

Y a ellos, de hecho, les gusta mucho: “Nos interesa especialmente que llegue al que no lo está buscando, que el arte salga de los circuitos cerrados en los que vive, que lo puedan disfrutar todos, que todos puedan experimentar el cambio que produce la expresión artística”, dice Sasha. Insisten en que esté en la calle. “Que sea público y democrático”, agrega Nicolás.

La idea de Primo es agitarla. Y no, no sienten incomodidad alguna en asumir la virulencia de sus provocaciones murales: “No está mal que sea violento – dice Sasha con decisión –. Es más, mientras más violento, y no ofenda, mejor. Tiene que ser súper violento. Sin faltar el respeto, claro. Hablamos de violentar estructuras, no personas. Entonces, mientras más fuerte sea, más te mueva, más emocione el impacto, mejor. Que te marque. Y eso, quizás, se logra más en alguien que nunca fue a ningún museo”. Nicolás gusta de considerar todas las reacciones ante esa dulce fatalidad de que los murales sean vistos por los caprichos de los acontecimientos diarios: “No siempre la respuesta del otro es me gusta, me gusta y me gusta. Es parejo el promedio de gente que se queda mirando porque le encanta, la gente que pasa sin mucha atención y los que tienen total desinterés. Es loco, estamos en un lugar pintando hace horas, hace días, y alguno ni se mosquea: le chupa un huevo. Eso también es violencia, ¿o no?”.

La calle completa las obras de Primo, sin nunca acabarlas, para que el próximo que camine por esas baldosas pueda completar algo más. Así se va realizando la obra para siempre. La calle es, puede decirse, el tercer primo para Primo. “Lo que hacemos es arte colectivo por doble vía: somos dos cuando pintamos y muchos en la calle cuando miramos”, dice Sasha. Primo tiene algo misterioso: solo ellos saben quién pintó qué parte de los murales. El estilo es uno, integrado. La fusión es admirable. “El arte individual – complementa Nico – se cierra mucho en sí mismo. Por más que sea una expresión social, va a ser desde el punto de vista de uno solo. Cuando uno va a la calle y lo deja ahí es parte de todos. Siento que no es tan importante quién lo hizo, sino que esté, que sea para cualquiera”.

El arte de Primo tiene un estilo que se repite en cada intervención: les gusta pintar caras. Y si las caras son negras, mejor. El otro muchas veces se aparece como rostro: inmenso, desmesurado. No lo podemos abarcar. El otro, en definitiva, es una obligación, es violencia: hay que prestarle atención aunque no se quiera. Esto que sostenían algunos ensayistas del psicoanálisis y la semiótica, los Primo lo aprendieron bien sin jamás estudiarlo: “Tenemos mucha consideración en poder transmitir lo nuestro apuntando a la mímesis con la imagen – ensaya Nicolás – Muchos nos preguntan por qué Africa y culturas de distintas tierras. Creo que es más puro encontrar ese rostro, esa expresión. Es la manera más directa de llegar a alguien. Con la pureza, con lo que uno siente y se conecta. Siempre estuvimos de acuerdo con las caras y fue lo mejor, porque la devolución es real, como esas rostros que pintamos”. “Y el choque está buenísimo: con la cultura ‘blanca’ de la ciudad”, remata Sasha.

Nicolás y Sasha son dos pibes que dan la mejor primera impresión: no se puede decir mucho de ellos antes de que empiecen a hablar. Humildes, de pocas palabras y algo tímidos, si uno quiere ser prejuicioso no tiene de dónde agarrarse: ellos son una pared en blanco antes de empezar a pintarse con palabras. Y no les calienta mucho no encontrar los mejores colores para definirse ante los demás: “La tendencia a clasificar todo no nos va – se planta Nicolás –. Desde el vamos nos preguntan qué somos: si artistas callejeros, graffiteros, muralistas… Y, no sé, ante todo somos personas. Clasificarse es para que haya un prejuicio directo”.

Dentro del muralismo hay tantas tendencias, estilos y diferenciaciones que, a veces, parecieran caer en distinciones egoartísticas. Sasha sabe bien que esa no es la norma, pero, claro, giles hay en todas partes: “La necesidad de encasillar todo tiene que ver con el consumismo: si te gusta consumir algo tenés que saber qué es, definirlo. Nosotros queremos escapar de las definiciones y que miren las obras sin tener que definir qué somos. Eso nos permite experimentar cosas nuevas y no encerrarnos. El que se la da de capo de algo, de que hay que hacerlo así y que lo de los otros está mal, para asegurar pertenencia de grupo y no sé qué… Bueno, no queremos estar en ese lugar”.

Nicolás le cuenta a Sasha que graffitearon “Aguante Ortúzar” sobre la cara de uno de los murales que más les gusta. Uno que está, justamente, en Villa Ortúzar. Ninguno de los dos se calienta demasiado. Nicolás, mientras se saca fotos, ensaya con un aerosol verde: sin querer mancha el mural que tiene en el fondo de la foto. Sasha lo mira como diciendo “qué boludo”. Nicolás se ríe y le dice: “Menos mal que este todavía no lo firmamos”. Tampoco se calientan. Los Primo, como los Rocket Power, disfrutan de lo simple y extremo de no ser ni parecer nada que no sea lo que hacen: confuso, violento e incierto. A ellos y a muchos, aun así y por eso mismo, les merece un grato saludo.

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“Vamos a ganarles: Bosnia sale primera y Argentina segunda”

A días de su debut en mundiales, el fútbol absorbe todo en Sarajevo. Donde las muertes y las guerras se entrecruzaron siempre, hoy la pelota quiere eclipsar cada tumba de cada parque. 

En el comienzo del Parque Veliki, está esa sensación del pelotazo en la panza. En donde está escrito en bosnio algo que según la traducción en inglés dice “To Children of Sarajevo”, arranca la asfixia en la boca del estómago. A cien centímetros del suelo, empieza una breve explanada de cemento que hace que las manos, al tocarla, sientan terror y escalofríos por una réplica de una historia mucho más terrible y más escalofriante. Adentro de esa pileta de cemento duro, largan unas lágrimas que nadie se da cuenta que van a salir porque, de repente, ven en ese gris quieto montoncitos de pies de nenes y de nenas, tan desordenados como si quisieran escapar, que se acercan a dos piedras verdes y gigantes que simulan ser las palmas de una madre que abraza. En un costado, los testículos y los ovarios duelen desesperadamente cuando se lee en unos cilindros que ese es un monumento para los 3000 niños y niñas que murieron entre 1992 y 1996 en la guerra entre Bosnia-Herzegovina y lo que quedaba de Yugoslavia más Croacia, que las enciclopedias eternizaron como la Guerra de los Balcanes.

Sarajevo14-1967Son las 19, ya es de noche, hace frío y Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina, duele en cada paso.

En la esquina de ese Parque, un reloj gigante de Coca-Cola marca que cada vez faltan menos días, menos horas, menos minutos y menos segundos para que el Maracaná reabra sus puertas mundialistas cerradas desde el Marcanazo de 1950 y, en los pies de Messi y de Higuaín, le den debut a esta nación que, por primera vez en su historia, jugará una Copa del Mundo siendo sí misma.

Siendo: es decir, el día a día de ser.

Siendo los doloridos de una Sarajevo que todavía tiene edificios a los que se les ve el interior porque las bombas destruyeron su piel y que, en veinte años, no logró reconstruir una ciudad reventada en un ochenta por ciento en la guerra que llegó como consecuencia de la desintegración de la Federación de Yugoslavia en la que alguna vez mandó el Mariscal Tito –se separó en Serbia, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro y Macedonia-.

Siendo los desposeídos que conforman un territorio constituido por dos entidades -la Federación Bosnia-Herzegovina, que incluye a bosníacos musulmanes y a croatas católicos y la República Srpska, que es serbia y católica ortodoxa-, que tienen una bandera cuyo color se lo impuso la Unión Europea, que tienen un himno cuyas estrofas se las impuso la Unión Europea, que tienen un 44 por ciento de desempleo, cuyas realidades se las marca ser los olvidados de Europa.

Siendo los ilusionados que creen en los 193 centímetros de altura del enorme Edin Dzeko, figura del Manchester City, amigo del Kun Agüero, campeón de la última edición Premier League inglesa, que el domingo 15 de junio, contra Argentina, contra Messi, arrancarán la ilusión de ser el segundo del Grupo F, quedar por encima de Irán y de Nigeria, pasar a los octavos de final y darle algo de alegría a esta ciudad enrejada en tristezas.

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El Parque Veliki tiene algo que sólo tienen los parques de Bosnia y que la mayoría de los habitantes de este planeta calificaría de mal gusto: tumbas. Pero no, no están como en un corralón donde los vecinos dejan a los perros, simplemente aparecen desordenadas como para que cualquier despistado, de repente, pise equivocadamente y se sienta un traidor de Dios y de la muerte. No es un gesto egoísta del parque. Es patrimonio histórico de Sarajevo esa forma de mezclar el picnic con lápidas. Ya a finales del siglo XIX, el poeta serbobosnio Petar Kočić describió –en un relato que luego tomó el ganador del Premio Nobel, Ivo Andrić, para su magistral cuento “En el cementerio judío de Sarajevo”- esta característica de la ciudad: “Como bueyes de montaña, robustos y blanquecinos yacen los montones de piedra grande cuadrangular y, expuestos a las miradas procedentes de todos lados, se derraman al sol y reposan como en un sueño profundo”.

Ningún bosnio, aún así, se sorprende de eso. Tampoco lo hicieron los arquitectos que, en frente del Veliki, construyeron el gigantesco shopping BBI, con pantallas gigantes al estilo Nueva York. Y no pareciera ser despreocupación: porque en su sonrisa, en su amabilidad para explicar cosas como qué es el burek –una especie de tarta con mucho hojaldre y mucho aceite rellena de carne muy típica-, en sus altos niveles de seguridad y en su organización de un gran festival de cine en el que Brad Pitt suele ser figura, los bosnios parecen empujar la vida a pesar del dolor.

Sarajevo14-1762Y, quizás, por esa filosofía, es que delante de ese shopping y del monumento a los nenes caídos, el 15 de octubre de 2013 prendieron fuegos artificiales, sacaron los alcoholes a la calle, bailaron y cantaron hasta las seis de la mañana después de enterarse que Vedad Ibisevic, delantero del Sttutgart de Alemania, a los 68 minutos del segundo tiempo, hizo el gol más importante –hasta ahora- de la historia del fútbol bosnio y, en Kaunas, Lituania, venció a la selección que hacía de local, para clasificarse al Mundial de Brasil.

“Esa noche, acá ya fue como salir campeón del Mundo”, cuenta un guía turístico al que llaman Mou, pero no por el cantinero de Los Simpson, si no para acortar su nombre: Mohamed. No es bosnio, viene de Yemén, pero esta ciudad lo enamoró tanto que terminó celebrando los goles ajenos como propios. “Yo creo que no tenemos muchas chances para ganarle a Argentina, pero nos tocó un grupo accesible y quizás podamos llegar segundos y clasificar a la siguiente ronda. Eso sí que sería increíble”, analiza, mientras cuenta que, en Sarajevo, el principal deporte, además de los vinculados con los Juegos Olímpicos de Invierno –esos que en 1984 tomaron como sede a la capital de Bosnia-Herzegovina, pero de lo que queda apenas un pequeño museo, porque el resto fue destruido en los bombardeos de la Guerra-, es el ajedrez. De hecho, en la Plaza del Arte, donde hay esculturas de los grandes intelectuales del país, Mou cada tanto va con sus amigos a jugar al ajedrez gigante: un tablero armado a través de 64 baldosas donde muchas mentes opinan sobre cómo debe ser la estrategia de cada cruce.

Todo sobre una avenida que parece invitar a nunca olvidar un tiempo que, en comparación, fue hermoso, sobre todo, por una política económica socialista que no se alineó ni con la URSS ni con los Estados Unidos, pero que no rompió relaciones, que aprovechó los mercados y que distribuyó lo que había, con fuertes políticas sociales con eje en el trabajo, en la educación, en la salud y en la vivienda: la Marsala Tito.

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En 2012, en una ceremonia impactante, sobre la Marsala Tito se colocaron, en un nuevo aniversario de la Guerra, unas diez mil sillas que, sin que nadie se sentara, demostraban todos los cuerpos que faltan. En Sarajevo, hay un enorme esfuerzo por recordar. Apenas alcanza con caminar menos de doscientos metros de donde arrancaban las sillas, sobre la avenida Mula Mustafe Baseskije, para sentir que el mundo se parte en una panadería que, en la puerta, tiene una mancha de pintura roja, con una placa, que recuerda a los 26 vecinos que una mañana esperaban para comprar el pan y les estalló una bomba.

Manchas rojas hay, también, a una cuadra y a otra y a otra. Manchas en una ciudad repletas de manchas de la historia porque, desde la avenida Mula Mustafe Baseskije, se forma un camino por el que se puede desembocar en el Puente Latino, donde el 28 de junio de 1914, mataron al archiduque Francisco Fernando de Austria, asesinato que fue el detonante de la Primera Guerra Mundial y que, durante el próximo Mundial, llegará a su centenario. También se puede pasar cerca del reloj que separa la parte musulmana de la ciudad –construida por la influencia del Imperio Otomano en el siglo XV- de la que tiene un estilo arquitectónico más semejante al del Imperio Austrohúngaro que se puede ver –en Sarajevo con menos colchón económico- en Viena. Pero, sobre todo, se puede sentir esa fiebre mundialista que, en cada una cuadra, pone un cartel con fotos de Brasil, de Messi, de Cristiano Ronaldo y con ofertas para que todos viajen a alentar al equipo.

Todos son el fútbol. Todos son hombres que, cada dos cuadras, entran a locales donde específicamente se realizan apuestas deportivas, donde Messi y Neymar adornan las puertas, donde se apuesta por la liga bosnia, por la croata, por la española y, también, como marca una gran revista de apuestas deportivas de los Balcanes, por los partidos del Nacional B argentino, donde específicamente se puede poner la confianza monetaria que Facundo Parra hará un gol para el ascenso de Independiente.

Todos es, también, Alen, que trabaja en un hostel, pero que estudia managment deportivo y que asegura que en diez años será el representante del futuro Wayne Rooney sarajevita. En la recepción de donde trabaja, de madrugada, es capaz de verse el partido por el tercer puesto entre Croacia y entre Holanda en el Mundial 98. Eso lo vuelve un especialista y la especialidad lo tiene loco con la Copa de Brasil hasta volverlo un provocador: “Vamos a ganarles: Bosnia sale primera y Argentina segunda”. Y, aunque le cueste responder cómo van a hacer para ganarle a Messi, se lanza a plena convicción: “Con Dzeko y con Pjanic”. Pero él no es el único loco. Todos están locos detrás de la pelota.

Y cuando se dice todos: es todos. Porque el Mundial penetra hasta la zona vieja de Sarajevo donde se venden molinillos para el café turco, una especie de mantecol que empalaga a más no poder, unas alfombras y unos tapizados que de color adornarían cualquier living, y donde aparece un viejo que ofrece bufandas que dicen Messi y que, para venderlas, como todo vendedor de cualquier pedazo de este mundo, primero, tira un «Vamos Argentina» en un castellano deforme y que, frente al rechazo, dice, caliente: “¡Viva Bosnia!”.

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El Tratado del vittel thoné

– La situación es básicamente como la del Tratado de Lisboa, como el Tratado de Versalles o bien como el Tratado de Independiente que firmaron hace algunas semanas. Uno elige estar dentro o no estar dentro del mundo. Y, bueno, como opinión personal, me parece que no tendría sentido rebelarse en este caso.

– ¿Eh?

– Lo que se está proponiendo es que los países que funcionan a 110 voltios hagan el esfuerzo de llegar a 220. Y nosotros, que estamos a 220, debiéramos llegar a 240. Bueno, ahora, en realidad, no me acuerdo bien si 240 o 260. Pero es un tratado que se firmó mundialmente. Como un acuerdo de la ONU, de la Unión Europea o del Mercosur, pero esta vez es sobre la energía.

Siempre me pregunté si los electricistas o los plomeros tomarían café. O si son apostadores. O si tienen demasiadas amantes porque, vamos, este mundo ya ha sido demasiado injusto con los soderos que, según algunas teorías, van camino a desaparecer por el auge de los exámenes de ADN y no por esa teoría de la extinción del sifón. O si funcionan con un reloj musulmán. O qué sé yo pero, por alguna razón, no existe un sólo electricista o plomero que llegue en el momento en que prometió llegar.

Sólo por si sucedía esa especie de milagro, yo me levanté a las siete y media de la mañana para recibirlo. Era mi día descanso, pero frente a cada problema con la luz, después de todos los cortes de diciembre, de los vecinos opinando sobre energía calórica, de mi madre continuamente fastidiada, de la señora de acá al lado que prometió matarlos a todos y del vittel thoné que casi se pudre en la heladera -admito que psíquicamente estoy preparado para aguantar ocho meses sin electricidad, pero de ninguna manera podría tolerar la pérdida del vittel-, decidí que era importante atender al electricista. Aunque fuera a llegar a las once menos veinte, como llegó.

Rodrigo cayó con dos mochilas, una gorrita, un pilotín, la remera adentro del pantalón, el pantalón bien arriba, o -en realidad- todo el cuerpo metido adentro del pantalón y un anuncio por demás claro:

– A mí me preocupa explicarte todo lo que hago. Tu mamá me dijo que vos estudiabas algo de filosofía así que voy a intentar hablar en tu vocabulario. Básicamente, acá lo que sucedió es una situación anormal. Y te pido que para entender esto pienses en el prefijo a del griego y no del latín. Pensá la a de anormal como una cuestión política y no lo pienses como la a del latín que señala la cuestión del origen, como es el caso de aborigen.

– Claro.

Yo dije claro como podría haber dicho eh como podría haber dicho ah como podría haberle gritado, después de tres horas de retraso: «A mí qué carajo me interesa todo esto, la puta madre que te parió, el otro día se cortó la luz, quiero saber si se rompió este dispositivo que pusieron acá, no sé cuándo, para regular no sé qué cosa de la electricidad».

Pero Rodrigo no era ni es cualquier tipo. No porque sea electricista matriculado o porque haya estudiado o porque tenga otro título de no sé qué: Rodrigo es lo que trabaja, decide qué hacer y qué no, y hay días que se levanta fastidiado, pero le gusta la electricidad y prefiere trabajar sólo, y tardar, y ganar menos, pero no tener que hacer cosas para una empresa.

– Entonces, te digo. Acá pasó que fue un fin de semana largo, que podríamos llamar extralargo, y como los vecinos se fueron de vacaciones bajó el consumo y ahí subió la tensión porque la empresa no calculó esto. Fijate, te pido que mires, que ahora te están llegando 226 voltios. Son solo 6 de más, pero el sábado debés haber tenido 240 y eso, bueno, jodió todo. Por suerte, tenés este protector inteligente. Digo inteligente entre comillas porque no es que el protector dice «ah, el de acá lado se va a Mar del Plata y el otro a las Toninas». No es humano, claro. Pero está bien, no se rompió.

– Bueno, buenísimo, ¿cuánto te debo por esto?

– Te aclaro que esta casa es vieja y, bueno, está todo bastante moderno, pero claro que moderno no quiere decir que sea nuevo. Yo puedo comprarme un Ford A de 1940 y puede estar cero kilómetros, pero no va a ser moderno: va a ser nuevo. Porque sigue habiendo como 80 años de diferencia. Exactamente, son 74 años. Y son muchos 74.

– Claro, son muchos.

– Y mirá que yo soy fanático de Volver al futuro. Me vi las tres, me parecen geniales y la verdad es que me da pena lo del parkinson de Michael Fox porque es un tipo joven. Pero, siendo sincero, la máquina no existe y entonces el tiempo es una condición inevitable.

Hicimos silencio los dos. El tiempo, ya cerca del mediodía, no estaba doliendo a los dos. Dos tipos grandes, en un saguán, pensando en el parkinson de Fox, lamentándonos por el tiempo y por cómo la vida pasa. Yo ya no era el mismo que hacía un rato: lamentaba que Rodrigo hubiera llegado tarde tan sólo por no haber pasado más horas de la mañana con él. Pero quedaba una suerte: había que arreglar una lámpara que está clavada en el techo del baño de mi casa. Lo llevé hasta ahí, la supervisó y sin tocar nada, me preguntó:

– ¿Alguna vez viajaste en globo aerostático?

– No, la verdad que no -y, cuando dije la verdad, volví a pensar en lo que estaba sucediendo y empecé a pensar que alguien estaba armando una cámara oculta o un reality porque este Rodrigo ya me salía con cualquier cosa-.

– Bueno, este es como un caso del globo aerostático. La lámpara esta transforma la energía eléctrica en energía lumínica, pero lo que sucede acá es que el contacto con el techo libre demasiada energía calórica y hace chispas arriba que destruyen los cables. Claro que esto no se eleva porque el techo es de durlock, pero pensá que demasiada energía calórica levanta a los globos aerostáticos, que yo nunca viajé, pero me encantaría.

– A mí también me gustaría.

– ¿Te puedo hacer una pregunta? De chusma nada más.

A esta altura, ya éramos amigos y los trabajos los hacía bien y yo ya estaba por decidir cambiar mi vida y dedicarme a la física porque, evidentemente, ese mundo era fascinante. Aún así, pensaba en cómo haría Rodrigo para decirle a una mujer que no la quería más o cómo analizaría un partido de fútbol o si compraba la carne para el asado, pero tanto no podía pensar porque se venía la pregunta de chisme.

– ¿Ustedes decidieron a propósito que el piso y las paredes sean del mismo porcelanato y del mismo color?

– No sé, la verdad es que yo no decidí nada.

– Porque la verdad es que me parece magnífico. Ahora que lo pienso, nunca entendí por qué la gente divide las paredes del piso.

Y yo, que me había levantado temprano para abrirle, que lo había insultado, que había calculado sus infidelidades, le di la mano, le pagué, le agradecí la atención, le prometí pasarle un dato que me había pedido y me quedé pensando: ¿por qué la gente divide las paredes del piso?

***

Cuando cerré la puerta, me estaba por tirar a dormir la siesta, pero había algo que no me terminaba de cuadrar. Como esas cosas que no le dije a una chica que quería, como esas cosas que ya no le voy a poder decir, sentía en el pecho un profundo dolor. Pensé: «Puta madre, me enamoré de Rodrigo». Pero me acordé de su cuerpo dentro del pantalón y lo descarté la teoría. Me acerqué al velador para apagar la luz, miré la lamparita y me di cuenta lo que me faltaba. Me metí en internet, busqué la factura y llamé a la empresa de electricidad. Después de quince minutos de espera, una señorita que se presentó como Sofía me atendió y me preguntó qué precisaba.

– Mirá, recién medí la electricidad de casa y está viniendo a 226. El sábado probablemente haya estado en 240.

– ¿Y tuvo cortes de luz?

– Sí, pero eso no me interesa. En realidad, quería saber si la empresa se va a adecuar y, si es así, en qué momento lo va a hacer, al tratado para aumentar la potencia.

– Perdón, no le entendí.

– Me contaron que la electricidad va a empezar a ser de 240, quería saber si van a adecuarse o no.

– No puedo responderle eso.

– Bueno, ¿hay alguien que pueda responderme?

– Mire, el departamento de administración tiene una demora de doce minutos y el servicio técnico unos veintiocho minutos. Pero no creo que puedan ayudarlo.

– Voy a intentarlo, pasame por favor con el servicio técnico, quizás ahí sepan.

– Es que no creo que puedan solucionárselo.

– Voy a intentarlo de todas formas.

– Es que, en realidad, no puedo transferir su llamada. Le pido disculpas.

Las meriendas en las plazas son Pro

A principios de mes la Legislatura porteña aprobó el proyecto que permitirá la instalación de locales gastronómicos en plazas y parques de la ciudad. En el trajín del avance privado sobre los espacios públicos, le llegó el turno a nuestras plazas.

La lógica privatista del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sigue avanzando. Una ciudad necesitada de naturaleza, la reduce. Los legisladores de la Ciudad votaron una ley que cede el uso de una parte de las plazas a privados para vender comidas y bebidas, en un territorio que está por debajo de la cantidad de metros cuadrados de espacio verde por persona recomendado por la Organización Mundial de la Salud. La voz del PRO, de un asambleísta, un comunero y un legislador, en un análisis sobre el uso y explotación del espacio público porteño.

La norma, que fue aprobada en la Legislatura de la Ciudad con 36 votos a favor, autoriza la instalación de bares o cafeterías solo en aquellos parques que tengan como mínimo 50.000 metros cuadrados, lo que equivale a cinco manzanas de superficie, pero únicamente cuando estos bares existan se pondrán baños públicos y “estaciones saludables”, además de una red WI-FI, un lugar de alquiler de bicicletas y hasta una biblioteca.

Marcelo Ramal, legislador del Frente de Izquierda, opinó que este condicionamiento “tiene una lógica extorsiva”. Martín Iommi, comunero de la 6, lee entre líneas que “entonces están asumiendo que ellos, como Estado, no son capaces de hacerlo”. Además, la ley va en contra del artículo 27 de la Constitución de la Ciudad, donde dice que hay que promover “la preservación e incremento de los espacios verdes”.

IMG_3980No es una ley aislada, es el sostenimiento de una política pública.

La venta y reducción de una parte de los parques representa una profundización de la línea del gobierno macrista en sintonía con el avance en la privatización de los espacios públicos. Marcelo Ramal, en la sede central del Partido Obrero, se refirió a esta situación: “Hay una lógica extorsiva en las concesiones. Pareciera que el GCBA le dice a su población: ‘¿Querés un baño público en el parque? Vas a tener que aceptar que se privatice una parte’. Entonces nos colocan en una disyuntiva que plantea el abandono de los parques o su privatización. Pero debemos rechazar esto, porque un baño público debería estar en condiciones sin que ello implique la entrega a un privado de una parte del espacio verde”.

Perjudica a los vendedores ambulantes, que ya brindaban ese servicio con permiso del Gobierno de la Ciudad y además a los artistas, quienes reclamaron por este tema y fueron a presenciar la votación, porque la ley establece un mecanismo de trabajo diciendo textualmente que los artistas callejeros trabajarán a la gorra bajo la supervisión de los concesionarios de los bares. Es decir que, según Ramal, “consagra un trabajo precarizado para estos artistas, donde van a responder al antojo de los privados”.

¿Comodidad o calidad de vida?

Federico Wahlberg es miembro de la asamblea del parque Centenario y parte de la Red de Interparques (Centenario, Lezama y Chacabuco), y sostiene que esta medida “se enmarca en una situación generalizada, porque si uno se pone a hablar de cada caso quizá no parezca que se quita tanto, pero a lo largo del tiempo la cantidad de espacio verde que se fue sacando es enorme. El Parque Chacabuco es nuestro paradigma: desde la época en que la dictadura lo atravesó con una autopista, se pusieron escuelas, un polideportivo y hasta un estacionamiento”.

“La diferencia creemos que está en si un porteño considera que es mejor conservar el espacio verde y tener que caminar 100 metros para comprarse algo, o si prefiere tener toneladas de hormigón para no tener que caminar”.

Federico es economista, tiene 32 años, y plantea un escenario muy simple: “Supongamos que vos querés tomar un café en el patio de tu casa, ¿vas a mandar a construir una cocina ahí mismo? Yo creo que lo que todos hacemos es ir a la cocina, hacernos un café y salir al patio de casa a tomarlo. Ese mismo criterio que uno tendría para su casa, nosotros lo consideramos válido también para los parques”.

¿Qué dijo el PRO?

Patricio Distéfano, el subsecretario de Uso del Espacio Público de la Ciudad, defendió la ley y regaló frases de esas que demuestran una concepción de vida: “Estos novedosos cambios, únicamente focalizados en las necesidades de las personas, lograrán transformar la tradicional idea que tenemos sobre los parques públicos de la ciudad. Ocurre que al histórico y conocido rol que cumplen como pulmones de la gran urbe se sumará el hecho de convertirse en verdaderas herramientas capaces de incentivar la vida saludable, el encuentro entre las personas, el acercamiento a la cultura y la construcción de una verdadera comunidad”.

El poder de las Comunas, una venta de humo.

Martín Iommi, de la Corriente Unidad Sur y ex Proyecto Sur, es miembro electo de la Junta Comunal n°6, una de las pocas en que la oposición supera en las votaciones al PRO: “Esta ley es totalmente antidemocrática porque debió discutirse y tratarse primero en las Juntas Comunales y a su vez debió escucharse al Consejo Consultivo, que es donde pueden participar todos los vecinos. No se escucharon las voces mayoritarias, que estaban en contra. Seguramente se va a terminar judicializando, porque se contradice con muchas otras normas. Se va a promulgar, pero veremos cómo queda el texto definitivo en el Boletín Oficial”.

“Cuando algo es tan ambiguo y contradictorio se huele que lo que están haciendo son negocios privados donde crean unidades de negocio que favorecen a los amigos, desde permitirle funcionar sin habilitación hasta la situación particular de pagar cánones ridículos. Para lo único que se está haciendo esto no es para darle un servicio a la gente, sino para seguir haciendo negocios en el espacio público”, afirma Martín, y sostiene que “por ejemplo, los boliches ‘Pachá’ y ‘Tequila’ funcionan en lugares que deberían ser un parque y espacio público, y lo que pagan por la concesión es cercano a 10.000 y 15.000 pesos, respectivamente”.

El PRO y Proyecto Sur, más contradictorios que nunca.

Si bien los partidos políticos se encargan de instalarnos una imagen sobre ellos, son los hechos los que descubren la manta impuesta para que no los veamos. Tanto es así que Javier Gentilini, legislador por Proyecto Sur dentro de UNEN y comandado por Pino Solanas, el presidente de la Comisión de Ambiente en el Senado de la Nación, votó a favor.

“La importancia de los espacios verdes pasa porque generan una vida más saludable, y la pérdida de estos espacios afectan a nuestra salud. Esto es contradictorio con los carteles del GCBA que hablan de una ‘Ciudad verde’. Además, las plazas funcionan como esponjas para evitar las inundaciones”, aporta Iommi, que supo militar con Gentilini en los barrios en defensa del espacio público, y oponiéndose a este tipo de proyectos.

Las plazas de la Ciudad, como a lo largo de la historia, verán disminuido su espacio, para cedérselo a un Estado, que cada día más, se vuelca a favor de lo privado.

BASURA

Montañas de residuos de 36 metros, líquidos lixiviados y empresas y gobiernos que se pasan la pelota. Un basural que fue prohibido y sigue funcionando en Ensenada, otra de las alertas para los vecinos del sur.

Una situación hogareña cotidiana: sacar la bolsa de basura con pocos días en el tacho y que se escurra un líquido asqueroso. Cuanto más tiempo dejamos la bolsa reposando en el cesto, mayor es la cantidad de líquido. Esa sustancia, multiplicada por miles y miles de toneladas de basura, resultado de todo tipo de desecho domiciliario, forma un arroyo de desechos químicos tóxicos en Ensenada a pocas cuadras de las casas de los vecinos.

Esos líquidos, llamados lixiviados, se generan a partir de los residuos sólidos urbanos sin tratamiento ni separación que llegan todos los días a los rellenos del CEAMSE. En Ensenada se ubica uno de ellos y hace siete años que la Corte ordenó cerrarlo, sin éxito.

El Complejo ambiental Ensenada se encuentra en Diagonal 74 y Canal del Gato, en el partido de Ensenada, y fue inaugurado en marzo de 1982. Recibe los residuos sólidos urbanos de los partidos de Berisso, Ensenada, La Plata, Brandsen y Magdalena en un promedio de 1.060 de toneladas por día.

El CEAMSE es un órgano autártico que funciona como un gran depósito que terceriza muchos servicios: cobra para enterrar los residuos (200 pesos por tonelada, La Plata recibe más de 200 toneladas por día), pero también cobra para recoger los residuos y llevarlos hasta los rellenos.  El complejo entramado incluye además el gremio de Camioneros, y relaciones más o menos antipáticas con los gobiernos locales.

El caso Ensenada

Marcelo Martínez, Presidente de la ONG Nuevo Ambiente, una de las cuales llevó el caso a la Corte, enumera las leyes que el CEAMSE viola con el basural de Ensenada: “Incumple con la Ley Nacional y Provincial de Presupuestos Mínimos de Gestión Integral de Residuos. También incumple puntos de la Ley Integral del Medioambiente de la provincia, porque el relleno está ubicado a pocos metros de zonas urbanas”. Además, la Dirección Provincial de Vialidad prohíbe por decreto la llegada de residuos generados en los partidos que se encuentren a una distancia superior a 20 km, como es el caso actual de Magdalena y Brandsen. “Los rellenos sanitarios no pueden estar ubicados en zonas de bañado, como es el caso de la superficie de Ensenada, ubicada a centímetros de las napas freáticas”, sigue Martínez refiriéndose a las montañas de basura con altura de 36 metros, que producen contaminación comprobada científicamente en el aire y en las napas.

“Hay muchas irregularidades por las que nosotros entendemos que no puede seguir funcionando y así nos dan la razón los dos fallos judiciales en primera instancia. Siguió funcionando porque hay un acuerdo homologado por la Corte que tampoco está cumpliendo el CEAMSE ni la Provincia de Buenos Aires, por el cual tenían que cerrar el relleno y buscar una alternativa”. Esa alternativa no fue hallada por el gobierno de la provincia en estos últimos siete años y por eso la Justicia llamó a una nueva audiencia para el próximo 7 de julio: “Siete años para buscar una solución y no lo hicieron, estaban por construir una planta de tratamiento, está paralizada la obra. Lo que ha demostrado la Provincia de Buenos Aires es una falta de compromiso y una falta de noción de gestión en cuanto al manejo de los residuos”.

Fantasía y realidad

El Complejo ambiental Ensenada se encuentra en el área de influencia de los acuíferos Pampeano y Puelchense, por lo que laboratorios externos a CEAMSE realizan controles cuatrimestrales de las aguas subterráneas en los 17 pozos de monitoreo para verificar que no haya contaminación por flujo de líquidos lixiviados. Asimismo, en forma semestral se llevan a cabo controles en las 3 estaciones de muestreo de aguas superficiales.

En cuanto al control de las emisiones gaseosas y del control de la calidad del aire, el Complejo cuenta con 4 estaciones de monitoreo que realizan controles mensuales junto con laboratorios de la CNEA. Sin embargo, los resultados que arrojan estos estudios no son en la práctica vinculantes, como la ley que lo prohíbe.

Un estudio de la autoridad del Agua de la Provincia sobre los pozos de monitoreo de las napas de agua subterránea comprobó la presencia de plomo y cadmio en las napas Puelche y Pampeana, producto del percolado de los líquidos lixiviados del relleno, el cual, al no poseer la protección adecuada en su base (membrana), contaminó el reservorio acuífero de la región. Estos pedidos se complementaron con los solicitados al Laboratorio de Hidráulica del Ministerio de Obras Públicas bonaerense, en donde se analizaron las aguas superficiales de los arroyos circundantes del relleno, encontrándose una alta demanda biológica (DBO) y química de oxígeno (DQO).

El estudio comprobó además:

– Que los líquidos contaminados de la basura desembocan a través del arroyo El Gato, a menos de 1000 mts. de la toma de agua que provee agua corriente a Ensenada, Berisso y al 50% de La Plata.

– Que las montañas de basura además de contaminar, modifican la estructura paisajística de la región.

– Que recibe actualmente 28.000 toneladas de basura por mes, 950 toneladas diarias, en un relleno colapsado.

– Que aún sin datos oficiales, se han constatado casos de leucemia, lupus, púrpura, conjuntivitis, infecciones de piel y respiratorias, enfermedades concurrentes en gente que vive cerca de basurales.

Alejandro Meitin, presidente de la ONG Ala Plástica y vecino de Ensenada, describe tres líneas fundamentales de contaminación: la de los suelos y napas por los jugos lixiviados, la contaminación del aire (que incluye olores insoportables) y la enfermedad que contraen las aves y roedores de la zona.

“Entonces, uno de los problemas fundamentales es que nosotros vivimos en una planicie de inundación y con una napa que sube de acuerdo a las lluvias y crecidas del río, terminamos en definitiva muy en contacto con los jugos”, describe Alejandro.

 
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Jueces por un día

Un caso de gatillo fácil será juzgado con la modalidad de «tribunales populares» en Neuquén. Matías Casas fue asesinado por el policía Héctor Méndez y los encargados de juzgar el crimen serán civiles que no pueden informarse del caso por fuera de los magistrados. ¿Será justicia?

Había pasado la medianoche del sábado 21 de julio en el barrio Cuenca XV, del Oeste de la ciudad de Neuquén, ahí donde no hay plazas para los pibes, donde no hay gas, donde la policía piropea a los pibes para provocarlos, donde murió Braian Hernández -14 años- por un tiro del oficial Claudio Salas, donde vivió Cristian Ibazeta hasta que lo metieron preso y lo mataron a un mes de salir en libertad por ser testigo en un juicio por torturas. Había pasado la medianoche y había pasado una discusión entre pibes de 19 años, entre ellos Matías Casas, que ahora charlaba con su novia al lado de su moto ya prendida, demorando la despedida.

 “¿Vos sos Matías?”, escuchó de atrás y de pronto. Era Héctor Méndez, el padre de uno de los chicos con los que había discutido rato antes, y no estaba solo: llevaba su arma reglamentaria, la que está obligado a portar todo el tiempo. Disparó.

Matías se subió a la moto y aceleró. Siguió recibiendo disparos, pero por la sangre que perdió, cayó unas cuadras más adelante. Un taxista lo auxilió hasta que llegó una patrulla de la comisaría 18 y le dijo que se fuera. “Es un accidente de tránsito”, se excusaron.

Llegó Méndez – que lo venía siguiendo- en una camioneta blanca, acompañado por el policía Barrionuevo. Saludó a los demás y fue a patearlo a Matías, que agonizaba en el piso, pero quizás, si los médicos de la ambulancia hubieran usado las sirenas, si lo hubieran atendido en vez de charlar con los policías, hubiera podido salvarse.

Matías llegó a decir que le habían disparado.

Méndez se fue a la casa sin aparecer en las actas policiales, aunque los medios hayan hecho creer que se entregó voluntariamente.

La causa

Todo eso fue una sola secuencia. El padre de Matías, César, la cuenta desordenada. “Pierdo el hilo”, se explica. Pero la secuencia está clara: hay testigos en cada momento.

Como con Fuentealba, la causa está partida, desdoblada. Para la justicia, un momento es el de los disparos y otro el de las patadas y los policías que callaron. Así, es más difícil probar la alevosía en el asesinato. Sí, hay otros dos agravantes: uso de arma de fuego y ser policía. Pero por otro lado, ayuda a juzgar en la segunda causa a los funcionarios de la comisaría 18 que encubrieron el crimen.

 “Creen que pueden hacer lo que quieren”, repite César cuando cuenta la impunidad con que Méndez sacó el arma, la misma impunidad de quienes ni lo mencionaron en las actas policiales, la de los mismos que amenazaron a él y a testigos, la de los policías que corren a los pibes hasta a plena luz del día. La brigada pasa por su local mirando. Una vez, recuerda, lo paró un móvil: “Se bajó uno con una escopeta, me puso contra la camioneta. ‘Procedimiento’, solo me decían. Me revisaron la camioneta de arriba abajo. Era el móvil del barrio. El que pasa todos los días por el local”. Lo conocían. En la ventana de donde trabaja tiene carteles pidiendo justicia por su hijo.

Este procedimiento no es lo mismo para cualquiera en cualquier lugar. En el Oeste neuquino, un testigo, amigo de Braian Hernández, apareció muerto de bala al día siguiente de que condenaran a perpetua a Claudio Salas.

Dilaciones policiales

“Los testigos están en la secuencia completa, creo que el juicio va a estar bueno. No hay mucho para que quede en el aire. La policía que estaba ahí dejó que el tipo llegue, lo patee y se vaya a la casa. A los que estaban ahí los mandaron a la casa y tomaron de testigos a cualquiera que pasaba. Ni siquiera quedó el reporte de ellos. Hay tres agravantes: ser policía, arma de fuego y alevosía. Como nos partieron la causa – la fiscal que estaba en la causa era la mujer de un policía-, quedó una parte cuando disparó y otra parte cuando Matías cayó. Así, para el fiscal no hay alevosía en haberlo pateado, pero van a buscarla en los alegatos”, repite César Casas.

El juicio que se inauguró el 20 de mayo tuvo sus peripecias. El 16 de diciembre de 2013 iba a comenzar, pero el defensor Carlos Ronda, ex policía, argumentó que no estaba en condiciones de comparecer por padecer un cuadro de tuberculosis. Ese mismo día, a primera hora, hizo la presentación. El certificado médico recomendaba siete días de reposo: del 13 al 20 de diciembre, cuando el juicio terminaría. Contar que la médica forense Haydée Fariña no lo encontró en su domicilio parece ser redundante. Méndez cambió de abogado por la renuncia de Ronda. Pablo Telleriarte, el nuevo, logró algunas nuevas dilaciones y recusó a los tres jueces.

Con Méndez en prisión preventiva por peligro de fuga, el juicio oral tendrá la modalidad de “jurados populares”, algo casi inédito en el país. Es decir: que sean civiles los que juzguen y no jueces especializados en derecho.

Creer o reventar

Neuquén es la tercera provincia que inaugura la modalidad de juzgados populares; Córdoba ya lo aplica desde el año 2005 con 254 juicios orales penales desde entonces; y la provincia de Buenos Aires lo incorporó al sistema recientemente. Para elegir a estos jueces civiles se realiza un sorteo sobre el padrón que elige a 12 personas y designa 4 suplentes.

Una vez la designación, las partes estudian a los integrantes del tribunal para detectar posibles influencias en el ánimo de la sentencia. En el caso de Matías, por ejemplo, fueron recusadas cuatro mujeres por tener familiares que integraban la policía provincial.

Además, los elegidos pueden alegar motivos para no formar el tribunal, siempre y cuando sean determinantes, es decir no de acuerdo a la voluntad. En ese caso dos mujeres notificaron no poder delegar el cuidado de sus hijos y/o nietos, otra fue apartada de la causa por la defensa por ser especialista en análisis e investigación de homicidios, y se recusó a un trabajador metalúrgico que tenía compromisos laborales en Caviahue. En cambio la Oficina Judicial convocó a dos mujeres que habían salido sorteadas y que no pudieron asistir.

Una vez conformado el tribunal, los integrantes no pueden:

-Emitir opinión sobre el caso en el que intervendrán

-Tienen prohibido iniciar cualquier tipo de investigación privada sobre el mismo

-No deben buscar información en diarios sobre el caso

-No pueden tomar contacto con ninguna de las partes.

César lo ve positivamente: “Yo creo que van a lograr que la gente se entere de lo que sucede. Ellos se van a sacar algo de encima, pero por un lado va a estar bueno para que se haga justicia. A los jueces les resbalan las cosas que pasan. Les da lo mismo. Sacan a un tipo que viola a una mujer de 85 años, no pensando lo que le puede hacer ese tipo a una criatura. Creo que esto va a ayudar a que ellos se fijen lo que hacen”.

Seis meses después de que mataron a Matías mataron a Braian Hernández. Según el juez que tomó la causa, el policía estaba trabajando. “Después de que la gente salió a la calle a decir que no podía ser, que el chico era una criatura, se logró una condena a perpetua. Son los mismos jueces que (se) dan vuelta entre causa y causa”.

Cierra César: «Es todo nuevo para todos. Yo espero que los juzgamientos no sean tan políticos, que juzguen como corresponde. El que hace algo tiene que pagar”.

Esencia guaraní

Alika & Nueva Alianza acaba de presentar su último disco «Mi palabra Mi alma», en homenaje a la lengua guaraní. Desde el escenario de Groove o en una fiesta en un barrio, habla de la confianza «para empoderar a la gente». 

La situación, tan lamentable como cotidiana, es fácil de imaginar. Un día en la escuela, Alicia usó alguna palabra, contó algo, nombró otra cosa y llovieron las bardeadas. Así, decidió no aprender el guaraní de su madre para que sus compañeros no la marcaran. Tuvo que adaptarse y cerró esa puerta. Esa infancia también se trastocó por la partida de su Montevideo natal a la Buenos Aires que la vio crecer. A partir de ahí, no hubo fronteras que la frenaran. Varios años después, al frente de Alika & Nueva Alianza, emprendió el viaje de vuelta hacia sus raíces. La mirada apuntó a las profundidades de su propio adentro. El camino se materializó en su último disco: «Mi palabra Mi alma».

IMG_2485Alika en búsqueda de Alicia

–          Tenía una deuda con mi familia, con mis orígenes, mi mamá es paraguaya de origen guaraní. Me pasó en la escuela, como me re bardeaban no quise aprender el idioma. Yo ahí quedé, no quise aprender, no quise más nada. Bueno ahora con los años aprendí muchas cosas y quise rendirle homenaje a los guaraníes y a mi mamá. En guaraní palabra y alma se dicen igual. Yo también descubrí que por mis orígenes, la palabra para mí es mucho. Es volver a las raíces y darse cuenta por qué uno es como es, hace lo que hace, piensa como piensa, fue todo un viaje el disco.

Alika está sentada en un banco tipo plaza en un patio en pleno Palermo. Tiene la piernas cruzadas, las uñas decoradas de animal print impecables, lentes negros que no permiten ver sus ojos y un suspiro profundo que lanza al aire cuando se saca el invisible de la cabeza que sentía clavado desde la noche anterior. Unos días atrás, su último material discográfico pisaba el suelo de Groove, aunque ella lo había soltado mucho antes: “Lo publiqué primero en internet, yo ahí sentí que el disco había salido, aunque no fuera oficial”. Libre, girando por cables imaginarios que conectan la red, “Mi palabra Mi alma” llegó en su voz y en la de muchos otros.

–          Fue lindo reencontrarse con la gente. Yo veo el público cuando estoy arriba del escenario, había un par que iban siempre a verme y estaban esa noche, me puso re contenta. Era re importante para mí presentar el disco y también era importante para ellos estar ahí, acompañando. También gente que nunca había ido, que fue para ver qué onda, y muchos me escribieron que les había gustado.

–          ¿Te escriben por las redes sociales?

–          Sí, mucho. Las uso a full porque siempre fue mi única forma de tener difusión, publicidad, contacto con la gente que me escucha. No conozco otra manera, fue mi recurso. Lo primero que había para comunicarse era mail y, por ejemplo, gracias a eso fui por primera vez a tocar a México. Una vez me llamó un pibe y preguntó si tenía más canciones. Había escuchado dos, que se bajó de internet. Y bueno, me dijo: “Te invito acá a una fiesta en mi barrio, a un sound system”. Y fui.

–          ¿Cómo estuvo?

–          Estuvo buenísimo. Después se hizo súper amigo mío, él está en la cultura del sound system y arma fiestas todos los meses en su barrio, para toda la gente. Yo empecé tocando en barrios donde no iba nadie, ahí no van los artistas. Yo empecé yendo a todos esos lugares, después también se sumaron lugares convencionales de recital, los que todos conocemos, donde toca todo el mundo, pero siempre nos caracterizamos por ir a tocar al barrio. Tenés que ir, meterte en un montón de callejones para terminar en la fiesta.

–          ¿Lo siguen manteniendo?

–          Sí, la otra vez fuimos. El barrio también tiene esa cosa de la clandestinidad, que está por ahí la policía queriendo clausurar todo el lugar y cerrar la fiesta porque no se puede hacer un evento así en una casa. Éste último fin de semana había una chica disfrazada de cumpleaños de 15, con todo el vestido. Cuando venía la policía salía ella. Teníamos unos mariachis también, para poder hacer nuestro evento. Toda una estrategia.

–          ¿Y cómo vivís los diferentes públicos, el del barrio y el de Groove?

–          Me encantan las dos cosas. El barrio tiene eso que estás en súper contacto con la gente y tiene esas cositas medio de peligro también y tocar en Groove, por ejemplo, toco con las luces, el escenario, el sonido hermoso.

Habla suave, despacio, bajito. Mueve las manos para gesticular. Sonríe, mucho sonríe. Se filtra los rasgos maternales en sus formas debajo del escenario. Desde hace un año, Alika y su familia están en continuo viaje. “Nos fuimos a una ciudad, después a otra. La nena empezó la escuela donde estábamos. La re manejamos, no nos presionamos mucho tampoco”. Se extraña, pero no sufre la distancia. Es parte del camino, dice y acepta las reglas. El lado positivo de los viajes ayuda a aminorar las distancias: “La gente te enseña un montón de cosas. A mí me pasa que voy viajando y voy viendo un montón de proyectos. El otro día acá fui a la Radio Gráfica, que es una fábrica recuperada y ves todo el trabajo que hace esa gente, tiene una escuela, un centro odontológico, una radio y una imprenta y son cosas que te inspiran mucho. Vas viendo ideas de otros lados que las podés aplicar, es nutritivo”. Las experiencias se absorben y trasladan.

–          Sirven para aprender. A la música todavía le falta un poco de organización y proyecto colectivo, pero en otros ámbitos se está logrando hace mucho.

IMG_2430–          ¿Cuáles son los desafíos en la música?

–          Me parece que todavía no pasamos esa barrera del individualismo. Cuesta juntarse con otras bandas y decir: por qué no armamos un festival o un evento o hacemos esto para ayudar a otra persona. Es como que cada uno está por su lado tratando de llegar lo más lejos posible. Yo siento que falta pero ya se va a dar.

Sonríe de nuevo y pone en sus dientes el punto final a haber buscado las palabras justas para explicarse. Quizás, en algún momento, cuando sea más grande ponga sus palabras en otro formato y escriba un libro, dice. Ya tiene una hija. Ya plantó dos árboles. “Planté un árbol en Venezuela que es un árbol súper exótico, fuimos a un parque nacional muchos rastas. Y planté otro de palta. Este año quiero plantar alguno de otra fruta”.

–          ¿Qué significa para vos la cultura rastafari?

–          Es parte de mi vida, yo conocí la cultura rastafari a través de la música. Hay que meterle mucha investigación porque la música reggae no refleja exactamente lo que es la cultura rastafari. Yo fui a Chile, estuve mucho con la gente de la comunidad de allá. En Estados Unidos también, fui a Jamaica. Para mí es parte de mi vida, no me vas a ver llevando por ahí muchas cosas verde, amarillo y rojo colgando. No me interesa, creo que es algo personal. Rasta a nivel político es una persona que defiende los derechos humanos, a nivel fe es una persona que siente mucho amor por África que es dónde empezó la vida de todos nosotros, seas rubio de ojos celeste, seas chino, todos empezamos desde ahí. Yo creo que a partir de valorar un poco más todas estas culturas nos vamos a poder reconciliar con nosotros y resolver muchos problemas que tenemos que tienen su raíz en la cultura occidental de explotación, esclavitud.

–          ¿Desde la música se aporta a difundir esta cultura?

–          A veces sí y a veces se confunde. Siento que se puede aportar mucho y siento que también a veces existe lo que se llama “apropiación cultural” que es tomar dos o tres cosas de una cultura que es muy seria y tirarlos así al azar sobre un proyecto musical. Me parece que cuando tomas algo de una cultura vos tenés que interesarte por respetar esa cultura, por cómo es, intentar transmitir algo más completo, no un buzito verde, amarillo y rojo. Tratar de que sea algo más integro.

Poner play en sus discos hace mover el cuerpo por diferentes culturas y ritmos. Hip hop, dacehall, cumbia, reggae se filtran entre las canciones sin ningún tipo de prejuicio: “A la gente le gusta, no tiene problema con eso, no pasa nada. Por ejemplo yo no soy del palo de la cumbia pero cuando hago una canción trato de interactuar mucho con gente que sí es del palo, que son realmente los dueños del género, sino sentiría que me lo estoy apropiando. Me gusta interactuar con los que saben, con los que la inventaron, con los que tocan todos los fin de semana para traerlo para este lado”.

–          A la hora de escribir las letras, ¿cómo es el proceso?

–          Pienso de qué voy a hablar en las canciones, por ejemplo en este disco hay una que se llama “Muchos patrulleros”, que es una canción sobre la baja de la edad (de inimputabilidad) y todo eso. La gente del barrio necesita más canciones que hablen de la confianza en vos mismo, porque todo el tiempo la tele le tira mensajes de desvalorización y los pibes y las chicas sienten medio que no se puede hacer cosas, sus proyectos por ahí se tiran abajo y no los quieren hacer. Nosotros tratamos de empoderar a toda la gente para que salga adelante.

–          ¿Laburás mucho la confianza en vos misma?

–          A full, si no hubiese trabajado en eso no podría hacer lo que hago. De la nada es empezar, es decir: yo rapeo, soy MC, tengo cosas para decir y bueno ahí de cero vos tenés que ver cómo grabás un disco, cómo ir de viaje, todo. Entonces si no tenés confianza en vos mismo, vas a decir: yo no lo puedo hacer, mejor me voy a laburar de repositora en el super. Si no tenés ese ingrediente, no llegás ni a la esquina.

Desde hace diez años, seis discos, miles de kilómetros, Alika camina los pasillos de la música, con el motor en su confianza y la autogestión. Todos sus materiales discográficos son independientes, barrera y beneficio, dos caras de una misma moneda. “Siento que hay una súper barrera para llegar a muchos lados por ser independiente, por laburar de esta manera”.

–          ¿Tiene sus beneficios?

–          Sos independiente y sos dueño de tu tiempo, dueño de tu trabajo, dueño del dinero que genera tu trabajo, no tenés que hacer ningún tipo de concesión. No sé, querés ir a tocar a una cárcel y vas, no tenés que depender de una estructura, de una compañía discográfica que quizás te aconseja lo que tenés que hacer. Te dicen cantá lo tuyo pero en el videoclip tírame unas chicas en bikini. No tenés necesidad de hacer nada de eso.

–          ¿Y cuáles son las barreras?

–          Es difícil tocar por ejemplo en un Vive Latino o los festivales acá en Argentina. Quizás podes llegar a hacer un camino para llegar ahí pero ya sabés que de entrada tenés un no.

–          ¿En cuanto a difusión?

–          Yo creo que es imposible hoy por hoy salir en una radio, salvo que mucha gente te quiera escuchar como el caso de Dread Mar I que tiene muchísima gente que lo escucha y gracias a todo eso llegó a una radio. Pero para nosotros que somos más pequeños es imposible la radio directamente, vos sabés que ahí no vas a llegar, pero también es satisfactorio el hecho de saber que la gente te escucha porque quiere, no porque se la están mandando a la mañana, a la tarde, a la noche. Te escucha porque elige escucharte, elige ponerte en el teléfono, en el mp3, escucharte en la casa. Está buenísimo, yo lo valoro mucho.

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«La única opción es escapar»

Mostar es una ciudad de Bosnia y Hercegovina, en la que la mitad de la gente no tiene trabajo. Entre los edificios aún marcados por la guerra del 93′, emergen nuevos conflictos sobre historias viejas: corrupción política, desigualdad social y enfrentamientos religiosos.

En el segundo piso de un hostel en Mostar, Bosnia y Hercegovina, hay un cuarto conocido como el fumadero y nadie necesita preguntar por qué. Los colchones desnudos y las ventanas bien abiertas son el único marco. De este lado de la puerta cerrada con llave, tres argentinos – dos varones y una mujer – y tres bosnios, de entre 20 y 30 años. Las únicas carcajadas se sueltan producto de la ironía o hasta del hastío. Entre bocanadas de humo, dibujan los contornos de una realidad aplastante: en Mostar, más del 45% de la población está desocupada. Los jóvenes – como estos que ahora nos clavan en los ojos una mirada ácida y punzante – son las principales víctimas de esta tasa que les muerde los talones. Por este hostel, pasan alrededor de 20 pibes por día a jugar a la playstation y subir a este mismo cuarto a fumar. Uno de ellos mira por la ventana mientras escucha a su amigo bastardear la ciudad.

-A mí me gusta acá, quisiéramos poder quedarnos, pero…

mostar-bosnia-2442Y los puntos suspensivos se sueltan como lanzas que cortan el aire. Es invierno y hay solo dos habitaciones ocupadas, somos 5 los huéspedes. Alen me pasa el cigarro. Es grandote, de ojos intensos, pelado y con una tupida barba roja que le corona el rostro. Además, es el hijo del dueño, un hombre de cincuentipico, que apenas habla inglés, pero se defiende con el italiano y no sabe que su hijo Alen fuma marihuana. En este momento, el hostel no tiene nombre y “Red beard” es una de las propuestas que pisa fuerte.

Si la riqueza de las ciudades se midiera por su belleza, ésta tendría pocas que le compitan. Mostar es famosa por su río color verde esmeralda y el puente de piedra Stari Most, que lo cruza. Su construcción original data de 1566 y estuvo a cargo del arquitecto otomano Mimar Hajrudin. Por ser una ciudad fronteriza de aquel imperio, la ciudad más importante de Hercegovina ha sido históricamente un punto de encuentro entre diversos pueblos, culturas y religiones. Con ese espíritu, el puente se convirtió desde su origen en un símbolo de la tolerancia, aunque la soberanía sobre la ciudad siempre estuvo en pugna. Esta mañana, antes de conocer a Alen, nos escurrimos por las calles empedradas entre las construcciones turcas y cruzamos ese puente que une los barrios croata-católico y bosnio-musulmán. Aunque pareciera que lo que los separa es mucho más profundo que el río Neretva. Nos acompañaron los otros huéspedes del hostel, dos españoles recién recibidos de medicina. Después de rendir los últimos exámenes, emprendieron un viaje por los Balcanes, casi como un rito de pasaje. Bosnia era el último país del recorrido. A su vuelta a España, no los esperan demasiadas certezas. En el camino, la lluvia se nos chorrea entre los pies, el piso de piedra resbala y amenaza con una caída. Ninguna calle repite la inclinación de la anterior; entre piedra y piedra se conforma una combinación única que mantiene el paso atento y hasta incómodo. Intentamos hablar de fútbol como para ganar confianza, pero rápido nos damos cuenta que nuestros compañeros ocasionales confunden al Atlético Madrid con el Real Madrid. Estamos perdidos.

Cuando regresamos – obligados por la lluvia – de nuestro primer recorrido, conocimos a Alen y él no nos habló del puente ni del río. Nos preguntó si fumamos, se burló de nuestra falta de habilidad para armar y después nos preguntó por Argentina. Pero que él y sus amigos estén acá tiene mucho que ver con ese puente que él omite. Cuando lo cruzás, te encontrás con la inscripción “Don’t forget ‘93” en una piedra. El 9 de noviembre de 1993 a las 10:15 am, el puente fue destruido por el Consejo Croata de Defensa, durante la guerra que azotó al país y en la que murieron cerca de 100.000 bosnios. Un año antes, se había declarado la independencia de Bosnia y Hercegovina, tras lo cual las distintas etnias del país se organizaron como República de Bosnia y Hercegovina (bosnios), República Srpska (serbios) y República Croata de Herceg-Bosnia (croatas). Esta última decretó su capital en Mostar, donde perpetró una limpieza étnica de la población no croata. El que acabamos de dejar atrás es una reconstrucción del puente original, inaugurado en el 2004 con la colaboración de la UNESCO. Es que Mostar también es conocida por haber sido escenario de una de las matanzas de musulmanes más tremendas de las últimas décadas.

Entre el ’92 y el ’93, la ciudad fue objeto de un asedio de alrededor de un año, en el que se destruyeron catorce mezquitas. Alen es bosnio y musulmán y por esos años era apenas un nene; sin embargo, denuncia que las divisiones se mantienen. Él sobrevivió a la guerra, pero quizás no sobreviva a sus efectos a largo plazo. Nos invita a acercarnos a la ventana y nos señala un enorme crucifijo que se alza en una montaña cercana: “Es una provocación”. Está construida para ser vista desde la zona musulmana y con una altura que supera los minaretes que coronan todas las mezquitas de la ciudad. Con el mismo objetivo, se construyó un campanario en altura en la Iglesia Franciscana. Aunque las diferencias religiosas son evidentes, pareciera que más que una cuestión de fe, se trata de relaciones de poder desiguales que atraviesan todas las dimensiones de la vida social: “Acá los croatas son los dueños de todo. No podés ir a ningún lado, porque es todo de ellos: el shopping, los supermercados, las farmacias…”. Incluso el fútbol se convierte en un campo de batalla, cuando se enfrentan el HŠK Žrinjski Mostar – croata, católico, de derecha y de origen ultranacionalista – y el Velež  Mostar – bosnio, musulmán, socialista (con su famosa hinchada “Red Army”) y yugonostálgicos –.

Terminamos la ronda, bajamos al primer piso y enseguida surgen otras rivalidades futbolísticas. Es que faltan solo algunos meses para el debut de Bosnia en el Mundial tras su independencia. En la previa al encuentro con Argentina, Alen propone un desafío. El terreno de la disputa: la playstation. No era el plan más estimulante para la tarde, pero ante el entusiasmo del bando contrario, uno de nosotros acepta. El nuestro se apura a elegir al Barsa, por Messi, claro. Alen agarra al Madrid y el enfrentamiento se disfraza de clásico. Apenas arranca el partido y el inglés con el que nos veníamos hablando se va al banco. Se ve que al fútbol se lo dice en la lengua madre. Le siguieron 20 minutos de insultos en bosnio y en español, de cada lado. Los que dicen saber dicen que la carga emocional asociada a una segunda lengua no se compara con la nativa, y mucho menos para algo tan costumbrista como una puteada. Fueron dos partidos. Dos derrotas para el Barsa, para Messi y para los argentinos.mostar-bosnia-2246

Basta con bajar a la calle, para que el clima se nos hunda en el pecho. La lluvia amainó, pero no se llevó la humedad y el frío nos quema la garganta. Ahora parece absurdo, pero durante el verano es uno de los destinos más elegidos de los Balcanes y la principal atracción es hacer bungee jumping desde el célebre puente de 40 metros de altura. En los nueve meses restantes, el aire que se respira en Mostar es aún más gris que la piedra que caracteriza a su arquitectura y que el cielo encapotado de nubes. Alrededor de toda la ciudad, hay casas revestidas con marcas de balazos que recuerdan la masacre. Pero lejos de cicatrizar, las heridas se siguen profundizando y la situación política estalló a mediados de febrero: la rabia se desplegó en las calles de la ciudad y cientos de personas pusieron los principales edificios gubernamentales en llamas. Alen nos marca en un mapa “turístico” cómo llegar a ellos; le causa gracia y a la vez se lo nota entusiasmado mientras traza flechas y nos muestra los caminos. Él mismo participó de la manifestación; su hermano cayó en las detenciones masivas, pero ya lo largaron. “No fue algo organizado, había gente de distintas edades, todos cansados de la corrupción de los políticos. No sirven para nada. No sé cuál es la solución. Ya no se puede hacer nada acá”. No señalan líderes y la palabra corrupción se repite hasta el cansancio; la sensación es que era algo que tenía ocurrir. En una ciudad del noreste del país, Tuzla – donde se iniciaron las protestas por el cierre de cuatro fábricas recién privatizadas – a través de un grupo de facebook llamado Golpe, las personas se incitaban a expresar públicamente su descontento. La movilización llegó también a la capital del país, Sarajevo. Y en esto, parece no haber división étnica que valga. A lo largo y ancho de todo el país, las protestas sociales se encarnaron en toda la heterogeneidad de la población; parece que el hambre, la pobreza y la frustración pueden más que ciertos antagonismos. “La única opción es escapar”, entre las palabras de hartazgo, se lee un mensaje contundente: no tienen nada que perder. Escapar. Por fuerte que suene el término, no es un eufemismo: conseguir permisos de entrada o residencia fuera de las fronteras de Bosnia no es tan sencillo.

Después del recorrido por las huellas de las movilizaciones, volvemos al hostel. La puerta de entrada cerrada con llave y un timbre sin responder no parecen un buen augurio. Sin embargo, nada había cambiado. En Mostar, pocas cosas cambian con las horas y con los días. Arriba, Alen nos espera con uno armado, y esta vez de su propia cosecha. Subimos otra vez las escaleras, entramos al mismo cuarto y cada uno toma su lugar. Cerramos la puerta con llave y empezamos todo de nuevo. Alen no tarda en empezar a hablar. Mostar tuvo su esplendor económico durante la República Socialista Federal de Yugoslavia. Desarrolló una industria local fuerte y se construyeron varias presas para aprovechar la energía hidroeléctrica del río Neretva. Y, como hoy, siempre tuvo una fuerte afluencia turística. Como tantas otras ciudades, hacia el final de Yugoslavia y tras su disolución, la economía entró en un proceso de privatización que no solo disparó el desempleo, sino que también llevó al quiebre a la mayoría de las fábricas e industrias. Les contamos de nuestro diciembre de 2001 y se nos ríen en la cara: “Fue hace más de 10 años. Nosotros les hablamos de cosas que pasaron ayer, que pasan hoy, que van a pasar mañana”. Alen y sus amigos nacieron años después de la muerte del Mariscal Tito, jefe del Estado de Yugoslavia, y sin embargo, evocan su figura con nostalgia. No resulta una sorpresa, si se analiza la situación política desde la “independencia” bosnia. Tras la guerra del ’93, se firmó un acuerdo de paz que implicaba un gobierno tripartito, de modo que la presidencia se alterna entre bosnios, serbios y croatas. Sin embargo, la “terna” rara vez llega a un acuerdo. El himno nacional es el único en el mundo en ser instrumental, porque sus políticos no pudieron consensuar una letra. En el 2009, hubo una propuesta aceptada por una comisión parlamentaria, pero aún requiere la aprobación de otros organismos. El presidente de turno, el croata Zeljko Komsic, se refirió ante la prensa sobre las recientes movilizaciones: «Es todo nuestra culpa. No sé si el poder estatal podrá funcionar, pero deberá hacerlo. El poder siempre debe funcionar, este u otro”. Lo que está claro, es que la gente ya no está dispuesta a esperar y descree de cualquier tipo de promesa. Antes de que la noche y el frío nos devuelvan a nuestra habitación, Alen nos cuenta un chiste que se volvió popular en los últimos tiempos: “¿Por qué en la administración pública bosnia no hay sexo? Porque todos los funcionarios están emparentados». Acá, como en otras ciudades del país, pelean por el derecho a trabajar y el derecho mismo a la vida. Nada se da por sentado. No quieren acuerdos, ni llamados a elecciones en los próximos meses, ni programas de compensación. Tenían un límite para soportar y ya lo cruzaron. Que se vayan todos.

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