Como una fábrica recuperada, pero un colegio. El Nuevo Guido Spano fue cerrado por sus dueños y tomado por docentes y padres que formaron una cooperativa. Ya llevan cuatro meses funcionando.
Cuando los docentes pisaron por última vez el colegio, pensando en cómo disfrutar próximo mes y medio de vacaciones, jamás imaginaron que aquél 31 de diciembre tendrían que cambiar los festejos de año nuevo por asambleas para defender sus puestos de trabajo.
Los padres ya habían pagado la matrícula para el año siguiente; los profesores ya tenían los horarios de los cursos a su vuelta; pero las autoridades comenzaron a desvalijar la institución sin notificar a alumnos, padres ni profesores: “Nos enteramos por la tele, donde vimos que se estaban llevando el colegio en camiones”, relata Javier Lamónica, docente de la secundaria y presidente de la flamante cooperativa. “Ahí hubo una primera intervención de los padres que agarraron y bajaron lo que se estaban llevando”.
Desde ese momento comenzaron las decisiones más importantes del cuerpo de trabajadores del Guido Spano: el primer domingo del 2014 se juntaron para analizar qué hacer, y surgió la posibilidad de conformar una cooperativa. “Yo les había mandado a los compañeros una tesis sobre cooperativas, y ahí arranca todo”, comenta Javier. Pero desde las autoridades porteñas las señales eran más que sombrías ya que la Dirección General de Escuelas de Gestión Privada (DGEGP) estaba organizándose para reubicar a los chicos en otros colegios –en plena crisis de vacantes-, a la vez que para atender la situación de los profesores se pensaba en crear una comisión centralizadora de currículums para también derivarlos a otros espacios. Es decir: la maquinaria estatal de vaciamiento ya estaba en marcha también.
Mientras tanto, el cierre de la escuela se hacía público en los grandes medios de comunicación, por las características del colegio, lo que forzó a la respuesta efectiva y rápida de funcionarios. Javier nos cuenta aquellas jornadas maratónicas: “Tuvimos un primer encuentro con el Ministro de Educación Esteban Bullrich, donde se empezó a ver que íbamos a tener algún apoyo; paralelamente, el 9 nos conformamos como cooperativa, haciendo el acta constitutiva”.
Los dilemas técnicos: “Primero, íbamos a mantener el edificio, primero. Nos costó mucho llegar con la entidad propietaria y cuando firmamos el contrato, el problema pasó a ser que no nos levantaban la clausura del edificio.
Los dilemas humanos: “Después veníamos corriendo con no perder la matrícula, así que tuvimos que mantener los ánimos bien arriba para que los padres no se cansaran de esperar y anotaran a los chicos en otro colegio”.
–¿Cuál fue la reacción de los profesores y padres ante el posible cierre?
Desde un principio fue bastante colectivo, todos vieron en la cooperativa un proceso viable para mantener la fuente de empleo, que fue ayudado por la rapidez con que actuaron los organismos públicos. Además, nosotros caímos justo con la última resolución del INAES que permite aportar al régimen general en vez de ser monotributistas, e incluso dimos un pasito más trabajando con la DGEGP, ANSES, AFIP para poder seguir pagando al régimen docente, manteniendo la antigüedad docente y la jubilación docente, más que nada la primera, siendo muy importante para los profesores. Del total de la cooperativa, se fueron solamente 10 personas sobre 60. Pero fue todo sumamente difícil por lo acelerado del proceso. Uno no toma conciencia hasta que te das cuenta que ya pasaron 4 meses.
-¿Y los padres?
Su participación se notó mucho. El puntapié inicial lo dieron ellos con un grupo de docentes, al impedir que se llevaran los inmuebles. Siempre estuvieron muy atentos, dándonos asistencia profesional: los dos abogados que más nos acompañaron eran papás. También lo que tuvo que ver con la limpieza del edificio y con la decisión que conformábamos una cooperativa de trabajo. De una matrícula de 280 alumnos, nos quedamos con 270 chicos.
-¿Estaban familiarizados los docentes con lo que era formar una cooperativa?
Poco. Una cosa es tener el marco teórico, pero otra es llevarlo a la práctica, la dinámica cotidiana. El compromiso con las actividades diarias, el ejercicio democrático es una situación tensa, difícil de aprender, que te enfrenta a una situación que uno no está preparado. El docente, encima, es un profesional muy autónomo; el aula es su lugar. Y ahora tener que hacer una asamblea extraordinaria un sábado, que dura cinco horas, aprender a argumentar, contra-argumentar, a bajar los ánimos. Es una tarea continua de aprendizaje.
Mauricio Carlos Gastón Sánchez era el presidente de Guido Spano S.A y Fernando Sokolowickz de Baldoma S.A –y además uno de los dueños de Página 12-. La primera sociedad anónima administraba la institución, la segunda S.A al edificio. Estos dos nombres habrían alargado la lista de empresarios que, defraudando a los trabajadores y clientes, habrían cerrado otra fuente de trabajo. Sin embargo, esta experiencia muestra cómo la recuperación está pasando a ser una opción más que viable entre los trabajadores, en este caso, docentes.
El colegio Guido Spano se mete en un movimiento que cuenta con más de 300 recuperadas, con más de 13 mil trabajadores que las componen, y erigiéndose como una alternativa de futuro frente a modelos agotados.
-Si mantienen el edificio, a la mayoría de docentes y alumnos, ¿es una experiencia exitosa?
El primer objetivo lo logramos, que fue el de mantener las fuentes de trabajo. Y a cuatro meses seguimos funcionando, organizados y aprendiendo.