Archivo por meses: abril 2014

El WhatsApp no tiene cejas lindas

Se subió en la estación Puán de la línea A y yo inmediatamente pensé en aceptar si llegaba a proponerme seguir hasta Lima, combinar con la línea C, llegar a Retiro, ir hacia una boletería y sacar un pasaje para irnos a vivir con los otros 357 habitantes del pueblo de Puelén, en el sudoeste de La Pampa. Por alguna razón inexplicable que ahora no tiene sentido analizar, en el vagón todos estaban sentados salvo yo, que había sido el último en subir en la parada anterior y que había terminado apoyado en los caños que sirven para que los discapacitados se sostengan. En la mano, yo tenía una recopilación de cuentos de Eduardo Sacheri. En la cabeza, tenía colgados unos auriculares que sonaban tan alto como para darle protagonismo exclusivo en la vida al último disco del Indio Solari. Decir que yo estaba formando parte de esta galaxia era simplemente un enunciado astronómico, pero el motorman frenó de golpe, mi pierna derecha se movió, perdí el punto de apoyo, volví a este mundo y, al acomodarme, la vi entrar.

Tenía puesto un saquito rosa y una remera blanca que decía Freedoom -o libertad, traducido al castellano-. En el brazo derecho, llevaba El extranjero de Albert Camus. En la mano izquierda, tenía un teléfono del que le salía un auricular blanco. Como si fuera un espejo, más lindo, se sentó en el caño de enfrente, se puso a leer, a escuchar melodías y a estar en el subte sin diferenciar si viajábamos por el cielo, por el planeta Tierra, por Uruguay o por Finlandia.

¿Por qué esa remera? ¿La había comprado a propósito? ¿Le había gustado simplemente el color y el diseño? ¿Y qué pensaba de la libertad? ¿Leía a Camus para acercarse a sus consideraciones de la libertad? ¿Y la música? ¿Qué música escuchaba? ¿Y si escuchaba también el disco del Indio? ¿Y si estaba en el mismo tema y en la misma melodía que yo?

Apenas un paso y medio nos separaba, y aún así todo eran suposiciones. Pero de tanto pensar me olvidé que seguíamos siendo seres humanos y no calculé, en ningún momento, que ella pudiera levantar la vista, mirar cómo yo la estaba mirando y sonreirme porque se acababa de dar cuenta que yo me había vuelto completamente loco con su extraña existencia en un planeta que, a esa altura, yo ni sabía si compartíamos.

Y a mí me alcanzó una sola parada para hacerme una de esas preguntas que valdrían una tesis en la facultad: ¿cómo puede ser que entre tanta tecnología uno pueda seguir enamorándose de unas cejas tan lindas como esas?

***

Hacía tiempo había abandonado el plan estratégico de las miradas. Desde que una noche, en un bar, no supe explicarle a un amigo qué esperaba de una rubia con la que competíamos en ojos y en muecas de risa. Hasta este viaje y hasta estas cejas. Primero, porque la vista era prácticamente el único sentido que nos quedaba libre -también, claro, estaba el olfato, pero desde que renovaron los vagones de la línea A le pusieron un aroma artificial a limón que me da alergia, así que mejor no respirar-. Segundo, porque por alguna razón religiosa yo sentía que estábamos ahí por alguna razón. Y tercero, porque sus cejas eran tan bonitas que yo no hubiera podido no mirarlas.

Mientras viajábamos entre Primera Junta y Acoyte, nos reímos el uno del otro unas tres veces. Entre Acoyte y Río de Janeiro, ella intentó leer y yo, como haciéndole caso, busqué lo mismo. Entre Río de Janeiro y Castro Barros, cuando el subte frenó en la puerta del puesto de diarios, nos miramos fijamente, dejamos de sonreír y tomamos la decisión de hablarnos. El vagón ya no era como cuando arrancamos el viaje y, en el cruce de nuestros ojos, también aparecía un señor con su hija, dos pibes que cambiaban figuritas del Mundial y una señora que miraba consecutivamente su reloj y se mofaba, como si estuviera llegando tarde. En mis oídos, sonaba un tema rockero y pensé que era tiempo de ir para adelante. En sus auriculares, tal vez, estaba sonando una melodía romanticona o el preludio de Bach o un tema de Los Auténticos Decadentes. Pero, aunque no fuera la misma música, algo de ese extraño mundo nos estaba empujando.

Blancanieves, los siete enanitos, la Bella, la Bestia, Woody, Aladdin, Simba, Nala, Jazmín y el cuerpo congelado de Walt Disney hubieran aplaudido si nos hubiéramos acercado y nos hubiéramos besado, pero algo falló y se fue todo a la mierda. De repente, mi celular vibró, lo saqué de mi bolsillo derecho, miré el mensaje de WhatsApp y se me escapó una pequeña carcajada. Era un chiste de un amigo, pero ella, claro, no lo estaba leyendo conmigo y cuando levanté la vista ya no tenía los ojos clavados en mí. Ya no me miraba.

Los sueños terminan de repente. Los despertadores no preguntan si fue gol el del partido que se está viviendo en la sábana, si ya se besaron los amores imposibles, si el terremoto que estaba rompiendo el living dejó alguna cosa sana. Suenan y si es el momento justo, bárbaro y, si no, al carajo.

Entre Castro Barros y Loria, entre Loria y Plaza Miserere, entre Plaza Miserere y Pasco, y entre Pasco y Congreso, intenté reconquistarla, pero por alguna razón la magia había desaparecido. Busqué sus ojos y nunca estaban. Jugué a hacerme el que no miraba, pero nunca la enganché ni de reojo. Pensé: ¿me estaba haciendo una escena porque le había dejado de prestar atención? ¿se había ofendido? ¿me quería hacer pagar que la hubiera dejado por un rato? Desesperé, me sentí triste, deprimido, enojado, derrotado, fui machista, la odié, le juré que se cayera del vagón, pensé que ojalá no hubiera nadie nunca jamás que la amara.

Y, en eso, en Congreso, se bajó, sin mostrarme, ni una sola vez más, sus cejas.

***

La tercera acepción que el diccionario de la RAE le da a la palabra virtual dice: «Que tiene existencia aparente y no real».

 

Argentino y comilón

En 1938 la Junta Nacional de Carnes le pidió a Doña Petrona que escribiera un libro para disciplinar el consumo de los cortes de carne. Solo se trataba de favorecer la exportación, entonces: ¿quiénes somos los argentinos y qué comemos?

Somos lo que comemos, mastican las sabias dentaduras de los refranes universales. Si así fuera, en Argentina, ¿quiénes somos y cuántos somos?

¿Qué comemos los argentinos?, podría también preguntarse una clásica revista de domingos. Pero, si vamos por ahí, los ruidos en la panza no tardan en rugir: ¿Quiénes son los argentinos? ¿Es una identidad real? La misma revista podría afirmar, sin pensarlo un segundo, que los argentinos, de la misma forma que son el tango cuando bailan, son la carne cuando comen. La idea de un ser nacional que reúne ciertas características comunes, como pueden ser las formas de alimentarse, por el solo hecho de haber nacido en determinada porción de territorio es, desde la conformación de los Estados Nación modernos, un objetivo principal.

Si uno tuviera que arriesgar a boca de jarrón en nombre de la argentinidad podría decir e imaginar muchas cosas. Entre ellas: argentino es el asado, el locro, el puchero, el osobuco, el mate, el dulce de leche. Los imaginarios del argentino están a flor de lengua. Salen fácil: todos comen más o menos lo mismo, por argentinos, porque sí. Pero este sentido común, guiado por el del refrán universal, da como resultado una plato con espinas: todos comemos lo mismo, todos somos iguales….

A comer con cuidado, entonces.

Vale buen provecho preguntarse, sin que se revuelva el estómago de nadie, ¿qué tan reales son estas argentinidades? ¿Cómo se desarrollan estas tradiciones en el devenir? ¿Son casuales? ¿Son diseñadas?

La economía de la tradición: una historia de sinsabores

doñapetronaUn día de 1938, a Petrona Carrizo de Gandulfo, la famosa Doña Petrona, le golpearon la puerta. Era la Junta Nacional de Carnes, dependiente del Ministerio de Agricultura. La Junta creada por el presidente de facto Agustín P. Justo quería que la doña escribiese otro libro de cocina. Claro, no fue casual. Doña Petrona ya había editado el ejemplar canónico que la lanzó al puesto número uno del star sistem culinario: “El Libro de Doña Petrona” (1933).

Aquella edición, para entender un poco por dónde vienen las esencias, arrancaba así:

“Con este libro deseo ayudar a toda señora amante del arte culinario. Con él la persona más novicia puede confeccionar los platos más exquisitos. Las recetas están explicadas en forma clara y sencilla. Pido nada más que sigan al pie de la letra las instrucciones para su confección”.

Nada más, nada menos.

A las pocas páginas, Petrona insistía con otras representaciones. Por ejemplo, “Cómo arreglar el trabajo de la casa con poco servicio” es, incluso, un subtítulo entero dentro del libro. Más allá de cualquier consideración de época benévola que se pueda tener, escrito está lo que viene:

“Ante las dificultades que ha creado la escasez de servicio doméstico he creído de interés para todas las dueñas de casa tocar el tema y aconsejarles que, si bien a primera vista parece de difícil solución, no es un problema tal si se lo encara con ánimo resuelto y decidido. Este problema, recién se empieza a sentir entre nosotros, pero hace tiempo ya existe en toda Europa y Norte América”.

Es solo una cuestión de actitud. Y de disciplina, agregaría Petrona.

Son recetas de cocina y nada más,  podría vomitar alguno. Pero los objetivos de aquella Junta no eran ingenuos, más bien eran ocultos: había que escribir un libro que disciplinara el consumo y la utilización de los cortes de carne. Los integrantes de la Junta consideraban que la ingesta de carne era desmedida y desbalanceada para la economía nacional. Los inmigrantes de origen italiano, sobre todo, eran los apuntados, porque consumían carne de ternera a montones. La Junta necesitaba que la carne de novillo y de vaquillona, cortes más baratos, entraran en mayor circulación en el mercado interno de los alimentos. Y, sobre todo, precisaban desalentar la ingesta de ternera, corte fino, de exportación. Es así como “Los Cortes de Carne y su Utilización”, la coproducción de Petrona y la Junta, tiene 46 páginas dedicadas a recetas de novillo y solo 14 a recetas de ternera.

Es pertinente, en el marco de esta historia olvidada, invitar a la mesa a Eduardo Archetti, antropólogo y sociólogo, quien analizó la publicación en detalle: “Doña Petrona, en este libro híbrido, define una gramática culinaria, aunque basada en lo local y regional, que se percibe y se acepta ya como nacional. Comidas vinculadas a la economía y cultura local europea se transforman en el contexto argentino en elementos de una cocina nacional; comidas de un lugar o una región son, de pronto, comidas de una nación promovidas por la Junta Nacional de Carnes”. Según Archetti,  “para la emergencia de una cocina nacional se necesitan con cierta regularidad determinados ingredientes y materias primas, consumidores, cocineros y, lo fundamental, cambios en la actitud de la gente en relación a la comida”.

El novillo y los cortes de bife, según el libro, eran insuperables, mejor que los cortes de exportación.  En las páginas se hacía mucho hincapié en usar “las carnes apropiadas” para la confección de sopas y caldos. Las carnes apropiadas eran las que no se consumían y desbalanceaban la proporción necesaria para la política económica agroexportadora refundada en aquellos años por el célebre y entreguista pacto Roca-Runciman (1933), que concedía el parque nacional automor (transportes) a Gran Bretaña, además de derechos preferenciales a capitales ingleses, sobre todo en el sector frigorífico, a cambio de garantizarse a la potencia europea como principal comprador de carne.

Medir efectos únicamente a partir de la estrategia que se cocinó junto a la figura emblemática de Doña Petrona sería de glotón. Pero bien vale repasar las cifras que expuso oficialmente la Junta en aquellas décadas para entender la economía de las tradiciones que se proponían desde el ejemplar cultural.

En la década de 1930, post estallido de la crisis mundial, hubo un bajón en la exportación de carne vacuna. El primero del siglo y del modelo. Mientras que en la década del ´20 la exportación ascendía a 681.900 toneladas promedio por año,  en los años ´30 se redujo a 574.000 toneladas. No en vano ni sin por qué, entonces, las intenciones de disciplinar el consumo interno para poder contar con más cortes finos para la exportación. En efecto, la Junta se glorió en la década venidera ostentando que la exportación había escalado a 609.100 toneladas anuales.  En cambio, el consumo interno y la cantidad de carne por kilo per cápita ascendieron de manera constante año tras año.

La carne, en este caso, sangraba una lógica que se replica: construir identidades para adentro y venderlas para afuera. Lo “nacional” para la exportación: Tango for Export, Carne for Export.

Por otra parte, sobre el asado, cosa argentina si se la imagina, el libro cerraba con una sentencia: “Para hacer un buen asado, ya sea a la parrilla, horno, plancha o asador, hay que tener una habilidad especial, que no todas las personas la tienen”. Archetti sobre esta afirmación entiende que “Doña Petrona acepta dos verdades que serían ya evidentes en esa época: se nace asador y para serlo hay que ser hombre”.

Diversidades y regionalismos

Al olfatear el espíritu de los párrafos de las obras de Doña Petrona se puede vislumbrar un bajada de línea: los platos que se comen son así y asá, con puntos y comas. Las formas diversas, por lo menos en el texto, no viven.

La comida, entendida como unas de las formas de disponer identidades y otredades, y como forma de distinción, es en primera instancia, desde la propuesta oficial, unívoca. “Así se come en Argentina”, parecieran decir los libros de matrices culinarias.

Sin embargo, en el territorio todo se empasta. Y esos grumos no se van. Las diversísimas culturas de un mismo territorio, cada uno de sus regionalismos, el propio gusto de cada individuo, pone todo más revuelto.

La cultura culinaria argentina tiende hacia algunas construcciones difíciles de licuar con la vida cotidiana de los habitantes de las diversas regiones. Según Víctor Ego Ducrot, profesor universitario de ciencias de la Comunicación, estudioso del arte culinario, la cocina nacional es “poco original” ya que “la gastronomía argentina siempre dependió de los aportes extranjeros” y porque los platos “autóctonos” se limitan a  “los derivados de la cultura del maíz, como el locro y la mazamorra”.   Estudios como estos terminan por servir la idea de que lo nacional, en definitiva, es un majestuoso guiso entre las tradiciones criollas y las extranjeras.

La discusión podría rebajarse a los canales gourmet, a los especialistas de las disímiles especias, pero hay quienes sostienen que en las múltiples formas de alimentarse hay disputas de sentido que exceden una discusión meramente culinaria. Así lo entiende el docente del Seminario de Cultura Popular y Masiva de la Universidad de Buenos Aires, Christian Dodaro: “Si bien las formas de la cocina de los sectores populares son parte de sus memorias, de sus saberes, de sus formas de resistir y negociar,  como en todos los planos de la experiencia y la expresión cultural, los símbolos y las formas son reapropiadas por el poder”. “Por ejemplo – agrega Dodaro-  antes uno comía un plato de buseca y era un grasa, hoy se sienta en un restó de Palermo y le traen callos y es muy cool”.

“No es democracia para nosotros”

Levantando bien alto el estandarte por la visibilización del conflicto indígena en Argentina, Félix Díaz, líder de la comunidad Qom Potae Napocná Navogoh, explica las complejidades y los despojos actuales. “Estoy para representar y defender los derechos indígenas, no para negociarlos”.

La tierra sigue deshaciéndose de sus manos. Lo que para muchos es un recurso más, para ellos significa la fuente de vida, de cultura, de espiritualidad, de lazos comunitarios. Y si la tierra es vida, no tenerla significa, por lo tanto, morir.

Es porque muchas comunidades indígenas argentinas se han negado a desaparecer que la figura de Félix Díaz se nos presenta en grande; porque representa ese inacabable sentido de subsistencia y de dignidad que rechaza darse por vencido aun cuando diversos Estados y gobiernos se empeñan en que ya no estén más. Representando a la comunidad Qom Potae Napocná Navogoh de Formosa, aprovechando su estadía en Capital donde dará una conferencia el día lunes 28, Félix dio a NosDigital una extensa entrevista en la que habla de su actualidad como líder, de la situación política de sus hermanos, de las estrategias políticas para visibilizar la vida cotidiana de los que han sido despojados, de la dignidad del pobre y de lo absurdo de la falta de unidad. También reflexiona sobre los que cedieron las reivindicaciones históricas por un sueldo y de los pobres que no tienen qué comer. Su mensaje, en última instancia, enseña la búsqueda de un mundo en que se pueda “respetar al otro como ser humano y convivir y saber tolerar la diferencia”.

_DSC7008-¿Qué cambios ves en la comunidad a día hoy con toda la experiencia adquirida desde los inicios de su organización y reclamos?

-Hemos notado un cambio muy importante al día de hoy en relación a tiempos anteriores, que hemos sido manipulados, hemos sido esclavizados en todos los aspectos. Hoy en día la comunidad ha podido conformar una organización por la cual se sostiene por la participación de la misma comunidad; se ha formado una organización que se llama Concejo de Ancianos, que la forman hombres y mujeres adultos y jóvenes, que ha podido fortalecer la manera propia de organizarse, a través de las asambleas que deciden la política interna de la comunidad. A través de eso hemos podido sostener la lucha, el reclamo territorial que es el eje por el que se mueve la política interna del pueblo Qom, y eso ha sido muy favorable para mí como autoridad, ya que he visto cómo los hermanos se han podido empoderar de esa fuerza de decidir lo que tiene que ver con sus propios intereses. Y eso me alienta mucho, de que haya un cambio, que hemos podido notar en este tan poco tiempo, iniciado en el año 2000 y que dio una vuelta muy grande en el 2010 cuando explotó el tema de la represión y el desalojo. Esto tiene que ver con la madurez de la comunidad que ya no quiere que nos digan qué tenemos que hacer, que nos mientan que nos darán las tierras. Esto es producto de la propia conversación que hemos iniciado en el 2000 para entender qué nos estaba pasando.

¿Cómo impactó la diferenciación entre los sectores a favor del gobierno y quienes se mantienen intransigente con las reivindicaciones históricas en el seno de la comunidad?

-Nosotros no hemos notado la diferenciación interna, nosotros no lo vemos con preocupación porque los que están con el gobierno son un grupo de hermanos que son funcionarios del gobierno provincial, que no son autoridades para nosotros, para la comunidad. Pero lastimosamente el Estado usa las cuestiones jurídicas para poder discutir de igual a igual con nosotros porque tienen un instrumento jurídico en defensa del interés del Estado. Estos hermanos que se quisieron manifestar en contra de nuestros reclamos fueron desapareciendo porque el gobierno no puede mantener un grupo de personas pagándoles todos los pasajes, mercaderías, alojamientos, recursos. El Estado no puede comprar toda la dirigencia indígena, el liderazgo indígena, porque es como querer desviar la lucha indígena a través del sueldo. Lastimosamente el gobierno provincial y el nacional han podido legitimar la división de las comunidades mediante la creación de dos personerías jurídicas, una es provincial, la que es la titular de nuestras tierras comunitarias, y la otra, la nuestra es el RENACI que es una organización natural de la comunidad que se ha conformado democráticamente y que me ha electo como representante. Esa es la diferencia: la primera, la Asociación Civil, nunca fue elegida por la comunidad, sino que el gobierno pone a sus hombres de confianza para estar al frente de ésta. Esa es la diferencia, una que está por encima de la comunidad y la otra que es la de la propia comunidad que administra sus propios intereses como la agricultura, ganadería, caza, pesca y uso de los recursos para la artesanía, que son nuestras costumbres. Sin embargo, el otro grupo niega estas costumbres y dice que ya no se puede pescar, ya no se puede cazar y recolectar porque ya pasó, aunque muchos hermanos siguen manteniendo esos valores culturales, que nos da fuerzas para decir esto es lo que somos, esto es lo que queremos. Mientras tanto, el gobierno les da camionetas a los punteros de la comunidad: Cristino Zanabria, a los Camachi, pero que no se pueden sostener.

-Como dirigente indígena te ha tocado recorrer y relacionarte con diferentes comunidades a lo largo del país, ¿cómo se dio el intento de dividir a las comunidades a nivel nacional a partir de tu experiencia?

_DSC7026-La verdad he pasado momentos muy buenos y otros negativos, que me hicieron dar cuenta las cosas que yo he venido haciendo mandado por mi comunidad. Lo que yo me doy cuenta de esta lucha es que la autoridad nace de las condiciones que uno trae consigo, que trae por naturaleza, y la autoridad que muchos buscan en el ámbito político, religioso, se da por la búsqueda misma de poder. Ahí es donde está el engaño: “votame, yo te doy esto”, “votame y te doy lo otro”, y esa negociación que nunca hice, porque no me gusta engañar a la gente. Esta forma de pensar me ha servido para saber con quién sí estar y con quién no estar. Pero no puedo decir “con este no voy porque es oficialista” o “con este no voy porque es opositor”; lo que yo quiero es ampliar el espacio para dialogar y construir algo genuino entre nosotros para poder dejar herencia a la siguiente generación y que pueda mejorar los logros y falencias que nosotros hemos tenido. Toda esta experiencia que pude tener en este tiempo me ha servido mucho para poder parar y ver qué es lo que estoy haciendo, qué es lo que me pasa. Y entonces cuando salgo de mi comunidad y estoy en otra, y los hermanos me dicen “ayúdenos porque estamos mal”… La mente de algunos dirigentes indígenas cree que yo soy rico porque viajo, porque vivo en Buenos Aires, porque hablo en los medios, creen que vivo bien; pero esa mentalidad del político contamina al indígena. ¿Cómo les explicás a los indígenas que no vivís como viven los grandes líderes sociales, políticos, religiosos que son los que manipulan las mentes de las personas? Esta tarea que me tocó es muy rara y es muy difícil sacar conclusiones de lo que uno es: no puedo decir que soy bueno, malo, mejor o peor. Siempre digo que la gente tiene que definir qué clase de persona soy; no puedo decirles “che, deja de hablar mal de mí”, aunque mucha gente cree que por defenderme a mí esa es la solución. No, cada uno tiene que hacerse cargo de su mirada, sus críticas, de lo que uno es, porque conozco mucha gente que son grandes políticos partidarios, pero que la pasan mal, porque el liderazgo no te convierte en patrón, uno tiene que ser servidor de los demás. Cuando acumulan la riqueza se vuelven egoístas y más ambiciosos. No puede ser que un partido llegue a posiciones importantes y el gobierno se transforme en  propietario de la vida de los demás y después negocien con las grandes empresas multinacionales, se venden y nosotros seguimos en la miseria. Nosotros hemos votado a los gobernantes para que hagan bien y no lo que están haciendo. El tema indígena es una lucha muy débil, porque no tenemos un respaldo económico y jurídico que sea manejado por nosotros los indígenas, porque seguimos mendigando el acceso a la justicia. Yo tengo causas penales por defender los intereses del pueblo Qom, entonces el Estado Nacional nos ofrece la posibilidad de defendernos por medio del Centro de Estudios Legales Sociales (CELS), Defensor del Pueblo y Defensoría General de la Nación, pero si no queremos saber nada con el gobierno, ¿quién nos defiende? Si no tenemos recursos para movilizar o contratar a un abogado. Nos convertimos en mendigos al no tener acceso a la Justicia. Lastimosamente tenemos abogados indígenas que están con el gobierno pero son los que dicen que éste es el mejor gobierno, que está todo bien,  un gobierno que incluye a todos; y no se dan cuenta que se está muriendo su gente, que son sus raíces, sus orígenes, todo por tener una chapa de abogado ya se creen que son parte de la sociedad; sin embargo, son indígenas.

-Se ha hablado mucho sobre su estrategia de diálogo con muchos sectores políticos…

-Para nosotros no están dadas las condiciones para discutir de igual a igual ante cualquier organismo público y sus autoridades, porque que hay una discriminación hacia la realidad indígena que es ocultada. Pero cuando uno va al territorio, una experiencia que muchas veces es vista desde afuera, esta democracia no es democracia para nosotros, ya que se debería respetar y defender el derecho humano y no condicionarlo. Yo estoy para representar y defender los derechos indígenas y no negociarlos, porque no se negocian ni se venden, ya que son derechos constitucionales y hay una legislación que obliga al Estado a garantizar ese respeto que deberíamos tener para vivir de igual a igual. Todos provenimos de una misma familia, la Familia Humana, aunque se ha formado una sociedad dividida: la Iglesia defiende los derechos de su congregación, los partidos políticos los de sus miembros. Nosotros sabemos de dónde venimos y sabemos a dónde queremos llegar. El liderazgo está en uno mismo en un proceso que te marca la vida; yo llegué solo a tercer grado y he crecido mucho gracias al diálogo con todos ustedes, al diálogo con gente de la iglesia, partidos, gremios, organizaciones campesinas. No me preocupa lo que puedan decir que soy aliado de Massa, la Iglesia, de Moyano, de los que quieran; porque la función mía es pública y no privada, entonces cuándo es público uno tiene que ir y hablar con la gente aun cuando no esté de acuerdo con esa gente, transmitirles mis preocupaciones. Pero muchos de estos intelectuales y sabios hombres que están al frente del país se creen dueños y se equivocan. Dicen que porque son gobierno pueden hacer lo que quieran y no les importan las personas pobres, inmigrantes, indígenas. Entonces, ¿cómo puede entender una persona que está arriba a los que estamos abajo, que somos lo que siempre sufrimos? Porque si yo estoy viviendo con los que están abajo entiendo lo que eso significa: no tener agua, no tener salud, no tener comida, no tener trabajo. ¿Cómo voy a poder negociar con el de arriba si él no entiende lo que le pasa al de abajo, si nunca lo vivió?

-La comunidad Qom vive mayoritariamente en las dos provincias más pobres del país, Chaco y Formosa. ¿Qué significa ser indígena, Qom y pobre en los territorios?

_DSC7023-Lo que nos pasa es que la misma Argentina nos ubicó en ese lugar donde hoy estamos. Pero yo no me considero pobre, porque pobre es el que no tiene familia, no tiene casa, no tiene parientes. Me considero un ser humano digno de seguir reivindicando las cosas que competen a mi persona. Lastimosamente la imagen que usan los medios es “los indígenas son pobres, no tiene esto y lo otro”, pero nunca dicen por qué pasó esto. Al indígena lo empobrecieron, le sacaron su agua, su territorio, sus recursos, porque la vida está en ese lugar. Si no tenés la medicina del monte, si no tenés el agua y los recursos para vivir, te están matando y te conviertes en un ser miserable; te dan un terrenito de 20 por 30 y te peleás con tu vecino. Si vas a buscar trabajo tenés que tener títulos, tener un padrino político, si no tenés eso tenés que ir a rebuscar en la basura o ir en los campos privados y robar yendo a cazar o a pescar en sus propiedades. El que se adueñó de estos recursos no le importa que esos territorios hayan sido nuestros, que, según la propia legislación, nos ubica como pueblo pre-existente. Formosa se cree que es la pionera en reivindicar el derecho indígena, pero no lo es. El gobierno tiene que escuchar, no imponer. Se siguen muriendo los indígenas por el Mal de Chagas, la neumonía, la hepatitis, y ahora están habiendo casos de diabetes, que antes no se veían, las cataratas que han segado muchos hermanos, la discapacidad o la malformación de niños indígenas. Esto pasa porque estamos mal alimentados. Antes teníamos una alimentación equilibrada porque teníamos los recursos y ahora no. La comida que nos venden es comida chatarra, alimento que no es bueno. Si no tenés plata te morís de hambre. Esto es lo que genera la injusticia, la falta de escucha de los gobiernos a nuestro problema. Nuestra lucha está en la recuperación de territorio.

-En mayo del 2012 fuiste convocado como representante de tu comunidad, junto con representantes de Asuntos Indígenas y el gobierno de Formosa, en una mediación de la Corte Suprema ¿Qué novedades hubo sobre su dictamen de relevamiento de sus tierras?

-Para nosotros es un paso importante para hacer más visible la problemática Qom. Pero la Corte no es que se hizo cargo de la situación sino que buscó una mediación, entonces se negoció decir “vayan y releven las tierras”. El gobierno nacional y provincial llevó sus equipos técnicos e hicieron lo que quisieron, pero diciendo que cumplieron las órdenes de la Corte. Ese relevamiento no hizo lo que pedíamos, y yo, como autoridad, quedé fuera del título del territorio de la comunidad. Dentro de ese título estamos fuera 20 familias, que tenemos una causa penal por usurpación, y de esta manera el gobierno nacional y provincial avala la orden de la Justicia de la causa que tengo por violentar la propiedad privada en esos territorios. El Estado es el responsable de no resolver el problema real. Nosotros fuimos preparados para esta instancia y marcamos el territorio actual, el territorio público y el tradicional, y ellos dijeron que no,  porque respetaban lo que decía la asociación civil manejada por Cristino Zanabria, que olvida el sacrificio que hizo la comunidad en los 30’ y la lucha de su antepasado Trifón Zanabria que  consiguió el territorio con un gran esfuerzo que ahora él desconoce.

-A fines del 2012 fuiste invitado a Chiapas a permanecer un tiempo en el territorio autónomo administrado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), ¿qué sensaciones te llevás de esta experiencia?

-La verdad que me ha servido mucho ver en qué situación se encuentran los hermanos, pero me entristeció estar en México y visitar la cárcel donde se encuentran detenidos muchos indígenas por defender sus territorios; y los que se encuentran libres no tienen la posibilidad de discutir de igual a igual con el Estado porque se han auto-aislado. ¿Cómo defender los derechos de uno cuando se desprende de la institucionalidad del Estado? Han logrado muchas cosas, pero con el correr del tiempo, si vamos a vivir eternamente en guerra, las siguientes generaciones serán las perjudicadas porque van a tener su mente de odio con el otro. Lo que nosotros buscamos es respetar al otro como ser humano y convivir y saber tolerar la diferencia. Estos hermanos con que he podido estar y ver sus escuelas autónomas y municipios autónomos, son mínimos los recursos que manejan porque no se les permite más. Un día uno me dijo “mira hermano, esto es lo que vivimos día a día, los blancos vienen borrachos y nos maltratan y no los podemos denunciar porque la justicia sabe que somos autónomos y no podemos tomar medidas propias contra ese blanco, porque el pueblo va a venir encima nuestra y somos pocos”. Es muy difícil sacar conclusiones cuando uno está de paso simplemente, tendría que estar ahí y pasar más tiempo, para ver lo bueno y lo malo. Los hermanos viven dedicados en la agricultura, las mujeres viven en sus casas, los territorios no están reconocidos que son propiedad de los zapatistas por el propio Estado mexicano. Es un conflicto que no va a parar nunca, pero son decisiones que uno tiene porque está cansado de tantas injusticias, de tantas muertes. Y los zapatistas tendrán sus razones y yo las comparto, los apoyo, porque son mis hermanos.  Fue doloroso estar ahí, porque no teníamos tiempo de hablar con toda la gente de día, sino de noche, cuando nos contaban todo su dolor. Sin embargo acá en la Argentina no vivimos de esa manera. Podemos vivir libremente, hablar con los medios, yo puedo viajar a Formosa, aunque reciba amenazas; pero no vivo como viven los zapatistas. Y eso preocupa, porque el mismo Estado es el que se encarga de destruir nuestros pueblos indígenas y es el que motiva el odio entre nosotros, para que nos matemos y las multinacionales se queden con nuestras tierras. A veces nos peleamos nosotros, entre los pobres, indígenas, campesinos por un corte de ruta; he visto mucho en los cortes de ruta como son los pobres los que más se enojan, nunca un rico va a estar en la zona, el rico vive en su casa, en otro país incluso.  No estamos en una situación agradable, y depende de nosotros, si cambiamos nuestra forma de pensar, de actuar y de valorar la vida. Todos constantemente están discutiendo. Anoche estuve viendo la repetición del video de Luis D’Elia y me dio mucha pena, porque yo a él le tengo mucho respeto. Lo conocí en el 2003 cuando estaba necesitando un pasaje, porque estaba varado acá en la Capital y no conocía a nadie y me preguntó cuánto necesitaba para volverme a Formosa y me lo dio. Ese gran hombre que estaba dentro de él desapareció, no sé cómo, y sentí con mucho dolor ver a ese hombre llorar impotente frente a los medios, querer justificar algo que se está haciendo contra el gobierno nacional. Pero si él no está pensando para recuperar la confianza del pueblo, hay que hacer algo. Es difícil para mí decir esto que estoy contando, estoy muy preocupado por esta situación y no sé cómo transmitir esto a los demás para que nos sumemos en la construcción de este país para el bien de las personas que sufren día a día. Porque no es bueno ir a un barrio de La Matanza, la Villa 31, en José León Suarez, hace poco estuve en un basural con unos chicos que trabajan allí y duele, duele porque son mis hermanos, mis conciudadanos, no son indígenas, pero son mis hermanos porque somos de la familia humana. ¿Cómo puedo ser indiferente ante los que pasan lo mismo que nosotros? Lo que yo quiero es brindar lo mínimo que tengo para que el otro se dignifique a trabajar para construir su propia vida y valorarse a uno mismo._DSC7031

La linda Tirana

Cámara en mano se pisa fuerte en las calles albanesas. La extrañeza de los Balcanes se mezcla con la naturalidad de personajes que parecen de otra época. Tres días por los rincones de la capital dan este fotorreportaje.

El sudeste europeo. El rojo y el águila bicéfala. La obsesión por Mercedes Benz. Una mezquita, una iglesia católica y otra ortodoxa. El nevado Monte Dajt. Un ajedrez con tablero de cartón en la plaza rosa. La pirámide que quiso ser mausoleo. Toda la ropa donada a la venta. Las risas y el dominó. La lluvia y la pizza.

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Golear para contarla

Son muchos los que hoy lloran a García Márquez, otros prefieren citarlo y unos pocos pueden evocar el recuerdo de haberlo conocido. Jorge Valdano le debe esa oportunidad al gol que sacó a Colombia del Mundial ’86. “A García Márquez no le gustaba el fútbol, pero si no hubiera sido por el fútbol no lo hubiera conocido”.

Gabriel García Márquez escribió una dedicatoria que, de haberse vuelto pública, lo hubiera convertido en el enemigo de la mayoría de los colombianos. Odiaba al fútbol, por eso, aquella vez, resultaba extraño que aceptara comer con el goleador del Real Madrid. Eran las vísperas del Mundial del ‘86 y al escritor no sólo le importaba muy poco saber cómo gambeteaba Diego Maradona, sino que, una vez más, andaba fastidiado por esa fiebre futbolera de la que no se sentía parte. No le gustaba que sus vecinos, de repente, se dedicaran solamente a hablar de una pelota. Menos que menos le interesaba que eso durara un mes. Por eso, unos segundos después de que la taza de café dijera basta, aprovechó la oportunidad y dejó una huella secreta que a aquel delantero argentino todavía le hace brotar carcajadas. Sin mirar el texto, aún hoy memoriza las palabras que el Premio Nobel le estampó en la primera página del libro que le regaló en aquel encuentro: «Gracias por el gol que le marcaste a Colombia en las Eliminatorias», decía, recordando con felicidad el cabezazo que Jorge Valdano había metido en la tarde del 16 de junio de 1985 -tras un centro de Daniel Passarella- y que había alejado a los colombianos de la chance de clasificarse para la Copa del Mundo de México.

“A García Márquez no le gustaba el fútbol, pero si no hubiera sido por el fútbol no lo hubiera conocido”, explica Valdano a través de su Ipad, mientras toma un café en un bar de Madrid, donde vive y donde, diariamente, lee. En algún lugar de su casa, tiene ese libro. En otro lugar de su hogar, aunque sea más difícil de encontrar, guarda una foto de aquel encuentro, que en su vida no guarda más valor ahora que murió el escritor porque siempre, a todos lados, llevó clavadas en su memoria frases y frases de esos libros.

Desde el momento en que se volvió jugador de fútbol, Valdano vivió la vida de las puertas abiertas. Alguna vez, el Turco García -delantero de Racing en los noventa- ejemplificó esta forma de existir: «Si no fuera por el fútbol, muchos jugadores hubieran muerto vírgenes». En la vida, cada uno elige lo que quiere y este campeón del mundo aprovechó su fama para conocer a todo tipo de intelectuales que arrancan en Mario Benedetti, pasan por Mario Vargas Llosa y terminan en Joaquín Sabina.

Por el fútbol, se hizo amigo del español Manuel Vázquez Montalbán, charló con el mexicano Juan Villoro y cruzó cartas con Osvaldo Soriano. Pero, de todos, su debilidad siempre fue Roberto Fontanarrosa. Nunca le perdió el rastro. Incluso en estos tiempos, cuando pasa por Buenos Aires y, mirando la ciudad desde el octavo piso de un hotel, saca una tarjeta personal y, al dorso, se apunta que hace unos días salió una nota de Jorge Fernández Díaz sobre el escritor rosarino que no quiere perderse. Mientras lo entusiasma ese recordatorio, su elegante rostro se invade, primero, de memorias y, después, de risas: “Una vez, El Negro fue a jugar un partido a Las Parejas con sus amigos de Rosario y marcó dos goles fabulosos. Luego se lo contó en una carta maravillosa al periodista Daniel Samper. La carta empezaba diciendo la verdad (que en la cancha había cuatro gatos mirando) y, cuando terminaba el relato de su segundo gol, ya decía que los 70.000 hinchas que presenciaban el partido gritaban enloquecidos”.

La relación de Valdano con la lectura se inició a través de la pasión de su vida: la pelota. De chico, era un adicto a todo tipo de publicación deportiva. Ahí conoció las palabras. “El fútbol es mi mundo y tiene una conexión apasionante con todos los estratos sociales, con el lugar en que se juega, con el tiempo en el que vivimos”, analiza, dando a conocer el sitio donde tiran paredes la literatura y el fútbol. Aún así, la primera obra que evoca haber leído poco tiene de deporte. Fue “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde, en una colección de Salvat.

Sin embargo, no siempre la literatura pudo recorrer libremente su cuerpo. Durante las madrugadas previas a jugar en el Mundial del 86, la ansiedad se le transformaba en insomnio. A su compañero de cuarto, Diego Maradona, no le pasaba lo mismo y descansaba tranquilo. Pero en esas noches, Valdano no podía leer: lo tenía prohibido. “Bilardo no quería distracciones porque pretendía que todos vivieran el fútbol con su mismo grado de obsesión. Ni siquiera dejaba entrar a las concentraciones periódicos que no fueran deportivos. Fútbol, fútbol, fútbol. En ese mundo leer un libro era un acto de terrorismo”, relata, todavía en desacuerdo con esa pauta.

En 1997, un periodista argentino le preguntó a Vázquez Montalbán si Valdano era uno de los personajes del deporte que mejor escribía. “Olvídese de la palabra deporte: es uno de los que mejor escribe”, respondió, sin titubeos, una de las mejores plumas del periodismo de España. Pensar tanto el fútbol lo volvió un escritor. De hecho, el año pasado, pasó por Buenos Aires para presentar su último libro: “Los 11 poderes del líder”, que edita Sudamericana. Aunque ese no es su único título: también escribió Apuntes del balón y El miedo escénico, entre otros.

A Valdano, el horizonte le dio la chance de conocer a García Márquez, pero él fue mucho más lejos. Y no sólo porque públicamente se embanderó detrás de Soriano y de Fontanarrosa para defenderlos de ciertas comprensiones de la literatura que no los dejaba entrar: ni a ellos ni al fútbol. Fue más. Porque las palabras y la pelota –así, bien juntas- se le volvieron un terreno tan propio que, en sus últimas horas por Buenos Aires, la última vez que vino, en una noche de diluvios espantosos, mientras el mundo mediático desesperaba por una nota con él, decidió ir a la presentación de “A mi juego”, un libro de poesías que el periodista Carlos Ferreira publicó hace treinta años, que ahora reeditó, y cuyo primer ejemplar Valdano tiene todavía en su biblioteca.

Gracias Lucas Welsh por la colaboración en la ilustración.

«Nuestra respuesta es la vida»

Este texto se llama «La soledad de América Latina». Es el discurso que Gabriel García Márquez dio, en 1982, tras ganar el premio Nobel. Muchas veces, cuando alguien escribe bien, no tiene sentido escribir sobre él. Por eso, aquí habla él:

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

El mar sin agua

Crónica desde el desierto de Guajira colombiano, un paisaje de película, donde las comunidades indígenas Wayúu son visitadas por turistas pero viven sin luz y sin agua potable. Las muertes se cuelan fuerte entre los chicos y los prenatales.

Las comunidades indígenas Wayúu del desierto de la Guajira, límite colombiano con Venezuela, viven sin luz y sin agua. “Viven” es una forma de decir, ya que ese departamento colombiano tiene una de las tasas más altas de mortalidad infantil y maternal de Colombia.

De acuerdo con el Departamento Nacional de Estadística colombiano, el total de la población guajira en el año 2014 es de 932.157 habitantes, de los cuales 379.404 son indígenas. En el período 2008 – 2013 murieron 2.969 niños menores de cinco años. 278 fallecimientos correspondieron a desnutrición, los restantes 2.691 responden a otras patologías, de las cuales muchas podían haber sido tratadas si los servicios funcionaran eficientemente.

Si a esa cifra se le suman las muertes fetales, que en el periodo 2008 – 2013 fue de 1.202, da un total de 4.171 niños, desde la gestación y hasta los 4 años de edad, muertos en la Guajira. El SIVIGILA, Instituto Nacional de Salud colombiano, reporta que allí en las primeras ocho semanas del 2014 murieron 3 niños por desnutrición y nacieron 47 niños con bajo peso al nacer (lo que implica igual número de madres gestantes o lactantes con desnutrición). La morbilidad materna extrema presenta 47 casos en el 2014 y la mortalidad perinatal y neonatal tardía llega a 20 casos.

Surcar el desierto

Pasando Uribia (llamada así por Rafael Uribe y que al mismo tiempo es la Capital Indígena de Colombia), está Cabo de la Vela. Muchos turistas colombianos y venezolanos se acercan a este pueblo Wayúu para pasar un fin de semana de aventura, sin luz, sin agua, pero con paisajes de película. Para llegar hasta allá el colectivo que alberga momentáneamente a los turistas abandona el camino asfaltado, luego de que su chofer le cargue nafta en un puesto maltrecho al borde de la ruta, donde el combustible traído desde Venezuela cuesta la mitad. Los turistas empiezan a aferrarse mejor a sus asientos: el paisaje se va tornando cada vez más hostil. Después de pasar un bosque de kilómetros de cactus, el horizonte se apodera de todo. Un espejismo les hace creer que ven el mar, pero no: es el desierto que se los tragó enteros. Divertidos, los turistas se sienten unos aventureros. La fantasía se les corta enseguida: más allá del espejismo, una persona cruza el desierto en bicicleta.

Los turistas observan mejor el suelo que aplasta las ruedas del colectivo: es blanco como la arena, y está lleno de caracoles. Allá donde hace miles de años hubo un mar, ahora cientos de caminos abiertos por ruedas de bicicleta y pasos firmes surcan el suelo. Es que los indígenas que viven en Cabo de Vela y sus alrededores, unos 900 aunque no existen cifras exactas, no tienen ningún transporte público que los lleve desde la capital de municipio Uribia hasta sus rancheríos. Los turistas recuerdan las vías del tren que se extendían paralelas a la ruta de asfalto. Ese tren, custodiado por puestos de policía cada cien metros, sólo va y viene hasta la mina de carbón, unos pocos kilómetros más allá.

Caramelos por la ventana

Después de una hora andando por el desierto, una personita se acerca corriendo al colectivo. Exige su peaje: caramelos. Si los turistas quieren pasar, lo nenes Wayúu deben tener sus dulces. Los turistas piensan que el colectivo va a parar para que ellos puedan darles a los nenes los caramelos en mano. Pero no: el guía les indica que deben tirar los dulces por la ventana, bien lejos, no sea cosa que los nenes se golpeen contra el vehículo… Los turistas preguntan que por qué esa forma; el guía los mira extrañado: “bueno, porque así fue siempre acá”.

Los nenes tienen semejante ilusión con tener caramelos que los turistas se resignan con arrojárselos desde la ventanilla. Ya las casas se hacen cada vez más frecuentes y el desierto se va terminando. Los nenes siguen saliendo de todos lados, bajo un sol inclemente y de lugares que los turistas hasta ahora creían inhabitables, algunos con sus uniformes de escuela – donde, nos dirán luego, casi no caben todos.

El pueblo empezó, una calle sin autos se abre frente a la trompa del colectivo y una pequeña sala de salud se hace presente, que a pesar del esfuerzo de los médicos y enfermeras realiza sólo intervenciones menores. Para cosas graves hay que atenderse en Uribia, a dos horas. La calle principal se extiende unos 900 metros hacia el frente, paralela a un mar turquesa sin olas a pesar del viento fuertísimo.

El desencuentro

Los turistas llegan a la posada donde se estiran las hamacas donde van a dormir. Notan que a lo largo de la calle se extiende un cableado eléctrico. El dueño de la posada, sentado orgulloso sobre una moto moderna que luego cargará de chivos para la cena, explica que se instalaron porque “en un momento nos iban a poner luz”. Yendo para la mina de carbón, el enorme campo eólico Jepirachi de 1,2 kilómetros cuadrados se extiende aprovechando los fuertes vientos de la Guajira. Produce 19,5 MW que se van a la moderna Medellín, capital del eje cafetero colombiano, y ninguno queda en Cabo de la Vela.

Varias mujeres Wayuú se acercan a los turistas, al mismo tiempo que les marcan una distancia enorme. Les ofrecen sus bolsos y pulseras tejidas. La mirada esquiva, la sonrisa imposible, las palabras pocas. Hablan entre ellas en su idioma Wayúunaiki. Les pueden sacar una foto, pero ellas luego se las cobran. Los turistas pueden estar ahí, pero sólo tienen para aportar los pesos para comer, cuando se vayan.

El primer día de estadía incluye el agua; el segundo ya no.

En el 2011 la Acaldesa de Uribia Cielo Beatriz Redondo Mindiola, en el ocaso de su mandato, comenzó la instalación de una planta para purificar el agua del mar, pero desde que se fue el agua potable sigue siendo un sueño. Ahí quedaron, como el cableado eléctrico, los caños y las duchas esperando transportar un poco de agua. Por ahora, tres veces a la semana un camión del municipio de Uribia abastece de agua a los habitantes de Cabo de la Vela; en temporada alta cuando el turismo sube el servicio es diario.

Ya se acercan las once de la noche y algunos Wayúu se apoyan en el tapial de la posada para ver la televisión que acompaña la cena de los turistas. En un rato los generadores que brindan luz al pueblo se van a apagar. Así que algunos indígenas ya reposan en sus hamacas, algunos al aire libre ya que no hay peligro de lluvias: hace dos años que no cae una gota. “Un cielo para todos”, reza un mural despintado en la pared de uno de los pocos ranchos de material: una promesa gubernamental que no se cumplió. Esa es la única presencia del Estado colombiano en la tierra de los Wayúu.

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Linchado, muerto e impune

A Lucas Navarro, 15 años, lo mataron porque intentó robar. Y la Justicia no condenó a nadie. En medio del bombardeo mediático de los linchamientos, su hermano lo recuerda en esta nota.

A Lucas Navarro lo lincharon el 28 de marzo de 2010. Tenía 15 años. Hubiera cumplido 20 el viernes pasado, 18 de abril. Trató de robar un auto que entraba en un chalet del barrio Los Pinos, en Isidro Casanova. La víctima de ese intento, Gastón Roda, se convirtió en asesino junto con su padre Horacio y Gastón Dillman, Adrián González y su padre Norberto. Dillman se le sentó encima mientras los demás lo pateaban hasta romperle el cráneo. La policía llegó media hora después de que empezó el problema. Cerca de 40 personas veían lo que estaba pasando y no hacían nada para evitarlo. Le preguntaban a Lucas de dónde era, qué había hecho. Al principio Lucas respondía desde el suelo a las preguntas, pero las patadas siguieron. Durante el juicio recordaron los gritos de “Llevátelo porque lo matamos”. Un policía le tomó el pulso y supuestamente todavía tenía, aunque muy leve. Lo esposaron estando inconsciente y lo metieron en el patrullero para llevarlo al hospital Paroissien, en el kilómetro 21 de la Ruta Nº 3. Cuando llegó, llegó muerto. «Fueron contra mi hermano y no contra los agresores», se lamenta con la cabeza en alto Gastón Navarro, hermano de Lucas.

¿Quién era Lucas?

En la casa todos trabajaban. Eran cuatro hermanos varones, el padre y la madre. «Todos teníamos que laburar porque no es como era antes, que solo el padre lo hacía. Él se encontró solo y equivocó el camino. Él había dejado la escuela en 2009 y en 2010 volvió. Estaba mucho mejor. Recién empezaba la vuelta a la escuela cuando pasó esto. Lo que duele es que se crean que la madre de un delincuente, por así decirlo, no sufre. Todos sufrimos su falta ahora. Se creen que la madre del que delinque es prostituta, el padre vende falopa. Lo que no ven es que le puede pasar a cualquiera que un hijo equivoque el camino. Nosotros estábamos atrás de él, pero a veces llegaba con un celular robado y lo parábamos ahí nomás, pero el daño ya estaba hecho. La calle no es buena compañera. Él se encontró con pibes más grandes. Tampoco es fácil ayudar a un pibe que llegó a eso porque no sabés cómo va a reaccionar», recuerda.

Justicia y objetividad

«A los dos días de que lo mataron, en la casa de la familia Ronda había un micro antimotín y habían vallado las dos esquinas. Yo me imagino que eso no les pasa a todos. Se imaginaban que los hermanos del pibe que mataron eran unos delincuentes. Nada que ver. No tiene por qué ser así. Nunca fui a tirar una piedra a la casa, nunca los insulté. Llegó, no por casualidad, al abogado Alejandro Bois, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. A un amigo suyo le habían matado un hermano en la represión del 2001, y Bois tomó el caso. Lograron llevarlo a juicio. La fiscal Silvina Breggia caratuló «Homicidio en agresión», como si no hubiera habido intención de matarlo. «Yo pretendería que quien imparte justicia sea más objetivo que yo. ‘Usted está insultando mi inteligencia’, le dije. Si cinco tipos se sientan arriba de un pibe de 15 años que pesa 48 kilos y le pegan en grupo, sí querían matarlo. Todos los testigos apuntan a estas cinco personas. No lo pudimos revertir. Uno no espera que le pase una cosa así, entonces no sabe qué puerta tocar». El Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) Nº 5 de La Matanza absolvió a los Gonzalez y los Ronda porque entendió que lo quisieron proteger. El mismo Tribunal había absuelto a todos los policías en el caso Gastón Duffau, muerto a golpes dentro de un patrullero. «Esas personas que deberían ser objetivas no lo son. En vez de resolver el caso de mi hermano, están pensando que el que mataron es un pibe chorro. Cuando empezaron a leer la sentencia, parecía que los iban a sentenciar. Después empezaron a dar vuelta la cosa y por poco no me hacen pedirles disculpas porque, decían, lo querían cuidar a mi hermano. Si lo querés proteger, lo agarrás, lo metés en tu casa y no le pegan más. Si querés proteger a una persona, lo hacés. ­­Gastón Dillman firmó un abreviado y los otros cuatro dicen que se sentaron arriba para que no lo golpearan. A nosotros ni se nos avisó de ese abreviado (juicio en el que acordó tres años de sentencia excarcelables). Yo lo tuve que reconocer en la morgue y era un monstruo. Te das cuenta de la saña con la que le pegaron. ¿Qué decís? ¿Que no lo querías matar? Yo confío en la Justicia si hago las cosas como tengo que hacer. Entiendo que puedo lograr justicia, pese al fallo de primera instancia en contra», dice Navarro. Además de los testimonios, los peritos encontraron una inflamación en el empeine de un pie de Horacio Ronda. Supuestamente quiso frenar una patada. Gastón Navarro enumera las pruebas: «No hay que ser muy inteligente para pensar que es difícil frenar una patada con el empeine. El tipo le pegó una patada a mi hermano. Los testigos apuntan a que a ellos los ven golpeándolo».

Los medios y el quilombo

Al mismo Gastón Navarro que le mataron un hermano lo invitó Mauro Viale a su programa de televisión. Sin avisarle, lo sentó frente al padre de una chica asesinada durante un robo. «Yo no voy a estar feliz de que me roben, pero no me voy a convertir en asesino», tuvo que explicar en vivo, frente a una cámara, frente a otra cámara y frente a un hijo de puta que lo deja parado como un asesino a él, que le mataron un hermano. Con la misma calma, ahora reflexiona sobre esa entrevista: «A veces los medios buscan crear un quilombo. Y yo no tengo nada contra esa persona. A él le mataron una hija, a mí un hermano. Yo busco que el caso se conozca. No me importa la inclinación política del medio. Lamentablemente tengo que aprovechar este mal momento porque antes a mí no se me dio pelota”.-¿Qué pasa ahora con los linchamientos?-Ahora están de moda. De hecho se ve, son casos aislados, como fue un caso aislado el de Lucas, pero ahora se ven más porque apareció Gerardo Romano y supuestamente evitó uno. Pero no es de hoy. Por lo menos acá se ve muchísimo a la salida de los boliches. Lo terrible es que la gente piense que eso es justicia. Esta semana estuve en muchos medios y mucha gente llamaba para decir que hubieran hecho lo mismo, lo hubieran matado. Yo no creo que toda la gente que dice que mataría, mataría. Creo que la gente dice porque mucha gente lo dice. No creo que todos seamos asesinos.

-Pero te sentaron en el programa frente a una víctima, te pusieron del lado del delito.

-Cuando fuimos a juicio yo decía: “Soy una persona objetiva. Yo no defiendo a los chorros. No me va a poner feliz que me roben. De ahí a matar a una persona, estoy muy lejos». Mi hermano pesaba 48 kilos y tenía 15 años. Si querés parar a una persona así, lo agarrás de una oreja, le metés una patada en el culo. Entiendo esa reacción. No puedo entender que cinco tipos se le sienten encima y le peguen hasta matarlo. Siendo cinco personas, alguno tiene que parar la cosa. Si no, formas parte de un asesinato. Parás a un delincuente y te convertís en un asesino. Mi hermano tenía que ir a un juzgado de menores o a un lugar donde se pudiera recuperar. No me puedo excusar en que un pibito entra y sale para matar a una persona.

-¿Qué impresión te parece que deja esta sentencia de primera instancia?

 -Queda como que la víctima son los que lo mataron. Ellos no son ninguna víctima de nada. Si mi hermano, yo estoy seguro, en vez de ir a delinquir, hubiera ido a jugar a la pelota y pasaba esto, el caso estaba resuelto. El problema es que mi hermano fue a robar. Entonces, mataron a un chorro, no mataron a una persona. Se creen que la gente sufre diferente. La justicia tiene que ser igual para todos. En definitiva a mi hermano lo mataron. Yo no justifico los errores de mi hermano. Tenía que estar detenido o en un centro de rehabilitación. Por no rehabilitar a los que cayeron en eso, estamos convirtiéndonos todos en asesinos por miedo de que nos pase algo. A veces puede pasar por una confusión, con esta mentalidad, que te terminen matando a vos porque la gente está nerviosa de que cualquiera te quiere robar. Ahora pasa con los motoqueros, van a tener que usar chaleco, no van a poder ir de a dos. No hay soluciones. No todos los pibes son chorros. Los pibes no tienen una salida. Por temor estamos justificando matar a una persona. A mí realmente me da mucho miedo, como sociedad, lo que está pasando. Pero insisto en que no todos los que dicen que matarían, realmente podrían hacerlo. Si no, estaríamos rodeados de asesinos. Quiero creer que no es así.

El rock del país

Cómo unos ricoteros armaron el documental del viaje mítico redondo. Ese que fue origen de la banda del pogo más grande del mundo.

¿Cuántos de los 170 mil que el sábado 12 de abril se hundieron en el barro de Gualeguaychú para gritar que esa noche el infierno estaba encantador durante el show del Indio Solari sabrán que todo ese estofado de ricota comenzó a cocinarse durante un viaje de hachís en París, durante las réplicas del Mayo Francés?

No son pocos los que aseguran que el crecimiento de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota a lo largo de sus años tiene que ver con el mito que lograron construir acerca de sus orígenes en la ciudad de La Plata, allá por los 70, a puro hipismo en una era de plomo. Poco se sabe de esos inicios redondos. Y casi nada se ha visto o escuchado de esos orígenes misteriosos. El Comando Luddista hace unos ocho años sintió la necesidad de echar luz a ese germen casi secreto que luego se transformó en la banda más emblemática del rock nacional para, al menos, tres generaciones.

¿Qué es el Comando Luddista? “Es un grupo que está integrado por cuatro personas que son Walter Blanco, Hidroman, el Capitán Balurdo y Miguel Funes. Son unos seudónimos que los pensamos para retomar una vieja premisa de Patricio Rey que está en la única entrevista que dio, allá por el año 79. Ahí dice que la identidad no agrega nada a la obra, sino que lo más importante es combatir al ego. La idea fue un poco jugar con eso y con toda la historia de Patricio Rey”, cuenta uno de sus integrantes. La entrevista de la que habla, que le llega en un sobre al periodista Claudio Kleiman y se publica en el N° 31 del Expreso Imaginario, en febrero del 79, la consigue el periodista free lancer Norman Olliermo Indigi, quien se encuentra con Patricio Rey en un club nocturno de Bruselas, gracias al dato que la alcanza un peluquero berlinés. Allí PR se define como un “gurú” que ejerce su padrinazgo sólo en Argentina porque un grupo de jóvenes le escribió una carta en 1977 en la que lo amenazaban con “desatar una ola de terror” si no lograban su padrinazgo. Esto, claro, en plena dictadura. Eso eran Los Redondos.

Y así es como se los descubre en el documental “El alucinante viaje de Patricio Rey”. Una película imprescindible para tratar de entender por qué una banda que hace trece años no se sube a ningún escenario sigue apareciendo con un grafiti en cada esquina. El rockumental se estrenó en febrero, en el Cosquín Rock y luego tuvo algunas presentaciones en Córdoba, Villa María, Rafaela, Venado Tuerto, Paraná, Firmat y Rosario. Aun no se proyectó en Capital, algo que está pensando hacia fin de año. “La idea es ir viajando por el interior y después recién ir a Capital. Eso tiene que ver, además de con nuestras ganas de viajar, con invertir la lógica general de cómo se mueven los bienes culturales en este país, que es una lógica bastante unitaria. Siempre todo pasa por Capital Federal y después va para las provincias, si es que va”, explican desde el Comando Ludista, que volvemos a preguntarnos qué es por si en el párrafo de arriba no quedó claro. “El Comando Luddista se juntó para esta misión, para hacer esta película. La idea nace hace más de ocho años fundamentalmente porque los integrantes del Comando son todos ricoteros y sufren esa afección que se llama ricotitis aguda. Como no había ninguna película de Los Redondos, sí algunas producciones que no ahondan, que no son producciones periodísticas serias, por lo menos desde lo audiovisual sentimos esa necesidad. Sí hay muchos libros y revistas, pero nosotros venimos del palo del cine y la comunicación. Entonces se mezcló nuestra formación y las ganas que teníamos de ver un documental que estuviera a la altura de lo que es la historia de la banda”.

Después de una hora y media de rockumental que te acerca el aroma psicodélico que se respiraba en La Plata en los 60, se puede afirmar que el Comando logró su misión: abrir la caja negra que tenía encerrado el origen de un mito llamado Patricio Rey. Allí se pueden ver y oír grabaciones que en casi 40 años no habían visto la luz. Son, según los hacedores del documental, joyas patricias. Desde el primer ensayo de Los Redonditos de Ricota en un sótano de la primera galería platense hasta la faceta del Indio –con barba y algo de pelo – como actor en dos cortos distintos dirigidos por el hermano de Skay, Guillermo Beilinson. O también se puede ver a Horacio Fontova remplazando a Solari en un show del 79, en el Margarita Xirgu.

Así se termina de comprender que antes de ser una banda de rock, Los Redondos fueron un colectivo artístico novedosísimo que regalaba unas auténticas fiestas dionisíacas. Comenzaron en el Teatro Lozano de La Plata, donde no sólo se cerraban las puertas para que comience la función, sino para inventar allí una realidad sublevada con la que se vivía afuera. “Por mucho menos te hacían boleta”, dice durante el documental Sergio Mufercho Martínez, maestro de ceremonias de Patricio Rey en sus inicios. “Era demasiado libre para la realidad que vivíamos”, asegura otro de los muchísimos testimonios que se recolectaron sobre esa génesis ricotera que a medida que pasan los años y por cómo se las muestra en la película resulta más cercana al hipismo. Si hasta el papá de los Beilinson tuvo que ceder algunas hectáreas de un campo en Pigüé para evitar que sus hijos se manden en una aventura psicodélica hasta Brasil, donde existía el mito de que regalaban tierras fiscales. En esas hectáreas donde se intentó armar una comunidad hippie, según cuenta Guillermo Beilinson en la película, los que más aguantaron fueron Skay y la Negra Poli. “Algunas historias las sabíamos por leer revistas o investigaciones, pero la mayoría de las cosas que nos contaban fueron un alucinante viaje de descubrimiento. Porque cuando arrancamos lo único que había era el deseo de hacer la película. Hicimos un trabajo de preproducción exhaustivo. Armamos una lista enorme de entrevistables para poder contactar. Empezamos así con una entrevista, con dos, después saltaba otro nombre hasta rastrearlo y así se fue sumando material. Terminamos con 120 horas de entrevista a la hora del rodaje”, agregan desde el Comando.

-Como ricoteros, ¿no les dio pudor echar algo de luz a toda la oscuridad de esos comienzos que ya se volvieron mito?

-Fue descubrir una cosa impresionante. Cuando aparecieron las imágenes, más aun. No es que estaba el archivo y nosotros dijimos, che hagamos una peli. El archivo lo tenía la gente que fuimos entrevistando y lo cedió para la película. Hay muchos que si no hubiera sido por el tiempo que nos tomamos no habrían salido las entrevistas. Con algunos hubo muchas idas y vueltas. Hacía falta un buen laburo. Arrancamos con el sueño, pensamos que la podíamos hacer nosotros la película. Nos une una profunda amistad desde antes, creo que eso nos ayudó: si no sería difícil estar ocho años para hacer un documental. Fueron ocho años, con momentos de más laburo y momentos de menos intensidad, porque la película fue autogestionada y producida por nosotros de un modo independiente.

El alucinante viaje –o el Magic Mystery Tour ricotero – fue el que hicieron una quincena de jóvenes desde La Plata hasta Salta, en enero del 78. Skay y Poli ya vivían en el Norte porque la situación platense inquietaba cada vez más y consiguieron el contacto local para tocar en Salta. Así, alquilaron un micro y se mandaron a hacer 1600 kilómetros con el calor de enero que amenazaba mucho menos que toda la presencia militar con la que se fueron cruzando a medida que avanzaban con un cargamento de marihuana encanutado y las bebidas alcohólicas a la vista. Igual llegaron e hicieron su primera presentación bajo el nombre de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. El contexto no era el esperado: fue de madrugada en un cabaret salteño que se llamaba “El Polaco”, donde casi todos los presentes, entre los que estaba el folclorista Cuchi Leguizamón, se sorprendieron. Fueron a ver qué proponían arriba del escenario un grupo de estudiantes platenses pero se encontraron con una fiesta inédita para ellos.

Para estar atento al itinerario del Aulcinante viaje de Patricio Rey, podés seguir las novedades en: http://www.elalucinanteviaje.com

«Formar las ideas de los pibes es una responsabilidad»

De La Gran Piñata viene pateando los caminos del under desde el 2004, cuando arrancó el sueño en Berazategui. En los últimos meses, llegaron a Vorterix, a Cosquín Rock y al Teatro Flores. «La gente se imagina que me voy a tirar de un noveno piso a una pileta y no, somos muy normales». 

Se miran el dedo índice, el que está al lado del pulgar que también llamamos gordo. Cuando tienen que marcar el centro de ellos mismos la mano pasea por el pecho y por la cabeza. Un camino invisible que sube, baja y conecta.

¿Y cómo banda el centro está en la cabeza o en el corazón?

-Es una buena mezcla. Creo que somos suficientemente racionales y calculadores, pensamos todo diez veces antes de hacerlo, lo cual nos permite en el momento del vivo ser muy pasionales y saber que está todo saliendo bien.

“Junto a sus amigos, se puso una banda (No hay que darle al tiempo lo que no es de él). Y hoy sabe que todo ha valido la pena, si escucha los gritos del negro José”.

La letra de De La Gran Piñata llega de “Norte”, el último tema del último disco: “Viaje al centro de uno mismo”, que salió en 2012. Varios años atrás, hace exactamente una década, la banda de Berazategui emprendía su viaje. En el medio, en el 2009, nacía su primer disco “Miércoles”. Hoy, Darío “Pantera” Giuliano (guitarra y voz), Lucas Martínez (guitarra), Nicolás Persig (bajo) y Alejandro Zenobi (batería), hacen una parada para pasar una tarde, casualmente de miércoles, frente a grabadores y cámaras de fotos. Sentados tras las medialunas, empiezan a girar el mate. La charla profundiza en ellos mismos, el viaje arranca un miércoles.

– Al principio, los miércoles era el único que teníamos libre para empezar a tocar, entonces era el día para las primeras reuniones de la banda. Después se nos empezó a complicar juntarnos los miércoles pero como nos gustaba esa mística decidimos mantenerlo a rajatabla como día de juntaba de banda. Nos juntamos a ensayar o a lo que sea. Siempre hay que cortar la semana a la mitad.

¿Cuándo se dieron cuenta que la mística de los miércoles los excedía?

-En una de las fechas no habíamos conseguido un sábado y salió hacerlo un miércoles, el primer reci del año pasado y estuvo lleno. Vino la gente sabiendo lo importante que era ese día para la banda y fue lo mismo o más que un sábado. La energía era otra. La gente estaba igual de extasiada que si fuera fin de semana. Estábamos tocando en el momento y decíamos: mañana tienen que ir todos a trabajar. Ahí te das cuenta que la gente se lo apropió.

Ustedes también tenían que ir a trabajar

-Sí, al otro día era cruzarse con gente en la calle con ojeras y saber que habían ido al recital, como el club de la pelea cuando el tipo está todo marcado.

Por fuera de la banda, todos tienen otros trabajos. Alejandro es agrimensor, Lucas es luthier, Nicolás labura en un estudio de grabación y Pantera es diseñador gráfico. Cada uno aporta desde su lugar por fuera de lo musical, pero De La Gran Piñata siempre es prioridad, también ellos se la apropiaron. Pantera recuerda sus ganas de ser el primero en llevar la banda en la piel: “Yo tenía planeado hacerme el primer tatuaje de la banda, ya tenía fecha y el día anterior una chica sube al Facebook un tatuaje de una frase nuestra. Así que el primer tatuaje de la banda no es el mío”.

¿A la chica la conocían?

-Venía a vernos, de los shows.

¿Qué les generó?

-Fue una sensación muy extraña, veíamos que una canción iba a estar para siempre en alguien. Encima era una letra también que tiene otra carga, decir yo escribí esto sentado pensando en tal cosa y alguien lo va a llevar y se lo va a explicar a los nietos.

¿Qué decía el tatuaje?

-“Si se da se da, y sino mejor”.

¿A la hora de componer piensan que puede ir a la piel de alguien?

-Hoy creo que tenemos más cuidado con lo que decimos a la hora de componer. Por ahí antes era un poco más inocente y hoy por hoy sabés que tiene un peso y tratás de que las frases no sean así tiradas al tuntún. Sabemos que esta popularidad que estamos teniendo nos acerca a un montón de gente y también está formando las ideas de un montón de pibes que escuchan las letras de lo que decimos. Es una responsabilidad mucho más grande.

La chica en la piel lleva una frase de “Josefina”, que también forma parte del último disco. Como ella, muchos otros eligieron a la banda con el cuerpo. En Facebook, el álbum “Pasiones que dan escalofríos” es testigo de un centenar de tatuajes en los que fragmentos de canciones, el logo y DLGP son protagonistas principales. El arte de sus seguidores: mates, remeras, grafitis, zapatillas, dibujos, hasta una pizza con el queso formando el logo, entre muchos otros, forman otro álbum con más de setecientas imágenes. Los trapos piñateros y las entradas a los recitales que vivieron en estos años también tienen su propio espacio en la red social de la banda.

Quizás Pantera no imaginaba posible tantas repercusiones cuando unos años atrás al micrófono lo miraba de lejos: “Me gustaba demasiado la guitarra y creía que podía ser mucho mejor guitarrista que cantante. Hace unos años me empecé a encontrar  cantando y a descubrir un poco lo que podía hacer con la voz y me empezó a gustar”. Nicolás, hasta sus 15 años no había tocado ningún instrumento pero se acercó a la guitarra gracias a Lucas y todo arrancó rodar, o a sonar. La historia de Alejandro es diferente, durante nueve años estudió piano, “vieja escuela, Mozart y esas cosas”, lo define.

¿Esas influencias suman a la banda?

-Sí, es muy importante tener la cabeza abierta para absorber cualquier disco, cualquier banda que vas a ver. Absorberlo, interpretarlo y después incluirlo en tu repertorio de alguna forma, no robando, pero si tomándolo como influencia para aprender y tener conocimientos nuevos de diferentes estilos. Tratar de volcar eso en algo nuevo.

Cada uno con sus influencias y gustos a cuestas comenzaron a transitar la música en diferentes momentos. Se conocían y se iban a ver mutuamente, hasta que un miércoles los juntó.

¿Qué necesidad había de generar este viaje?

-Nacimos con la necesidad de ser músicos. Es una búsqueda que nos fue llevando y hoy nos encuentra a los cuatro juntos.

¿Te imaginás sin ser músico, Pantera?

-Lo que ocupa todo mi tiempo, toda mi cabeza es música, y todo lo que rodea también.  No sé, juntarnos a buscar el nombre del próximo disco o buscar el sonido de las violas. Creo que si hoy pasara algo que me impidiera cantar o tocar la guitarra de alguna forma tendría la banda, no sé, haciendo volantes, algo. La gente se imagina que me voy a tirar de un noveno piso a una pileta y no, somos muy normales. Disfrutamos mucho de otras cosas, por ahí de juntarnos a comer o de hacer música por la música en sí. Por el solo hecho de expresar algo, por ahí no somos tan buenos con las palabras pero nos sentimos muy representados con lo que hacemos arriba del escenario.

Desde arriba, cuando las luces se encienden y suenan los primeros acordes las manos se alejan de la cabeza y se acercan más al pecho. En ese momento, la comunión con la música y el público los hace plenos.

¿En este viaje cómo se imaginan el cielo de De La Gran Piñata?

-Creo que cada uno se construye su propio cielo, entonces si bien por ahí la metáfora es llegar al cielo, es más importante el cómo llegar que el cielo en sí mismo. Creemos que no hay que pedir permiso, que sea el cielo depende de entrar imponiéndose también, sino la vas a pasar como el culo y va a ser un infierno.

Para llegar, ¿el pasaje se paga caro?

-Depende la postura y la actitud de la banda, nosotros somos muy unidos, nos pasaron miles de cosas que por ahí a otra banda la hubiese tirado abajo o la hubiese desmoralizado. Nosotros aprendimos un montón de cada cosa que nos ha pasado y tenemos mucha contención entre nosotros. Llegamos hasta donde estamos sin lamentar nada, creo que si se paga caro es porque la banda permite que entren las cosas de afuera.

“Si al cielo entrás de rodillas no va a ser nunca tu cielo”.

La frase se lee en el brazo de Pantera. El centro de ellos mismos es un camino entre el pecho y la cabeza. En el centro la garganta y una necesidad de comunicar. La música es su propio cielo.