Una escuela de gestión social, ni pública ni privada, plantea en Moreno un nuevo modelo de relación con el alumno y el barrio. Tanto, que tiene una cooperativa de reciclaje, una radio y sigue creciendo.
La Escuela Creciendo Juntos no es una escuela estatal aunque creen en que la construcción de la institución se debe hacer con las familias y con la comunidad; sostienen el rol docente-militante y consideran que la voz del adolescente es tan importante como la de un adulto. Tampoco son una escuela privada, aunque cobren una cuota que puede ser reducida, trocada o pagada íntegramente. ¿Qué es entonces Creciendo Juntos? Es una Escuela de Gestión Social que se siente comunitaria y pública porque abre las puertas literalmente a todo el barrio, donde los chicos pueden arrancar en el jardín de infantes a los 2 años y salir con un título de Bachiller en Artes Visuales en sexto año del secundario. Es un colegio que se construyó entre todos, que se reconstruye permanentemente y que a la vez ofrece un modelo para acortar tanto la brecha que separa a los adolescentes de sus profesores, como al conocimiento de las mentes y el respeto entre dos generaciones que parecen no entenderse.
Parados en la esquina de Belgrano y Almirante Brown, en el medio del partido de Moreno, miramos la entrada del colegio esperando encontrar a Juan, el director. Lo vemos rodeado de chicos: nos pide que demos unas vueltas porque recién empezó el recreo largo de media hora y tiene que solucionar unos asuntos: “Vayan al fondo y ahí está la radio, y acá al costado está la cooperativa de reciclaje, pueden ir a verla”.
Primera sorpresa: Tienen una FM que funciona las 24hs y una cooperativa de reciclado que da trabajo a 10 madres mientras sus hijos estudian. Como nos cuenta Paola, una de las trabajadoras: “Lo mejor de esto es que puedo trabajar y ser madre al mismo tiempo. Entro con ellos y me voy cuando mi último hijo sale a eso de las 3”.
Primera sensación: Las aulas se encuentran alrededor de un patio bastante arreglado, con algunas flores por allí que adornan unas esculturas metálicas bastante imponentes, y más allá una canchita de fútbol. Y los pibes no están grises como en otras escuelas… están sonrientes.
Primer pensamiento: ¿Por qué no me mandaron acá mis padres?
Primer diálogo: un grupo de chicas se acercan y preguntan a los extraños: -¿Qué hacés acá?
Explicación y repregunta: ¿Qué es lo que más les gusta del colegio? “La libertad y la relación con los profesores, que te respetan, te escuchan”, responden ellas.
Segundo pensamiento. Yo a su edad hubiese respondido: “las 18:15 de un viernes cuando salgo y pienso a dónde vamos a salir”.
Algo de historia
Los orígenes de la escuela se pueden rastrear en 1982, cuando una de las tantas sociedades de fomento que por entonces existían para saciar esa necesidad de comunión y participación destruida por la dictadura, se propuso crear un jardín de infantes. Hasta entonces, la escuela más cercana estaba a 40 cuadras y las jóvenes familias, huyendo de Capital Federal por el Rodrigazo y el aumento en los alquileres, empezaban a repoblar el barrio. Desde el primer minuto, la impronta comunitaria se hizo patente en un ideal que continuaría a lo largo de las décadas: rifas, jornadas voluntarias, esfuerzo común, peldaño a peldaño y ladrillo a ladrillo lograron asentar el jardín. Siete años más tarde, erigieron la primaria, que debieron inscribir como de gestión privada: “No existía la gestión social todavía, pero nosotros nos sentíamos una escuela comunitaria. En el 85′ y 88′ muchos vecinos habían participado en la creación de secundarios estatales, con los mismos ideales que el jardín, pero esa idea de participación barrial se abortaba ni bien el Estado enviaba a las autoridades. De pronto, llegaba la nueva directora y les decía a los padres que su rol no podía ser adentro del colegio y chau, se acabó la construcción”. Finalmente, en el 2008 dieron el último paso y abrieron el secundario.
Pero este andar estuvo plagado de inconvenientes y con creatividad lograron saltear aquellos ineludibles problemas económicos: primero, el jardín supo sustentarse con un kiosquito, después, para la construcción de las aulas del primario llegaron a rifar tres autos 0Km, pero que “por suerte no salieron los números, así que entre el dinero de las rifas y la venta de los tres autos se pudo hacer lo que faltaba”, tira Juan como dato de color. También, aquellos docentes cuyos salarios todavía no estaban subvencionados, fueron bancados del bolsillo de los demás compañeros: “No podemos dejar que un compañero esté meses sin cobrar. A la larga el Estado paga, pero hasta que esperamos a que nos llegue la plata, entre todos nos bancamos. Aún hoy en día, en sexto año, hay cargos sin subvención”. Pero entonces, ¿el Estado se hace cargo y se cobra cuota? El sistema es simple: el Estado cubre el salario completo y parte de los aportes de los trabajadores de la escuela y de la cuota sale el resto de los aportes y los demás gastos fijos. El precio mensual de la cuota es de 200$ para el secundario, la más alta, pero aquellos que no pueden pagar son becados o familias intercambian ese dinero que no tienen por algún servicio que le puedan prestar al colegio.
“Si queremos crear un ámbito más democrático, hay que darles voz”.
La propuesta de Creciendo Juntos rompe con el molde actual, tanto en la forma de pensar la educación como a los jóvenes mismos, en una sociedad donde los medios de comunicación, muchos adultos y tantos otros profesores tratan a los jóvenes de todo menos de seres pensantes, autónomos y críticos. Descalificados, subvalorados, considerados vagos, drogadictos, violentos, insolentes, tontos, que no son “como los de antes”; en este colegio se parte desde una posición completamente distinta. Acá, algunas de las claves en palabras de su director:
-Sobre el quiebre en la relación profesor-alumno actual: “Muchas de las limitaciones están en nosotros y esa es mi idea: los docentes secundarios no entienden al sujeto educativo que tienen hoy en día, han sido formados en una escuela que hoy ya no existe más y muchos de esos no quieren cambiar, quieren reproducir un formato escolar, en el que cambiar significa abrirte. Se acabaron las certezas, hay incertidumbre y tenés que poner el cuerpo, tenés que generar otro lazo con el alumno, ya no sos más el poseedor del saber y no tener el poder genera miedos”.
-Sobre las nuevas formas de relacionarse entre el adulto y el adolescente: “Yo creo que los pibes rescatan mucho las relaciones que se generan acá con los profesores. Por ejemplo, el solo hecho de tratarlos por el nombre ya cambia algo, si se acuerdan los apellidos, ¿por qué no se pueden acordar los nombres? Esto, que parece una pavada, los pibes se dan cuenta de la relación, del estar presente no solo los días de semana sino también extracurricularmente, venir un sábado para ayudar en otros ámbitos. Que sean escuchados, darles la palabras, que tomen decisiones, eso también genera una relación distinta. Si queremos crear un ámbito más democrático, hay que darles voz, y si están en desacuerdo que digan por qué, que argumenten y me parece que esto es importante. Esto no se genera con el profe compinche o el profe copado. Esto es así: yo te escucho pero hay ciertas pautas que también se tienen que respetar. Las cosas que hoy se escuchan en los secundarios… se ve que hay que generar otras relaciones con los jóvenes. Aunque no estamos exentos de los problemas, lo que uno intenta es hacerlos parte en la institución”.
-Sobre las limitaciones de las propias instituciones en lo académico: “Acá hay un curriculum, tienen materias que hay que seguir, pero lo que se hace en cada materia o lo que se puede gestionar de manera colectiva haciendo una mirada en conjunto con el cuerpo docente, eso lo podemos determinar; acá tratamos de dar vuelta el currículum, moverlo. Sí, es una orientación para la materia que das, pero las modificaciones que podemos hacerle son importantes. Además, ¿quién determina que un chico puede o no pasar? ¿No vas a pasar porque te llevaste matemática o geografía? Si podemos observar a ese chico entre todos, de manera más integral, entonces ¿vamos a hacerlo repetir por geografía o matemática? Si hay otras áreas que uno ve potencias en ese pibe o apostamos a que como vos vas a estar acá el año que viene y el cuerpo docente también, generar un trabajo en esas áreas que no le fue bien. Esto se discute en ámbitos de reunión docente y podemos evaluar estas cuestiones. Lo formal hace que haya una estructura diferente, tal vez, a la de los bachilleratos populares informales. Pero el caso nuestro hay una estructura académica y administrativa que debemos llevar a cabo porque son los requisitos que tenemos. Pero si uno se queda en lo administrativo, la escuela no te deja hacer nada. Pero si creés que lo podés atravesar mediante una relación diferente con los pibes y con las familias, eso se logra. Hay cosas que uno va haciendo y así saliendo de los moldes tradicionales, creando espacios en los cuales se generan experiencias; por ejemplo, hay un curso de matemática que hay que desdoblarlo o en otra materia que puedan trabajar dos por materia, ¿no lo vamos a hacer? ¡Probemos!”.
Así, el profesor deja de ser un ser supremo que ilumina a los alumnos (“a” de sin, lumni de “luz”: sin luz), sino lo contrario; ambos, con sus obligaciones, tienen voz y así se construye tanto el conocimiento como la relación.
Después de tanto hablar, reflexionar, pasear y volver a hablar, nos vamos con la pregunta más simple que le podemos hacer a Juan:
-¿Qué es lo que más te gusta de ser director de este colegio?
-Lo que más me gusta de acá es la apertura. Por lo menos es lo que traté de hacer en mi gestión, fue sostenerla. No me puedo imaginar un año sin hacer algo nuevo, que abra algo al barrio, que se oiga a los pibes, que se sientan parte, que sean partícipes en la construcción del conocimiento también. Yo tengo que gestionar la escuela siendo consecuente con el marco teórico que sostengo, plasmarlo en los hechos. Uno trata desde la práctica gestionar con el colectivo y esa es la impronta que se tiene acá.
