Alejandro Kurz es el cantante de El Bordo y el escritor de Oikumene, pero se siente algo más que eso. “A las palabras las tenemos sobreestimadas”, dice, animándose a discutir desde el rol de la televisión en el caso Ángeles hasta la función del facebook.
Alejandro Kurz se levantó y fue al kiosko. En el trayecto, sintió que sólo un extraño podía estar haciendo lo que él hacía. Y pensó: «¿Cuánta gente seguirá comprando sacapuntas?».
No estaba muy convencido de poder encontrar el artefacto, pero lo necesitaba de todas formas. El cuaderno más viejo, de su enorme colección de cuadernos, data del 2000. Un promedio de dos de esos por año más miles de lápices fueron y son sus herramientas de trabajo. En esas hojas, está su mayor tesoro. De ahí, nacieron cantidades de letras que terminó cantando en El Bordo y muchas de las poesías que aparecen en Oikumene, su reciente libro.
Pero a esta altura esas páginas no son tan sólo la hamaca paraguaya de un pensamiento. Entre la disputa del lapiz sin punta, del sacapuntas que salió un peso con cincuenta y de los celulares que reposan en la mesa de un bar de Boedo, se da una gran discusión: ¿cómo funciona la velocidad de la comunicación?
– ¿Vos qué sos? ¿Un escritor o un músico?
– Aunque no tenga el título, yo me siento un comunicador. De hecho, empecé a estudiar la carrera de Comunicación Social y la dejé. Hice hasta semiótica 2, seguro. Trabajo de encontrar las palabras correctas para explicar sensaciones. Aún así, una cosa a la que estoy llegando últimamente, que está en un poema que hay en el libro, es que a las palabras las tenemos sobrestimadas.
– ¿Cómo?
– Porque la comuniación que se da mediante cosas extrasensoriales, mediante la comprensión, llamale amor, llamale como quieras, es profunda. Tomemos el caso de un perro al que lo retás. Lo retás y se queda. ¿Él sabe qué es «no»? ¿Sabe qué es «sí»? Él entiende la vibración de esas palabras. Una de las cosas que me gustaría demostrar con Oikumene es que las palabras no logran abrazar del todo al sentido. No logran explicar todo. Está bueno aceptar que el lenguaje viene después de la realidad y que las palabras no lo son todo.
– ¿La canción, al tener palabras y también sonido, resulta un formato más completo para comunicar?
– A mí me resulta más fácil. Es más potente y podés pintar mucho mejor el cuadro. Tendrá más colores o más pixeles. De otra manera, es como si tuvieras menos elementos. La canción es la mejor forma de musicalizar una idea.
– ¿Qué se resuelve primero: la letra o el ritmo?
– Creo que son dos procesos que van en paralelo. Lo primero que tengo es la música. La letra es un viaje. Yo soy un observador y tengo que estar registrando qué pasa. Ponele, hay una canción del Bordo que a muchos les gusta que es Soñando despierto. Yo tenía un cuaderno donde anotaba un montón de frases. Y yo vi ahí: «No busques respuestas en el envase». Tenía frases separadas y un día escuché la música, me apareció en la cabeza eso y la metí. Ese tema tiene cinco frases sueltas que extraje de un cuaderno. La música me entusiasma y, mientras, hay una temática que me gustaría explotar. Por suerte, es re mágico el asunto. No tengo método, ni me siento a componer, ni digo “tengo que tener un tema”. Mi disciplina es estudiar: es leer. Ahí es donde tengo que tener el control. Cuando aparece algo que vale la pena, sucede algo medio especial y ahí te das cuenta.
– ¿Cómo es eso de que tu trabajo es leer?
– Mi compromiso con el arte es leer. Tengo cierta disciplina. Leo al mediodía y a la noche. Cuanto más leo, más imágenes tengo en la cabeza. Tengo la teoría de que cada cinco o seis libros me sale una canción. Hay que tomar con responsabilidad el honor de que te escuchen: mejorar las formas de expresar, de comunicar. Ser mejor escritor.
– ¿Cómo funciona ese método de lecturas?
– Voy leyendo por sugerencias. Ahora estoy con uno que me recomendó el Chizzo de La Renga. Es Radiografía de La Pampa, de Ezequiel Martínez Estrada. Estoy alucinado con ver cómo se pobló este suelo, viendo cómo se dividieron estas tierras. Acabo de leer, también, un libro que se llama Mantropía, que son conversaciones con el Flaco Spinetta, que me pareció el mejor libro de filosofía que vi en mi vida. La lectura nos permite imaginar, que es lo que no nos permiten las pantallas. El libro te habla de un lugar y para verlo tenés que imaginarlo. La lectura le da libertad a cada cabeza, rompe con la hegemonía de lo visual y ahora que vamos tan rápido con la pantalla del celular y con la de la computadora nos perdemos de imaginar nuestros propios colores o propios olores.
– ¿Lo poesía, en ese sentido, es contrahegemónica?
– Y sí, la poesía es pura imagen. Me parece que es un buen antídoto. Las canciones son poesías musicalizadas y yo siempre, hasta ahora, comuniqué mis ideas a través de los temas de El Bordo. Ahora, el libro es una nueva manera de expresarme. De hacer poemas sin musicalizar. Y en este compendio de textos que aparecen, hay canciones que nunca quedaron o que son inéditas porque no eran lo que necesitaba el disco. También, hay algo que me parece muy loco que son fragmentos que encontré en cuadernos. Cuadernos de años. Quince años de anotaciones, dos cuadernos por año. Ahí nacieron renglones o fragmentos de ideas.
– ¿Cómo arrancó esto de los cuadernos?
– Los cuadernos arrancaron desde siempre. De chico, muy chico, mi vieja me traía pilas de hojas que estaban impresas en un lado y del otro lado no tenían nada. Yo dibujaba, pintaba, escribía. De chico dibujaba, ahora no lo hago más, pero me gustaba mucho. Recuerdo que la sensación de dibujar es parecida a componer. Un impulso de ver qué sale y de acomodarlo. Un avión, un ala y ver dónde eso te lleva. De repente, con las canciones, encontrás un acorde y otro, y ves un atardecer y desde ahí lo vas llevando. De una manera u otra, escribía, dibujaba, pintaba.
– En todas esas actividades, lo que siempre se mantiene como hilo es la imaginación.
– Sí, la imaginación siempre está. También está lo real. La realidad es un disparador tremendo. Más en los últimos tiempos. Nuestro último disco es un disco conceptual y tiene una historia real de dos personas que vivieron en la dictadura, que los metieron presos, que estuvieron treinta años separados, que se volvieron a ver y que ahora están juntos. Yo dije: si con esto no hicieron una película, nosotros tenemos que hacer un disco. Así que me inspiro en la realidad y en la imaginación. Cuando conectás la realidad con algo que imaginás se produce una chispa.
– ¿Por qué decís que “más en los últimos tiempos”?
– Por la cuestión de los medios que te ponen las imágenes en los ojos. Ahora pasó lo de esta pobrecita chica Ángeles. Ya todos conocemos la cara. Hasta vimos remeras de bandas que le gustaban. Hace 150 años había asesinatos, pero uno no conocía tanto: los ojos, la boca, la manera de sonreír, los gestos. Casi no hay lugar para la imaginación. Siento valioso sacar un libro para que veamos e imaginemos nosotros. En este caso, tenés cierta libertad.
– ¿La televisión es enemiga de la poesía?
– Como todo en un exceso. A veces, termina apropiándose de tu libertad.
– ¿Y las redes sociales?
– Lo que no me gustaba era lo del facebook de mostrar tu vida íntima. En mi caso yo ofrezco mi trabajo públicamente, lo promociono, pero no quiere decir que quiera promocionar mi vida íntima. Entonces, de alguna manera, yo pensaba que la única manera de tener un facebook era mostrando tu foto de las vacaciones, pero lo empecé a usar de otra forma y, por ahora, me convence.
– Si comparás con la televisión o con las redes sociales, ¿la poesía va a otra velocidad?
– Internet va a una velocidad y la poesía va más lento.
– Hoy es más popular internet que la poesía, ¿es bueno o malo eso?
– Es. Sólo eso. Trato de sentirme cómodo con la velocidad a la que vamos. Es la velocidad que nos corresponde y tenés que acostumbrarte. Tenés que vivir según el contexto en el que estás. Hay cosas que las evito porque no me gustan. Pero estamos en una sociedad que tiene ciertos patrones y, de alguna manera, el libro contribuye, con un pequeño granito de arenas, a hacer otra cosa. A mí me gusta mucho más la persona que va por la calle leyendo un libro, en vez de la que va taca taca con el teléfono. A veces, yo también voy en eso. Estás metido en una pantallita chiquita en vez de ver todo.
– ¿Al libro tratás de acomodarlo a esas exigencias?
– Totalmente. Una de las cosas que busqué hacer, para evitar la falta de hábito de leer en general, es, con el diseño, tratar de que sea bastante entretenido el diseño visualmente. Trabajó conmigo Jimena Díaz Ferreira que es quien nos hace los discos. Es alucinante el trabajo que hizo. Lo hicimos más amable.
– Dijiste que trabajabas de encontrar las palabras correctas para describir sensaciones, ¿cómo se hace ese trabajo en la banda donde representás a más gente que a vos?
– Trato de expresar lo que siente la banda. Que no soy sólo yo: somos todos. Qué es lo que está sintiendo el grupo. Ese siempre sentí que fue mi rol. Poner en palabras lo que se está percibiendo. Somos hermanos. Cumplimos quince años ahora. Nos conocemos hace mucho. Es tan así que, en El Bordo, durante el tema La Vereda, yo siempre arranco con un couver, que nunca les aviso cuál va a ser. Ellos nunca saben. La otra vez lo arreglamos y uno me dijo: “Nono, no lo armemos más, arrancá vos así es más divetido”. Imaginate que estamos haciendo algo que nosotros nunca hicimos, pero para un montón de gente. Nos divierte muchísimo. Esa una de las cosas más increíbles que tenemos: somos un grupo de amigos legítimos. Con un gesto, con un movimiento de ceja, el otro ya sabe qué es lo que necesita la canción. Es loco, pero no nos tenemos que decir demasiado las cosas.
– ¿Ese mecanismo es más fácil ahora o hace quince años?
– Es lo mismo. Estamos un poco más grandes, pero igual. Compartimos el sentimiento de hacer la música que más nos gusta. No existe un grupo humano donde no haya diferencia de opiniones, pero la diferencia es un buen generador de distintas ópticas. El Bordo no es una banda donde haya un líder que diga lo que tenemos que hacer, La mejor forma de hacer arte es cuando hay un sentimiento involucrado. Cuando hay un sentimiento o una amistad, es mejor. Es tan así que lo que más me importa en la vida es que a mis compañeros les gusten los temas que escribo. Es la opinión que más me gusta.
– Dijiste que las palabras no logran abrazar todo el sentido. Las formas de expresar sensaciones, claro, son múltiples. Una de ellas, seguro, son los tatuajes. ¿Qué pensás que quiere expresar alguien que se tatúa el nombre de tu banda?
– Es una huella de lo que siente. Una huella en su cuerpo de un sentimiento. Yo creo que tiene que ver con dejarse labrado en la piel algo que sentís muy fuerte y que querés mostrárselo al resto. No querés guardarlo para vos. Montones de gente se tatúan frases del Bordo y yo no lo puedo creer. Es increíble que quieran tener para el resto de su vida algo que es un sueño de un grupo de amigos. Desde mi perspectiva, es super loco.
– Hablamos de la canción como una de las mejores maneras de llevar un mensaje. Oikumene es tu primer libro. ¿Te sentís un privilegiado por ser un escritor cuyas frases aparecen tatuadas en la piel de la gente?
– La música da eso. El peso del rock como vehículo es tremendo. Ojalá muchos escritores lograran eso.