Los acaban de desalojar, piensan pelear por lo que les corresponde. Se trata de sus hogares, pagaban los alquileres hasta que se vendió la propiedad, y ahora solo les ofrecen la calle para vivir como opción. Se nos ocurre que este centenar de familias merecen una respuesta digna del Ministerio de Desarrollo Social del Gobierno de la Ciudad.
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100 familias.
Hoy,22 de agosto, 100 familias, más de 350 personas, acaban de quedar en la calle.
Leés esta nota y ellos ya están en la calle.
¿Qué se siente?
Digo, ¿qué se siente estar en la calle?
Ariel cierra los ojos. Juan arquea las cejas hacia arriba. Beatriz tapa su labio superior con el inferior y levanta el mentón.
Cuatro años y algunos hijos después, ni se lo imaginan.
¿Tendrán viviendas los encargados de dar soluciones?
¿Podrán elegir dónde vivir?
¿Tendrán agua caliente?
¿Y calefacción?
Porque Beatriz, Juan y Ariel no.
Pensá que vos te enojás cuando lavan los platos mientras te estás bañando porque te sale un poco más fría…
¿Cuánta gente vivirá en los departamentos de Puerto Madero?
¿Habrá unos cien libres?
¿Tiene que ocuparse una nota de preguntarse esto?
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Una escalera, perros, otra escalera, ropa tendida, una escalera más y la terraza del edificio desde donde se ve toda Balvanera.
“Nosotros no usurpamos este lugar, fuimos personas estafadas por las personas que regenteaban el hotel”.
Se nota que fue un hotel, los pasillos alargados y los cuartitos numerados, la cocina común, cuatro baños para todos, lo grande del lugar.
“No es que es estamos acá por gusto y por placer, solo lo hacemos por una cuestion de necesidad, y si nos dan una solución nos vamos a ir tranquilamente”.
Desde la terraza se ve que el edificio va de lado a lado de la cuadra.
Ariel señala a la izquierda: los vecinos coreanos del supermercado son los que compraron esta propiedad. Esta. La de esta terraza.
¿Vendrá algún tilingo energúmeno a decir, ahora, en esta situación, que “los extranjeros nos sacan las cosas a los argentinos”?
“No queremos quedarnos con una propiedad, lo que buscamos es una solución a nuestro problema”.
El problema empezó en noviembre de 2008, cuando las familias que vivían en este hotel familiar pagaron el alquiler del mes y, a los diez días, los gerentes avisaron que la propiedad había sido vendida y que las familias se tenían que ir.
El 20 de diciembre, los gerentes desaparecieron.
“Hemos quedado solos”.
Aparece Bruno entre las sábanas. Tiene 2 años, mocos. Cómo subió las tres empinadas escaleras es un peligro y un misterio.
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El sentido común, la necesidad, la injusticia, la desesperación, los hijos, el futuro hicieron que 100 familias que se conocían lo necesario de la convivencia empezaran a organizarse para salir. Juntos.
“Hicimos reuniones, nos contactamos con abogados de movimientos que luchaban contra los desalojos, fuimos a la Defensoría, al Ministerio de Desarrollo Social”.
Pero la causa que estudiaba el desalojo, presionada por los nuevos propietarios coreanos, avanzaba.
“La única respuesta de Desarrollo Social fue que primero van a desalojar y después, afuera, se verá que van a hacer”.
Leyó bien: ésa fue la respuesta de Desarrollo Social de la Ciudad, y no de la policía.
Todo esto en 4 años.
Ése fue el tiempo que lograron estirar la causa judicial, hasta el 18 de julio de este año.
“Infantería, carros hidrantes”, enumera el recuerdo del desalojo Beatriz Agüero.
“Cerramos la puerta y dijimos que de acá no nos íbamos”.
Betty siente que tiene que dar una razón: “Porque toda la gente que vivimos acá ibamos a salir a la calle con una mano atrás y otra adelante, porque ningún organismo nos dio una solución”.
Pidieron entonces una prórroga al juez.
“Por lo menos hasta fin de año, porque los chicos van al colegio en la zona. Además que entendemos que hace mucho frio para sacar a los chicos a la calle”.
Pero la justicia es insensible.
El ultimatum sería el 2 de agosto.
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El gobierno porteño ha tomado casi como un deporte el desalojo de familias de viviendas tomadas por la necesidad, al tiempo que no ha construido una sola casa en los últimos tres años: Más casas tomadas.
Betty tiene una teoría: “Desalojar gente lo toman como una administracion, un tramite administrativo. Nosotros somos número para ellos. No somos personas, gente enferma, niños: somos número”.
¿Qué son?
Juan:
-Tengo un recibo de sueldo de 1070 pesos, no es un recibo bueno, cobro el mínimo de todo, pero bueno, tengo un trabajo fijo.
-Yo ya estoy viendo un alquiler por Moreno, 1500 pesos.
-Pero de Merlo a Olivos, donde trabajo, tengo 3 horas y media.
-Y mi señora está haciendo la escuela acá en la calle Jujuy.
-Mi nena tiene 7 meses.
-Estoy pensando continuamente que me pueden desalojar, llegar y que mi familia no esté.
-Está dificil.
Lucio, que mide medio metro, se acerca con una bolsa enorme de pochoclos y dice: “¡Cojan todos los que quieran!”.
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Es domingo, la mayoría de las familias está porque no se trabaja, hay asamblea.
Beatriz la lleva adelante. Levanta la voz y dirige el temario, pero todo el tiempo incita a los otros a que hablen y participen.
Su éxito no es total, pero alguno por allá, y otra por acá, se van animando.
Se discute cómo hacer pública la situación de esta casa, la única forma de estirar el inminente desalojo.
Se nombran a diputados, movimientos sociales, al periodismo.
Se da el alerta sobre una abogada particular que quiere aprovechar la situación y pide plata a las familias.
Se acuerda no dejarla entrar más.
Se planea un festival solidario.
Un corte de la avenida.
Se pregunta quién irá “mañana” a la Defensoría de la Ciudad.
Betty insiste: cualquiera puede ir, todos los que puedan.
Una mano allá, otra por acá, dos, tres, cuatro, cinco.
Un joven de no más de 15 años dice: yo también.
En Independencia 2969 los chicos se apuran para ser grandes, los más niños miran atentos y serios la ceremonia de la asamblea, y los grandes que discuten, en realidad, están pensando en esos hijos.