Una simple recorrida por la Universidad de la Policía Federal, nada más. Una mirada ácida porque está cargada de palos, maltratos, detenciones arbitrarias, prejuicios y juicios de quienes hacen la inseguridad todos los días. Sin homogeneizar pero sabiendo que el chip del “botón” es uno sólo y se mete en este lugar.
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Fotos: Nos Digital
No esperen que responda la pregunta de qué carajo enseñan en la Universidad de la Cana porque ni siquiera pude entrar a una clase. Voy a hacer lo que siempre quise hacer, que no es escuchar a un profesor de esta Universidad, que no es cursar una materia, ni siquiera entrevistarme con algún alumno… simplemente quiero entrar. Ver qué, cómo es la facultad por dentro pero también qué pasa. Pero no es sólo meterse a ver qué onda y si puedo criticar, mejor, sino entrar a un espacio inexplorado, desconocido, causar algún efecto literario que pueda compartir una experiencia, las sensaciones, las informaciones…
Tampoco es mucho lo que hay acá adentro, pará. Tampoco generé lo suficiente para llegar al Pullitzer. Me gusta pensar en la sencillez de las pequeñas escenas de la vida cotidiana, que dicen tanto… Es interesante la mirada inocente sobre un espacio desconocido que transcurre como si nada, como siempre, como si yo no estuviera… Es revelador, después de croniquear varios lugares, por ejemplo entablar patrones comparativos como: los baños.
¿Alguna vez te pusiste a pensar qué tan diferente pueden resultar las inscripciones de un baño de un boliche, de una facultad o las de un hospital? ¿Por qué las diferencias? ¿Qué nos dice el baño de la UBA de la UBA y el de la PFA de la PFA? Tampoco hagamos hablar a los baños, que no dicen de todo pero algo dicen, lo mismo que las paredes, y las personas, las edades, las vestimentas y las charlas también.
¿Pero viste como se puede inventar una crónica de la nada?
Aunque para mí, en el sentido simbólico de los detalles de la vida, pasó de todo.
Paso de largo el primer edificio, en el medio hay un estacionamiento con muy lindos árboles (¡un pino!) y plantas, y atrás la cosa sigue. Pasé de largo porque adelante estaba la recepción y si veían a un perdido íbanlo a ayudar – ni ayuda quiero: movimientos vírgenes-, y aparte para simular que era un habitué. Yo paso de una, papá, soy de la cana.
Atrás más aulas, otro estacionamiento y una “sala de tiro”. Hasta ahí no llegué. Ni en pedo.
El edificio donde estoy se nombra “Comisario Mayor Roberto Rodolfo Capello”. Es un edificio exclusivamente de aulas y aulas. Madera, mármol, vidrio. Dos baños, limpios. Un cuarto de “personal autorizado”.
De ahí sale una voz. Juro por el comisario Capello que alguien – palabras más, palabras menos – dice esto: El Sarmiento no tiene ventanas – Podés fumar cigarrillos, marihuana, lo que se te ocurra… (Se escucha un sonido como de aspiración, inentendible hasta la frase que sigue, que – se deduce- emula movimientos mímicos de estar fumando), ¡se queman los dedos!
– Se suben ahí, en Morón…
No se escucha más. Pasa una chica con cara de mala.
Otra chica y otra chica. Parecen ser alumnas, salen de algún aula. Hasta ahora tres pibas y ningún pibe.
Bajan sí dos o tres jóvenes pero también unas muchachas, todos junto a una profesora: saco rojo, cartera cara, lentes en la frente, rubia teñida, habla sobre la dificultad de sus alumnos (ellos) de dar exámenes orales, la profesora.
No sé si es que aquí vendrán muchos hijos de policías que genéticamente le hayan transmitido cierta fisiología pizzística a sus hijos o qué, pero – no lo digo mala sino descriptivamente- aquí hay mucha gente cuya ecuación entre altura y masa muscular excede el llamado “peso ideal”.
No se enojen: gordas: yo también soy un gordo. Flacas: aguanten los gordos.
Hay una que espera a la salida de un aula, y me acerco y es (espera) porque está terminando una clase. No me había dado cuenta. Está la puerta abierta y se oye al profesor y a los alumnos. Mi colega gorda mira hacia adentro, cómplice de la charla que se está dando: entiende; participa como testigo. No interrumpo su atención y me pongo contra la pared, para poder escuchar sin que me vean.
Entonces: conversación 2, Aula B-20. Tema: la fecha de un parcial. Modo: distendido. Interlocutores: una voz que parece un profesor y 4-5 voces que parecen alumnos. Tono de voz del profesor: de pajero. Tono de voz de los alumnos: son varios, qué se yo.
Le dicen “doctor” al profesor. Le preguntan “¿qué se toma?” y no hablan del corte de la colombiana sino sobre los temas que entran en el parcial. La respuesta del profesor es magnánima: “A partir del último parcial, lo que siguió después”. Y sí.

Sigue la charla su curso hasta que irrumpe una segunda frase para el recuerdo, del profesor “En la profesión, vos no podés decir “esto no lo vimos en clase”. Decís “sí, ¿a dónde voy?”.
Este tipo – esta frase- puede estar formando a) licenciados en seguridad ciudadana (4 años), b) abogados (5 años), c) licenciados en accidentología y prevención vial, d) enfermeros, e) técnicos universitario en balística y armas portátiles, f) calígrafos públicos, g) licenciados en organización y asistencia de quirófanos o h) peritos en papiloscopía.
Tales son las carreras que dicta esta facultad. Todas son permeables de la frase del profesor: “En la profesión, vos no podés decir “esto no lo vimos en clase”. Decís “sí, ¿a dónde voy?”. Pensarlo en algunas da más miedo que en otras.
Qué será la papiloscoía, te quedaste pensando. No tengo internet y no puedo buscarlo. En cambio te propongo que pienses en esto otro: de todas las carreras, la única “exclusiva para personal de la PFA” es abogacía.
¿Enseñarán a cubrir evidencias, a plantar pruebas? ¿Se estudiarán los diferentes modos de coimear a un fiscal o un juez? ¿Serán parte del plan de estudio las estrategias para dilatar los procesos judiciales? ¿Será jefe de cátedra El Fino Palacios y El Gordo Valor un ayudante?
Preguntas existenciales.
Si no sos policía, no podés saberlo. Les devuelvo la frase que ellos encarnan cuando matan a un pibe joven y pobre: “Por algo será”.
Ah, también sobre las carreras, tenés un título intermedio para ser “perito en balística” en sólo 2 años. Para vos que estás desempleado…
Obvio que todas las carreras son aranceladas excepto, claro, para el personal de la fuerza. El hombre de la recepción no anda con vueltas para contarme que, casi antes que nada, se paga: completás un formulario online, dejás pasar 72 horas y abonás $1104 de la matrícula en un banco Santander Río; luego venís con el comprobante y la documentación requerida y listo. Ah, tomá, estos son los planes de estudio: 1/3 de página A4 con las materias.
La cantidad de materias por carrera varía según los años estipulados para cada una, claro, pero en general contemplan entre 10 y 12 materias por año. Para la Licenciatura en Criminalística – una de las carreras más largas de la IUPFA- hay desde inglés y fotografía hasta “ecología forense” y biología molecular. Una materia llamada “falsificaciones y adulteraciones documentales” me devuelve la duda sobre si enseñarán cómo practicarlo o tan sólo los métodos de identifiación. Una cosa es la otra… la técnica para adulterar un documento la sabés. Qué hacés con eso ese otra cosa.
Acompaña estos saberes una biblioteca especial. Digo especial porque tiene bibliografía específica, nada de literatura, poesía ni libros zur-di-tos. Una cartelera (otro patrón comparativo con otros lugares) anuncia las “novedades”; estimo que son libros recién llegados. Algunos: Historia de los pensamientos criminológicos, El virreinato de las provincias: su organización militar, El líder resonante crea más, El bebé perfecto: tener hijos en el nuevo mundo de la clonación y la genética, etc.
El criterio bibliográfico es, al menos, raro. Cómo pasamos de la organización militar al bebé perfecto me perdí. “El líder resonante crea más” no sé si es una obra de Hitler o del maestro Amor.
Opa. Voy buscando los peores títulos y encuentro uno excelente: “Vigilar y castigar” de Focault. Pienso que en una universidad “tipo UBA” de la policía éste sería el primer texto de la biblioteca – y de la bibliogafía obligatoria de cualquier carrera- y no uno que llega recién este 2012.
La cartelera además anuncia cursos intensivos en seguridad bancaria y seguridad informática. También de “Comunicación eficaz” y de otro “Curso de actualización en las relaciones laborales”. La diferencia entre los carteles de los 4 cursos es que sólo los últimos dos llevan el sello del Ministerio de Seguridad.
Todo esto vi mientras escuchaba al profesor que enseñaba a caretar lo que él no enseñaba. Me figuraba su cara – sólo escuchaba su voz durante varios minutos-, su vestido, sus movimientos. Por eso espero hasta el final, hasta verlo, y sale nomás de un prolijo traje. La cara no me acuerdo, pero la voz seguía siendo pajera. No sé de qué hablaba con los alumnos pero su última frase – ya en la mitad del pasillo, dejando atrás a sus discípulos, caminando apurado y gritando casi sin darse vuelta, con un leve movimiento hacia el costado-: “No quiero decir que ustedes son los monos. Los monos son los legisladores”.
Después de tanto pensar, me imaginé el contexto de la frase: charla sobre los temas del parcial; debe ser una clase de abogacía, o algo vinculado a las leyes; ahí entran la cuestión de los legisladores; ponele que están hablando sobre la forma de estudiar las leyes, no sé, me lo imagino por la frase “repetir como un loro”; me imagino hasta un error del profesor que dice, en cambio, “repetir como un mono”; entonces el profesor lanza esa frase y sale a aclarar que no refiere a los estudiantes sino a los legisladores; entonces: “No quiero decir que ustedes son los monos. Los monos son los legisladores”.
La interpretación incluye siete situaciones inventadas con conexiones forzosas e improbables y un error involuntario del profesor. La única otra situación que explique la frase, se me ocurre, es geográfica: estoy en la Universidad de la Policía y si encuentro sentido a las cosas que se dicen es porque estoy mal.
La última cosa que se me ocurre al respecto – al recorrer los pasillos llenos de hombres grandotes, peludos y cuyo instinto primero es la violencia- tiene que ver con la semántica de la palabra “monos”.
Sigo hacia otras aulas pensando estas cosas y haciéndome el desentendido del mundo universitario. Para profesores soy alumno; para los alumnos seré un ayudante o quizá un administrativo; para un administrativo también debo ser un alumno; para mí soy un tipo que da vueltas sobre un edificio casi vacío: en el edificio del Comisario hay 4 aulas de 25 llenas, con muy pocas personas en cada una de ellas. No digo que las carreras que ofrece la IUPFA sean un fracaso pero, al menos, el edificio le queda bastante grande. ¿Será lo mismo? No sé.
Intento explorar un paisaje que no sea educativo, una oficina, un comedor, algo. Sin darme cuenta estoy en uno: el ascensor. Hay 4 y me subí al que bajó más rápido (toqué para todos). Quiero ir al 4to: toco. No sube. Al 3ro: toco. No sube. Mierda, al 2do. Va…
Llego al segundo. Salgo del ascensor, medio extrañado – medio caliente. Lo miro. ¿Qué te pasa, ascensor, que no me querés llevar? Su cartel arriba me responde: “Ascensor montacargas”. No entiendo pero debe ser por eso. Al lado hay otro, dice, “exclusivo para autoridades”.
Me meto de querusa en una oficina: como todas pero con cuadros como ningunos: cuadros que remiten a los responsables de la seguridad en 1800 y tantos. Es decir “celadores”, “alcaldes”, soldados, figuras de la época que velaban por la seguridad civil. Siempre – en los cuadros se ve- empuñando un flor de facón, y patilludos.
Salgo de la ofi, bajo, veo un cartel que señala un “Salón de encuentro y formación juvenil”, llego: una sala que parece un comedor, mesas y muchas sillas apiladas, tres tipos grandotes, de negro y gel que se dan vuelta para mirar al visitante (yo). Me miran, me intimidan, me voy. Llego a ver un dispenser de Coca y otro de snacks, al mejor estilo yanqui. Eso es to-to-todo el centro de formación y sarasa juvenil sin jóvenes.
Cruzo el estacionamiento-patio que une a los dos edificios por donde anduve. Está lindo bajo la sombra de los árboles. Hay algunos asientos sobre los que alguien estudia y otra gente que conversa parada. Gente que pasa. Llego a sacar un promedio de casi 3 mujeres por cada varón que vi, sobre todo dentro de las aulas (hay uniformados pasando y también la mayoría de los profesores que vi eran masculinos). Jóvenes no tan jóvenes de 30 años promedio. Uno de los que conversa, llego a ver, y me pregunto si tendrá algo que ver, y luego me pregunto si tendrá que ver con qué, qué con qué, pero lo cierto es que este alumno lleva una campera con parches que me son difíciles de explicar e interpretar: los definiría como de “símbolos aguilescos”. Escudos, escudos con alas de águilas, cabeza de un águila, números que identifican algo, finalmente una sigla, AFFSA, que ahora recién busqué: Air Force Flight Standards Agency. A mí estas cosas de las águilas, simbología nazi por medio, me dan un poquito de escalofríos…
En este patio estoy cuando un uniformado, lo veo de lejos, camina en mi dirección. Es decir, viene. Yo estaba anotando esto del AFFSA en plena actitud sospechosa: un desconocido que se estuvo moviendo por el edificio y ahora anotando, mirando y anotando. ¿Pensará eso el policía que viene hacia mí? Ay… Me hago el que estoy estudiando, relajado, cambio la hoja y escribo algo para despistar, algo que no pueda entender: Stendhal ironizaba el carácter exagerado del romanticismo… Porque mirá si me lee las anotaciones de los símbolos aguilescos, mirá si lee esta crónica y me lleva, me lleva y me interroga en un cuarto apartado y no me queda otra que decirle que ni yo sé que estoy haciendo, que no siempre hay una explicación para cada cosa, y a mí me pintó entrar, y ver, y anotar, y quizá con eso, después, haga una crónica, y si la publican, le prometí que no publicaría nada que no hubiera visto.