ARTEI, Asociación Argentina del Teatro Independiente en su 14º aniversario 1998-2012
A la comunidad teatral:
Convocamos a toda la comunidad teatral (actores, directores, dramaturgos, técnicos, periodistas, etc) a participar activamente de la próxima Asamblea de ARTEI, de carácter Extraordinaria, para discutir las acciones a seguir por la preocupante situación en relación con los pagos de subsidios otorgados para el corriente período 2012 por el INSTITUTO NACIONAL DEL TEATRO y por PROTEATRO.
Habiéndose cumplido el primer semestre del corriente año, muchas de las salas que integran ARTEI ven peligrar el normal funcionamiento de sus espacios ante el incumplimiento en el pago de los subsidios otorgados por los mencionados organismos públicos. Esta situación se hace extensiva a los grupos y cooperativas con subsidios para producción de obra otorgados pero de los cuales la gran mayoría siguen impagos. Por tal motivo, la Asamblea ordinaria de ARTEI realizada el pasado 17 de Julio propone cerrar las salas el 2º fin de semana de agosto como acto de protesta si no se pagan los subsidios otorgados antes de esa fecha.
Se invita a toda la comunidad teatral a participar de la próxima Asamblea de ARTEI para ratificar la citada y otras posibles medidas de fuerza.
La asamblea se realizará mañana martes 24 de julio a las 13.15 hs en el Teatro Del Pasillo (Colombres 35)
Los esperamos
ARTEI; Asociación Argentina del Teatro Independiente
Las salas que integran ARTEI: Actor S Studio- Andamio 90- Anfitrión- Apacheta- Abasto Social Club- Abre Teatro- Beckett Teatro- Belisario- Boedo XXI -Cara a Cara -Centro Cultural Raíces- Circuito Cultural Barracas- Corrientes Azul- Crisol Teatro- Club de Trapecistas- Del Pasillo- Del Pueblo- De la Fabula- Del Borde- El Astrolabio- El Búho- El Celcit- El Cubo- El Vitral- El Duende- El Espion- El Excéntrico de la 18- El Fino- El Colonial- Elkafka «Espacio Teatral»- El Portón de Sánchez- El Camarin de las Musas- El Piccolino- Entretelones- Espacio Abierto- Espacio Aguirre- Espacio Ecléctico- Espacio Callejon- Fundación Teatro Del Sur- Fraymocho- IFT- Korinthio Teatro- La Carpinteria- La Carbonera- La Galera- La Maravillosa- La Mascara- La Otra Orilla – La Rancheria- La Ratonera- La Salita- La Scala De San Telmo- La Tertulia- Madera De Sueños- ½ Mundo-Noavestruz- Teatro de Flores- Taller del Angel- Templum- Timbre 4- Pan y Arte- Pata de Ganzo- Patio de Actores- Payro- Sportivo Teatral- Silencio de negras- Teatro Empire- Teatro Ciego- UPB- Vera a Vera Teatro- La mueca- Imboccalupo- Codigo Montesco-Teatro Orfeo- Centros de estudios artísticos (CEA teatro)- Caliban- El Extranjero-Teatro Porteño-La Voltereta-El Bululu- El Popular
Socios Honorarios (Fundadores ): Leonardo Goloboff, Felisa Yeni -Alejandra Boero
Archivo por meses: julio 2012
La noche eterna
El 30 de diciembre de 2004…
CROMAÑÓN I
Más que abrir una grieta, esa noche se filtró por cada surco e hizo volar por el aire todos los cimientos. Nos dejó patas arriba en una agonía que, sospechamos, todavía no logramos revertir del todo. 194. Y con ellos, una forma de ser joven vio su fin. Ahogo. Una generación mutante asfixiada entre el antes y el después. Queda claro: la adolescencia no era el mejor lugar para veranear ese año. El absurdo nos trepaba por la piel y nos enfermaba de un virus que no tiene cura. Pocas cosas –qué digo – nada tenía sentido. Cuántas descargas cuántas agujas cuántos golpes cuántos temblores. Cómo decir con estas putas teclas lo que se sentía en esa vereda. (Cualquier lugar-común queda chico para hablar de muerte). De horror, de espanto, de dolor. De odio. Una juventud que se cargó en la espalda los escombros de la Sociedad que le soltó las manos y le cerró las puertas. Quizás ya “estaba perdida” desde antes. Los cuerpos, las caras, los sueños destrozados, pisados, vomitados, escupidos. Las lágrimas infinitas se estrellaban contra el suelo con un grito silenciado. Esa calle, esa esquina de confines, ese punto sobre el que se plegaba nuestro mundo y desde el que nos arrojaron al vacío. Nada podía seguir después de eso.
CROMAÑÓN II
Pero a esa madrugada, contra toda predicción, le siguió otro día. Y otros más. Como si no fuera suficiente, se nos venía otro año encima. Pero mucho antes de lo que parecían permitirnos nuestras energías, la luz empezó a asomarse: empezaba la otra historia, la de la lucha, solidaridad y resistencia. Incontables marchas que ahora parecen una única procesión eterna en busca de los que faltaban. No existían lugares cómodos, nadie estaba limpio; a todos salpicó de oscuridad aquella noche. Pero. Aunque la responsabilidad teñía a la sociedad en su conjunto, toda masacre tiene culpables. Cromañón abrió un resquicio y desnudó una red de corrupción que, bajo ningún aspecto, ha sido desmantelada. Hoy, faltan meses para contar con 8 dedos los años que pasaron desde la tragedia. Habremos descubierto una red, pero las arañas siguen vivas y se nos ríen en la cara. Parece que se llevan muy bien con la “Justicia” y entretejen esta historia juntas. Dos juicios. Un manojo de condenas irrisorias. Ni un solo preso. 194.
Vacío
*Por Walter Vodopiviz
Piso 12. Faltaban algo más de 10 minutos para las 15. Habitación 1219. A 7 horas del partido. De tu último partido. Ahí te encontré. Me miraste sorprendido, mientras intentabas abrir la puerta de la habitación junto a tu hermano.
Yo estaba raro. Sentía que no iba a ser un buen día. Se notaba un clima espeso en esa ciudad, a pesar de sus 30 millones de habitantes. A mí me tocaba “trabajar”. Como a vos. La diferencia es que la camiseta la llevás a tu “trabajo”. Yo la tenía que dejar debajo de la piel.
15.30 horas alguien miró su teléfono y dijo: “No sé si será cierto, pero me acaban de decir que es su último partido”. ¿Una bomba más? Siempre hablan de vos. Todos. Bien o mal. Hablan. Me costó creerlo. Me puse más raro. Días más tarde me entería que donde te crucé, tan solo 10 minutos después, el mandamás sería el primero en saber oficialmente tu decisión.
Pasaron las horas. Llegó LA hora. Cosas del destino, o mejor dicho de la organización, no pude verte. Me dijeron que no diste ni una bien. Pero, ¿qué se te puede recriminar? Justo a vos, que siempre las das bien. Vos eras el “culpable” que yo estuviera ahí. Vos eras el “culpable” que todos nosotros estuvieras ahí.
Llegó el nuevo día y la alegría era de otros. Con dolor me fui al Aeropuerto. Ahí decían que ibas a anunciar lo que sabía desde la tarde. Yo no creía que justo lo hicieras ante mí, siendo el único que te esperaba ahí. Dos horas me quedé. Nunca te vi. Volví al hotel a las 3 de la mañana. No tenía palabras. “¿Te enteraste?”, me dijeron. “No, ¿qué?”, pregunté. “Habló y confirmó que se iba”. Sentía que perdía por segunda vez en la noche, pero no podía diferenciar cuál dolor era más fuerte.
Me quedé en esa ciudad cuatro días más. Ahora sí llevaba la camiseta. Me banqué todo tipo de comentarios de ellos, pero yo estaba orgulloso. En las buenas, y en las malas muchos más, dicen.
Volví con dolor. Siento que quiero llorar todos los días. Repasan tu vida y confirmo que tenías razón cuando decías que “estabas en el patio de tu casa”. Tengo tantos recuerdos de vos, que prefiero acordarme de eso y no del último día. Por eso escribo esto, porque necesito hacer el duelo. Yo también ME SIENTO VACÍO.
* Walter es uno de los productores del programa de televisión Pura Química, que se emite por ESPN. Pero, claro, no es sólo eso. Y con decir sólo eso, no nos referimos a que es, también, un fanático de Boca. Sino que es alguien que desde primer momento tuvo abierta la cabeza para escuchar las voces de medios alternativos, con generosidad y con respeto. Por eso, es que nos cede este gran texto.
“Llamarse Santucho es un honor”
Desde Santiago del Estero viajaron los conceptos de uno de los más representativos integrantes de la familia Santucho. A 36 años del asesinato de Roberto “El Robi” Santucho, fundador histórico del ERP-PRT, su sobrino Luis comparte con nosotros cómo es llevar el apellido, pero sobretodo cuál es la forma en la que se encara el legado de lucha en el presente.
Luis Horacio Santucho es uno de esos personajes que prometen de antemano historias y recuerdos para escuchar con atención, se convierte en una cita de compromiso por el peso de un apellido, pero más bien por una responsabilidad que excede lo hereditario. Es sobrino de “El Robi”, como llama a su tío, ni más ni menos que el fundador e ideólogo del Ejército Revolucionario del Pueblo, uno de los guerrilleros más reconocidos de la década del setenta. Por su lado, Luis es una de las caras visibles de la lucha en defensa del campesinado en Santiago del Estero y además, un reconocido abogado que actualmente encara causas de la última dictadura militar. A sus 52 años escribe notas en su blog personal –http://luishoraciosantucho.blogspot.com.ar/– y también se le arrima al Twitter -@luissantucho-: “Hay que visibilizar las causas que acallan los grandes medios”.
-¿Cuándo surgió el Modepa?, ¿en qué consiste?
-Surge de un grupo de compañeros, de una confluencia de gente que veníamos de participar o ayudar en movimientos campesinos y otros que venían de organizaciones de derechos humanos. Lo que hicimos fue conformar este movimiento para construir una herramienta electoral para participar en el aspecto político y en las organizaciones del Estado. Por ahora recién estamos haciendo los trámites, buscando las afiliaciones, etc. para poder ser un partido reconocido por parte del Estado.
-¿Cómo es la situación actual de los trabajadores agrarios santiagueños?
-La valorización de la tierra, fruto del avance de la soja, hace que la situación de los pequeños productores esté acusada por esta coyuntura que genera que sus derechos sean cercenados, por eso hay un fuerte trabajo por parte del MOCASE para que los campesinos puedan conocer estos derechos y puedan defenderse.
-Además Luis, sos querellante de la Fundación Argentina de Derechos Humanos. ¿Cómo conjugás esta doble militancia?
-En lo personal, participar en los juicios es muy importante por todo lo que nosotros vivimos, por lo que estamos viviendo y por los testimonios que están apareciendo. A mitad de julio reanudamos un juicio que estuvo suspendido por 20 días y en el que se compilarán testimonios que son vibrantes, emotivos, duros. Esto está teniendo eco en la opinión pública, ya que la gente se está encontrando con realidades de hace 37 años atrás que no se imaginaban que pasaron en Santiago del Estero. El juicio tiene un sentido educativo muy valioso, ya que hemos sufrido tiempos durísimos incluso post-dictadura con este tema. Porque la dictadura tuvo cierta línea de continuidad hasta los `90 con el Juarismo, un movimiento autoritario que tuvo gran poder sobre los ciudadanos y el poder público.
-¿Pudiste escuchar las declaraciones de Videla donde tildó a Mario Roberto Santucho de ser el subversivo más peligroso de los ´70?
-La semana pasada hubo un careo con el jefe de Campo de Mayo por ese entonces en 1976, el General Riveros, y se deslizó la posibilidad de saber dónde está enterrado el cuerpo de Santucho. Pero es como que no quieren hablar, no quieren saber, no quieren informar el lugar dónde está enterrado el cuerpo de mi tío. Y es lo que estamos buscando, sus hermanos que ya están llegando a los 80, sus sobrinos. Se relaciona con un valor de la humanidad que es darle culto a nuestros muertos, que es algo muy importante para nosotros porque es una cuestión muy incorporada en la cultura rural santiagueña. Y eso se nos está negando. Se nos está negando la posibilidad de poder ponerle una flor a su tumba.
-¿Cómo es vivir en Santiago con el apellido Santucho?
-Durante mucho tiempo el apellido Santucho fue difícil, el sistema dominante de ese momento –por el año 1986- lo demonizó. Pero lo llevamos nosotros con mucha dignidad y honor. Acá en Santiago pesa mucho y está vinculado a las cuestiones y a las batallas de la vida cotidiana. El apellido Santucho está fuertemente relacionado con las actividades políticas, porque fue donde Mario Roberto inició sus primeras experiencias políticas. A pesar de que luego se trasladó a Tucumán, su origen santiagueño siempre estuvo vivo. Con el paso del tiempo se fue agigantando su figura revolucionaria, y con esto el orgullo de ser familiar. Por eso es que no resulta fácil, porque hay que estar a la altura.
-Dijiste alguna vez que te sentís del ERP a pesar de no haber participado.
-Lo que intento hacer es darle persistencia a sus ideas. Me siento continuador desde mi rol de abogado de organizaciones campesinas, como defensa de los derechos de los pueblos indoamericanos, que sigue siendo un sujeto social presente. Esa idea que ellos no pudieron concretar en su momento.
El simple arte de matar
Así se llamó el libro que Raymond Chandler escribió sobre «la novela del mundo profesional del crimen». En nuestra casa, no hace falta ser un detective suspicaz para dar con el nombre imprescindible del género: El Gordo o, como algunos insisten en llamarlo, Osvaldo Soriano. A él estuvo dedicado Buenos Aires Negra (BAN!), primer festival internacional de novela policial. Quince años de un largo adiós que se resiste a morir.
Hay un pibe al que los amigos le dicen el Fisura que lleva dos meses preguntándose por qué el sicario usó solo cinco de las seis balas que entraban en el cargador. Fue el último 28 de mayo, en uno de los últimos días de calor de la primera parte del año bonaerense, en uno de las últimos pedazos de tierra al aire libre que quedan en la Ciudad de Buenos Aires sin enrrejar. Un buenmozo de saco y corbata del que nadie sospecharía nada entró a la Plaza Misericordia del barrio de Flores, levantó el brazo derecho, sacó un arma y le disparó cinco pedazos de plomo compacto a un hombre con cara de boludo que estaba sentado en un banco común, a las tres de la tarde.
¿Qué fue lo que realmente pasó? ¿Por qué se guardó una bala de las seis que tenía? ¿Quién era el de saco y corbata? ¿Y quién el de cara de boludo? Poco han podido resolver las investigaciones. Ha faltado información. Y, por qué no, imaginación. Pero haya sido lo que haya sido, la gran duda que sale cuando uno se sienta en el banco desde donde los tiros se vieron en primer plano es por dónde debería arrancar a investigar un periodista. Y, en eso, la pregunta tal vez se pueda volver doble: a quince años de su muerte, qué hubiera hecho en este caso Osvaldo Soriano, quizás uno de los mejores periodistas de este país y uno de los más célebres narradores de policiales del siglo XX de la literatura nacional.
Primero: Soriano se habría enterado del crimen, al menos, una hora más tarde. Difícilmente, alguien pudiera encontrarlo despierto antes de las 16. Porque solía escribir desde las doce de la noche hasta que llegara el diario del día siguiente. Y casi nada -excepto el nacimiento de su único hijo, Manuel- podían moverlo de esa rutina. «Es algo que no puedo ni pretendo cambiar. Me enorgullece. Llevo la misma vida que los gatos. Nunca hice una sola línea de mañana», decía. Una particularidad que, a la vez, lo llevó a descubrir la literatura: «Yo empecé a leer ficción muy tarde: a los 20, cuando el novio de una prima mía me dijo que yo era un ignorante y me regaló Soy Leyenda, de Richard Matisson. Dos años más tarde empecé a escribir y fanatizarme con la literatura: yo no hacía todavía periodismo; estaba en una época difícil de transición y trabajaba en una fábrica de autos. Era sereno, trabajaba tranquilo y de noche. Mi patrón era Schocklender (N del R: el papá de Sergio, el hombre de la polémica con Madres de Plaza de Mayo). En esas noches, hice el gran descubrimiento de Cortázar».
Segundo: Soriano no habría corrido nunca hacia la plaza porque las primicias no le interesaban, porque era bastante vago y porque los detalles prácticos del asesinato lo hubieran seducido bastante menos que la vida desfachatada del Fisura. «Es verdad que yo soy bastante hábil para rajarle al trabajo; hay que decirlo paladinamente. Yo me cambiaba de lugar en las redacciones para que nadie pudiera encontrarme», comentó alguna vez.
Tercero: Soriano nunca fue un periodista de la sección Policiales, aunque el artículo que le permitió dar un salto en el periodismo fue uno sobre asesinatos. Aún así, el Gordo -como solían apodarlo la mayoría de sus amigos- se volvió un estandarte de la novela negra en Argentina, desde que apareció su primer trabajo, en 1973: Triste, solitario y final.
Y es por este tema de la novela negra que empieza a tener sentido este artículo.
Soriano nació un 6 de enero de 1943 en Mar del Plata y murió a los 54 años, el 27 de enero de 1997, de un cáncer de pulmón. Escribió siete novelas (Triste, solitario y final, en 1973; No habrá más penas ni olvidos, en 1978; Cuarteles de invierno, en 1980; A sus plantas rendido un león, en 1986; Una sombra ya pronto serás, en 1990; El ojo de la patria, en 1992; La hora sin sombra, en 1995) y fue de los autores más vendidos de la historia de este país. Nunca recibió un premio por su increíble obra: «Una vez salí cuarto en una competencia de juegos florales. Es mi mayor lauro y tengo un diploma. Fue en un pueblo llamado Leandro N. Alem y fue por un cuento gauchesco». Pero como la historia siempre da tiempo para redimirse, en este caso algo se ha hecho: el mes pasado se llevó a cabo el Festival Internacional de la Novela Negra en Buenos Aires y las autoridades decidieron recordar como figura estelar del certamen a Soriano. Un gran acto de justicia. Uno que merece un repaso, al menos, de esta parte de la obra de semejante artista.
***
Soriano llegó al policial de la misma forma en la que llegó a ser un profesional de la ficción: a través del periodismo. En 1972, El Gordo trabajaba en el diario La Opinión, un matutino dirigido por Jacobo Timerman. Su vida era de lo más tranquila: estaba a cargo de la sección Deportes junto al periodista Eduardo Rafael y había ideado un gran método para trabajar poco: nunca iban los dos el mismo día y disponían de una estrategia mucho más que efectiva para ello: armaban notas atemporales, las archivaban y el día en que alguien preguntaba por el faltante de los dos, afirmaban que estaba haciendo la nota que, justamente, tenían ya guardada en un cajón y ya redactada para la ocasión.
Pero un día -tal como él lo comentó- comenzaron sus desventuras.
En Buenos Aires, un joven llamado Carlos Eduardo Robledo Punch ya había asesinado a por lo menos once personas y había realizado montones de robos. Su vida era noticia tras noticia, pero en La Opinión -un diario de un alto nivel intelectual- el director se negaba a publicar algo de eso. Día tras día, la historia construía más razones para que la redacción del matutino se volviera un efecto invernadero con lluvias ácidas. Y, efectivamente, una tarde ya no pudo seguir escapándose del tema del momento.
Esa fue la vez en que Soriano conoció a Timerman.
«Quiero la mejor nota del caso Robledo Punch», le habría pedido el director. Y el Gordo se cruzó con una tremenda grieta del oficio: tenía que escribir sobre algo que venía siendo noticia diariamente, tenía que competir contra un río de informaciones que otros ya habían publicado, tenía que ser una voz en un mar de miles de voces que ya hablaban.
Y lo resolvió escribiendo uno de sus mejores artículos.
Uno que lo sacó de la sección deportes, que lo mandó a una oficina con atenciones a mansalva, con secretarias privadas que le atendían las llamadas, con revistas y periódicos internacionales y, sobre todas las cosas, con un gran fracaso: Timerman lo había puesto ahí para que se dedicara a escribir lo que quisiera, pero durante un mes consecutivo todos los amigos que Soriano tenía en el diario pasaron a ver si se le ocurría algo, pero no le salió nada. Y el director decidió ponerlo a hacer, exactamente, nada.
Algo que para Soriano no sólo significó una gran felicidad, sino un enorme propulsor a la fama y al éxito: un año después, el escritor y periodista Marcelo Pichón Riviere se ocupó de que le publicaran Triste, solitario y final, un libro que juntaba tres tópicos que el Gordo reveló en una charla en la Facultad de Letras de Bueno Aires el 11 de noviembre de 1991: la lectura del escritor norteamericano Raymond Chandler, los mitos personales no resueltos y los fantasmas de la niñez. Una obra que le abrió de éxitos que lo volvieron un fenómeno de lo más popular para la literatura argentina, uno tan voraz que le armó dobles filos: le dio un amor de lectores que nunca antes se habían fanatizado por la literatura y le regaló un odio de los intelectuales de este país, que -entre otras cosas- hicieron que su reconocimiento de parte de las academias nunca llegara.
***
La vida literaria de Soriano es, ante todo, una vida de desencuentros con un género en particular: el cuento. Cuando era joven, cuando vivía en Tandil y cuando sus sueños de jugador de fútbol se fueron aniquilando, hizo su debut en la escritura intentando con garabatos de relatos fantástico.
«Eran absolutamente horrorosos. Ilegibles. Pero, no por eso, frustrantes. Para alguien que quiere escribir, el periodismo es una buena salida y yo empecé, obviamente, con el deportivo que es el que conocía. Fue una buena iniciación, pero me convencí tanto de que iba a ser buen periodista que me olvidé de los cuentos. Pensaba que nunca iba a poder ser un buen cuentista. Dejé de escribir ficción muchos años. Hasta que vine a Buenos Aires y me crucé con Raymond Chandler».
Y fue ese autor, probablemente, el que determinó quién, cómo y de qué manera fue Soriano. Es cierto que al Gordo le fascinaba leer a Julio Cortázar, a Edgar Alan Poe, a Ernest Hemingway, a Howard Lovecraft, a Guy de Maupaussant y -de quien terminó siendo muy amigo, al punto de que él le escribió el prólogo de La hora sin sombra- a Adolfo Bioy Casares. Es cierto que lo desvelaba Jorge Luis Borges: «Lo pongo a otra estatura. Siempre me pareció tan gigantesco que no cuenta siquiera como modelo. Es tan inalcanzable que no parece terráqueo», decía, repleto de admiración. Pero, aún así, Chandler fue distinto.
Por todo.
Raymond Thorton Chandler (1888-1959) era un periodista de Chicago, que trabajaba como reportero del London Daily Express y de la Bristol Western Gacette. Y fue, probablemente, uno de los estandartes de la novela negra moderna, esa que creó con su libro El largo adiós, un modelo de escritura: uno en que los asesinatos ya no tenían detectives perfectos, uno en que los casos no siempre se resolvían, uno que volvió a los diálogos un elemento nuevo y constante dentro de una historia en prosa.
Soriano se volvió rápidamente un fanático de Chandler. Las noches porteñas lo encontraban en cualquier bar leyendo y aprendiendo de este autor. Y su amor fue tan potente que para Triste, solitario y final tomó prestado a Philippe Marlowe (el personaje cliché del escritor norteamericano). Así, el Gordo comenzó a armar historias (no sólo novelas, sino también relatos que él nunca aceptaba como cuentos: «Yo nunca hice un cuento. Eran notas con datos reales que pulidas quedaban como cuentos a medias. En parte, lo armaba así porque no soportaba cruzarme con un fracaso tan fuerte. Esos textos cortos no resisten a un análisis estructural») donde los hombres se comían palizas, donde los personajes eran fanáticos del fútbol, donde los protagonistas fracasaban con mujeres, donde había improperios y prostitución y violencia.
Pero eso no fue lo único que igualó a Soriano con Chandler. El escritor norteamericano por sus formas y por su capacidad de amarrarse al imaginario popular sufrió lo mismo que el Gordo: sus contemporáneos lo criticaban fuertemente y las academias de literatura se dedicaron fuertemente a criticarlo.
Pero sobrevivió.
Como Soriano. Al que constantemente se lo criticaba. Al que la Universidad lo ignoraba. Al que ciertos grupos vanguardistas calificaban de burdo y de populista, generando acusaciones como esta, que apareció en la revista Babel: «No puede haber un escritor que trabaje con un banderín de San Lorenzo colgado en la punta de la máquina de escribir». Al que le costaba entender por qué en el resto de Latinoamerica los escritores se querían más entre sí. Al que le seducía mucho más sentarse con la gente del teatro, porque eran menos competitivos y más generosos. Al que esos golpes le dolían fuertemente. Al que hoy, a la distancia, muchos de esos ya no pueden parar: porque después de quince años, porque después de aquel día de enero en que muchos amigos se acercaron a un local de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires para velarlo, porque después de tanto, este año le llegó un fuerte reconocimiento: la novela negra de Buenos Aires, en el Festival, lo declaró su padre.
***
Soriano, probablemente, no hubiera ido a aquella plaza si es que no se lo hubiera pedido algún jefe. Quizás, alguna de esas madrugadas en las que ejercía su profesión de felino podría haberse hecho una escapada. Pero nadie lo sabe.
Lo que sí es seguro es que pasara lo que pasara para el que se siente en el banco desde donde se vieron los disparos, para el sicario buenmozo, para el hombre con cara de boludo y para el Fisura, la historia hubiera sido mejor si la hubiera escrito el Gordo. Seguro.
La naturaleza no te mata, te mata el hombre
Desde el 11 de junio, arrancó el juicio a los fumigadores que violaron la ley contra la contaminación de residuos tóxicos, en el barrio Ituzaingó Anexo de Córdoba. Allí, el 33 por ciento de las muertes son por tumores, cuando en el país el 18 por ciento es por esa razón. Por un lado: los dueños de los aviones tóxicos y de los campos sojeros. Del otro: unas madres que pelean por sus hijos. Entre tanto: un Estado que sigue dando créditos a los que producen glifosato.
Primero se quintuplicaron los barbijos, los chicos pelados, las mujeres con pañuelos en la cabeza. Después, la noticia: “Su hijo tiene cuatro agroquímicos en sangre”. Más tarde, la negación: “Ya no tiene nada”. La ira: “Mentira. ¿Me va a decir que se le fueron?”. Entonces, en 2002, la organización, la reunión con la FUNAM (Fundación para la Defensa del Ambiente). Ahí nomás, la demanda. Durante los diez siguientes años, los estudios. Más ira: todos confirmaban que el glifosato y el endosulfán de los fumigadores traían malformaciones y tumores; el arsénico del suelo ayudaba. Luego, en 2007, la aceptación estatal: es un barrio contaminado. El año posterior, la prohibición: no más agrotóxicos a menos de 500 metros de lugares habitados y 1500, si es por dispersión aérea. Mientras tanto, la discriminación: si viene de Ituzaingó Anexo, está enfermo; si está enfermo, contagia.
Ahora, desde el 11 de junio, el juicio a los fumigadores que violaron la Ley 9.164 de contaminación con residuos tóxicos.
Monsanto, los propietarios de sembrados de soja y de las avionetas fumigadores tuvieron mala suerte. Sus víctimas somos hijos. Y nuestras Madres nos van a defender. “Al principio no me daba cuenta de que cada vez que fumigaban, se le paralizaba el cuerpo”, cuenta Corina Barbosa sobre su hijo. Desde que la cantidad de chicos con barbijo se quintuplicaron, algo hizo ruido. Y las madres activaron sus sentidos. Sofía Gatica, una de ellas, no se resignó: si el Estado no hace el censo completo para ver la cantidad de casos de cáncer por habitante, lo harán ellas.
Los dueños de campos de soja situados en los alrededores del barrio Ituzaingó Anexo, Francisco Parra y Jorge Gabrielli, y el dueño de un avión fumigador, Edgardo Pancello, hoy rearman su estrategia gracias a la feria judicial y al cambio de carátula: ya no contaminación dolosa, ahora se la reconoce también –para Parra- continua.
Gatica se repite una y otra vez que lo que espera es justicia y el fin de este “modelo de genocidio encubierto”. Sabe que el hilo se está cortando por lo más delgado, porque el modelo está instalado en toda la Argentina y los responsables mayores son Monsanto, Cargill, pero este juicio abre muchas puertas.
Para Medardo Ávila Vázquez, de Médicos de Pueblos Fumigados, las pruebas están: en Malabrigo, Norte de Santa Fe, 6 por ciento de los niños nacían con malformaciones. El cuádruple del promedio del resto del país. Casualmente están cerca de plantaciones fumigadas. En Ituzaingó Anexo, los tumores son la causa del 33 por ciento de los fallecimientos; en todo el país, del 18. En Corrientes, un chico vecino de una tomatera murió de un coma hepático producido por agrotóxicos que lo contaminaron cuando jugaba en su patio. Diez días antes habían muerto los chachos, pollos y perros de la casa. En Chaco, la curva que muestra la cantidad de malformaciones por año coincidía con la de superficie de soja sembrada en la zona. Estos fenómenos se repiten, mientras que todas las demás causas de malformaciones se mantienen estables. Una familia que sufría permanentes fumigaciones sufrió dos muertes por tumores: Débora, 26 años, tres tumores en la cabeza; Ezequiel, 25 años, 22 tumores distribuidos en la cabeza y el estómago. Yolanda, de 64 años, tiene dos tumores en la cabeza y sufre discapacidad motriz.
Ávila Vázquez denuncia decisiones políticas no no-tomadas, sino sí-tomadas: “En algunos países, como Holanda y Dinamarca, se disminuyen las retenciones y se les dan créditos a quienes no usen agroquímicos o usen menos. En Argentina, Cristina ha dado un crédito para que una fábrica china fabrique glifosato en Ushuaia”.
Raúl Montenegro, de FUNAM, agrega que se buscará relacionar enfermedades y muertes ocurridas en el barrio con la aplicación de plaguicidas, pero también con PCBs, metales pesados y arsénico, otros contaminantes presentes en el lugar, y calificó de «histórica la búsqueda de asociación entre las enfermedades y muertes, y el cóctel de contaminantes al que estuvieron expuestos los pobladores». Para los vecinos querellantes, la responsabilidad también atañe a los funcionarios públicos, “tanto en lo que hace al control del uso de plaguicidas como al control de los otros contaminantes que actuaban en el barrio”.
Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, en su comunicado de apoyo ayuda a tomar posición: “Lo más peligroso es el monocultivo de las mentes: eso de hacernos creer que esto tiene que ver con el desarrollo, con el progreso, con la vida. No. Eso tiene que ver con la destrucción de la vida. El desarrollo tiene que ser un equilibrio del ser humano con la madre naturaleza y no explotación y enriquecimiento de unos pocos a costo de los demás».
Club tomado por sus dueños
Recorrimos el club Comunicaciones, tomado por sus socios para impedir algo que ya parece imposible: que esas 18 hectáreas en un pulmón de Buenos Aires queden en manos de la Mutual de Camioneros. En el medio de la pelea entre el kirchernismo, Moyano y Macri quedaron los socios de Comu, que se aferran a la última esperanza que les queda para que no les rematen el club: ocuparlo y pasar sus noches ahí pese al frío.
El club se parte en dos. No sólo porque Comunicaciones está a instantes de desaparecer como institución y dejar de ser, sino porque el frío que pega contra las desoladas instalaciones choca con el calor de una toma de socios a las puertas principales del Cartero. La toma empieza en la vereda y se desarrolla por todo el corredor central. Unos pasos más allá, cuando se desea caminar un poco por las baldosas que supieron ser club, se ve Comunicaciones a la luz de la realidad de un crudo invierno: todo roto.La entrada central ofrece un pasillo previo que atenta contra el ojo. Es fácil ir por Avenida San Martín, del trecho desde Tinogasta hasta Nazca, y notar que a esas tipos parados en la puerta del club, rodeados de banderas con consignas desesperadas, se les está yendo la vida en algo.
“Club Tomado”.
“Macri farsante. Presidenta, por favor, haga algo por nuestro club”.
“Fuera Moyano!”.
“Comunicaciones es de los socios y de nadie más”.
Con las banderas se arma la historia que ya se contó muchas veces (http://www.nosdigital.dreamhosters.com//2011/11/la-misma-basura/ y http://www.nosdigital.dreamhosters.com//2011/05/el-sentimiento-no-se-remata/). No hay fallos nuevos, no hay novedades judiciales, no se presentaron nuevas ofertas. Solamente, se cansaron de esperar. El club está tomado y la imagen es perfecta: están solo los socios, los de siempre. Nada de funcionarios ni dirigentes, los de nunca.
Una vez que cruzás esa entrada, que pasas a los hinchas enteramente vestidos de amarillo y negro que en la puerta dejan pasar sólo a los que tienen carnet, empezás a encontrar al club.
Vacío. Frío. Sin actividades. Los dedos y la nariz se hielan. Los ojos también, no hay ninguna pelota rodando.
A las baldosas y a las paredes y a los vidrios les queda la soledad de la destrucción. La mera función de de dar la imagen de que allí hay una pasión que se cae a pedazos en cada grieta de cada techo y en cada teja destrozada de cada quincho que no se arreglan desde hace más de una década.
“Desde hace 12 años, cuando se quema una bombita no se cambia. Así con todo”, explica el socio vitalicio, Omar Cerradas. Un viejo encorvado de campera de cuero marrón, sin nada de pelo, sólo unas canas que se dejan ver detrás de las patillas de los anteojos. Habla con seguridad, 64 años en el club le dan la razón. Las vio todas: “Esta es la peor”.
El club está abandonado desde la gestión. Porque los socios están, caminan activamente un club que es fantasmal. El arenero es digno de una escena de película paranormal y espiritista: los sube y bajas bien quietos sólo alteran su estática cuando una ráfaga los hace rebotar contra el piso dando golpes que se hacen eco ante tanto silencio dirigencial.
Al entrar al Estadio Alfredo Ramos, dónde Comu juega cada fin de semana en la B Metropolitana, la destrucción se convierte en desolación.Hay un césped bien cuidado, contra todo pronóstico, que se pone fosforescente cuando el sol le da de perfil. Pero, los colores en las tribunas son todos oscuros. El negro y amarillo del Cartero se torna en negro y negro al ver ese amarillo sucio y mugriento que se confunde en un fondo de luto sobre las tribunas.
En Comunicaciones no hay ni un candado. Se puede entrar a la tribuna, al césped, a la platea, a los vestuarios visitantes y locales, incluso al vestuario de los árbitros, dónde se ven desparramadas las planillas de los informes de los jueces de los partidos anteriores. De no creer. Quedaron ahí, abandonadas.
El vestuario del equipo local de la primera de fútbol no se entiende. Duchas rotas e inodoros clausurados. Una letrina y dos mingitorios para todo el plantel. La táctica se ve dibujada en los azulejos de las paredes, donde queda inmortalizado cada partido.
Nadie vigila nada y todas las puertas están abiertas. Está, aunque suene triste, abandonado.
Lo han sabido dejar a la deriva todos, de a uno por vez: funcionarios de la quiebra, del fideicomiso, dirigentes del club, de AFA, las falsas promesas del PRO, la complicidad de la justicia.
Es un club herido de ver tantas espaldas.
Son los socios, solamente, los únicos -que no queden dudas sobre eso- , los que todavía caminan y besan y lloran a ese club que parece estar desbastado y entregado, dando las últimas muestras de vida para, pareciera, por momentos, poder decir en el final: “Por lo menos hicimos todo lo que se pudo”.
Después de la quiebra del 2000 se dieron 11 años para levantar la deuda. Vinieron interventores que, por lo contrario, aumentaron la deuda en los años más corruptos de la institución.
Comunicaciones, cuando pasó el plazo estipulado del fideicomiso, entró en una especie de remate.
Se presentó Moyano para adquirir el predio para su gremio: la Mutual de Camioneros. Los socios buscaron ayuda afuera mientras los funcionarios de adentro jugaban para otros intereses.
El PRO les prometió representarlos. Hacerse cargo de la deuda a cambio de una pequeña porción del predio y devolver el resto a los socios.Ellos aceptaron. Tranzaron. Los socios fueron usados en las elecciones como aparato político para los actos. Participaron activamente de la campaña, inaugurando locales. El PRO ganó y se olvidó de Comunicaciones. Dijo no estar a la altura de Moyano y paró de ofertar.
El juez D´alessandro, sospechadísimo por sus vínculos con el moyanismo, le dio el club a Camioneros.
Comunicaciones dejó de ser un club. Pero, los socios apelaron. Aunque, bien los sabe el presidente de la subcomisión del hincha, Roberto Ruiz: “La apelación no va a ningún lado, el club ya está entregado”.
Cuando se sale del recorrido por el club se vuelve a cruzar por el camino, que ahora es de salida, donde se vuelve a ver a la muchedumbre de la toma.
Se ven desde barras, con gorritos jardineros que rezan “La Barra”, hasta los vitalicios, pasando por pibes, por mujeres, por señoritas, también por abuelas.
Todos están sentados en la misma mesa, en el centro una olla popular no para de repartir un guiso de fideos que aniquila al frío. Toman algún vino del pico y también gaseosas. Mojan el pan en el guiso y vuelven a comer.
Charlan entre ellos, hablan sobre como seguir, tratan de esperanzarse unos a otros. Los abuelos vitalicios de más de 80 años, como Cayetano Zacco, les dicen a los pibes: “Qué vamos a hacer, hay que seguir, estamos así, es una lucha que afrontamos para los chicos, los muchachos como ustedes, para nosotros, los viejos, no queremos nada, tenemos 84 años, estamos de paso”.
A Cayetano se le caen los parpados sobre los ojos, apenas puede ver por la ranura de esos anteojos lo que queda del club que supo ver con esplendor. Con una gorra que dice “Turismo y Pesca” con los colores y el escudo del club entona la denuncia: “Hay mano negra para darle el club a Moyano. Quiere comprar el club por migajas y el juez está emperrado en dárselo a él. Entonces, ¿es por simpatía o por la guita que le dio…? Queremos que D´alessandro se vaya, ya robó 12 años, se tiene que ir ¿Por qué el fideicomiso no pagó la deuda? Tenía los fondos para hacerlo. No reguló, ni pagó, destruyeron, y ahora lo quieren vender. 12 años aprovechando las entradas del club. Queremos que la Presidenta ponga manos en el asunto, que nos pague la deuda y en 5 años devolvemos todo, con interés incluido. El club está abandonado, está todo roto. Desaparecieron todo. Que D´alessandro se deje de joder, que entregue el club a los socios y que se vaya. El órgano fiduciario que nos pusieron fue una vergüenza: los tipos venían con armas en la cintura.”
Los socios de la toma, en su totalidad, posan con la bandera para la foto: “Fuera Moyano!”, dice el trapo. Luego aplauden y gritan “¡Vamos Comu que salimos!”, “Somos nosotros, somos los socios”.
El vitalicio Cerrada explica: “Necesitamos 6 meses de gracia para demostrar que los socios solos, con el control del club, podemos levantar la quiebra. Este club da superávit pero se lo llevan todo. Queremos hacernos cargo los socios, que ya sacamos el presupuesto y sabemos que, con honestidad, se puede. Estamos seguros de que se puede hacer. Lo único que se le pide al gobierno nacional es que nos dé la posibilidad de tener de esos 6 meses. Si el club está totalmente abandonado es porque los que tenían que hacerse cargo no aparecieron nunca.”
Los muchachos que se quedan a dormir, todos vestidos de pies a cabeza con los colores de Comu, muestran el lugar donde pasan la noche. En un galpón a la entrada del club. “Hace un frío terrible, es realmente difícil, pero el club lo necesita”, dice uno de los pibes. “Se están quedando a dormir 20 más o menos, los que no tienen familia”, explica otro, mientras hace un fuego en un tacho de metal, a la vieja usanza.
Los colchones se amontonan debajo de un par de pancartas que hay en una de las paredes del salón donde duermen. Con techo de chapa y sin un vidrio sin romper, el frío se pone peludo y las noches se tornan insoportables. “De acá no nos saca nadie, el club es nuestro”, se escucha constantemente.
“Nos tocó vivir de todo. La quiebra, descenso, ascenso, promociones, eliminaciones, todo. La última que nos quedaba era esta y la vamos a superar también”, dice emocionado, desde el corazón de hincha, el que se encarga que ninguno se quede sin su plato de guiso ni sin su pan de pebete.
Comunicaciones está tomado por su gente, por sus dueños. No se ve a nadie más.
¿Qué le piden al Gobierno de la Nación? Mientras el kirchernismo y el moyanismo se tiran dardos mediáticos, aparece Comunicaciones como un calcado reflejo de lo que sucede en las altas cúpulas de poder. Ante el interés de Moyano por el terreno, en 2011, cuando con Nación era todo color de rosa, los socios acudieron al PRO. El macrismo aceptó ese papel de probable héroe del club de barrio ante el sindicalismo.
Macri y Moyano rompieron todos los pronósticos y se aliaron. Contrato de basura va, predio de 18 hectáreas viene, el PRO dejó de jugar fuerte para Comunicaciones y dijo no poder “igualar ofertas”.
¿Moneda de cambio?
Todo se evidenció ante la ruptura del kirchnerismo con el líder de la CGT. En el último paro organizado por Camioneros, al que Macri adhirió, lo que hasta entonces era una posibilidad arriesgada e improbable empezó a ser visible. Continuando en la lógica política del aquí y allá, desde principio de año, ante la inminencia de Moyano y la entrega del PRO, los amantes del club Comunicaciones van con todo a pedir la ayuda “de la Presidenta”.
Roberto Ruiz lo explica: “Cristina es la única que nos queda. Venimos hablando con Abal Medina desde que empezó el año. Es nuestra última chance. El club, desde la justicia, ya está entregado. La apelación no va a ningún lado. La propuesta a Nación es simple: que hagan lo que quieran pero que salven y nos devuelvan al club. El viernes decidimos tomar el club, no hubo detonantes, sólo cansarse de esperar un final cantado. ´Vamos a tomar el club´, le dije a Abal Medina. ´Otra no les queda´, me respondió. No sabemos que van a hacer pero que hagan lo que sea necesario.”
“Al club lo vamos a zafar”, cierra Ruiz.
En ese contexto complicadísimo, donde la toma parece un abrazo de despedida que pretende no soltar jamás, el concepto es desesperado: El club debe quedar para los socios como sea.
En una parte de Argentina se mata
El sur existe. Aunque, a veces, pareciera que no. Pibes, pibes con ascendencia aborigen, pibes que dicen algo demás: pibes que se cruzan con la policía. Las historias de las desapariciones de Ezequiel Huirimilla, de Daniel Solano, de Atahualpa Martínez Vinaya, de Raimundo Pino y de Iván Torres sirven para demostrar un fenómeno que algunos quieren mostrar como individual, pero que responde a algo tan tremendo como general: en una parte de Argentina se mata. Y nadie se entera.
Cada historia, aislada, niega una reflexión integrada a la Historia, pierde el encastre en la estructura de la realidad y aparece entonces como otro caso del terreno de lo excepcional.
Cinco jóvenes del sur del país asesinados o desaparecidos, cinco veces involucrada la policía, cinco casos impunes. Cinco jóvenes de entre 18 y 27 años y ascendencia aborigen.
En las tierras de Iván Torres, el desaparecido tristemente célebre de la provincia de Chubut, desde ese 2003 que sigue vigente la connivencia policial y judicial que desnudó aquél caso: seis testigos murieron asesinados y una amiga de Iván fue violada. El violador le dijo: “Hacé la denuncia en la 1ª, la misma donde estuvo detenido Iván que te la tomo yo”.
Son catorce los casos de los que llegamos a tener registros palpables: Ezequiel Huirimilla, Daniel Solano, Julián Antillanca, Atahualpa Martínez Vinaya, Raimundo Pino, Sofía Herrera, Agustina Varela, Edgardo Martín, Nancy Valdés, los hermanos Aballay, Fernando Almonacid, Bruno Rodriguez Monsalve, Iván Torres. Casi -por qué no- la cifra de lo que fue la Masacre de Trelew. Casi -y es una barbaridad decir casi- una demostración implícita de que no se habla de asesinatos. Sino, para ser bien claritos, de un conjunto de asesinatos.
Es decir: una masacre.
Una que esta nota intenta demostrar en el relato de cinco casos que -sí, y con todas las letras- generalizan:
Atahualpa Martínez Vinaya, asesinado el 15 de junio del 2008 en Viedma: un recorrido judicial por la impunidad
• Declaración de Juan Pablo, amigo de Atahualpa:
Volvían de bailar junto a Atahualpa y entran al pub Mi Loca por una pizza. Juan Pablo pide y va al baño. No tarda más de cinco minutos.
Cuando vuelve, la silla de Atahualpa está vacía. Lo espera unos minutos. No lo llama porque sabe que se olvidó el celular en la casa, y se va a dormir.
• Declaración de la hermana de Atahualpa:
Se levanta la mañana y ve que su hermano no volvió aún. Llama a Juan Pablo y le pregunta por Atahualpa. Juan Pablo le cuenta lo que sabe. La hermana se extraña, se inquieta.
Llama al abuelo policía, ya que la madre estaba fuera de la ciudad. El abuelo se compromete, cortan y recién vuelven a hablar al mediodía.
Hay (malas) noticias: encontraron un cuerpo.
• Declaración del abuelo:
Se pasa la mañana preguntando en las comisarías y en los hospitales: nada.
Recién al mediodía lo llaman: encontraron un cuerpo y quieren identificarlo.
• Declaración de la hermana:
Es un descampado en las afueras de la ciudad de Viedma. Va con el abuelo. Llegan, descubren el lugar, no está vallado ni restringido al paso, los policías sacan las fotos del crimen con sus celulares.
La hermana lo reconoce: el cuerpo es el de Atahualpa.
• Allanamiento del pub Mi Loca, 1 año después del hecho:
No encuentran nada relevante a la causa. Reconstruyen que aquella noche había dos empleados adentro y un custodio de seguridad en la puerta, un ex policía. Los tres declaran no haber visto nada.
• Reconstrucción de la secuencia entera según la gendarmería, a 1 año y medio:
La distancia entre el pub Mi Loca y donde fue encontrado Atahualpa sin vida es de 5km.
Ata tiene una bala alojada en el centro del pulmón; le dispararon con un 22 corto casi apoyado en el omóplato.
Muere dos horas después de agonizar. Descubren también que el cuerpo fue removido de su posición original.
Como el disparo, seca y certera es la historia que envuelve el crimen de Atahualpa, los testimonios que incompletan sus últimas horas, el silencio obvio y la justicia desentendida. La causa cuenta 4000 fojas y ni un solo detenido, imputado ni testigo.
De ascendencia mapuche-aymara, vivía en las periferias de Viedma en el barrio Lavalle y había tomado un terreno para dar a su hermana y sobrino, este joven Atahualpa de 19 años. La humildad, la bondad, la solidaridad, todos valores que cualquiera que te hable de Ata repite una o dos veces. Y esa foto que lo eterniza en las facultades de Chubut, en las pancartas en las marchas, con su sonrisa enorme.
Nada de esto lleva a fundar una teoría de ajuste de cuentas, ni de enemigos ni de ¡razones, carajo! para hacer entendible esta repentina desaparición y el final letal. Eso se nota en los ojos de Julieta, su madre, de su hermana y su sobrino, de sus muchos amigos, en la incertidumbre con la que conviven quienes lo conocieron.
Entre esta inexplicación y la realidad, Julieta Vinaya perseveró en oficinas, despachos, fiscalías, juzgados, provincias y calle, mucha calle, llevando la sonrisa de su hijo sellada en la remera y reclamando justicia. Dice Vinaya: “Me di cuenta de que teníamos que salir de Viedma y de la provincia, lograr que se difundiera el caso en todas partes. Empezamos a esperar a la Presidenta en los actos y finalmente pude encontrarla y explicarle la situación”. Lo dice como un logro, pero enseguida cuando habla de la causa se acepta ilusa.
Entre su acción y la realidad, Vinaya sospecha. El silencio, la quietud judicial la hace sospechar. Las palabras que habrá intercambiado con cada responsable la hacen sospechar. Las formas, algún gesto. La impunidad es sospechosa.
Sospecha de la policía, de la vinculación de la policía con el tráfico y la trata de personas, de las mafias en Río Negro. Julieta repite sospechando que Atahualpa “vio algo muy grave, vio a policías o supo de algo que estaban haciendo”. El eslabón perdido que no permite imaginar el desenlace es el qué.
Común en estos casos, la policía comenzó investigándolo a él. Siguieron la hipótesis de las drogas y del “crimen pasional”.
Aunque los investigadores lo intenten, no hay que confundir comedia con tragedia. Es este el corrupto recorrido judicial que la causa por el asesinato de Atahualpa Martínez Vinaya, 19 años, ha tenido desde el 15 de junio del 2008.
Ezequiel Huirimilla, desaparecido el 14 de abril del 2010 en Ushuaia: el rol del estado y la crónica de un perro perdido
Sofía Herrera, Agustina Varela, Edgardo Martín, Nancy Valdés. Son algunos de los nombres de jóvenes asesinados o desaparecidos en Tierra del Fuego a los que se sumó Ezequiel Huirimilla en 2010. Son los nombres de los hijos de los padres que en 2011 el propio Consejo de la Magistratura provincial invitó a una charla a la que denominó “casos irresolutos”, sin resolver nada.
En el encuentro, además de reclamar justicia, los padres cuestionaron la indiferencia de jueces y funcionarios e interpelaron al Consejo sobre la brutalidad policial que tiene como blanco a los adolescentes pobres. Sus hijos.
Click, click, fotito con los “familiares de víctimas”. Nunca más los llamaron. No ayudaron más a nada.
La primera movilización por la desaparición de Ezequiel no contó más de cien personas. Los reclamos fueron encabezados por sus hermanos, que son nueve, ya que su padre estaba “mal, enfermo, destrozado”. Uno, Oscar Huirimilla, habló a los presentes y unos pocos medios locales: “Parecen haberse olvidado, ya no lo pasan en los medios, creen que él ya apareció. Hay gente que está desapareciendo en nuestra provincia y no sabemos qué hacer”.
Su madre asocia esa desesperación: “Es como que se hubiera perdido un perro”.
Es que desde aquél 14 de abril de 2010 la búsqueda fue poca y sin resultados. La fiscalía apenas ensayó un rastreo en el río, un solo día y, a pesar de haber encontrado el celular donde habría recibido amenazas, la investigación nunca avanzó.
Como contrapeso de la injusticia hoy el caso empieza a hervir a la fría Ushuaia y cada vez son más los que preguntan qué pasó con Ezequiel Huirimilla. El colectivo ushuaiense Ají Picante lo recuerda y pregunta por él en cada tapa de su periódico AJItamos, y todos conocen la cara de Ezequiel de haberla visto en algún sticker pegado alguna vez.
Según la reconstrucción, de nuevo, la Policía es la primera sospechosa. Su madre responde “porque hinchaba” cuando se le pregunta sobre por qué cree que se lo llevaron. Y se basa en la reciente detención que había sufrido por “violar una contravención” y su estado al volver a casa. La cara golpeada, su madre le preguntó qué le había pasado: “Nada, me caí jugando al fútbol”, dijo sobre otra golpiza policial.
El día en que desapareció, Ezequiel se levantó y acompañó a su madre al médico (a pesar de los hematomas en su cara, se atendió su madre y no él). “Él estaba sentado en una camilla hinchando con el celular. No se me ocurrió preguntarle por qué”, dice ella, con la nostalgia que inunda los ojos y viste de lágrima.
Eran las cinco de la tarde cuando volvieron a la casa. Al llegar su hermano Jonathan y dos amigos lo invitan al río.
(Su madre no volvería a verlo).
Allí, con sus amigos, bajo el árbol donde se juntaban. “Supuestamente se quedan ahí un rato, y después suben y vuelven al barrio, porque mi yerno dice haberlo visto. Ezequiel andaba por acá por la vuelta, incluso estuvieron tomando una cerveza en la esquina”, cuenta la madre que le cuenta el yerno. “Dice que Ezequiel andaba mal, que andaba… ¿Cómo se dice? Dado vuelta”.
La noche caía y caía. Llegó primero y solo su hermano Jonathan. Cuenta que estaban en el río cuando “leyó el mensaje y salió corriendo”, corrió subiendo, hacia la calle, hacia su barrio.
Su padre imagina: “Para mí subió, lo agarró un patrullero y se lo llevaron”.
Nadie vio. Nadie sabe nada.
Remata su madre: “Ezequiel era un chico como cualquier chico, lo único que le gustaba era andar jodiendo. Se hacía el lindo y andaba con chicas, que tenía una, que tenía otra… Él estaba de novio… y la novia embarazada”.
No existe un tiempo verbal para conjugar un infinitivo al tiempo de un desaparecido. Es un tiempo vacío, impune, que terriblemente no está. Se me mezcla como a su madre decir que Ezequiel “es” padre de Nicole, su beba no pudo ver jamás.
Julián Antillanca, 19 años, asesinado a la salida de un boliche el 5 de septiembre del 2010 en Trelew: lecciones de un padre sobre los policías que se pasaron de rosca.
Antes del 6 de septiembre de 2010, César Antillanca vivía en Comodoro Rivadavia, trabajaba de albañil y unos ahorros lo futureaban en algún lugar de Europa, dice, quizá en el estadio del Barcelona, sueña, ojalá que viendo a Messi junto a sus dos hijos, Ayelén y Julián. Pero esa madrugada todo cambió. Su domicilio sigue en Comodoro pero se la pasa en Trelew visitando juzgados y comisarías, puede sólo trabajar los fines de semana y la plata ahorrada se le fue en estos otros viajes, abogados y su nueva vida. Aquél domingo se enteró por teléfono: su hijo Julián había muerto.
Desandó así los 400 kilómetros que lo separaban de Trelew y su familia. Cuando llegó, el comisario de la seccional cuarta de esa ciudad se encargó de recibirlo y desinformarlo: dijo que Julián había muerto de coma alcohólico. Y agregó: “Tiene un raspón en la oreja producto de la caída”.
Al cuerpo lo entregarían recién pasadas las 12 de la madrugada. Había que esperar.
La hora llegó lenta. Ya en la sala velatoria, los familiares se abalanzaron sobre el cajón abierto. Se desplomó al instante la visión natural de la muerte para César. “Papá, no me dijiste que Julián estaba todo golpeado”, le reprocho su hija. César: “Yo te dije lo que me contó el comisario”. Enseguida lo llamó e intimó a que fuese a la sala. El comisario se negó; César lo fue a buscar; el comisario ya no estaba. César volvió, sacó fotos al cuerpo y ahora corrió hasta el diario El Chubut, que día atrás había publicado en tapa: “Encuentran a joven muerto por coma alcohólico”. Encaró al periodista autor de la nota: “Mi hijo no murió por ningún coma alcohólico”. Mostró las fotos. El periodista se excusó: “Yo sólo escribo según el parte policial que me pasan”. César: “Bueno, ahora publicá según esto”.
Como todos los sábados, Julián había ido a bailar. Los amigos y la seguridad del boliche declararon que Julián, si bien notaba bebido, estaba lúcido. Lo recuerdan como un pibe tranquilo y sin antecedentes. Los hechos saltan: se sabe que a) cerca de las seis de la mañana salió del boliche y b) fue encontrado muerto a unas seis cuadras del lugar, golpeado, sin el pasaporte que llevaba. El mismo que su padre le había hecho sacar pensando en el viaje juntos.
Conoció al abogado gracias al periodista que corrigió la noticia. Y ese abogado acercó, por un amigo, a una primera testigo, Jorgelina Dominguez, que había visto a Julián siendo tirado de un patrullero. Ésta fue la primera pista que articulaba los hechos y las suposiciones: hasta ahora, Julián había aparecido a seis cuadras del boliche, todo golpeado, sabíamos que el comisario había mentido, pero no había registro alguno que acreditara el vínculo policial. Algo. Las pericias luego confirmaron que el libro de actas de la comisaría 4ta de Trelew tenía varias hojas arrancadas, por el caso de Julián y andá a saber qué otros. La defensa nunca elaboró una propia versión de los hechos.
No hizo falta.
La de César, que hoy es la de la justicia tal cual reza en las causa: “Así las cosas, alrededor de las 06.20 horas, en ocasión en que Gonzalo Julián Antillanca, caminaba en dirección a su domicilio, al transitar por la Rotonda 5 de Octubre, y quizá, luego de haber participado de un entredicho con otras personas que también se desplazaban por el sitio, fue interceptado por los uniformados, a saber: Solís, Abraham y Córdoba, a quienes se sumó el empleado policial del Comando Radioeléctrico, Pablo Morales (…) todos le propinaron a Gonzalo Julián Antillanca (…) una brutal golpiza en distintas partes de su cuerpo, tórax y extremidades, mediante trompadas, patadas, y con el uso de elementos contundentes”. El “raspón en la oreja” que había referido el comisario es en la causa una minuciosa descripción de las heridas y las fracturas que finalmente le produjeron “una compresión del primer segmento de la médula espinal que afectaría al tronco cerebal y por sí misma, producir la muerte por paro cardiorespiratorio de origen central”. César lo explica más didácticamente: “Se les fue la mano y quisieron tapar todo” ¿Cómo? Al poco tiempo saltó otra supuesta testigo que estaba junto a Dominguez en el momento que bajaban a Julián del patrullero. Básicamente desmintió a la testigo anterior, y aclaró que no pudieron ver nada desde el lugar en que estaban. Tras algunas averiguaciones, los fiscales comprobaron que Gabriela Bidera, 22 años, a) estaba mintiendo y b) es hija de un comisario. Hasta hace poco estuvo imputada por encubrimiento agravado de homicidio calificado.
La escalofriante declaración de Jorgelina enmarca esa impunidad: “Vi cuando bajaron del patrullero a Julián (…) Yo venía jodiendo con una amiga, gritando… y cuando vimos el patrullero pensamos que lo habían llamado algún vecino, y nos escondimos en la esquina de Rivadavia (detrás de un árbol).. El patrullero, avanza un poco más… baja uno como para ver si había alguien… Lo bajan del asiento de atrás, de los pies y lo tiran en la calle”.
El 2 de octubre de 2010, la testigo Dominguez reconoce al suboficial Martín Solís como uno de los que cargaba el cuerpo, quien queda bajo prisión preventiva. Dos meses después, el juez de la causa le concedía inexplicablemente la prisión domiciliaria. Mientras, se esperaban los resultados de una serie de peritajes que la policía judicial de Chubut había hecho en dos patrulleros de la seccional cuarta de Trelew. De todas las partes, el único presente en ese peritaje fue César. La pericia concluyó que la sangre encontrada en alfombras y asientos era de Julián Antillanca, su hijo. Por el procedimiento quedaron detenidos y procesados el chofer de aquél vehículo, Jorge Abraham, el suboficial Pablo Morales y la oficial Laura Córdoba.
Estos tres y Solís fueron sobreseídos inexplicablemente en marzo de este año. Los abogados de la provincia especializados en estos temas se reunieron para apelar el fallo por “arbitrario” y ahora se espera una resolución Supremo Tribunal.
Me lo cuenta César: “El fallo está recurrido, se está denunciando arbitrariedad, esto en términos jurídicos es corrupción, cuando hay arbitrariedad el fallo está corrompido. Hay que esperar ahora que se expida el Supremo Tribunal de Justicia. Se presentó un recurso extraordinario y ya fue elevado al superior tribunal ahora hay que esperar a que fijen fecha para la respuesta se calcula que va a ser noviembre-diciembre. Lo que se presentó es una apelación de anulación del fallo por arbitrariedad”.
Le digo que ya es todo un especialista. Responde: “lamentablemente”.
¿Te quedan esperanzas para esa instancia?
Yo no tengo espranzas. Lo que hago es seguir trabajando para revertir la situación. la inención es que esta gente que se comprobó que fueron ellos, pero el fallo arbitrario no se puede hacer nada. Se expiden los jueces y solamente lo que podés hacer es seguir reclamando. Pero la Justicia… es un término, nada más, acá las personas, los funcionarios de los 3 poderes están corrompidos. Entonces, al haber indulgencia, al haber connivencia no se puede pretender tener esperanza en el sistema, lo que hay que hacer es visibilizar el alto grado de corrupción que hay.
-¿Qué notás en común entre el caso de tus hijos y otros jóvenes muertos o desaparecidos por la policía en la provincia?
-Acá hay una franja claramente determinada que es una franja de edad, hay una seria intención de profundizar el control social y se hace sobre estas edades que van desde los 15 años hasta los 25 años, y se hace sobre chicos que son normalmente pobres. Es un accidente cuando matan a un chico bien económicamente, eso es una equivocación o es un accidente. Pero en estos casos no creo que haya una intención de matar como un sistema pero sí, la estructura del poder ejecutivo tiene ya esta metodología de trabajo, esta mecánica de tortura, esta mecánica de control sobre todo, y se hace sobre esta franja de chicos humildes. También se nota fuertemente la portación de rostro.
Hay que fijarse también los tiempos históricos de los sucesos. Lo de Julián da la casualidad de que había una “sensación de seguridad” y no es una sensación, nosotros tenemos una real inseguridad jurídica. Lo que hay es una falta de seguridad que no tiene que ver con la delincuencia, tiene que ver con las garantías constitucionales que no nos da el gobierno. y lo de Julián sucede a una semana de haber asumido Nilda Garré con su mensaje… Y no es coincidencia. Atahualpa nosoros sabemos que era militante de los derechos humanos, la conducta personal te hace militante, y eso te coloca en una situación de vulnerabilidad. Y esta situación es aprovechada por el funcionario policial que, dentro de toda su ignorancia, está también que sabe que sus actos delictivos siempre quedan impunes.
Si la justicia no acompaña, ¿Qué lucha hay que dar para que el recuerdo de Julián no quede impune?
Algunos padres cometen el error de sentarse a conversar con funcionarios del poder ejecutivo. Yo creo que el peor error es la inocencia y la ingenuidad porque ellos te ofrecen algunos paliativos que siempre son económicos, y la gente normalmente necesitada toma estas líneas y sale a decir que está todo bien y se va a resolver todo. Esto es parte también de la mecánica de la impunidad. La impunidad es un mecanismo.
Reimundo Pino: el cuerpo que se vuelve viento.
Reimundo Pino desapareció el Día de la Independencia. Y desde ese momento, desde el 9 de julio de 2011, que no hay noticia de él. Era peón de campo y comunero mapuche-tehuelche. Trabajaba en el campo “El Portezuelo”, cerca de la localidad de Gan-Gan, en Chubut. Hace un año que nadie lo ve. Se lo tragó la tierra, el agua, o quizá hayan sido las cenizas del volcán.
O, tal vez, lo desaparecieron. La página web “Avkin Pivke Mapu”, en un artículo que escribió Ángel Cayupil, cita a otro peón que cuenta que la noche anterior a su desaparición, Reimundo sintió voces y sintió sombras. Salió a las 6 de la mañana y su voz no se volvió a escuchar. Eliberto Sepúlveda, su patrón, hizo la denuncia varios días después de que eso pase. Y nunca aportó mucho al esclarecimiento de la situación. Cervantes Huaqyuilaf, Daniel Muñoz, Victoriano Cual, José Pichalao, Juan Crespo y Juan Carlos Cañiu son algunos de los trabajadores que, en los últimos años, murieron en esta zona. Y todos murieron de muerte dudosa.La mamá de Reimundo es Hortensia Weicha, Lonko de la comunidad mapuche Los Pinos. Es una ferviente opositora de la megaminería en la provincia (en Trelew, por ejemplo). Después de lo que sucedió con su hijo, ella y su familia se presentaron ante diversas autoridades locales y municipales, pero nadie los pudo ayudar. Martín Buzzi, el gobernador, también prestó sus oídos, aunque nada más que eso. Al cabo, nadie sabe nada, o no quieren saber y, mientras, una persona continúa desaparecida . Desaparecida en democracia. En la democracia patagónica del viento y la arena, que se levanta, entra en los ojos y nubla la visión.
Daniel Solano: los 22 policías imputados.
La historia de Daniel Solano ya te la contamos. Pero no por eso -y, de hecho, al contrario- hay que dejar de recordarla.
Solano era un guaraní de Tartagal, que se fue a trabajar a la cosecha de manzanas en Choele Choel. Años atrás, ya lo había hecho, y también había vuelto. Esta vez, no volvió.La crónica completa de su desaparición, otra desaparición en la Patagonia, la pudiste leer acá:
http://www.nosdigital.dreamhosters.com//2012/05/hicieron-desaparecer-el-cuerpo/
Ahora, hablamos con su abogado, Sergio Heredia.
Nos contó que el juicio está avanzando, que ya hay 22 policías imputados en su desaparición. Y, además, que pronto tendremos novedades importantes. La próxima vez que lo llamemos, nos dijo, en una fecha que también estipuló, habrá avances definitorios. Hasta tanto, y ya que debido a ciertas formalidades del juicio en curso no se puede emitir mucha información, quedan varias premisas y una pregunta flotando…
Un tipo desaparecido en plena cosecha, un montón de policías imputados, una trama que parece ir acercándose al poder municipal…¿Por qué el caso no genera repercusión? La respuesta primera, la que surge, es que, justamente, todo lo que debería hacerlo trascendente lo vuelve oculto. Al cabo, hablar de Daniel Solano es hablar de muchas cosas que varios prefieren mantenerlas calladas.
Por eso, hablemos.
El recorrido final, que no es final
Alguna vez, la suerte llevó el caso de Iván Torres a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Hasta allí llegó Sofía Tiscornia, representando al CELS. Su declaración fue tan absoluta, que simplificó mucho de lo que, en definitiva, intenta demostrar esta investigación:
«He sido convocada para hablar sobre los supuestos abusos policiales contra jóvenes de escasos recursos en la Provincia del Chubut. Lamentablemente dichos abusos y violaciones a los derechos humanos, no son supuestos. Antes bien, encuentran sus raíces y se expanden en primer lugar, por la vigencia de normativas y prácticas judiciales policiales habituales y cotidianas, cual son las detenciones por averiguación de identidad, los edictos contravencionales de policía y las razzias.
Estas normas habilitan a detener personas sin que medie orden judicial ni la ocurrencia de un delito flagrante. Solo por lo que se conoce como “actitud sospechosa”, actitud que solo la policía define, en forma arbitraria. Han sido ya denunciadas en el caso Bulacio vs. Argentina y esta misma Corte recomendó al Estado la adecuación normativa como garantía de no repetición de hechos similares».
Por las dudas, por si quedan cosas (que quedan), vale la pena este anuncio:
El padre de Julián Antillanca, César, adelanta una primicia: junto con la Correpi, va a empezar el 21 de 19 horas septiembre en Capital, en uno de los auditorios del BAUEN, una campaña de denuncia de la corrupción de los 3 poderes en Chubut. Se llevaría a Córdoba, a Santa fe y lógico a toda la provincia de Chubut.
Cine con todo el cuerpo
Se realizó en Buenos Aires la I Semana de Cine Documental. Organizado por la Asociación de Directores y Productores de Cine Documental (ADN), el festival protagonizó por siete días la cartelera del Gaumont, emblema del séptimo arte nacional. NosDigital se aseguró su butaca y te ofrece un primer plano de este género en constante crecimiento.
Con esa curiosidad que esconde intriga y espera sorpresa nos acercamos al Cine Gaumont donde como muchas otras veces se prometía buen cine, pero esta vez dentro de un ciclo que duraría del 28 de Junio al 4 de Julio. Una semana, siete películas, muchos jóvenes directores y un género como protagonista: el cine documental. Sinceridad obliga, nunca esperamos encontrarnos con tan maravilloso descubrimiento, la I Semana del Cine Documental Argentino fue para nosotras una sucesión de Woooow!
Nicolas Herzog es documentalista, egresado de la carrera de Comunicación Social de la UBA, parte de la organización de la Semana del Cine Documental. Sumado a todo eso, es alguien que permite que lo interrumpamos en la apertura del festival y nos regala algunos minutos para contarnos de dónde viene la idea por la que hoy brindamos.
“Nace a partir del seno de ADN, una asociación de directores y productores de la cual formo parte. La asociación tiene cinco años, somos todos, podríamos decir, documentalistas, aunque es una palabra un poco peyorativa… hacemos películas documentales. La mayoría de los 45 integrantes estamos en actividad, todos produciendo; tenemos casi 100 películas en los últimos cinco años, con ese caudal de producción que teníamos año a año nos dimos cuenta que muchas de esas películas se estrenaban con poca visibilidad. Entonces hicimos algo bastante lógico, nos agrupamos y empezamos a pensar desde fines del año pasado qué tal sería armar un ciclo de películas de prestreno, algunas que estuvieron en el BAFICI y otras que son prestreno absoluto”
Luego de una curaduría interna, se eligieron siete películas de las quince que había disponibles entre los asociados a ADN, buscando mostrar documentales diferentes entre sí, con lenguajes y formatos diversos. Al buscar en el programa que la semana proponía, dos películas nos llamaron la atención, a partir de ellas decidimos compartir nuestra sorpresa.
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“El rascacielos latino” de Sebastián Schindel
La sala está llena y en silencio. Una melodía oscura acompaña la primera sucesión de imágenes: planos antiguos de un edificio que pronto identificamos como el Palacio Barolo, uno de los puntos arquitectónicos claves de nuestra ciudad. La música nos envuelve casi como un misterio, como algo irresuelto, y entonces el director aparece en primer plano y nos cuenta. Augura que los rumores son ciertos y que este edificio oculta un secreto, que entre sus paredes frías se esconden las letras gastadas de la Divina Comedia y el espíritu errante de su autor, Dante Alighieri.
Comprendemos que nuestros prejuicios eran errados: el documental espeso para el que vinimos preparadas se convierte de pronto en una película de misterio, en la respuesta a una pregunta que palpita hace casi cien años en los recovecos del palacio y de su historia. Los sesenta minutos que siguen unen los retazos de una investigación en la que su protagonista, Sebastián Schindel, invirtió algo más de dos años. Las entrevistas con historiadores de la arquitectura, especialistas en literatura dantesca y allegados a la familia Barolo se alternan con imágenes del edificio y sus estructuras, tejiendo una trama en la que los interrogantes se multiplican.
La película adquiere un tono cada vez más profundo. Los pasos de Schindel dibujan surcos en un entramado complejo y lo que al comienzo parecía una hipótesis casi fantástica poco a poco toma cuerpo y deriva en certeza. Símbolos ocultos, logias masónicas y esculturas perdidas son los ingredientes que condimentan esta intriga, resignificando la arquitectura de nuestra ciudad. Y finalmente, cuando Schindel insinúa que este edificio no es sólo un homenaje a la obra dantesca, sino un proyecto truncado de sepulcro final para su autor, nosotras, boquiabiertas, reconocemos que le creemos.
“Beirut – Buenos Aires – Beirut” de Hernán Belón
“Esta es una película llena de amor”. Con una sonrisa que se le sale hasta por los ojos, así dice Grace Spinelli, protagonista y productora del documental, cuando termina la proyección. Y nosotras, mirándonos de reojo mientras escondemos las lágrimas, coincidimos con ella.
Grace es porteña de nacimiento y de sangre libanesa, y la película que palpitamos hace apenas un instante es la historia de su búsqueda. Antes de morir, una de sus tías le contó un secreto: su bisabuelo Mohammed, que había llegado a la Argentina huyendo de la guerra civil, había regresado al Líbano tras el fallecimiento de su mujer, abandonando la familia que juntos habían construido. Quería rearmar una vida en su tierra y era allí donde quería morir.
“Beirut-Buenos Aires-Beirut” retrata las huellas que este hombre dejó entre las olas, cuando cruzó el océano ida y vuelta. Su bisnieta decidirá seguir sus pasos, intentar comprender por qué partió y qué vínculos construyó en la distancia. Para Grace el viaje comenzará sumergiéndose en los recuerdos frágiles de su abuela, en el dolor tibio que aún le genera la pérdida, y culminará en el Líbano, en el pequeño pueblo donde su bisabuelo pasó los últimos años de su vida.
La mirada de Hernán Belón nos muestra el recorrido de una mujer que quiere recuperar su pasado y que en el camino descubre una familia que la espera al otro lado del mundo. A través de los ojos del director, nuestra mirada se hace parte de la intimidad de esta mujer y de su búsqueda transatlántica. Esto no es ficción. Y las imágenes que vemos son reales, la maraña de emociones atragantadas es verdadera y entonces los abrazos de ese reencuentro se pintan de otro color. De alguna manera nos sentimos parte de la travesía y cuando se encienden las luces, todavía tenemos los ojos húmedos.
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Fueron dos lunas consecutivas de cine documental en el Gaumont. Y las dos noches la misma sorpresa, el mismo asombro sacudiéndose en el silencio atento de nuestras butacas, el mismo comentario al abandonar sonrientes la sala: “Che, estuvo buenísima”. Poco a poco la cabeza se desnuda de prejuicios y empezamos a comprender que los documentales ya no son esa sucesión interminable de imágenes grisáceas, que imaginábamos teñidas por el sinsabor de los bostezos. Lo que acabamos de ver es otra cosa: hoy hay nuevos elementos en juego.
Así lo explica Nicolás Herzog: “El cine documental es un género que está en constante desarrollo, y la frontera del documental cada vez está más difusa con la ficción. Últimamente uno va a ver un documental y ya no es la radiografía de un etnógrafo de la realidad de un pueblo aborigen del sur de la Argentina, sino que básicamente cada vez son más experimentales. Definir el documental es una tarea bastante compleja, se define en todo caso por lo que no es en relación a la ficción. Es un género en constante apertura. Nosotros decimos ‘hacemos películas documentales’ porque le ponemos mucho más el cuerpo, muchas veces son temas de la vida real que convertimos para hacer una ficción de esa realidad. En muchos casos, ponemos nuestro cuerpo delante de cámara y eso nos convierte en protagonistas y tiene obviamente mucho más riesgo.”
Las expectativas no solo se cumplieron de este lado de las butacas. Desde ADN saben que se creó un espacio de acción y reflexión que nace para generar precedentes y expandirse. Agrupar una serie de películas en el Gaumont, emblema de la resistencia del Cine Argentino, es resolver en parte, el gran problema de difusión y exhibición que viven los directores. Desde la web principal de la asociación plantean la visibilidad como una problemática que ocupa un lugar central en la agenda, entendiendo también que su trabajo debe ser acompañado por políticas públicas cinematográficas: “con objetivos claros, acciones concretas, marcos legales y recursos financieros que tengan como fin jerarquizar y profesionalizar el cine documental en la Argentina. Es necesario mejorar las condiciones de producción, democratizar el acceso a los recursos y, por supuesto, profundizar la calidad narrativa, estética y temática”, explican en su página.
Que este festival haya servido para romper nuestros preconceptos y modificar nuestra mirada sobre la totalidad del género basta para hacernos pensar en su importancia. La I Semana del Cine Documental Argentino resulta ser entonces este ciclo joven que se asoma casi tímido desde el hall de entrada del Gaumont, abriéndose paso con dificultad en un circuito cinematográfico complejo donde parece primar siempre lo extranjero y lo comercial. Desde estas salas, el público entra en contacto con este género en explosión, que grita cada vez más fuerte porque quiere hacerse oír, mostrarle al mundo su chispa y sus novedades. Que el grito se haga corriente y retumbe en todos los rincones. Esa es la apuesta. Mientras tanto, el cine documental encontró en nosotras nuevas espectadoras.
La vida de un campeón
“Una como las de antes” fue el título de los diarios neuquinos la mañana siguiente a la pelea del año. Dos hombres duros y de buena pegada se disputaban en el estadio Ruca Che, Neuquén, el título vacante del Consejo Mundial de Boxeo y, lo más importante, el derecho a pelear por el título del mundo ante el ganador de Sergio “Maravilla” Martínez y Julio Cesar Chávez Jr el próximo 15 de septiembre. La pelea la ganó Billi Godoy, y acá te contamos su historia.
Velocidad y precisión. Abajo del ring, un niño de corazón enorme. Arriba, una máquina de golpes. 25 años, 26 peleas, todas ganadas o ninguna perdida, como usted prefiera. 13 de ellas por la vía del knock out.
Facundo Billi Godoy es el cuarto hijo de nueve, y uno de los cuatro boxeadores profesionales de la familia. Nació con los guantes puestos. Su papá es Bruno “La Bestia” Godoy, ex campeón argentino y sudamericano de los medianos y quien alguna vez tuvo su chance mundialista. “Mi primer recuerdo en el gimnasio es de los 10 años, aunque todos me cuentan que ya desde antes me gustaba ir a jugar. Entre esa edad y los 12 empecé a entrenar. Algo que no me olvido más es que en esa época mi papá estaba entrenando para pelear por el título Internacional en Brasil y yo lo acompañaba todos los días a entrenar, me ponía en su espalda cuando hacía flexiones de brazo y lo miraba todo el tiempo como trabajaba. Yo no paraba de jugar con los guantes y las bolsas, después me daba sueño y me dormía en las colchonetas”, sonríe y relata Billi para NosDigital.
Bruno es el entrenador de todos los hermanos y de otros boxeadores de la zona. Empezó a dar clases a principios de los 90, cuando todavía era boxeador profesional activo, y abrió su propio gimnasio en el año 2002, época complicada si las hubo, con la intención de sacar a chicos de la calle y así devolverle a la vida un poco de lo que ella le brindó. Hoy, su gimnasio de la esquina Colón y 11 de septiembre de Centenario, Neuquén, es cuna de campeones.
Billi también tuvo, y tiene, de referente a su hermano Alberto, quien con 32 años es campeón Internacional Welter del Consejo Mundial de Boxeo. Horacio (29) y Gino (23) completan el team boxístico de una familia formada a golpes de guantes rojos y amor, mucho amor.
La familia no solo aporta los boxeadores, sino que también organiza todo el show. “Mi papá es uno de los pocos referentes de la zona en cuanto a boxeo y hace años que viene peleando para darle difusión a este deporte que es tan lindo e intenso y que saca a chicos de la calle”, cuenta Billi. Mamá Graciela, quien lleva los pantalones largos en casa de boxeadores, se encarga de las invitaciones especiales, las acreditaciones de prensa y hasta de la cantina. Sí, la cantina.
Su pelea es la última, la estelar, programada para la medianoche. Llega al estadio alrededor de las 11, entra a su vestuario y no puede evitar la sonrisa. “Mirá amigo, tengo vestuario de campeón”, dice mientras sonríe y tira golpes al aire, como entrando en calor. Claro, era la primera vez que a un vestuario de gimnasio lo decoraban y le ponían sillas y sillones para que se sienta cómodo. Es un vestuario de campeón para él, Billy Godoy.
Sus hermanos pelean allá afuera mientras él se encierra y busca concentración. No puede, su pregunta es evidente: “¿Cómo va Alberto?”. Su amigo le responde, “va ganando cómodo”. Recién ahí se calma y sigue con sus movimientos pre competitivos. Si un Godoy gana, ganan todos y si pierde, les duele a todos.
A los 19 años se fue a Austria y Alemania a entrenar y pelear. Lejos de su familia, inmerso en una cultura distinta y sin saber la lengua nativa pudo acceder a profesionales, infraestructura y materiales de entrenamiento que le ayudaron a hacerse de las armas con las que hoy defiende sus títulos: campeón Argentino, campeón Latino en las versiones del Consejo Mundial y Organización Mundial de Boxeo y, desde el sábado 7 de julio, Campeón Internacional del Consejo Mundial de Boxeo. “En Alemania tenía el mismo entrenador y compartía gimnasio con el campeón del Mundo, Felix Sturm. Allá nadie se le acercaba, era intocable, y un día vino y me dijo que tenía muchas condiciones y que creía que yo iba a llegar a ser campeón. Hasta me regaló sus guantes”, relata Billi una de las anécdotas que más lo marcó en su experiencia en el exterior.
Se preparó 3 meses especialmente para esta pelea con jornadas de doble entrenamiento. “Salgo a correr temprano, cuando todavía no amanece, voy solo porque aprovecho para despejarme”, cuenta el campeón, que, por la tarde, realiza trabajos de musculación y de boxeo bajo la dirección de su viejo en el gimnasio familiar. “Se que irme a Buenos Aires o a otra ciudad me daría más contacto con otros boxeadores y facilidades para entrenarme, pero yo soy de Centenario, acá esta mi familia y la gente que me quiere, no necesito irme”, dice y deja ver, no solo su personalidad, sino el perfil de una familia unida en la que los integrantes están por sobre cualquier cosa en el mundo.