El hombre de las mil y una noches es una incógnita constante: ¿es es en la vida cotidiana como se muestra en la tele? Es difícil de responder, pero no imposible. Por eso, él mismo abre las puertas de su día a día, mezclando fútbol, ideología, pasión, enojos y ternuras. Todo dentro de sus miles de vidas. Por las dudas aclara: “Siempre fui igual”.

Foto: Nos Digital.
Hay dos Paganis. El periodista deportivo más antiguo del diario Clarín, mediador en los viejos conflictos entre César Luis Menotti y El Gráfico, y el paciente co-conductor radial que no se atolondra y se da el gusto de pasar tres tanguitos cada sábado. El showman calentón de la televisión, el seductor incontenible, y el abuelo que hace monigotadas cuando le piden que pose para una foto. El Pagani del imaginario colectivo, medio putañero, con ganas de levantar minas física y moralmente flexibles y el otro, el que está con la misma pareja hace siete años, después de invertir veinticinco en su conquista. De esto último, los muchachos deberían tomar nota.
Fuera de la recepción del diario Clarín, en Tacuarí 840, las veredas ya se secaron. El día anterior, la Ciudad había recibido el descargo de un diluvio que obligó a que la nota se pasara para el día siguiente. Para poder salir de TyC Sports, Pagani había esperado media hora dentro del canal a que las alcantarillas recuperaran su función de siempre y drenaron los arroyos urbanos que se arman cada vez que cae un chaparrón algo agresivo en Buenos Aires, y NosDigital apenas había podido poner un pie fuera de techo cubierto. Hoy, la cosa es diferente.
Horacio Pagani trabaja hace cuarenta y cuatro años en la sección Deportes de Clarín. Tiene más de sesenta viajes a Estados Unidos, un número similar de aterrizajes en Europa, más de diez en Oriente, alguno que otro en África y alrededor de siete decenas en Centro y Sudamérica. Todas excursiones para cubrir Copas del Mundo, peleas de boxeo, Juegos Olímpicos y vaya a saber uno qué otro torneo más. La cantidad de desplazamientos por el interior de Argentina no vale la pena contarlos, pero llegan a las tres cifras. “Hay tener suerte. Conozco colegas brillantes que trabajan en medios que no mandan enviados especiales. En este diario soy un mueble más”.
La televisión le llegó de grande. Forma parte de la mesa de caballeros que es Estudio Fútbol (TyC Sports, a las 13), en donde juega el rol del chicaneado a sueldo. Cada uno de los periodistas que integran el plantel conocen las palabras justas que harán que Pagani se salga de quicio: grita, se mueve como loco, se le desacomoda la cara. A veces hasta se para. Es la versión profesional del “Tano” Pasman, uno que consiguió, también, su mini cuota en la pantalla, al menos de Youtube.
– ¿Cuánto hay de show y cuánto de verdadero en Estudio Fútbol?
– Yo siempre fui igual, siempre discutí, lo que pasa es que en el diario nadie me veía. Un día me invitaron al programa, tuve un par de discusiones y me contrataron. Es cierto que un poco se exagera. Los otros muchachos, especialmente (Marcelo) “el gordo” Palacios sabe buscarme para hacerme engranar. Salvo la primera pelea con (Alejandro) Fabbri, que fue en serio, nunca pasó nada. Parece que a ellos les gusta eso porque es cuando mide más el programa, todo el mundo se ríe.
“La primera con Fabbri”, como la llama Pagani, fue un griterío que se armó en vivo en 2007 cuando Fabbri, que había trabajado en Clarín bajo la dirección de Pagani, lo acusó de no permitirle a los redactores hablar mal del equipo de Menotti o elogiar al Ferro de Griguol (porque le disputaba el campeonato a Boca). Pagani le respondió que eso no era cierto, que a nadie se le había modificado una nota jamás, y que su honor estaba siendo ofendido. Fabbri retrucó y lo llamó “payaso mediático” y, al tiempo, quedaron amigos nuevamente.
– Si le gusta un jugador, ¿cómo maneja el límite para no pasar a ser un adulador?
– ¿Cómo yo con Riquelme? – lo nombra por primera vez – No, no. Lo de Riquelme es absolutamente conceptual.
– ¿Qué quiere decir eso?
– Que me ofende que los periodistas no se den cuenta de la diferencia que hay entre Riquelme y el resto de los jugadores en la manera de entender el juego. Es sideral. Además, todos los jugadores y los entrenadores del fútbol lo reconocen. Los únicos que no, son algunos boludos periodistas. Lo defiendo porque es defender una manera, una teoría. Me asombra que no lo vean. Algunos por soberbia, por creer que son más importantes los periodistas que los jugadores, y otros porque no entienden. Me pone loco.
– ¿Para usted hay dos ideologías en el fútbol?
– No, hay una sola. La otra es la contraideología. Los que están del bando de enfrente no tienen ideología. Ellos lo único que hacen es criticar la nuestra. Si vos les preguntás: “¿Cómo querés que juegue tu equipo?”, ellos dicen: “Que gane”.
Pagani habla de un “ellos” separado de un “nosotros” que recuerda a manuales de antropología. “Se produce la falsa dicotomía entre jugar bien y ganar, como si fueran dos cosas distintas. Durante veinticinco años estuvimos metidos en una discusión en donde la otra parte tenía como bandera una obviedad. Ganar les gusta a todos, lo importante es que discutamos los métodos”.
El primer partido que Horacio Pagani vio en un estadio fue uno de Independiente. Lo llevó un vecino de su edificio, abogado y profesor. Sus ídolos de aquél tiempo eran Ernesto Grillo y Ángel Clemente Rojas, de Boca, más conocido como “Rojitas”. También, ya de más grande, Ricardo Enrique “el Bocha” Bochini.
Si bien la vocación de periodista no es algo que tuviera de pibe, a Pagani le gustaba mucho el deporte y leía El Gráfico con fruición. Estudiaba ciencias económicas y a los 17 años entró a trabajar en un banco, como para darles el gusto a sus padres. Cuando terminó el servicio militar, se decidió y se prometió cambiar de carrera. Un amigo le sugirió: “¿Por qué no estudiás periodismo deportivo?”. “Porque no existe”, le dijo Pagani. Cuando se enteró de que estaba equivocado y de que existía el Círculo de Periodistas Deportivos, comenzó todo.
“Entré como un hobby y, de paso, para conocer a gente del ambiente. Hasta que tuve de profesor a Osvaldo Ardizzone, un periodista fenomenal que trabajaba en El Gráfico. El viejo era medio vago como yo, corregía poco y nada, hasta que un día corrigió un reportaje imaginario que hice, una entrevista a la distancia, y al viejo le gustó y lo destacó. Y ahí hice el click. A partir de ahí tomé como si fuera una fiebre la profesión”.
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“Horacio Pagani es uno de los personajes más divertidos que he conocido. E incluyo entre los conocidos a Charles Chaplin, Marcel Marceau y al Demonio de Tasmania”. Así dice la línea inicial del primer prólogo, escrito por Roberto “el Negro” Fontanarrosa, del libro “El verdadero fútbol que le gusta a la gente”, una recopilación de notas y reflexiones que Pagani publicó en 2008 (Urano), y que es en realidad una remake más completa de una edición anterior (Al arco, 2006). Allí se narran las relaciones que construyó en estos años con Maradona (a quien le hizo la primera nota), Carlos Salvador Bilardo, Daniel Passarella, y otros.
– ¿Cuándo empieza a sentir que tiene material para escribir un libro?
– Hará unos veinte años, o más tal vez, empecé a redactarlo. Tenía como una bajada de línea. Cuando llegué al primer capítulo, pensé: “Es imposible que alguien lea esto. Es una sanata infernal”. Entonces lo abandoné. Pasaron muchos años y un día apareció Marcos González Cezer, que tiene junto con (Julio) “el Chopo” Boccalatte una editorial en la que escriben solamente periodistas. Me empezó a presionar, me puso un revolver en la sien para que escriba. Era una tortura verdaderamente. Sin él nunca lo hubiera hecho. Venía, me grababa y después me lo hacía pasar y él lo corregía. Salió un libro decoroso finalmente.
Tiempo después, un ex compañero del banco, ahora convertido en gerente editorial con cabecera en Barcelona, le propuso escribir otro libro. “Yo no tenía ganas de escribir, así que le agregamos dos capítulos al anterior: uno referido al negro Fontanarrosa y otro sobre Riquelme, que insólitamente no estaba en el primer libro, cuando mi pan de cada día es Román”.
Horacio Pagani, Ricardo Darín y Hugo Arana tienen algo en común: los tres sacaron discos de no mucha repercusión que sorprendieron, para bien o para mal, a quienes descubrieron sus tapas en las bateas de las disquerías o en las profundidades de Internet. Rodeada de fileteados porteños, la cara del periodista deportivo aparece ilustrada con trazo manual y adornada con un sombrero varonil. “Lamentablemente no tiene mucha difusión. Son siete temas grabados por mí y algunos cantados por otra gente. Se llama ´Chamuyando tangos´”.
A Pagani le gusta el tango desde siempre. En su familia no preferían ese estilo de música, pero las visitas recurrentes al Ministerio de Obras Públicas, en Vicente López, donde Pagani tomaba sol, hicieron que desarrollara una relación especial con el género. “Por los parlantes pasaban tango y fue ahí donde aprendí el recitado de ´La Cumparsita´, que recitaba Julio Sosa. Si querés, te recito algo”, se atreve.
– Qué raro que no se le dio por cantar…
– Es que me di cuenta de que no tengo oído musical, que le erro a las notas. Al principio me parecía que cantaba bien, pero todos me decían: “Mirá que no es así”.
– ¿Baila?
– No, soy de madera, torpetón. Es muy difícil. Cuando tenía 18 años fui a un curso, con cortes y quebradas, con el ocho. Ahí bailaba fenómeno porque te manejaban ellos. Pero cuando quise emplearlo, me llevaba a la gente por delante.
Pagani habla de gente muerta bastante seguido: amigos de la infancia que ya no están, ex compañeros de trabajo, una hermana. Lo hace con cariño, algo de melancolía y bastante naturalidad. Varios han quedado en el camino y no se puede más que recordarlos con humor, sabiendo que algún día se pasará a engrosar sus filas. Hace los cuernitos cuando le hablan de infartos, duerme poco, veranea en La Lucila del Mar y conoce las rutinas del supermercado.
Práctico ante todo, lleva un papagayo debajo del asiento de su auto. La anécdota es más o menos así: concentración en la 9 de Julio. Pagani queda encerrado entre un centenar de autos. Imposible avanzar o retroceder. De repente, lo sorprenden unas ganas terribles de mear. Se ve ante un dilema. Sobre el asiento del acompañante reposan dos diarios: un Clarín y un Olé. Sacrifica el segundo.
Como contó el episodio en la radio, para uno de sus cumpleaños le regalaron un papagayo. Y, desde entonces, ahí va, ganándole por goleada en cantidad de usos al matafuego. “Te digo que ya lo usé tres o cuatro veces. Es lo mejor que hay”.
– ¿Juega al fútbol?
– Hice dos mil sesenta goles.
Un hombre vestido como para subirse a una moto en cualquier momento cruza apurado el vestíbulo del edificio de Clarín, le avisa a Pagani que ya sale para la cancha de Boca y se va.
“Chau, chau, querido”, responde, sin verificar que su contestación haya sido registrada. Y sigue: “Lo que pasa es que cuento todos los goles. Las chapitas, esas que metés en las cloacas, todo. Y calculo más o menos 2.060”.
– Terminemos con el misterio, ¿de qué cuadro es?
– No te puedo decir. No me parece bien que los periodistas lo digan. Algunos compañeros dicen que la modernidad es decir de qué cuadro son. Condicionás tu opinión de manera tal que los que no son de ese cuadro no te creen.
– Pero es de un cuadro…
– Sí, yo digo que no soy de nadie, pero sí que soy.
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Es sábado 10 de marzo. La Ciudad está conmocionada por la fauna exótica que de pronto se apareció entre sus piernas. Un puma suelto en Zona Norte, alacranes en Recoleta y bandadas de palomas que aparecen misteriosamente muertas. Eso y Roger Waters, claro. “Si yo me enfrento con un puma, lo mato”, abre el debate Pagani en el programa de radio en el que participa los sábados (“Con todo respeto”, AM 790 de 11.30 a 13.30).
Pagani usa el teclado de su computadora de Radio Mitre solo con el dedo índice derecho. Dedo índice, mouse. Mouse, dedo índice. A veces toma notas en un papel. Más tarde confesará que no escribe nada, que hace dibujos geométricos y que los engancha. Ahora cobra más sentido el reproche que le hacían sus alumnos de DeporTEA: que corrija más, que se tome más tiempo.
En su sitio web oficial, hay una foto junto con dos de los fundadores de esa escuela: Carlos Ares y Juan José Panno. Se los ve en traje de baño, apoyados en un auto, en la playa. “Cada uno de nosotros tenía un Fiat 600, pero fuimos con dos. Cada 100 kilómetros, cambiaba el que manejaba solo. Y así fuimos hasta Bariloche. Estábamos extasiados con el lago y con toda la sanata. Los tres teníamos dificultades sentimentales, relaciones truncas, tres imbéciles. Escuchábamos Bach Electrónico colgados de los árboles”.
Antes de su pareja actual, Pagani estuvo casado y divorciado dos veces. De esas uniones salieron cuatro hijos: Gabriela, Federico, Luis (que, según Pagani, quiere ganar un par de mangos con él con un par de proyectos nuevos para Internet) y Nydia (que trabaja en la producción del programa de los sábados). En la misma emisora, los días de semana, Pagani es columnista del programa matutino de Samuel “Chiche” Gelblung.
Este verano fue convocado para realizar unos monólogos sobre dificultades maritales (“Dejame hablar, amor”, de Daniel Dátola) junto a Chichilo Viale y Pablo Cordonet. Iban por la sexta función en la costa cuando, lamentablemente, el padre de Chichilo enfermó (luego murió) y tuvieron que suspender todo. “Entre la cuarta o quinta función, le había tomado la mano. Tenía un ayuda-memoria en el atril. No soy actor, ni me quiero considerar, soy un tipo que dice monólogos Ni siquiera ensayamos los movimientos”.
– ¿Cómo es eso de la conspiración del Casino de Mar del Plata?
– Yo juego al número 14, 17 y 20. Bien centrales. ¡Y no salen nunca! Pareciera que hay un decreto que prohíbe que salgan. Cuando fui por tercera vez, los croupiers me avisaban cuando salían en las otras mesas. Pero creo que nunca salieron jugándolos yo.
– Y cambie de número…
– Pero son mis números. ¿A cuáles voy a jugar? Yo tenía un amigo, que se murió hace poquito, que era un loco del casino y le jugaba a esos mismos números. Lo heredé de ahí.
No es lo único que heredó. Cuando habla de su padre, pareciera que se describe a sí mismo: “El viejo era la estrella de los pibes cuando atendía la panadería por las tardes. Venían a provocarlo para buscar sus reacciones. Y él terminaba invariablemente tirándoles con panes, sobre todo el pan alemán, que estaba arriba del mostrador y era redondo y pesado. Todos lo querían en el barrio”.
Mientras la conductora de “Con todo respeto”, Mariel Di Lenarda, baila la danza del vientre en el estudio que da a la calle Masilla, el macho que sale con una ex playboy desvía la mirada, pone atención en el resultado Colón – Newell´s que anuncian los televisores planos, y apura al resto porque se quedan tiempo para pasar los tangos Pagani preparó para hoy: “Alma de loca”, “Pasional” y “La casita de mis viejos”.
Habitué del mítico restaurant futbolero La Raya, enemigo de los términos en inglés que se pueden traducir al castellano sin problemas y gesticulador nato, Horacio Pagani es el hombre de las mil actividades, de las mil y una noches (sale a comer afuera el 90 por ciento de ellas). Pero es también el paciente maestro que transmite su oficio con alegría y el tipo que te regala dos horas de conversación laxa. Sin gritos, sin enojos. Ya se sabe: del dicho al hecho, hay un largo trecho. Pero ¡qué divertido hubiera sido hacerlo encabronar!