Archivo por meses: febrero 2012

A los que anuncian el final del periodismo…

Cuando a Jill Abramson –directora del diario The New York Times y de su sitio web (el más visitado del mundo, con 46 millones de visitas al mes)- la empezaron a acorralar en una entrevista, preguntándole sobre el sentido de su profesión y de su competencia con las redes sociales, no dudó: “La diferencia está en el periodismo de calidad”.
Antes que nada, que quede claro: poco tiene que ver esta revista digital con lo que piensa Abramson sobre la vida; pocos puntos en común hay entre los destinos que ella prefiere para este mundo y los que consideramos nosotros. Pero hay un lugar, un segundo de pelea, que ahora nos pone en el mismo camino. En el mismo ring, todos nos enfrentamos con esa manada que no tiene problemas en anunciarlo: “Es el fin del periodismo”.
Pero, aunque transitemos por el mismo dilema, la diferencia es amplia. Y no, necesariamente, por la magnitud de los medios. No.
Quienes formamos parte de Nos (que incluye la revista NosDigital y el programa radial Vámonos de casa), tenemos entre veinte y treinta años. Y aceptamos –con cierta impotencia- formar parte de esa generación a la que más de un bicho califica diariamente como “la juventud perdida”. La misma a la que se le achaca ser una consumidora diaria de todo tipo de alcoholes y de drogas. La misma a la que se define como vaga, irresponsable y sin destino. La misma a la que viejos dinosaurios de esta profesión (muchos, incluso, apenas superan los treinta años, pero los meteremos en esa misma bolsa podrida) le avisan: “Es el fin del periodismo”.
Y, claro, discrepamos con todos estos conceptos que se aseguran sobre nuestra generación. Pero, en este caso, la idea es poner en discusión la última, esa por la que se nos responsabiliza al asegurar que somos quienes utilizamos Twitter, Facebook y los que no tenemos la capacidad para reinventar esta profesión.
Nosotros creemos en esa frase que dice Abramson. Aunque entendemos que la diferencia central que tenemos tiene que ver con el concepto de “calidad”. Y en la construcción de ese concepto que no debería reducirse tan solo al talento sobre la escritura. Ni siquiera al de la capacidad de observación.
Lejos de aferrarnos a lo que dice Abramson, quienes hacemos Nos entendemos que el gran medio de comunicación es la calle y no los periodistas. No consideramos que el periodismo lo construyan tan sólo aquellos que saben observar o escribir, sino que lo hacen los que diariamente generan historias. Por eso mismo –como una de las razones- aquí no se firman las notas: o sí, porque se pone siempre quiénes son los protagonistas de las cosas.
La calidad, entonces, la definiríamos así: como la capacidad de dar más voz a los que menos la tienen, de llegar a más pedazos de la calle.
Y es ahí, donde la práctica nos permite sentenciar que el fin del periodismo, al menos por ahora, está bien lejos; porque las historias que solemos contar –muchas veces- no las cuenta nadie y no por talento nuestro, sino porque eso no vende o porque a ese lugar no tiene sentido llegar. Y es ahí, donde podemos ver que el fin es un dictamen más de los que quieren seguir mirando por encima de nuestros hombros, considerando que nuestra juventud no es más que una reproductora de un modelo basura. Y es ahí, donde podemos poner un nuevo desafío: el de agarrar este 2012 y usarlo para taparle la boca a más de uno, demostrando que lo que se tiene que terminar no es el periodismo.
Sino los periodistas que se creen tanto más que el periodismo, al punto de anunciar como noticia su muerte.

Un toque en casa

La remaron en el under, la ponen en la radio. Situación de estupefacientes, rock y sala de ensayo.

En Vámonos están un toque en casa

– Pezones Cardozo cumplió 15 años y los festejó en Vámanos de Casa con un gran show- 14 de octubre del 2012
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– Mamá Chabela y su contrafestejo sonaron en Vámonos- 7 de octubre del 2012
[audio:http://www.nosdigital.dreamhosters.com//wp-content/uploads/2012/02/Un-toque-en-Casa-Programa-26-Mama-Chabela.mp3]

– Superlasciva mudó su show a Vámonos de Casa ¡Escuchá! – 30 de septiembre del 2012

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-Acústico en vivo de Rock a la Orden-23 de septiembre del 2012
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– Cuatro Payasos Muertos trajo su show – 16 de septiembre del 2012
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– El Fogón Machadito de Maturana, acústivo en vivo- 9 de agosto del 2012
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-Branca Leone en vivo- 2 de agosto del 2012
[audio:http://www.nosdigital.dreamhosters.com//wp-content/uploads/2012/02/Programa-21-Branca-Leone-Untoque-en-casa.mp3]
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La paz se haga con Gillespi

Su gracia llegó a la codiciada mañana de la Rock and Pop y eso no se dio de casualidad. Una día entero con Marcelo Gillespi permite ver cómo vive ese hombre que alguna vez tocó en SUMO, usando una trompeta que tenía cocaína en su boquilla. Sirve para entender qué le gusta y qué no a este personaje que habla con León Gieco como con un hermano.

Foto: Gentileza Gillespi.

Unos meses antes de que Mario Pergolini diera por terminada finalmente su relación con la Rock&Pop y obligara a sus autoridades a reestructurar la programación, Marcelo Gillespi todavía comandaba “Falso Impostor”, de 19 a 21. En 2012, sin embargo, el trompetista fue el elegido para llevar adelante el despertar mañanero: conduce “La almohada maldita”, de 6 a 9, por la misma emisora. De aquellos días de noviembre, cuando los contratos estaban aún por resolverse, es esta crónica.

“Sonrían, que se vean los dientes. Demuestren que tienen buenas obras sociales”. En uno de los estudios de radio de la Rock and Pop, se fotografían juntos dos talentos con culo inquieto. Después de una entrevista surtida y un programa de luxe, todavía les cuesta separar los labios. León Gieco tiene sobre sí dos pares de anteojos. Uno colgado al cuello, que minutos antes usó para ver en la pantalla de una computadora una foto sacada en la casa de Charly García, y otros oscuros, de sol, con los que eligió retratarse. Pero ésta no es una crónica sobre León Gieco. Es una crónica sobre el hombre que ahora lo está abrazando y que durante las últimas dos horas lo motivó para que suelte anécdotas inverosímiles, esas que por las contracciones que produce la risa, ejercitan la panza más que una clase de aerobox. Marcelo Gillespi rodea a Gieco con el brazo y, reaccionando ante la arenga que ambos reciben para abrir la boca, finalmente, ríe.

Es miércoles 30 de noviembre y falta un día para que se cumplan diez años del decreto que anunció el Corralito de 2001. En el primer piso del célebre edificio con ladrillos a la vista de Freire 932, más allá de la sala de producción y del triángulo que forma el cuarto de operación, la gente de la 95.9 es gente con calle, con noche y sobre todo, con historias. Tipos (la mayoría hombres) que vienen acumulando experiencias rockeras desde los veintitantos y que hoy sirven como herramientas de trabajo for export y para matar de envidia a los oyentes. Los más antiguos son jovatos o padres cancheros que todavía usan zapatillas de lona y extrañan Cemento, pero que también han sabido conservar su frescura y sentar cabeza. Los más jóvenes empezaron escuchando la radio y se acercaron, enamorados del desparpajo contenido de la fm, en donde es común que se fume algún que otro porro. Claro, todavía es la Rock & Pop.

Un reloj anuncia las siete de la tarde. Empieza “Falso Impostor”, el programa que lleva adelante Gillespi desde el 2007 y que, a esta altura, es un tiro al blanco seguro para competir de manera firme en el horario de la vuelta a casa. En las paredes hay colgados afiches de Spinetta, Franco de Vita, Pappo y Bob Marley. Pero el póster más grande tiene la cara del nuevo sex symbol adolescente: el hombre lobo de la saga Crepúsculo. Alguien le dibujó un moco con lapicera azul.

Frente a la luz roja que marca el aire, cables de distintos colores comunican los tres micrófonos con el centro de la mesa y con las consolas del exterior. Gillespi, su Watson del éter, Pepe Terminiello, y León Gieco, que hoy vino a presentar su último disco (“El desembarco”), parecen estar en el balcón de un amigo, rememorando cuentos y tomando mate con las botamangas arremangadas y los pies en una palangana. Es sólo una imagen, un delirio ficcional que les cabe perfecto.

Antes de estar al frente del programa que obtuvo su nombre de un capítulo del Superagente 86, desde donde les manda luz a los oyentes que se la piden al grito de “¡Les mando luz!”, el prócer radial (aunque alejado de la levita) que es Gillespi estuvo al mando de “Gillespi Hotel”, en la misma radio, pero agitando la madrugada. Y, previo a eso, participó junto a Carlos Barragán y Jorge Halperín en “Aunque parezca mentira” y en “La siesta inolvidable”, ambos por radio Mitre (AM 790). También acompañó varias temporadas al extrañado Adolfo Castelo en “Mirá lo que te digo”, y a Gonzalo Bonadeo en “Rock and Gol”, por La Red (AM 910).

Gillespi tiene la risa fácil. Y cuando la usa suena escalonada: empieza débil y va subiendo niveles. Un videogame. Sacude toda su caja torácica de arriba a abajo y busca complicidad en Terminiello, a quien relojea para chequear que comparte el disfrute. Es que después de historias como las que narra Gieco, pocos podrían contenerse.
– La última vez que vino U2 a la Argentina, yo estaba comiendo unas cositas y viene una china que hablaba inglés y me dice que Bono me quería conocer. Cuando nos juntamos, me propone: “Toquemos algo de John Lennon”. “Pero yo no hablo inglés”, le aviso.

Gieco estaba nervioso, dice. Faltaban diez minutos para el show y no había nada definido. Hasta que se le ocurrió cantar “Sólo le pido a Dios”, una canción que Bono había intentado tararear en un recital años atrás con las Madres de Plaza de Mayo. “¡I love that song! ¡Perfect! ¡Mercedes Sosa!”, se entusiasmó el irlandés. “¡Pero la canción es mía!”, lo informó Gieco. Una vez finalizada la performance, sobre esa nave súper espacial que es la escenografía de U2, Bono sacó a relucir su picardía y le dijo al promotor de Mundo Alas: “¿Te creías que venías a ver a U2 y a chuparte unos vinos, no?”.

Van al corte y la charla se vuelve picante. Hablan de que Gieco era el pibe que mandaba los télex de Cámpora a Perón en Puerta de Hierro, en su exilio madrileño. Y de que se dio cuenta hace poco a través de un libro de Miguel Bonasso. El cantautor confiesa que cuando escribió “Si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente”, se refería a Perón.

“Usted no escriba nada de todo esto, eh”, me amenaza Gillespi de forma lúdica. Tiene la barba y las pestañas rojizas, la piel blanca y un mini lunar con relieve debajo del ojo derecho. La remera negra que lleva puesta, de la banda Fierro y Cruz, tiene una estampa de unas alas arrancadas de la espalda de algún ángel metalero. Está gastada a la altura de los omóplatos.

Un cenicero redondo recibe los restos de cigarrillo que deposita cada dos por tres con su mano zurda. Con cada una de sus sílabas, el humo choca contra el micrófono y se esparce. Terminiello nota que se manchó con sangre la campera y no sabe cómo. Nunca se dará cuenta de que la herida está en su codo.
– Uno de los programas más lindos de los últimos años. Voy a transcribir este reportaje, voy a escribir un libro y lo voy a firmar yo, le advierte Gillespi a Gieco.
Sabe que no es necesario. Tiene sus propias historias border.

Faltan dos minutos para las 21. Un productor con bigote de sheriff hace señas para apurar el cierre del programa. Gillespi se despide y el resto del staff entra al estudio para cenar la comida encargada del delivery que les toca los miércoles.

***

Camino a un cajero automático de Colegiales, quien acompañó las venganzas terribles de Alejandro Dolina del 2007 al 2010, es simpático. Recién nos conocemos y ya me cuenta que aprendió no hace mucho que se puede decir lo mismo de distintas maneras, de una forma más bella y adornada. Y que su libro “Blow!”, una recopilación de crónicas y conversaciones con trompetistas editado en 2009 por El Cuenco de Plata, le sirvió de práctica. Ahora sí, continúa, está listo para escribirlo todo de nuevo. Mientras hace la transacción bancaria que sea, pispeo la dedicatoria del libro que Gieco le acaba de regalar. Dice: “Mirá cómo hice mierda al pibito de la tapa. Eso es rock.”. En la portada hay un bebé con un jopo punk.

Gillespi es calmo y tiene la costumbre de darte golpecitos en el brazo mientras te habla, como diciendo “Boluda, escuchá esto”. Arrastra las palabras con la paz de un maestro zen y hay algo de su personalidad que lo asocia a esa filosofía: todos los días se interna en la sala de grabación que construyó en su casa de Monte Grande, barrio en el que vivió toda la vida, y hace la tarea. El autodidacta empedernido, el nerd de los instrumentos. Sabe tocar (tome aire y cuente): teclados, guitarra, bajo, batería y percusión, trompeta, ewi y un poquito de saxo alto. La mayoría los aprendió por su parte.
– Me pongo solo y a leer algunas partituras, a tocar algún standard de jazz. Con la viola me defiendo bastante y (Juan Carlos) “El Mono” Fontana me enseñó muchas cosas de teclado.
Es 1983 y, Gillespi, todavía más conocido como Marcelo Rodríguez. Golpea una rejilla de ventilación que da al sótano de una panadería de una esquina de El Palomar. El pobre grita: “¡Soy el trompetista!”. Pero entre tanta música y tanta carcajada, no le abren. Finalmente lo dejan pasar. Esa fue la primera vez que Gillespi ensayó con Sumo y también la vez que el manager del grupo, Timmy Mc Kern, le pidió sus documentos para viajar con ellos a Córdoba al día siguiente.

Lo que vino después fue un trabajo atrás de otro. Roberto Pettinato, el que lo introdujo en la banda y el que lo apodó como el gran músico de bebop Dizzy Gillespie, fue también quien lo secuestró y se lo llevó de comodín a la tele: trabajaron juntos en “Mirá Quién Canta” (1992), “Orsai a la Medianoche” (1995 y una segunda edición en 2001, por TyC Sports), “Duro de Acostar” (1997) y otros. Sus compañeros históricos de la radio se repiten también en tv, ya que Castelo y Bonadeo lo adoptaron para “Medios Locos” y “El Resumen de los Medios”.
Con la muerte de Luca Prodan, el destino musical de Gillespi fue pasando de mano en mano, acompañando eventualmente a Divididos, Las Pelotas, Los Piojos, Los Auténticos Decadentes, Charly García, los dos Calamaros, los dos Malosettis, Fats Fernández, Willy Crook, Soda Stéreo y veinte mil etcéteras más.
– Tu primera trompeta se la compraste a un pastor evangelista, ¿qué fue lo más heavy que vio ese aparato en los 80?
– La boquilla la usaban de canuto para tomar merca unos personajes que son conocidos, no te los voy a decir. Yo no tomaba, nunca tomé cocaína en mi vida. Pero me daban la boquilla y cuando empezaba a tocar se me dormía toda la boca porque quedaba con restos. Genera un efecto anestésico o algo así. Y yo decía: “Hijos de puta, ¿no tienen otra cosa?”.
– ¿Y la que decía tu nombre y tenía un baño en negro?
– Esa la vendí, no me funcionó. Es la que está en la tapa del disco “Bell Vill” (2005). Las trompetas son todas distintas, aunque sean el mismo modelo y la misma marca.
Gillespi explica el proceso de creación de una trompeta como si relatara el nacimiento de un niño. “Las grandes marcas hacen parte del proceso en serie, pero la última terminación, las soldaduras, las hace un tipo a mano. Después de eso, lleva un baño por sobre el bronce, de dorado, plateado, de rojo, de lo que se te cante y eso le agrega una película que puede matarle todo el sonido”.

A principios de este año, Gillespi publicó “El Manual del Sexo” (Planeta), un glosario de escuelita hot con recomendaciones descabelladas a la hora del amor. La historia del origen del libro, como todas las historias en la vida de este hombre de manos regordetas, es una sucesión de cosas y casualidades. Nacho Iraola, el director de la editorial, lo escucha en la radio y el programa le gusta. Un día lo llamó para concertar un encuentro informal y lo llevó a comer con el editor Mariano Valerio, que además dirige la revista Los Inrockuptibles. Y le dijeron así, como suena:
– Queremos que escribas un libro.

En este momento de la conversación interviene Cabra, amigo de Gillespi y cantante de su banda. Se incorpora a la caminata y recuerda que ese día lo llevó a él a la reunión y que era su cumpleaños. Gillespi entiende que seriedad y solemnidad no son sinónimos. Se mueve en esa informalidad respetuosa como un pez en el agua, chocho. Así que lo sumó a la reunión nomás.
– ¡Era el cumpleaños de Cabra y estaba solo! Le digo: “Boludo, vos venís”.
Lo primero que hizo Gillespi fue ofrecerles a los de Planeta un compilado de los escritos que había publicado en un blog de Clarín, “Almacén Gillespi”, durante cuatro años. Pero la empresa no quería reciclar cosas de Internet. Finalmente, los allí presentes terminaron tomándose seis botellas de vino (Cabra cuenta 18), hicieron un quilombo bárbaro y, dicen, terminaron bailando arriba de las mesas. Por esos tiempos, Gillespi ya tenía apalabrado con Corregidor un libro sobre el director teatral Narciso Ibánez Menta, escrito junto a un amigo, Leandro D´Ambrosio.
– O sea que yo tenía un quilombo editorial bastante importante. Hubo un momento en que mi vida fue sólo reunirme con editoriales.

***

– Avisame si querés que apague el grabador en algún momento.
– Apagalo, miente.

Sentado en una mesa de un local de sushi cercano a la radio, cenando con su manager, Carlos Goldsack, y Cabra, Gillespi maneja los palitos chinos con la destreza de un samurái. Se morfa un salmón recubierto de sésamo bicolor que acaba de traer el mozo y dice:
– Generalmente el prejuicio musical viene acompañado de una justificación inaceptable. Yo a veces me río porque Rock&Pop es rock y pop, pero ponés algo de pop y te putean todos. A veces me burlo de eso. Digo: “Perdón, voy a poner Génesis”. No, quieren Megadeth, Iron Maiden, Riff. El argentino es muy prejuicioso. Es: “Escuchá esta música”. “¿Qué es?”. “¡Escuchala!”. Y después te digo: “¿Sabés lo que es esto? Rodolfo Zapata (el que canta “No vamo´ a trabajar…”)”. Y te gustó. Y te cagué. Si te lo decía antes no te iba a gustar.
El local está casi vacío. Los ojos claros de Gillespi miran con atención. Es un tipo tranquilo. La mesa para cuatro que los hombres ocupan está llena de cosas: platos y platitos blancos y negros, copas grandes de vino tinto, botellas, celulares y papeles. Gilespi hace un mal movimiento y tira el grabador adentro de un vaso.
– Yo voy con mi hija a comprarle en 47 Street la pilcha punk porque ella toca el bajo en una banda punk. Es el mecanismo que usa la sociedad para neutralizar. ¿Hippies? Te ridiculizo, son unos estúpidos que van en una combi pintada con flores, con un medallón. ¿Punk? Todas las marcas van a fabricar ropa punk. Todo lo que tiene ganas de cambiar algo en el mundo, lo agarra la sociedad y chau. Es bravo.
Los comensales le festejan la reflexión. Después de todo, cursó varios años de psicología en la UBA.
– ¿Cómo se llama la banda en la que toca tu hija?
– “Ya fue”.
– ¿Y tu hijo? ¿Qué ves de vos en él?
– Mi hijo me supera a mí. Tiene una elegancia… Yo soy la primera versión, que tiene muchos errores. Él es el upgrade.
– El modelo beta. ¿A tu mujer cómo la conociste?
Gillespi era administrador en un colegio para chicos especiales y, además, el novio de la dueña. Su “jermu”, como él la llama, era una maestra de ahí. Gillespi renunció al establecimiento y empezó a salir con ella. “Compramos la casa y después compramos un colchón, ¿entendés? No fuimos más al cine”.

Como solista tiene seis discos. El último, “Guillerama” (2009), lo muestra caricaturizado, arriba de un elefante volador y con un sombrero igual al del monito de Aladdín. “No quería usar fotografías. Últimamente la estética es la copa de vino, la trompeta, una mujer semi desnuda fuera de foco. Es muy banal”. Pero no están cenando en un Pancho 95 de Liniers y tomado vino de una botella cortada.
– Un día estaba en mi casa, con el disco ya a la venta, y agarro Fuerza Natural de Gustavo Cerati, ¡y era lo mismo! Pero él arriba de un caballo y yo de un elefante. El mismo sello, el mismo año. Le dije: ¡¿Cómo no me di cuenta que te cagué la tapa?!
– ¿Fuiste a ver a Cerati?
– Fuimos con Pelu, el día del cumpleaños. Salís de ahí y algo en tu cabeza cambia.
“Pelu” es el apodo cariñoso que se ganó su manager, un pelado ex representante de Gondwana, dueño de una bocha majestuosa: los únicos pelos que todavía resisten allí arriba, como aferrándose a la gira que este muchacho de voz gruesa debió tener, forman una especie de cortinado morocho que le cae desde la coronilla y hasta la nuca, rectos. No más de cuatro o cinco mechas.

“Él tenía, digamos, reticencia a entrar”, empieza Peluca y señala a Gillespi. “El día que fuimos nosotros, (Cerati) estaba peinado, afeitado y vestido de rockstar. Estuvimos una hora y media escuchando David Bowie”.
Gillespi cree los milagros, en Dios o en algo. En ese orden. Piensa sus respuestas, se toma tiempo. Tiene un humor y una calma inmensos. No es esa tranquilidad que antecede a la tormenta, sino una que permanece. Y sus relatos confirman la intuición. Eran las dos, tres de la tarde, a pleno rayo del sol, y Gillespi y su banda volvían en micro de una gira por Córdoba. Decidieron parar en Bell Ville para almorzar. Estaban todas las persianas cerradas, todo el mundo durmiendo la siestita, y fue ahí cuando le apareció por primera vez esa sensación rara que, asegura, en los últimos tiempos se repite obsesivamente: “¿Y si me quedo acá y no vuelvo?”.
– Pero como jugando a qué pasaría…
– Más o menos. Es una sensación genuina. El disco “Bell Vill” lo dediqué a ese sentimiento. Me pasa de ir a lugares en donde realmente me sentiría más cómodo. En un lugar que está en Neuquén, entre Junín de los Andes y Villa Pehuenia, hay una parte de la ruta que empezás a surcar entre una especie de montañas muy verdes, muy llenas de pinitos, y empezás a ver unas casitas, con la chimenea… Pasa el río transparente, la leñita… Y en un momento, iba por ahí y paré el auto. Me agarró eso.

Gillespi habla de riachos, de correntada, de naturaleza, y se le hace agua la boca. De araucarias tan gigantes como la escenografía de Jurassic Park. De agua cristalina, de un amigo en Lago Puelo, de bosques y de pescar truchas. De playas cercanas a Claromecó, Tres Arroyos, de Chubut. De Reta, Orense, Monte Hermoso, Rucachoroi.
De chico, antes de que su libido pasara por el jazz, quería ser hombre rana. Su fantasía era esa. Aún hoy es fanático de todo lo que tiene que ver con el océano, pero la edad lo fue llenando de precauciones. No se animaría a bucear jamás. “Tengo un cagazo tremendo. Me meto en Mar del Plata, me viene una ola y… ¡Mamá, me quiero ir! Me ganó”. Gillespi quiere transmitir lo que significa esa pileta infinita en la negrura de la noche y, por un momento, se convierte en la inmensidad del mar. Pone sus manos frente al rostro y mueve los dedos como garras despiadadas. Pronuncia un conjuro invisible y magnético como si estuviera masticando algodón:
– “Ven…”
Vuelve a tirar el grabador dentro del mismo vaso. Durante la charla se caerá, por lo menos, dos veces más.
– ¿Estás preparando un disco nuevo?
– Sí. Va a ser un disco posiblemente sin banda. Me quiero dar el gusto de grabar las cosas yo. Vengo hinchando con eso desde que empecé.

Cuando Gillespi toca se balancea, mueve la cabeza y la patita. Eventualmente, mete su mano en el bolsillo (sigue usando reloj, una rareza estos días), pero nunca abandona el movimiento del todo. “Me gusta dejarme llevar por mi música. Yo sé que la gente es muy reprimida, están todos mirando… Parece que estás en el jardín botánico, tocando para los potus. Ahora, de repente van a Creamfields y hacen un quilombo bárbaro”.
Mientras sale del local para fumar, reconoce que tiene un rollo muy grande con la argentinidad. “Somos patéticos. Charly hoy tiene que rendir examen de que es Charly García. Cuando hiciste treinta canciones que están en el corazón del pueblo, ¿no pagaste ya la cuota de artista? Es muy triste. Es un país de una enorme mediocridad”.
– ¿Sabés dónde estás parado en política?
– ¿Qué es la política? ¿Es la definición de un diccionario o es toda esta coyuntura de berretas que tenemos?
Si hubiera que trazar un patrón que explique el comportamiento de Gillespi en las últimas cuatro horas y definirlo en tres verbos, serían estos: bromear, imitar, jugar. Todos ellos trenzados con un mensaje, con lo que en verdad quiere decir. “Nunca entendí nada de lo que hablaban en cadena nacional”. Comienza el chiste: “Paparapapá y ahora habla…”. Gillespi apoya los brazos enteros sobre el poco lugar que queda en la mesa, entrelaza las manos e imita un discurso presidencial. “Buenas noches. La coyuntura mediática de la corroboración de datos específicos nos lleva a una proporcionalidad única, en un guarismo que puede caber…”. En el medio, llama a Menem “provoleta”. “Es difícil encontrar a una presidente como Cristina, que se planta 45 minutos sin leer una línea de nada. Esta mina tiene swing”.
– ¿Y qué creés del papel de Barragán en “6, 7, 8”?
– Siempre fue coherente. Y valiente en un punto, porque la coyuntura puede cambiar y se puede comer un garrón. Me saco el sombrero. Yo voy a comer asado una vez por mes con él, conozco su casa de la calle Warnes y su autito. Si le dan guita, yo no me di cuenta, porque el hijo de puta no tiene ni para pagar un buen vino. Además no conoce a Cristina, yo le pregunté.
– ¿Leíste el libro que sacó?
– Le hice el prólogo.
– ¿Pero lo leíste antes?
Las mejillas de Gillespi suben y le dejan menos espacio a sus ojos. Se ríe. Sabe que fue descubierto.
– Yo a vos te voy a contratar, leonina del orto.
– ¿Te gusta manejar?
– Por ruta. Me gusta irme a la mierda, los cartelitos verdes. Es un placer. Vamos conversando, tomando mate, escuchando música, parando. “Uy, pará acá”. Y paramos en la parilla…
Cabra hace memoria: “Casi volcamos en Rosario porque quiso comprar unos pedestales dóricos que vendían al lado de la ruta…”. “Unas columnitas…”, simplifica Gillespi, también él simple, antes de levantarse, pagar la cuenta y arrancar para The Roxy Live, donde esta noche “Último Bondi”, el programa que cierra la programación de Freire, organizó unas jam sessions para despedir el año.

Un día después de la entrevista, prendo la radio y escucho Falso Impostor: Rick Wakeman está de invitado y Gillespi manda luz a los radioescuchas, distribuyendo la buena onda que supo compartir el día anterior y demostrando, cada vez de nuevo, que su paz es más grande que el monte en el que vive.

«Las Malvinas son argentinas»

El Club Atlético Lanús se hace cargo de eso que a esta altura parece obvio pero que no muchos se animan a hacer: unir el deporte y la política. En el año en que vuelve a jugar la Libertadores, el Grana llevará en una de sus magnas la insignia de las Islas, a 30 años de aquella guerra. Su técnico, Gabriel Schurrer, se enorgullece de la iniciativa: “Es una discusión nacional y nosotros como club no podemos escaparnos de esto”.

Cuando Malvinas se volvió un campo de guerras y de tristezas, Gabriel Schurrer era un nene de diez años que pateaba las calles de su Rafaela natal y que llevaba una pelota por debajo de la axila. Era 1982 y en su cabeza sólo se movían un mar de sueños de volverse futbolista. Pero nada de eso hizo que la vista se le fuera y que no se enterara del desembarco de las tropas argentinas en las Islas.

Ahora, a los 40, siendo el entrenador de Lanús, Schurrer todavía no se olvida de esa guerra. No pierde de viste que se cumplen 30 años ni que hace falta un compromiso general para reclamarlas. Por eso, cuando desde el club deciden formar parte de una campaña que pide que las Malvinas vuelvan a ser argentinas, infla el pecho y se siente lleno de orgullo.

– ¿Qué genera dirigir a un equipo que tiene en la manga de su camiseta un dibujo de las islas?

– Para mí, es un enorme orgullo. Se lo vengo diciendo a todos los que me voy cruzando. Somos el primer club que toma esta decisión. Lanús se pone del lado de un reclamo que es muy importante y que para los argentinos representa mucho. Yo no tengo dudas: las Malvinas son argentinas.

– ¿De qué manera funciona esto de meter al equipo entero en una discusión política?

– Para mí está bien que nos sumemos a esto. Es justo este reclamo. Por eso me parece muy bien que apoyemos este proceso político en el que se pide que demos un paso adelante. Es una discusión nacional y nosotros como club no podemos escaparnos de esto.

Llevar este mensaje va a permitir que muchos chicos se enteren de lo que fue Malvinas. Quizás, incluso, sus jugadores.

– A mí me parece algo muy interesante es. Los jóvenes de hoy andan mucho con los teléfonos que tienen internet y siempre están conectados. Está bueno y me parece una cuestión obligatoria que aprovechen ese tiempo para usar la computadora y averiguar qué fue lo que pasó en esta guerra y por qué tiene sentido este reclamo.

No se despega ni un solo segundo de esa identidad profunda que siente por el club. Si la camiseta va hacia un lado, Schurrer no se le escapa a esos colores. Y no se marea pensando tan sólo en la pelota, su vida tiene que ver con la institución en general. Pero, cuando el fútbol aparece, puede dar conceptos precisos.

-¿Cómo se explica que este plantel pasó de perder en la Copa Argentina contra un rival menor a estar puntero en el campeonato?

-No creo que haya grandes secretos. Nosotros nos preparamos siempre igual. Lo que puede cambiar es el estado de ánimo. El resto, todo lo que tiene que ver con la cuestión futbolística, es algo que nosotros intentamos en todos los partidos de la misma forma. No es que cambia la preparación. Somos constantes y a veces sale bien y a veces no. Es simplemente eso.

-Ahora que está tan en discusión qué es jugar bien y qué es jugar mal, ¿cómo definiría el estilo de su equipo?

-Nosotros jugamos siempre a intentar. Eso es lo importante. A veces funciona jugar bien y a veces no nos sale. Pero creo que somos un equipo que busca tener protagonismo. En eso, apostamos mucho a la presión. En todos los partidos tomamos la iniciativa de presionar mucho a los defensores rivales. A los laterales. Así les quitamos juego y podemos avanzar nosotros.

-¿Qué otro equipo del fútbol argentino le gusta?

-Es difícil jugar bien. Creo que Vélez es un equipo que siempre es interesantes. A mí me gusta mucho. Me parece, después, que hay que mirar a Tigre porque logró mostrar cosas que valen la pena. Una idea bastante ambiciosa. Cerca aparece Racing, que me parece que tiene que despegar. Y después, bueno, está Boca, que es realmente difícil.

-De alguna forma es como si este torneo se pareciera bastante al anterior.

-Es que va a ser así. No se pueden esperar cambios rotundos. Los que juegan bien, seguirán haciéndolo. Y los que lo hacen mal, probablemente también. Todo seguirá siendo bastante parecido.

-De los que nombró, hay varios que jugarán la Copa Libertadores. ¿Eso va a afectar el rendimiento?

-Puede que eso sea lo que varíe un poco el nivel general. Vélez, Boca y nosotros vamos a tener que jugar dos competiciones y eso obliga a que algunos partidos no podamos poner todo lo mejor que tenemos. Pero lo importante es la idea y nosotros no vamos a cambiarla.

Aroma a imprenta

El olor dentro de la cooperativa Chilavert no tiene que ver solamente con las letras que se imprimen. Hay más, mucho más que eso. Por eso tiene sentido que aparezca una muestra como Contingencias, que durante el verano mostró a través del arte qué significa ser una empresa recuperada. Lo que significa perder el trabajo. El peso de la mirada de los hijos con el desempleo de su papá. La recuperación. Todo en una muestra.

Fotos: Nos Digital.

Al costado de un camión que descarga materiales, se asoma Florencia. En un cruce de miradas, nos rescatamos de la letra de los mails y nos reconocemos enseguida. “Subamos, así nos sentamos y hablamos tranquilas”; la sigo, y mientras nos dirigimos hacia el centro cultural de la imprenta, saludamos a los trabajadores. De un pique sortea los escalones; se mueve con soltura, como quien se siente en casa. Es que la Imprenta Chilavert fue el escenario de su instalación “Contingencias” durante este verano. Como el calor no afloja, le damos unos segundos al silencio mientras tomamos algo frío. “En otro lugar, la muestra no hubiera tenido el mismo efecto. El aroma a imprenta te invade; este es un espacio real de trabajo, tiene sonidos, movimientos y luces particulares… y sobre todo, tiene una historia de lucha que para mí es importante que se conozca”. Cada visita a la muestra incluía un recorrido por la imprenta guiado por Natalia Polti, antropóloga y encargada del Centro de Documentación sobre Empresas y Fábricas Recuperadas que depende de la UBA y que funciona en el mismo edificio. Florencia se revuelve el pelo con las manos y repasa algunos números: 250 empresas recuperadas en el país, 10.000 trabajadores. “Son un ejemplo. Ellos crearon espacios de solidaridad, donde surgen otros lazos sociales, muy diferentes de los que predominan en la sociedad. Es fundamental ese cambio de subjetividad, ellos cambiaron su perspectiva de vida, el horizonte de lo que es posible. Y lo hicieron a partir del problema que era la pérdida de trabajo, de no poder llevarle de comer a sus hijos. La muestra es sobre esos imprevistos que surgen, esos problemas que uno logra sortear; sobre esas contingencias”.

“¿Cómo contar esta realidad desde el lenguaje visual?” A partir de la experimentación y lo conceptual, decidió hacerlo desde diferentes lugares, sin “atarse” a un soporte; conjuga pintura, video, audio, arte textil y serigrafía. Esta diversidad, y la libertad con la que maneja sus herramientas explican que se defina como artista visual, y no plástica. Hay algo en su forma de hablar que te salpica de pasión, pero también de compromiso y de esa responsabilidad que ella siente como artista. “Yo estoy atravesada por la realidad, y desde mi rol creo que hay procesos que tengo que mostrar”. Con su obra montada a 10 años del 2001, recuerda esa realidad que la empujó a irse de Bahía Blanca e instalarse en Buenos Aires: “El interior estaba muy difícil, no conseguíamos trabajo. Y peor en una ciudad conservadora como Bahía Blanca, en donde el director de la Cruz Roja, Humberto Adalberti, era el médico que controlaba a las parturientas en el Centro Clandestino “La Escuelita”, y el tipo se sentaba a tomar un café en la peatonal principal y nadie decía nada. Astiz paseaba por el centro tranquilo, sin recibir ni una puteada”.

Ya va el cuarto vaso que me sirve. El calor de las máquinas y de los cuerpos trabajando trepa y transmuta el hilo del relato, que nos lleva al germen de esta obra “dedicada a la autogestión obrera”. En un fin de semana largo de marzo de 2011, Florencia viajó a Neuquén a visitar a unos amigos. En el recorrido, hizo su paso por la fábrica de cerámicas Zanon, que funciona desde hace 10 años como Cooperativa de Trabajo FaSinPat (Fábrica Sin Patrón) bajo la gestión obrera. “Visitar Zanon en estas épocas es regocijo, en el marco de una estructura mundial donde el capitalismo se cae y los trabajadores siguen resistiendo”. Se entusiasma y se le agrandan los ojos, como queriendo proyectar hacia fuera las sensaciones e imágenes que le sacuden el cuerpo. “Hay un relato de un trabajador de Zanon que me impactó: en el proceso previo a la recuperación del espacio, tenían marcados carriles con flechas desde la línea de producción hasta el baño, vigilados desde arriba por los patrones y desde abajo por los jefes de cada área. De esa forma no podían comunicarse ni organizarse. Esa imagen de un camino único, determinado, me marcó.” En la instalación, también hay flechas. Pero estas son de colores, y te conducen a la diversidad, te abren caminos para pensar otras cosas. “También tomé la idea del señalamiento como artista, en mi decisión de mostrar este proceso que no se cuenta. Creo que el artista tiene el rol de señalar”.

“¿De qué color hablamos cuando hablamos de autogestión? ¿Cuál es el color de las fábricas recuperadas?”. Lejos está la respuesta del gris del cemento, el negro del hollín o los marrones de la tierra. “Los colores me los dio Global”. Se refiere a la fábrica de globos recuperada que funciona en Devoto como Cooperativa La Nueva Esperanza. Esta fábrica es la única en el país que produce globos con formas de pollito, de conejo y de gusano, y en su sitio web te enseñan a hacer una flor, en fin… globología recuperada. “Cuando entrás te conectás con los colores, con la niñez, y con el mundo recuperado también”.
Pero como al primer amor, Florencia quiere volver a Zanon. Y es probable que pronto lo haga. Su proyecto de hacer allí un relevamiento fue seleccionado en el programa Mecenazgo y decretado de interés cultural. Mientras cuenta las dificultades para conseguir financiamiento (que proviene en un 100% de inversión empresarial), se ríe del nombre renacentista del programa: “Me siento Leonardo diciendo eso; y bueno, no está mal”. De estas situaciones se nutre su próximo proyecto, que interpela directamente a la realidad actual del arte, disparando preguntas como “¿de qué vive un artista?, ¿quién vende obras?, ¿qué es vendible y que no?”. Artista inquieta, de amplia formación y en constante trabajo, Florencia también se desempeña como docente de arte en el IUNA y en el Bachillerato con Orientación en Arte de Villa Fiorito, un proyecto del colectivo “Belleza y Felicidad”.

Aunque ya no se puede visitar “Contingencias”, nos alegra saber que sigue rodando, y celebramos la noticia fresquísima de que el video de la muestra fue seleccionado para el Festival Español de Creación Audiovisual “Nuevas realidades video – políticas. Construyendo nuestra mirada desde el presente”.

¿Tributo a quién?

A Magoya, papá. No son dobles de Sabina ni de Arjona ni de los Wachiturros. No, son otra cosa. Una cosa que se ríe de las otras cosas y que arma una fiesta cuando toca: trece músicos, saxo, una sección entera de percusión. En mayo cumplen su primer aniversario y ya son toda una revelación.

Fotos: Nos Digital.

¿Tributo a quien? Y claro, esa debe haber sido la pregunta en boca de todos, dos años atrás, cuando la banda nacía y la moda era hacer tributos desde Arjona hasta Pappo.
Ellos decidieron ser Tributo a Magoya. Si Magoya existiera, que orgulloso estaría, pensamos.
Pero después de conocerlos en su sala de ensayo una calurosa noche de jueves, nos damos cuenta que en realidad Magoya son todos pero sin su tributo, porque tocan obras de otros artistas, aunque lejos de hacer covers hacen versiones en donde los temas son transformados y adaptados a su formación.

Tributo a Magoya, lleva desde el 2010 ofreciendo un nuevo estilo. Nació de la fusión de un grupo de percusión y un trío de rock.
“Sobre eso empezamos a construir un concepto musical que se basa en que estén presente los instrumentos básicos del rock, la guitarra eléctrica, el bajo, después se incluyó el saxo y en vez de tener un baterista lo reemplazamos por una sección entera de percusión”

En la actualidad son trece personas que sobre un escenario interpretan diferentes ritmos con una energía embriagadora.
Lejos de ser un obstáculo, tanta cantidad de generaciones (hay hasta una niña en camino) resulta positivo. “Suma la diversidad de formaciones, de miradas, de conocimientos, de ideas” afirman.
“Cada uno lo que trae lo va poniendo a la banda, toda la diversidad que se ve arriba del escenario hace que la gente que no te conoce se quede mirando, tiene mucho para ver”
Mas allá de las dificultades que genera que sean tantos en un espacio físico, muchas veces poco bastos, mantienen un orden en el escenario. Las chicas marcan la delantera, la guitarra, el bajo y los saxos las escoltan a sus costados, atrás la percusión y en el centro quien los dirige, el nueve del equipo.
Son un grupo democrático, todos cantan y todos hacen improvisación. Lo más pedido por el publico.
“A la gente es lo que mas le gusta, peor hay que mezclar eso con un poco de nuestros temas. Nos tenemos que ir afianzando y que a la gente le vaya quedando”

En estos dos años de camino, fue mucho lo transitado. Como músicos están más sueltos y seguros, como grupo mas afianzados. Un balance que por donde lo mires es provechoso.
“Hubo una homogeneización del grupo, porque las diferencias de edades, de generación y de criterios al principio fue un poco complicado unificarlo. Pero de un tiempo a esta parte hubo pequeñas crisis que nos hicieron crecer y saber que estamos todos en un mismo camino”
La unificación se nota a la hora del show. Juntos son un remolino de actitud que avasalla. Actitud rock que los hace terminar agotados pero felices después de cada saludo final.

Al momento de definirse son contundentes: “Esta banda es un milagro. Teniendo en cuenta que estamos en una época de todos muy al palo, todos muy enloquecidos, llegar a que casi 15 personas congenien para formar un proyecto es un milagro hoy en día”
No es tan fácil poder catalogarlos. La banda, conjunto, grupo, es difícil de encasillar “Somos una banda bastante inclasificable, bastante rara, por cantidad de gente. Las diferencias de edades, que haya chicas y muchachos en un balance bastante parejo, el repertorio que hacemos, los instrumentos que tocamos, todo es raro en nosotros”

Llegan a su aniversario en mayo siendo un milagro.
Afrontan el año con muchos temas en carpeta que esperan ser tratados e incorporados en el repertorio, gran cantidad de shows y la idea de sacar su primer disco.
Milagro raro que gana protagonismo.

nuestros surcos

Por Florencia Baliña
Vamos pedaleando
contra el tiempo,
 soltando amarras.

El murmullo de las moscas se pierde entre las paredes de esta casa inmensa y el beso dulce de mamá todavía me late en el cachete. La abuela desteje un naranjo en puntas de pie y mientras tanto me grita que suerte, que por favor andá con cuidado. La mermelada tibia hierve en la cocina y ya casi da ganas de volver. Pero papá espera en el portón, sentado a la sombra de un árbol frondoso, y las ruedas de mi bici dibujan medialunas en el pasto húmedo mientras me acerco despacito hasta él. Las rejas se abren con un quejido sutil y papá me mira los ojos tan abiertos y me dice tranquila, que pedalear es más o menos como caminar las nubes, como patinar por las cuerdas finas de un violín. Y entonces sí la calle de tierra y este miedo bobo, el terror del raspón en la rodilla y el barro en la boca. Un gorrión cierra las alas y descansa su vuelo urgente en la mitad del camino. Adelante papá dibuja surcos con las ruedas, y en sus huellas juego a leer mi cuento preferido. La malla mojada se me pegotea entre las piernas y mis ocho años de muñecas y libros viejos se me pierden entre los poros. Un roble abre las hojas y se sacude la noche fría. Un auto rojo se acerca a los tropezones y nos envuelve en un nubarrón de tierra mientras nos pide el paso. En la orilla del sendero el barro es más denso, los mosquitos bailan sobre el pasto y me muerden las piernas descubiertas. El sol arde en la nuca y una oruga verde y gigante se mezcla con la primavera. El sudor es una gota gorda y espesa que serpentea en mi espalda cuando pasamos esa casona linda e imponente que a mí me parece casi un castillo, y entonces le digo papi cuando sea grande me gustaría vivir acá. Entre las ramas de los arbustos bajos resuenan los gritos de una pileta llena de niños. Una comadreja caprichosa atraviesa la calle sin tocar bocina y se apresura a hundirse en las profundidades de un pozo oscuro. La sonrisa bigotuda de papá se da vuelta y desde lejos me señala una nube con forma de flor. Las lágrimas de un sauce me despiden mientras paso y con papá seguimos pedaleándonos, contándonos la vida, riéndonos de los tambaleos y las lomas de burro, con este olor a fruta madura que nos tiñe la alegría, con este verano tibio que se nos seca en el pelo. Y entonces la cabina amarilla, el cantar de las chicharras y unos metros después el puente, este puente de autopista, donde la tierra desaparece y las ruedas zumban cómodas acariciando el asfalto, y ahora él y yo somos más livianos, las bicicletas se deslizan con la suavidad de un trazo y empiezo a entender mejor esto de patinar sobre las nubes y los violines. Cuando estamos del otro lado sé que llegó el momento de pegar media vuelta, de cruzar otra vez el puente, con un hasta pronto que se me deshace en el paladar como esas pastillas ácidas que nos gustan tanto, y entonces de nuevo la cabina, la casona, la oruga que sigue quietita justo donde la dejé hace un instante, la tierra que me espolvorea los pies, que me mancha esta infancia de caramelo, y con confianza ahora me animo y pedaleo más rápido, siento el viento que me despeina las escamas. Le grito a papá que el que llega primero gana, y así el camino de vuelta siempre parece más corto, el perro del vecino nos corre algunos metros silbando contentura y nosotros nos reímos con ganas hasta que el portón nos frena en seco. Bajamos de las bicis y entre los dos empujamos, papá sonríe y me deja creer que sin mi fuerza no puede, sabemos que detrás de estas rejas nos espera el calor, la pileta y la mermelada de naranja, y mientras él me bordea los hombros en un abrazo que me parece una caricia del sol, los dos caminamos juntos hasta la casa donde ya nos esperan para el almuerzo, hasta este descansadero del mundo que es casi un nido, rincón de recreos donde por un rato no hay celular ni oficina ni cigarrillo y todos jugamos a ser los nenes que en realidad somos.

Florencia Baliña camina con las palabras con el mismo cuidado y la misma ternura que con la vida.  Publicó cuatro piezas literarias con el grupo literario Cruzagramas en los libros BLA y Coma. Su mirada literaria no se detiene en lo superficial, sino que viaja por las venas de los sentimientos de la gente. Para leer y apreciar su manera de contar, todos pueden entrar al blog del que es autora http://a-la-perinola.blogspot.com/

«La Iglesia debe hacer política, no partidismo»

A pocos días de que Videla nos haya reconfirmado lo que todos ya sabíamos acerca de la complicidad entre la Iglesia y la dictadura, vale la pena conocer historias diferentes. En pleno gobierno de facto, la Iglesia Evangélica Bautista se declaró mediáticamente en contra del terrorismo de Estado a través de un comunicado en los diarios. Uno de sus protagonistas nos cuenta esos días. 

Daniel Tomasini es pastor de la Iglesia Evangélica Bautista que se ubica en Barrio Norte. Además, es Psicoanalista recibido de la Universidad de Buenos Aires y docente de Teología. Egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires, palpó desde su juventud la efervescencia que le trasmitió el caldeado centro de estudiantes de su secundario. En plena dictadura militar, publicó junto con otros pastores evangélicos un comunicado que repudió explícitamente el terrorismo de Estado y la violación de los derechos humanos.

-¿Cómo nace la iniciativa de hacer público su rechazo a la dictadura militar?

-Nuestro rechazo a la dictadura existió desde siempre, el contexto en el que decidimos publicar una nota en los diarios fue después de la guerra de Malvinas, en la época de Galtieri. Nos reunimos los pastores de la Iglesia Evangélica Bautista de Capital Federal, de las parroquias e iglesias, e hicimos la nota en repudio. Atacamos básicamente al terrorismo de Estado, tratábamos de hablar del valor de la Ley, de la Constitución y el rechazo general a los gobiernos de factos, el hecho de que el pueblo no fuera el que tomara las decisiones en cuanto a sus gobernantes. Fustigamos la guerra, que nos había parecido una maniobra de desviación política de los problemas internos, hacia un enemigo externo. Aunque todos compartamos el hecho de que reclamar la soberanía de las Islas Malvinas sea legítimo, nos pareció que el modo de acción del gobierno en ese momento fue totalmente impensado, imprudente, generador de nuevos problemas en lugar de solucionarlos. Fundamentamos todo eso en el mensaje de Jesús, un mensaje de respeto, de libertad, de solidaridad, básicamente de paz. La paz y la justicia siempre tomadas de la mano. No puede haber paz sin que haya justicia, porque esa es la paz de los cementerios, la paz de las dictaduras pretendía un orden sobre la base de la muerte. Y tampoco puede haber justicia sin paz, en el sentido de que no puede haber justicia impuesta desde la violencia. Entonces tratábamos de hablar de estos valores como contexto de lo que estábamos diciendo y declarando.

-¿Sufrieron alguna consecuencia por parte del gobierno dictatorial una vez publicada aquella nota?

 -No hubo una reacción directa a esa declaración que hicimos, pero sí hubo algunos problemas, por ejemplo en la iglesia donde yo soy pastor, en pleno Barrio Norte, empezamos a tener un patrullero apostado en la puerta todos los domingos, mientras se hacía el culto. Cuando quisimos averiguar qué era lo que pasaba fui a la Comisaría 19 del barrio y hablé con el comisario. Su respuesta fue que el patrullero estaba por rumores que les habían llegado acerca de que algunos pibes que habían andado en la droga asistían a nuestra iglesia. Lo interpreté, y lo interpretamos, como una consecuencia a esa declaración, porque justamente la iglesia es un lugar de restauración, de recuperación y demás. Recibí de parte de ese comisario una especie de sermón diciéndonos que nuestras intenciones podían ser muy buenas, pero que debíamos “cuidarnos y ser prudentes”. Finalmente logramos que se fuera, pero el auto estuvo presente varios domingos. Eso fue lo que pasó con nuestro caso en particular, pero otro ejemplo ocurrió con la Iglesia Evangelista Metodista que también se pronunció en contra, son gente que está en línea con la Teología de la Liberación, ahí pusieron una bomba, destruyeron la biblioteca del seminario.

-¿Esta oposición pública que encarnaron nació de los propios pastores o de quienes asistían a su iglesia?

-En aquel momento había una disconformidad general, eran pocas las personas que estaban contentas con los gobiernos militares. Por supuesto hay gente con un discurso militarista y fascista en Argentina, más aún en ese momento, pero no eran la mayoría. La mayoría estaba bastante cansada, porque no solamente había cuestiones ligadas a la inconstitucionalidad y a las violaciones de los derechos, sino también desde el punto de vista de la economía: delinearon el gran endeudamiento del país. Recibimos las voces de los miembros de las iglesias, pero la carta la hicimos básicamente los pastores de la capital, y tuvimos repercusiones positivas dentro de nuestros seguidores.

-¿Tenían conexión con la militancia política?

-Desde ya que uno de los pilares de la Iglesia es la acción social, existían esas tareas en las calles, pero no nos dedicamos a bajar ninguna línea política. Sí se comparte un cierto ideario con valores comunes, pero después las personas, en cuanto a la política partidaria, asumen sus posiciones. Uno escucha muchas veces la frase “la Iglesia no se mete en política”, pero no, eso no puede ser: la Iglesia tiene un rol político, un rol profético, lo que no se debe hacer es partidismo.

-Un sector de los sacerdotes tercermundistas en Argentina termina conformando partidos políticos, o mismo participaron en agrupaciones guerrilleras, ¿por qué cree que sucede?

 -Son siempre decisiones individuales, cada uno lucha desde donde cree que es lo mejor, yo en alguna oportunidad estuve afiliado al Partido Intransigente, que ya ni existe, que se yo… En mi opinión personal, creo que hubo muchos mártires en la fe, no solo los mártires de la Iglesia primitiva, sino en estas últimas décadas. Yo respeto esas opciones, pero la mía no sería responder a la violencia con violencia, aunque no todos estarán de acuerdo con mi pensamiento. Apelar a la fuerza armada no me parece que sea el camino.

-Antes remarcó que siempre hubo un rechazo a la dictadura, desde el 76, ¿qué maneras había al interior de la Iglesia para poder hablar, manifestar o discutir sobre el repudio?

-La reflexión interna siempre se basa en la praxis externa: lo que la Iglesia puede reflexionar. La teología en general siempre es una reflexión segunda porque viene después de lo que uno hace, después del contacto que uno tiene con la gente más carenciada, con más problemas, menos derechos y menos posibilidades. Cuando uno acompaña a esas personas también se hace un poquito eco de eso y no se puede pensar que todo se va a solucionar por el acompañamiento personal o por la solidaridad, o la beneficencia, sino que uno intenta ver cuestiones más estructurales que provocan la pobreza, la falta de derechos, y demás. Esto ya es, digamos, reflexión “intraeclesial”.

-¿Por qué cree que el cristianismo da lugar a un contraste entre los que predican la paz y quienes se amparan en esta doctrina para ejercer violencia?

-Jesús no pregonó una forma de gobierno tal como las conocemos hoy nosotros, pero sí proclamó valores y accionares. Algunos toman unas cosas de la predicación de Jesús, y no otras. Eso tiene que ver un poco con la herejía, la parcialidad de no ver el conjunto de las cosas, entonces convierten el seguimiento de Jesús en una manera de sostener el status quo. Uno por solidaridad y espíritu crítico debe siempre cuestionar ese status quo, para mejorarlo.

Notas relacionadas:

Me amenazan las bestias, no me dejan dormirLa Masacre de San Patricio. Los fusiles que asesinaron a los curas palotinos en el ´76. El ensañamiento, el terrorismo de Estado y la propagación del miedo. La represión con connivencia de la Justicia argentina para el periodista investigador Kimel, ya en democracia. Y la restitución histórica, sin otorgamientos de culpabilidad.
Una mano en el fusil, la otra en la cruz: Recorrido por la historia que fusiona revolución, Evangelio, lucha por la igualdad social y cristianismo. La publicación Cristianismo y Revolución fue la expresión nacional de cambios en la mentalidad de parte del mundo eclesiástico. Con sorpresas variadas, da para pegarle una buena leída.

La dignidad lustra boliviana

Desde La Paz, Bolivia, se cuela un mensaje de integridad, valor y respeto. Los lustrabotas se organizan para escribir un periódico que refleja los esfuerzos de cada uno de sus días. Se demuestran a si mismos y toda la sociedad que cada trabajo tiene su dignidad de trabajo.

Foto: Nos Digital.

La Paz te recibe dura. Te reclama esfuerzos extraños para desplazarte, paso por paso. A  3650 metros sobre el nivel del mar las pendientes ascendentes atentan hasta contra esos que se creen príncipes del fitness. La Paz es ruido y desorden; a cada recoveco de calma lo saturan puestos sobre las veredas que forman ferias en donde se lo propongan y muchachos a gritos invitando a subir a cada buseta, transporte público básico.

La Paz te recibe calurosa más allá de un frío que se cree invernal también en verano. Te acompaña esa convicción de encontrarte en la capital del país que mayores conquistas sociales ha conseguido en los últimos cinco años. La Paz es movimiento y usanza. Cada noche, cuando los puestos comerciales se han guardado ya, te devuelve una imagen distinta de cada esquina diurna que creías conocer tan bien.

Salir del mercado de Lanza, uno de los más grandes de la ciudad, colarse entre la exagerada multitud para cruzar la San Francisco por un puente moderno y colorido para llegar a la Comercio, peatonal que a las pocas cuadras desemboca en la plaza central, la Murillo. Esquivando puestos de “todo lo que quieras” y algún músico callejero argentino, unos metros más y me junto con Cristian. Habla poco, tiene que volver a trabajar, le robo unos minutos. Remolcando cada una de sus respuestas, arrancamos una charla que de seguro tiene mucho más valor para mí que para él.

Va de irremovible pasamontañas azul, jogging y campera, con una caja de madera de donde surgen ruidos a metal cuando caminamos hasta un cordón que nos servirá de discreto asiento. Cristian es un lustrabotas de veinte años que conocí hace unos diez minutos ahí mismo. Es uno de esos anónimos que todos los días recorren las calles del centro trabajando. Siempre llevan el rostro tapado. Casi una ley. “Hace cuatro años ya estoy. Antes trabajaba de campo. Sí, en el campo. Aquí, más tranquilo. Esto me da comida, me da ropita, para eso está esto. Dignidad de trabajo”. Repite estas tres últimas palabras al final, como convenciéndose por enésima vez: “Dignidad de trabajo”.

Laburan y laburan. Esforzándonos los dos, entrevistado y entrevistador, capturamos sus palabras en ese grabador al que tanto mira Cristian chequeando cuánto llevamos grabando: “Trabajando, estudiando, triunfando en la vida”. “Empiezo, digamos a las ocho, hasta cinco y media, seis. A la noche también estudio, terminando el colegio para entrar en la universidad, para medicina”. “Yo compré la caja, pero hay también para alquilar, todo completo por cuatro o cinco bolivianos. Y cada día hay que comprar cremas”.

La pregunta por la cara cubierta no podía tardar en llegar, está claro que es el distintivo general de los lustrabotas paceños, que se ha convertido en una suerte de emblema. Respuesta sencilla: “Es porque el olor de la crema afecta, y también como una imagen”.

Unos días antes, también por las calles del centro de La Paz, me crucé con Fabián, un lustra de diez años. Aunque con pocas ganas de hablar, me vendió por cuatro bolivianos ($2,50 pesos argentinos) el último ejemplar de Hormigón Armado, el número 34. Se trata del periódico cultural de los lustrabotas que se viene publicando bimestralmente desde noviembre de 2005. El trabajo en la confección del Hormigón es voluntario, mientras para que un lustra pueda también ser un hormigón, o sea poder distribuirlo y hacerse con el dinero de la venta, están obligados a concurrir a talleres sobre alcoholismo, derechos humanos y educación sexual, entre otros. Todos los ingresos que genera por venta y publicidad se vuelcan en forma directa e indirecta –mediante los diferentes talleres- a los hormigones que los venden.

No hay edad que restrinja la posibilidad de trabajar lustrando zapatos, me lo cuenta, en medio de La Murillo, Jaime de El Alto con treinta y cuatro años. Sorprende con un amague a sacarse el pasamontañas, pero se conforma con descubrirse tan solo la boca para hablar más cómodo. Él es quién me explica que lo del diario está organizado solo por una de las asociaciones que los nuclea. “A veces voy, a veces no. Los menores de edad reciben del periódico, los mayores ya no”.

“Los hormigones trabajaron duro intentando comprender mejor los derechos humanos especialmente lo referido a su propio trabajo, porque aunque queramos con todo nuestro ser no ver un niño o niña trabajando en la calle, la realidad es que aún este sueño como país no se ha logrado alcanzar. Por ello, nosotros abogamos porque nuestros niños sean respetados y puedan desarrollar su trabajo protegidos por la sociedad, por todos nosotros.” (Fragmento extraído de la Editorial de Hormigón Armado del número de enero y febrero 2012).

Los proyectos a largo plazo no nublan las necesidades más urgentes. Cada hormigón que retorne a la escuela será siempre una conquista estupenda. La idea más grande del proyecto va en paralelo por un doble camino hacia una única construcción: la formación y consolidación del valor de la dignidad como persona a través de su trabajo, de cada uno de los lustras que patean y patean las calles cada día con su caja de madera a cuestas. Para esto es necesario la convicción sobre la noción de decencia de la propia ocupación; y, de la misma forma, que la sociedad adopte una representación positiva sobre los lustrabotas y su capacidad de ganarse la vida trabajando dignamente.

Destruye y sangra Paraná

Era hora de que se termine el silencio de la sociedad mientras las fiestas de las compañías extranjeras se sucedían una tras otra sobre cada recurso natural del suelo argentino. Mientras la explotación minera irresponsable está en boca de todos y la cara represiva del gobierno nacional se ilumina demasiado, las tierras vírgenes del delta del río Paraná se están salvando por poco. La resistencia a la destrucción se hace fuerte.

Las posiciones se ven claras, lo borroso es el porvenir. Sergio Urribarri, gobernador entrerriano, había impulsado la  10.092 ley que entregaba a la creada Sociedad Anónima Arroz del Delta Entrerriano por noventa y nueve años la titularidad de la concesión para la administración, transformación, desarrollo, aprovechamiento agroindustrial y explotación comercial, de las tierras fiscales de la Provincia que el Poder Ejecutivo provincial identifique como aptas para ser incorporadas al proceso productivo. El 26 de diciembre de 2011, la legislatura la aprobó. Organizaciones sociales, ONGs ambientalista, partidos políticos de oposición y vecinos autoconvocados resistieron a la medida, que Urribarri derogó el último 2 de febrero.

Durante un mes estuvo legalizada la explotación de tierras vírgenes del delta del río Paraná, lo que permitía el uso de agroquímicos en los humedales de las aproximadamente 150 mil hectáreas de islas. Elba Stancich, coordinadora de la campaña humedales de Taller Ecologista, explicó que los humedales son ecosistemas donde se combina tierra con agua. “Se los considera los más productivos del planeta. Albergan una gran biodiversidad y permiten la cría de los peces, lo que los hace fundamentales para la subsistencia de las poblaciones locales”, informa. Además, suministran agua dulce, ayudan a regular el ciclo del agua, ofrecen protección contra las inundaciones y tormentas. Por eso Stancich se adelantó a las críticas por pseudo-ambientalismo: “Si se los utiliza de una forma adecuada, se pueden realizar actividades económicas que convivan con las de conservación”.

El punto más álgido de la controversia se daba en la creación de un directorio que pudiera suscribir convenios con empresas públicas, privadas, nacionales y extranjeras. Por qué iban a creer que se iba a hacer un uso responsable de las tierras, sin agrotóxicos, si, como recordó Germán José Margaritini de Proyecto Sur Concordia, la empresa Bema Agri BV de Holanda, propietaria de 12 mil hectáreas en la isla de Victoria, fue denunciada hace tres años por secar lagunas, deforestar y levantar defensas, aún con las restricciones en vigencia.

La explotación sin controles, contó Stancich, consintió en la implementación de técnicas de continente en las islas: terraplenes sin estudios preventivos que modifican el ciclo biológico y, por tanto, la biodiversidad.

Jorge Daneri, dirigente de la Fundación M’Bigua, denunció que la ley fue sancionada en 48 horas, sobre tablas, sin debate político ni técnico de las áreas con competencia. Margaritini  agregó que la medida representaba “un giro abrupto respecto del compromiso adoptado por el gobierno entrerriano al firmar el PIECAS-DP”. Para él, no solo hubiera transformado las islas, lagunas y arroyos en campos de cultivo de arroz, sino que hubiera también significado un beneficio para unos pocos, cuyos perjuicios se habrían repartido entre todos los habitantes de la cuenca.   Desde cada espacio de difusión de las asociaciones en defensa del Río Paraná no se olvidan del Famatina, de los reprimidos de Tinogasta y de las asambleas que resisten a cada una de las empresas de megaminería a cielo abierto. Cada movilización incorpora “Famatina” al lado de “El Paraná no se toca”.