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«Pienso que es más real un partido que un libro»

Eduardo Sacheri es escritor y futbolero: «Si yo tuviera que elegir entre dejar de escribir o dejar el fútbol, creo que abandonaría la escritura». Acaba de publicar un nuevo libro, Papeles en el viento, donde se mezclan algunos de los espacios más turbios del fútbol con las identidades que sólo puede generar una pelota. Para contar todo lo oscuro de este medio se asesoró con gente del ambiente: «No me llamó la atención que el fútbol fuera como me lo contaban, aunque no estoy del todo seguro de querer saber toda la verdad».

Foto tomada de 17productora.blogspot.com


Eduardo Sacheri se para en el fondo de su casa en Castelar, mira el cielo primaveral que comienza a rodearlo y piensa en la cantidad de papeles que mezcla en su nuevo libro: el ser amigo, el ser hincha, el ser futbolista, el ser un crítico de algunas barbaridades que rodean a la pelota y el ser escritor.
Muchas personalidades suyas ruedan por los caminos de esta nueva novela, la primera que saca después del gigantesco éxito que logró su obra La pregunta de sus ojos, que Juan José Campanella llevó al cine como El secreto de sus ojos y que ganó el Oscar en 2010.
Tantos son esos papeles que pareciera que decide mezclarlos, ponerlos en las páginas y regalarlos a una situación que determina el nombre del libro -aunque la explicación del título no tenga nada que ver con esta interpretación-: Papeles en el viento, donde muere un integrante de un grupo de cuatro amigos hinchas de Independiente y donde los que quedan vivos se disponen a resolver un negocio inconcluso que había emprendido el que murió: vender un jugador juvenil en el que había invertido todo su dinero.
–         Decidiste hacer una novela donde se narran algunos de los espacios más turbios del fútbol, ¿cómo fue construir el relato en ese ambiente?
–         En principio, se fue construyendo en mi cabeza por etapas. No es que surgió el fútbol así de la nada. Yo tenía ganas de contar una historia de amigos, una historia de amigos teniendo que superar la muerte de uno, que tuvieran una tarea que cumplir y que esa tarea que cumplir fuera con el fútbol. Pero eso que tuvieran que hacer no tenía que ser cualquier cosa. No tenía que ser simbólica, como que hicieran a la hija de alguno hincha del club. Que sea algo más personal, que tuvieran que poner el cuerpo. Ocurre esto de que hubiera la compra de un jugador de fútbol en los que hubiera mucha guita para una persona común. De ahí en adelante, el relato se fue construyendo con una mezcla de mis suposiciones de futbolero o con cosas que vas escuchando o cosas que te vas enterando.
–         ¿No le preguntaste a nadie del ambiente?
–         Sí. El chequeo para fijarme qué tan verosímil podía ser lo que yo pensaba lo hice un con el Colorado Sava –que me dio una mano importante explicándome el funcionamiento de los pases y detallándome cosas del mundo de los representantes-, con un periodista amigo y con el psicólogo deportólogo Marcelo Roffé –que pudo ayudarme en el tema de las Inferiores-. Lo que sí me fue llamando la atención a medida que fui armando la situación es que el fútbol es un mundo tan bizarro que cualquier cosa que sucede es verosímil. Todo puede suceder, todo puede pasar.
–         Vos dijiste que arrancaste teniendo una serie de suposiciones sobre cómo podía ser. A medida que te metías en el armado de esto ibas reconociendo que todo eso que pensabas podía ser real, ¿te llamó la atención?
–         Aunque la respuesta sea patética, no. No me llamó la atención que el fútbol fuera como ahí me lo contaban. Cuando vemos una película o cuando vemos un libro, los criterios de realidad se omiten. Me parece que cuando nos enchufamos con nuestro equipo nos sucede lo mismo. A mí, cuando falta un rato para que juegue Independiente pienso en los jugadores, en el técnico, en el presidente, en la barra. Pero cuando estoy en la cancha, cuando llego con mi hijo, lo único que me importa es que den dos pases seguidos. Es como si ahí recuperara la misma ingenuidad de toda la vida. Capaz, si perdés volvés a pensar en todo lo malo que tiene esto. Para descargarte, a veces sirve recitar con toda la letanía todo lo oscuro que tiene el fútbol. Pero sólo para disminuir la hondura de la tristeza.
–         Con conocimiento de causa, ¿qué te parece más ficcional: un libro o un partido?
–         Sigo pensando que es más real un partido que un libro. A lo mejor por una cuestión de protección. En el fútbol, yo creo que tengo un límite, como le pasa a muchos hinchas. No me quiero enterar más. Yo para hacer el libro podría haber averiguado más sobre estas prácticas que tiene el fútbol, sobre jugadores que entregan partidos o réferis. Pero no quise. Me pasó eso que le sucede a los nenes. Como los chicos siempre preguntan hasta un cierto punto y después no preguntan más. Yo no quiero perder el mundo del fútbol. Aunque sea ridículo, hay un punto en que está bueno tener ese punto de ingenuidad. No estoy del todo seguro de querer saber toda la verdad. A lo mejor sufriría menos. Pero entro en el pacto ficcional y listo.
–         ¿Cómo te volviste tan hincha del fútbol?
–         El ser hincha es una especie de una esencia aprendida. Algo que vos elegís. Lo que creo que es muy poético del asunto es que vos, en algún momento, decidís volverte esto. Aún los que heredamos el sentimiento tomamos una decisión. A mí, de Independiente, me construyó mi viejo, pero murió cuando yo era chico y mi hermano me empezó a llevar a ver a River. En esos años, Independiente pierde dos campeonatos imposibles con Estudiantes, en el 81 y en el 82. Pero en algún punto de esos fracasos, hay una decisión personal que te vuelve hincha de determinado club para siempre. Ser hincha es una esencia que te das vos mismo. Te acompaña siempre.
–         ¿Por qué, a pesar de tantas barbaridades, nunca se pierde la identidad con el club?
–         Imagino que son distintas cosas. El vínculo con un club es suficientemente gratuito como para que uno lo pierda fácilmente. Tu religión, tu pareja, tu familia y tus ideas políticas pueden sufrir cimbronazos muchos más fuertes. Acá, si hay una traición, funciona la cosa de otra forma. Acá, cuando pasan las cosas, nunca es el club. Pueden ser los dirigentes, un técnico o los jugadores. El club mantiene la camiseta como algo impoluto. Como un símbolo.
–         Si tuvieras que elegir entre el fútbol y los libros¿con qué te quedarías?
–         Es un quilombo terrible. Si yo tuviera que elegir entre dejar de escribir o dejar el fútbol, creo que abandonaría la escritura. Tengo que hacer una terapia para pensar en cómo dejar el fútbol. Pero bueno, supongo en algún momento cuando el cuerpo no me de más miraré solamente y me dedicaré a escribir. Será algo por fuerza mayor.

Un viaje de ida

Llegar a Primera puede ser el sueño de casi todo pibe, pero en el camino quedan muchas vivencias propias de la juventud. Acá el Keko Villalva, Agustín Altamira y Agustín Poli cuentan cómo fue que tuvieron que elegir entre el sacrificio para seguir en el mundo del fútbol o irse de viaje de egresados a Bariloche para cerrar una etapa junto a sus amigos del secundario.
Los pibes sueñan con vestir la casaca de su club en Primera; los pibes, también, sueñan con irse de viaje de egresados. Qué difícil. Son incompatibles. Qué cagada.  Semejante estupidez. Se ven obligados a hacer sacrificios que no se exigen en otras partes, otros trabajos. Dejar de lado situaciones propias de la juventud “por amor al fútbol”,  porque “el fútbol es así”. Premisas instaladas, ideas metidas en la cabeza de cada pibe que, antes de empezar todo el proceso de Inferiores, suelen afirmar “yo ya sabía como era esto, hay que resignar cosas, son las reglas de juego, pero es mi sueño”.
Esta es la historia de tres pibes que caminaron esa vida. Tres muchachos que hablan del glorioso viaje de egresados ¿Por qué fueron? ¿Por qué dejaron de ir? Están los que fueron y los marginaron del fútbol por atreverse a vivir esa experiencia tan común como cualquier otra. También están los que compraron el discurso y no fueron, no se arrepienten y siguen para adelante porque “aman” al fútbol y se vanaglorian en sus estúpidos sacrificios. Y nunca dejarán de gritar los que fueron callados, los que quisieron ir, no los dejaron y se arrepienten. Lo piensan en perspectiva y les da bronca, se quedaron abajo del micro y no pudieron vivir el viaje de su juventud por los caprichos que presenta el sistema del fútbol y su absurda retórica de la disciplina. Algunos de ellos llegaron a primera, otros, ni siquiera a eso, sus sacrificios no alcanzaron. Acá están, estos son: Daniel Alberto “Keko” Villalba, Agustín Altamira, Esteban Poli y sus tres historias de viaje de egresados, de ese momento que va más allá de una semana de joda, de descontrol, momento en donde se cierra una etapa. Momento que, ni siquiera los que corren todos los fines de semana detrás de una pelota, merecen resignar.
El Keko Villalba, delantero de River, parece ser un pibe al que no le falta nada. Detrás de esa imagen de ganador, está la foto de un pibe de pueblo que se tuvo que ir de su lugar en el mundo, su pueblo misionero de Itatí, a los 11 años. A partir de ahí todo fue extrañar, mirar hacia delante y sufrir por lo mucho que había que dejar atrás. Al repasar esas no vivencias, el tema en cuestión salta solo: “Cuando mis amigos se fueron a Bariloche fue muy fuerte. Desde pibe uno sueña con eso y no pude hacerlo. También uno entiende que esto es un trabajo y que hay que hacer esfuerzos para conseguir los frutos. No sé porque es así, pero es así. Tenés que entrenar todos los días sin parar. Además, ¿cómo le decís al técnico ‘mirá, me quiero ir de viaje de egresados’? Imposible, te dice ‘bueno, andá y no vuelvas’. Además justo me citaron a la pretemporada a tres días del viaje de egresados. Fue imposible. Algún día me iré a Bariloche con mis amigos. Igual no va a ser lo mismo que irte de viaje con todos tus compañeros y cagarte de risa con ellos, eso no se olvida más. Cuentan que es inolvidable y no poder ir de viaje con los amigos de tu infancia es duro, pero también soy consiente de que cumplí el sueño de llegar. Es una mezcla, contento por llegar y triste por no cerrar esa etapa de mi vida”. El Keko se muestra reflexivo y fresco. Para la pelota y sigue: “Es la regla del juego, es muy exigente. Cuando quiero jugar un picado con mis amigos en las vacaciones, después de 5 minutos no doy más. Imaginate que si me voy a Bariloche… cuando vuelvo no  juego nunca más”.
De a poco, con cierta timidez, empiezan a aflorar las otras historias perdidas, las que no se van a poder contar: “Perdí mucha infancia de mi pueblo, me vine a los 11 años. Cada vez que vuelvo allá está todo diferente. Se extrañan los amigos, te mandan mensajes cuando se juntan diciendo “Enano, faltás vos” y vos estás solo en tu departamento. Por eso, cuando era más chico, a los 13 años, me quise volver, pero con sacrificio me quedé y lo logré. Se extraña a la familia, los asados, pasar tiempo con mis abuelos. Trato de pasar el mayor rato con ellos cuando estoy allá y cuando te toca volver… es una espina en el pecho. No querés, pero se vuelve”. El Keko se abre, se saca el cassette, es un pibe espontáneo, que sobre el final se pone risueño y proyecta: “No sé quién me devuelve ese viaje de egresados que perdí, pero ojo eh, yo todavía no terminé el colegio. Guarda. En una de esas cuando terminé el secundario me voy. Va a estar complicado que Matías (Almeyda) me deje, jaja. Vamos a ver cómo arreglamos. Pero cuando termine los estudios voy a tener la revancha, algo vamos a armar”.
Caminando las calles de Caballito, yendo hasta el Bajo Flores para entrenar, entra en juego la vida de Agustín “Fatiga” Altamira, profe de educación física, entrenador de fútbol, ex futbolista de Riestra. Jugó a penas un par de partidos en la Primera de aquel club y cuenta su historia: “Arranqué en el año 2002 en Riestra. Hice las Inferiores y la secundaria a la par. A la mañana al colegio, a la tarde a entrenar. Estuve siempre allí, hasta llegar a 5to año. Con el tema del estudio nunca me molestaron. En mi cabeza tenía la meta de ser jugador profesional pero en un club con la realidad de Riestra era más difícil, así que nunca descuide el estudio. Pero el sueño no se caía, yo iba haciendo el típico camino de Inferiores, la ilusión quedó intacta hasta el final”. Fatiga, desde el temprano retiro, analiza el comienzo de ese final, las dudas que le generaban esos sacrificios  por querer seguir una simple ilusión: “Tuve que reprimirme varias veces, sacrificar salidas. Otras salís igual y vas a jugar como podés… El DT sabía que todos salíamos, éramos pibes jóvenes. Pero tenés que ser vivo, si llegas roto al partido no da, se dan cuenta. Pero si te cuidas o salís con un día de anticipación, podés. Esos fueron detalles. Pero a la hora del viaje de egresados no lo pensé un segundo: quería ir. Y fui. El club estaba en un momento de crisis enorme, los técnicos me recomendaban no ir. Ellos siempre tocaban el tema y decían quera era mejor que no vaya. Decían que si uno quería progresar y llegar a Primera no se tenían que hacer esas vacaciones, porque íbamos a perder mucho ritmo. No le di mucha bola, lo pensé un rato, pero no lo dudé. Me fui con mis amigos de toda la vida a Bariloche. Al DT no le gusto mucho. Cuando se lo dije me miró mal y me dijo: ‘vos sabés lo que hacés’. Nunca te censuran directamente, es más una censura interna la que buscan, intentan instalarlo en uno mismo”.
El tipo es vivo, se da cuenta que el mensaje va por debajo de la mesa, no te lo dicen en la cara. Con el manual de la disciplina facilista te baten el bocho desde que sos un nene, crecés con eso, metido bien adentro. “Cuando volví todo seguía igual. Físicamente no había perdido nada en relación a mis compañeros. Pero me sacaron, fue una manera de decirme ‘esto es profesional, nene’. De Primera me bajaron a Reserva”. La historia sigue y le da la razón a los valientes: “Al poco tiempo volví a subir. Después dejé, el club se vino abajo. Yo seguí con mis estudios. Ahí se destruyo el sueño, ver a un club tan mal me sacó toda la ilusión y esperanza de llegar. Ante la debacle dije basta. Había otras prioridades.” Fatiga, como le dicen sus amigos de barrio, por su caminar cansino, también va un poco más allá de la pelota: “Hay que hacer esos sacrificios por la presión que impone el fútbol, sobre todo en los más jóvenes. Son las reglas de la sociedad, si no hacés las cosas como ellos quieren no llegás. Es el discurso que te dan constantemente, si querés ser jugador tenés que romperte el orto. Sino, nada. Te hacen sentir que uno debe dejar todo para llegar a ese sueño. Pero para llegar hay cosas que no se negocian, como el viaje de egresados. Es el cierre de toda la secundaria, es mucho más que un viaje de joda. Es la finalización de una etapa, después de eso cada uno sigue su rumbo. Es muy importante. Pero, ¿cómo le explicas eso a un técnico? Tienen la mentalidad de que tu vida es por y para el fútbol.  El tipo va a pensar que te vas de fiesta, que en parte es así, pero es mucho más que eso”. De repente frena, mete una pausa y se ubica con mucho sentido común en la cancha, trazando prioridades que tampoco se negocian: “Esos sacrificios son más morales, simbólicos. Hay cosas más duras. De pibes que no tienen para pagarse el bondi y le meten igual. Vienen desde cualquier lado a entrenar. Esos son sacrificios mucho más grandes, son materiales, soy conciente de eso”. Para Fatiga la jugada terminó ahí, en las cuestiones que no se negocian: “Va mucho más allá que un viaje de egresados. El fútbol termina siendo un neumático de un auto, a más presión más sentís el dolor y más cerca estás de reventar”.
Por último está la historia de Esteban Poli, de Tandil, un pibe que todavía no alcanzó su sueño, pero todavía lucha con todo para verse en el arco de Chaca. Desde la Ventana, desde los vientos serranos, nos cuenta: “Hice la secundaria en tres colegios diferentes, sin poder consolidar un grupo de amigos.  En ese contexto el último año lo hice en Tandil. Ahí fue el viaje de egresados. No fui. Fue por una cuestión personal-futbolística. Estaba en esa etapa de encontrar nuevo club, quería una chance en un equipo de Buenos Aires. En octubre salió la chance de ir a Chacarita lo que me imposibilitaba ir al viaje que era en enero, plena pretemporada. Me hubiese encantado haberlo hecho, pero no pude. Me autocensuré”. La barrera propia, el “no” que nace de uno, es moneda corriente: “Podés salir pero vos sabes estás en Primera, no podés estar boludeando, se juega por plata. Si tenés que atajar y te fuiste de joda… estás jugando con guita de gente que está viendo de afuera. Una vez, fui a descolgar a un centro y se me sobró la pelota, me pasé, y desde la tribuna escuché “¡Pibé! Que hacés, no jugués con nuestra plata, acá no se boludea”. Eso me quedó en la cabeza para siempre. Hay que hacer ciertos sacrificios. Tenés que rendir, es así. Tampoco podés pasar la noche con una chica y bajarte  tres Fernet… A ver, poder, podés, pero después estás hecho un fantasma en el partido y te borran. Nadie te dice nada directamente, pero si llegás a la mañana amanecido y  no jugás bien… limpieza total”.
A la hora de comparar su sueño con el de los demás, la teoría cruje, la disciplina también: “Es una profesión más pero tiene sus particularidades. Mis amigos laburan y estudian y pueden salir. Pero, en el fútbol no podés levantar las piernas. Son las reglas de juego. Por un lado te saca, por otro lado te da.  El fútbol me quitó anécdotas y experiencias con amigos y también me regaló otras”. Los ojos se nublan, la voz se pierde y el dolor aflora: “Para mi la secundaria fue muy difícil. No me hizo bien hacerla un poco allá, otro poco acá. Se me hizo muy duro hacer buenas amistades, son muy pocas las que me quedaron. Eso me duele mucho, es algo que tuve que pagar por haber querido ser futbolista, hasta el día de hoy lo sufro. Me parece muy injusto”. El tema vuelve a surgir, no se puede callar: “Me hubiese encantado ir al viaje. Ahora estoy trabado en la Cuarta de Chacarita y miro para atrás, todos los sacrificios que hice, y me digo ‘qué pelotudo’. Pero bueno, son las reglas de juego, hay que seguir. Las cosas se fueron dando así. Lo más jodido fue lo de las amistades, no podía hacer amigos, era insoportable, y también lo del viaje a Bariloche, que no me lo va a devolver nadie. Miro las fotos de mis amigos en el Cerro Catedral y me dan unas ganas terribles de ir. No me arrepiento porque siento que fue por una causa justa, pero me quedan un deseo tremendo. Todavía no pude cerrar esa etapa de mi vida, todavía me duele.” Sobre el final, Poli, corta todos los centros y despeja el concepto: “Partís de la base de que si querés ser futbolista y llegar a primera debes resignar muchas cosas, que después sea injusto… puede ser cierto. También está la opción de largar todo y hacer lo que querés. Uno elige. Existe la posibilidad de llegar y la de no. Si no llego me voy satisfecho, fue un esfuerzo que me formó como persona. Me voy feliz de haberme roto el orto, de haber hecho todo lo posible”.

Así es el sistema vicioso, obsesivo y posesivo del fútbol juvenil. Aquel que trunca los viajes   y, muchas veces,  los sueños que, en definitiva, son sinónimos.

De barbas y conquistas mundiales

Por Gonzalo Ruiz.
El mundo había dejado de girar por unas horas. No nos importaba nada de lo que pudiese pasar afuera de esas cuatro paredes. El Bardo estaba muy serio, muy concentrado, sólo tomaba su ferné y miraba el mapa. Yo estaba por realizar mi jugada clave para lanzarme camino a la victoria. El Chope analizaba cómo iba a defenderse de mi furibundo ataque. Nada más nos importaba. Sólo queríamos conquistar el mundo. Señalé de qué país a qué país atacaría. El Chope cerró los ojos y me dijo que después de tirar los dados me reventaría la botella en la cabeza. Tiré los dados y experimenté esa sensación de poder mezclada con azar que sólo el TEG te puede regalar. Saqué dos unos y un dos. El Chope casi se muere de risa. El Bardo, ajeno al trascendental momento, parecía estar en otra guerra, en otra dimensión.
– ¡Nunca me vas a sacar Kamtchacka! –me gritó el Chope en la cara.
– Te lo voy a sacar a la fuerza, con un golpe de Estado, como sea –le respondí, todavía abatido por semejante derrota.
– ¡Kamtchacka siempre es la clave, siempre! –volvió a gritar el Chope.
– Odio Kamtchacka…
– ¡Amo Kamtchacka!
– La clave es tener jugadores barbudos –dijo el Bardo.
– ¿Qué?
– Me acabo de dar cuenta de que la clave para ganar un Mundial es tener jugadores barburdos, eso. Ataco de Argentina a Chile. Dale, agarrá los dados.
– Pará, Bardo, ¿estás drogado? No entiendo. ¿De Argentina a Chile? Tengo una fortaleza en Chile.
– No importa, dale.
– Como quieras.
El Bardo me atacó con sólo dos fichas y me terminó sacando ocho. Yo no paré de sacar uno y dos. Perdía otro país clave. Mis sueños de dominación mundial se derretían como los hielos que enfriaban mi ferné. El Bardo siguió su ataque, pero ahora en Europa.
– Chope, de Alemania a Austria, dale. Piensen lo de los barbudos, es así.
– No entiendo nada de los barbudos, atacá y dejá de joder –respondió el Chope.
– Hagan memoria –el Bardo nos miró firme a los ojos y dejó los dados en la mesa–. En el Mundial del 78 teníamos a Villa y en el 86 y el 90 al Checho Batista, dos barbudos bien barbudos. Desde que no tuvimos más barbudos en la selección, no jugamos más una final de un Mundial. ¿Nunca lo pensaron?
El Bardo debe ser una de las pocas personas que conozco que puede jugar al TEG y pensar en otra cosa a la vez.
– ¿Villa? No me acuerdo de ese –tiró el Chope.
– Villa, el barbudo, que estuvo mucho tiempo en Inglaterra.
– ¿Julián Villa?
– No, no, Julio Ricardo.
– Ah, parecido.
– Sí, igualito. Bueno… El tema es que los barbudos son algo así como una cábala. ¡Cómo puede ser que cuando fuimos campeones del mundo tuvimos barbudos en el equipo!
– Bardo, qué mierda estás diciendo, dejá de joder y atacá, dale.
– En serio, los jugadores tienen que volver a ser barbudos, basta de modelitos como Cristiano Ronaldo. Un equipo tiene que tener barbas, bigotes, tipos despeinados, rudos.
– Ahhh, rudos… Qué putazo te salió eso.
– El único jugador barbudo de hoy creo que es el Pipa Villar, ese que juega en el Tomba –aporté.
– Sí, ya no hay jugadores barbudos. El Coco Basile dijo que necesita tener defensores barbudos, que los que tenía son muy lindos, que así no asustan a nadie.
– Claro, te acordás de Boca en los ochenta. Qué equipo barbudo…
– ¿Qué les pasa a los dos? Dejen de joder, jueguen.
El Chope perdía la paciencia y el Bardo y yo nos enganchábamos cada vez más en semejante charla futbolera.
– Boca en los ochenta –empecé, tratando de hacer memoria–. Hrabina, Richard Tavares, Bicicleta Saturno, Pimpinela Tessone, todos barbudos.
– ¡Pimpinela! ¡Bicicleta!
– Qué apodos… Ya no hay apodos tan graciosos…
– Anotá, anotá –el Bardo recibió el guante y lo quiso devolver al toque–. Fren, el que dirigió con Diego Mandiyú y Racing, Centurión, Grimoldi y el gran Gitano Carlovich. Sacala.
– Qué grande el Gitano.
– Grandísimo.
– Mi viejo dice que nunca vio a nadie más tiracaños que el Gitano.
– Mi tío cuenta que el Gitano dormía en el piso, sin colchón, porque era gitano, en serio.
– George Best, el inglés. Ese usó barba un buen tiempo –largué. Mi hallazgo fue notorio, el Bardo quedó abatido.
– Terrible, el quinto Beatle le decían.
– Tremendo, Best. Alexis Lalas, el yanqui… El búlgaro Ivanov, tomá, ¡Golazo! –El Bardo acababa de sacar de la galera dos jugadores imposibles. Era el ganador.
– Best, una vez dijo algo así como “en la vida gasté mucha guita en minas y en joda, el resto lo malgasté”.
– Brillante.
– Un genio.
– Y…, fue barbudo, qué querés.
– Claro.
– Uh, se hacen los memoriosos y se olvidaron de los más barbudos –desafío el Chope– Escuchen –cerró los ojos, se hizo el concentrado–. Juan Barbas, Barberón, Barbisan, Barbera, Bartichoto…
– Boludo.
– No, no, choto, choto. Bueno, dejen de joder, y dale, atacá Austria.
– Ojalá Mascherano se deje la barba, ojalá… –pidió en voz alta el Bardo y tiró los dados. Sacó un par de dos y un uno. El Chope le ganó Alemania.
– El barbudo de por sí tiene mística. ¿Vos no ves a un jugador barbudo y sabés que es un rebelde, un distinto? –preguntó el Bardo.
– No.
– Y… –traté de buscar una respuesta alentadora– El jugador barbudo, primero que nada, impone cierto respeto, cierto grado de hombría que jamás tendrá un carrilero con barbita candado, ponele, o con piernas depiladas o si se pone gel en el pelo…
– Cómo se depilan los jugadores, qué asco…
– Metrosexuales.
– Todos putos.
– El barbudo desprolijo tiene algo de revolucionario, algo de que en cualquier momento hace algo que nadie espera.
– Algo tipo Che Guevara.
– Claro, no tranza con el sistema, no es botón del técnico, demagogo de los hinchas. Es un tipo de principios.
– Sí, algo de eso debe haber…
– El Che era re demagogo.
– Qué sabrás vos del Che.
– Che mucho.
– Boludo.
Mientras tratábamos de entender por qué es tan necesario que los barbudos vuelvan al fútbol, sobre todo a la selección, el Chope empezó a reacomodar su ejército, cambió tarjetas por fichas, nos atacó dos países sin importancia y sin previo aviso nos dijo:
– ¡Acabo de ganar, giles!
– ¿Qué?
– ¿Cómo?
– Sí, miren, tengo todo Sudamérica, cinco países de Europa, tres de Asia y dos de África. ¡A comerla!
Con el Bardo no lo podíamos entender. Tanto nos preocupamos por atacarnos entre nosotros que, en un par de jugadas, el Chope conquistó el mundo y se ganó el ferné de litro que estaba en juego.
– Culpa de los barbudos –se lamentó el Bardo.
– Por lo menos yo tengo Cuba –tiré como consuelo.
– Sí, sí, sigan boludeando así en vez de conquistar el mundo –nos dijo en la cara el Chope–. Ahora pongan las barbas en remojo.
Ese chiste fue pésimo. Después se fue hacia la heladera a buscar comida, mientras festejaba y se proclamaba el dueño del mundo.
– No importa, Goni, en la próxima lo matamos.
– Bardo, la clave es ganar Kamtchacka.
– Y que Mascherano se deje la barba.
– Dios quiera.
– Y… Por algo le dicen el Barba.
Gonzalo Ruiz es un amigo de la casa y además es periodista, ricotero, mendocino y barbudo. Laburó en el diario Uno, en el diario El Sol, y ahora escribe en el diario online Mdz y en un diario de repartición gratuita que se llama Vox Populi. Cuando le queda tiempo libre, se dedica a escribir ese tipo de cuentos en los que, por lo general, gana partidos que nunca ganó y las sube en su blog http://elbondideportivo.blogspot.com/.

«Ya no tengo miedo de decir Argentina»

Director de cinco obras de teatro que se exponen a la vez y guionista de éxitos televisivos como Para vestir santos y Fiscales, Javier Daulte parece mostrarse imparable. Recibe a NosDigital y no se ahorra ninguna opinión sobre lo que se le pregunte. Por eso, habla del teatro en la avenida Corrientes, del europeo, del latinoamericano. Cuenta cómo llegó a poner en el escenario el fanatismo por el deporte. Y da su visión sobre la exposición de ideologías delante del telón.
Lunes, cuatro de la tarde. En la casa que Javier Daulte tiene en el barrio del Abasto hay mucho adornito difícil de limpiar y mucho cuadrito lindo. En el patio delantero, un aplique de yeso en forma de león con la boca agujereada (que en otros tiempos sirvió para desagotar el agua del techo) mira desde arriba a una mesa de ping pong que espera que alguien le de bola.
–         ¿Jugás?
–         No, es de mi hijo.
Adentro, sobre un piso con estrellas talladas, el director de “Lluvia Constante”, “Filosofía de Vida”, “Baraka”, “Espejos Circulares”, y también autor de “4D Óptico” y “Proyecto Vestuarios” (en donde dos equipos de Almagro juegan una final de lacrosse en Hungría), habla de su relación de voyeur con el mundo del deporte, de su experiencia en el exterior y de los fines de la televisión y el arte.
¿Hiciste alguna investigación para “Vestuarios” o contabas con algún conocimiento previo del ámbito deportivo?
Busqué un deporte que la gente no conociera para tomarme las licencias que yo quisiera. De hecho en el lacrosse son como 15 jugadores, pero eso nadie lo sabe. No soy para nada fan del deporte, tomo una distancia frente a esa cosa del fanatismo. Me parece un fenómeno interesante de observar, nunca me sentí parte. Sí hice deporte de chico. Iba a un club de rugby en Olivos y tengo recuerdos de haber visto a las divisiones en los vestuarios, una cosa entre festiva y violenta, muy loca. Yo era una especie de mosquito que se había colado y podía mirar por el ojo de la cerradura, ni existía para los otros porque era un nenito. Esa misma sensación es la que quise trasladar al espectáculo, estar ahí como espiando eso tan privado.
Ámbito Financiero publicó una nota en la que dice que la obra refleja los lugares oscuros de la idiosincrasia argentina porque muestra el robo o la xenofobia. ¿Es algo que te propusiste mostrar?
No, pero sabía que podía dar que hablar. Gente de otros países me ha dicho: cambiale el nombre del país y es lo mismo, pasa en todos lados. El nacionalismo no es algo argentino. El nazismo es producto de eso, exacerbar una identidad aria. En “Vestuario de Mujeres” las chicas dicen “miren todo lo que nos robamos”. Es un comportamiento que reconozco como habitual. Lo he visto, pero no lo he hecho. Sí es la primera vez que no tengo miedo de decir Argentina con nombre y apellido. En mis obras nunca hablo del ser nacional.
¿Por qué?
Quizás por la tradición que me antecede. Yo empiezo a escribir pocos años después de Teatro Abierto. Y luego empecé a trabajar mucho en Europa, entonces de algún modo lo local se me neutraliza. No voy a hacer obras que estreno en España hablando de una nacionalidad argentina, entonces creo historias donde la locación no es imprescindible.  Creo que, con el paso de los años, ahora no me genera problema decir: éstos son argentinos.
Vos dijiste que forzar la ideología en el teatro era mera publicidad.
Puede haber un teatro que trate de manipular el pensamiento. Si yo tengo una idea y uso el teatro para traducirla a un lenguaje artístico que le llegue a una comunidad llamada espectadores, eso es propaganda. Te puede gustar mucho lo que yo pienso pero no deja de ser propaganda.
¿Y el ciclo de Teatro por la Identidad?
Estoy en desacuerdo y nunca participé. Sí estoy muy de acuerdo con Televisión por la Identidad porque que la tv tiene un fin didáctico, tiene injerencia en la opinión pública. Para mí fue muy importante lo que se generó en Para Vestir Santos con el tema de la homosexualidad del personaje de Celeste Cid y Hugo Arana. Con el tema de la ley, me llamaban cada media hora para que yo diera opinión. Si ayudó en algo el programa, bárbaro. Hay que tener consciencia de la que televisión es eso.
¿Y creés que el teatro no?
El teatro es un arte, la televisión no. Y el fin del arte no es didáctico.
¿Cuál es el fin del arte?
Ninguno, es absolutamente inútil.
¿Para qué hacer teatro entonces?
Porque no se puede evitar. No se elige.
¿Sentís que influiste de alguna manera en las producciones de la generación sub-30 actual o ellos retoman cosas de la tradición anterior a la tuya?
Mi generación habilitó dos cosas que ahora están muy vigentes. Una es poder crear obras despreocupadas por la urgencia de los grandes problemas de la realidad, dedicadas a indagar el lenguaje teatral en sí mismo y nada más. Y por otra parte, el trabajo con los pares. Antes, si vos eras actor te tenía que dirigir alguien consagrado. Lo mismo si eras autor, necesitabas una obra consagrada o grandes actores. Nosotros creamos una de especie de horizontalidad. Ignorar a los padres y trabajar con los pares. Cuando nosotros empezamos, eso era chino. Era “esto no se hace”. Y en España todavía no lo pueden hacer. En el Teatro Nacional de Cataluña había un proyecto que tomaba seis dramaturgos nuevos, los hacían escribir obras y luego las dirigían y actuaban los grandes. A mí me decían “¿Qué te parece?”. Y yo decía “Horrible, tienen que llamar a los dramaturgos y que ellos las dirijan”. Se negaban, pero a partir del año pasado es así. Lo que tiene Europa de bueno es que los aportes se toman.
¿Por qué creés que los productores que tienen la posibilidad de financiar obras en la calle Corrientes optan por obras de autores extranjeros?
Por lo menos, Pablo Kompel, Lino Patalano o Carlos Rottemberg, que son todos productores con los que yo me llevo muy bien, realmente no tienen prejuicios. En carpeta tenemos obras mías que sin duda estaría bueno hacer en algún momento. La gran movida de la dramaturgia que se llamó “nueva”, que ya no es más nueva, está en evolución. Pero tiene que haber toda una decisión y un aprendizaje que yo lo hice mucho en Europa. “¿Estás ahí?” y “Nunca estuviste tan adorable” se estrenaron en circuitos oficiales porque yo creí que no tenían cabida en el teatro comercial. Después las hicimos en calle Corrientes y nos fue muy bien y, de hecho, cuando las hago en España las presento directamente en un teatro comercial. Cuando hice “¿Estás ahí?” en el Cervantes, me acuerdo que me llamó Julio Baccaro, que en ese momento era el director del teatro, y me dijo: “Vos sos un tonto porque tendrías que haber hecho esta obra en Corrientes”. Pero yo no lo sabía.
¿Qué tiene que tener una obra para que entre al circuito comercial?
Tiene que poder ofertarse para el gran público. No es lo mismo lo que uno espera cuando saca una entrada para ver algo en Corrientes. Así como “Baraka” nunca la hubiese hecho en el teatro alternativo porque no tiene ningún sentido, hay otras que no deben hacerse en el teatro comercial porque no es el marco más adecuado.
¿Pero por qué “Baraka” no en el off y “Vestuarios” no en Corrientes?
“Vestuarios” lo concebí como un experimento. Cuando yo voy al teatro alternativo, busco determinado riesgo. Si voy al teatro alternativo y veo algo que pudiera estar en la calle Corrientes digo: ¿por qué está aquí? Me pasó cuando vi “Filosofía de Vida” en México. Me respondieron que allí no funcionaría nunca en el circuito comercial. Y en Buenos Aires está ocurriendo. Pero uno va aprendiendo con los años. A veces me equivoco. Lo de “Baraka” tiene que ver con un acontecimiento entre el público y esos actores, y “Espejos Circulares” es la primera vez en el mundo que se monta comercialmente.
¿Cómo llegás a ver la obra de Juan Villoro en México?
Yo fui a montar “Un dios salvaje” con actores de allá y me invitan al teatro. Yo venía buscando material para trabajar con Alfredo (Alcón). Me gustó mucho la obra y me pareció un personaje ideal para él, me parecía bueno que hiciese un texto contemporáneo, que nadie conociera. Y que sea un autor latinoamericano me parecía un valor también.
¿Sentís que hay una especie de dramaturgia específica que tiñe toda la obra de Estados Unidos por un lado, Europa por otro y Latinoamérica?
Todo se debe a diferentes tradiciones. Creo que estamos mucho más cerca del teatro norteamericano que del francés porque somos países culturalmente mucho más hermanos, pero no por la invasión cultural o porque estemos llenos de Mc Donalds, sino porque somos países jóvenes que no tenemos el peso de los grandes clásicos que inventaron los grandes mitos occidentales. No tenemos ningún Goethe, ningún Shakespeare, ningún Cervantes, y eso es buenísimo. Podemos leer en la obra norteamericana algo que nos resulte muy cercano, pero no porque vivamos igual que en Chicago o Nueva York o porque hemos visto muchas películas, sino porque hay una soltura en la escritura que el teatro francés muchas veces no tiene. También pasa con España. Ellos son la cuna de la lengua castellana. Nosotros, al igual que los yankees, tenemos mucha consciencia de que hablamos una sub-lengua. No somos el patrón de la lengua castellana. Y ellos no son los patrones de la lengua inglesa.
Muchas veces se rechaza el teatro norteamericano, pero creo que es un prejuicio político más que otra cosa. Si la obra está buena, ¿por qué no hacerla? Hay que ampliar y desempolvar ese prejuicio que es como un dejo setentista que ya está, basta. De hecho, ellos están peor que nosotros ahora. El tema sería que no empecemos a hacer obras de los chinos que son los que van a dominar el mundo, si es por dominancia e imperialismo.
Hablando de chinos, ¿hay algún autor oriental que se monte acá?
Hay un gran autor que se monta cada tanto, buenísimo, que es (Yukio) Mishima. Pero en general los autores orientales que tienen aceptación en occidente son personas que han sido muy occidentalizadas. Los orientales orientales son inaccesibles por la idiosincrasia. Eso sí nos queda lejos. Sólo vemos exotismo. Es como los japoneses mirando tango, sólo ven exotismo.
¿Allá hay movida teatral?
Allá hay muchísima movida teatral. Viajé dos veces a Japón, pero ir allá es lo mejor que podés hacer para no saber nada de Japón. Si querés aprender de ellos, tomá un curso. Tienen la habilidad de copiar. Vas al museo de arte contemporáneo y ves imitaciones de cosas que se hacen en occidente.
¿Y en Venezuela, donde llevaste “¿Estás ahí?”?
Venezuela tuvo un momento muy bueno que fue toda la época de Carlos Giménez, un argentino que creó el grupo “Rajatabla” y le dio un empujón y un aire fresco al teatro venezolano. Ahora desapareció el Festival Internacional, eso es gravísimo, era un festival muy importante y de muchísima tradición y ya no se hace más, es un gran retroceso.
¿Por qué no se hace más?
Preguntale a Chávez. Gente talentosa y ávida hay en todas partes, con inquietudes idénticas, pero todavía no está la fuerza de toda una comunidad teatral, porque puede haber grandes creadores pero si no hay un gran público que los acompañe…
En alguna oportunidad dijiste que los monólogos no te gustaban mucho porque descansaban sobre convenciones no renovadas. ¿Cómo hiciste en “Lluvia Constante”, en donde los dos actores le hablan al público, para superar eso?
Me parece que hay más peligro cuando una obra te gusta mucho que cuando tiene elementos que son complicados porque trabajás desde la admiración. A mí “Lluvia…” me gustó mucho pero al mismo tiempo dije: ¿y esto cómo se come? Pero conté con dos actores fantásticos y con gran complicidad de la producción que le dio cabida a una idea mía que parecía muy delirante, el auto en el escenario. Eso me permitió desarrollar un juego escénico que fue muy divertido hacer.
¿Cómo elegís a tus actores?
En el teatro comercial es una decisión compartida con la producción. El público muchas veces va a ver las obras por los actores, por supuesto que con eso no alcanza. Para mí está bueno tomar decisiones en equipo. Me gusta trabajar con gente con la que no trabajé nunca y también me gusta repetir. Un elenco es una estrategia, no comercial, sino que es una combinación. No lo podés pensar individualmente: éste con éste y éste con éste. Es como una orquesta, no se puede elegir todos violinistas.
¿Qué condicionamientos hay en los distintos circuitos?
Una vez alguien dijo que le parecía una tontería crear elementos para atraer al público. Y yo dije: ¿pero en qué mundo vive? Por supuesto que hay que atraerlo. El público no va como borrego a ver las obras sin elegir. Uno siempre quiere que venga gente. Por supuesto que si alguien me dice: “Che, ¿por qué no mostramos unos culos para que venga más gente?”, yo creo que me lo quedaría mirando como diciendo ¿para qué me llamaste a mí? Uno está atento a la imagen del espectáculo. En “Proyecto Vestuarios”, por ejemplo, hay una decisión de que no aparezca en la prensa ninguna foto de los desnudos. Podría ser otra. Me parece fundamental no confundir, no porque sea un horror un desnudo, sino para que la gente no se confunda y se crea que va a ver un show de desnudos. En un momento la gente se saca la ropa, pero eso es lo de menos.
“Yo tengo una peluquería. Y no es bueno tener una peluquería y tener talento para el lacrosse. Porque si es así, quiere decir que estoy equivocada. Y ya es tarde para cambiar las cosas”, así dice Adriana, uno de los personajes de “Vestuario de Mujeres”. Con un pasado en colegio industrial y con una licenciatura en psicología, quien seguro no se equivocó en abandonar todo eso fue Javier Daulte. Llora Freud, ríe el público. Y aplaude.

“No entiendo al país sin la participación popular”

Los roles populares en la historia, los movimientos subalternos tanto tiempo desdeñados por la historia oficial y el concepto de Revolución articulado a nuestra Independencia y al 2001. Para eso, entrevistamos a Gabriel Di Meglio, Doctor en Historia de la UBA, investigador del CONICET y miembro del Consejo Editorial de la revista «Nuevo Topo».
Tal vez uno de los últimos grandes sucesos nacionales, ha sido diciembre del 2001, en el que hubo una gran impronta popular. Sin embargo, muchas veces se la asocia menos como un levantamiento y más con un complot de los grupos de poder. ¿Cómo cree que debe ser vista?
Yo considero que fue un fenómeno de acción social, de las clases bajas y medias, que obviamente hubo líderes que los usaron en su favor. Pero la clave era el desastre del modelo económico, que ya no iba para ningún lado. Hubo una reacción social. Pero como tal, nunca fue unívoca, porque uno tiende a querer encontrar respuestas absolutas a las cosas. Yo me acuerdo la noche del 19 de diciembre, que salí a cacerolear, y en mi barrio no había consignas. Porque había una indignación total contra el estado de sitio, contra la situación de desastre absoluto, entonces fue una cosa que varias estrellas se pusieron en línea, y la gente estalló y salió. Pero uno no tiene que analizarlo por los resultados, fue un estallido social, con momentos de situación revolucionarias, momentos donde por unas horas, todo era posible. Eso pasó el 20 de diciembre, y varias semanas, donde había situaciones de deslegitimidad muy grande. Pero lo que surgió fue el vapuleado sistema democrático: hubo una sucesión constitucional, y no hubo un cambio tan grande. Pero que Argentina se haya corrido de esa religión que es el sistema neoliberal fue gracias al 2001. Y hoy correrse de la primacía del neoliberalismo, es un paso muy grande, que no hubiera sido por la movilización popular. El sistema no se derrumbó, lo derrumbaron. Así, fue un estallido social y dejó una marca, por más que no haya habido cambios tan profundos.
¿Qué le motivó personalmente a enfocar sus investigaciones y producciones a lo que podríamos llamar la “historia desde abajo”?
A veces cuando uno elige un tema de investigación no te das cuenta de por qué, empezás a sentir cierto interés en el tema. Hoy en día te podría decir que siempre me interesó la impronta popular en la Argentina, por momentos decisiva, por momentos trágica, pero siempre presente. En particular el peronismo. Justamente el primer laburo que hice en mi vida fue sobre el peronismo. Después, cuando empecé a estudiar me di cuenta que una parte del bajo pueblo en Buenos Aires, que me parecía muy interesante, pero no estaban plasmados en los textos. En verdad vino por ahí. Después empecé a tensar la cuerda, hasta convertirme hoy en un historiador de lo popular; que no es único que me interesa, pero si lo que más me interesa.
¿Cuán desarrollada está la historia subalterna en el país?
Creo que es un campo muy iniciático al que le falta muchísimo desarrollo. Porque vos pensá, siempre hubo una historia del movimiento obrero, pero ligada a la historia de las gestas: el Cordobazo, la Semana Trágica. Entonces, estos son los momentos de mucha atracción y donde hubo mucha investigación. No desde abajo, si de lo de abajo. Desde abajo significa ponerse en el lugar de los protagonistas de las clases populares: qué pensaban, qué querían, etc. que es algo más complicado.
Pero salvo esa historia del movimiento obrero, no se estudia a las masas. Esto cambia con la renovación historiográfica después de la dictadura, de a poco, tampoco fue lo que más atrajo, salvo algunos períodos, hubo cosas. Pero no, diría yo, desde una perspectiva desde abajo, sino también, de los de abajo. Con el tiempo, con la influencia de ciertas escuelas como la de los anales franceses, el marxismo británico, la microhistoria italiana, los estudios subalternos de la India; hubo toda una llegada a la Argentina que influyó muchísimo. Y ahí creo que hubo cierto intento de hacerlo, pero no creo que haya un campo sistemático, aunque se está desarrollando.
¿Por qué todavía en la enseñanza media, las masas siguen siendo invisibilizadas, no estudiadas como un grupo participante de los grandes cambios nacionales?
Creo que hay un problema que tiene que ver con unas concepciones implícitas, aunque abiertamente se diga que no, que son los grandes hombres los que hicieron la historia. El eje sigue estando en las decisiones de los pocos, antes que en la participación de los muchos. Me parece que eso juega. Y cuando aparecen las masas, se las ve así, como masas, una masa indiferenciada. Sin rostro. Hasta cierto punto es inevitable porque es más difícil de estudiar a los de abajo. Aunque creo que está cambiando, que no es como a mí lo enseñaban.
¿Qué rol se debe dar a las clases populares en la construcción del país en la mitad del siglo XIX, en grandes hitos como la Revolución de Mayo, la época rosista, la incorporación de Buenos Aires en la Constitución nacional; etc.?
Mirá, creo que es fundamental. No me convence hacer historia popular para completar la historia de arriba. En sí mismo, no todo tema tiene que ser estudiado. Pero creo que en la Argentina en particular, hay muchos temas que no los podés entender sin ver la participación de lo popular. Te diría que toda la primera mitad del siglo XIX en Latinoamérica, los procesos de independencia, la construcción de Estados nacionales, los esclavos, indígenas, campesinos, pardos; etc. dejaron una impronta muy importante.  Yo creo que lo que le vuelve un poco a la historiografía es que en el siglo XIX los reclamos sociales aparecen de otra manera. Claramente el federalismo, tiene una impronta popular muy fuerte; de oponerse a cierta jerarquía social, por más que sus líderes eran miembros de la elite, está presente un discurso anti-aristócrata, antieuropeo, anti-urbano. Pero bueno, no fueron los de la elite los únicos que definieron las políticas ni derroteros en los cambios y las políticas del momento.

San Cristóbal vive

Intervinieron todo el barrio. Buscaron, incluso, cambiar la historia que tan sólo los recordaba por ser la comuna donde Walter Olmos se había pegado un balazo. Y lo lograron. Desde el Teatro El Mandril decidieron salir a pintar las casas de los vecinos compartiendo los gastos y llenando San Cristóbal de colores. Una pinturita quedó este proceso donde los vecinos se juntan a compartir la vida.
-Estamos buscando un barrio a donde mudarnos porque San Cristóbal está feo, en la puerta de casa está parando una banda.
-Yo lo veo más lindo que nunca. Tenemos el subte… Es verdad que sólo hace Corrientes-Caseros, y que en cuatro años construyeron UNA estación, pero no perdió la esencia de barrio y hasta cada vez veo más gente sentada en la puerta de la casa y pibes jugando.
-Bueno, acá doblo. Nos estamos viendo. Y a mí no me gusta.
Caminó una cuadra por la misma cuadra oscura y aburrida de siempre. Miró a un lado, una pareja pajera. Miró al otro, el borracho pesado de siempre, pero “se ve que tomó tanto que se confundió de calle”. Solía apoyarse contra el olmo de la cuadra siguiente, no sin dejar la botella tambaleando sobre el cordón. Llega a la puerta de su casa, le pide permiso a la barra, Sí, señora, perdón, le respondieron a coro.
Al día siguiente se repite la escena.
-Insisto, para mí está más lindo.
-La bandita seguía en la puerta de mi casa. Tomando, fumando y haciendo ruido.
-¿Vos no vivís casi al 1100? Acompañame hasta Humberto I.
-Bueno, dale. Yo para ahorrar unos metros, con lo que me lastiman estos zapatos…
Mentira. No se lo bancaba más. Encima caminar esa cuadra iba a marcar precedente. Todos los días van a tener que hacer 100 metrosmás juntos.
A mí no me gusta, dejà vu y dobló. La misma oscuridad, pero sin borracho. Sí había otra pareja envalentonada con la luz de la luna. Le hizo el rodeo y siguió. Había algunas casas pintadas raras, graffitis con un estilo. Celeste, violeta, rojo, amarillo, pero con un tono especial. Y figuras como de Los Simpson, pero surrealistas. Cruza y el histórico taller del barrio también está pintado. Unos metros después, unas luces y lo que pensaba que era un galpón estaba todo decorado y había dos chicas preparando lo que parecía un teatro. “Todos los miércol… entrada  a la gorra… Todos los ju…Teatro sensorial… Taller de foto… Milonga”, leyó. “Mirá…”, pensó. Cuando desde adentro, la vieron y le hicieron gestos de que pasara, se hizo la sota y huyó.
“Y a mí no me gusta”, le repicó en la cabeza. Y “Cuatro muertos en un choque” y “Tiroteo en San Cristóbal” y “La manzana más peligrosa de San Cristóbal” y “Walter Olmos se mató en un hotel de mala muerte en San Cristóbal” y “Otro choque en San Cristóbal” y “Deán Funes y Estados Unidos. Policía mata a delincuente en defensa propia” y y y. Y a mí no me gusta.
Y otra vez las latas de cerveza, el porro y la banda, y Pase, doña.
Ella no quería Pase-doña. Ni No-se-preocupe-nos-llevamos-las-latas. Quería llegar a su casa, apagar la alarma, comer, prender la tele y que no la molestaran los ruidos. Y taza taza cada uno… Agarró el control, subió el volumen en plena propaganda y destapó la cabeza y Comunidad M, Mudate a un countrie y Se deben terminar los Juicios, porque lo importante es que hay que mirar para adelante.
Saturada, se fue otra vez de su casa. Estaba la vecinita aprendiendo a andar en bici con la madre, Don Carlos tomando mate y tres pibes mirando cómo les había quedado la intervención en la fachada de la casa.

Siguió caminando, vio al borracho hablando con otro grupo en la puerta del Teatro. Saludó y entró. Con vergüenza pasó la puerta, miró la sala al fondo, los sillones, las paredes pintadas con más graffitis, la barra, todo hecho a pulmón. En una mesa, escogió una de las tantas tarjetas: “TEATRO INDEPENDIENTE Nacimos a partir de la necesidad de seguir trabajando en un lugar que nos permita ser familia, compañeros y amigos. Somos creadores y colaboradores estimulándonos mutuamente, intentando darle forma a un espacio a partir de la siguiente premisa: creemos que el arte es un modificador social y personal”.
Salió, dio una vuelta manzana, y escuchó de reoreja a Matías Cremades–el encargado de la pintura- “La idea es intervenir todo el barrio”.
-¿Y cómo podemos hacer para que pintes la mía?
-Si estás en condiciones, me pagás el trabajo, si no, conseguimos las pinturas y arranco en cuanto pueda.
-Por favor. El último graffiti que me había llamado la atención estaba en la casa de acá al lado, la del comisario, y decía: “Transa vende paco”. Y a mí no me gustaba.
Teatro Mandril
Humberto Primo 2758
4308-6253
www.teatromandril.com
Teatro Mandril en Facebook, donde están los horarios de los talleres.

Miradas desde lo oculto

Cumpliendo diez años como organización, el grupo PH15, conformado por chicos de Ciudad Oculta, realizó una exposición en el Centro Cultural Haroldo Conti, en la ESMA. «Miradas desde lo oculto» se llama esta puesta de fotografías que muestra retratos de la vida cotidiana de los pibes que conforman la agrupación. Hasta el 2 de octubre, todos los ojos estarán invitados a verla.

“Nada se puede esconder, así como nada está oculto; todo sale a la luz,

a la superficie.Termina por emerger de alguna manera,

haciendo presión,

hinchando las cañerías hasta pincharlas  primero,

y explotarlas después; produciendo una inundación,

tal vez.”

Anónimo

Hay una niña apoyada contra una pared blanca, de espaldas a la cámara, tapándose la cara con el brazo, como quien cuenta en la escondida. Una toalla cubre sus hombros y hace las veces de capa de superhéroe. En ese juego, ella es la que no se esconde; es la que sale a buscar y a encontrar a los demás, al mundo afuera. Esta fotografía fue tomada por una niña de doce años llamada Belén Maynard, y pertenece a Miradas desde lo oculto, la última exposición del grupo PH15.
Esta organización trabaja hace diez años brindando talleres de artes visuales a los chicos y jóvenes que viven en la Villa 15, también conocida como Ciudad oculta. A través de esta propuesta se abre un espacio de expresión artística donde los niños que viven marginados y en condiciones de vulnerabilidad, logran encontrar un espacio propio donde descubrirse y descubrir lo que los rodea. Al comenzar a sentirse parte de un proyecto contenedor, estos jóvenes no sólo “lograron mejorar su autoestima”, sino que también comenzaron a “pensarse a sí  mismos como agentes de cambio”, como parte de “un grupo que genera crítica constructiva a la vez que se forman como artistas visuales”, dicen desde la organización y las palabras se pegan a un afiche que invita a reflexionar sobre la muestra.
A medida que se recorren los pasillos del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, sorprende la mirada de niño. Quienes exponen en Miradas desde lo oculto tienen entre 8 y 22 años. Gonzalo Ocampo, de sólo 11, capta de manera pura la felicidad de una niña que se hamaca en la plaza del barrio; en sus ojos hay felicidadad y libertad al sentir que vuela por el aire, con los pies despegados del suelo.
Es por eso que la característica lúdica de la fotografía aquí se ve en su máxima expresión. La cámara fotográfica es tomada como un juguete a través del cual los chicos se sienten libres; un mecanismo controlable que puede mostrarle a los demás lo que ellos ven. De esta manera Yésica Duarte (14) colgó de un alambrado la mochila con la que va a la escuela y la fotografió, así, con las firmas de sus compañeros escritos con corrector líquido blanco.
Es la vida cotidiana, situaciones y cosas que los niños ven diariamente lo que está plasmado a lo largo de la muestra. Una imagen en la que un hombre cocina; cables de luz que se entrelazan con una cuerda con la ropa tendida; un cartel de un negocio de artículos de limpieza pintado a mano. Un gato que salta del alero de una casa al techo de otra, click, y el momento justo en el que se suspende por el aire, al mejor estilo de Henri Cartier Bresson. ¿El autor? Marcos Paredes, de 17 años.
Ph 15 cumple diez años dibujando con luz y utilizando el arte como herramienta de cambio en talleres que ya se han multiplicado por la Capital Federal y el Conurbano Bonaerense. Miradas desde lo oculto es la última muestra y está colgada en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en la ESMA, hasta el 2 de octubre.

Acá falta López

Amar, vivir, sentir, sufrir y nacer. Desaparecer, llorar, sangrar, putear y no olvidar. Perder, escapar, luchar, luchar y soñar. Renacer, revivir, sonreír, declarar y desaparecer.

Son cinco los años de la desaparición de Jorge Julio López, arrancado de su casa, arrancado de cada persona que cree en la necesidad de justicia para los crímenes del terrorismo de Estado de la última dictadura.

La efectiva desaparición, las recurrentes amenazas a fiscales, jueces y testigos de juicios, la purga de Solá a la Bonaerense, el operativo despiste con sus llaves, y con ese otro albañil, Julio Gerez, desaparecido durante unas 40 horas; y la capacidad de mantener aún en suspenso el paradero de un testigo clave de un juicio clave. Está claro que nominar como casualidad a semejante suceso no se lo permite ni el más ingenuo, ni el más culpable.

Lo hemos visto en aquella solitaria silla. Presente, gritó entre la multitud en las calles. ¿Dónde estoy?, ¿Dónde está?, susurra o a gritos, en todas las paredes de la memoria.

Lo vemos y lo sentimos; este Nunca Más, con otro más, este septiembre fatal con Julio que no está.

Así, resulta doloroso pero necesario admitir la existencia de –querámoslas resabios o novedades, da la mismo- organismos de represión inmersos en accionares solo ilegales, paraestatales, pero bien fundidos con los estatales. La desaparición de Julio López jamás podría haber sido tan exitosa sin la medida, exacta e hipercómplice de una organización que, bien aceitada en su funcionar, no ha sido desmantelada, ni siquiera vislumbrada.

Las investigaciones, la justicia y los medios eluden su compromiso moral y social de profundizar en las estructuras sólidas que permiten desaparecidos en la democracia. Estas noticias que simplemente parecen desaparecer de la tele y los diarios, y los avances en las causas se diluyen en falsos testimonios y pruebas plantadas. La complicidad es culpabilidad.

Hace cinco años que acá falta Jorge Julio López, arrancado de su casa en la noche de La Plata, para no dejar rastro a más de 1825 días. Lo vemos en los trenes, en la noche, en los sueños. En los jóvenes y en las banderas. En las Madres y en los HIJOS y en los nietos. El enquiste represivo que le llevó la voz, el cuerpo.

Por López.

Y por los demás. Por Luciano Arruga. Por Silvia Suppo.

Me amenazan las bestias, no me dejan dormir

La Masacre de San Patricio. Los fusiles que asesinaron a los curas palotinos en el ´76. El ensañamiento, el terrorismo de Estado y la propagación del miedo. La represión con connivencia de la Justicia argentina para el periodista investigador Kimel, ya en democracia. Y la restitución histórica, sin otorgamientos de culpabilidad.

 

La madrugada del 4 de julio de 1976, en plena dictadura, se produjo uno de los asesinatos más sangrientos y fisgones llevados adelante por la –siempre entre comillas- “inteligencia militar”. Un grupo de personas armadas estacionó frente a la parroquia de San Patricio, ubicada en pleno corazón del barrio de Belgrano. Entraron a la fuerza, se dirigieron al primer piso donde descansaban sacerdotes y seminaristas, y luego de maniatarlos unos junto a otros, los obligaron a arrodillarse para fusilarlos por la espalda.

“Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son M.S.T.M.”, una de las inscripciones con tiza que dejaron los asesinos en el lugar. M.S.T.M. corresponde a Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, sigla con la que se reconocían aquellos sectores de la iglesia católica que creían en la acción social y política como herramienta para la renovación de la sociedad.

Lo llamativo y particular de este hecho fue la metodología con que se implementó el terrorismo de Estado. En lugar de secuestrar y desaparecerlos, se los acribilló dejando los cuerpos como un mensaje de amenaza, comunicando miedo a través de tanta sangre derramada, impune y serena.[1]

Las víctimas fueron tres sacerdotes, Alfredo Kelly, Alfredo Leaden y Pedro Duffau, y dos seminaristas, Salvador Barbeito y Emilio Barletti. Formaban parte de la comunidad de Padres Palotinos, un grupo de religiosos que predicaba en defensa de los derechos humanos y de la igualdad social. Eran una camada novedosa dentro de esta congregación por entender que la religión y la política no podían de ninguna forma separarse en su misión pastoral. Lo particular de la iglesia San Patricio era que entre sus colaboradores e integrantes figuraba una gran cantidad de jóvenes universitarios. El responsable principal del acercamiento juvenil había sido el párroco Alfredo Kelly, quien se había atrevido a denunciar en más de una oportunidad a aquellos miembros de la iglesia que remataban bienes robados de desaparecidos. No pasó mucho tiempo antes de que el padre Kelly pasase a ser tildado de “comunista” por los feligreses del barrio de Belgrano, habitáculo natural de parte sustancial de la oligarquía conservadora porteña.

El crimen fue el más significativo que sufrió la Iglesia Católica argentina en toda su historia. Sin embargo, las jerarquías eclesiásticas poco hicieron para recordar a las víctimas y mucho menos para impulsar la búsqueda de los culpables. La causa de los palotinos se abrió aún en dictadura, pero no contó con el compromiso necesario de los jueces, condescendientes ellos con el poder militar de turno. A pesar de que existieron testimonios que involucran en la participación a un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), hasta hoy no hay responsables.

Eduardo Kimel y la masacre a la libertad de expresión


Eduado Kimel


“¿Se quería realmente llegar a una pista que condujera a los victimarios? La actuación de los jueces durante la dictadura fue, en general, condescendiente cuando no cómplice de la represión dictatorial. En el caso de los palotinos, el juez Rivarola cumplió con la mayoría de los requisitos formales de la investigación, aunque resulta ostensible que una serie de elementos decisivos para la elucidación del asesinato no fueron tomados en cuenta (…) La evidencia de que la orden del crimen había partido de la entraña del poder militar paralizó la pesquisa, llevándola a un punto muerto”.
Eduardo Kimel, segmento de La masacre de San Patricio que le costaría una condena judicial.

Detrás de escena de este crimen, llevado adelante en 1976, se dibuja la figura del periodista, historiador y escritor Eduardo Kimel, quien investigó incansablemente los detalles de estos asesinatos. En noviembre 1989, su publicación titulada «La masacre de San Patricio», lo llevó a 16 años de persecución judicial, al mismo tiempo en que se convertía en el único procesado vinculado a la causa de los palotinos. No por culpabilidad en el desarrollo de los fusilamientos, sino porque en su libro, en el párrafo citado, Kimel denunciaba la actuación irregular del juez Guillermo Rivarola, a cargo en aquel momento de la causa, y dejaba entrever que la responsabilidad militar en los hechos del 4 de julio había sido tapada por los magistrados. Estas líneas de su investigación le costarían una querella por parte de Rivarola, y para luego de un largo juicio, en 1995 recibir su sentencia en manos de la jueza Ángela Braidot, quien lo condenó a un año de prisión en suspenso y a la obligación de pagarle una indemnización al juez por injurias. Las palabras de Braidot fueron: “No se limitó a informar, además emitió una opinión innecesaria y sobreabundante”. Era, entonces, un supuesto delito de opinión.

A partir de ese momento continuaron años de lucha por parte del periodista. No se trataba de una limitación a su trabajo en lo personal, sino que lo entendió como una traba a la libertad de expresión en general, que no solo afectaba al periodismo en su conjunto, sino a toda la población, ya que cercenaba su derecho a ser informada. Paradójicamente, mientras que en el ´76 los asesinos de los curas palotinos habían dejado un mensaje amenazante a ciertos sectores de la iglesia, años después, los mismos jueces que no habían encontrado respuestas para el siniestro del 4 de julio, se disponían a sentar un precedente intimidatorio en la prensa argentina.

Recién en el 2000, con la ayuda de abogados del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el caso llegó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que resolvió a favor de Kimel. La CIDH obligaba al Estado argentino a que anulara los efectos de la sentencia en su contra en un plazo de 6 meses. Pero no pasaron meses sino años sin que el Estado cumpliera este compromiso. Fue entonces que en el 2007 la Comisión Interamericana denunció el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (órgano judicial del sistema). El gobierno del ex presidente Néstor Kirchner dispuso que se fijaran las reparaciones para el periodista, y ya para el año siguiente, el máximo tribunal interamericano volvió a ordenarle a Argentina que dejara sin efecto la condena. Asimismo,  exigía una revisión del delito en materia de libertad de expresión y se debía realizar un acto público de desagravio a Eduardo Kimel.

Finalmente, en septiembre del 2009, ya se aprobó en el Congreso la ley 26.551, conocida como “ley Kimel”, por la cual nadie que opine sobre temas de interés público pondrá en riesgo su libertad.

 


[1] Aunque nunca integraron formalmente el Movimiento de Curas Tercermundistas, el pensamiento y la labor de algunos de los palotinos podrían ser encuadrados en los principios de aquel grupo que lideró el padre Carlos Mújica. Según Adolfo Pérez Esquivel: “Los palotinos asumieron un compromiso concreto con el pueblo, pero no era de los que estaban más en evidencia. Sin embargo, se los tomó como una represalia general para atemorizar a las otras órdenes religiosas, obligándolas al silencio”.

Sin códigos cubanos

El 12 de septiembre por las calles de Palermo se juntaron personas y más personas para exigir eso que, aunque de lejos, se ve como clara injusticia. La falta de juicios, las imposiciones arbitrarias y el símbolo en que se han convertido estos cubanos, ahora presos por los Estados Unidos, llevaron a movilizar las conciencias y los pasos. La Marcha de las Antorchas en Buenos Aires y la historia de 5 que no deberían estar presos.

AFP


Calica Ferrer gritó: “Estos canallas” y señaló la embajada de Estados Unidos, rodeada por una valla policial tremenda. Mientras en varias partes del mundo, principalmente en América Latina, miles se congregaban pidiéndole a Barack Obama que interceda para liberar a los Cinco Heroes Antiterroristas cubanos, el mandatario yanqui se entrevistaba con periodistas hispanohablantes y comentaba: “Las autoridades cubanas no han avanzado en la liberación de presos políticos”. Las familias de los Cinco Heroes lo escuchaban. Obama siguió: “Obviamente no está funcionando, sus estándares de vida no están mejorando de manera significativa y, de hecho, se están deteriorando. Es claro que llegó la hora para que el gobierno cubano cambie”. Y eso lo escucharon, también, los 46 millones de yanquis pobres y el cincuenta por ciento de los jóvenes estadounidenses que no saben ubicar Nueva York ni Cuba ni Afganistán ni Irak en un mapa. Pero que sin embargo consumen la basura de mediática del imperio que no pierde tiempo en explicar el sistema democrático de la isla socialista, ni el educativo, ni el de salud. Menos que menos la razón del bloqueo.

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Brothers to the Rescue es una organización de exiliados anticastristas que dicen dedicarse, desde su fundación en 1991, a ayudar a los balseros que emigran de Cuba. La realidad es que este grupo, con sede en Miami (dónde más), se dedicaba principalmente a conspirar contra el gobierno de la Revolución, al punto de ser sospechados de implicancia en actos terrioristas hacía su patria (no, no Estados Unidos). Desde 1994 solían partir con flotas de aviones desde Miami y sobrevolar La Habana –violando el espacio aereo cubano- arrojando panfletos que incitaban al levantamiento contra Fidel.

No hubo caso. La Revolución es irreversible.

Sin embargo, Cuba, sometida pero no acostumbrada a este tipo de violaciones de su soberanía (el bloqueo, los ataques terroristas ideados por estos grupos de exiliados y apoyados por la CIA y el FBI, Guantánamo, etcétera) desde el triunfo de la Revolución dedicó parte de sus aparatos de intelegencia a descubrir futuros atentados terroristas. Aquí aparecen los Cinco Heroes: Antonio Guerrero Rodríguez, René González Sehwerert, Ramón Labañino Salazar, Gerardo Hernández Nordelo y Fernando González Llort.

El 24 de febrero de 1996, tres aviones de Brothers to the Rescue partían desde Miami hasta La Habana para sobrevolar los techos de la ciudad arrojando volantes. El gobierno de Cuba, gracias a las tareas de inteligencia desarrolladas en el seno del imperio, supo de antemano la maniobra y decidió defender su soberanía. Cuando las avionetas ingresaron al espacio aereo cubano, la Fuerza Aerea del Ejército Revolucionario los instaron a regresar, arrojando bengalas primero. Ante la negativa y ejerciendo la justa defensa soberana, destruyeron las dos avionetas invasoras al grito de Patria o muerte.

Leyendo a los voceros del imperio, en notas de la época, este cronista se pregunta cuál sería la reacción de Estados Unidos si Cuba parte con aviones y viola su soberanía repartiendo volantes con consignas revolucionarias.

En base al ataque contra las avionetas, en 1998 el FMI detiene a los Cinco, acusándolos de terroristas. A través de un inusitado juicio de exhaustivos expedientes y anormal en su extensa duración, fueron condenados a largas penas cuando, según las leyes norteamericas, en el peor de los casos, por ser espía o por desarrollar operaciones de inteligencia dentro del país la pena es de 18 meses.

Gerardo Hernández fue condenado a dos cadenas perpétuas. Guerrero y Labañino a cadena perpétua. Fernando y René González fueron condenados a 19 y 15 años respectivamente. El 12 de septiembre pasado se cumplieron trece años que están encarcelados, dos de ellos con la imposibilidad de comunicarse con sus familiares.

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En Argentina, la marcha de antorchas partió desde Plaza Italia hasta la embajada del imperio. Engrosaban las columnas varias líneas de la Central de Trabajadores de la Argentina, la Asociación de Trabajadores del Estado, Suteba, el Partido Comunista de la Argentina, Nuevo Encuentro, una gran columna del MTL y el comedor Los Pibes. Ya frente a la embajada, la organización La Poderosa había organizado el torneo de futbol “Obama, liberá a los cinco ya”, cuya copa se entregó en el escenario improvisado sobre la calle, sobre el final del acto.