Eduardo Sacheri es escritor y futbolero: «Si yo tuviera que elegir entre dejar de escribir o dejar el fútbol, creo que abandonaría la escritura». Acaba de publicar un nuevo libro, Papeles en el viento, donde se mezclan algunos de los espacios más turbios del fútbol con las identidades que sólo puede generar una pelota. Para contar todo lo oscuro de este medio se asesoró con gente del ambiente: «No me llamó la atención que el fútbol fuera como me lo contaban, aunque no estoy del todo seguro de querer saber toda la verdad».
Eduardo Sacheri se para en el fondo de su casa en Castelar, mira el cielo primaveral que comienza a rodearlo y piensa en la cantidad de papeles que mezcla en su nuevo libro: el ser amigo, el ser hincha, el ser futbolista, el ser un crítico de algunas barbaridades que rodean a la pelota y el ser escritor.
Muchas personalidades suyas ruedan por los caminos de esta nueva novela, la primera que saca después del gigantesco éxito que logró su obra La pregunta de sus ojos, que Juan José Campanella llevó al cine como El secreto de sus ojos y que ganó el Oscar en 2010.
Tantos son esos papeles que pareciera que decide mezclarlos, ponerlos en las páginas y regalarlos a una situación que determina el nombre del libro -aunque la explicación del título no tenga nada que ver con esta interpretación-: Papeles en el viento, donde muere un integrante de un grupo de cuatro amigos hinchas de Independiente y donde los que quedan vivos se disponen a resolver un negocio inconcluso que había emprendido el que murió: vender un jugador juvenil en el que había invertido todo su dinero.
– Decidiste hacer una novela donde se narran algunos de los espacios más turbios del fútbol, ¿cómo fue construir el relato en ese ambiente?
– En principio, se fue construyendo en mi cabeza por etapas. No es que surgió el fútbol así de la nada. Yo tenía ganas de contar una historia de amigos, una historia de amigos teniendo que superar la muerte de uno, que tuvieran una tarea que cumplir y que esa tarea que cumplir fuera con el fútbol. Pero eso que tuvieran que hacer no tenía que ser cualquier cosa. No tenía que ser simbólica, como que hicieran a la hija de alguno hincha del club. Que sea algo más personal, que tuvieran que poner el cuerpo. Ocurre esto de que hubiera la compra de un jugador de fútbol en los que hubiera mucha guita para una persona común. De ahí en adelante, el relato se fue construyendo con una mezcla de mis suposiciones de futbolero o con cosas que vas escuchando o cosas que te vas enterando.
– ¿No le preguntaste a nadie del ambiente?
– Sí. El chequeo para fijarme qué tan verosímil podía ser lo que yo pensaba lo hice un con el Colorado Sava –que me dio una mano importante explicándome el funcionamiento de los pases y detallándome cosas del mundo de los representantes-, con un periodista amigo y con el psicólogo deportólogo Marcelo Roffé –que pudo ayudarme en el tema de las Inferiores-. Lo que sí me fue llamando la atención a medida que fui armando la situación es que el fútbol es un mundo tan bizarro que cualquier cosa que sucede es verosímil. Todo puede suceder, todo puede pasar.
– Vos dijiste que arrancaste teniendo una serie de suposiciones sobre cómo podía ser. A medida que te metías en el armado de esto ibas reconociendo que todo eso que pensabas podía ser real, ¿te llamó la atención?
– Aunque la respuesta sea patética, no. No me llamó la atención que el fútbol fuera como ahí me lo contaban. Cuando vemos una película o cuando vemos un libro, los criterios de realidad se omiten. Me parece que cuando nos enchufamos con nuestro equipo nos sucede lo mismo. A mí, cuando falta un rato para que juegue Independiente pienso en los jugadores, en el técnico, en el presidente, en la barra. Pero cuando estoy en la cancha, cuando llego con mi hijo, lo único que me importa es que den dos pases seguidos. Es como si ahí recuperara la misma ingenuidad de toda la vida. Capaz, si perdés volvés a pensar en todo lo malo que tiene esto. Para descargarte, a veces sirve recitar con toda la letanía todo lo oscuro que tiene el fútbol. Pero sólo para disminuir la hondura de la tristeza.
– Con conocimiento de causa, ¿qué te parece más ficcional: un libro o un partido?
– Sigo pensando que es más real un partido que un libro. A lo mejor por una cuestión de protección. En el fútbol, yo creo que tengo un límite, como le pasa a muchos hinchas. No me quiero enterar más. Yo para hacer el libro podría haber averiguado más sobre estas prácticas que tiene el fútbol, sobre jugadores que entregan partidos o réferis. Pero no quise. Me pasó eso que le sucede a los nenes. Como los chicos siempre preguntan hasta un cierto punto y después no preguntan más. Yo no quiero perder el mundo del fútbol. Aunque sea ridículo, hay un punto en que está bueno tener ese punto de ingenuidad. No estoy del todo seguro de querer saber toda la verdad. A lo mejor sufriría menos. Pero entro en el pacto ficcional y listo.
– ¿Cómo te volviste tan hincha del fútbol?
– El ser hincha es una especie de una esencia aprendida. Algo que vos elegís. Lo que creo que es muy poético del asunto es que vos, en algún momento, decidís volverte esto. Aún los que heredamos el sentimiento tomamos una decisión. A mí, de Independiente, me construyó mi viejo, pero murió cuando yo era chico y mi hermano me empezó a llevar a ver a River. En esos años, Independiente pierde dos campeonatos imposibles con Estudiantes, en el 81 y en el 82. Pero en algún punto de esos fracasos, hay una decisión personal que te vuelve hincha de determinado club para siempre. Ser hincha es una esencia que te das vos mismo. Te acompaña siempre.
– ¿Por qué, a pesar de tantas barbaridades, nunca se pierde la identidad con el club?
– Imagino que son distintas cosas. El vínculo con un club es suficientemente gratuito como para que uno lo pierda fácilmente. Tu religión, tu pareja, tu familia y tus ideas políticas pueden sufrir cimbronazos muchos más fuertes. Acá, si hay una traición, funciona la cosa de otra forma. Acá, cuando pasan las cosas, nunca es el club. Pueden ser los dirigentes, un técnico o los jugadores. El club mantiene la camiseta como algo impoluto. Como un símbolo.
– Si tuvieras que elegir entre el fútbol y los libros, ¿con qué te quedarías?
– Es un quilombo terrible. Si yo tuviera que elegir entre dejar de escribir o dejar el fútbol, creo que abandonaría la escritura. Tengo que hacer una terapia para pensar en cómo dejar el fútbol. Pero bueno, supongo en algún momento cuando el cuerpo no me de más miraré solamente y me dedicaré a escribir. Será algo por fuerza mayor.