Los agroquímicos matan. Sin vueltas. Gracias a la resistencia y la lucha de vecinos hoy no se puede fumigar a menos de mil metros de poblados. ¿Descansar? Las pelotas, se va por más: por la prohibición del veneno, por la ruptura con el monopolio Monsanto, por resistir al avance del monocultivo. ¿Qué hay detrás este asunto sojero, que mata, que enferma, que gasta los suelos, que contamina las aguas? «Un negocio», afirma Claudio Lowy, responsable de que legalmente las fumigaciones hayan dejado de ser «benignas».
Imágenes
- Claudio pasó cuatro días sin comer, pero por voluntad, en el hall de la Defensoría de La Nación, sentado en una sillita plegable, con un diario, sin apuro. Pedía por el cambio en clasificar los agroquímicos (agrotóxicos), esto es, que los herbicidas dañinos y letales (usados para la fumigación de cultivos) dejen de aparecer como “benignos”.
- En San Jorge, Santa Fe, Viviana Peralta corrió a ladrillazos a quienes fumigaban frente a su casa, ahí, del otro lado del alambrado, sin tener en cuenta vientos ni vecinos. Su hija Ailén había ya sufrido bronco-espasmos e hinchazones que le dificultaron la respiración y la vida.
- Andrés es un científico loco que trabajó con embriones y dosis de herbicidas, en especial de glifosato, para destrabar dudas y darle la razón a Claudio, a Ailén, a miles de vecinos de campos sojeros que respiran estos venenos al salir de sus casas.

Algunas semillas de soja tomadas de campos santafesinos
El monocultivo de soja no sólo destruye los suelos (al no haber recambio de plantaciones, la tierra se deteriora), expulsa a los trabajadores del campo (el trabajo de la soja apenas dura 2 ó 3 meses, y los clásicos peones y patrones sobran…), enriquece a unos pocos (no hace falta explicarlo), y deja un cultivo que los argentinos no consumimos (¡la comen los chanchos chinos!); sino que atenta directamente, en sus fumigaciones, contra las vidas de vecinos ¡e incluso! de quienes fumigan, que son empleados.
Estos golpes del modelo agrario son apenas coletazos, los más inocentes en el siniestro entramado que teje el poder al compás de la soja.
Se estima que ese cultivo ocupa más del 65% de las hectáreas de uso agrícola en el país.
El futuro ya llegó.
Los protagonistas
Claudio es Claudio Lowy, ingeniero forestal recibido en la UNLP, con un master en Girona, responsable del cambio en clasificar los agroquímicos. Sí, al día quinto de su huelga de hambre, el Defensor Adjunto de la Nación, Anselmo Sella, dio curso a sus pedidos y hoy estos tóxicos deben ser desparramados lejanos a las viviendas.
Ésa es la última noticia que se tuvo del tema, fecha el 15 de noviembre de este 2010.
A mediados de este año, el caso de Ailén, hija de Viviana, logró algo parecido. Los Peralta viven en las afueras de San Jorge, ahí, frente al alambrado, y del otro lado, campos. Antes había unos plantones enormes, hasta flores había… y ahora, mirá, nada… Es que los herbicidas no sólo dañan humanos sino que arrasan (arrasaron) con plantas y flores (las de Viviana), y lo que haya a su paso.
Ailén inspiró del aire, del viento, esos olores potentes de los herbicidas, del glifosato, y a la noche era llevada de urgencia al hospital del pueblo. Se le había cerrado la respiración, hinchado la lengua y la cara, y su vida corría serios peligros. Su caso, llevado a la Justicia y luego estudiado, permitió el primer fallo contra estos agrotóxicos del país, que prohíbe las fumigaciones terrestres a menos de 800 metros de las viviendas, y a menos de 1500 si es por vía aérea.
No fue Ailén el único caso, claro, sino tan solo el límite de años de alergias, diarreas, espasmos, brotes, mareos y una lista interminable de enfermedades, que apenas son indicios de otras peores.

Alicia Boscatto, subjefa del Registro Civil sanjorgino, con sus anotaciones sobres la defunciones en el pueblo
El fallo, además, tomó como buenos los argumentos (pruebas) de estos vecinos transgénicos y dio seis meses al gobierno de Santa Fe para que demuestre lo contrario: es decir, que el glifosato no es contaminante. El estudio de toxicidad fue llevado a cabo por la Universidad del Litoral, pero aún no se conocen los resultados…
Eso demostró ese científico loco que es Andrés Carrasco, investigador del CONICET, que durante 2009 difundió los estudios sobre embriones que revelaban las malformaciones y efectos dañinos del herbicida más usado, el glifosato. Sería imposible resumir su análisis sino mejor que tales resultados…
En embriones anfibios inmersos en glifosato en dosis 1,500 veces menores a las que se usan en campaña, notó: disminución del tamaño, alteraciones cefálicas, pérdida de células neuronales, y compromiso en la formación del cerebro (lo cual indica causas de malformaciones y deficiencias en la etapa adulta);
En embriones inyectados con dosis 300,000 veces menores a las de las fumigaciones, anotó malformaciones intestinales y cardíacas, alteraciones en la formación de los cartílagos y huesos del cráneo, y un incremento de la muerte celular programada.
En 2005, ya otro especialista francés había advertido algunos de estos efectos. Gilles-Eric Serafín, docente y director del Comité de Investigación e Información sobre Ingeniería Genética, descubrió que el herbicida Round-Up (hecho a base de glifosato, creado y patentado por la multinacional Monsanto) estimula la muerte de células en embriones humanos. Sus consecuencias, enumeradas por el estudio mismo: detonantes de abortos, de distintos tipos de cáncer, malformaciones, problemas hormonales y genitales o de reproducción.
En la investigación se expusieron células placentarias a dosis menores del herbicida, las cuales murieron al cabo de 18 horas; lo mismo se hizo con células embrionarias y de la placenta, que también perecieron a las 24 horas.
No es menor el hecho de que Serafín, tras la publicación de sus trabajos, fue difamado públicamente por las empresas de agroquímicos y los medios de comunicación. Monsanto, por ejemplo, se excusó diciendo que “estaban desviando el herbicida de su función, ya que no fue hecho para actuar sobre células humanas”.
Resta, entonces, una legislación que eso asegure.
Sino díganle a los Peralta, a Ailén, y a las miles de familias y pueblos laderos a campos sojeros que conviven con ese veneno que es el glifosato, que padecen sus enfermedades, y son desoídos por los gobiernos.
No es casual, tampoco, que los mandamás de la Feria del Libro 2010 hayan suspendido el panel del doctor Carrasco sobre los efectos deformantes y enfermantes del glifosato. Carrasco, en carta al CONICET, escribió entonces: “Esta censura lesiona la libertad académica al subordinarse a intereses ajenos a la ciencia, y al mismo tiempo es un mensaje de disciplinario, para todos aquellos que intenten una crítica desde el sentido de la ciencia, a criterios y políticas instituidas desde poder económico y sus voceros”.

Nota que dejó una vecina amenazada a uno de los concejales de San Jorge, el único que se opone al modelo sojero
El ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, también desautorizó el informe de Carrasco a través del periodista Héctor Huergo (entendido como el vocero de los intereses del agro-negocio, editor del Clarín Rural). Los resultados de sus estudios fueron inicialmente publicados en Página 12 por el periodista Darío Aranda, y poco después el tema parecía haberse evaporado: Carrasco estima que hubo algún llamado a la redacción, y todo volvió a la anormalidad.
Ejemplos
Son éstos tan sólo datos y pruebas del Dios Ciencia, pero hay otro tanto de casos no registrados ni registrables (como el de Ailén, por ejemplo) que no sólo corren a la par de estos estudios, sino que dan su merecida dimensión.
Por ejemplo: Alicia Boscatto es otra vecina de San Jorge, que vive en el centro y por ello alejada de las fumigaciones. Como subjefa del Registro Civil del pueblo, comenzó a notar un alarmante aumento en muertes por cáncer desde el 2007. Por curiosidad y antecedentes familiares, Alicia empezó a anotar, a escondidas, los porcentajes de muertes por cáncer en San Jorge. Los resultados dieron que, en 2008, llegaban al 16,20% del total; en 2009 los números treparon hasta el 25,74%; y en el primer trimestre de este 2010, los casos llegaban al 30% del total. Lo que sucede, explica además Alicia, es que muchas de las otras muertes aparecen sencillamente como “paro cardio-respiratorio”, sin aclarar qué enfermedad primaria lo desencadenó. Es decir: las respiraciones no se cortan porque-sí, y Viviana cree que también muchas de esas otras muertes mal registradas tienen que ver con las fumigaciones y, cabe aclarar, también con el veneno que esparcen los silos a la vera de la ruta.
También el doctor Ángel Bracco, médico clínico que atiende la guardia del hospital de San Jorge, percibe hace un tiempo que surgieron enfermedades nuevas y recurrentes: cuadros de hipotiroidismo, cáncer de tiroides y de páncreas, alteraciones y disfunciones sexuales, esterilidad. Como para bajar estos datos a tierra, asegura: “El Viagra es de lo que más se vende en San Jorge”.
(Cabe aclarar que las fuentes y datos en la nota mencionados quedan verificados por quien suscribe y no más, en viaje hecho en abril del 2010 a la localidad de San Jorge, Santa Fe. Para fundamentalistas, Camus escribe en La peste: “Estos hechos parecerán a muchos naturales y a otros, en cambio, inverosímiles. Pero, después de todo, un cronista no puede tener en cuenta esas contradicciones. Su misión es únicamente decir: “Esto pasó”, cuando sabe que pasó en efecto, que interesó a la vida de todo un pueblo y que por lo tanto hay miles de testigos que en el fondo de su corazón sabrán estimar la verdad de lo que se dice”.)
El veneno
El expediente que autoriza la entrada de la soja transgénica resistente al glifosato tiene la firma de Felipe Solá, en ese 1996 como Secretario de Agricultura. Sólo un ingeniero agrónomo, Julio Eliseix, coordinador del área de Productos Agroindustriales del Programa nacional de Vigilancia Fitosanitaria, objetó la aprobación antes de esa firma: dirigió una carta al director de Calidad Vegetal del IASCAV, Juan Carlos Batista, informando que era necesario establecer criterios de evaluación para los organismos modificados genéticamente, en especial acerca de la “aparición de efectos no deseados”, como “alergenicidad, cancerogénesis y otras toxicidades”, especificó. Batista giró la sugerencia a la propia empresa Monsanto, entendiendo que sería importante conocer su contestación. Pero ésta nunca llegó. La firma fue puesta, y la presidente del Instituto Nacional de Semillas Adelaida Harries, declaró ese mismo 25 de marzo de 1996 que la soja transgénica resistente al glifosato cumplía todos sus requisitos.

Viviana Peralta y su hijita Ailen, víctimas de las fumigaciones
Ingeniería genética de por medio, esa semilla natural de la soja es ahora resistente al herbicida más potente, el glifosato, que suprime todo lo que fuera a competir por los nutrientes del suelo: malezas, bichos, vecinos. Entonces se aceleran los procesos, el cultivo es más resistente, las fumigaciones más contaminantes. Monsanto anuncia en su página web ser una “compañía agrícola que aplica innovación y tecnología para que los agricultores sean más productivos”, y es cierto. Más ambiciosos también. Ésta multinacional es la creadora de ésas semillas resistentes, conocidas como Round-Up, que adictivizan los suelos (y productores) a su propio uso: no se asegura que su desarrollo sea más beneficioso que con semillas orgánicas, pero sí abarata costos, tiempos y trabajo. Por cada 500 hectáreas de superficie sembrada, por ejemplo, se precisa sólo un empleado; el sembrado y la preparación de la campaña duran máximo tres meses, otro más para las fumigaciones, y en el resto del año sólo habrá que pasar por el banco…
La expansión de este monocultivo redujo en un 44,1% la superficie cultivada de arroz, un 26,2% la del maíz, un 34,2% de girasol, más del 6% en trigo y 12 veces la superficie de algodón.
Para sembrar soja se necesitan 75 kilos de semilla transgénica por hectárea, y tres fumigaciones terrestres de herbicidas, fertilizantes y fungicidas, todos ellos comercializados en forma monopólica por Monsanto.
Entonces: los alimentos primarios van perdiendo terreno, literalmente, y los trabajadores y familias del campo no encuentran ya la constancia de años antes, y emigran; los herbicidas van contaminando los suelos y secando las fuentes acuíferas; como los cultivos no rotan, la tierra cultivada transgénicamente por años va deteriorándose; las fumigaciones fueron alejándose de las ciudades, a fuerza de fallos y justicias, pero habrá Ailenes, y Vivianas y Claudios mientras siga priorizándose el veneno por sobre la salud, el dinero por sobre la razón.
Mientras tanto, va expandiéndose el cultivo masivo de este grano forrajero, transgénico, no comestible.
Los modos de cultivar han dejado de ser mañas de la costumbre, herencias de la experiencia, saber. Desde los altares del poder, que acá son laboratorios y empresas, se fogonean los cómos: las universidades repiten este modelo adicto, recomiendan los paquetes transgénicos, el monocultivo, el fin.
Si COMPRÁS tal semilla (que por casualidad sólo produce Monsanto), le aplicás tal herbicida con tal aparato, el éxito económico está más o menos asegurado…
Puede intuirse que este agronegocio no fue ideado por agricultores, sino por laboratorios y empresas sin medir consecuencias – simplemente porque no les importa. Entonces ofrecen esta droga que es el monocultivo transgénico: es fácil, rápido, y no la podés dejar. Los otros esquemas, que son los de antes, revuelven quizá los dos más grandes dilemas en la historia de la humanidad: el dinero y las ganas de trabajar.
Lo último
Lo último en el tema es el giro al Ministerio del pedido de Claudio Lowy, para que herbicidas tóxicos dejen su clasificación de “benignos”. Casi como un resumen de lo que contará en la entrevista, y de sus pedidos, dice: “Si el agricultor está haciendo una cosa autorizada por ley, lo que hay que cambiar es esa norma”. Para eso se sentó cuatro tardes en el hall de la Defensoría nacional, en huelga de hambre, hasta que el Defensor Adjunto dio curso a su reclamo. Sobre lo que sigue, dice: “Ahora va a haber que ir a pelearla al Ministerio”. La charla arranca por el tema inevitable de su reciente huelga, pero Lowy retruca: “Quiero bajarle el perfil a la huelga de hambre, porque lo que realmente importa es que está por empezar la campaña de la soja”.
¿Qué significa eso?
La soja es un cultivo de verano. Ahora son los tiempos de lo que se llama “barbecho químico”, que es cuando la tierra se deja sin cultivar para que se regenere y no se desarrollen malezas. En este proceso se le echa glifosato, que después se vuelve a tirar ya plantada la soja.
¿Estos son los nuevos procesos contaminantes?

"La producción agro-ecológica distribuye el ingreso, la transgénica lo concentra".
No, el glifosato se usa desde hace tiempo, lo nuevo es la gran cantidad que se usa. Una de las consecuencias más terribles del glifosato es que se generan malezas resistentes, no es que matás todas. Sobreviven las resistentes. Entonces después le tenés que echar más y más glifosato, y ahí viene el problema de la cantidad. Llega un momento en que el glifosato no sirve más, y tenés que empezar a echar otros herbicidas, también tóxicos. O sea que en primer lugar no echás sólo glifosato, y en segundo echás mucho más de lo que es recomendado para el suelo y los cultivos. Y lo más peligroso de todo es que se dice que no es peligroso, y de ahí se agarra la ley después.
¿Qué efectos decantan en este proceso?
En primer lugar, están los impactos a la salud: por las fumigaciones y por la destrucción de los ecosistemas. Después, porque genera un puesto de trabajo cada 500 hectáreas: saca gente del campo y hace que mucha gente quede sin trabajo. La otra consecuencia importante es que se pierde la soberanía alimentaria.
¿En términos prácticos cuál fue el pedido a la Defensoría?
Que los herbicidas que no tengan evaluados sus daños sean clasificados como “muy tóxicos”, peligrosos e identificados con banda roja. Esto haría que se fumigue más lejos de los lugares donde vive la gente, y dejaría una franja libre para cultivar y garantizar la soberanía alimentaria de la población de ese territorio. Ahí donde se cultiva soja no hay trigo, no hay hortalizas, no hay tambos… Se pierde la soberanía porque se cultiva para exportar forraje en vez de cultivar para producir alimentos.
¿Y qué hay detrás de todo esto?
Un negocio. Una concentración de los ingresos. Por ejemplo, si ahora se producen 10 mil, se distribuyen entre 200 personas. De la otra manera, en vez de producirse 10 mil podría producirse 100 mil o un millón, pero eso tendría que repartirse entre mucha más gente. Lo que se cerró es el núcleo de productores.
¿En la región también está expandido este cultivo?
En Paraguay, por ejemplo, es mucho más salvaje. Y la resistencia no está tan organizada como acá. En Brasil, en Estados Unidos, lo mismo…
Los fallos de hasta ahora alejan las fumigaciones, pero el modelo en general sigue funcionando, ¿cuál es la discusión de fondo?
Es el sistema productivo. El mundo está reclamando por productos agro-ecológicos. Lo que pasa es que la producción agro-ecológica distribuye el ingreso, la transgénica lo concentra. Nosotros estamos peleando por la producción de alimentos diversos que garanticen la soberanía alimentaria. Esto genera muchísima más productividad, y alimentos de mucho más valor. Si en vez de estar produciendo forraje para la ganadería china y europea, estaríamos produciendo alimentos para una dieta completa para millones de personas. Es necesario articular las distintas técnicas agro-ecológicas con la agricultura campesina y la agricultura familiar, y eso es un trabajo que hay que hacer.
¿Desde las universidades cómo encaran el tema de la soja?
Todos los sistemas institucionales están a favor de la producción del monocultivo en grandes extensiones. Hay algunas cátedras libres, marginales, de agro-ecología, pero masivamente están a favor de eso. La gran cantidad de guita, de instituciones y de plata están con este sistema, básicamente porque concentran el ingreso.
¿Son reparables los daños en los suelos, en el ecosistema?
Cuanto más tiempo demoremos, más trabajo habrá que hacer. Y más gente se va a morir, van a nacer más chicos con malformaciones, va a haber más cáncer, más deterioro de los ecosistemas, más pérdida de la bio-diversidad…
¿Y cómo ganamos ese tiempo?
El Secretario de Agricultura dijo que no sabía que desde hace diez años ocurrían estos problemas en el país, que cómo podía ser que la justicia no había actuado. Y la justicia no actúa porque los productores dicen que están aplicando un producto que no hace daño, y eso es por la manera que la misma Secretaría clasifica los agroquímicos. Si el agricultor está haciendo una cosa autorizada por ley, hay que cambiar la norma.

Las plantaciones de soja, hasta en la vera de la ruta